Una madre y sus hijos
A veces, en mi trabajo manual, tengo tiempo para pensar y se me
cruzan las ideas y los recuerdos, algo locas las ideas, algo lejanos los
recuerdos. Nací al final de siete hermanos, los cinco primeros fueron, Gustavo,
Rafael, Manuel, Hugo y Mauricio, luego vino la única hija que la madre tuvo:
Enriqueta y más tarde este
pobre barro pensativo, que ahora escribe su angustia, su sordo dolor sin
dejar de vislumbrar la esperanza. Enriqueta tuvo una hija a temprana edad,
Cecilia, que crió mi madre, ella ha pasado a ser mi hermana adoptiva. Es ella
la que me ha entregado dos malas noticias en el espacio de una semana.
La madre se casó con un hombre, que a poco andar mostró su mala leche de
desalmado, mujeriego y tomador. Ella, luego de pensarlo, tomar la decisión y
juntar recursos, deja al marido atrás y llega con su caterva a Santiago. Allí
las cosas fueron de bien a mal y a peor. Un mal día amaneció la novedad de que
Gustavo había muerto, atropellado por un conductor borracho. Desde ahí ya nada
fue como pudo haber sido.
Luego la vida se hizo dura, lo conseguido costó mucho esfuerzo,
hubo pequeños éxitos y grandes fracasos, hasta que acontecimientos funestos,
después del golpe sanguinario de los militares chilenos contra los intereses de
su propio país y pueblo, nos repartieron por el mundo. Antes Manuel había
salido del país en busca de una oportunidad mejor, su vida material mejoró,
pero ignoro si era realmente esa la oportunidad que buscaba. Somos en esencia
aves raras, nacimos en el campo, pero no somos campesinos, vivimos en la
ciudad, pero no somos citadinos y estemos donde estemos en algún momento nos
tira el terruño que nos trató tan mal. Creo que todos somos luchadores y a la
vez somos sobre vivientes de un naufragio.
Este octubre del año 2012 he recibido no un golpe duro sino dos. El 25 de
octubre murió, producto de una enfermedad perniciosa y persistente, Manuel
Alvarado, el que primero salió a ver como era el mundo, el 31 de octubre ha
muerto Hugo Alvarado, a la fecha ignoro si fue producto de una enfermedad no
tratada o de alguna incompetencia de los médicos que le atendieron. Me afirmo
en la idea de que los pobres tenemos la carga de trabajar siempre y disfrutar y
vivir menos, pues casi todo nos esta vedado. No era su edad, edad para morir ni
las enfermedades que tenían eran como para terminar con su vida, pero dado que
es el dinero lo que abre las puertas, al no tenerlo en abundancia, tienes la
vida más corta y tienes poco, casi nada del disfrute que la vida puede
significar.
Soy el último de la familia, una especie en vías de desaparecer, y
he sido el último en enterarme de la doble mala noticia. Para mal de males no
cuento con los recursos para tomar un avión e ir a despedir a mis hermanos.
Tampoco puedo llorar por esta pérdida irremediable, me queda el refugio
inestimable de mi memoria y desde allí los traigo, a Manuel y a Hugo, para que
mis otros hermanos, los de sueños, los del alma, los de la floreciente utopía
les conozcan. Ambos nacieron en Chile, por distintas vías llegaron a Buenos
Aires, soñaron con volver a la tierra que les vio nacer y ahora se apagaron,
dejando sueños, familia, amigos. Me queda el compromiso de ir en un tiempo
futuro a llorar sobre sus tumbas y rescatar las huellas de su paso por la vida.
Manuel Alvarado me envía su último latido
Siempre he creído que nacemos por azar. Me tocó nacer en una
región de cerros, vegetación no muy abundante y poca gente que habitara esos
parajes. Este lugar está cerca del mal llamado mar pacífico. Allí la vida era
apacible, pero no ofrecía muchas oportunidades, fui el último en nacer en esa
familia de una mujer hermosa y un marido borracho, juerguista y pendenciero, me
antecedieron cinco hermanos y una hermana. Al final de un largo calvario mi
madre toma la decisión de separase de su marido, un granuja del que no recuerdo
más que una orden irritada de apagar la vela, mientras la madre en otra pieza
lloraba su desventura.
