por Claudio Albertani
Victor Serge es un autor difícil de clasificar. Un revolucionario, sin duda, pero también un gran escritor. Hijo deexiliados rusos,nace en Bruselas el 31 de diciembre de 1890 con el nombre de Víctor-Napoleón Llovich Kibalchich y muere, igualmente en el exilio, en la Ciudad de México, el 17 de noviembre de 1947. Transita a lo largo de su vida por las principales corrientes del movimiento obrero: el socialismo reformista, el comunismo anarquista, el individualismo, el anarcosindicalismo y el bolchevismo, para finalmente arribar a un socialismo humanista de corte libertario y antitotalitario.
Su larga trayectoria militante comienza a los quince años en la Joven Guardia Socialista de Ixelles, entonces un barrio obrero de la capital belga, y prosigue en las filas libertarias, tras la lectura del folleto de Kropotkin A los jóvenes.Todavía adolescente, viaja a París donde se relaciona con un grupo de ilegalistas radicales, la Banda Bonnot, que pregonan la guerra a muerte contra la sociedad. Pronto, queda atrapado en hechos sangrientos y, a pesar de ser inocente, es condenado a cinco años de prisión en uno de los procesos más sonados de la Bella Época.
Liberado en 1917, se refugia en Barcelona donde colabora con la prensa anarquista y comienza a firmar sus artículos con el seudónimo que le conocemos: Víctor Serge.Mientras tanto, había estallado la revolución rusa y decide ir a la tierra de sus ancestros, pero el viaje no es fácil en plena guerra mundial. Llega a principios de 1919, después de muchas aventuras y una prolongada estancia en un campo de concentración francés. Se establece en Petrogrado y se adhiere al partido bolchevique, a pesar de sus convicciones libertarias.
Combatiente en la guerra civil, fundador de los primeros servicios de información de la Internacional Comunista, agente clandestino en Europa, Serge vive el fracaso de la revolución y la progresiva degeneración del régimen soviético. Se codea con los líderes del naciente Estado soviético, pero el anarquismo no acaba de morir en él. Y ve con asombro, luego con horror, la revolución convertida en una prisión, “la prisión más grande del mundo”.
Opta entonces por la literatura y no por gusto estético, sino por la necesidad apremiante de dejar un testimonio. Encarcelado una primera vez en 1928, es liberado y luego deportado a Oremburgo, ciudad al pie de los Urales, antesala del gulag, el sistema concentracionario soviético. Hacia la primavera de 1936, poco antes de los procesos de Moscú, logra salir de la URSS, por un “milagro incomprensible” y la providencial intervención de Romain Rolland, el famoso escritor, compañero de viaje del comunismo soviético. Vuelve entonces a Europa occidental, junto a su esposa, Liuba Rusakova, y a sus dos hijos, Jeannine y el futuro pintor Vlady.
Es precisamente en 1936, cuando comienzan los Diarios de un revolucionario (1936-47) que publica la UACM en colaboración con la BUAP, en una edición crítica, acompañada de cientos de notas, un diccionario de personajes, un álbum de fotos y bocetos de Vlady. Descubiertos por quien esto escribe, y publicados por primera vez en 2012 en Francia, los Diarios, hasta ahora inéditos en español, son la continuación ideal de las célebres Memorias de un revolucionario, aunque el registro de escritura es más personal e íntimo.
Serge redacta muchas páginas sobre el tema que le obsesiona, la revolución que se devora a sí misma, pero escribe también sobre arte, literatura, historia, antisemitismo... Registra asimismo los principales acontecimientos del momento y apoya sin titubeos la revolución española, trágicamente estrangulada por Hitler, Stalin y Mussolini.En 1941, llega a México donde pasará los últimos seis años de su vida dedicado a la redacción de algunas de sus obras más importantes: las citadas Memorias, las novelas El caso Tulayev, Los últimos tiemposy Los años sin perdón, además de Vida y muerte de León Trotsky-la primera biografía del fundador del Ejército Rojo-, poemas, ensayos, artículos periodísticos y una copiosa correspondencia.
