¿Qué cambió?
Lo que ha estado sucediendo en estos días fue un despertar en las ideas políticas de la población –habrá que ver si mínimo o no, una pasajera “llamarada de tusa” o no, quizá un movimiento esperanzador a mediano plazo–. Lo que queda claro es que hubo un panorama nuevo: ¿se había visto alguna vez a jóvenes de la liberal Universidad Francisco Marroquín, muchos de ellos acostumbrados a andar con sus guardaespaldas, y detentadores también de mansiones y lujosos vehículos, junto a los “revoltosos” de la USAC?
Grafiquémoslo con un ejemplo puntual, muy elocuente: el lunes 22 de junio, cuando la ex vicepresidenta Ingrid Roxana Baldetti Elías, ahora con orden de arraigo impuesta por un juzgado, se presentó a declarar a la Torre de Tribunales por sus presuntos vínculos con la estructura criminal descubierta, algunos ciudadanos de a pie, al ver de quién se trataba el personaje en cuestión, comenzaron a increparla al grito de “ladrona” y “corrupta”, pese al nutrido grupo de guardaespaldas que la protegían. Eso hubiese sido impensable un par de meses atrás.
¿Qué significa todo eso? Según cómo lo queramos ver, puede ser algo intrascendente… ¡o algo sumamente significativo!
Es cierto que la situación de exclusión social crónica del país, con la población hambreada, un 25% de ella analfabeta, con un alto porcentaje de trabajadores que no llega a cobrar el sueldo mínimo y niveles de crimen tan altos que no dejan de ser una tentación para el “dinero fácil” que llama a la vuelta de cada esquina, a lo que se suman ominosas lacras como el racismo o el machismo patriarcal, siempre presentes en la dinámica “normal”, nada de eso cambió. Y, según puede desprenderse de lo que se va viendo con esta “protesta pacífica” centrada en la lucha contra la corrupción: nada va a cambiar en lo sustancial.
Si aleccionadores son los afiches que espontáneamente dejan ver el odio visceral contra la corrupción (“Otto, Baldetti: ustedes son nuestros empleados. ¡Están despedidos!”, “No queremos más políticos tránsfugas”, “¡Ladrones y corruptos: fuera!”, “Presidente cerote, te vas a ir al bote”), también lo puede ser otro que circulaba por las movilizaciones: “Esto no es 1954. ¡No somos comunistas! Somos gente pacífica en contra de la corrupción”.
Todo esto muestra que el estado político, ético o emocional de los manifestantes… daba para todo: para satisfacerse porque renunció la corrupta Doctora Honoris Causa por la Universidad Católica de Daegu de Seúl y ex vendedora de productos de belleza, luego convertida en vice-principal mandataria, o para pensar que esto era la plataforma que podía iniciar una escalada, a mediano plazo, de una más profunda movilización transformadora.
Para una visión de las cosas crítica, que puede ir más allá de la reacción visceral muy clasemediera (la que llenó las plazas de la capital y de algunas cabeceras departamentales), que puede intentar superar la indignación “contra los políticos que son todos iguales, que siempre han robado y que seguirán robando”, para esa visión, no importa el funcionario público venal del caso: hay infinidad de Baldettis aún, y como van las cosas, seguramente no se van a terminar. ¿Acaso será especialmente distinto alguno de los que compiten en este momento para las elecciones del 6 de septiembre? Para esa visión crítica, el enemigo a vencer no es sólo el funcionario corrupto de turno, sino el sistema de base que lo genera.
En ese sentido, puede decirse que por una combinación de cosas (¿movilización popular?, ¿jugada de Washington?, ¿lucha de poderes entre este nueva “burguesía mafiosa” y la vieja burguesía tradicional representada por el CACIF?, ¿una mezcla de todo lo anterior?), algo se movió en la superficie de la sociedad guatemalteca.
La cuestión es determinar qué porcentaje real de cambio hubo, y ver cómo eso incide en nuestra historia, qué otra cosa posibilita a futuro, si es que efectivamente la puede posibilitar. Quizá lleguemos a la legalización de la marihuana, o de los matrimonios homosexuales. Pero… ¿alcanzan esos cambios? ¿De eso se trata? ¿Qué otros cambios están ahí esperando? En Disneylandia se prohibieron los palos para selfie por ser peligrosos para la población. ¿A esas transformaciones ciudadanas tenemos que aspirar, o no es por allí por donde va la cosa?
