Intentar denigrar a alguien diciéndole que es un
“¡hijo de sexoservidora!”, insulto por lo demás raro (¿quién lo proferiría
así?), puede resultar hilarante, disparatado incluso. Por el contrario, ser un
“¡hijo de puta!” tiene un peso categórico, lapidario. Ser “puta” en nuestra
occidental y cristiana sociedad, conlleva una carga de discriminación muy
difícil de soportar. El cuerpo femenino, desde toda una historia milenaria, es
el lugar del goce… y de la indecencia. Vender servicios sexuales está
estigmatizado, aborrecido. Pero, ¿qué dice de ello alguien que por años se
dedicó a ese oficio? Adriana Carrillo (Samantha), 33 años, es hoy la Coordinadora
Nacional de la Red Latinoamericana y del Caribe de Mujeres Trabajadores
Sexuales –REDTRASEX– Capítulo Guatemala (con sede central en Buenos Aires,
Argentina) y Coordinadora de la guatemalteca Asociación Mujeres en Superación
–OMES–. Definitivamente la cuestión es mucho más compleja (¡infinitamente más
compleja!) que una cuestión de supuesta “dudosa moralidad”, que “mujeres de
vida fácil”, que “vicios” o “pecados”. En todo caso, se presentifican en todo
esto ancestrales mitos y prejuicios, hipocresías y dobles discursos que, si
bien están aún muy lejos de desaparecer, al menos comienzan a cuestionarse. “Desde
tiempos inmemoriales el poder masculino utilizó a la mujer como objeto sexual,
y los varones visitan prostitutas en todas partes del mundo, desde todos los
tiempos. Pero luego se marginaliza a la mujer que hace eso, se la tilda de
pecadora. ¿No es una injusticia eso?”, reflexiona Samantha. Para
contribuir a ese cuestionamiento, a esa radical y necesaria crítica de la moral
conservadora que sigue pesando sobre la amplia mayoría de la sociedad, Argenpress
dialogó con ella por medio de su corresponsal en Centroamérica, Marcelo
Colussi, en la ciudad de Guatemala. Producto de ello presentamos aquí la
siguiente entrevista.
Pregunta: En nuestro contexto latinoamericano un varón
que tiene muchas mujeres, un “puto” en el lenguaje popular centroamericano [en Argentina “puto” es sinónimo de homosexual;
deberíamos decir un “mujeriego”, un “Don Juan”]
es tolerado, o incluso alabado en círculos masculinos; por el contrario ser una
mujer con muchos hombres, una “puta”, es una ignominia, una deshonra. ¿Qué
decir de esto?
Samantha: Eso no sólo es
latinoamericano: es mundial. Tiene que ver con el machismo, con el sistema
patriarcal que nos domina, que siempre engrandece al hombre y pone a la mujer
por el piso. Tener muchas mujeres denota hombría, pero de ese modo la mujer
sigue estando muy estigmatizada. Si tiene la misma libertad sexual que tiene un
varón, la sociedad machista la ve mal, la juzga, la discrimina. Dice de ella
que no tiene principios ni valores, que es algo malo, incluso despreciable. Ser
“puta” tiene la característica de algo decadente, terrible. Pero también puede
tener un sentido de halago, de felicitación: si alguien hizo algo muy bueno es
un cabrón, un ¡hijo de puta! “¡Qué hijo de puta, mirá lo que consiguió!”, por
ejemplo. O sea que la palabra puede tener los dos significados, aunque se usa
mucho más para herir que para halagar. Hoy por hoy en nuestra cultura la mujer
que tiene relación con varios hombres está tan desvalorizada que es un insulto.
