Hace mucho que vivimos por aquí. Mi padre, que estaba sindicalizado, por ese motivo fue golpeado en su momento. Andrés Botrán [de la familia fabricante de rones, un gran productor azucarero], que no quería sindicatos ni a los trabajadores más viejos, hizo que la Alcaldía estuviera a su favor. Y lo mismo hizo con algunos trabajadores, que finalmente se terminaron vendiendo a la patronal y poniéndose contra otros trabajadores. Así, poco a poco fue deshaciéndose de los sindicalistas. Ya para los años 60 los comisionados militares estaban bien organizados. Para ese entonces fue surgiendo la reacción política por parte de nosotros. La explotación de los trabajadores ha estado desde siempre. En las fincas azucareras, ni se diga: ahí siempre hubo una presión tremenda contra el trabajador. El único momento en que los trabajadores se empezaron a sentir apoyados fue cuando estaba el movimiento guerrillero. Cuando se firmó la paz la gente se preguntaba que para qué se había hecho eso, porque así los ricos iban a volver a montarse sobre nosotros. Los ricos de siempre, desde que se firmó la paz, van de nuevo contra los pobres.
Nosotros en su momento trabajamos con el movimiento revolucionario, en el Partido Guatemalteco del Trabajo, el PGT.
Durante el tiempo que existió la guerrilla, los trabajadores la tenían más favorable. Teníamos ese apoyo. Pero desde que se firmó la paz, en 1996, ya se nos volteó de nuevo la suerte. Hemos ido para atrás, porque las fincas cañeras ahora hacen lo que quieren. ¿Qué hacen ahora los ingenios para aumentar la producción? Le dan droga a la pobre gente; los muchachos trabajan drogados. La finca no se los exige directamente, pero se los induce con engaño.
Por aquí el gobierno de Jacobo Arbenz, más o menos por 1952, repartió parcelas para la gente. Y ahí los trabajadores sembraron caña; con eso más o menos se mantenían. Pero llegó un momento en que ya no les rendía, y tuvieron que ir a trabajar a las fincas como empleados. Así fueron vendiendo sus parcelas. Hoy día ya prácticamente ningún campesino pudo mantener su parcela, que era de 6 manzanas. Están empleados en las fincas y los ingenios, cuando pueden. Aquí todos dependen del corte de caña. Los grandes cañeros se fueron comiendo a los pequeños propietarios. Hoy día casi no quedan fincas ganaderas: todo es caña. Y muchos que ya no consiguen trabajo por aquí tienen que salir a trabajar en fábricas. Pero la gran mayoría trabaja en la caña.
Yo trabajé con la Organización Internacional del Trabajo, la OIT, hace algunos años atrás. Y ahí comprobamos que en las fincas les dan droga a los trabajadores. Es una bolsita como de refresco. Con eso los trabajadores trabajan y trabajan sin descanso. A veces hasta las 8 de la noche los tenían trabajando, iluminados por los tractores. Los hacían trabajar sin descanso hasta sacar toda la tarea. El Ministerio de Trabajo está siempre ausente de estos asuntos. Y los finqueros, cuando sabían que iba venir la OIT a investigar, preparaban todo. Incluso tenían comprados a sus trabajadores para que no dijeran nada. O traían trabajadores de por allí para pasar la inspección, que no hablaran y contaran las condiciones reales en que trabajan.
Para después de la firma de la paz en 1996, para 1997 vino por aquí Elizabeth Orlovic, de la Universidad de California, para hacer su trabajo de tesis. Y producto de ese trabajo publicó un libro: En el umbral del nuevo siglo, que sacó AVANCSO. Después de entrevistar a mucha gente presentó ese informe sobre la situación del trabajo en los cañales. Después de eso, por las denuncias que salían allí, los de los ingenios cambiaron su estrategia. Ahora pusieron oficinas de Recursos Humanos; pero esas son estrategias para seguir siempre con la explotación más tremenda, pero más refinada.
La explotación sigue siendo enorme. Hay ingenieros, economistas y no sé cuántas personas más: administradores de empresa, etc., etc., que están al servicio de los finqueros.