Para el próximo 14 de enero a las 14 horas cambiarán los nombres, las caras, los estilos, pero la corrupción como cuestión endémica sigue firme, enquistada en la historia política. Sólo basta mirar al respecto las actuales (¿patéticas, tragicómicas?) campañas electorales, plagadas de hechos corruptos: se superan los techos presupuestarios fijados por las autoridades electorales, se otorgan vales canjeables a los electores/”clientes”, se prometen paraísos, se miente descaradamente (¿la Selección ya no irá al próximo Mundial de Fútbol?).
Y lo más importante: los poderes constituidos, los que detentan las riendas reales de la marcha del país, los que pagan las campañas electorales (el alto empresariado donde confluyen los grandes capitales nucleados en el CACIF, y la representación diplomática de Washington que es la que efectivamente baja o sube el pulgar ante los candidatos) no quieren más cambios reales (como, obviamente, no lo quisieron en ningún país árabe donde estallaron aquellas protestas que antes se mencionaban).
Estos poderes fácticos podrán agradecer a la población protestando en la calle los “favores que le hicieron a la democracia”. Habría que agregar, inmediatamente, de qué democracia se habla: de la representativa, que custodia el libre mercado, por supuesto. Y que permite la Alianza para la Prosperidad y los climas de negocios “decentes” (sin el 30% de mordida que exigen las actuales mafias… “¡Se les fue la mano, muchá!”).
Vistas las cosas así, toda esta movilización social lamentablemente no pasó de una “moda” sabatina de raigambre clasemediera, urbana, muy probablemente manipulada por algunos medios masivos de comunicación, sin proyecto político en definitiva.
Los datos suministrados a la CICIG y al Ministerio Público con los que se desarticularon las estructuras de La Línea y del Seguro Social provienen (¿casualmente?) del trabajo de inteligencia de la embajada de Estados Unidos (concretamente se habla de la DEA, la oficina contra las drogas). Y “curiosamente” también, en Izabal el embajador de Washington, Todd Robinson, tuvo hace unos días severos conceptos respecto a la corrupción como el enemigo a vencer.
“Toca al gobierno y a la gente de Guatemala luchar cada día contra la corrupción y el crimen organizado. Me da rabia francamente la situación acá. Toca al gobierno, toca a las autoridades locales cambiar su situación. Nosotros podemos ayudar pero ellos tiene que cambiar su situación”, manifestó el 28 de abril a Emisoras Unidas. Ya se perfilaba ahí la gran preocupación de su gobierno por la corrupción reinante…. ¿Coincidencia?
En otros términos, podemos estar ante una pura reacción visceral de la población, importante tal vez, pero sin posibilidades reales de transformar nada, porque hay niveles de manipulación, y porque faltando un proyecto político real de transformación, el solo espontaneísmo no conduce a ningún lado. Es ahí donde cobra sentido el epígrafe del presente texto, un anónimo de la Guerra Civil Española: “Los pueblos no son revolucionarios…, pero a veces se ponen revolucionarios”. ¿Sucedió eso en Guatemala en estos días?
La indignación ante la corrupción –seguramente un poco manipulada por cierta prensa y cierta ideología que ve en el político profesional y no en la estructura de base el problema general, el “malo” de la película– sin dudas fue honesta. Aunque eso solo, sin proyecto político real a mediano plazo, con propuestas concretas de cambios político-sociales y económicos bien definidos, no conduce a nada.
Ejemplos de ello sobran en la historia. “El camino del infierno está plagado de buenas intenciones”, podría agregarse. De ahí la necesidad imperiosa de plantear las transformaciones como lo que efectivamente son: grandes movimientos en los cimientos que conmueven hasta la última piedra del edificio social. Si no, no hay cambio. Es gatopardismo.
Eso, el cambio profundo, no pasó en Guatemala, y como van las cosas, no va a suceder, porque la derecha ya fue desactivando la protesta… y porque los estados de rebeldía duran poco, pasan, se esfuman (los pueblos “se ponen” revolucionarios…, después todo sigue su curso. “Vuelve el rico a su riqueza, vuelve el pobre a su pobreza y el señor cura a sus misas”, dice con acierto una conocida canción de Joan Manuel Serrat).
De ahí que para lograr cambios hay que poder aprovechar esos momentos, esas “explosiones” revolucionarias. Y está claro que en estos momentos en el país, producto de la represión histórica, de la cooptación de los sectores progresistas, de la falta de recursos por parte del campo popular y de la acumulación enorme de ellos por parte de las clases dirigentes, la lucha no se libra en igualdad de condiciones.