De aquél entonces ha pasado más tiempo del que puedo recordar. He
vivido pellejerías y hechos afortunados, he andado caminos polvorientos y
entrado en salones lujosos, he trabajado bajo soles inclementes, lluvias
diluvianas y zonas de peligro, he conocido gente de valor menospreciada por la
vida como también más de algún tonto que estaba en posiciones de poder. En este
lapsus me han querido por razones que escapan a mis méritos y me han odiado por
no ser un lame culos.
Para salvar la piel, los huesos y los sueños, un mal día salí del
país invadido por sus propios militares, luego de unos instantes de indecisión
llegué al norte, más norte que he podido conocer, justo al otro lado del
imperio. Buscando un poco de calor y conocimiento me fui a la parte que habla
francés, donde llegué primero se habla inglés. Y aquí me he ido haciendo otro
en la fragua del tiempo.
Mi madre logró llegar a Suecia con Mauricio y Cecilia, luego llegó
mi otra hermana con su familia. En resumen ahora tengo familia en Suecia,
Argentina, Chile y Canadá. El detalle es que solamente mi hermana menor ha
logrado romper el hielo de la incomunicación y de vez en cuando me envía
telegramas, que me esmero en responder.
Hace algunos largos días ella me escribe y me da la noticia, ya no
sé si como un golpe de hacha o como un bofetón. Algo se ha cortado
definitivamente, un golpe duro me ha empequeñecido, mi hermano, el que un día
salió de Chile buscando una posibilidad de abrirse un mejor destino, ha muerto.
He quedado buscando una explicación. Todos algún día nos hemos de
morir, esto me impulsó a decirle al poeta, mi amigo desde la adolescencia, que
la vida era un fracaso, él no me comprendió: resulta que él tiene otros escapes
para enfrentar estos momentos, recurre al teléfono, habla con sus hermanos y
los visita casi todos los años. Yo no tengo nada más que mis recuerdos y el
análisis.
Manuel Alvarado nació hace muchos años en algún punto de lo que hoy es Olmué,
pudo ser en El granizo, Lo Narvaez, Quebrada Alvarado o Las Palmas de Alvarado.
En los inicios de la década del sesenta del siglo pasado se fue a Buenos Aires.
Allí se hizo un lugar a fuerza de empuje. Pudo ser muchas cosas, distintas a lo
que fue, como por ejemplo: matón sindicalista, líder sindical, mafioso
encargado de las cobranzas, asaltante de bancos, capitán de barco, gerente de
alguna industria mediana, corredor de autos o dueño de algún lugar para
entretener a los habitantes de la noche. Fue algo mil veces mejor; trabajó
duro, ahorró, se arriesgó y creo su propia pequeña empresa de impresiones, se
casó y tuvieron dos hermosas niñas. Yo las conocí en dos instantes de sus vidas
las únicas dos veces que he estado en Buenos Aires.
Recuerdo que una vez en Las Palmas de Alvarado, pasó por allí un fotógrafo
y todos los hermanos que en ese entonces éramos seis, pues el mayor ya había
muerto, nos sacamos una foto. Tiempo después la volví a ver algo ajada, pues
Hugo, el cuarto hermano, insistió en tenerla como su propiedad en un bolsillo
de su preferencia. Allí murió la foto, pero no el recuerdo de ese instante.
Recuerdo que una vez llegó Manuel con la novedad de que trabajaba en la empresa
de transportes colectivos del estado (y pensar que ahora es el estado el que en
gran parte ha financiado un sistema privado de transportes, aquellos eran los
tiempos en que los burgueses tenían un cierto decoro y creían ser
nacionalistas, ahora no hay nada de eso), exactamente no logro rememorar a
título de qué, Manuel salió con la frase la
intríngulis de la vida y el código penal. Recuerdo que al atardecer, tres
de mis hermanos mayores bajaban al pueblo (de una sola calle) a jugar dominó,
Manuel era alegre y expresivo, además de tener suerte, siempre ganaba y lo
manifestaba, una noche, cansado de perder, el matón del pueblo sacó un cuchillo
para enfrentar a los tres hermanos, Manuel que también era precavido sacó el
revolver y disparó, con buena suerte y mala puntería, el matón dio media vuelta
y corrió calle arriba, Manuel, Rafael y Hugo lo siguieron, Esa noche sonaron
cuatro balazos y quedo la fama de alguien predestinado a enfrentar las
adversidades con decisión de salir adelante. Recuerdo que cuando llegamos
exiliados a Buenos Aires, Manuel se esmeró en darnos un espacio y a mi me dio
un trabajo que me permitió conocer casi toda la ciudad y sus alrededores.
