I
Es muy poco el tiempo transcurrido desde la muerte de Hugo Chávez como para
saber qué puede ir sucediendo ahora con la Revolución Bolivariana. Las nuevas
elecciones ya están a la vuelta de la esquina, el 14 de abril. Hacer hipótesis
sobre qué pueda suceder allí no es el objetivo principal de este escrito. En
todo caso, lo que nos interesa fundamentalmente es ver qué pasa a mediano
plazo, qué escenarios pueden irse dibujando para más allá de esa fecha puntual.
En otros términos, independientemente de los resultados de la próxima justa
electoral, la cuestión básica estriba en ver para dónde se dirigirá todo el
proceso en curso: ¿sigue la revolución? ¿En qué términos sigue? ¿Se viene
abajo? ¿Todo depende sólo de una elección?
Si se dijera tajantemente que, de no ganar el movimiento bolivariano con
Nicolás Maduro como candidato este 14 de abril, la revolución termina, eso ya
indicaría un terrible peligro: no sólo por la presunta derrota en las urnas y
lo que ello traería aparejado, sino porque se estaría reduciendo la revolución
a un mero proceso electoral. Y, por supuesto, es de esperarse que la revolución
sea infinitamente más que eso.
En relación a estas próximas elecciones, todo indica que el movimiento
bolivariano seguramente volverá a ganar. La presencia de Chávez aún es enorme
en el panorama venezolano, para bien de unos y para mal de otros. Su figura,
sin dudas, ya pasó al lugar de mito legendario. Como todo mito, por tanto, es
intocable. Quizá eso debiera considerarse desde la perspectiva del socialismo,
para revisar la construcción de lo que efectivamente está teniendo lugar en
Venezuela. “Si continuamos personalizando el proceso revolucionario bolivariano
nada más que en la singularidad extraordinaria de Hugo Chávez, no estaremos
contribuyendo a que éste se mantenga en el tiempo y en el espacio, puesto que
la prédica constante de nuestro Comandante estuvo siempre relacionada con la
construcción y fortalecimiento del Poder Popular como único medio para hacer la
revolución bolivariana socialista en Venezuela”, afirmó correctamente Homar
Garcés.
Es decir, el culto a la personalidad –cosa que se criticó profundamente en
relación a muchas de las pasadas experiencias socialistas del siglo XX– no
pareciera dar muestras de terminar. Por el contrario, casi se evidencia como
garantía de la sobrevivencia de la revolución. Incluso, más allá que no se lo
haya implementado finalmente, hasta se llegó a pensar en su embalsamamiento.
Como mito que ya es, igual que cualquier nueva “deidad” de las que se fueron
construyendo durante el siglo XX (Mahatma Ghandi, Juan Domingo Perón, el Che
Guevara, John Lennon, Diego Maradona), la figura de Chávez definitivamente
ayudará a ganar procesos electores a quien se presente en su nombre. “Aquí
vengo a cumplir su orden (...) No soy Chávez, pero soy su hijo y todos juntos
el pueblo somos Chávez”, dijo Nicolás Maduro al momento de firmar su
inscripción como candidato presidencial del PSUV, llamando a votar por él como
lo hizo el propio Hugo Chávez el 8 de diciembre pasado en Caracas antes de
partir a Cuba para un nuevo tratamiento de su dolencia, nombrándolo de esa
manera su virtual “heredero”. ¿Puede el socialismo permitirse “herederos”? ¿No
era eso patrimonio de las monarquías?
“Desgraciado de nosotros si no cumplimos con los postulados del mejor hombre
que hemos tenido…, Hugo Rafael Chávez Frías”, afirmó categórico el jefe de
Estado Mayor Presidencial, mayor general Jacinto Pérez Arcay, quien fuera
maestro del ahora desaparecido presidente Chávez en la Academia Militar, y uno
de sus personajes más cercanos.
