Muchas cuestiones giran en torno al Paro Internacional de Mujeres convocado para el 8 de marzo, al que adhiero por considerarlo importantísimo aunque con algunas diferencias, porque percibo que está todo demasiado embrollado.
Un estandarte que debería mantenerse firme –porque la situación así lo exige– desde algunos sectores se desvirtúa, y demasiado para mi gusto; convengamos que son varios los movimientos feministas que se despliegan y, aunque parezca mentira, diferentes son las concepciones.
Hace unos días escuché a una mujer por televisión, invitando al paro y diciendo con una seguridad absoluta, casi como si fuera una verdad revelada: “Que ese día los padres queden al cuidado de los niños y las que no tienen marido que los dejen con la abuela”.
Yo no podía creer ese argumento y pregunto, para algún sector que sea en lucha por los derechos de la mujer –que realmente están tan demorados–, ¿las abuelas no somos mujeres, ese día nosotras sí tenemos que seguir criando?
Y me quedé pensando, además, ¿por qué las mamás no deberían atender a los niños ese día: acaso nos sentimos explotadas por ellos?
O, ¿por qué las mamás no pueden marchar con sus hijos, si sería eso uno de los mejores ejemplos para inculcarles, desde pequeños, que los derechos cuando son avasallados se exigen en las calles? No se ruegan ni se espera que caigan del cielo. Madres en lucha son maestras de la vida, nada nuevo en lo que digo.
No son los hijos los que nos ningunean: es el sistema, muchachas –a ver si lo tenemos claro de una buena vez–. Tampoco todos los hombres son explotadores, femicidas y acosadores, así como no todas las mujeres son abusadoras ni se basan en conceptos como escuché varias veces por ahí de algunas mamás, diciéndoles a sus hijas: “buscate un boludo que te mantenga”, cosa que así hizo la niña cuando creció… Y el 8M algunas aseguraron asistencia.
Los poderes dominantes tiene la propiedad del desvirtúe, generando divisiones y echando por tierra un concepto que es maravilloso además de imprescindible: la lucha por la igualdad de género. Y la igualdad es eso: igualdad, no dar vuelta la historia según nos convenga para pasar a tener el dominio absoluto que tanto decimos repudiar.
Quiénes se encolumnan detrás de las “propuestas del sistema” –como algunas ONG de las cuales ya sabemos cuál es el origen de sus financiamientos– no son sino mujeres confundidas que al final terminan siendo utilizadas por ese mismo sistema que las impulsa a deslegitimar luchas heroicas, que costaron tantas vidas a lo largo de la historia del mundo.
Creo que nos urge un debate más profundo que apunte al ojo del callo que enquistó un sistema nocivo, genocida y que sigue con su proyecto, desarticulando hasta los fines más nobles que pueda exigir el ser humano, y lo hace con una seguridad que espanta.
Por eso este “8M Paro Internacional de Mujeres” me parece perfecto que haya compañeros que quieran sumarse a la masa de mujeres movilizadas contra una sociedad patriarcal, cuya columna vertebral se encuentra en las iglesias que siguen considerando que somos el resultado de una costilla del hombre.
Iglesias que jamás tuvieron en cuenta que ese hombre se alimentó de nuestras tetas, mucho menos consideraron que gracias a su sentencia “parimos los hijos con dolor”, tal vez porque el hombre ya no podía perder más costillas…
Iglesias que jamás se manifiestan contra los femicidios y que muchas veces, a través de representantes, justificaron violaciones de niñas no quedando exentos de actos aberrantes muchos niños.
Muchas veces dije –y hoy sostengo en vísperas del 8M– que no me autodefino como feminista por considerarlo una redundancia: soy mujer comunista. Y no me vengan a decir, como escuché por ahí en medio de una maraña en un ovillo de incoherencias, que hay comunistas machistas.
No, compañeras: ser comunista es defender desde las vísceras la igualdad en todas sus formas y expresiones, tratando de aniquilar la supremacía aunque a veces, demasiadas, venga de otra mujer. Ejemplos sobran.
Marchemos juntas y juntos este 8M –madres, abuelas (cómo que no), compañeras, compañeros, hijos, hijas–, porque este sistema nos está pasando por arriba a todos y a todas.
Uno de los íconos mundiales del feminismo, Alexandra Kollontái (1872-1952), expresó:
“¿Cuál es el objetivo de las feministas burguesas? Conseguir las mismas ventajas, el mismo poder, los mismos derechos en la sociedad capitalista que poseen ahora sus maridos, padres y hermanos.
¿Cuál es el objetivo de las obreras socialistas? Abolir todo tipo de privilegios que deriven del nacimiento o de la riqueza. A la mujer obrera le es indiferente si su patrón es hombre o mujer”.
El 8M todas y todos autoconvocados contra:
• los femicidios (en 2017 se registraron 292 asesinatos de mujeres en la Argentina. Es decir que una mujer fue asesinada cada 30 horas en el país durante el año pasado);
• la brecha salarial;
• el aborto bajo la consigna: “Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”.
Pero sobre todo no permitamos que este sistema excluyente siga planteándonos diferencias con el solo fin de quebrar todo principio de organización. No tengamos dudas de que si hay algo que preocupa a los tiranos es la unidad en idea y pensamiento, en actos y acciones.