1. «Leyenda» de los tres viandantes
No es nada fácil analizar en una conferencia las relaciones que existen o
se pueden establecer entre los tres elementos indicados en el título. Apenas
acerca de la dependencia recíproca de cultura y comunicación se han empleado
verdaderos ríos de tinta y es interminable la lista de estudiosos de sistemas
sociales y relativas comunicaciones de masa que han osado tocar el tema. Pero
de algún modo hay que tomar al toro por los cuernos.
Intentaremos partir de una imagen alegórica que, como todas las imágenes
que se usan en función simbólica y explicativa, adquirirá mayor valor metafórico
en el propio curso de la exposición. Con pocos señalamientos sintéticos y con
imágenes apropiadas trataremos, por lo tanto, de transmitir algunas sensaciones
sin recurrir a muchas o demasiadas palabras.
Supongamos por un momento que nos encontramos aquí, en Asís, en julio del
992, es decir hace mil años. Imaginemos que estamos en esta misma colina, en
las laderas del Subasio, mientras que por aquel sendero campestre proceden a
buen paso tres individuos en trajes de época.
Uno de ellos podría ser un comerciante
que se dirige por negocios a alguna feria agrícola; o el miembro de una corporación artesanal; o un noble que no
tiene intenciones de recluirse en un convento o de quedarse en casa haciendo el
papel del segundón por el resto de su vida y ha decidido viajar por el mundo
(el de aquel entonces…) Sea de estos tres cual sea, podemos considerarle a
todos los efectos un individuo con
las características de su época y, en la última hipótesis, una persona
inclusive que quisiera substraerse a los condicionamientos familiares o a las
obligaciones nobiliarias vigentes en aquellos siglos del medioevo italiano. En
cualquier caso, una persona consciente de la propia individualidad y dispuesto
a defenderla.
Junto a él camina una figura típica de los siglos que precedieron al año
Mil: un clérigo errante, un estudioso
de varias artes, un estudiante no universitario, solo porque las universidades
no han comenzado aún a funcionar (la de Boloña comenzará oficialmente en el
1088, menos de un siglo después). No faltan ciertamente centros de recogimiento
y convivencia para los estudiosos, sobre todo en los conventos, en su mayoría
dedicados a profundizar en temas religiosos, dado que la “alta” cultura oficial
del momento, era en esencia teológica o, de todos modos, subordinada a las
directivas muy poco democráticas del clero católico romano y sus
ramificaciones. Ya se tratara de debates acerca de interpretaciones de las
Sacras escrituras nuevamente traducidas, o del movimiento de los astros o de la
escala de la creación animal, era en cualquier modo la cultura hegemónica de la
época. Llamaremos, por ende, expeditamente un “estudiante” a esta segunda
figura y la consideraremos como la representación más idónea de la cultura
media y medieval del momento.
El tercer viandante no pude ser otro que un bardo, un juglar, un trovador,
un pionero de la lírica occitana, llegado a Italia por quién sabe qué recóndita
razón o invitado quién sabe por quién. Podemos imaginarlo con su organistrum en el saco o con un laúd o
con cualquier otro instrumento musical de viento o de cuerdas pulsadas. Lo
importante es que esta figura viaja de una corte a otra, de un príncipe a otro
–de Aquisgrán a Perugia, de Sevilla a Viterbo, de Canterbury a Paris
–recorriendo con frecuencia y por razones más laicas que religiosas los mismos
caminos que conducen a los peregrinos provenientes de otros países (los
pioneros del turismo europeo) a lo largo de la vía Francígena hasta la presunta
tumba romana del apóstol Pedro o a lo largo del Camino de Santiago de Compostela,
donde en el siglo precedente había sido descubierta la presunta tumba de Jacobo
el Mayor. Esta figura de artista-músico-poeta-viajero encarna en realidad al
“periodista”, si no directamente al “periódico oral” de la época: es él quien
transfiere las noticias, los nuevos modos de poetar, la música y la cultura; lo hace de una aldea a la otra, de
una sede nobiliaria a la otra, de una curia episcopal a la otra.
No hay que pensar, sin embargo, que la representación de estas tres
figuras, en marcha conjunta y dirigidas aparentemente hacia una única meta, sea
una invención mía. En realidad, sabemos mucho acerca de su convergencia en las
realidades histórico-sociales de su tiempo, ya sea gracias a las crónicas de
los contemporáneos, sea gracias a la obra más reciente de los estudiosos del
tema. Pero también tenemos algunos testimonios - literarios y musicales al
mismo tiempo - en las canciones goliardescas, callejeras o de taberna,
festivas, eróticas, sacro-moralizantes y hasta licenciosas, que son conocidas
bajo la denominación de Carmina Burana.
Y bien, los Carmina Burana -
acerca de cuya ejecución real existe todo un debate musicológico, pero que
muchos de ustedes habrán apreciado en la versión musicalizada por Carl Orff en
1937- ofrecen una representación unitaria y concentrada en las tres figuras
antes mencionadas. Producidos en ningún lugar social o geográfico específico,
anónimos y ajenos a la “alta” cultura oficial del momento, estos Carmina eran
compuestos, cantados o escuchados con gran placer por viajeros, comerciantes de
paso, clérigos giróvagos, estudiantes y bardos: un concentrado de cultura alta
y baja, de lenguas nobles (el latino sobre todo, aunque deformado) o populares
(del alto alemán al italiano vulgar); un conocimiento de tradiciones musicales,
del canto gregoriano a la nueva poesía trovadoresca, con elementos de escritura
neumática; una síntesis efectiva en el plano artístico-popular de las
corrientes espirituales y del pensamiento que podían ser comunes a las tres
figuras que hemos elegido como ejemplificación alegórica y punto de partida de
nuestro discurso.
2. Un maître-à-penser emblemático de nuestros días
Realicemos ahora un salto de un milenio y pasemos al actual 1992, en la
misma callejuela de Asís e intentemos imaginar un trío de personajes
contemporáneos que me permita llevar a cabo una síntesis análoga: tres figuras
socioculturales emblemáticas que encarnen de modo más o menos terminado
expresiones generales del individuo, de la cultura y de la comunicación con la
misma densidad del trío precedente y - por qué no… - con la misma belleza
estética de la traducción musical de los Carmina
Burana.