Alguien escribió por allí: “Para quienes vamos a votar por Maduro: El 14 de
abril es un día simbólico, cae domingo, igual que el 14 de abril de 2002. En la
madrugada de ese día, Chávez volvía a Miraflores, luego del Golpe de Estado del
11 de abril. Acuérdense que nos dijo: "Váyanse a sus casas a dormir, yo he
vuelto". Con el triunfo de Maduro, ese 14 de abril, Chávez volvería a este
mundo para continuar su revolución”. No cabe ninguna duda que la apelación a la
presencia espiritual del comandante abarca buena parte –por no decir casi toda–
la escena electoral venezolana. Competir contra eso, al menos ahora a un mes de
su desaparición física, es virtualmente imposible. Ello puede ser una cierta
cuota de seguridad para el proceso bolivariano, porque es muy probable que el
candidato dejado por el comandante no tenga mayores problemas en imponerse.
Incluso no sería nada improbable que gane con una diferencia grande, mayor
incluso a la que en vida sacara Chávez. La lealtad al líder (“Chávez, te lo
juro, mi voto es por Maduro”, “Con Chávez y Maduro el pueblo está seguro” son
las consignas) en principio augura un triunfo cómodo. En estos momentos la
diferencia porcentual con el candidato opositor, Henrique Capriles, es de 14
puntos.
El respeto casi reverencial y, a su modo, el amor que la figura del ilustre
desaparecido evocan, tienen un valor incalculable, realmente difícil de valorar
en perspectiva aún. “Elijan a Nicolás Maduro como Presidente de la República.
Yo se los pido de corazón”, dijo Chávez ya moribundo. Esa invocación tiene una
valía casi mágica. Si ha habido disputas en lo interno del PSUV para decidir
los pasos a seguir ya sin la presencia del comandante, es evidente que se
consensuó y se llegó a acuerdos que permitieron cumplir con lo dicho por el
líder. De momento, al menos para estas elecciones, la figura de Chávez sigue
siendo la de gran aglutinador. Por ahora, su imagen sigue siendo el principal
sostén de la revolución. En otros términos: funciona como ídolo cohesionador.
Sólo para mostrarlo con un ejemplo desde la Psicología Social: en Argentina,
luego de dos presidencias igualmente populares como la de Chávez, el general
Juan Domingo Perón fue quitado de escena con un sangriento golpe de Estado.
Luego de eso, por años fue factor clave de la política argentina, aún en el
exilio. Cuando décadas después estaba por regresar a su país al levantársele su
proscripción, quien funcionaba como su “delegado” o “representante” político
–de hecho: candidato a las elecciones presidenciales que posteriormente
ganaría– era llamado “el tío”. Expresión popular, espontánea, de lo más
auténtica, que sin mayores tapujos dejaba ver la dinámica en juego: si Héctor
Cámpora era el “tío”, los “sobrinos”, ¿qué padre tenían? Algo similar sucede en
Venezuela.
II
No se puede explicar la marcha de los movimientos políticos por puras razones
subjetivas, psicológicas. Desde luego que no; pero tampoco puede decirse que
ellas no existan. ¿Por qué el culto a la personalidad que vemos repetirse tan a
menudo, y curiosamente, en las experiencias socialistas que, se suponen,
deberían superar esas “lacras”? –Venezuela no es la excepción– ¿Será que la
magnitud del cambio en juego es tan fenomenalmente grande que para ello se hace
necesaria la presencia de estos “grandes hombres”, los “mejores”, según decía
el maestro de Chávez, para poder movilizar esas transformaciones? ¿Pero no era
el socialismo una búsqueda de construir una sociedad de iguales, de conferir
poder al pueblo, a la gran masa siempre postergada? Evidentemente, los “tíos”,
pero más aún: los “¿padres?”, no dejan de ser necesarios para motorizar a las
grandes mayorías. Al menos aún hoy. Si en un futuro eso será innecesario, lejos
estamos ahora de poder decirlo.
Definitivamente Hugo Chávez no “está de moda”: ¡es ya una huella indeleble en
la humanidad! Es natural que en nuestra cultura latinoamericana nadie hable mal
del muerto (“era tan bueno el pobrecito”); de todos modos, el presidente de
Ecuador, Rafael Correa, tenía razón cuando anticipó que solo la historia podrá
decir cuán indeleble o cuán superficial es la huella de Chávez (y no la
historia de un par de semanas). Pero no cabe la menor duda que Venezuela, y en
buena medida Latinoamérica, o incluso el movimiento popular del mundo, tiene
una historia antes de Chávez, y tendrá una historia después de su desaparición.