La última vez que vi a Manuel fue hace casi veintitrés años, en
todo ese tiempo tuve noticias esporádicas, hasta que hace poco, por intermedio
de Beatriz Palmieri, restablecí contacto con mi hermano. Pero algo estaba
definitivamente perdido en la nebuloso del tiempo y simplemente comprobé, una
vez más, que mis hermanos tienen terror a poner en papel su pensamiento, yo
tengo terror a hablar por teléfono. Se ha producido la incomunicación perfecta,
casi como una conversación de autistas.
Lo que no acierto a comprender es que nos pasó, que su familia no
ha querido ponerse en contacto con nosotros o si lo hicieron, que ha impedido
que yo haya sabido oportunamente de su estado de salud, posterior muerte y
velorio. Ahora ya es tarde, ni llorar puedo. Imagino un lugar en un cementerio
que alguna vez conoceré, allí un pequeño espacio tendrá el nombre de mi
hermano. Bajo tierra habrá una caja de madera y la acción irremediable del
tiempo deformando lo que fue. Imagino a Elsa y sus dos hijas en el trance de
aceptar la muerte de quien fuera esposo, padre y sobre todo trabajador
incansable para que nada les faltara.
Y sin embargo pienso que siempre nos falta algo. A mi me ha
faltado la decisión de romper la incomunicación, quizá exista una explicación,
por ahora no sé si quiero encontrarla. Lo que si sé es que guardo y guardare
los pocos recuerdos de quien fuera en vida un hermano ausente. Lo último que me
atrevo a decir es que un día, en ese casi año que pasé a su lado, me dijo que
le gustaría volver al lugar de partida, pero nadie de su familia le
acompañaría, sentí su pena por ese desencuentro entre su deseo y una realidad
que lo anclaba a un lugar, pudiera decir que le dije tal o cual cosa, lo que
seguramente no será cierto, pues uno no siempre actúa con la sabiduría que el
momento pide. Creo eso sí, que el simple hecho de que me lo haya dicho le
significó descargar un peso.
Ahora Hermano nada te ata, ningún peso te agobia. Imagino que tus
muchos amigos, que a veces en esta hora son pocos, estuvieron a tu lado,
imagino que tu familia, ya pasado el momento de la gran tristeza, estará en
vías de reponerse.
Aquí en el otro extremo del mundo tienes a un desconocido, que fue hermano
tuyo, que te verá siempre en vida como un niño grande y juguetón, algo amigo de
burlarse, siempre dispuesto a extenderle la mano a quien necesitara ayuda. Como
soy un porfiado que se esmera en no entender de muertes, te recuerdo y
recordaré siempre en vida. Hermano, ahora descansa, que nosotros seguimos la
tarea. Recibe desde el norte de este planeta chiquitito, pero inabarcable, mi
respeto y agradecimiento por tus muchos gestos de amor.
Hugo Alvarado me habla en silencio
Saber de la muerte de un hermano es un dolor, saber que ya no está
luego de haber perdido el contacto tanto tiempo es una carga que te oprimirá el
resto de tus días. Saber la muerte de otro hermano en el espacio de seis días
es más que una doble mala noticia, es algo que no quiero describir, pues me
faltarían las palabras y en este instante no tengo vitalidad de espíritu para
crear las que sea necesario.
Ocurrió un 25 de octubre la muerte de Manuel, ahora me golpea la vida con la
noticia de la muerte de Hugo este 31 de octubre recién pasado. Hace dos noches
recibí la visita de una amiga imprescindible. Hortensia llegó con tres rosas,
dos blancas, una por cada hermano y una roja por la pena que me embarga. No es
una pena para llorar o salir corriendo clamando al cielo, Es una pena que en
cierto modo siempre ha estado conmigo, pero que ahora me dice las muchas cosas
que no he hecho, los muchos buenos instantes que no he disfrutado y me reprocha
el tiempo sin atreverme a romper el hielo de la incomunicación.