Es sólo un objeto sexual al que no se valora como ser humano. ¿Pero por qué eso
tiene que ser así? ¿Por qué no es igual con los varones? Hoy día ya hay mujeres
que hemos decidido usar nuestro cuerpo como queremos, y en muchos casos optamos
por trabajar con él. En ese sentido, somos como cualquier trabajador, con
nuestros propios derechos, con nuestros propios pensamientos. Una trabajadora
sexual, es decir: aquella mujer que decidió trabajar sexualmente con su cuerpo
cobrando por el servicio que ofrece, trata de reivindicar lo que hace, y por
ende, reivindicar el cuerpo de la mujer, que es otra forma de decir que intenta
reivindicar a todas las mujeres en el medio de una sociedad terriblemente
machista y patriarcal. Una trabajadora sexual es alguien que vende un servicio,
que hace una transacción comercial. Hay muchas mujeres que sin llamarse
trabajadoras sexuales tienen este comercio, esta transacción comercial con
varones: es un negocio, un intercambio económico: te doy algo a cambio de algo,
así de simple. Quien desarrolla ese trabajo no está reivindicada como
trabajadora, porque nuestra sociedad sigue siendo muy prejuiciosa, y cuando se
habla de sexo continuamos moviéndonos con patrones sumamente machistas. De ahí
que se diga que esto es malo. Pero no hay bueno y malo en sí mismo; eso lo
decide la sociedad. ¿Quién dice que ejercer este trabajo es malo? ¿Quién lo
decide?
Pregunta: ¿Qué hace que una mujer pueda dedicarse a este
oficio?
Samantha: La sociedad machista
desde tiempos inmemoriales puso en menos a la mujer, la prostituyó, la rebajó, la
convirtió en simple objeto para el uso masculino. Las mujeres desde toda la
historia venimos sufriendo esta violencia patriarcal, que en definitiva es una
violencia política. La mujer nunca podía decidir, no tenía voz y voto. Ahora,
si bien hay mucho que cambiar todavía, ya empezamos a hacernos escuchar,
nuestra voz comienza a escucharse. Las mujeres que nos dedicamos a ser
trabajadoras sexuales lo hacemos porque vemos que es un negocio rentable.
Aclaro que no cualquier mujer, por razones psicológicas muy personales, puede
ser una trabajadora sexual, puede tener relaciones sexuales con cualquier
hombre y cobrando. En cambio una trabajadora sexual es eso mismo ante todo: una
trabajadora. O sea que tomamos nuestra actividad como un trabajo, no como una
relación sentimental. Es como una profesión: se hace con seriedad profesional,
porque cobramos por el servicio, por tanto hay que hacerlo bien, sin
involucrarse afectivamente. Para la sociedad machista puede parecer muy
grotesco lo que hacemos, pero para nosotras no: es un trabajo bien remunerado,
y punto.
Pregunta: Una trabajadora sexual ¿quiere salir de la
vida que lleva? ¿Se puede arrepentir en algún momento del trabajo que realiza?
Samantha: Las trabajadoras
sexuales no nos arrepentimos del trabajo que hacemos. Y aquí hay que hacer una
diferencia muy importante: hay mujeres que nos dedicamos a ser trabajadoras
sexuales por propia decisión, y hay otras mujeres explotadas en el contexto de
la prostitución, la trata, el proxenetismo y la esclavitud sexual. Ellas sí son
explotadas; ellas no eligieron esa vida de martirio. Ellas sí quieren salir de
ese contexto de explotación, abuso y violación de sus derechos. Esas mujeres no
se arrepienten de su acto propiamente dicho: en todo caso se arrepienten y
quieren salir del mundo de explotación y violencia en que se encuentran. Ellas
sí son violentadas, violadas en sus derechos, marginalizadas. Ellas sí tienen
mucho de que arrepentirse, porque su vida es un verdadero martirio, porque
viven explotadas. Pero una trabajadora sexual no, porque estamos empoderadas,
somos luchadoras, tenemos claro qué queremos. En definitiva, porque tenemos una
posición política clara en la vida. No nos arrepentimos sino que estamos
orgullosas de ser lo que somos. Por ejemplo, compañeras mías que se dedican a
este trabajo, en unos años, tomando conciencia de sus derechos, sabiendo
hacerse valer, han tenido un cambio fabuloso. Asombra verlas ahora,
empoderadas, luchadoras, tan distintas a cómo eran 10 o 15 años atrás. Estas
mujeres, entre las que me incluyo, ahora sabemos a dónde queremos ir, tenemos
metas claras, tenemos un proyecto. Eso es muy distinto de las compañeras que
son víctimas de la prostitución, porque ellas aún no han pasado por este
proceso de empoderamiento. Son víctimas, están bajo el mando de quien las
regentea, sufren todos los acosos de proxenetas, a veces también de la policía,
del Estado, y además de los prejuicios sociales que las excluyen. El mundo
masculino las usa –¿qué varón no ha ido con prostitutas?– pero al mismo tiempo,
con la doble moral que reina, las discrimina, las criminaliza. Una trabajadora
sexual, por el contrario, es como una cuentapropista: vende un servicio y se
pone de acuerdo con su precio. Se establece el contrato con el cliente: ¿qué
querés: sexo anal, oral, poses, masaje sensual, querés acompañamiento afectivo,
querés hablar, querés que te escuche, querés ir a cenar? Es una transacción
comercial, y ahí nosotras, como trabajadoras por cuenta propia, no perdemos.
