Material aparecido originalmente en la Revista Análisis de la Realidad Nacional, del Instituto de Análisis de Problemas Nacionales -IPNUSAC- de la Universidad de San Carlos de Guatemala, año 3, edición digital No. 55, agosto de 2014.
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Marcos Mundstock (del grupo argentino de música-humor Les Luthiers) y el personaje del predicador Warren Sánchez |
Síntesis
Los cultos evangélicos se han expandido por todos los países
latinoamericanos, por supuesto también en Guatemala, con una velocidad
vertiginosa en estas últimas décadas. Ello es llamativo, dado que aparecieron
simultáneamente en todos estas sociedades con patrones comunes en lo que,
pareciera, se trata de un intento de detener los avances de una iglesia
católica preocupada por las injusticias sociales con su "opción
preferencial por los pobres" que levantó la Teología de la Liberación
luego del Concilio Vaticano II a inicios de la década de los 60 del pasado
siglo. Analizados pormenorizadamente, evidencian más un discurso
político-moralista que opera como control social que un llamado espiritual.
Abstract
The evangelical cults
have expanded all Latin American countries, of course also in Guatemala, with
breakneck speed in recent decades. This is striking, since it appeared
simultaneously in all these societies with common patterns in which, it seems,
is an attempt to stop the progress of a Catholic church concerned about social
injustice with its "preferential option for the poor" that raised
Liberation Theology after Vatican Council II to the early 60s of last century.
Analyzed in detail, demonstrate more political-moral discourse that social
control operates as a spiritual calling.
Desde hace ya algunos años Guatemala, al igual que todos
los países de la región latinoamericana, se encuentra virtualmente bombardeada
por innumerables grupos religiosos de denominación evangélica. El fenómeno
merece una especial mención, dado que comporta ribetes de orden más
sociopolíticos que específicamente religiosos.
Ya en la década de los '60 del pasado siglo había
comenzado este proceso, pero desde el advenimiento al poder político en los
Estados Unidos de América de Ronald Reagan y el ala ultra conservadora de los
republicanos hacia los años '80, se agiganta convirtiéndose en una estrategia
política claramente definida. De hecho aparece mencionado como un mecanismo a
implementar en los Documentos de Santa Fe I y II, base ideológica de este
proyecto de derecha del poder estadounidense. Surge casi como una
contrapropuesta ante el avance de la Teología de la Liberación de la Iglesia
Católica y su compromiso social a través de la opción por los pobres.
Las iglesias evangélicas tradicionales (adventista,
bautista, presbiteriana, etc.) tienen ya una larga historia en Guatemala de, al
menos, un siglo. Por lo pronto, y en más de una ocasión, han desarrollado
actitudes pastorales de mayor compromiso social que la Iglesia Católica. Esto,
seguramente, atendiendo a sus orígenes históricos, proviniendo de sociedades
más liberales y muchas veces enfrentadas a la curia romana. Su incidencia
cuantitativa en la población, de todos modos, ha sido relativamente modesta,
sin haberse propuesto nunca una "cruzada" para captar feligresía.
Ahora bien: la proliferación de los grupos evangélicos que
ha tenido lugar en estas últimas tres décadas llama la atención por varios
motivos. Ante todo –asumiendo una actitud de respeto hacia cualquier expresión religiosa,
no importa cuál sea– lo más importante a remarcar es que este movimiento,
justamente, no constituye una expresión
religiosa.
Toda esta corriente surgió –fríamente pensada como
estrategia de manejo y control social– para cumplir con un cometido no
espiritual. Es una forma de desconectar, neutralizar las preocupaciones
terrenales más concretas, y eventualmente las respuestas que se le puedan dar.
Poniendo el énfasis en una cuestionable espiritualidad casi enardecida y
apelando a una moralina simplificante, estas iniciativas se mueven hábilmente
llenando vacíos en los sectores más humildes y desprotegidos de las sociedades
más pobres.
Es claro que actúan según un mapeo de potenciales zonas
conflictivas: aparecen y se desarrollan en los países y en las regiones más
pobres, donde menor presencia estatal se verifica, y donde es más altamente
probable que pueden darse reacciones a esas situaciones estructurales de
injusticia y postergación. Actúan, en ese sentido, como claras y sopesadas estrategias
contrainsurgentes. Paños de agua fría, mecanismos de contención, colchones
suavizadores, podría llamárseles.