Hacia el ayer nada puedo hacer, salvo mirarlo y aprender de mis errores y
apreciar el paso de mis hermanos por la vida. Hugo fue un trabajador
infatigable. Recuerdo que uno de sus primeros trabajos fue de panadero puertas
adentro, es decir dormía en la panadería, hacía el pan y salía a repartirlo,
una vez llegamos a un almacén Enriqueta y yo, esperamos un momento y llegó Hugo
en un triciclo, llenamos algunas bolsas con mercancías diversas, algo hablamos
con el hermano y nos fuimos. Ahora entiendo que Hugo nos mantenía con su
trabajo, por lo mismo puedo decir que en parte la vida se la debo a él,
recuerdo una mañana que llegué con mi madre a visitar a la abuela que vivía en
el campo, allí trabajaba con los abuelos mi hermano Hugo, estaba en edad de ir
a la escuela, pero no había condiciones para eso, apenas llegamos me llevó a
ver un campo de habas, las habas son unas plantes delgadas con muchas hojas
esbeltas y brillantes, pueden alcanzar la altura de metro y medio o algo más y
florecen antes de construir las vainas con las semillas comestibles. Sería
mentir si dijera que era un espectáculo maravilloso, pero en ese campo era lo
mejor que se podía ver y mi hermano Hugo me regaló ese recuerdo.
Recuerdo que en Santiago, luego de trabajar en una carpintería,
Hugo llegaba a casa, comía algo y salía en la noche a estudiar, una muchacha
que nunca conocí le enseñaba a leer. Aprendió con dificultad, pero eso no
impidió que disfrutara leyendo cientos de libros. Una tarde me dijo que le
bastaba con leer unas cuantas páginas del comienzo otros más de la parte del
medio y otras del final, el resto lo imaginaba. Ignoro que tan eficiente será
ese método, pero una vez me sorprendió resumiéndome un libro, que yo acababan
de leer completo, con acertados detalles, lo cual me demostraba que o me había
mentido o su método era eficiente.
Recuerdo que estando en la mueblería, Rafael, que era visto por
todos nosotros como algo tacaño, le pidió que le hiciera una caja fuerte de
madera. Un día apareció con una cajita color madera, sin barnizar, no era
ninguna belleza, la magia estaba en su utilidad, color natural y sobriedad.
Tenía una cerradura incrustada y por dentro un mecanismo de seguridad que
consistía en que si algún intruso quería abrir la caja haciendo palanca con
algún objeto chocara con una defensa interior. Había solo dos maneras de
abrirla, con la llave o destruyéndola totalmente. En ese tiempo era impensable
que te asaltaran en tu propia casa, hoy esa cajita sería el primer botín de los
asaltantes de casas.
Trabajó en varios oficios hasta llegar a uno que le acompañó la
mayor parte de su vida, fue gásfiter (así se decía en Chile, plomero le decían
o le dicen en Argentina). Recuerdo que me llevó a trabajar con él una vez,
conocí lo que almorzaba casi todos los días, un “sanguche” de mortadela,
salchichón o jamón y té con agua hervida en un tarro que calentaba con el
soplete, el mejor té del mundo. Conocí las propiedades del hormigón armado, se
endurece a medida que pasa el tiempo, estuve dos días completos dale que dale
con un martillo a un cincel para abrir una zanja por donde pasarían las
cañerías que él colocaba. Recuerdo la última vez que le visité, no estaba en
Buenos Aires, Manuel me dio una dirección, pero se equivocó de nombre de la
ciudad donde trabajaba Hugo. Luego de viajar toda una noche llegamos a un
lugar, cuya dirección existía, pero allí no había casa ni nada en construcción.