Y bien, por lo que respecta a mis esfuerzos, el fracaso es total: no he
encontrado nada que pueda fungir de equivalente moderno de la alegoría de los
tres viandantes, de los Carmina, etc., ni algo concreto y visible que me
permita vincular metafóricamente las exigencias modernas del individuo con las
exigencias modernas de la cultura y la comunicación. Ni síntesis, ni producción
mental, ni representación visual, literaria o sonora.
He decidido entonces recurrir a una solución de compromiso y aceptar la
primera imagen que, por asociación de ideas, me haya pasado por la cabeza, para
luego confrontarla con la capacidad de síntesis, la historicidad y coherencia
de la representación trinitaria anterior. Y es así que, lo quieran o no, me
crean o no, la imagen que me ha venido a la mente con mayor nitidez, es la de
un gran periodista de nuestro tiempo: Giorgio Bocca [1920-2012, nota añadida en el 2012].
Me he imaginado, entonces, a este pendenciero de profesión de nuestra época,
andando por la misma estrada campestre, en julio del 1992. Y la primera
constatación que me he visto obligado a hacer es que no se trata de un individuo. Quiero decir que si nos referimos a un
hombre de carne y hueso que camina, come, defeca y se relaciona con los demás,
Bocca sería un individuo como cualquiera de nosotros. Mas si nos referimos al
periodista, al autor de libros y reportajes, a su mal disimulada aspiración a
fungir de maître-à-penser
de nuestra mísera Italia (por él tanto y tan justamente despreciada), se vuelve
evidente que nos encontramos ya no ante un individuo real, sino ante una imagen.
Una imagen que se ha separado del individuo y que procede ya por su propio
camino, hecho de comparecencias televisivas, compromisos o litigios con
directores de diarios. Una imagen producida, transmitida y amplificada por los
medios de difusión o, si prefieren, por ese sector de la sociedad del
espectáculo que trata de entretener a las nuevas generaciones de izquierda con
el mito de la guerra de los partisanos (que privada de connotaciones clasistas
y según los objetivos de Bocca funciona muy bien), con un laicismo superficial
o con el mito del independentismo de carrera (un oxímoron encarnado a la
perfección por el ejemplo elegido por mí en tanto que ilustración metafórica de
la figura de no-individuo, entendida como imagen puramente mediática construida
por el sistema de la comunicación en nuestros días). En tanto que personaje
relativamente televisivo, Bocca remite, en forma más o menos crítica, al
sistema de poder de la televisión (del cual hablaremos); como autor de libros,
remite al sistema de poder editorial; como periodista remite, en forma más o
menos crítica al sistema de los diarios y a su operación masiva de
falsificación de la realidad social y política en la que vivimos. En su
conjunto, remite al sistema de las comunicaciones de masa, vertiente cultural
necesitada de dignificación.
Y me complazco de haber elegido la figura de uno de los exponentes menos
corrompidos o menos deshonestos del ámbito periodístico italiano, pues en tal
modo la atención se dirigirá más fácilmente al dato objetivo, es decir a la
obra de Gran falsificación realizada colectivamente por el sistema de
desinformación privada y estatal (con o sin la complicidad de los varios Bocca
o no-Bocca), independientemente de la voluntad, capacidad u honestidad del
periodista individual. Un periodista - ese de quien estamos hablando - que se
ha formado en ese sistema y que, en la concreta, ha mostrado también discretas
cualidades en el campo de la comunicación y la cultura (como historiador,
redactor investigativo, defensor de garantías en el campo judicial, etc.). En
fin, Bocca nos ofrece una imagen equilibrada, digna y media-alta en el sentido
cultural de un modelo “crítico” de periodismo, al servicio, de todos modos, de
las exigencias mediáticas del sistema, pero en apariencia respetuoso de los
principios liberal-democráticos a partir de los cuales surgiera ese tipo de
periodismo y que deberían, en teoría, seguir sosteniéndolo.
Mientras que si hubiera elegido la imagen de un Maurizio Costanzo - por
citar un ejemplo conocido incluso a uno como yo que no tiene ni ha tenido nunca
televisor - descenderíamos inexorablemente al nivel de la baja, muy baja
cultura y habríamos tenido que renunciar de inmediato a la búsqueda de una
cualidad simbólica cualquiera que, en este segundo tipo de periodista,
funcionara a los fines de nuestra representación metafórica, al mismo tiempo,
unitaria y trinitaria.
Paradójicamente, ni siquiera habría funcionado el recurrir a la imagen de
un gran científico o de un gran artista, porque nos habríamos inclinado
demasiado hacia el lado de la alta o muy alta cultura. Con Bocca tenemos un
nivel intermedio satisfactorio, un equilibrio entre la aspiración a una cultura
media-alta y el compromiso cerrado con una realidad cotidiana hecha de cultura
popular media o baja: habría casi que hablar de un equilibrio nacional-popular
– que ciertamente a Bocca no le gustaría que le atribuyeran…
Espero, por ende, haberme explicado y
que estemos de acuerdo: en el cuadro de nuestra representación
alegórica, en la callejuela del Asís de nuestros días no avanza un individuo, sino una
imagen, aunque sea emblemática y lo bastante representativa de los “vicios
y virtudes públicos” de nuestra época.
3. No es expresión unitaria de cultura
A través de esta imagen no avanza la
Cultura, y ni siquiera una dimensión específica de la cultura misma o de
alguna subcultura importante. ¿Quién se atrevería a decir que un periodista,
aunque sea del nivel y las capacidades de Bocca, puede proporcionar hoy en día
un testimonio atendible o significativo del mundo cultural en que vivimos?