En una sociedad como la
guatemalteca, con más de la mitad de su población por debajo de la línea de la
pobreza que establece Naciones Unidas y lejísimo de poder cumplir los Objetivos
de Desarrollo del Milenio, debatiéndose entre tanta miseria y falta de salida
para sus grandes mayorías, a los sectores que se benefician de esa situación y
pretenden perpetuarse sin que se dé ningún cambio estructural, estas iglesias fundamentalistas
le vienen como anillo al dedo. Así como también le son totalmente funcionales a
los planes geoestratégicos de la potencia del Norte que nos toma como su
virtual "patio trasero". Para la política
hemisférica de Washington todo lo que sea contestatario, foco de rebeldía, una
voz que se levanta en contra de algo, etc., es potencialmente peligroso, pues
podría poner en tela de juicio el statu
quo. Por ello, sin dudas, esos
movimientos presuntamente religiosos o espirituales terminan yendo más allá de ello
para pasar a ser movimientos políticos. Incluso, movimientos políticos con
sustento y respuestas económicas. Y lo más trágico del asunto: sin que quienes
los engrosan lo sepan ni lo sientan como tal.
En otros términos, son
instrumentos para sectores de poder que no desean el más mínimo cambio. Hay
iglesias históricas a las que les preocupa las causas de la pobreza (por
ejemplo: muchas denominaciones evangélicas tradicionales), pero justamente esas
iglesias no crecen. La pobreza, por cierto, no es un designo divino; por el
contrario, tiene causas muy concretas: son las injusticias de nuestras
sociedades, la violación sistemática a los derechos humanos, la explotación
lisa y llanamente, amparada muchas veces en el racismo que atraviesa a la
sociedad guatemalteca de cabo a rabo. Pero a la población –léase "la feligresía"– no se le permite ver
todo esto, y más bien se la induce sólo a resolver sus problemas personales
puntuales en su espacio inmediato, nunca con perspectiva de futuro ni con un
criterio de comunidad, de colectividad. Se busca así que la "salvación" sea individual sin importar a
costa de qué. En tal sentido, el mensaje de estos grupos neopentecostales pasa
a ser una respuesta política, social y económica antes que un genuino
planteamiento religioso-espiritual.
El discurso con que se presentan es sencillo, esquemático,
rápidamente asimilable. En realidad no hay precisamente un mensaje teológico o
espiritual en su tejido; antes bien proponen una visión casi maniquea de la
realidad, basada en una peligrosa y cuestionable simplificación moralista de
las cosas: "buenos" y "malos". El demonio juega un papel de
trascendental importancia en su lógica. Se
mueven como sectas, apelando a un fanatismo, a un fundamentalismo intolerante
que, a veces, puede sorprender.
Desde la experiencia guatemalteca
podríamos encontrarle distintas explicaciones a este complejo fenómeno. Por un
lado, las ciencias sociales nos indican que las religiones son un producto
construido, un reflejo de las crisis económicas, políticas, sociales y
culturales de quienes las practican. Es decir: las religiones las realizan
personas con nombre y apellido, con necesidades, que tienen un lugar concreto
en la vida, que sufren, que en muchas ocasiones no encuentran salidas a los
grandes problemas de la vida. Por fuera de la discusión si los dioses –independientemente
que puedan ser una construcción humana, una "proyección" diría el psicoanálisis–
existen o no (eso es una aporía sin solución en términos discursivos; hay más
de 3,000 dioses registrados. ¿De cuál de ellos hablamos?), las religiones sí
son terrenales, bien terrenales. Son, en definitiva, instituciones basadas en
el ejercicio de poderes. "Las
religiones no son más que un conjunto de supersticiones útiles para mantener
bajo control a los pueblos ignorantes", dijo un teólogo de monta como el
italiano Giordano Bruno –lo cual, valga aclarar, le valió la hoguera– (En Seperiza Pasquali, 2004). O, siendo más cáusticos: "La religión existe desde que el primer
hipócrita encontró al primer imbécil" (En Eskubi Arroyo, 2008), según escribió el iluminista y agnóstico Voltaire.
