Unesco - Guatemala: Una denuncia más sobre la mal llamada "cooperación internacional"
Por Zoila Paganinni* - Guatemala, 11 de enero de 2006
¿Qué se logró en relación a la cultura de paz en Guatemala con todo este esfuerzo?
No mucho, casi nada. Pero el coordinador, Roberto Bonini, logró un nuevo proyecto para el año 2006, que por supuesto le asegura trabajo por un par de años màs. Ese podría ser el balance más importante.
Triste, ¿no? Pero es la cruda realidad.
Como tantas veces pasa con estos proyectos de ¿cooperación?, el único beneficiado es el donante. Por supuesto que oficialmente eso no se va a aceptar jamás. Por el contrario, se presentan las cosas como un gran éxito, como un gran aporte. Por supuesto que en el informe final (para el que se gastaron miles de dólares, bien presentadito, con un hermoso power point para mostrar el día del show final en el Palacio Nacional -no puede faltar la palomita de la paz, por supuesto-, con invitaciones a ministros, autoridades "importantes", prensa, y por supuesto algún traje típico bien visible -eso tampoco puede faltar, es políticamente correcto-) por supuesto, decíamos, no se va a decir que todo el esfuerzo de varios años está dirigido a seguir teniendo chance. Pero esa es la realidad, así de simple, a lo macho. (Dicho sea de paso, esos aburridos shows no convencen a nadie: para muestra, en el recién realizado en diciembre como cierre de todo el Proyecto fue muchísimo menos gente de la esperada, a punto que sobraron innumerables botellas de vino que finalmente se terminaron repartiendo entre el personal del Proyecto en el convivio navideño).
¿Importa de verdad el trabajo con pueblos mayas ? No, en absoluto. Pero no puede faltar un toque maya (una guarda, el fondo de algún tejido típico) en cada publicación, en el trifoliar de presentación, en el informe final. "Queda muy bien" mostrar la honda preocupación por los pueblos mayas a través de un bordado escaneado y puesto en la portada de un libro. O haciendo que los números de página sean mayas. Más aún si ese libro se va a ver en Roma, o en París. Pero, seamos francos, ¿qué aportó de verdad este proyecto a la lucha frontal contra la discriminación racial? Nada, nada de nada. A lo sumo se apoyó cofinanciando un par de libros de una organización medio indigenista (más intelectual que indígena), y con la cual el coordinador Roberto Bonini quedó peleado (como, dicho sea de paso, quedó peleado con medio mundo). Fuera de haber apoyado esta iniciativa intelectualoide, sin gran peso poítico real, ¿qué cosa se hizo en relación al tema étnico? ¿La publicación de afiches sobre los pueblos indígenas? Es preciso mencionar que muchos de esos miles de afiches, más de la mitad -concebidos como para niños de parvulitos, valga aclarar-, por mucho tiempo apilados en una bodega, finalmente debió ser regalada a las contrapartes para no terminar transformándose en comida de las cucarachas. ¿Ese fue el aporte para acabar con el racismo? Un poco triste, ¿no? Pero en el informe final se habla de logros en este campo, por supuesto. Cosa simpática: la encargada del trabajo étnico fue, en los últimos años, no una persona maya sino una iraní (amiga íntima del coordinador Roberto Bonini. ¿Tráfico de influencias?)
¿Y qué se aportó de verdad en el tema de género ? Si bien el proyecto y todos sus lujosos informes se llenaron la boca hablando del trabajo a favor de la equidad de género, la verdad, la pura verdad pelada es que no se hizo ni mierda en este campo. Tanto el coordinador general Roberto Bonini -el único que tomaba decisiones en la oficina- como los coordinadores educativos, fueron siempre varones, machos. Las mujeres en el Proyecto, como sucede tantas veces en estos programas cosméticos, no pasan de secretarias, o contadoras, (o por supuesto, la "cholera", aunque esa palabra jamás se va a usar), siempre supeditadas a hacer lo que dice el varoncito jefe (en un sentido, más allá de las declaraciones formales, todas las mujeres fueron "choleras" en el Proyecto). Dicho sea de paso, hablando hasta el hartazgo de estas cuestiones de género, el coordinador Roberto Bonini, casado en Guatemala, no tuvo inconvenientes en dejar embarazada a una joven en México, y luego desentenderse. ¿Dónde está la equidad de género? Y que no se intente explicar esto por su frustrada paternidad, dado que su pareja chapina no le da hijos. .¡El machismo es el machismo, y punto! Y seamos sinceros: en 6 años de proyecto ni siquiera se planteó en serio en algún momento entrarle a este tema, más allá de la declaración.