Los Diarios refrendan a Serge como un gran escritor y un auténtico genio del retrato:cientos de personajes, desfilan por sus páginas, pintados con palabras eficaces y precisas. Son sus amigos, las víctimas de múltiples totalitarismos, pero también sus enemigos, los verdugos de las revoluciones fracasadas del siglo XX. Y está su nueva compañera, la futura arqueóloga Laurette Séjourné, a quien ama perdidamente y con quien entrelaza una relación más bien borrascosa. Pero, de igual manera, está Liuba, “la gran enferma”, que permanece atrapada en Francia y terminará sus días en una clínica psiquiátrica de Aix-en-Provence con el alma destrozada.
Imperdibles se antojan las conversaciones sobre las culturas indígenas de América con el entonces desconocido antropólogo Claude Lévi-Strauss, y con André Breton, el papa del surrealismo. La parte mexicana es la más larga y tal vez la más suculenta del libro.Contra todo oportunismo, Serge disecciona la izquierda estalinista de Vicente Lombardo Toledano y David Alfaro Siqueiros. La visita a la cárcel de Lecumberri, donde encuentra a Ramón Mercader, el asesino de Trotsky, es aterradora.
En el campo opuesto, se yergue un manípulo de militantes antitotalitarios que mantienen su protesta contra todo despotismo y no consienten en denunciar ciertos campos de concentración para silenciar otros. Poderosa la silueta de Otto Rühle, el marxista libertario, antiguo adversario de los bolcheviques que hace las paces con Trotsky y lo defiende en el contraproceso de Coyoacán. Serge establece con él y su esposa Alicia Gerstel -psicóloga, educadora, pionera del feminismo- una relación de complicidad y cercanía espiritual que sólo interrumpe la muerte de ambos (Rühle fallece e, incapaz de seguir viviendo, Alicia se suicida un mismo día de marzo de 1943).
El escritor es también un gran paisajista y, poseído por una curiosidad insaciable, se lanza al descubrimiento de México. Lo recorre como puede: en tren, en autobús, en auto y a pie observando y registrando todo con la mirada desprendida del etnólogo, pero también con empatía, especialmente hacia el indio, a quien compara con el mujik, el campesino ruso.
Las ruinas de Tula, un día de muertos, una cantina de Cuernavaca, Amecameca, un burdel de la ciudad de México… Destaca la descripción del recién nacido volcán Paricutín, a donde Serge acude, intrigado por el cataclismo telúrico; él, que es un experto de cataclismos humanos. Entre la lava incandescente, encuentra al Dr. Atl,el pintor de volcanes, antaño anarquista, ahora antisemita y simpatizante nazi, a quien describe como un aventurero del Renacimiento italiano.
Los Diariosevidencian también las múltiples dificultades que enfrentanSerge y sus amigos: el aislamiento, la falta de trabajo, la pobreza extrema, el doble exilio. Otto Rühle, uno de los grandes marxistas del Siglo XX, sobrevivía vendiendo las postales que él mismo pintaba. Y es que, en plena guerra mundial, cuando México es aliado de la URSS y la izquierda está fagocitada por el mito soviético, ellos reman a contracorriente, son ardientes libertarios, convencidos de la necesidad de repensar la naturaleza misma de ese “socialismo” que asesina a sus mejores hijos.
Página tras página, emerge entonces otra historia de México, “una historia de la que fuimos exiliados”, según la acertada expresión de Rafael Mondragón.Cronista de una época de duelos y desastres, en 1942, Serge esquiva un intento de asesinato y, todavía vigoroso, aunque probado por las adversidades, muere en noviembre de 1947, en un taxi. No ha cumplido los 57 años. Ataque cardiaco, reza el reporte médico, pero su hijo Vlady siempre pensó que fue envenenado por agentes de Stalin.
En la época de la “conciencia oscura” (y la nuestra, ¿cómo llamarla?), he aquí los diarios de un hombre “eternamente dislocado” (David Huerta), gozoso escultor de una vida plena, trágica, que no cede lugar al pesimismo ni a la derrota.
[1]Victor Serge, Diarios de un revolucionario (1936-47), UACM/BUAP, México, 2021. Edición crítica Claudio Albertani. Traducción: Claudio Albertani y Francesca Gargallo; portada de Vlady.