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En el año 1948, exactamente el 10 de diciembre, se firmó la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Documento que con el tiempo ha demostrado estar redactado más de buenas intenciones que de realidades sostenibles. Tanto las dictaduras como los gobiernos “democráticos” se han ocupado de violar sistemáticamente estos derechos.
Lo paradójico es que se ha debido redactar una Declaración Universal que consagre lo que se ha de entender por Derechos de los seres humanos, lo cual nos señala que antes de esa declaración estos supuestos derechos, es decir, ese algo sagrado a respetar por todos los que convienen humanamente, no existían o no había suficiente respeto hacia ellos. Sin embargo, la consagración de los Derechos Humanos que hace la Declaración Universal no ha pasado de ser una simple ilusión, pues antes y después de dicha fecha no hubo ni ha habido mucho respeto por los derechos del ser humano, pues en esencia la civilización actual se sostiene sobre la base del no respeto por el ser humano. Visto de este modo el asunto, podemos concluir que nos enfrentamos a dos dilemas: el de determinar las razones de este no respeto, enfrentamiento que ha de conducirnos al cambio; y el de entender que ante todo son los hechos los que tienen valor, no las palabras o buenas intenciones.
Se da el caso que ahora, a fuerza de ser transgredidos por ellos (los que tienen posiciones de poder) estos Derechos Humanos consagrados en la Declaración Universal, debemos nosotros, los desposeídos del poder, levantar organización y hacer conciencia sobre la necesidad de respetar estos derechos teóricos y castigar a quienes no los respetan. Lo terrible es que hacemos esto dentro de ciertas reglas y cierta moral, que no son nuestras reglas ni nuestra moral sino las reglas y la moral de quienes dominan, transgrediendo y corrompiendo todo lo que tocan.
Si nos atenemos al contenido de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, veremos que son de una justicia que supone un ser humano mucho más desarrollado moralmente y suponen un orden de cosas y un sistema económico social cuya misión fundamental sea el ser humano. La cruda realidad en que se mueve lo humano actualmente es que unos son enemigos consagrados de otros; que unos tienen poder y son los menos, que otros no tienen nada y son los más. En la esencia misma del sistema está la raíz del no respeto de unos seres humanos contra otros y allí también están los fundamentos ideológicos que justifican la deshumanización del ser humano y convierten en moral todo aquello atentatorio contra la dignidad humana.
Sin cambiar de raíz el actual sistema socioeconómico, por uno cuyo centro y motor sea todo lo humano no habrá lucha por el respeto a los derechos humanos que sea de verdad una lucha fructífera.
Nos movemos en un círculo vicioso: de un lado, nos ocupamos de defender unos derechos que no se respetan dentro de los marcos de una sociedad que tiene por fundamento no respetar al ser humano; y de otro, no podemos no luchar porque se respeten. Esto nos sitúa entre la espada y la pared: cómplices del sistema por ingenuidad, al creer o esperar que dentro del sistema se pueda obtener justicia; o cómplices por inacción, y obtener como resultado la permanente violación de los derechos humanos.
La falsa solución de este problema puede dar como resultado que muchos se muevan en lo estrictamente urgente, sin atender lo verdaderamente importante. Lo que se necesita hoy es incorporar a toda lucha social: la lucha por el cambio social, la lucha por el respeto de los derechos humanos, la lucha por el respeto a la diferencia cultural, así como incorporar a cada una de estas luchas –las otras, que falten–. Se trata de romper los esquemas neoliberales que lentamente se han enquistado en nuestros movimientos, bajo la forma de que lo nuestro es lo único o lo más importante, esperar que los otros se agreguen a nuestro movimiento o luchar acomodando nuestra visión de la realidad a las necesidades de nuestros fines.
Que estas palabras iniciales sirvan de preámbulo para insertarnos en los aspectos del tema que ahora queremos desarrollar.