Ya no recuerdo si por azar de la vida o por una llamada de teléfono, Hugo llegó
un día antes que me devolviera a Montreal, fui a su casa, conversamos de muchas
cosas, pero de nada trascendental, es como si el tiempo se empecinara en romper
la comunicación, pero es que Hugo, comparte conmigo el día de nacimiento (ambos
nacimos el mismo día del mismo mes, en años distintos) y la forma de ser. Si
nadie le habla no habla, si nadie inicia una conversación Hugo podía pasar el
día entero sin decir una palabra. Esa tarde en Lomas de Zamora conversaban dos
hermanos que hacía mucho que no se veían, que vivían en lugares muy alejados
uno del otro y que podían comunicarse sin hablar. Creo que el mayor instante de
comunicación con él fue cuando me fue a dejar a la parada del autobús. Desde su
casa a ese punto había tres cuadras, no hablamos mucho, pero en esos silencios
supe de que su tristeza venía de antes, quizá aún antes que naciera.
No fue afortunado en el amor, no fue amigo de contar sus fatigas y
desconsuelos, no hablaba para alardear de nada, aunque a veces contaba
historias imposibles de verificar, lo que demostraba que su cerebro no
descansaba buscando salidas o hilvanado realidades imaginarias. Era un escritor
que no escribía, era más bien un cuenta cuentos alrededor de un fogón, con la
salvedad de que no siempre había un fogón ni gente atenta al relato, que
inventaba sobre la marcha. Recuerdo que antes de venirme a Canadá, de eso hace
ya más de la mitad de mi vida, le dije en Buenos Aires que nos fuéramos juntos,
mi drama era y es la timidez, no podía él saber el terror que me da hablar con
desconocidos por primera vez ni yo se lo dije. Acepté en silencio su respuesta,
me dijo que igual tendría que trabajar. Lo que el no supo es que aquí, por el
mismo trabajo de allá, la diferencia es veinte, veinte cinco y hasta treinta
veces más. Él decidió quedarse allí, yo acepté la única salida que era irme. Si
la decisión en ese momento hubiera sido otra, hoy el mundo sería otro o por lo
menos lo vería con otros ojos. Lo que ha sido nos permite ser hoy lo que somos.
Sin embargo nada indica que nos hubiéramos librado de la nostalgia por el lugar
perdido.
Desde aquellos instantes, toda una vida hacia el ayer, traigo a
Hugo Alvarado a mi presente, él me habla en silencio y yo le escucho con fervor
y reconocimiento. Este hermano silencioso conoció de fatigas y falta de
oportunidades, su vida fue trabajar y trabajar, condenado por un sistema que no
se ocupa del desarrollo de la potencialidad humana. Yo reconozco en él a una
persona que mereció otro destino, que fue grande en su humildad y supo hablar en
el silencio como también supo donde había que estar por venir de donde venimos.
Por mis hermanos, ahora es mejor que calle y que hablen nuestro
silencios, es decir nuestros actos.
Desde Montreal, Manuel, Hugo, les acompaño en su viaje.
Tito Alvarado, el hermano que vuelve del olvido.
* * *
Caro Tito,
estoy contigo espiritualmente y lo mas cerca posible en
este momento. Considérame/considéranos parte de una hermandad mas amplia, la
que incluye individuos, el dolor por la muerte de algunos de ellos, pero
también la felicidad por la vida. Sigo pensando que el deseo de resolver los
grandes problemas de sobrevivencia de la especie humana son la única forma de
transformar la dialéctica vida /muerte en una síntesis superior. Es la única manera de transformar la muerte en una continuación de la vida. El texto
que has escrito con calor y razón es un ejemplo.
Un abbraccio
Roberto
[Massari]
Querido Roberto
Es en momento de dolor en que nos hundimos o aprendemos. Me
gustaría ser recordado como una persona sabia y en eso me esmero. Es por esta
sabiduría colectiva que he asumido el camino de la Utopía Roja. Me parece que
en abril tenemos una oportunidad preciosa para ver el mundo que queremos y
trabajar incansablemente para acercarlo.
Superaremos a la muerte en tu certeza: resolver los problemas de sobrevivencia
de la especie humana.
Gracias por tus palabras que ponen en perspectiva un
instante. nos veremos en México y nos vemos en las acciones,
un abrazo emocionado
Tito Alvarado
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www.utopiarossa.blogspot.com