Cartas a un sacerdote
A pocos días de la elección de Jorge Mario Bergoglio como el 266º papa y su entronización con el nombre de Francisco, publicamos tres cartas que
Roberto Massari envió entre el 14 y el 19 de marzo a un sacerdote católico que aquí llamaremos Padre F. Me permito introducirlas brevemente por dos motivos: porque en estas cartas Roberto me menciona (marginalmente) y porque con el nuevo Papa tengo al menos una cosa en común: ambos somos argentinos, con las varias consecuencias que eso pueda tener. [e.v.]
En casi todo el mundo el enorme estupor
y la incontenible alegría por la elección de este papa parecen haberse unido en
un solo sentimiento cuyas exteriorizaciones suenan tan genuinas y esperanzadas
en unos como hipócritas o histéricas en otros. Estupor por tratarse del primer
papa no europeo - y para los de este lado del mundo, por si fuera poco, latinoamericano
-, con todas las consecuencias que eso puede llegar a significar. Y alegría, en
parte por el mismo motivo y en parte por muchos de los gestos y señales que
desde su primer salida al balcón y desde la elección de su nombre, Francisco ha
sabido lanzar al mundo: afabilidad, sencillez, humildad y sobre todo una cierta
vocación de pobreza (¿franciscana?) que, según sus propias palabras, ansía para
la Iglesia católica. Bastaría esto último para considerarlo ya un papado que
trae de veras un viento nuevo y una mutación histórica para la ajada Iglesia
católica, eso sí, siempre maestra secular en espectacularidad, aún para mostrar
los gestos mínimos, que es por lo demás una de las esencias de la sociedad del
espectáculo: la transformación de lo “real” en un “momento de lo falso”.
De la histeria como reacción no
han quedado excluidos muchos de los que repudian esta elección. He leído en
Argentina comentarios realmente impresentables e inaceptables para quienes dicen
luchar por un mundo más libre y justo, que trato siempre de imaginar como
personas serenas, sensatas y ansiosas de buscar la verdad y transformarla
positivamente en vez de arremeter a la ciega contra lo primero que les
desagrada.
Muy diferente es la actitud de
Roberto Massari en estas cartas y en general: su indignación trata de ir en
busca de la verdad, cualquiera sea. Y cuando la encuentra o la intuye la dice, sin
hacerle descuentos a nadie, pero con garbo y mesura, en este caso a un cura, que
por lo que sé es de ideas muy abiertas y avanzadas respecto a la jerarquía
eclesiástica, pero cura al fin.
No cabe duda que la mirada de
Massari sobre este tema es la de un europeo, y no podría ser de otra manera. Es
un internacionalista y gran conocedor de América Latina, pero obviamente no
puede tomar el pulso de manera cabal a cada situación política y social que se
verifica por estas pampas, este verdadero “fin del mundo”, como ha dicho
coquetamente el Papa entre sus primeras palabras. No pretendo yo corregirlo en
nada de lo que afirma, sobre todo porque comparto las cosas esenciales que
expresa Roberto. Quiero simplemente aclarar - no porque él lo diga sino porque
pudiera parecer que lo dice - que mis envíos de los artículos de Página 12 (diario alineado en general
con el oficialismo) y otros a la redacción de Utopía Roja, no respondían a una
voluntad de poner el dedo solamente en la llaga del pasado de Bergoglio sino
por deber de información. Deber de información que no hubiera puesto en
práctica (como no lo hice) con ningún argentino, a no ser que alguien me
demostrara cierta agresividad en negar las evidencias o que yo supiera que
coincidía conmigo. Es que, en realidad, el pasado de Bergoglio durante la
dictadura me preocupa mucho menos que su pasado más reciente en Argentina y lo
que geopolíticamente este papado puede llegar a representar para América Latina
y el mundo, similar a lo que fue el de Juan Pablo II respecto a los fermentos
revolucionarios que se estaban gestando en aquella época en Polonia y en toda
Europa del Este, así como en otros continentes.