Si uno intenta ver en qué se incidió de verdad en estos temas de género y de la discriminación étnica, en qué forma se incidió sobre políticas públicas, el balance para el Proyecto Cultura de Paz es triste. Fuera de alguna publicación -bien presentada, eso sí; bonita, a colores- el impacto real en estos temas fue nulo. Para decirlo rápidamente: este fue un Proyecto pensado, hecho y desarrollado siempre en la capital, en una oficina de la capital, tras una computadora, más pendiente de Roma (quien financiaba) o París (donde está la oficina central de UNESCO en la que el coordinador se desviví a por conseguir un nombramiento que nunca se le dio), que del terreno de Guatemala donde están los problemas reales. ¿Cuántas veces el personal del Proyecto fue al campo? ¿Con cuántos indígenas de verdad se trabajó? Y si se lo hizo, ¿se fue más allá de la foto? Y lo mismo podría preguntarse para el caso de las mujeres.
Si intentamos hacer un balance objetivo, crítico, veraz de todo lo que se trabajó en estos años, vemos que el Proyecto buscó siempre -antes que nada- lo "políticamente correcto", lo neutro ..... y las cámaras de televisión. Ha sido, es y seguramente seguirá siendo una obsesión de su coordinador, Roberto Bonini, el tema de la visibilidad. Para él, y por tanto para el Proyecto, lo más importante, lo que realmente contaba, era que se viera. Y que se viera bien (.¡Véase al respecto lo que fue el show de cierre con cambio de la rosa!). Cuando se hablaba de impacto nunca se pensaba en la incidencia real sobre el tejido social guatemalteco. Por el contrario -esto, seguramente, es producto de la historia misma del Proyecto y de quien le dio su aliento original: la santa iglesia católica apostólica romana, tan conocedora de montajes mediáticos- la importancia siempre estuvo concebida como rédito político, como rédito de cúpulas políticas. Es decir; de rédito para el donante, por supuesto. El Proyecto fue un esfuerzo de la comunidad católica de Sant'Egidio, avanzada social del Vaticano que desarrolló todo lo concerniente a cultura de paz montándose en el pretendido final de las ideologías que trajo el derrumbe del muro de Berlín, y siempre su actitud fue de jalar agua para el molino de los intereses de la alta política vaticana. Incluso el propio coordinador Roberto Bonini se sentía un diplomático de la Santa Sede. En realidad, para eso trabajó; las acciones concretas eran una excusa no más.
Eso explica el tan poco, o ningún compromiso con la gente popular, con la gente que ha vivido y sigue viviendo la violencia en Guatemala. El Proyecto se concibió como un gesto político, para reforzar la agenda de no-violencia preconizada por el Vaticano (la misma institución que, en medio de una tremenda pandemia de VIH-SIDA llama a no usar condón. ¿inconcebible, no?). Gesto político típicamente cupular, dejando de lado a la gente común, dando recomendaciones y regañando. Eso explica, también, el perfil del Proyecto. Un Proyecto que se limitó a decir "lo que se debe hacer", lo políticamente correcto, pero que nunca hizo nada de nada (más allá de la capacidad de su personal, entre el que hubo gente realmente muy capaz, algunos de proyección internacional inclusive, pero siempre atados de pie y manos por las decisiones superiores).
Esa actitud vertical, autoritaria, típica de la jerarquía vaticana, y acentuada por la personalidad del coordinador Roberto Bonini (quien, insistimos, terminó peleado con medio mundo: empleados y contrapartes; con muchos llegando al colmo de no dirigirse la palabra. ¿cultura de paz?, ¿pero dónde pisados?), esa actitud de soberbia, de arrogancia -decíamos- explica el por qué del tan poco, o nulo, impacto del Proyecto. No se trabajó para el impacto de verdad sino para la foto, y para el próximo chance.