La organización de la cultura, el sistema de su producción, reproducción y
difusión, ha alcanzado tales grados de complejidad que ni siquiera el más
enciclopédico de los intelectuales vivos podría aspirar a plasmar una
representación de ella o a dar una síntesis en primera persona: ni como
individuo, ni como lobby periodístico, ni como equipo de investigación, ni como
corriente de pensamiento, etc. Mientras que en las épocas de tránsito del Alto
al Bajo Medioevo habríamos podido encerrar en la personalidad de algún gran
humanista una síntesis cultural representativa, una expresión exhaustiva y
comprehensiva de lo mejor de la cultura de la época. Pero está claro que no hay
lugar en nuestros días para esas figuras, al mismo tiempo, históricas y
simbólicas - como un Marsilio Ficino, un Leonardo da Vinci o, más tardíamente,
un Giordano Bruno - a causa, insisto, de la complejidad y amplitud del
desarrollo en aquellas artes que componen la cultura media o media-alta (por no
hablar de la alta), y por ende a causa de los niveles de especialización requeridos
en los terrenos específicos, ya se trate de un matemático, de un pintor o de un
ingeniero.
Y, más allá de la complejidad del sistema y de lo inadecuado de los sujetos
que lo representan, no hay que olvidar
tampoco el problema de los lugares en los que ocurre la producción cultural:
lugares escurridizos, con frecuencia impalpables, condicionados siempre y de
cualquier modo por el dinero, por la afiliación política, las exigencias de la
sociedad espectacular de masas. Tema que dejaremos a un lado pero que merecería
ser profundizado.
4. No es expresión unitaria de comunicación
Ahora debemos preguntarnos si este no-individuo, que no transporta cultura,
es vehículo al menos de comunicación. Tratándose de un periodista conocido y de
un personaje notorio del mundo televisivo, la respuesta más natural y banal
parecería ser la afirmativa. ¡Caramba! Cómo no reconocer que Bocca, o la imagen
periodística a él asociada (o que lo sustituye) transmite mensajes, amplifica
problemáticas, conecta contextos comunicativos entre sí diferentes: en fin, que
sirve de puente mediático entre elementos diversos y constitutivos de las
comunicaciones de masa. Y bien, este tercer elemento de mi trinitaria cuestión
era sin dudas el más insidioso y en apariencia el más descontado. He tenido,
por lo tanto, que reflexionar sobre ello mayor tiempo aun, llegando una vez más
a una constatación negativa: no, sobre la callejuela de Asís etc., etc., la
imagen del célebre periodista no lleva
consigo no siquiera comunicación, en un sentido comprehensivo, emblemático
y estructuralmente integrado.
4a. Non la puede llevar entonces por una
constatación instrumental, material en tal sentido. El trovador medieval o
proto-renacentista llevaba consigo los instrumentos para comunicar, los cuales,
en general, también poseía: la voz, un organistrum,
el laúd, un tambor o, en casos particulares (por ej. en el teatro callejero),
también el vestuario. Si un cualesquier Bocca o experto actual en comunicación
de masas debiera llevar consigo su propio instrumental profesional, no
bastarían cinco furgones para contener el aparataje de transmisión televisiva,
micrófonos y amplificadores, los rotativos, linotipos, computadores o archivos
de la prensa cotidiana, clasificada según fechas y temas (sin los cuales el
periodista se sentiría prácticamente desnudo). [Esta última consideración es,
por cierto, obsoleta, a la luz del desarrollo informático que los sistemas de
archivo y catalogación han alcanzado desde entonces en la web, con Wikipedia,
Google, etc. Nota del 2012].
Y no podría ciertamente darse por satisfecho con poseer o transportar
redacciones o propiedades de periódicos solo italianos, pues también en el
mundo de las comunicaciones de masa funciona desde hace ya tiempo un proceso de
multinacionalización de la prensa, de las editoriales, de las televisoras, de
concentración internacional de las propiedades periodísticas y televisivas.
Ayer [julio 9, 1992] fue noticia, por solo citar una, que el grupo propietario
de La Reppublica ha adquirido el 17%
de un diario portugués, así de simple, como si fuera la cosa más normal del
mundo… periodístico. Y muchos otros desplazamientos masivos de propiedad de los
diarios y de los grandes grupos editoriales están sucediendo desde hace
décadas, al menos desde el fin de la Segunda guerra mundial: en los USA incluso
desde antes.
4b. Pero el periodista elegido por nosotros como emblema no puede llevar
consigo o transmitir la comunicación con un mínimo de perfección o
representatividad, sobre todo, por
razones ideológicas, y en un análisis ulterior también políticas. El patrimonio cultural del cual es expresión es solo un
componente (si más o menos importante, es discutible) del sistema cultural
dominante. Ese sistema está constituido por la acumulación y elaboración de
informaciones, noticias, manifestaciones artísticas, transformaciones
lingüísticas etc., realizadas a lo largo de siglos de permanencia de la
burguesía en el poder. Y refleja, bien o mal, las múltiples y profundas
diferenciaciones que el tiempo y la lucha de clases han operado en el seno de
esta clase social, en un tiempo rígidamente nacional y ahora en vías de una
creciente internacionalización (si bien no ha cortado aún su identificación
genética con los Estados Nacionales, País por País).
Ni siquiera un periodista culto y de culto como Bocca habla a nombre de
todo el frente social de la burguesía y mucho menos del conjunto de los
partidos políticos que la representan o con los que aquella, eventualmente,
decide establecer relaciones de privilegio (de la extrema derecha a la llamada
“extrema izquierda”). Nuestro periodista-símbolo, cuando no habla o escribe
simplemente a nombre de sí mismo, lo hace a nombre de una fracción del frente
burgués, una fracción para colmo escurridiza y camaleónica, en continua
transformación. Tal fracción está sujeta a su vez –como la clase social madre-
a las presiones de la mutación política y social que ya no posee los ritmos
seculares del año 992 y de gran parte del milenio sucesivo, sino que va
adquiriendo paso a paso ritmos cada vez más rápidos e incontrolables,
características cada vez más cambiantes.
En resumen, él no transmite auténtica comunicación 1) porque no habla a
nombre de la clase burguesa en su totalidad y ni siquiera de sus componentes
decisivos; 2 porque no puede hablar de las transformaciones que intervienen en
el cuerpo social en tiempo real, no puede adecuar su propio análisis a los
frenéticos ritmos del cambio social y cultural; 3)porque debe medirse continuamente
con las recaídas de ese cambio en el campo político: no por casualidad Bocca ha
tenido la sabiduría de mantenerse fuera de la bronca, prefiriendo considerarse
un anacronismo viviente con su llamado explícito a los principios fundadores de
Justicia y libertad y del Partido de acción.