He leido que el padre Jalic,
desde Alemania, ha dicho ahora que Bergoglio no lo denunció a él y a Yorio, que
así lo creyó hasta hace varios años pero que ya no es así (después de la
elección había declarado "No puedo juzgar el papel de Bergoglio en estos
sucesos"). Por su parte, en Argentina, Hebe de Bonafini (de una de las
líneas de Madres de Plaza de Mayo) le ha escrito una carta en la que se dice
sorprendida al conocer su labor pastoral en los barrios más pobres y en la que
depone su actitud beligerante, aquella que les hacía cantar cada vez que
marchando pasaban ante la Catedral de Buenos Aires: "Ustedes se callaron
cuando se los llevaron". Pareciera pues, que el primer viento nuevo que
trae este papa es el de la reconciliación, lo cual puede ser muy positivo en
algunos ámbitos de la vida privada, pero no en el terreno social, donde ciertas
divisiones de clase son irreconciliables mientras se mantenga un sistema tan
injusto.
Por ahí pasa mi temor: que las
energías rebeldes de las masas latinoamericanas y de otros continentes vayan a
ser canalizadas hacia un mundo de “paz y amor” pero sin justicia social. Mi esperanza
es, de todas maneras, similar a la que expresa Roberto hacia el final de la
tercera carta, es decir que el Papa pueda demostrar sus gestos espectaculares hacia
los pobres y los oprimidos con acciones. En lo concreto de una parte de mi vida,
la de militante social y cultural en barrios humildes de mi ciudad, espero
(aunque no confío mucho en que así suceda) que, acuciados por el mensaje papal,
los católicos se vuelquen en masa a darnos una mano como jamás lo hicieron.
Enzo Valls
Te
adjunto un artículo de Página 12
(conocido diario argentino con el cual colabora el también muy conocido
periodista Horacio Verbitsky) que Enzo nos envió inmediatamente desde Argentina
para nuestra información.
No
te la envío con fines polémicos ni nada por el estilo. Me parece solamente que
es justo que tu estés informado de entrada y en los límites de lo posible de la
cuestión. A mí no me sorprende tanto que en el pasado de Bergoglio haya habido
episodios de silenciamiento o connivencia con la dictadura militar (la de más de 20.000
desaparecidos) - no consigo imaginarme a un miembro de la jerarquía
eclesiástica argentina en aquellos años que haya tratado de contrastar la
matanza y haya quedado con vida - sino la indiferencia de los grandes electores
cardenalicios frente a una mancha de esa naturaleza, que ha sido denunciada y
puesta por escrito por un periodista famoso.
Después
de lo cual nada impedirá a este Papa ser mejor o peor de los anteriores. Es
más, tal vez justamente por esta mancha en su pasado, puede ser que haga de
todo para que la misma caiga en el olvido o para hacerse perdonar. Por ahora no podemos saberlo.
Quedo
sempre estupefacto ante estos «desafíos» que periódicamente el Vaticano lanza a
la opinión pública mundial, indiferente hacia el deterioro de su imagen que de
ello deriva. La desfachatez de haber querido beatificar a un papa colaborador y
admirador del nazismo como Pio XII me asombra aún y constituye un precedente de
gravedad sin parangón. Al lado del holocausto nazista, la redada del ghetto de
Roma, las Fosas Ardeatinas, etc., no es nada un poco de omertà con los generales argentinos.
Te
aconsejo una nota alegre: il Manifesto
- que muchas veces con sus títulos es más que genial - puso hoy como título:
“Ma non è Francesco”, con la imagen del nuevo Papa (referencia a la famosa
canción de Lucio Battisti “Non è Francesca”).
Y ha confiado el comentario principal a Franco Cardini, el más conocido
medievalista italiano (autor de una biografía de San Francisco), personaje
incómodo políticamente y no alineado con nadie.
Como
puedes ver, una vez más, se confirmó aquello de que “quien entra papa sale
cardenal”. Me parece que este Bergoglio, a diferencia de la vez anterior, no
estaba ni siquiera en la rosa final de los papables.
