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sabato 28 luglio 2018

Peace as form of life


     by Tito Alvarado*

                                  Photo: The Japanese Peace Bell and its en:pagoda at United Nations Headquarters, New York City. 
                                  Photograph credit: Drag | Wikimedia Commons

MONTREAL (IDN) – Of the world’s more than six thousand extant languages, three thousand have little chance of continuing to be used in the next century. This tragic fact represents a terrible finding: we will lose three thousand ways to approach life and humanity from the perspective of others in their relationship with the environment that surrounds them.
However, as this is a case of death for the people who use these languages, it is perceived as anecdotal, as a kind of 
fatalism; in fact, we wash our hands whereas
 we are responsible for working for the survival of the variety of cultures and languages.
To save a language is to save a way of entering into a relationship with the world, a tool of culture. But there are many other themes as relevant as the issues related to the problem of endangered languages. Life itself is in danger; the next 25 years are decisive for both the pursuit of the same direction or for a change in lifestyle.

giovedì 26 luglio 2018

Humanitarian Hypocrisy Helps the Criminals Behind Migrant Embarkations

by Roberto Massari*
ROME (IDN) – I start from the premise that I am in favour of the maximum welcoming of migrant flows provided these take place in a human and legally planned way according to the traditions and values of Western secular (that is, illuminist) civilisation.
Here I am not concerned with the phenomenon of immigration or "landings" as such, but rather the international trafficking of human beings and therefore of the crime against every principle of humanity represented by "embarkations", the terminal point of an international criminal network.

The Trafficking of Human Beings

by Fred Kuwornu*
NEW YORK (IDN) – The trafficking of human beings worldwide produces 150 billion dollars for the various mafias, of which 100 billion come from the trafficking of Africans. Every woman trafficked earns the Nigerian mafia 60,000 euro. Trafficking 10,000 in Italy results in 600 million euro a year for the mafia. No African would willingly come if they knew the truth about what awaits them in Europe.
I do not want to get into the eternal Italian civil war based on factions and not content, but as an Italian of African descent and now an immigrant in the United States, I believe the time has come to talk about and treat immigration, or rather mobility, as a problem and structural phenomenon which has various levels and not as a tool for politicking or being dragged around like the disputed children of two parents who use them as a weapon of blackmail for their divorce.

mercoledì 25 luglio 2018


Bilingue ITALIANO-SPAGNOLO
ITALIANO

PERMETTETEMI UNA DOMANDA, COMPAGNI… 
di Pagayo Matacuras

Il ministro degli Esteri nicaraguense, Denis Moncada Colindres, va ripetendo da tre mesi che gli Stati Uniti stanno continuando con il loro piano di colpo di Stato. A metà luglio ha ribadito questo concetto durante l’ultima riunione del Consiglio permanente dell’Organizzazione degli Stati americani (OAS), dove solo Cuba, Venezuela e San Vicente-Granadinas hanno sostenuto questa idea. Altri diciotto paesi hanno condannato la violenza del governo. Sgomberiamo il terreno di tutti i possibili fraintendimenti sulle idee che seguono: nella realtà storica e politica, l’Oea è l’Organizzazione degli Stati Inginocchiati (Arrodillados), come l’ha definita l’argentino Pino Solanas nel suo film del 1988 Sur.
Ora, torniamo al 2018... trent’anni dopo quel film.
Quali e quanti interessi economici hanno gli Stati Uniti in Nicaragua?
Bilingüe ESPAÑOL-ITALIANO
ESPAÑOL

PERMÍTAME UNA PREGUNTA, COMPITAS…
por Pagayo Matacuras


El canciller de Nicaragua, Denis Moncada Colindres, desde hace tres meses anda repitiendo que los Yunais [Estados Unidos (n.d.r.)] siguen con su plan de golpe de Estado. A la mitad de julio reiteró ese concepto en la última reunión del Consejo Permanente de la Organización de los Estados Americanos (Oea), adonde solamente Cuba, Venezuela y San Vicente-Granadinas respaldaron esa idea. Otros dieciocho países condenaron la violencia gubernamental. Limpiamos el terreno de todo posible mal entendido de las ideas que siguen: en la realidad histórica y política la Oea es la Organización de los Estados Arrodillados, tal como lo tildó el argentino Pino Solanas en su película de 1988 Sur.
Ahora bien, regresamos a 2018… treinta años después de esa peli.
¿Cuáles y cuántos intereses economicos tienen los Yunais con Nicaragua?