Hay que añadir además que ni siquiera puede hablar en nombre de una
presunta oposición social y política que está, a su vez, fragmentada y reacia a
reconocerse en el mensaje de este o aquel tribuno (en el sentido de la “Tribuna
política), de este o aquel personaje presuntamente carismático, de este o aquel
secretario de partido, de este o aquel anchor-man de la izquierda [en lo que se
convertirá dentro de poco Fausto Bertinotti, nota del 2012]. Fragmentariedad, dispersión, imposibilidad de
sostener los frenéticos del cambio…son algunos de los elementos que contribuyen
a proporcionar un cuadro realista de la “minoritariedad” con la cual logra
viajar cada día el mensaje de un intelectual individual (ya sea periodista,
político, cardenal, barón universitario o sindical), aunque sea talentoso,
aunque esté preparado, aunque sea usufructuario de privilegios materiales y
profesionales. A la fragmentación y a la
diversificación del cuerpo social (y de sus procesos reproductivos) corresponde
una fragmentación y diversificación análogas del sistema comunicativo de masas:
es más, podríamos decir que lo es en mayor medida y por ello contribuye a
diversificar ulteriormente el tejido social. Los clérigos giróvagos o los
trovadores, con sus Carmina Burana,
unificaban, homogeneizaban y hacían circular un cierto tipo de cultura que,
aunque no fuera expresión de toda la sociedad de la época, la representaba en
algunos de sus sectores conspicuos (del mundo religioso al universitario, del
comercio al naciente mundo del espectáculo en vías de institucionalización),
estratos de clases sociales en ascenso, a veces lo “mejor” bajo el perfil
cualitativo de la burguesía en formación, emergente luego y finalmente
dominante. (A este respecto, nuestra alegoría podría avanzar en el tiempo e
intentar recomenzar con tres figuras diversas desde el final del XIX, del
Iluminismo y de la Revolución francesa en adelante: quién sabe si y cuánto
podría funcionar).
No sería tan infundado aplicar a los estratos socioculturales en ascenso,
de aquel pasado en lenta transformación, la definición acuñada por la moderna
sociología (de Mosca o Pareto en adelante) de élites. Que sea o no válida la retroactiva datación del término,
queda el hecho de que aquellas élites “medievales” representaban de cualquier
modo la parte más activa, estudiosa, crítica y modernizante de la sociedad de
entonces: ellas daban una contribución esencial a la difusión de lo mejor que
“la inteligencia de masas” de cada época era capaz de producir. Y que otras
élites se apresuraban a difundir en sentido geográfico y social.
Estaremos de acuerdo en que nada de ello es aplicable a las modernas castas
de los periodistas, académicos, políticos, de los detentores del control sobre
las comunicaciones de masa. En nuestra época no existe ya la correspondencia en
términos cualitativos de los clérigos giróvagos, de los juglares, de los
alquimistas o de los predicadores de antaño. Solo las figuras corruptas de los
hombres de la corte, cortesanos serviles y cambiacasacas, podrían hallar
correspondencia alguna con las actuales castas partidistas, parlamentarias o
radiotelevisivas. Pero los apetitos y la influencia corruptora de estas
modernas castas cortesanas son mucho más profundos y absolutamente no
comparables en el plano cuantitativo con los de sus colegas medievales.
4c. Podría añadir algunas consideraciones acerca del hecho de que hoy en día
no existen “informaciones”, manifestaciones “artísticas” o contenidos
culturales que no sean susceptibles de ser relacionadas con las principales
tendencias políticas que en todo país industrializado determinan el buen y mal
tiempo de la vida parlamentaria cotidiana, llenando los “tiempos muertos” entre
una y otra campaña electoral. En países como Italia, Francia o Alemania (pero
por qué no pensar también en algunos países latinoamericanas) - en los cuales
el sistema de los partidos domina casi por completo el conjunto de las
manifestaciones culturales, las ocasiones de ascenso en carrera o la presunta
profesionalización de los propios operadores culturales - la cosa es más que
evidente. Y la influencia de los sistemas de los partidos sobre la difusión de
la comunicación representa un cáncer interno, un elemento ulterior de
fragmentación que condena la comunicación misma a una cada vez más rápida
banalización en términos históricos.
De todo el bla bla bla político
de cada día (de los noticieros a las Tribunas televisivas, de los
congresos-espectáculo a la creciente homologación de la prensa de partido o no)
es siempre más insignificante la parte de información que se sedimenta en el
tiempo y se transforma en mensaje duradero. La decadencia en el nivel en las
discusiones, la superficialidad de los análisis, la hostilidad prejuiciada
hacia las exigencias de elaboración teórica, el recurso descarado al
pragmatismo político de “lo menos peor”, la asimilación genética de la
malhadada teoría del fin que justifica los medios (en Italia representada
cumplidamente por el Togliattismo), hacen ya comprender a las claras que con
este ritmo de banalización no se preservará ya nada para el futuro, no quedará
gran cosa en términos cualitativos o propositivos sobre los cuales puedan
crecer y medirse las nuevas generaciones, las nuevas élites del pensamiento,
político o no.
Me refiero obviamente a todos: al mundo de la derecha, del centro, de la
izquierda y, hecho nuevo respecto a la posguerra (al menos desde el fin de los
años 60’),
también de la extrema izquierda.
Y sin embargo, mientras que esta decadencia general se intensifica, el Defensor Pacis de Marsilio de Padova
(1275-1342) - por citar como símbolo una gran obra que disgustó a la Iglesia
mucho antes que Erasmo y Giordano Bruno - sigue siendo publicado, leído y
comentado. Por demás con placer y provecho. Se podrían mencionar otros
textos-símbolo destinados a permanecer en el tiempo, también porque no son
muchos. Justamente…
4d. En el año 992 no había nada que se pudiera considerar pródromo o expresión
pionera del daño epocal que cada día el sistema de partidos opera sobre el
crecimiento y difusión de una auténtica cultura de masas y, por ende, no es
posible hacer comparaciones. Solo la Iglesia católica - gracias a su relativa inamovibilidad
a lo largo de siglos - ha conservado un rol comparable al que ella misma
tuviera entonces, mas ese aspecto excede nuestra reflexión. Mientras que se
habrá notado que el monje (o el fraile) –gran figura del año 992, si no de todo
el Medioevo, dotada de una fuerza sugestiva- no ha sido incluido por nosotros
en el trio de alegres compañeros que fuera nuestro punto de partida.