Consolémonos,
entonces, con otro dicho de nosotros los romanos: morto un papa se ne fa un altro (muerto un papa se pone a otro) - y
esta es por el momento la única consolación…
Si
bien no es sobre estas miserias humanas (el asunto mezquino y cruel de la
«entrega» de los dos jesuitas Yorio y Jalics a los torturadores militares
argentinos) que debe concentrarse la atención respecto a la elección del nuevo
Papa, el hecho es que la verdad hay que buscarla siempre. Y más se sospecha que
esa verdad puede resultar incómoda, más es menester buscarla. Es un poco el
punto número 1 de Utopía Roja (el fin no justifica los medios y en los medios
debe estar presente la esencia del fin).
Por
lo tanto, aún sin perder de vista la importancia de una elección papal fuera de
lo común (precedida a su vez por una renuncia igualmente fuera de lo común) y
la elección del nombre «Francisco» como declaración programática de querer invertir
la ruta mercantilista del Vaticano (está por verse hasta dónde podrá llegar),
no se puede ignorar o fingir no saber que a mitad de la década del 70 el
Provincial de los jesuitas argentinos abandonó a dos colegas en las manos de
los generales, mantuvo relaciones especiales con Massera (el almirante
torturador que fue también miembro de la P2 italiana) y fue involucrado en
cuestiones inmobiliarias de dudosa ética judicial.
La
organización de propaganda del Vaticano ya partió al ataque contra Verbitsky y
contra Página 12 por la documentación
que han aportado sobre el affair de la delación. Creo por lo tanto que es mi
deber transmitirte lo que Enzo Valls nos envió esta mañana y que actualmente es
objeto de lectura y reflexión en muchos ambientes de la sociedad argentina.
El
texto está en castellano y tal vez es difícil de leer. Pero la parte crucial es
bastante clara. Y las citas están entre comillas. Pero la cosa más clara de
todas es que el sacerdote todavía vivo, Jalics, declara haber perdonado al
responsable de la delación, sin desmentir nada de lo que apareció (hace
bastante tiempo) en la prensa argentina.
Jalics ha perdonado a Bergoglio. Y si Bergoglio pidiera públicamente perdón, por un
error cometido en un contexto extraordinario para la misma Argentina, estoy
seguro que toda la comunidad cristiana (y parte de la no cristiana) se lo
concedería. Ha elegido en cambio el camino de la desmentida, del negar la
evidencia, de la difamación de quien ha contribuido a excavar en la tragedia de
aquellos años terribles. Con esta actitud está infelizmente hipotecando su
(futura y presunta) obra de resaneamiento: porque en un mundo dominado por los
mecanismos de la sociedad del espectáculo (piensa en lo que circula en la Red…)
la mancha se ensanchará y contaminará también lo que hay de bueno en lo que
este Papa se apresta a hacer. (Por lo demás, peor que el anterior no podrá ser y la Iglesia tiene una enorme
necesidad de lustrar un poco su propia imagen hacia afuera del mundo de los
fieles.)
Vista
la colaboración y la familiaridad que existe entre nosotros, me siento en el
deber de enviarte esta documentación que Enzo ha enviado a la redacción de
Utopia Roja, sin esperar de tu parte ningún comentario o toma de posición. Te
la envío por simple deber de información. Me hubiera gustado mucho poder
enviarte alguna buena noticia o la documentación de algún acto de generoso
apostolado de Bergoglio con relación a las 20-30 mil víctimas de los militares
argentinos, de sus parientes, de los bebés secuestrados y criados por “padres”
cómplices de los torturadores. Pero desgraciadamente no es así.
he
releído el articulito che me enviaste (que no es el artículo de la Frankurter sino un breve resumen hecho
por uno de los menos serios grande diarios italianos, es decir La Repubblica). Considerando que leemos
solamente frases tomadas de las cartas de Bergoglio y nada de lo que le deben
haber escrito los parientes implorando probablemente su intervención, extraigo
algunas conclusiones lógicas:
1) No hizo nada o casi nada para liberar a sus cofrades,
por que si así fuera habría referido algo al hermano o a los parientes, tal vez
sin hacer nombres, pero sí refiriéndose a actos concretos. Aunque sea para
aliviar la pena de los parientes. (Agrego que si hubiese hecho algo habría
obtenido algún resultado. En el fondo, los militares se habían permitido el
atropello solamente perché había sido él quien había levantado la cobertura de
la Iglesia a aquellos dos pobres desdichados. Podía también reponerla.)