Y ya que mencionamos la personalidad del coordinador Roberto Bonini, podríamos detenernos un instante en eso, con lo cual se entenderá más de la dinámica de todo el Proyecto.
Gris profesor de religión en su ciudad natal en Italia, modesto clase media que vivía endeudado, hijo de un primermundista que cuando quebró su empresa marchó a ganarse la vida en Latinoamérica -y heredero, por tanto, de esa "preocupación" por los pobres- separado de su primera esposa (se ve que es muy difícil aguantarlo, de verdad que sí), en Guatemala se siente en un pedestal. No por nada se hace llamar siempre "doctor" (y, por cierto, no lo es). Como tantos europeos (no todos, pero sí muchos) vino al Tercer Mundo con una actitud asquerosa, sintiéndose superior, mirando desde arriba a los "inditos", enseñándoles a vivir en democracia a estos bárbaros (mientras siguen teniendo colonias vergonzosas, o manteniendo reyes en su "culto" continente al mismo tiempo que les cobran la deuda externa a los pobres del Sur). De hecho, la mujer guatemalteca que se buscó aquí es una canche europeizada, rubia y de ojos celestes, hija de diplomático, que habla mejor el inglés que el español.
Pues bien: este doctor Bonini lo único que hizo en sus seis años de Proyecto es hacer en la práctica exactamente lo contrario de lo que dicen los hermosos documentos que manda a Roma y a París. Petulante, intratable, nada democrático, autoritario como patrón de finca, los empleados del Proyecto preferían evitarlo (hizo llorar a todas las secretarias con sus exigencias y manías, y con todos los consultores y consultoras terminó peleado), a todo le encontraba objeciones, siempre criticando todo, pero nunca movía un dedo para hacer nada, desde servirse el café hasta los poquísimos discursos que dio en estos seis años (se los hacía escribir). En otros términos: el Proyecto y su coordinador se la pasaron hablando de cultura de paz, mientras lo único que hacía era asegurarse su sueldazo de 5,500 euros, los viáticos (también los cobraba por la comunidad de Sant'Egidio), colocar a sus allegados en algunos puestos (a su mujer en una consultoría de $ 2,000 para el próximo proyecto 2006, a su amiga iraní en un puesto sin llamado a concurso, a su cuñado como traductor antes que se instalara en Londres, al esposo de esta consultora iraní en una consultoría en la Embajada Italiana.
¿eso es la cultura de paz?, ¿el tráfico de influencias?), y hacerse llevar en carro de aquí para allá por el chofer (y a veces también a su esposa). Pero de trabajar en serio, de ir a las comunidades, de conocer de cerca el problema de la violencia juvenil, de platicar y hacer algo concreto con víctimas de la violencia, con viudas, con torturados por el ejército, de ir alguna vez al campo, de ensuciarse los zapatos con lodo y transpirar caminando en los barrios pobres donde está la violencia, de meterse a trabajar con las maras o de ir a una prisión: ni mierda . Ni tampoco de escribir, de manejar un taller, de romperse el alma trabajando de verdad y no sentado ante la computadora leyendo los diarios italianos (¿o mirando pornografía?). Llegaba a las 9 de la mañana y se iba a las 4.30 de la tarde. ¿Eso es la cultura de paz? Bueno. es una vida "pacífica", sin dudas. De ahí su buena cirimba.
No puede explicarse el éxito o el fracaso de un proyecto por la personalidad de su jefe; pero sin dudas eso cuenta. Para el caso, el referido "doctor" Bonini es un tipo que anda por el lado de la paranoia: viendo enemigos por todos lados, desconfiando siempre de todo y de todos y todas, construyéndose enemigos, peleando contra molinos de viento.