Pregunta: Una prostituta, una mujer prostituida, por el
contrario, no gana lo que quiere. Es decir: es una trabajadora explotada,
alguien más se queda con parte, con buena parte de la ganancia que ella produce
con el, por así decirlo, sudor de su frente.
Samantha: Exacto. La trabajadora
no tiene la retribución económica justa por su trabajo, porque se lo roban,
porque tiene un proxeneta que la explota. Si la mujer no ha decidido por
voluntad propia estar donde está, lo suyo deja de ser un trabajo independiente,
como es el caso de las trabajadoras sexuales, que trabajamos con pasión, con
orgullo de lo que hacemos, con entusiasmo. Para la mujer prostituida su trabajo
sexual es una carga pesada, una obligación, además de todo juzgado
despreciativamente por la sociedad. Vivimos una moral horrible, porque la
sociedad utiliza a las prostitutas, pero luego las desprecia, y todo lo que se salga
de la llamada moral sexual normal es mal visto. La religión oficial ayuda a ese
desprecio, pues una prostituta, al igual que un homosexual o un travesti, dice
que no heredará el reino de los cielos, pues supuestamente somos pecadores. Si
es cierto que Dios existe, en todo caso ¿por qué cuestionaría a una mujer que
vendiendo su cuerpo dio de comer a sus hijos y los crió? ¿Quién dice que eso es
un pecado?
Pregunta: Un empresario que no paga impuestos, ¿es un
pecador también? Y los que deciden las guerras, que no somos la gran mayoría
silenciosa de la gente, ¿no son pecadores?
Samantha: ¡Por supuesto! Aquí hay
demasiada hipocresía. ¿Quién decide qué es pecado y quién no? ¿Dios lo mandó
decir acaso? Es una sociedad hipócrita, con doble moral la que pone esos
parámetros. Desde tiempos inmemoriales el poder masculino utilizó a la mujer
como objeto sexual, y los varones visitan prostitutas en todas partes del
mundo, desde todos los tiempos. Pero luego se marginaliza a la mujer que hace
eso, se la tilda de pecadora. ¿No es una injusticia eso? Para una trabajadora
sexual es gratificante saber que nadie la explota, que hace valer sus derechos
y que con su trabajo, elegido libremente, puede mantener a su familia, tal como
es mi caso por ejemplo. Lo que sucede es que las sociedades siguen siendo
terriblemente machistas y patriarcales, por eso la mujer que tiene varios
hombres es mal considerada, denigrada, deshonrada. ¿Pero quién es el justo y
quién el injusto? ¿Quién es verdaderamente el pecador en todo esto?
Pregunta: En Guatemala específicamente, o en toda
Latinoamérica ¿qué hay más: mujeres prostituidas manejadas por redes de trata y
proxenetismo, o trabajadoras sexuales independientes?