Hubo ya quien lo erigió casi como santo: “San Hugo de América, Patrono de
nuestra Patria Grande, latinoamericana-caribeña”, se permitió nombrarlo un
grupo de importantes intelectuales y activistas políticos de Nicaragua.
La pregunta fundamental en juego es, sin la presencia física de Chávez: ¿cómo
seguirá esta historia? Las mejoras conseguidas ¿se mantendrán?, ¿se
profundizarán? ¿O la reacción de derecha hará lo imposible por eliminarlas?
Que con los casi 15 años de su presidencia Venezuela cambió, y mucho, está
absolutamente fuera de discusión. De hecho el representante del Programa de las
Naciones Unidas para el Desarrollo –PNUD–, Niky Fabiancic, informó
recientemente que la república caribeña se encuentra hoy ubicada entre los
primeros países del mundo con mayor índice de desarrollo humano, incluso
superando a Brasil, Colombia y Ecuador en la región latinoamericana. Desde
fines de 2003 hasta mediados de 2008, Venezuela logró 23 períodos trimestrales
de crecimiento consecutivo. El record se rompió por el impacto de la crisis
mundial, pero la economía retomó la senda a partir del segundo trimestre de
2010. En 2011 ya obtuvo un crecimiento de 4,2 % y en 2012 de 5,5 %.
Contrariamente a lo que pasa en otros país del área, guiados por las recetas
neoliberales, el desempleo bajó a menos de la mitad (del 15 al 7 %) en una
década y media, y la pobreza extrema a casi una cuarta parte (del 26 al 7 %).
La informalidad laboral descendió del 54 al 43 % (con leyes de protección
laboral para los trabajadores formales que antes no existían), y la tasa de
desempleo pasó de un 15,2 % en 1998
a un 6,4 % en 2012, con la creación de más de 4 millones
de empleos. El salario mínimo fue teniendo sucesivos aumentos, para ser en este
momento uno de los más elevados de toda Latinoamérica. En este período el PIB
por habitante pasó de 4.100 dólares en 1999 a 10.810 dólares en 2011. Las mejoras en
las condiciones de vida de la población son indiscutibles; durante todo el
período presidencial de Chávez los gastos sociales aumentaron en un 60,6 %.
Es por todo esto, y por muchas más mejoras en los niveles de vida de la gran
masa de venezolanos, que Chávez ganó 15 de las 16 elecciones en que se presentó
en estos años, y siempre inobjetablemente, con diferencias por arriba del 10 %
en relación a sus contrincantes. Sólo para enumerar algunos de los numerosos
logros de su gestión, podría mencionarse que aproximadamente un millón y medio
de personas aprendieron a leer y escribir gracias a la campaña de
alfabetización denominada Misión Robinson I; la tasa de escolarización en la
enseñanza secundaria pasó de un 53,6 % en 2000 a un 73,3 % en 2011;
las Misiones Ribas y Sucre permitieron a decenas de miles de jóvenes adultos
emprender estudios universitarios, pasando el número de estudiantes de 895.000
en 2000 a
2,3 millones en 2011, con la creación de nuevas universidades. Igualmente la
tasa de mortalidad infantil pasó de un 19,1 por mil en 1999 a un 10 por mil en
2012, o sea una reducción de un 49 %. Un logro particularmente destacado fue
que de 1999 a
2011, la tasa de pobreza pasó de un 42,8 % a un 26,5 % y la tasa de extrema
pobreza de un 16,6 % en 1999
a un 7 % en 2011. Junto a ello, es de destacar que la
tasa de desnutrición infantil se redujo en un 40 % desde 1999. También es de
destacar que desde 1999 el gobierno entregó más de un millón de hectáreas de
tierras a los pueblos aborígenes del país. Desde 1999 la tasa de calorías que
consumen los venezolanos aumentó en un 50 % gracias a la Misión Alimentación
que creó una cadena de distribución de 22.000 almacenes de alimentos con
precios populares (MERCAL, Casas de Alimentación, Red PDVAL), donde se
subvencionan los productos a la altura de un 30 %. El consumo de carne aumentó
en un 75 % desde 1999; es por todo ello que la tasa de desnutrición pasó de un
21 % en 1998 a
menos del 3 % en 2012. Según la FAO, Venezuela es el país de América Latina y
del Caribe más avanzado en la erradicación del hambre.