Deliberada elección, ya que la figura real o simbólica del fraile excluía
en un tiempo la expresión de una individualidad propia. Por definición, esta
debía anularse en Jesús/Dios (especialmente si era franciscano, minorita y
espiritual) y, aunque fuera predicador, no debía predicar nada nuevo fuera de
los muros del convento de su Orden, aparte del mensaje cristológico
interpretado variamente. Pero también hay que reconocer que muchos de aquellos
frailes –a partir de la Orden Benedictina pero no solo- estaban dando
inconscientemente una contribución fundamental a la preservación de la cultura
clásica (en este sentido, “alta”) a través de su trabajo de copistas y
amanuenses. Un trabajo que, no obstante, realizaban como acto de mortificación de
sí mismos, del propio yo de devoción respecto a lo divino y sin ninguna
ambición y sin ambición traducible en términos de incremento o extensión de la
“comunicación de masas”, tal como se la podría entender en la época. En
términos literarios, ese mundo intelectual ha sido magníficamente reconstruido
por Umberto Eco en El nombre de la rosa.
No. El fraile predicador o amanuense o mártir en herejía, decididamente no
habría podido sumarse a nuestro alegre trío. Pero no por ello se debe
menoscabar la importancia de su obra en la colectividad de la Orden o, en
ciertos casos, de su testimonio personal. Aquí en Asís no necesito extenderme
en el tema, aunque me gustaría abrir un capítulo acerca de las figuraciones
artísticas de algunas de las cosas a las que estoy apuntando.
5. Sociedad espectacular de masas
Espero que el procedimiento emprendido por mí con la imagen alegórica del
trio unitario, haya sido, en primer lugar, agradable y divertido para quien me
escucha. En segundo lugar, haya sido comprensible y en tercer lugar, útil. Mi
inconfesada ambición era, de hecho, resumir en pocas frases e imágenes-símbolo
el sentido último de las bibliotecas de volúmenes que han descrito o
reconstruido el modo en que hemos pasado de las culturas fundamentalmente orales (es decir, aquellas fundadas en la
transmisión de la palabra que han continuado, por su parte, a estar en auge
incluso en épocas en las cuales la escritura se difundía y transmitía en forma
amanuense) a las culturas tipográficas
(era Gutenberg, es decir cuando se comenzó a hacer viajar la escritura,
reproducida por la prensa, en lugar de las palabras) para llegar a la época
actual constituida por culturas basadas
prioritariamente en imágenes (representaciones visuales, fílmicas o
telemáticas): una época, hay que decirlo, dominada por la mercantilización
espectacular de cualquier manifestación cultural - sea creativa o conformista,
individual o de masas.
Me refiero, obviamente, a la visión crítica del nuevo modo de dominación
sobre la vida cultural y sobre el sistema de las comunicaciones que en su libro
de 1967 Guy Debord definía como sociedad
del espectáculo. Texto al cual remitimos así como a sus sucesivas
interpretaciones.
La representación en video (como televisión, elaboración computarizada,
comunicación telemática etc.) y los otros sistemas de producción y difusión de imágenes que el progreso
científico hará poco a poco siempre más “económicos” - por ende, disfrutables
en tiempo real y disponibles para el consumo por parte de millones y dentro de
muy poco, billones de personas - concentran en sí el control de todas las
formas de comunicación de masa definibles como tal. Es decir, todas las formas
de comunicación transferibles en soportes concebidos en base a criterios de
tecnología industrial, por lo tanto reproducibles, por lo tanto comerciables y
consumibles a título individual, de grupo, de etnia, de nación, de masa…y de la
humanidad toda, si las leyes del mercado pudieran actuar sin obstáculo alguno.
Se habrá notado que hasta ahora no he nombrado ni involucrado, en la
crítica de la sociedad videodependiente, al cine,
entendido como mundo de la producción fílmica. Tal vez ello dependa de una
debilidad personal mía, del hecho de que no logro recuperarme de las secuelas
de un precoz amor juvenil nutrido por la Décima Musa (o Séptimo arte). Sigo
pensando, de hecho, que ese mundo tiene características propias, específicas de
lenguaje, nobles y plebeyas al mismo tiempo, desde su nacimiento, no reducibles
en cualquier caso al hecho espectacular en sí o a la relación de
videodependencia que también el cine habría podido inducir en el espectador,
pero que de hecho no ha inducido. Hoy sabemos que eso no sucedió: la
videodependencia no comenzó en el campo cinematográfico, sino televisivo y es
ahí que se ha afirmado originariamente.
El cine puede ser considerado esencialmente (y quién sabe hasta cuándo) un
instrumento de entretenimiento figurativo,
más y quizás mejor de lo que pudo haberlo sido, en el pasado, el teatro en sus
varias formas (de la farsa a la
neovanguardia, pasando por las representaciones sacras, el teatro de calle
etc.), respecto al cual se sitúa en directa línea hereditaria. No obstante los
grandes progresos tecnológicos que se verifican también en este campo, el cine
conserva – e incluso parece aumentar con el paso del tiempo – las
características constitutivas propias así como sus grandes potencialidades que
pueden ser valorizadas en mayor o menor medida según períodos y lugares. Esto
es válido en relación a criterios de disfrute estético, creatividad artística,
indagación psico-sociológica, síntesis historiográfica, fabulación alegórica,
narración pura y simple y así por el estilo, según género, autor, comisionarios
y corrientes cinematográficas.