Samantha: No disponemos de los
datos exactos, pero te diría que en toda Latinoamérica y el Caribe
aproximadamente un 70% de mujeres que venden sus servicios sexuales lo hacemos
por propia elección. Es decir: somos trabajadoras sexuales independientes. Pero
ahí habría que incluir una enorme cantidad de mujeres que, sin decirse
explícitamente trabajadoras sexuales, tienen transacciones sexuales con un
hombre. Puede incluirse ahí al ama de casa monogámica que mantiene una relación
extramatrimonial, por ejemplo. Ahora bien: saber con exactitud cuántas mujeres
son víctimas de la trata, de la esclavitud sexual, de la explotación por parte
de redes criminales de proxenetismo, eso es un dato muy difícil de tener,
porque se mueve muy en las sombras. Nosotras, las trabajadoras sexuales
asociadas, organizadas en nuestras asociaciones y debidamente empoderadas, no
queremos que se nos asimile con las mujeres violentadas y manejadas por estas
redes, porque eso nos pone en un pie de igualdad con aquellas mujeres a las que
no se les respetan sus derechos. Si nos encajonan en ese mismo paquete y nos
ponen como mujeres en prostitución, nos ponen en una situación de indefensión,
siendo justamente todo lo contrario lo que buscamos con nuestras
organizaciones. Es decir: queremos dar el mensaje de empoderamiento, de hacer
valer nuestros derechos, de que nosotras decidimos sobre nuestras vidas y
nuestros cuerpos. Pero hay que decir que lamentablemente hay una enorme
cantidad de mujeres jóvenes, menores de edad en muchos casos, víctimas de estos
negocios ilegales, de la trata, del turismo sexual, de la esclavitud. Y eso
claramente es un problema político. Por eso los gobiernos deben tomar cartas en
el asunto y desarrollar acciones fuertes, contundentes.
Pregunta: ¿Los diferentes Estados de la región
latinoamericana tienen políticas específicas sobre estos temas?
Samantha: No hay políticas
públicas como tales. Existen leyes contra la violencia sexual y la trata de
personas. La prostitución está penalizada por la ley, y en realidad no hay un
reconocimiento del trabajo sexual independiente. Para arreglar un poco toda
esta terrible situación de mujeres en prostitución, en trata y en dependencia
de redes de proxenetismo, los Estados deben partir por reconocer de una vez el
trabajo sexual independiente, que es la única manera de comenzar a combatir en
serio la explotación y la esclavitud sexual. Las mujeres que estamos en este
negocio no tenemos que llevar la culpa a cuesta, la infamia, la marginación. Las
mujeres que están prostituidas deben ser vistas como víctimas y
reivindicárselas, no excluirlas y estigmatizarlas.
Pregunta: La prostitución está prohibida, es cierto.
Pero ¿por qué? Si lo vemos desde el punto de vista sanitario, es sabido que las
mujeres que venden sus servicios sexuales son las que más se cuidan de
enfermedades de transmisión sexual siendo un grupo muy poco contagiado con el
VIH, justamente a raíz de esos cuidados. De hecho, por diversas cuestiones que
hablan de la doble moral reinante, hay muchas más amas de casa monogámicas y
heterosexuales portadoras de VIH que mujeres de la comunidad de trabajadoras
sexuales o prostituidas. ¿Por qué se prohíbe la prostitución entonces, y por
qué la “mala de la película” es la mujer parada en la esquina que ofrece su
cuerpo?
Samantha: En realidad la mujer
prostituida es una víctima. Se la penaliza a ella y se la lleva presa, pero
ella es el eslabón más débil de la cadena, la que paga las consecuencias. Ella
es víctima de una explotación brutal, económica, moral, social. Ella no elige
estar ahí: la ponen a la fuerza. La ley dice que hay que llevar preso al proxeneta,
al que está en el negocio de la trata, al que obliga a las mujeres, en muchos
casos menores de edad, a desarrollar ese negocio. Pero así como se aplican las
leyes, lo que menos se combate es la explotación, la trata y la esclavitud. La
que sale más perjudicada es la mujer prostituida. La sociedad machista hace
caer su peso sobre la mujer, y mete en el mismo saco también a la trabajadora
sexual, como si fuera una víctima de la prostitución; pero así no se arregla
nada. Nosotras no somos un problema. Por el contrario, somos parte de la
solución
Pregunta: ¿Algo más para agregar, ya sobre el final de
la entrevista?
Samantha: Las trabajadoras
sexuales a nivel de toda Latinoamérica exigimos a los Estados y a la sociedad,
a nivel general, que pongan mucha atención a lo que estamos haciendo. La
legitimidad la tenemos, pero ahora exigimos la legalidad. Somos legítimas
trabajadores independientes, pero ahora queremos una legalidad que afiance
nuestros derechos, que nos dé un lugar social reconocido como solución y no
como foco de problemas, que permita evidenciar que somos seres humanos que
queremos aportar alternativas de solución.
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