Los efectos positivos de la Revolución Bolivariana también se sienten fuera de
Venezuela. Más allá de la interesada crítica que la derecha pueda abrir al
respecto indicando que “Chávez dilapidaba la entrada de petrodólares”, no caben
dudas que la solidaridad internacional como norma fue parte de la presencia
venezolana en estos años. La empresa Petrocaribe, por ejemplo, permite a 18
países de América Latina y del Caribe, o sea 90 millones de personas, adquirir
petróleo subvencionado a la altura del 40 % al 60 %, asegurando de ese modo su
abastecimiento energético. Y la creación de la Alianza Bolivariana para los
Pueblos de nuestra América –el ALBA– entre Cuba y Venezuela, a la que
posteriormente se fueron sumando otros países con gobiernos progresistas en la
región, asentó las bases de una alianza integradora basada en la cooperación y
la solidaridad, rechazando la injerencia de Washington y promoviendo una
actitud de hermandad interregional. Fue por eso que ante la muerte de Chávez,
Fidel Castro manifestó apesadumbrado: “Perdimos nuestro mejor amigo”. De hecho
Venezuela ofrece un apoyo directo al continente americano más importante que
Estados Unidos. En 2007, el gobierno de la Revolución dedicó más de 8.800
millones de dólares a donaciones, financiamientos y ayuda energética contra
sólo 3.000 millones otorgados por la Casa Blanca. Y más aún: brinda también
ayuda a las comunidades desfavorecidas de Estados Unidos, proporcionándoles
combustible con tarifas subvencionadas.
Fuera de las críticas que se puedan –y deban– hacer al nunca definido
Socialismo del siglo XXI (más una consigna que una realidad concreta), sin
dudas estos años dieron muestra de una definida vocación popular con el proceso
que abrió Chávez. Quizá no fue la revolución socialista que se soñaba décadas
atrás, en el marco de la Guerra Fría, cuando eran otras las esperanzas. Ahora,
quizá, esas esperanzas siguen siendo las mismas, pero las formas han cambiado.
Ante el retroceso fenomenal del campo popular a partir del triunfo omnímodo del
gran capital que tuvo como símbolo la caída del Muro de Berlín y la
desaparición de la Unión Soviética, los discursos contestatarios salieron de
escena. Por eso la llegada de un personaje como Hugo Chávez –un militar
nacionalista– produjo tantas expectativas. Quizá años atrás, cuando tal como él
mismo lo dijo en más de una oportunidad: “se dedicaba a perseguir guerrilleros
en el monte”, su figura no hubiera concitado la atención de la izquierda. Pero
sin dudas su estilo y su proyecto ganaron amplias masas de población en
Venezuela, y pasó a ser el personaje que fue.
III
Que fue polémico y contradictorio, no caben dudas. “Chávez, católico
convencido, atribuye sus hados benéficos al escapulario de más de cien años que
lleva desde niño, heredado de un bisabuelo materno, el coronel Pedro Pérez
Delgado, que es uno de sus héroes tutelares”, lo describió alguna vez Gabriel
García Márquez. De todos modos para la derecha, tanto la de su país natal como
para la internacional, su figura pasó a ser mala palabra, demonizada,
aborrecida. Si es verdad que la CIA terminó inoculándole un cáncer, no es el
punto (podría ser, ¿por qué no?); lo cierto es que representó el regreso de las
ideas de socialismo que por años habían sido anatematizadas.
