NARCISAZO: MEMORIA, VERDAD Y JUSTICIA
por Rafael Pineda
Los años de la década del 70 representaron la época en que los dominicanos se expresaron con mayor fluidez reclamando espacios para respirar el aire de la libertad, plantar con firmeza las raíces no solo de la patria grande, de su árbol soberano, sino también el de la democracia plena, igualitaria, similar a como la pensaron los antepasados que sembraron el origen de nuestra nación.
En esos años, los dominicanos no eran indiferentes a nada y luchaban, se organizaban, enfrentaban la represión y marchaban anhelantes, buscando esos caminos que conducen a la libertad.
Años aquellos cuando no había garantía de que la policía, al servicio del represivo y brutal régimen imperante, respetara los derechos del otro; los derechos de pensar y de expresarse conforme a la interpretación de la realidad mundial.
El gobierno de entonces, encabezado por Joaquín Balaguer, un hombre que no representaba para nada el interés nacional, que se había instalado en el poder mediante métodos fraudulentos, le imponía a los ciudadanos de la República adherirse a su mandato o mantenerse en sus casas o en sus trabajos (si los tenían), mirando para otro lado si estaban matando a su vecino y decirle amén a todo; y no protestar por los bajos salarios, por el saqueo, por la represión, por el reparto de las riquezas entre jerarcas políticos y militares, por la extranjerización de las tierras, por el impacto negativo del latifundio, por la venta de la soberanía; y guardar silencio frente al crimen.
A los hombres y mujeres humildes del pueblo, el dictador les inhibía abordar esos temas humanos, políticos, económicos, sociales.
En esos años trabajaba en la Universidad Autónoma de Santo Domingo un profesor que además era abogado, periodista, humorista, dramaturgo, autor de libros infantiles y poeta: poeta de los de verdad; de esos que escriben bien, son populares, escriben décimas perfectas y hacen que, por sus mensajes, el lector tome conciencia de los fenómenos sociales y, al mismo tiempo, se divierta con lo que está leyendo.
Ese profesor promovía la educación en los barrios, allí donde vivía la gente pobre; organizaba grupos para difundir la cultura popular y escribía en diarios; era dirigente de clubes y se reunía con jóvenes a los que orientaba hacia los caminos del bien: estudio, investigación, conocimiento, inconformismo; a los que proponía involucrarse en un cambio social y romper las mordazas que los condenaban al silencio.
Ese profesor se llamaba Narciso González (apodado Narcisazo). De su pluma yo leía una columna de humor político que se publicaba en el diario “La Noticia”, titulada “El pueblo se queja en verso”; también era lector de las revistas “Tirabuzón” y “El callejón sin salida”, editado y dirigido por él.
Era un prosista y el mejor decimero de la República Dominicana en esos años; además, un destacado guionista de televisión y meritorio escritor de obras de teatro y de literatura para niños.
Narciso González (Narcisazo) era un educador cabal. Su vida la desarrolló en las aulas universitarias y entre sus funciones tuvo la de director del Departamento de Extensión Cultural de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Nació el año 1941 y en el 1965, teniendo 24 años de edad, combatió al lado de las fuerzas constitucionalistas en contra de la ocupación militar norteamericana. Su imagen, con un fusil en las manos, es una de las fotografías emblemáticas de la guerra patriótica. Era admirador de Ernesto “Che” Guevara y difusor de su pensamiento. Educador en las aulas y en los espacios públicos; polemista de alto vuelo, sin desperdicio de tiempo ni de escenarios. Era un deleite escuchar sus cátedras, según cuentan los que tuvieron el privilegio de conocerlo.
Hoy, se ha cambiado la protesta por la oración (todos oran y pocos protestan), pero los años de gloria de Narcisazo, los 70, 80 y todavía los 90, se caracterizaron por ser unos períodos de la evolución dominicana donde la gente no se replegaba. Los estudiantes, los obreros y los campesinos hacíamos oír nuestras voces y la protesta social era un lugar de la cotidianidad.
Como activista social y poeta popular, Narciso González era un símbolo de la época, capaz de gritar a pleno pulmón lo que los conformistas callaban.
Así fue como la tarde noche del 25 de mayo del 1994, consumado ya el fraude electoral que el presidente Joaquín Balaguer había articulado contra las corrientes opositoras que concurrieron a las elecciones nacionales del 16 de ese mismo mes y año, Narcisazo publicó un artículo en la revista “La Muralla”, y los mismos argumentos plasmados en esa publicación, fueron expuestos en su discurso pronunciado durante una asamblea de profesores en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (donde trabajaba), poniendo en alto relieve la villanía de un fraude electoral ejecutado por Joaquín Balaguer, y las secuelas nefastas que esa conspiración le dejaría al futuro institucional de la República.
Las palabras de Narcisazo fueron espiadas por los partidarios del régimen de facto infiltrados en el salón universitario y los pasos del educador y poeta fueron seguidos hasta el 26 de mayo en la noche, día en que, después de salir de un cine, fue secuestrado, conducido a la Base de San Isidro, sede de la Fuerza Aérea, y no se supo más de él.
Sus últimos actos contestatarios fueron la publicación del artículo en la revista “La Muralla” y el discurso pronunciado en la universidad.
Sus amigos, su familia, especialmente la esposa (Luz Altagracia Ramírez), el abogado de la causa, Tomás Castro, y otros involucrados en la investigación, afirman que Narcisazo, tras ser secuestrado por militares fue golpeado salvajemente y torturado con métodos crueles. Estando moribundo fue montado en un helicóptero militar y todavía con vida lanzado al mar. Son los testimonios, a los que la justicia les ha dado de lado. No sé, si, tras 27 años del hecho, todos los testigos vivirán. El caso no se ha ventilado en tribunal y por tanto nada ha sido demostrado.
El genocidio, las gravísimas violaciones a los derechos humanos, tirar gente viva desde los helicópteros, hundir moribundos en el mar, fueron gravísimas violaciones a los derechos humanos durante los nefastos gobiernos de Joaquín Balaguer, delitos que todavía hieren la sensibilidad de todos los dominicanos.
¿Cómo olvidar eso? ¿Cómo ser indiferente? ¿Cómo mirar y no ver lo que se ve? ¿Cómo practicar borrón y cuenta nueva? Para recordar a Narcisazo y a los miles de dominicanos que como él cayeron víctimas de tortura, secuestro, violación de sus derechos humanos y asesinato, debe retirarse el nombre de Joaquín Balaguer de la estación del Metro de Santo Domingo, del aeropuerto del Higuerito, del Faro a Colón, y de todas las plazas y parques que se les dedican.
Esos espacios, como prueba de un sublime homenaje a los caídos, en nombre de la memoria, de la verdad y de la justicia, deben, en lo adelante, llevar el nombre de Narciso González (Narcisazo).