II
Una sociedad pobre, con
mucha marginación, con fuertes problemas de seguridad ciudadana, con marcada
discriminación étnica, tal como es la cruda realidad en Guatemala, se refleja
en el ejercicio de la religión que practica. La gente siempre necesita alguna
explicación a las realidades que le toca vivir, y las religiones vienen a
cumplir esa misión (explican lo inexplicable, podría decirse). Sirven como una
guía hacia el futuro. Más aún en una sociedad conflictiva, atravesada por la
desigualdad y la violencia, la población necesita consumir bienes religiosos
que le ayuden a sobrevivir, a soportar tanto sufrimiento. Otra alternativa es
el alcohol, por lo que cobra sentido lo dicho en su momento por el Premio Nobel
Miguel Ángel Asturias: "En este país sólo borracho se puede vivir". En
ese orden de cosas no podríamos acercarnos al fenómeno del neopentecostalismo
sólo negándolo o alabándolo, sino que debemos entender qué significa como
expresión social.
Por otro lado hay que
destacar que las religiones tienen su propio discurso, su propia forma de
organizarse, su propia práctica. Por tanto, existen religiones
institucionalizadas, jerarquizadas; y eso, de alguna manera también influye en
la dinámica de las sociedades. En América Latina la religión más estructurada
es la Iglesia Católica Romana, que está presente por estas tierras desde el
momento mismo del inicio de la Conquista. De hecho, la derrota de los pueblos
originarios a manos europeas a inicios del siglo XVI tiene como una de sus
aristas principales la conquista espiritual, la evangelización forzada. En tal
sentido, la Iglesia Católica tiene una larga historia, una sólida estructura,
un discurso homogéneo que se ha impuesto ya largamente en las "mentes" y los "corazones". Su influencia en la
vida de los países es muy visible, en las distintas manifestaciones sociales,
en las políticas de los gobiernos, en la moral cotidiana. Sus valores son
aceptados por todos. Si bien se declara el laicismo por parte del Estado, la
religiosidad católica domina ampliamente el panorama cultural. En su mayoría la
población de nuestro continente sigue siendo católica romana por toda una
tradición de siglos. Cuando aparecen todas estas expresiones neopentecostales,
aparece una disputa de espacios con la Iglesia Católica; definitivamente se
trata de luchas de poderes bien terrenales por espacios concretos de influencia.
Si las religiones tocan lo espiritual, definitivamente las iglesias se ocupan
de poderes muy terrenales, defendidos a capa y espada.
Aunque todas estas nuevas
religiones no son las oficiales, constituyen una oferta válida, cada vez más
asimilada y presente en la cotidianeidad normal. En ciertas regiones
–curiosamente los lugares más explosivos: el campo, conde décadas atrás actuaba
el movimiento revolucionario armado, y en las barriadas populares de las
ciudades, siempre los posibles focos de conflictividad social– son una
alternativa que se les ofrece a los católicos (curiosamente también: siempre
los sectores pobres). Los nuevos cultos evangélicos hablan de una
democratización de acceso a la Biblia, contrariamente a como pasa en la Iglesia
Católica, donde sólo el clero está en condiciones de acceder y explicar el
texto bíblico. Como la gente necesita, o al menos aprovecha casi como bálsamo,
un acceso directo a lo divino, por esa necesidad de búsqueda de respuestas ante
la crudeza de la vida, esa oferta neopentecostal tiene mucha aceptación. Dado
que la gente común, a través de esos nuevos cultos, puede acceder a los textos
sagrados de modo directo, eso trae cada vez más seguidores. Es gente que busca
acercarse a lo sacro como explicación de su vida, de su futuro. Si la Iglesia
Católica niega el contacto directo con todo ese campo, estas nuevas expresiones
neopentecostales lo permiten, lo favorecen y estimulan. Por tanto, enormes
cantidades de población van volcándose hacia ellas como alternativa. Por otro
lado, también facilita ese paso el hecho que ahí no hay un clero tan
impenetrable como en la Iglesia Romana. Las nuevas iglesias no exigen una gran
formación teológica para sus pastores (de hecho, muchos son semi-analfabetas y
conocen muy superficialmente el texto bíblico, más allá de rigurosas
hermenéuticas forjadas en años de seminario ascético); cualquier persona de
pueblo que se pone al frente de un grupo, sin estudios bíblicos profundos, sin
estudiar hebreo, latín ni griego, puede hacerse pastor con facilidad.