Esto, por supuesto, debe ser matizado. En el medio de la marea neoliberal y
privatizadora que cruzó el globo en estos últimos años, volver a hablar de
socialismo tuvo una importancia decisiva. En Venezuela no se está construyendo
un modelo socialista, pero ante el triunfo tan virulento del capitalismo
salvaje a escala planetaria, el proceso bolivariano (ante todo nacionalista,
antiimperialista y con pretensiones de capitalismo con rostro humano, aunque no
socialista) fue una bocanada de aire fresco, de esperanza. De todos modos, las
injusticias estructurales permanecen. Permanecieron en los años de gobierno de
Hugo Chávez, manteniendo el rentismo petrolero y la economía de mercado. “Cada
devaluación nos echa en cara la gran dependencia estructural de nuestra
economía de la renta del petróleo, pues nuestro aparato industrial, productivo,
que está en manos de la burguesía, nunca ha podido convertirse en una verdadera
fuente de riqueza. Si nuestra economía capitalista tuviera una seria y
verdadera burguesía que se esmerara en ingeniarse la más eficiente combinación
de los factores productivos para producir riqueza, entonces tendríamos una
economía que, por un lado, no necesitaría importar la ingente cantidad de
productos que requiere nuestra sociedad para cubrir sus necesidades y, por
otro, tendríamos un aparato industrial que al generar cuantiosas riquezas le
reportaría una importante porción de ingresos al Estado por concepto de pago de
impuestos que irían a financiar el gasto público, como ocurre en la mayoría de
las economías capitalistas que, a diferencia de la venezolana, no dependen de la
renta internacional que genera un medio de producción no producido como lo es
el petróleo. (…) Pero las preguntas que ahora debemos hacernos en nuestro
proceso revolucionario hacia el socialismo, son más difíciles y complejas que
antes: ¿seguiremos repitiendo la misma historia en el tratamiento paliativo de
la enfermedad rentista de nuestra economía, de nuestra sociedad y de nuestra
cultura? ¿Qué debemos hacer de forma distinta para enfrentar el rentismo
petrolero ahora bajo las banderas del socialismo bolivariano? ¿Acaso seguirá
intacto ese arremetimiento contra los más desposeídos que conlleva toda
devaluación en Venezuela? ¿Frente a qué estamos? ¿Se trata de la transición de
un capitalismo rentista a un socialismo rentístico? ¿Se puede hablar de socialismo
rentista o es eso una gran contradicción?, se preguntaba Heiber Barreto
Sánchez, preguntas que hacemos nuestras también. ¿Hacia un socialismo
petrolero?
Que la Revolución Bolivariana es socialista y se plantea la expropiación de los
medios de producción desde una plataforma revolucionaria con control obrero de
la producción y milicias populares como garantía de la construcción del poder
popular, tal vez no. En ese sentido está más cerca de lo que fue el movimiento
peronista en Argentina que de la revolución cubana. La lucha de clases fue algo
casi abominado en el discurso de Chávez y de la gran mayoría de funcionarios
del proceso bolivariano. Desde la izquierda crítica, ello se indicó en
infinidad de oportunidades: “Que la “Revolución Bolivariana” de socialista solo
tiene el adjetivo puede decirlo, con conocimiento de causa, el acaudalado
Wilmer Ruperti, capitán de la marina mercante hace apenas veinte años,
convertido en el principal transportista naviero de Venezuela. O el teniente
Arne Chacón, hermano de Jesse Chacón, ex ministro de relaciones interiores y
ahora de telecomunicaciones. El teniente Chacón compró a crédito la mitad del
Banco Baninvest, con su sueldo de oficial como único patrimonio. Y a propósito
de bancos privados, éstos experimentan un crecimiento del 43 %, mientras el
techo del sector industrial está por debajo del 10 %, según el Ministerio de
Finanzas. Un reciente negocio muy lucrativo: los bonos de la deuda argentina,
comprados por el gobierno de Chávez, fueron de inmediato puestos en mano de los
bancos privados que percibieron ganancias máximas en el mercado internacional
en un tiempo record”, escribió un informado periodista que me pidió
expresamente el anonimato. Es decir: el proceso que inauguró Hugo Chávez
definitivamente abrió puertas, despertó esperanzas. Sin repetir los modelos del
socialismo marxista clásico, levantó grandes expectativas para el campo
popular; de hecho, a su modo populista y contradictorio (citando al mismo
tiempo la Biblia y al Che Guevara) repartió la renta petrolera de su país de un
modo muchísimo más equitativo a lo que nunca antes se había hecho en Venezuela.
