Lección 1.
La primera lección es que no
existe ningún nexo automático entre crisis, inclusive una crisis grave, y la
salida de la mal llamada globalización neoliberal (lo correcto sería en todo
caso «neomercantilista»); y no existe tampoco ningún nexo automático entre la
crisis y un nuevo despertar de la lucha de clases.
Lección 2.
Los poderes de intervención
económica y social de los Estados capitalistas avanzados no se han reducido
sino que en los últimos treinta años han sido redefinidos los términos y las
prioridades de la política económica y monetaria.
Lección 3.
Las diferentes políticas
económicas de tipo neomercantilista no son simplemente el fruto de una
hegemonía política y cultural de la derecha. El neomercantilismo es, en cambio,
la expresión política de una determinada evolución estructural de la economía
mundial capitalista y de las relaciones de fuerza entre las clases a nivel
mundial.
Lección 4.
Si se acepta lo anterior es
preciso entonces abandonar la noción de globalización. La cuarta lección a
extraer de la crisis es que se hace necesario volver a discutir en términos de
desarrollo desigual y combinado del capitalismo como relación social
contradictoria y como realidad mundial de los capitalismos en competición. En
otros términos: es necesario continuar a razonar en términos de imperialismo (o
volver, para quien hubiese dejado de hacerlo).
Lección 5.
Ya sea que se interprete la
crisis como expresión de contradicciones estructurales del capitalismo
contemporáneo o como consecuencia de una determinada hegemonía política e
ideológica «neoliberal», la quinta lección es que de la crisis no se sale
solamente con la fuerza de la política económica.
Lección 6.
Como consecuencia directa de lo
anterior y de las más recientes decisiones en política económica, la sexta
lección es que una crisis capitalista es siempre una ocasión para un nuevo
asalto patronal y estatal contra la clase dominada.
Lección 7.
La séptima lección a extraer de
la historia de los últimos veinte o treinta años y de las posiciones expresadas
en esta fase es que se ha verdaderamente concluido - y de la peor manera
posible - la historia de los partidos políticos cuyas raíces en otros tiempos tenían
como referencia al movimiento obrero, ya sea que fueran de matriz
socialdemócrata o de relacionados con la Tercera Internacional estalinista.
Conclusiones
El valor anticapitalista de un
objetivo no es una cualidad intrínseca del mismo. No existe conquista de los
trabajadores que no pueda ser absorbida en la reproducción del sistema, o
neutralizada, deformada o derribada a la mejor ocasión. Cualquier conquista de
los trabajadores que no sea el derribamiento de los poderes estatales y
patronales constituye una reforma del sistema. Obviamente debemos luchar por
conquistas parciales y sectoriales, pero sin encumbrar ningún objetivo a
fetiche anticapitalista.
El efectivo valor anticapitalista
de un objetivo reside en su capacidad de ser motivo de contraposición entre las
clases, de agudizar tal contraste: es decir en la dinámica de lucha y de
autoorganización que el mismo pone en movimiento.
No es difícil elaborar desde un
escritorio una lista de objetivos sectoriales y parciales anticapitalistas.
Pero se trataría solamente de un ejercicio formal y de mera propaganda.
Los grandes movimientos sociales
como los que harían falta en este momento detonan (cuando lo hacen) no por
decisiones de una vanguardia política sino como consecuencia de procesos
espontáneos de radicalización que se transforman en lucha. Por eso hablamos de
movimientos sociales y no de manifestaciones nacionales simbólicas,
demostrativas, más o menos
espectaculares, que pueden ser promovidas y organizadas por partidos,
asociaciones o sindicatos. Manifestaciones que seguimos periódicamente desde
hace años, inclusive de dimensiones enormes, sin que hayan conducido a ningún
resultado concreto.
Entre las ilusiones actuales
corrientes está la de pretender formular un programa de política económica
alternativa o someter a examen la deuda soberana para decidir si se deba pagar
o no, o inclusive salir de la eurozona, o más modestamente, apuntar a un
improbable plebiscito. Para esto habría que tener ya el poder político o contar
con un «gobierno amigo». Entre paréntesis, es necesario hacer notar que las
propuestas de política económica «alternativa» a nivel nacional entran en
contradicción con la tesis de la «globalización» y de la obsolescencia de la
capacidad de intervención económica de los Estados.
Ponerse además a dar consejos a
la burguesía sobre como resolver la propia crisis y suavizar las
contradicciones del sistema, o inclusive querer imponerles algún tipo de
compromiso progresista, social y ecológico entre capital y trabajo, es
exactamente lo que no hay que hacer.
NO DEBEMOS PAGAR NOSOTROS LOS COSTOS SOCIALES DE LA CRISIS Y DE LA
DEUDA CONTRAÍDA POR LOS PATRONES, LOS BANCOS Y LOS GOBIERNOS. PERO TAMPOCO
DEBEMOS DEJAR QUE POR NOSOTROS LA PAGUEN LOS TRABAJADORES DE OTROS PAISES.