CUBA 2011: Año de la economía… de mercado
por Roberto Massari
(diciembre de 2010)
El sábado 18 de diciembre de 2010 tuvo lugar la reunión nacional (Italia) de Utopia Rossa dedicada al análisis de la Cuba actual en vistas de la convocación al VI Congreso del PC cubano a realizarse en abril de 2011.
[Es necesario recordar que los precedentes congresos se han llevado a cabo a intervalos irregulares desde la fundación en 1965: el Iº Congreso en 1975, el IIº en 1980, el IIIº en 1986, el IVº en 1991 y el Vº en 1997. Todos los congresos han simplemente ratificado decisiones ya tomadas por la dirigencia y en ningún congreso fueron llevadas a votación propuestas de minoría ya que no fueron presentadas.]
Introdujo el debate Roberto Massari con un amplio informe que hizo referencia a las líneas generales ya escritas por él mismo en junio de 1975 (y publicadas de nuevo recientemente). Aquel análisis, según Massari, ha sido confirmado por toda la historia sucesiva de Cuba y ha demostrado su ininterrumpida validez hasta el momento actual. Hoy, sin embargo, son necesarias algunas rectificaciones sustanciales, sobre las cuales el informe hizo hincapié en forma detallada y de las cuales aquí se presenta solamente una breve síntesis.
Elaborado en pleno proceso de sovietización de la Isla (es decir en los años en que se producía el retorno al monocultivo de la caña de azúcar, signado por una nueva monodependencia, esta vez de la Urss), el análisis de 1975 afirmaba que entre 1967 y 1968 se había concluido un proceso de gran inestabilidad y efervescencia política, en el cual actuaron distintas tendencias fuertemente nacionalistas, entre las cuales había emergido una corriente subjetivamente revolucionaria, de orientación internacionalista, históricamente identificada con Ernesto Guevara (y sostenida por el mismo Fidel Castro en algunos períodos). Después de la partida del Che, el abandono por parte del gobierno de sus proyectos de industrialización, la derrota de su modelo de construcción del socialismo y su muerte en Bolivia, la conducción castrista había buscado una integración creciente - política, económica y militar - con el bloque soviético, entrando a formar parte del mismo, a pesar de sus orígenes antiestalinistas y del carácter cada vez más abiertamente contrarrevolucionario del grupo dirigente brezneviano. A partir de la fecha simbólica de la aprobación de la invasión a Checoslovaquia (agosto-septiembre de 1968) y del sucesivo fracaso de la zafra de los «diez millones» de toneladas (1970) en Cuba quedó instalado definitivamente un régimen que con terminología clásica fue definido por nosotros como «centrista burocrático», en el contexto de un bloqueo del proceso de transición al socialismo que luego se reveló irreversible. Se trataba de una definición característica de la corriente internacional a la cual pertenecía Massari (Fmr) y que desgraciadamente no fue compartida oficialmente por ninguna otra corriente internacional, a causa de la adhesión al maoísmo de parte de algunos o al filosovietismo de otros, además de algunas variantes apologéticas hacia el castrismo. Aquel centrismo burocrático sufrió procesos involutivos cada vez más acentuados y con el tiempo se hubiera transformado en una dictadura burocrática, como en los demás países del Came, si no hubiese sobrevenido la crisis de la Urss a fines de la década del 80.
Con el retiro de los soviéticos de Cuba y el fin de la monodependencia, la economía basada en el monocultivo de la caña de azúcar entró en crisis y el centrismo burocrático se vio obligado a tomar en consideración el cambio de contexto internacional y los graves problemas de orden económico: el período especial, una suerte de «comunismo de guerra» caribeño.