Las grandes mayorías, por siempre olvidadas y excluidas, comenzaron a sentirse
partícipes de su destino, comenzaron a contar en la política de su país, fueron
reconocidas como personas, pudieron entrar –esto vale como símbolo– por vez
primera al Teatro Teresa Carreño (símbolo histórico del “buen gusto” de la
aristocracia vernácula, donde jamás llegaba ningún “pobre”).
Ahora bien: el proceso bolivariano empezó con Chávez, y en muy buena medida se
mantuvo gracias a él. Retomamos entonces la pregunta que nos hacíamos más
arriba: sin Chávez, ¿qué pasará ahora?
IV
Como mínimo podrían apuntarse tres escenarios.
Por un lado, la derecha política nacional –asesorada, financiada, adoctrinada y
en muy buena parta dirigida por la Casa Blanca–, con el beneplácito de todas
las fuerzas de derecha del mundo, ven ahora la posibilidad de golpear, dado que
no está la figura aglutinadora de Chávez. Probablemente, más allá de la
declaración formal, no estén esperando ganar las elecciones el 14 de abril.
Rivalizar en las urnas hoy, a un mes de fallecido el comandante y con todo el
peso espiritual que eso pueda significar, posiblemente no haga esperar a las
fuerzas del MUD (Mesa de Unidad Democrática) un cómodo triunfo. O ni siquiera
un triunfo. La posibilidad de planes desestabilizadores por parte de la CIA no
hay que descartarlos. En círculos bolivarianos se llegó a hablar, por ejemplo,
de un atentado del gobierno estadounidense (como operación secreta de
inteligencia, obviamente) contra el candidato Capriles Radonski, para
convertirlo en un mártir de la lucha antichavista y crear un clima de
inestabilidad, de ingobernabilidad, en el entendido que “a río revuelto
ganancia de pescadores”. Más allá de lo cuestionable de este tipo de ideas, más
cercanas a la ciencia-ficción y a visiones conspirativas/confabulacionistas, no
son de descartar maniobras violentas promovidas desde los sectores más
reaccionarios. De todos modos, el análisis de situación lleva a pensar que en
esta justa electoral volverá a ganar el chavismo (ganará la imagen de Chávez,
dicho en otros términos).
Si eventualmente ganara Capriles, es más que cantado el proceso de reversión de
los logros obtenidos por la revolución. Es difícil precisar si, en tal caso, se
desataría una cacería de brujas. Por supuesto que hay sectores en la derecha
venezolana así como en Washington que alentarían políticas revanchistas. Esto
es: un descabezamiento masivo de los avances del movimiento bolivariano. De
momento puede decirse que eso no sería nada fácil para estos sectores
conservadores y reaccionarios, porque existe un pueblo organizado y fervoroso
defensor de lo que ya se incorporó como derechos propios, como batallas
ganadas, y que no estaría dispuesto a perder. Además, hoy por hoy las Fuerzas
Armadas juegan un papel de cierta garantía del proceso bolivariano. La imagen
de Chávez es, sin dudas, un elemento que cohesiona a los militares venezolanos,
y ya han dado muestra de su voluntad constitucionalista y, de algún modo,
popular. Se podría decir que son Fuerzas Armadas al servicio de un proyecto
antiimperialista y popular, ya no formadas en la lógica de la contrainsurgencia
y la Doctrina de Seguridad Nacional como sucedió años atrás con todos los
militares latinoamericanos, en el medio de la Guerra Fría.
Ahora bien: si se considera que perdiendo Maduro y el PSUV las próximas
elecciones la revolución podría revertirse, eso deja ver una debilidad
estructural altamente preocupante: un proceso revolucionario que intenta
transformar de raíz una sociedad no puede asentarse solamente en este mecanismo
de las democracias formales. ¿Puede hacerse realmente un cambio con los mismos
instrumentos que se denuncian, a los que se combate? La revolución socialista
está llamada a superar la estrechez de las democracias representativas del
libre mercado. ¿Qué hay, si no, “con la construcción y fortalecimiento del
Poder Popular como único medio para hacer la revolución bolivariana socialista
en Venezuela” que se proclamaba más arriba? De todos modos, sabiendo de lo
limitado de esta forma, es imprescindible para mantener lo avanzado en estos
años lograr el triunfo de Nicolás Maduro en las urnas este 14 de abril. Si no,
el proceso en curso muy probablemente pueda venirse abajo. Si gana el candidato
de la derecha, ¿quién garantizaría la continuidad de la revolución: el chavismo
como oposición parlamentaria en la Asamblea Nacional, las Fuerzas Armadas, el
pueblo organizado en el PSUV? Este partido, fuera de sus rimbombantes cartas de
presentación, no constituye en modo alguno una vanguardia, no es una
herramienta revolucionaria realmente reconocida por las masas. Más allá de las
encendidas declaraciones (que tienen más de pirotecnia verbal que de hechos sociales
concretos) que “todos somos Chávez”, ¿está realmente el pueblo organizado para
defender –armas en la mano quizá– la revolución?