La inmensa mayoría de la
población no busca explicaciones especialmente sofisticadas, exégesis complejas
con traducciones directas del arameo, sino respuestas concretas a sus
necesidades diarias. Y esas iglesias sin dudas, a su modo, las ofrecen. Por eso
las poblaciones, en muy buena medida, se van sintiendo identificadas con esa
oferta, con un pastor del pueblo que habla su mismo idioma. De ahí el
crecimiento enorme de todo este fenómeno en nuestros países latinoamericanos. No
está de más recordar que la Iglesia Romana ha resentido esta significativa
merma de feligreses, y también de sacerdotes (¿cuántos jóvenes están dispuestos
hoy al celibato?); de ahí que ha ido tomando formas propias de las iglesias
neopentecostales, para volver más accesible y cotidiano el credo –la misa en
latín y con el sacerdote de espaldas a la gente ya quedaron en la historia, y
sin dudas no volverán. Por el contrario, no es nada improbable que el Vaticano
termine por incluir a la mujer en el oficio religioso, y que incluso revise la
abstinencia sexual de sus pastores–).
Guste o no (la izquierda
política, por ejemplo, mira absorta este crecimiento exponencial de seguidores
neoevangélicos y este muy bien realizado trabajo de hormiga en los sectores
populares), hasta ahora el neopentecostalismo se ha identificado con los
sectores pobres de la sociedad. Eso es algo muy importante que tienen estos
grupos: de la noche a la mañana confieren reconocimiento, autorrealización a
las personas que comienzan a profesar esos cultos. Lo hacen sentir alguien
importante, lo sacan del anonimato. Inclusive –dato nada despreciable–
constituyen un muy poderoso instrumento para sacar del alcoholismo a gran
cantidad de varones, logro que la población femenina no deja de reconocer y
valorar grandemente. Todo eso pesa mucho en una sociedad como la guatemalteca
donde hay tanta marginación, tanta miseria y exclusión social. Con gente tan
golpeada que necesita tanto un apoyo, es fácil que esa oferta religiosa se
expanda y crezca entre los sectores más humildes.
Y más aún: sabido es que
en los peores años del eufemísticamente llamado Conflicto Armado Interno (mejor
designado como guerra interna), mucha población de las áreas rurales,
fundamentalmente del Altiplano donde se dieron las peores masacres, vio en
estas nuevas iglesias un salvoconducto que les permitió sobrevivir. En otros
términos: por distintos motivos enormes masas de población históricamente
excluida se volcó a los nacientes cultos como válvula de escape, como huida de
realidades crudísimas (¿qué son las drogas, cualquier droga, sino eso:
escapatorias, evasivos, anestesias ante grandes dolores?).
III
Pero también se da el
fenómeno entre la clase media alta y alta. Ahí se acerca gente de
"éxito". Es decir: todas estas iglesias ofrecen los caminos para la
autorrealización y el éxito personal, por tanto dan algo que la gente entiende
mucho más, que necesita mucho más que lo que ofrece la Iglesia Católica. De ahí
que tengan tantos seguidores. Esas recetas son prácticas, resuelven, ayudan. O
al menos, así lo siente la gente. A la población más excluida, la hace sentir
que vale. Y a la gente de clase media y alta le posibilita realmente, en
algunos casos al menos, tener éxito empresarial con sus iglesias. Surgen así,
entonces, las llamadas mega-iglesias.
Por cierto, existe una desarrollada
teología de la prosperidad. Por todo esto, estas expresiones tienen una gran
demanda en nuestros países latinoamericanos, tienen un terreno fértil para
crecer y expandirse. Cosa que no se da tanto en los países ricos del Norte,
donde la población tiene más resueltos los diversos aspectos de la vida. Ahí
tienen más arraigo las iglesias protestantes históricas, o el catolicismo (por
cierto, también a la baja). Si es cierto que se trata de estrategias de
dominación pensadas en las usinas ideológicas de los poderes imperiales en
tanto mecanismos de control social, es obvio que esta gente sabe lo que hace.
¡Y lo hace muy bien!
Otro factor que debe
tenerse en cuenta para analizar todo este fenómeno nos hace ver que la gente ya
no encuentra respuesta satisfactoria en las instituciones religiosas tradicionales,
por lo que busca nuevas expresiones. La población ya está aburrida de tanto
sacramentalismo, de tanta formalidad, por eso busca nuevas opciones alternativas
(¿convence a muchos hoy el llamado a la abstinencia sexual hasta el casamiento?