El informe de Massari reconstruyó aquel período de importancia fundamental para comprender los cambios actuales en Cuba, recalcando especialmente las «reformas» efectuadas entre 1993 y 1996: legalización del dólar; fin del monopolio estatal de mercado externo, con apertura hacia las inversiones extranjeras europeas, canadienses y latinoamericanas; regreso a la iniciativa privada (trabajo por cuenta propia, que había desaparecido en marzo de 1968); transformación de las granjas estatales en cooperativas; apertura de los mercados agropecuarios (libre mercado campesino); implementación de un sistema fiscal; aumento de los precios al consumidor; crecimiento controlado de la desocupación con paralela disminución de los subsidios; tolerancia hacia el crecimiento exagerado del mercado negro; disminución de las inversiones en la zafra y aumento del turismo; creciente penetración del capital extranjero en el turismo, así como en las prospecciones petrolíferas, mineras (de níquel en primer lugar), en telecomunicaciones, edilicia, sector textil, tabaco y cítricos (sobre todo con Israel); «adopción» de un triple sistema monetario (peso, dólar y peso convertible).
El informe ha subrayado las «reformas» del período 1993-1996 para dejar en claro que las actuales «reformas» (propuestas en el documento para el VI congreso, «Proyecto de lineamientos de política económica y social», de 32 páginas y 291 artículos) no representan nada de nuevo respecto al pasado en cuanto a contenidos. Es más: la tendencia actual parecería ser el natural desarrollo del rumbo tomado a principios de la década del 90 bajo el influjo del «período especial» y el riesgo de la caída del régimen luego del fin de la Urss.
Es necesario decir que entonces, como ahora, el gobierno cubano no trató jamás de involucrar a los trabajadores en los procesos de decisión y de realización de tales «reformas». Ningún rol fue dado a los sindicatos, no hubo ninguna apertura a la discusión pública (que implica espacio para el disenso), en el partido o en la prensa, ninguna tentativa de dar vida a organismos de movilización desde abajo en los cuales el pueblo pudiera decidir modos y tiempos de los sacrificios a cumplir. La ausencia de participación de los directos interesados fue inevitablemente acompañada por un recrudecimiento de la represión del disenso (de derecha o de izquierda), el sofocamiento de la democracia en las organizaciones políticas y sociales, en la juventud estudiantil y en todos los niveles del aparato estatal. Se repetía en esto la experiencia negativa de la Nep, la cual, a la vez que concedía aperturas a la penetración del capitalismo, destruía todo residuo de democracia en el régimen de los soviet.
Entre el sistema económico basado en las «reformas» de 1993-1996 y las propuestas en el documento congresual hay, sin embargo, algunas diferencias importantes, sobre las cuales es necesario hacer hincapié. Podrían ser consideradas diferencias cuantitativas, ya que en aquel momento el proceso de apertura al capital extranjero y de cortes al estado social recién comenzaba, mientras que ahora alcanza a grandes sectores de la economía y a millones de trabajadores. Pero en una isla pequeña como Cuba, carente de recursos naturales importantes, sin ninguna fuerza competitiva en el mercado internacional y con una inestabilidad económica que es ya crónica, adquieren una fuerte significación cualitativa.
Utilizando fuentes de diferentes proveniencias, el informe describió la presencia del capital extranjero en el sector del turismo, demostrando que, aunque en términos cuantitativos (porcentajes) el control mayoritario de las empresas pareciera estar todavía en manos del Estado cubano, en realidad, en términos cualitativos el control está ya en manos capitalistas, de específicas compañías multinacionales radicadas en países imperialistas. Estas dominan en forma directa e indirecta (corrupción incluida) las principales actividades turísticas cubanas, al tener la posibilidad de administrar el flujo turístico desde el exterior (agencias, líneas aéreas, publicidad), de garantizar servicios gastronómicos y hoteleros de calidad, de garantizar suministros indispensables (por ejemplo para el mantenimiento de los hoteles) y, sobre todo, al disponer de fuentes de crédito, recursos financieros y know-how, herramientas propagandísticas etc. El turismo, que no es un medio de producción sino una forma híbrida de explotación del ambiente en términos naturales y culturales en la cual confluyen las más variadas actividades económicas, se ha vuelto, sin embargo, la principal fuente de rédito para Cuba. Pues bien, el capital extranjero detenta el control esencial de la misma y, por si fuera poco, se trata de un control que se irradia gradualmente hacia otros sectores de la economía.
Entre las numerosas cifras citadas por Massari, se destaca que Cuba es un país fundamentalmente agrícola, que importa más del 50% de sus necesidades alimenticias (más del 70% corresponde al alimento principal: el arroz), que sus exportaciones van, en orden de importancia, hacia China, Canadá, España y Holanda y sus importaciones provienen de Venezuela (30%), China, España y EE.UU. (6%).
