Permítasenos comenzar con esta cita escuchada a dos obreras de maquila en El Salvador (Centroamérica): "Con estas condiciones de trabajo parece que volvemos al tiempo de la esclavitud", afirma una de ellas, respondiendo la otra: "¿Volvemos? Pero… ¿cuándo nos habíamos ido?".
Entre los años 60 y 70 del siglo pasado comienza el proceso de traslado de parte de la industria de ensamblaje desde Estados Unidos hacia América Latina. Para los 90, con el gran impulso a la liberalización del comercio internacional y la absoluta globalización de la economía, el fenómeno ya se había expandido por todo el mundo, siendo el capital invertido no sólo estadounidense sino también europeo y japonés. En Latinoamérica, esas industrias son actual y comúnmente conocidas como "maquilas" (maquila es un término que procede del árabe y significa "porción de grano, harina o aceite que corresponde al molinero por la molienda, con lo que se describe un sistema de moler el trigo en molino ajeno, pagando al molinero con parte de la harina obtenida"). Esta noción de maquila que se ha venido imponiendo desde algunos años invariablemente se asocia a precariedad laboral, falta de libertad sindical y de negociación, salarios de hambre, largas y agotadoras jornadas de trabajo y –nota muy importante– primacía de la contratación de mujeres. Esto último, por cuanto la cultura machista dominante permite explotar más aún a las mujeres, a quienes se paga menos por igual trabajo que los varones, y a quienes se manipula y atemoriza con mayor facilidad (un embarazo, por ejemplo, puede ser motivo de despido).
Las empresas maquiladoras inician, terminan o
contribuyen de alguna forma en la elaboración de un producto destinado a la
exportación, ubicándose en las "zonas francas" o "zonas
procesadoras de exportación", enclaves que quedan prácticamente por fuera
de cualquier control. En general no producen la totalidad de la mercadería
final; son sólo un punto de la cadena aportando, fundamentalmente, la mano de
obra creadora en condiciones de
super explotación laboral. Siempre dependen integralmente del exterior, tanto
en la provisión de insumos básicos, tecnologías y patentes, así como del
mercado que habrá de absorber su producto terminado. Son, sin ninguna duda, la
expresión más genuina de lo que puede significar "globalización": con
materias primas de un país (por ejemplo: petróleo de Irak), tecnologías de otro
(Estados Unidos), mano de obra barata de otro más (la maquila en, por ejemplo,
Indonesia), se elaboran juguetes destinados al mercado europeo; es decir que
las distancias desaparecen y el mundo se homogeniza, se interconecta. Ahora
bien: las ganancias producidas por la venta de esos juguetes, por supuesto que
no se globalizan, sino que quedan en la casa matriz de la empresa multinacional
que vende sus mercancías por todo el mundo, digamos en Estados Unidos.
En alguna medida, y salvando las distancias de la
comparación, China también apuesta a la recepción de capitales extranjeros
ofreciendo mano de obra barata y disciplinada; en otros términos: una
gigantesca maquila. La diferencia, sin embargo, está en que ahí existe un
Estado que regula la vida del país (con características de control fascista a
veces), ofreciendo políticas en beneficio de su población y con proyectos de
nación a futuro. No entraremos a considerar ese complejo engendro de un
"socialismo de mercado", pero sin dudas toda esta re-ingeniería
humana desarrollada por el Partido Comunista ha llevado a China a ser la
segunda potencia económica mundial en la actualidad, y ahora se habla de
comenzar a volcar esos beneficios a favor de las grandes mayorías paupérrimas.
Por el contrario, las maquilas latinoamericanas no han dejado ningún beneficio
hasta la fecha para las poblaciones; en todo caso, fomentan la ideología de la
dependencia y la sumisión. Eso es el capitalismo en su versión globalizada, por
lo que sólo resta decir que la lucha popular, aunque hoy día bastante
debilitada, por supuesto que continúa.www.utopiarossa.blogspot.com