2) Dice que supo siempre que estaban vivos, pero lo dice
después de su liberación. Por lo tanto: o mentía en aquel momento (en realidad
no sabía más nada) o no había hecho ningún paso concreto con anterioridad,
porque en tal caso habría sabido que estaban vivos y lo hubiera comunicado a
los parientes.
3) La publicación de estas cartas ahorra a los
estudiosos el trabajo de ponerse a buscar otras. Si existieran las habrían
mostrado. Con tal de justificar lo injustificable decidieron inflar referencias
insignificantes e hipócritas (de las cuales se deduce que no había movido un
solo dedo por sus hermanos).
4) Hacen bien los diarios argentinos que recuerdan que
el problema en aquellos años no era solamente Bergoglio, sino el conjunto de la
jerarquía eclesiástica argentina, connivente de una u otra manera con los
militares asesinos; Bergoglio no era la excepción sino la regla.
5) Es ridícula la acusación a Verbitsky de utilizar
viejos materiales. ¿Qué debe hacer un periodista sensato que ya se ha ocupado
de estos temas en el pasado: inventarse nuevos materiales? En todo caso son los
cardenales del Conclave quienes deberían justificarse por el hecho de que, aún
existiendo desde hace tiempo estos materiales, hayan considerado igualmente
poder elegir a Bergolio. (Pregunta ingenua y maliciosa al mismo tiempo: ¿de
verdad no podrían haber encontrado a otro, digamos, “sin antecedentes”, para
elegir?)
6) Hoy los diarios publican un comunicado de la Corte
suprema de justicia argentina que desestima cualquier tipo de complicidad de
Bergoglio con los militares asesinos. En definitiva, el vicario de Dios sobre
la tierra queda absuelto por insuficiencia de pruebas en una sentencia del
aparato judicial argentino. Si yo fuera Dios me enojaría un poco. Pero luego,
pensando en todo lo que me tocó ver en la historia de la Iglesia en los últimos
dos mil años, mucho peores que estas, me calmaría y perdonaría, como
generosamente ha hecho el padre Jalics. Yo (en
cuanto Roberto Massari, no Dios) no hubiera sido capaz, lo admito. El perdón es
una gran invención del Nuevo Testamento que en general está ausente en el
Viejo, y que nunca me convenció. Puedo entender el perdón solamente como una
forma de recuperación, un intercambio a la par: hiciste una cierta cantidad de
mal y la sociedad te perdona sólo si repagas con la misma cantidad de bien. Es
un principio que existe en parte en la moderna jurisprudencia dirigida a la
recuperación del pecador (delincuente) más que al castigo.
7) Queda el hecho de que la mancha en el pasado del Papa
Francisco existe, está documentada, es pública, es conocida y permanecerá en el
tiempo, pasando de boca en boca, come por lo demás está ya sucediendo en la
prensa y en Internet.
8) Preveo dos consecuencias políticas, una mala y una
buena: a) La mala es que el Papa Francisco deberá agradecer al gobierno de
Cristina Fernández de Kirchner (o a quien vendrá después de ella) por no haber
querido profundizar en esta historia y de todas maneras por no haber querido
aprovecharse. Por lo tanto es una papa condicionable por el gobierno argentino.
b) La buena es que el papa deberá estar atento no solamente a no bendecir a
otros dictadores y feroces torturadores (como han hecho siempre sus
predecesores desde Paulo VI en adelante), sino que deberá demostrar con sus
acciones que aquellos fueron errores de juventud y que hoy se ha vuelto mucho
más bueno, ya sea hacia los pobres que hacia los oprimidos. Quizás en todo esto
puedan beneficiarse también los homosexuales y los enfermos terminales. En
cuanto a la actitud hacia las mujeres, en cambio, sigo siendo pesimista.
Paso
ahora la palabra al Abogado del diablo (que en este caso debería demostrarse
favorable a «santificar» a Francisco, al contrario de lo que ocurre en los
procesos vaticanos de santificación).
(Traducción: Enzo Valls)