En tal contexto adquieren un valor particular las medidas propuestas por el documento congresual, porque muestran con extremada claridad la voluntad de parte del gobierno de acelerar todas las tendencias de apertura al capitalismo iniciadas a principios de la década del 90.
Los 291 artículos del documento congresual son en su mayor parte una lista bastante detallada de puros y simples anhelos, es decir de aquello que se considera necesario hacer en Cuba en los diferentes sectores de la economía pero que no será posible hacer. En sí mismos no tienen mucho significado, inclusive porque el pueblo cubano está acostumbrado desde hace décadas a escuchar cuántas cosas hermosas se harán, debiendo luego afrontar la dramática realidad cotidiana. En el documento, por lo demás, del pueblo no se habla en ningún momento: no está previsto que el mismo actúe como sujeto activo y consciente en este proceso de creciente transformación capitalista de la economía.
Algunos (pocos) artículos, sin embargo, son muy concretos y no caben dudas de que el gobierno tratará de llevarlos a la práctica. He aquí los más significativos: art. 19, vinculación de los salarios a la productividad; art. 23, autonomía de decisión de las empresas en el establecimiento de los precios y las tarifas de los servicios (justamente el principio contra el cual había combatido duramente el Che en la época del debate económico de 1963-1964); art. 27, venta directa al público de parte de las cooperativas agrícolas sin intermediación estatal; art. 49, criterios de productividad (ya no más sociales) para la concesión de créditos y facilitaciones a las empresas; art. 51, apertura de crédito de parte del sistema bancario estatal hacia sectores de economía no estatal (privada); art. 54, postergación de la unificación monetaria a cuando se verifiquen las condiciones económicas adecuadas (que es como decir para las calendas griegas); art. 59, 61, 132, cortes drásticos de los gastos sociales, eliminación de los subsidios a la población más necesitada; art. 65, 85, 86, 88, pago de la deuda externa en forma «estricta y rigurosa» (terminan las altisonantes proclamas de Fidel Castro sobre el no pago de la deuda externa, ya que si se pretende acceder a nuevos créditos es necesario pagar los anteriores, como bien lo saben los gobiernos de Brasil, Argentina etc.); art. 72, 89, búsqueda de instancias de colaboración («asociación») y apertura creciente al capital extranjero en los sectores más dinámicos de la economía; art. 103, 104, hacer pagar por lo menos los costos de la solidaridad brindada a otros países; art. 115, sistema de premios y penalidades vinculados a la productividad del trabajo en empresas; art. 136, 142, fin de los subsidios (becas) a trabajadores, en base al principio que quien quiera estudiar deberá hacerlo en su tiempo libre y según sus propias posibilidades económicas; art. 152, transferencia de las actividades culturales, en lo posible, del sector público al sector privado; art. 167, utilización de criterios monetarios y mercantiles en las relaciones económicas, entendidas como un «nuevo criterio de gestión»; art. 169, creciente independencia de las cooperativas respecto al Estado; art. 177, ley de la oferta y la demanda para el establecimiento de los precios de los productos agrícolas; art. 184, inversiones estatales con criterios de rentabilidad y no sociales.
Y por último aquellos artículos que más han llamado la atención de los medios (y de los trabajadores cubanos): art. 158, ampliación del trabajo privado (por cuenta propia) con correspondiente pago de impuestos; art. 159, despido masivo de una parte de la mano de obra superflua (calculada en 3,5 millones, con 1,3 millones de despidos a graduar en el tiempo, realizándose 500.000 inmediatamente y asegurando a los despedidos solamente 5 meses de poco más de la mitad del sueldo); art. 161, énfasis puesto en el salario en detrimento de los servicios gratuitos, subsidios personales etc.; art. 162, eliminación gradual (cuán gradual?) de la libreta («la libreta de racionamiento, como nosotros los cubanos llamamos a esta herramienta de justicia», en las palabras de Celia Hart Santamaría); art. 164, fin de los subsidios a los comedores obreros y eliminación de los mismos donde fuera posible.