¿Realmente se apega a la realidad social del país el llamado a la
no-realización del aborto siendo Guatemala uno de los países de Latinoamérica
con mayor porcentaje de esa práctica, siempre en términos de ilegalidad?
(Barillas, 2012). Eso no significa que ya no haya más espiritualidad, sino que
lo que sucede es que la gente quiere una relación distinta con lo espiritual,
más personal, más directa. Por eso lo encuentra más en estos grupos
neopentecostales, así como también se siente más identificada con las nuevas
expresiones de la Iglesia Católica, tal como son los grupos carismáticos (un
remedo ¿mercadológico? de los cultos neoevangélicos). Todo esto explica el auge
de estas nuevas iglesias en una América Latina, y en particular una Guatemala
con la guerra interna más cruenta de la región –200,000 muertos, 45,000
desaparecidos, impunidad campante y persistente– que ha perdido las utopías
políticas de años atrás, que no tiene referentes, que tiene como meta un
llamado moralista y apocalíptico para "parar de
sufrir", pero sin mayores alternativas más allá de ese grito de
desesperación.
Ante todo eso, la gente quiere predictibilidad, saber qué va a pasar, saber
adónde va.
Ahora bien, la pregunta que se abre, y que no deja de
provocar sorpresa, se refiere al porqué de su tan amplia aceptación,
infinitamente mayor que la de cualquier propuesta política de izquierda. No
cabe ninguna duda que en estos alrededor de 30 años en los cuales estos
movimientos evangélicos fundamentalistas vienen desarrollándose, su crecimiento
ha sido gigantesco. Tanto que en muchas ocasiones están a la par –y en algunos
casos superan– el poder de convocatoria de la tradicional Iglesia Católica
(toda una institución en Latinoamérica, y sin dudas también en Guatemala, con
cinco siglos de presencia y actor principalísimo en esta historia).
Obviamente su oferta llena un vacío; de otra manera –como
es el caso de otras propuestas religiosas existentes: mormones, testigos de
Jehová, islamismo, budismo– no encontrarían el eco que efectivamente tienen.
Actualmente, quizá ante la falta de propuestas políticas
globales alternativas, ante el descrédito acrecentado día a día de los partidos
tradicionales, estas sectas ocupan un lugar cada vez más preponderante en la
vida social de los sectores pobres, tanto en Latinoamérica como en lo que puede
constatarse en Guatemala. En realidad no solucionan ningún aspecto
práctico/concreto en la vida de millones de pobladores del área. Pero insuflan
una fuerza espiritual que permite seguir soportando las penurias ("¿opio
de los pueblos?") Nunca más oportunas las palabras de un ideólogo
estadounidense, padre intelectual de los Documentos de Santa Fe que
mencionáramos, y arquitecto de las políticas contrainsurgentes de Washington,
el polaco nacionalizado estadounidense Zbigniew Brzezinski: "En la sociedad actual, el rumbo lo marca la
suma de apoyo individual de millones de ciudadanos incoordinados que caen
fácilmente en el radio de acción de personalidades magnéticas y atractivas,
quienes explotan de modo efectivo las técnicas más eficientes para manipular
las emociones y controlar la razón"
(1968).
Los grupos de poder
saben lo que hacen, sin dudas; y por algo han delineado estas nuevas
religiones, hechas a la medida de las necesidades de las sociedades donde
proliferan. Si alguien maneja todo esto, es el planteamiento neoliberal. Es
decir: la competencia, el individualismo, la idea que las personas valen en
tanto consumen, y cuanto más consumen más valen. Todo eso lo transmiten de
manera funcional, bien organizada y presentada estas nuevas expresiones
religiosas. La Iglesia Católica, luego del Concilio Vaticano II, dio un gran
vuelco en su posición tradicional comenzando a tomar partido por los excluidos
con su llamada "opción preferencial por los pobres". La Teología de
la Liberación fue la expresión acabada de todo ese movimiento en el seno de la
Iglesia, de esa nueva ideología y posición para la vida pastoral. Por eso
surgen como respuesta beligerante esos documentos de Santa Fe, con la clara
intención de frenar ese avance hacia lo popular. Es así que aparecen estas
nuevas iglesias, para restarle presencia e influencia a la Iglesia Católica por
medio de una estrategia de distracción con estos cultos, desorganizando,
desmovilizando a la gente, buscando insensibilizar en relación a las causas de
la pobreza. Igualmente oportunas también las palabras ya citadas de Giordano
Bruno y de Voltaire; ¿podría acaso caber alguna duda respecto a las intuiciones
de estos finos pensadores?