Tal vez me haga ilusiones respecto a la autonomía de recursos del lenguaje
fílmico, pero quisiera igualmente intentar tener la capacidad evocativa de
cierto cine (y de cierto teatro, obviamente) más allá de mi crítica a los
procesos degenerativos de la sociedad del espectáculo y a la creciente invasividad
de las comunicaciones de masa, televisivas y telemáticas. El tiempo decidirá
cuán justificado es este favoritismo evidente por las obras destinadas a la
pantalla grande.
7. Invasividad globalizante (totalitarismo) de la televisión
Muchos han escrito y más aun habrá de escribirse en el futuro acerca del
declive o fin de la era indicada como “Galaxia Gutenberg”: una definición bella
y sugerente, aunque formulada con escasas capacidades analíticas y en un libro
pésimo (muy celebrado y citado, pero evidentemente no tan leído) de Marshall
McLuhan. Con el término, ya admitido en el lenguaje corriente, se hace
referencia al proceso – perfectamente rastreable en términos históricos- que ve
la escritura ceder el paso de manera creciente y progresiva al poder icónico: el poder de las imágenes, o
como quiera llamársele.
En aras de la síntesis dirá desde ya que al vivir como contemporáneos en el
seno de este proceso, nuestra mente va sobre todo hacia el instrumento televisivo (y por inducción al mundo que gira en
derredor), descuidando por economía de discurso todo aquello que de bello y
útil se transmite o nace aún en el campo visual: de la cada vez más perfecta reproducibilidad técnica, por ende
industrial y masiva de los productos artísticos – que hoy en día los hace
disfrutables también “a domicilio” para buena parte de la humanidad, aunque
privados del aura “cultual” de la que hablaba Benjamin (en el célebre ensayo
del 1935-39) – a la inmediatez comunicativa de un cierto tipo de cine, al cual
se ha señalado anteriormente: de la creciente integración simbiótica de las
varias artes en productos multimedia (video, poesía, literatura, dibujos
animados, música, colores, sonidos, olores, técnicas variadas de
pluridimensionalidad) al uso o reconstrucción de escenarios real o
presumiblemente existidos como apoyo a los estudios de paleontología,
arqueología, historiografía, etc., a la didáctica científica y literaria en
general.
7a. La primera característica inconfundible de la televisión –que ningún medio
de comunicación ha tenido jamás en el pasado- es su carácter global, totalizante podríamos decir:
ella concentra en sí la representación mediática (a veces postiza, siempre
artificial) del todo de nuestra
época: quiere decir, todo aquello que la humanidad produce en cualquier campo,
en cualquier parte del mundo, en cualquier coyuntura histórico-política, en
cualquier forma (física o virtual). En el sistema televisivo han confluido (sin
esperanza de vuelta atrás y renunciando a la propia autonomía) todas las formas precedentes de comunicación.
Este sistema ha absorbido todas las formas específicas de escritura (literaria, erótica, vulgar,
poética, política, publicitaria etc.); ha hecho suyo, haciéndolo más chato, el
monopolio de la información cotidiana o semanal que anteriormente detentaban
los periódicos en su pluralidad de
estilos y corrientes de pensamiento (cuántos hay que ya no compran el diario en
el estanquillo pues a fin de cuentas está el noticiero…)
Ha suplantado las funciones tradicionales de la editorial, ya sea suplantando a los “ritos de iniciación literaria”
clásicos (¿para qué leer las novelas de Salgari tras haber visto la grotesca
serie cine-televisiva dedicada a Sandokan?); ya sea asumiendo (adjudicándosela
en subastas virtuales y trucadas) la autoridad literaria para establecer cuáles
libros deben leer las masas de la plebe inculta, cuáles están dirigidos a
determinados nichos del mercado, aunque estén constituidos por irreductibles
contradictores de la cultura dominante. El tratado de sicología escrito por un
conocido futbolista podrá competir en el mercado librario- teledependiente solo
con el manual de técnica futbolística escrito por un conocido siquiatra. Y ya
que hemos llegado a este punto, no quedaría más que recitar el de profundis por la independencia
creativa de la obra literaria, de narrativa o de ensayo – entendida en términos
editoriales y admitiendo que una mínima autonomía del individuo creador pueda
quedar igualmente intacta, pero a un alto precio, con mucho esfuerzo, fuera de
los cánones editorial-televisivos.
Más banalmente: ¿cuánto tiempo de vida transcurrido frente al televisor le
es restado a la lectura? Que yo sepa, no existen investigaciones sobre el tema
y si esas confrontaciones se llevaran a cabo, el mundo editorial-televisivo haría
cualquier cosa para que no salieran a la luz.
El mundo de las artes figurativas
sufre una influencia devastadora similar sino peor a la ya indicada para las
editoriales, según mecanismos análogos. Por no hablar del mundo de la música, sea clásica sea de las nuevas
generaciones (del rock consumista a los megaconciertos, raves en directa etc.)
7b. También sería necesario comentar el fenómeno del fanatismo futbolístico – y por el estilo, de todos los otros juegos
de equipos - ya del todo identificado con ritos espectaculares transmitidos
esencialmente a través de canales televisivos. Los ritos de la fanaticada
futbolística - ya sea en el estadio, en casa o en las calles – logran
involucrar a millones de individuos (sobre todo del sexo masculino), alimentando
su fanatización o, en cualquier caso, el agravamiento de un estado más o menos
temporal de alteración mental. Ello ocurre con frecuencia creciente en todo el
país, en la mayor parte de las poblaciones y en distintas horas del día,
habiéndose convertido en algo definitivamente irrelevante el hecho de que solo
una ínfima parte de ellos podrían asistir directamente a los partidos en el
estadio. Pienso que el fenómeno sea de todos modos conocido y que haya poco que
añadir al embrutecimiento masivo que se expresa a través del fanatismo
futbolístico y que el sistema televisivo estimula en todos los modos posibles,
descubiertos o disfrazados.
Para la otra gran fuente de fanatismo irracional - la moda (esta vez prevalentemente femenina, mas no solo) - la televisión
ejerce un papel análogo al del fanatismo futbolístico (con publicidad y
desfiles de modelos) aunque de maneras muy diversas y, hay que decirlo, con
finalidades que también pueden ser de orden estético.