Ante un momento interesante –no más que eso, pero tampoco menos– como el que se abrió, con un renacer de civismo y sed de protagonismo, con juventudes movilizadas como hacía años que no se veía, la protesta no pudo ir a más. No terminó, pero tiende a bajar, y todo indica que pronto habrá elecciones generales dentro de lo esperable, sin reforma electoral, con “más de lo mismo” (¿seguramente Baldizón presidente?; y si no fuera él, cualquiera más o menos igual, no importando el color, el género, el estilo o el envase con que se presente).
Otras medidas como el llamado a la refundación del Estado…, ambiciosas por cierto (¿refundar será dejar a un lado el actual y construir un nuevo?, ¿no implica eso un cambio radical en el juego de poderes?, ¿hay con qué hacerlo?), refundar el Estado seguramente deberá seguir esperando.
¿Más de lo mismo entonces? Como van las cosas, y en lo inmediato: sí. Entonces: ¿no sirvió de nada todo este despertar? ¡¡De ningún modo!! Deja consecuencias, enseñanzas, lecciones aprendidas… y avances.
Si bien esto no fue una “revolución popular” (¿la Revolución Sandinista, por ejemplo?, donde la gente en la calle, armada de palos y machetes y mucha cólera sacó del poder al dictador Somoza), tampoco puede decirse que la gente en la calle, definitivamente indignada, hastiada de tanta basura, no cuenta, que todo esto fue en vano.
Para muchos, el hecho de haberse permitido salir a protestar, marca un cambio en su vida. Luego del miedo de décadas atrás, se vivió ahora un despertar. El ejercicio ciudadano de ir más allá del rutinario (e inservible) voto cada cierto tiempo, mostró que existe un poder popular. Por lo pronto, varios funcionarios corruptos tuvieron que abandonar sus cargos, y varios de ellos guardan prisión. No es un cambio sustancial en la vida de ese 53% de guatemaltecas y guatemaltecos que sobreviven en la más cruel pobreza con dos dólares diarios, pero podría ser un inicio de algo.
¿Cayó la corrupta ex vicepresidenta por la movilización ciudadana? Sí y no. Seguramente hubo ahí una movida política palaciega (para eso vino el vicepresidente estadounidense Joseph Biden hace unos meses), y probablemente se utilizó el descontento ciudadano para amplificar la movida (guerra de cuarta generación, no lo olvidemos). Pero también la gente abrió algo los ojos.
Que el campo popular está fragmentado, desorganizado, cooptado por los poderes dominantes, no es ninguna novedad. Caído el Muro de Berlín, y con él caídos muchos sueños transformadores (¿caídos o adormilados temporalmente?), es difícil re-articular luchas por ideales que, hoy por hoy, se los quiere presentar como antidiluvianos, anacrónicos, supuestamente superados. De todos modos, mientras haya injusticias habrá reacción popular. Y por supuesto que sigue habiendo muchas y profundas injusticias.
La corrupción es una más de ellas, ni siquiera la más importante: es un efecto de un sistema que la crea. Por supuesto que son corruptas las propiedades obtenidas con la corrupción y el robo, tal como hizo –digámoslo como muestra– la ex vicepresidenta, al igual que todo el séquito de corruptos y parásitos que hicieron fortuna amparados en el Estado contrainsurgente y mafioso que aún continúa vigente y de la que ella era cabeza, junto al presidente aún en funciones.
Pero ¿no lo son también las obtenidas por medio de la explotación? Porque, hasta donde se sabe, nadie ha hecho fortuna trabajando… ¿Sólo a Ingrid Roxana Baldetti Elías habría que enviar al pelotón de fusilamiento? (en China, recordemos, se fusila sin miramientos a los funcionarios corruptos). ¿Quién corrompía a estos corruptos? ¿Quién se benefició –¡o se sigue beneficiando!– de estos enjuagues aduaneros, por ejemplo? ¿Cuándo se conocerán los nombres y, principalmente, se actuará contra ellos? ¿No muestra ese silencio que hay jugada palaciega en la denuncia de la CICIG?
La cuestión que este texto pretende transmitir es: ¿cómo hacer para mantener ese espíritu rebelde que se encendió en Guatemala en estos meses e ir más allá de la corrupción? Ojalá quienes lean esto tomen la pregunta como provocación para encontrar las respuestas. Aquí estamos esperándolas.
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Material aparecido originalmente en la Revista Análisis de la Realidad Nacional, del Instituto de Análisis de Problemas Nacionales -IPNUSAC- de la Universidad de San Carlos de Guatemala, año 4, edición digital No. 76, julio de 2015.