por Marcelo Colussi
“No hay que cambiar el clima, sino el sistema”.
Pancarta de un grupo ambientalista
El planeta está en peligro y, por tanto, todos los seres vivos (animales y vegetales) que allí vivimos. Desde el inicio de la revolución industrial hace dos siglos, hoy ya extendida por todo el mundo, el capitalismo ha cambiado la vida. Globalizado como está, su modelo de producción y consumo trajo grandes beneficios. Pero también, dada su insaciable voracidad de lucro, produjo problemas monumentales que hoy empiezan a verse como sumamente peligrosos.
No hay ninguna duda que lo que trajo el sistema capitalista, de la mano de la ciencia moderna surgida en Europa luego del Renacimiento, modificó de modo sustancial la civilización humana. De una vida centrada en el contacto directo con la naturaleza y una producción básicamente agraria desde hace 10,000 años en las diversas civilizaciones que poblaron el planeta, se pasó a un nuevo modo de producción y consumo enfocado en la industria, en las nuevas tecnologías que permitieron inventar, sin detenerse, nuevos y cada vez más sofisticados productos. El contacto con lo natural fue reemplazándose por el producto artificial; de allí a la entronización de la industria y el confort que la misma fue permitiendo, un paso. El socialismo científico, surgido en el siglo XIX y puesto en marcha por vez primera en el transcurso del XX (Rusia, China), heredó esa idolatría por la producción industrial. “Socialismo es poder soviético más electrificación”, pudo decir Lenin.
Ese modo de producción y consumo instaurado por la industria moderna, basado en un conocimiento científico crecientemente matemático-racional, trajo sustanciales mejoras en la vida cotidiana. Todos los campos del quehacer humano mejoraron en forma exponencial, transformando la existencia humana en algo crecientemente sustraído al temor ante lo natural, cada vez menos expuesta a la escasez, a las tragedias, al desconocimiento. El problema está en que lo que instauró el capitalismo no tuvo freno. La sed de ganancia del capital no paró de inventar nuevas y superfluas necesidades, y la fabricación de cosas se hizo interminable. Se llegó así, por ejemplo, a esa monstruosidad que es la obsolescencia programada; es decir: fabricar cosas para que se rompan rápido y haya que comprar rápidamente otra nueva. De esa manera, el circuito se reproduce eternamente: fabricar-vender-comprar-usar-botar-volver a comprar-volver a fabricar…. etc.) La máquina no se detiene nunca (pero para ello hay que buscar eternamente materias primas y energía. ¡Ahí está el problema!)