Como se decía más arriba, la derecha política sabe que es muy difícil un
triunfo en estas elecciones. Para su visión, retratada en lo que un economista
como Ángel García Banchs puede expresar, en buena medida se espera un derrumbe
del proceso. Su pronóstico post elecciones es “Una devaluación (oficial o
ingeniada) del bolívar, no menor a un 40-50%; mayor escasez de divisas y
bienes; mayor inflación, sobre todo por la devaluación y los ajustes de precios
rezagados; recortes del gasto público y, en particular, del “gasto social” y la
Misión Vivienda, la cual poco a poco desaparecería, al ser fiscalmente
insostenible; una caída del poder de compra del salario respecto a la canasta
de bienes nacionales y la de bienes importados; contracción del consumo, en la
inversión pública y privada y, por tanto, también, del producto y el empleo
nacional; incremento de la morosidad de la banca, y una contracción real del
crédito bancario, y de las ganancias del sector; un mayor malestar social; un
alza del endeudamiento en bolívares y divisas y un incremento considerable de
los desembolsos para el pago de deuda vieja; una enorme conflictividad
económica, política y social; protestas frecuentes contra el gobierno, sobre
todo del sector del chavismo chantajeado por promesas incumplidas, viviendas no
construidas, asignaciones/misiones disminuidas, la inflación, la escasez, el
desempleo y menores ingresos reales; un empeoramiento de la crisis de bienes
públicos (la inseguridad, salud, educación, crisis eléctrica, etc.)”. Más allá
de la saña visceral (“odio de clase”, se podría decir) con que algunos esperan
este agorero panorama, es real que la economía presenta problemas estructurales
que, sea quien fuere el ganador este 14 de abril, habrá que considerar
seriamente. Las devaluaciones nunca son buena noticia para los bolsillos
populares.
En la eventualidad de una derrota electoral del movimiento bolivariano en estas
elecciones, es más probable que se marche hacia una sociedad polarizada, divida
tajantemente entre “chavistas” y “antichavistas” (¿no hace recordar eso a la
división “peronistas” y “antiperonistas” de la Argentina?), donde difícilmente se
puedan profundizar los logros del gobierno de Chávez, creándose un dinámica de
fuerte conflictividad. Si eso lleva a una guerra civil es imposible predecirlo
ahora; pero no es descartable.
Otro escenario, quizá el que buena parte de la izquierda desearía, es la
profundización de la organización popular de base, con una radicalización
socialista de las medidas iniciadas por Chávez en sus años de gobierno,
poniendo al rojo vivo la lucha de clases y logrando finalmente el nacimiento de
un proyecto socialista más claro. Esto implicaría el retroceso de la así
llamada boliburguesía dentro del aparato chavista, con el triunfo de los
sectores populares más a la izquierda y el alejamiento de todos los cuadros con
pensamiento y actitudes capitalistas, disfrazados de izquierda con una fachada
populista, que son en realidad quienes hace tiempo vienen gestionando el
proceso a la sombra de Chávez. Esto implicaría quizá dejar de ser la
“revolución bonita”, pacífica y sin enfrentamientos, para abrir un proceso de
aceleración de marcha hacia el socialismo. Este, de todos modos, es el
escenario menos posible. La revolución hace buen tiempo ha perdido el empuje de
los primeros años. Llenar plazas con miles y miles de simpatizantes con
franelas rojas no es, necesariamente, la revolución. Son actos masivos, sin
dudas, multitudinarios, de gente que agradece a su líder –y por quien lloró
desconsoladamente su muerte– pero que no significan aún la nueva sociedad. El
verdadero Poder Popular, con una dirigencia colectiva ya no centrada en la
figura omnímoda de una sola persona, sería lo único que puede afianzar la
Revolución Bolivariana, aunque este es el escenario menos posible. Ya en vida
de Chávez ese viraje y profundización parece haber quedado descartado. Con
Maduro en la presidencia se abre el interrogante de cómo evolucionará el
proceso.