7c. Por mi parte añadiría también una referencia a la religión – en Italia sobre todo católica, pero en otras partes en
correspondencia con la hegemonía que alcance a ejercer alguna de las tres
grandes religiones monoteístas o de las religiones reveladas. En sus
manifestaciones cultuales, la religión católica puede considerarse como una
forma particular y espectacular de comunicación de masas. Mientras que la
televisión está demostrando ser, cada vez más, un instrumento “omnipotente” de
propaganda religiosa y de marginación de los anti-religiosas, de los ateos, de
los agnósticos, de los librepensadores en general, pero también de los
seguidores de otras religiones, de cristianos protestantes etc.. El control
total e indiscutido que el Vaticano ejerce sobre el sistema televisivo italiano
y sobre los ignorantes se ha convertido en el arma principal de clericalización
de la vida social y cultural del pueblo, del Estado, de las instituciones, de
la infancia, de la vida escolástica etc., y de sofocamiento de cualquier
instancia libertaria o de autonomía de pensamiento. El Vaticano ha jugado su
partida más importante en el plano televisivo en los años 50’, ganándola desde el inicio
y reafirmando su victoria cuando el
clericalismo comenzó a permear también a la ex-izquierda (en Italia desde fines
de los 70’
en adelante).
Cuidado, porque a través del control del sistema televisivo, el Vaticano
refuerza más aun su posibilidad de control sobre el sistema
escolástico que está, de todos modos, totalmente al servicio de las
exigencias de la Iglesia en perfiles diversos (contenidos de la didáctica,
enseñanza de la religión, ceremonias que acompañan las festividades mayormente
religiosas, asunción de los profesores de religión, presencia obsesiva de la
simbología cristológica etc.). A través del mecanismo televisivo, este control
eclesiástico y de masas sobre la conciencia se refuerza y alcanza una situación
casi monopólica.
8. ¿Hacia dónde nos dirigimos? Impotencia de la ciencia (ficción) política
Estemos o no de acuerdo con esta descripción distópica del universo
orwelliano –en el cual la acción conjunta de las comunicaciones de masa
(prevalentemente absorbidas por el mundo televisivo, por las imágenes
producidas o transmitidas por video, por las nuevas potencialidades de los
computadores), tiende a penetrar en sentido totalitario la vida de la gente –
se puede converger en una constatación: el sistema de la comunicación cultural
en nuestra época ya no es reductible o confiable a un individuo, aunque esté particularmente dotado de cualidades
carismáticas (pienso en primer lugar al gran comunicador que fue Francesco de Asís
en el ámbito mediterráneo – es decir, en el “mundo” cultural de entonces) y ni
siquiera a un grupo de individuos
estructurado colectivamente: podemos pensar en la Compañía de Jesús o a
célebres escuelas filosóficas que a veces eran capitalizadas por eminentes
personalidades católicas (franciscanas y no solo) en los grandes centros universitarios
como Oxford, Praga, Paris, Bologna etc.
Diré más: ese sistema ya no es reductible ni siquiera a una única casta política (como podía ser el
partido fascista de un tiempo) y ni siquiera a una única clase social, por integrada y homogénea que pueda ser en su propio
seno. No existe una clase social que pueda garantizar el control de un sistema
tan diversificado en sus innumerables ramificaciones y, al mismo tiempo, tan
abiertamente monopólico en el ejercicio del poder y en su obra de
comercialización y espectacularización de cualquier forma de actividad humana.
A las obvias consideraciones que haría un sociólogo acerca de la
diversificación social de las clases o frentes clasistas, de estratos, sectores
etc., habría que añadir la revolución
operada por el desarrollo tecnológico en el ámbito de las comunicaciones de
masa o mass-media. Esa revolución tal no se ha detenido en el umbral de la teletransformación totalitaria de la
vida social y cultural, sino que ha
proseguido con paso cada vez más veloz y tiene ya ritmos de innovación de los
que ningún sujeto político, económico o científico puede garantizar el control.
Y la diferencia entre control tecnológico y control social está destinada a
profundizarse con el paso del tiempo, de modo cada vez más acelerado.
Desde esta perspectiva es en verdad difícil no solo responder acerca del
cómo sino incluso imaginar hacia dónde nos dirigimos. Y lo será cada vez más.
Ciencia ficción política, distopías literarias y previsiones sociales
científicas parecen darse la mano en su incapacidad de previsión respecto al
punto de llegada de tales procesos y a la duración de sus recorridos. No
sabemos hacia dónde ni cómo ni cuándo. Probablemente no sabemos ni siquiera por
qué, aunque al menos algunos de nosotros aún se lo preguntan. El presente, sin
embargo, lo conocemos o podemos conocerlo. O mejor, algunos de nosotros pueden
intentar conocerlo.
9. Retardo de la consciencia respecto al desarrollo de la tecnología aplicada
a las comunicaciones di masa
Vivimos en una época en la cual ningún individuo y ningún grupo
estructurado de individuos - de los lobbies a las clases sociales dominantes - tiene
ya la posibilidad de ejercer un control monopolístico total, duradero y unívoco
sobre el sistema de las comunicaciones de masa. A partir de cierto momento - para
algunos con la radio, para otros con la televisión, para otros aun con la
adopción del sistema satelital a partir del 1973-74 y en fin con la creación de
redes comunicativas informáticas [la constitución oficial de la World Wide Web
(www) ocurrió al año siguiente, nota del
2012] - el sistema de las
comunicaciones ha sido investido por el desarrollo tecnológico, haciéndose
gradualmente más autónomo de cualquier otra forma de control de orden social,
económico o político.
Esta ha sido una novedad propia de los nuevos medios de comunicación de
masa que no se había verificado en otras épocas: por ej., en el organistrum del trovador o en la pluma
de oca del clérigo giróvago no se reflejaban los niveles de tecnología
musicológica o escritural de la época, ya entonces mucho más avanzados. Y la
propia identificación de los medios comunicativos con la radio, primero, y con
la televisión después, ocurrió con decenios de retardo respecto a la
elaboración de las bases científicas adoptadas en la fabricación de estos
instrumentos. Es inútil decir que aquel retardo inicial ha sido recuperado y
superado definitivamente, habiéndose constituido ya una estrechísima conexión
(interactiva) entre desarrollo científico de la tecnología y su aplicación
práctica al mundo de las comunicaciones de masa (no menos que de la guerra, la
investigación espacial, de los sistemas de espionaje etc.).