Está muy difícil. Los azucareros no permiten que se organicen sindicatos. Al trabajador lo tienen agarrado por varios lados. En primer lugar, porque todos los trabajos son temporales. Muchos vienen desde el Altiplano, pero eso es solo para la época de corte. En el libro que mencionábamos de esta compañera estadounidense está bien estudiada la situación: la patronal cambió su estrategia a partir de una gran huelga de trabajadores cañeros del año 1980. Fue una movilización de 80,000 trabajadores que se declararon en huelga; entonces los finqueros y los ingenios tuvieron que cambiar de estrategia. Empezaron a hacer cambios, aparentemente favorables para los trabajadores, pero que no eran eso. El ingenio que empezó con esas reformas fue el Ingenio Concepción. Los otros azucareros, al ver esa nueva estrategia, no entendían nada, y los llamaron comunistas a estos del Ingenio Concepción. Era un cambio, pero totalmente superficial, surgido solo por la huelga que les forzó cambiar un poco la cara. Era todo aparente: empezaron a cambiar un poco las condiciones de trabajo. Por ejemplo, dieron mascarillas y botas, porque antes era más rústico. Pero la verdad es que ahora, pese a esos aparentes cambios, es peor. Ahora, cada tiempo, vienen reduciendo personal. Por ejemplo: antes agarraban más gente para regar. En este momento es todo mecanizado, entonces mucho personal queda sin trabajo.
Es una maniobra que se la tienen bien pensada. Mucha gente queda sin nada que hacer. Ellos piden un determinado tonelaje que cada trabajador tiene que cortar, y si alguien no lo consigue, lo dejan sin trabajo. Si alguien está enfermo, no le dan trabajo. Si alguien ya tiene 40 años, no le dan trabajo. Por otro lado están los monitores o caporales, que vienen a supervisar cómo se corta la caña. El trabajador no sabe cuánto gana por día. ¿Por qué no sabe? Porque ahora recogen la caña con un tractor que se llama cameco; el trabajador va dejando la caña que cortó tendida ahí, y el tractor la recoge. El trabajador no sabe cuánto cortó exactamente; entonces el día de pago le dan lo que la finca quiere. El trabajador no sabe la cantidad que cortó. La máquina agarra parejo, y no puede saber lo que cada quien hizo. Ahí está el robo. Siempre le ponen de menos en relación a lo que realmente cortó. Si el trabajador, por ejemplo, cortó 14 toneladas, le apuntan 10. Es un robo descarado. Y encima, para producir de esa manera –hay algunos que cortan hasta 18 toneladas– deben comprar pastillas para que les dé fuerza. El mismo trabajador debe pagarlas, porque es él quien las compra, y se gasta hasta 35 quetzales diarios [4 dólares]. Antes se la daban, pero ahora la tiene que comprar. Y de esa manera, entre ese ritmo de trabajo que le imponen y la droga que consume, se termina fundiendo. No siente el esfuerzo, pero al poco tiempo está agotado.
Además están los monitores, siempre viendo cómo beneficiar a los finqueros, descontando todo lo que puedan al compañero trabajador. Es un robo terrible que le hacen por todos lados.
¡Por supuesto! Antes el campesino tenía su milpita [maíz] con qué comer; se las podía arreglar de algún modo. Ahora no. Solo son seis meses de trabajo en el año; después tiene que ver qué hace. Antes uno sabía lo que iba a ganar; eso se lo puedo asegurar porque nosotros trabajamos por años en el tema del azúcar: hoy el trabajador no lo sabe. Antes uno echaba 6 toneladas al camión, y las veía, sabía cuánto había cortado. Hoy día no, con la quema de la caña que se hace. El campesino ya perdió el control sobre eso y solo se limita a cortar, sin saber cuánto está cortando.
Por otro lado, el trabajador está tragando todo el tiempo la ceniza de la caña que se quema. Eso es insalubre. Pero quien lleva la peor parte en todo esto es la mujer. Ella se levanta a las 3 de la mañana para preparar la masa para comer; pero esta mujer no está tenida en cuenta por los señores de los cañales. Además, le queda todo el cuidado de los niños y todo el trabajo doméstico. Y también está el problema de las fumigaciones con tóxicos. Eso es muy dañino para la salud, y también para los techos de las casas, o para la ropa que queda tendida.