Se podría continuar, pero esta lista – ambiciosa e ingenua todo lo que se quiera y en parte irrealizable - muestra una sustancial coherencia. Son medidas claramente destinadas a potenciar el sector capitalista ya existente y a ampliar en general el rol del capital privado en detrimento del capital público. Utilizando las palabras de Michele Nobile, en su intervención en el debate, las medidas propuesta coinciden con el clásico paquete de recomendaciones restrictivas que el Fondo Monetario Internacional exige normalmente a los gobiernos para decidir la concesión de créditos.
En definitiva, el centrismo burocrático parece haberse decidido a dar el paso que los colegas chinos (y vietnamitas) han dado hace tiempo y que los rusos habrían probablemente dado con Gorbachov, si éste hubiera dispuesto de más tiempo: transformación controlada en sentido capitalista de los sectores económicos más dinámicos, en el marco de una privatización más general de la economía. Todo esto impidiendo cualquier tipo de expresión democrática desde abajo o de reivindicaciones, aunque más no fuera, sindicales. Es decir, la tentativa de instaurar en Cuba el modelo chino (que de maneras diferentes los hermanos Castro han demostrado siempre admirar intensamente): desarrollo del capitalismo pero bajo el férreo control de un régimen estatal identificado con el partido único y con las Fuerzas Armadas. En la práctica una forma específica cubana de capitalismo más dictadura burocrática.
Este proyecto, sin embargo - como ha aflorado durante el debate - va contracorriente respecto a la orientación capitalista (en términos populistas, de “centro-izquierda” etc.) que está prevaleciendo en otros importantes países latinoamericanos: no es una casualidad que el Alba sea nombrado solo de paso (dos veces) en todo el documento.
El informe de Massari se ha concluido con la afirmación de que el proyecto está destinado a fracasar, porque Cuba no es China, no es competitiva en el mercado internacional, no tiene importantes recursos naturales, es presa codiciada por los empresarios de origen cubano residentes en Florida, además de otros sectores de empresas exportadoras estadounidenses. Es necesario considerar además el hecho que en Cuba se ha cumplido una verdadera revolución, ha habido una constante movilización del pueblo en defensa de las propias conquistas, el igualitarismo ha sido siempre considerado un valor irrenunciable y los intentos de dar una base estaliniana al régimen burocrático han sustancialmente fracasado bajo el perfil ideológico. Hay que recordar también que en Cuba, muchos de estos aspectos positivos se identifican históricamente con la figura del Che (a pesar de la mitificación realizada hasta hoy) y en parte lo siguen siendo.
Una cosa es cierta: de la secuencia impresionante de errores económicos cometidos a partir al menos desde 1965-1966 con la conducción personalista de Fidel Castro, jamás se ha realizado un balance y menos aún se habla en este documento (bastaría pensar en la llamada «ofensiva revolucionaria», anunciada en el discurso del 13 de marzo de 1968, cuando fue abolida la poca iniciativa privada que quedaba y funcionaba bien en algunos servicios, como los restaurantes, los chinchales etc., y que ahora, a 43 años de distancia, se pretende revitalizar.) Fechar aquellos errores no sería demasiado difícil. Castro guardó silencio durante todo el gran debate económico de 1963-1964, cuando se enfrentaron en términos teóricos de buen nivel dos tendencias industrializadotas: la del Che y la filosovíetica (Carlos Rafael Rodríguez y otros). Para luego decidir, sin consultarlo con nadie (salvo con Alekséi Kosygin, primer ministro de la Urss, en visita a Cuba en julio de 1967), volver definitivamente a la prioridad agrícola, es decir al monocultivo de la caña de azúcar, a la monoproducción azucarera y a la monodependencia de la Urss: tres aspectos de una única decisión que se reveló desastrosa para el desarrollo de la economía cubana y que determinó históricamente la cronicidad de las dificultades actuales.