Tiempo atrás se admitía con Marx que en el desarrollo de la humanidad
siempre ha habido un retardo de la conciencia respecto a las condiciones de
existencia. Añadiendo sin embargo que el hombre ha sido el único representante
del mundo animal que ha logrado no solo acumular saber e interrogarse sobre
este desde los orígenes, sino que, a un cierto punto - muy pronto en términos
relativos de la historia humana - ha creado incluso los instrumentos que
permitieran la reproducción de ese saber acumulado, con o sin la presencia
concomitante de los inventores eventuales, ya fuera durante la vida de estos,
después de su muerte, en el curso de los siglos etc..
La electricidad fue tal vez la
primera invención tecnológicamente moderna que permitió una fuerte contracción
de los tiempos entre aplicación masiva de la nueva tecnología y su uso en el
campo de las comunicaciones. La radio, la televisión y la cibernética misma (ya
llamada “informática” o con el término genérico “electrónica”) son hijas de
aquel salto adelante permitido por la electricidad. En el futuro del hombre, no
obstante, la caza de la innovación asumirá formas cada vez más afanosas y hoy
en día se puede comenzar a entrever o a presumir que el próximo paso –
cualitativamente distinto y científicamente significativo –será la aplicación de la física atómica al mundo
de las comunicaciones de masa.
¡Sucederán tales cosas! Y tal vez eso podrá verificarse ya en las próximas
generaciones, en el pasaje al nuevo milenio, al cual llegaremos antes de un
decenio. El año dos mil visto bajo el perfil del crecimiento de las
comunicaciones de masa…una fantasía que da escalofríos. Y pensar que en mi
infancia y adolescencia el solo hecho de pronunciar la palabra “Dos mil” tenía
un sabor inequívoco, evocativo de ciencia ficción.
Y bien, como en el último medio siglo los cambios más significativos en el
comportamiento de la gente han sido inducidos por las transformaciones de los
medios de comunicación de masa, no parece muy difícil prever que en el umbral
del Dos mil y después será la aplicación de la electrónica y de las técnicas de
computarización a estos mismos medios de comunicación lo que inducirá las
mayores y más profundas modificaciones en la vida cotidiana de las personas. Un
proceso que ya estamos viviendo.
El desarrollo científico tendrá su pequeña parte de responsabilidad en este
cambio, mientras que la aplicación de la electrónica en forma cada vez más
masiva a la tecnología de las comunicaciones de masa tendrá la máxima
responsabilidad en los próximos y, en buena medida previsibles, cambios
antropológicos en el campo de las relaciones humanas. Se profundizará y llegará
a consecuencias extremas un fenómeno ya prefigurado en el Renacimiento, cuando
el desarrollo científico-técnico comenzó a escapar al control, y a la
comprensión, de una masa gradualmente creciente de la comunidad humana, al
tiempo que se profundizaba el distanciamiento social con esta propia comunidad
por parte de los humanistas-científicos directamente involucrados.
En la “vanguardia” de este
distanciamiento se distinguieron sin duda los llamados “filósofos”. A partir de
los inicios del XIX estos dejarán de tener vínculos profesionales con las
artes, la ciencia o la organización del trabajo, convirtiéndose casi totalmente
en profesores universitarios: es decir, una categoría social bien precisa. En
el Kant astrónomo y catedrático, las dos figuras parecen aún equilibrarse un
poco, mas con el triunfo del idealismo alemán la transformación se extendió,
haciéndose mayoritaria y, con el tiempo, irreversible: el mundo de los
“filósofos” contemporáneos está ya constituido en todas partes por una
cosmopolita casta académica, con
crecientes dimensiones de masa, sustancialmente separada del mundo de la
ciencia, ciertamente en términos operativos pero también en términos teóricos.
Este fenómeno, sin embargo, se inserta a su vez en procesos degenerativos
de la sociedad espectacular que asimilan a los profesores universitarios
“filósofos” a otras categorías del mundo académico-intelectual. Procesos
degenerativos responsables por la parte que les compete en el hecho de que la
conciencia de las comunidades humanas continuara perdiendo terreno respecto a
la ciencia, aun cuando esta transformara radicalmente las condiciones de la
existencia.
La religión se empeñó a fondo y sigue empeñada en ampliar esta divergencia,
pero es obvio que fueron otros muchos factores en juego los que promovieron el
proceso que, indetenible y cada vez más impetuoso, está actualmente en curso.
¿Tienen sentido aún o son ya obsoletas las palabras del viejo aforismo
según el cual la humanidad sería capaz de resolver solo los problemas que es
capaz de plantearse?
Espero que esta reflexión - aunque no contribuya a responder la pregunta - al
menos nos aliente a planteárnosla.
No soy amante de las citas, tal vez también por respeto a nuestros grandes
predecesores que, probablemente, sabían exactamente lo que querían decir en el
momento de pronunciar ciertas frases. No obstante, dados los orígenes de la
organización que me ha invitado a hablar, quisiera terminar con el augurio de
que se llegue, lo antes posible, a un sistema social en el cual se pueda
utilizar el desarrollo de la tecnología, con sus posibles aplicaciones, solo
para la realización de los dos fines que Trotsky indicaba (en Su moral y la nuestra) como los únicos dignos de una
perspectiva auténticamente revolucionaria: aumentar
cada vez más el poder de control del hombre sobre la naturaleza y disminuir
cada vez más el poder de control del hombre sobre otros hombres.
He aquí palabras que difícilmente habrían podido pronunciar los tres
viajeros en la callejuela de Asís, mas de haber tenido ocasión de escucharlas,
tal vez habrían podido también compartirlas. Pero por lo que nos concierne,
sean los que fueren los retardos de la conciencia respecto a las condiciones de
la existencia, esas palabras habría que subscribirlas sin vacilación.
* Ponencia en el seminario de Socialismo Revolucionario/Utopía Socialista (Asís, 10 de julio de 1992)