Claro que sí. Se explota a los trabajadores, se les reprime si protestan, está el problema de las fumigaciones con tóxicos. Por otro lado, el cultivo desmedido de la caña de azúcar quitó prácticamente todo el terreno que antes había para el maíz de las familias campesinas. Aquí, por ejemplo, era zona de mangos, y por culpa de las fumigaciones de la caña, ya no está dando este fruto del mango. En definitiva: el campesino ya se jodió. Ahora ni siquiera tiene su tierrita para cultivar el maíz para comer. Ahora tiene que comprarlo. Hemos ido para atrás.
Ahora no es raro ver mujeres con su atadito de leña que tratan de venderlo por ahí para ganarse sus centavos con lo que medio comer. Y para los varones no hay trabajo. La cosa está seria. A partir del 2018 los cañeros solo van a contratar a un 10% del personal, por lo que la situación se va a poner peor de lo que está ahora. En lugares como California, por ejemplo, donde se está produciendo mucha caña, se corta solo con máquina. Con eso se le quitó trabajo a una gran cantidad de gente.
Nuestros derechos están totalmente pisoteados el día de hoy. Es cierto que tenemos una Procuraduría de Derechos Humanos; pero eso no alcanza. Ahí se pueden presentar algunas denuncias a nivel personal; tal vez algo en relación a violencia contra la mujer. Eso está bien, pero no alcanza para mejorar las cosas.
A todos esos problemas habría que agregar lo de las fumigaciones. Eso es otro gran problema para la población de la zona y para los trabajadores, porque se hace con productos tóxicos, muy malos para los pulmones. Y está también el problema de las cenizas de las quemas, que viene a dañar los techos de nuestras casas y la ropa que tendemos para que se seque. Esas cenizas las estamos respirando todo el tiempo, y eso es muy nocivo.
Algo más importante todavía: el campesino que vive del azúcar, hoy día tiene trabajo apenas seis meses al año. El otro tiempo tiene que ver qué hace. Por eso la gente anda cazando iguanitas para medio comer.
La cuestión es cómo organizarnos. La derecha, los finqueros, los ricos saben qué quieren hacer. Están bien organizados, saben dónde van. Nos tienen maniatados por todos los lados. Por ejemplo con un distractor como el trago. No hay medicinas en los centros de salud, pero nunca dejan de autorizar una cantina para ir a tomar. Cuesta lo mismo una libra de frijol que una cerveza. Es decir: mantienen drogada a la juventud para que nadie se organice. Descabezaron nuestro movimiento, nos mataron gente indiscriminadamente, rompieron el tejido social para frenar al movimiento revolucionario. Así nos detuvieron, y después pusieron esto de las drogas, cosa que antes no se veía. Hoy día por aquí, en las aldeas, ya estamos llenos de jóvenes mariguaneros. Eso no se veía algunos años atrás. Hoy día en ningún ingenio hay organización sindical. Hay temor. Pero debemos volver a trabajar para organizarnos.
Por supuesto que se puede, pero es un proceso muy lento. Hace algunos años atrás pudimos organizarnos porque todavía estaba cercano el proceso revolucionario de 1944-1954. La gente que conoció ese período, o los hijos que habían heredado todo eso, sabía que solo con una revolución social así podíamos mejorar nosotros, los campesinos, los pobres. Nos podíamos mirar en ese espejo. Pero desde 1954 para acá, con la contrarrevolución, el pueblo de lo único que sabe es de ataques, de desorganización y de muertes. El pueblo está atemorizado con todo eso, y el pastor de estas iglesias evangélicas le dice que no hay que preocuparse, que todo esto ya está escrito, pero que si va a la iglesia se va a salvar. Eso desorganiza. Y por otro lado la gente está desesperada buscando cómo sobrevivir. El que tiene trabajo, lo cuida como el oro. La gente está atemorizada, y la juventud no se quiere meter en nada. Nadie confía en nadie, porque no se sabe quién trabaja para los ingenios. La gente está desunida. Uno va a hablarle a la gente sobre estos temas, sobre la explotación, y nadie le hace caso. La gente solo está pensando en el fútbol y en Messi y en esas cosas. Nos han desarmado, desarticulado. Si uno le habla de política y de nuestros derechos, nos ven como locos. La gente solo está hablando de fútbol, y anda en las cantinas o en los cultos. La juventud no se interesa por nada, y muchos se quieren meter a policías.
Sin embargo no hay que quedarse con una imagen negativa, pesimista. Hoy día estamos mal, nos pueden tratar de locos, estamos desorganizados…, pero la lucha no ha terminado.