Sin una evaluación honesta de aquellos errores y muchos otros cometidos en primera persona por Fidel Castro (con el apoyo siempre unánime del grupo dirigente del Pcc), es prácticamente imposible formular proyectos económicos o sociales creíbles, realistas y adecuados a las circunstancias. Hasta que las mentes más abiertas y capaces de Cuba no hagan este balance, la teoría económica y política seguirá viviendo también un propio penoso «período especial». Y el culto actualmente exagerado de la personalidad de Fidel no puede más que obstaculizar cada vez más un proceso auténticamente democrático de elaboración económica. Basta pensar en cómo son alejados, por razones diversas, uno a uno los principales ministros económicos (partiendo de Carlos Lage y José Luis Rodríguez, seguidos por los ministros de agricultura y de transportes) o del exterior (Roberto Robaina, Felipe Pérez Roque). Una torpe búsqueda de chivos expiatorios en la cual ya nadie cree.
Enzo Valls (argentino, de paso por Italia) se refirió al peso político del variado mundo militante latinoamericano, «que - con una infinidad de variantes y por numerosos motivos - no ha dejado jamás de ver a Cuba como un faro revolucionario, un ejemplo de resistencia al imperialismo y de realizaciones concretas en algunos terrenos (educación, salud, solidaridad internacional etc.).» Será pues necesario observar cómo este enorme pueblo continental acogerá las nuevas medidas, dado que «normalmente no las tolera cuando quien las impone es el Fondo Monetario Internacional o los gobiernos serviles vinculados al mismo.» Según Valls, «en América Latina han sido siempre identificados como una sola cosa el pueblo cubano y su gobierno, y se ha arraigado la convicción de que si Cuba ha resistido a los EE.UU. durante cincuenta años y siempre bajo la misma conducción, eso se debe a lo correcto de las decisiones tomadas o al hecho de que muchos de los errores cometidos se justifican por las enormes dificultades que ha debido enfrentar el proceso revolucionario cubano, en primer lugar el bloqueo.» Es necesario señalar que, siempre como consecuencia de esta identificación, no existe tampoco el hábito de distinguir entre quien impone los sacrificios (el aparato burocrático) y quien los vive de verdad, es decir aquella parte de la población que no tiene fácil acceso a la moneda convertible ni a situaciones de privilegio. Lo cual podría volverse a repetir en este caso.
Vale la pena, por lo tanto, seguir la discusión sobre el VI congreso (la oficiosa, ya que oficialmente no habrá ninguna contraposición, ninguna divergencia pública o en la prensa) y mantenerse más alertas que nunca, porque estas graves decisiones pro capitalistas, destinadas a un parcial fracaso, unidas a la dependencia económica para las importaciones de alimentos y de algunas medicinas desde EE.UU., vuelven aún más vulnerable al régimen cubano respecto al gran enemigo imperialista (como recientemente ha hecho notar James Petras, autor de un análisis crítico de la economía cubana y por tal motivo cubierto de insultos políticos por el mismo Fidel y su portavoz mexicano Pablo González Casanova).
Para el centrismo burocrático que ha regulado la vida de la Isla por más de cuarenta años ha llegado la hora de la rendición de cuentas. ¿Se transformará en capitalismo burocrático como en China? ¿Se integrará a la economía estadounidense en el caso de que se terminara el embargo? ¿Desarrollará un capitalismo autóctono con el cual integrarse en las nuevas alianzas económicas latinoamericanas como el Alba? Retomará la dinámica de la revolución originaria?
A esta última pregunta debemos desgraciadamente responder negativamente ya que esto sería posible solamente en el contexto de un renacer revolucionario en el Caribe, en América Latina y en el Mundo. No hay que subestimar al respecto la actitud hostil que el gobierno cubano tuvo desde el primer momento hacia la propuesta de construir una Quinta Internacional, presentada por Chávez en noviembre de 2009 y luego torpemente descartada, probablemente por el rechazo cubano a adherir a la misma.
Son preguntas a las cuales es imposible responder con certeza por el momento. Como mínimo es necesario esperar las conclusiones del congreso de abril y sobre todo observar como reaccionarán los trabajadores cubanos a las medidas restrictivas contenidas en el paquete con el cual la dirigencia castrista espera convencer al Fmi a abrir las compuertas del crédito, medidas que en parte se están ya aplicando, lesionando el poder de decisión del congreso mismo.
[Traducción: Enzo Valls]