Está claro que no importaba lo que se hacía. Si no, no hubiera sido posible, si realmente había un compromiso con los derechos humanos, con la mínima decencia, no hubiera sido posible hacer la jugada sucia que se hizo para recuperarle a la empresa de seguros el carro que le eviaron al Proyecto a principios del 2005. Hablando hasta el hartazgo de no violencia, etc., etc., se mintió descaradamente ante la aseguradora para poder recuperar el vehículo. Claro que "ladrón que roba a un ladrón tiene cien años de perdón"; pero eso de ningún modo puede justificar el proceder mafioso del Proyecto (la administradora se vio forzada a hacerlo, por órdenes del capo Bonini), no puede justificar la mentira, el engaño. ¿Y dónde pisados están los principios de la cultura de paz? ¿Y el Manifiesto 2000 que habla de solidaridad, etc., etc.?
Lo más importante que se hizo en estos años fueron unos cuantos murales. Y se hicieron, fundamentalmente, porque la directora de la Cooperación Italiana -sobrina de un diputado de la Democracia Cristiana en Italia y persona ligada a la iglesia igual que el coordinador Roberto Bonini- vio en ello algo bonito, presentable en Roma. Fue por eso que, con oportunismo político, el coordinador decidió, sin tenerlos previamente programados, entrarle duro al tema de estos murales. .¡Hasta uno en Tegucigalpa, Honduras, se hizo! Lo que se gastó en estas pinturas (bonitas sin dudas, pero totalmente cuestionables como aporte real a un proceso genuino de trabajo de base por la paz), más todas las publicaciones y películas conexas que se hicieron, fue como una tercera parte del presupuesto de todo el Proyecto. Y en realidad eso fue puro oportunismo político. Los murales son algo neutro, bien vendible, mostrable (se hicieron tres libros al respecto, y un video que se pasó como cuatro veces por televisión); algo que se puede exhibir como aporte al país. Aunque, siendo objetivos y sinceros, ¿qué aportan para la paz? Aportan, sin duda, buena imagen en Roma, o en París. Pero en Guatemala, no mucho. Uno de ellos no se pudo inaugurar oficialmente con la gente "importante" que se acostumbraba invitar para esos actos, por la violencia local que lo impidió. ¿Dónde está el aporte a la paz? Pero por supuesto se hizo un libro sobre todo esto, mostrando los "logros".
En definitiva: terminado este proyecto sin pena ni gloria lo único que queda como resultado es que para el 2006/2007 el coordinador ya tiene trabajo asegurado con un nuevo proyecto que continúa la línea de "la paz y la reconciliación". Ahora trabajando de lleno con el gobierno, sin siquiera hablar de organizaciones populares. Valga aclarar que durante todo el año 2005 se dedicó a gestionar este proyecto, pensando sólo en él (bueno, y en su esposa), y dejando desamparado a todo el equipo de trabajo al que ni siquiera le comentó de esta nueva perspectiva. En la única persona que pensó fue en su amiga iraní, la que hizo entrar por puro cuello, pero que finalmente lo defraudó, puesto que se fue a Canadá.
Como conclusión puede decirse entonces que el Proyecto Cultura de Paz no deja nada sustancioso, sostenible. No incidió para nada ni en organizaciones de base, ni en políticas públicas sostenibles que de verdad cambien la situación de violencia que vive el país. Porque no hay que engañarse: la violencia en Guatemala sigue en niveles espantosos, con pobreza extrema, racismo, machismo, delincuencia desbocada, impunidad. Lo único que hizo fue catapultar al coordinador Roberto Bonini ya no a la UNESCO (esto no le salió bien, hay que reconocerlo) pero sí a mejores posiciones dentro de la Cooperación Italiana. La casa que se compró en Antigua, más la que sigue pagando en Roma, Italia, hablan de ello. Así como el carro nuevito que se compró, que chocó manejando solito en el parqueo de la oficina por falta de reflejos (¿estará demasiado gordo?, ¿será demasiado tonto?).
Para terminar, y no es un puro dato anecdótico sino que marca la actitud de respeto -o de falta de respeto, mejor dicho- hacia la gente, es que el coordinador Roberto Bonini, como tantos europeos, sigue en estas tierras tropicales con su tradicional costumbre de bañarse poco. Pero, claro: el olor a chilaca lo tenían que soportar sus empleados.
Entonces: ¿para qué se hacen estos programas?
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