A) Un examen breve
Se entiende por derechos humanos el contenido de la Declaración Universal de los Derechos Humanos del Hombre, aprobada por las Naciones Unidas poco después de la Segunda Guerra Mundial. Si nos remitimos al Manifiesto Comunista de 1848, veremos que en su primera parte este nos dice que la violencia ha sido la partera de la humanidad. Con esto se nos está señalando que la violencia obedece a unas leyes internas, no en su expresión sino en su origen y contenido, en esencia para imponer la “razón” de las fuerzas emergentes o de las que resulten vencedoras en el proceso de la lucha de clases. Es la constatación del fatalismo que la humanidad avanza a las trompadas.
¿Cuál podría ser el objetivo de unas normas para regir el respeto entre los seres humanos, como en esencia es la Declaración Universal de los Derechos Humanos? ¿Regular las miserias de los pueblos o intentar hacernos creer que basta un simple código escrito para que la convivencia humana sea diametralmente distinta? Los porfiados hechos se han encargado de entregarnos una respuesta que anula todo propósito altruista de dicha declaración, pues la violencia de quienes tienen el poder, contra todo intento de revertir el orden establecido por ellos, no obedece a otras normas que no sean sus propios y únicos intereses.
Veamos que nos dicen algunos artículos y evaluemos:
- Artículo 1 – Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.
Aquí se establece una norma ideal, se nos enuncia algo que debiera ocurrir, pero que no ocurre.
De momento que nacemos bajo el paso de la deuda externa, bajo el peso o confort de la situación económica y social de nuestros padres, hay unas terribles diferencias que nos marcan como libres a los menos y como esclavos modernos a los más. Lo de dotados de razón y conciencia, más parece un eufemismo que un enunciado de posible lógica. La razón, es decir el razonamiento, se alimenta de educación, de cierta capacidad para pensar y sobre todo de información veraz; de otra parte, el comportamiento fraternal supone tener con que hacerlo. Nadie puede invitar a compartir lo que no se tiene.
- Artículo 3 – Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona.
Cada día que pasa, las grandes ciudades se vuelven más y más inseguras. Ya nadie puede pasearse a altas horas sin temor de ser asaltado y despojado de las pocas cosas de valor que pueda tener. Esto mismo hace que no seamos libres en nuestros movimientos ni sentimientos. El derecho a la vida ha de suponer una seguridad de contar con un respaldo social contra todo acontecimiento anti-vida: un accidente, una enfermedad o un acto criminal. Ya sabemos cuán lejos estamos de este derecho. Si entendemos la vida no simplemente como el acto de respirar sino como todo lo que acompaña la respiración y el latir de un corazón en un cuerpo humano, deberíamos entender que estamos hablando de educación, de trabajo, de esparcimiento, de reconocimiento. Todas cosas presentes en la vida humana, pero acomodadas al grado de riqueza que cada cual disponga. Es como si a más riqueza material, más vida; a menos riqueza, menos vida.
- Artículo 5 – Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes.
Ninguna dictadura ha respetado jamás este derecho. Casi todos los gobiernos “democráticos” se valen de alguna de estas formas de coerción aquí condenadas. Tratos crueles son el trato preferencial de muchos gobiernos, a través de su policía o ejército, de reprimir violentamente manifestaciones públicas de rechazo a algunas de sus políticas. Inhumano es el paro de millones y millones de trabajadores, inhumano es los miles y miles de niños en la calle. Degradante es la falta de auténticas oportunidades para todos.
- Artículo 9 – Nadie podrá ser arbitrariamente detenido, preso ni desterrado.
Este derecho contradice lo establecido en las leyes antiterroristas que casi todos los países han adoptado imitando al imperio. Ahí tenemos los millones de condenados al exilio (destierro) para salvar sus vidas y también para tener una simple oportunidad. Poco importa que sea una medida de estricto carácter político o económico; lo cierto es que de más en más, por medio del auto destierro, la gente busca desesperadamente una salida a su situación de constantes postergaciones.