Buscaron, y buscan hoy
día, despolitizar totalmente a las personas, quitan todas las responsabilidades
cívicas poniendo el énfasis exclusivamente en cuestiones divinas
despreocupándose de las cosas terrenales, de los problemas económicos y
políticos. En su prédica insisten siempre en que la política es mala, no sirve,
por lo que hay que dejar todo eso en manos de políticos profesionales que son
los que supuestamente saben del tema. Ello es congruente con la idea de
debilitar y achicar los Estados nacionales. Ahí aparece entonces toda la prédica
neoliberal, de una manera bien presentada, engañosa, disfrazada de discurso
religioso. Ese es el pensamiento real que se esconde detrás de todo este
neopentecostalismo. En definitiva: se busca mantener el privilegio de unos
pocos a partir de la pobreza de las grandes mayorías, haciendo que la gente no
advierta todo ello, quedándose simplemente con la idea que las injusticias
"son voluntad de dios". En otras palabras: para tener
"éxito" en la vida hay que seguir a estas nuevas iglesias, las
injusticias no existen y el "triunfo" es siempre producto de un
proyecto individual de autosuperación. Ese es el mensaje que se pasa
veladamente. Los que se preocupan por las injusticias terrenales no sirven, son
"perdedores", están "pasados de moda". Con estas nuevas iglesias
se logra hacer que la gente no piense en el mediano ni en el largo plazo; se
logra hacer interesar al público sólo en lo inmediato. En otros términos, suena
muy parecido a la psicología del adicto: resolver las cosas aquí y ahora, como
pura descarga puntual, sin medicaciones, sin proyecto a largo plazo, sin
historia. ¿No funcionan de la misma manera los medios masivos de comunicación?
Curiosa coincidencia. Basta revisar lo apuntado por un intelectual orgánico al
sistema como el recién citado Brzezinski.
Los cultos
neopentecostales no son ingenuos, saben a dónde apuntan y qué proyecto
conllevan. No hay dudas que hay manos invisibles en su puesta en marcha. Y a
esto se podría agregar algo más: ahí está ligado también el tema del
narcotráfico, otro de los grandes poderes paralelos, no sólo en nuestro país
sino en la arquitectura global del actual "sistema-mundo", como diría
Wallerstein.
En Guatemala hay cerca de
20 mega-iglesias. Estos grandes templos fabulosos, siempre construidos con la
más alta tecnología y pagados al más estricto contado, estricto dinero
efectivo, abre interrogantes. ¿Quiénes están detrás de todas estas iniciativas?
Da para reflexionar, sin dudas. ¿Podría pensarse, eventualmente, en lavado de
dinero? Estamos hablando de construcciones de muchos millones de dólares. Debe
estarse alerta ante estos mecanismos; hay que sensibilizarse ante estas
manipulaciones: aquí hay manos invisibles que utilizan tendenciosamente, con
agendas ocultas bien precisas, un supuesto mensaje religioso. Ahí no sólo hay
religión, o más aún, ahí no hay nada de religión: hay otros intereses políticos
e ideológicos de grupos que no quieren que cambien sus privilegios.
No hay dudas que millones de seres humanos encuentran en
estas prácticas un alivio –independientemente que podamos leerlo como engañoso,
tergiversador, maquiavélico si se quiere, en tanto sabemos la agenda oculta que
lo alienta–. El desafío que se abre para un discurso (y una práctica)
comprometidos –digámoslo así, aunque pueda sonar ostentoso– con la verdad, o
con un cambio, con una transformación social, es: ¿qué hacer ante esta
avalancha de "fe"? ¿De qué
manera oponerle alternativas válidas, coherentes? El desafío de buscar esos
caminos está abierto. Valga el presente escrito como una provocación en esa
dirección.
Bibliografía
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ciudad de Guatemala, un problema social y religioso. Tesis doctoral. Guatemala: Universidad Panamericana, Facultad de
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víctimas de Centro América. Guatemala: Carlos Martínez Okrassa.
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Similox,
V. (2010) El crecimiento de las iglesias
Evangélicas en Guatemala: Una mirada Socio-religiosa. Guatemala: Concejo
Ecuménico Cristiano de Guatemala.
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