El tercer escenario, y que lamentablemente se ve como más posible, es el del
avance de la que se dio en llamar la “derecha endógena”. Es difícil saber con
exactitud el grado de confrontación en la interna del movimiento bolivariano.
Por supuesto, ello no se hace evidente ahora, o no de un modo escandaloso al
menos. Está claro que los sectores más a la izquierda han ido perdiendo
presencia en la estructura gubernamental, y por cómo se ve el panorama,
difícilmente puedan recuperar terreno, y mucho menos imponerse, tanto en la
dirección del Estado como del PSUV. En este momento está clara la jugada con el
actual presidente encargado, pues aparece como candidato de unidad que
representa a todas las fuerzas chavistas. Maduro, seguramente habiéndose
negociado cuotas de poder entre bambalinas en las filas de la dirección del
PSUV y a quien se va a apoyar masivamente ahora, pues así lo decidió Chávez en
vida y por lo tanto es la mejor garantía de triunfo en las urnas, no es el
comandante. Ello significa que, de ganar y quedar como presidente
constitucional, deberá seguir defendiéndose de los ataques de la derecha
tradicional y de Washington; pero también está en el medio del estamento de
“nuevos ricos” que fueron secuestrando el proceso (¿Chávez no lo sabía? Eso es
difícil de creer…) Esos sectores de “empresarios bolivarianos”, de burócratas
de profesión, el “partido militar” y todo lo que representa este movimiento
nacionalista de socialismo petrolero llamado Revolución Bolivariana, parece el
sector más preparado para tomar la estafeta.
Es más fácil creer que el proceso pueda encaminarse en lo político hacia una
Argentina peronista (más populista que popular, sin tocar los resortes básicos
de la propiedad, y con interminables pugnas internas dentro del movimiento
peronista), o una Nicaragua danielista (es decir: con un sector de empresarios
sandinistas que mantienen un discurso presuntamente confrontativo con el
imperio en términos políticos, pero cobrando los beneficios económicos de la
tristemente célebre “piñata” post derrota electoral en 1990), que hacia un
proyecto de transformación revolucionaria, de profundización de las
expropiaciones y de construcción de alternativas reales de democracia de base.
Por supuesto que ahora la mejor noticia sería el triunfo de Nicolás Maduro, con
el más amplio margen sobre su contrincante Henrique Capriles. De ganar, la
tendencia que ha llevado el proceso bolivariano hace pensar como más posible un
capitalismo con bastantes beneficios a través de programas sociales (más
cercanos al asistencialismo que a la opción socialista de poder popular) que a
una depuración de cuadros “boliburgueses” y una radicalización hacia la
izquierda.
De todos modos, alienta saber que el pueblo venezolano ya
despertó y abrió los ojos. Fue ese pueblo el primero en reaccionar a los planes
de capitalismo salvaje que tejieron los organismos financieros internacionales,
cuando aquella histórica reacción de 1989 llamada Caracazo. Fue ese mismo
pueblo el que se movilizó en forma espontánea para rescatar a su líder cuando
la intentona de golpe de Estado contra Chávez en abril de 1992; y fue también
ese mismo pueblo el que superó dos paros petroleros impuestos por la derecha
internacional, evitando el colapso del país. La derecha que maneja el Partido
Socialista Unido de Venezuela, más allá de un discurso de compromiso y un
disfraz de presunto revolucionarismo, no pareciera tener ideales socialistas.
¿Los tendrá el pueblo, ese que se sintió conmovido por la partida de su adorado
conductor? Esperemos que sí. Ahí está la única garantía de poder seguir dándole
vida a un proyecto de transformación real. Desde Latinoamérica confiamos que
así sea, y en lo que se pueda, daremos nuestro granito de arena.
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