martedì 24 luglio 2018



L'UMANITARISTICO TRAFFICO DI ESSERI UMANI
di Roberto Massari e Fred Kuwornu


di Roberto Massari 
Premetto che mi riconosco pienamente nel recente articolo di Roberto Savio («Immigrazione, molti miti e poca realtà») in cui si mostrano le cifre reali del processo immigratorio, si elencano i vantaggi che derivano all’economia dai flussi migratori (anche se si sottovalutano i danni che tali flussi provocano ai Paesi di provenienza) e mi dichiaro favorevole alla massima accoglienza di tali flussi purché compiuta in maniera umana, legalmente programmata e secondo tradizioni e valori della civiltà laica occidentale (cioè illuministica).
Nel testo che segue non si parla quindi del fenomeno dell’immigrazione o degli «sbarchi» in quanto tali. Si parla del traffico internazionale di esseri umani e quindi del crimine contro ogni principio di umanità rappresentato dagli «imbarchi», punto terminale di una rete criminale internazionale. Questa è sempre esistita, ma si è rafforzata negli ultimi anni per ragioni che non sono sempre chiare avendo essa delle connivenze negli apparati statali dell’Italia e della Libia, in primo luogo, ma anche di Turchia, Spagna ecc., oltre ai paesi di provenienza.

giovedì 19 luglio 2018

NICARAGUA NICARAGÜITA…, por Marcelo Colussi

© Inti Ocon
La situación en Nicaragua está al rojo vivo. Mucho se ha escrito ya al respecto, y en el campo de la izquierda las aguas están divididas: ¿apoyar o no apoyar a Daniel Ortega?
El presente texto quizá no aporte nada nuevo; en todo caso, presenta más preguntas que respuestas. Pero preguntas, en definitiva, que podrían funcionar para profundizar un debate imprescindiblemente urgente en el campo de la maltrecha izquierda: ¿tanto nos han golpeado, tanto se ha castigado al campo popular que la disyuntiva termina siendo apoyar o no a un presidente-empresario elegido en elecciones dentro de la legalidad capitalista? ¿Tanto hemos retrocedido que la disyuntiva se da entre si es “bueno” o “malo” un funcionario público que “hace cosas por su pueblo”? ¿Y los ideales socialistas revolucionarios que levantara la Revolución Sandinista hace 40 años? ¿Dónde queda aquello de poder popular, de gobierno obrero y campesino? ¿El socialismo se restringe a programas asistenciales?
Porque no hay que olvidar que el sandinismo histórico, no hay que olvidar que los valores revolucionarios que pusieran en marcha jóvenes luchadores en la década del 60 del pasado siglo cuando fundaron el Frente Sandinista de Liberación Nacional, inspirados en muy buena medida en el marxismo (Carlos Fonseca era un consumado marxista), no se restringen a un presidente atornillado en el poder (y que coloca a dedo a su esposa como vicepresidenta). No hay que olvidar que el ideario socialista en nombre del que se llevó a cabo esa gloriosa gesta que fue la revolución del 19 de julio de 1979 no se reduce a apoyar a alguien “no tan bueno” pero “mejor que lo que podrá venir”.
Quizá vale recordar los ideales del Mayo francés, tan lejanos ahora en el tiempo que parecen utopías tontas: “¡Seamos realistas: pidamos lo imposible!”, pero imprescindiblemente necesarios. ¿Abandonamos los principios revolucionarios que permitieron las primeras revoluciones socialistas de la historia para quedarnos con la democracia burguesa y programas asistenciales? ¿Tan bajo hemos caído?
Abel Bohoslavsky, histórico militante socialista argentino, leyendo uno de los tantos materiales de análisis de la situación actual de Nicaragua, se pregunta (pregunta que hago mía): “Si Somoza era el hijo de puta de Roosevelt, ¿el «desastrado timonel» Ortega sería «nuestro» hijo de puta? Si ese desastrado timonel «hipotecó la tradición revolucionaria del sandinismo», tiene «desprecio por la opinión de la base sandinista» y además hizo un «pacto con los enemigos… siempre volátil y transitorio» –todo eso durante 18 años (pacto Ortega-Alemán)–, ¿hay que ir a ayudarlo para que «enderece el rumbo»?”.
Apoyar los gobiernos progresistas que aparecieron estos últimos años en Latinoamérica abre preguntas en la izquierda: ninguno de ellos, desde la Revolución Bolivariana con Chávez al orteguismo (¡no sandinismo!) actual en Nicaragua, pasando por distintas variantes (el PT en Brasil, matrimonio Kirchner en Argentina, Evo en Bolivia, Correa en Ecuador, etc.), cuestionó realmente las bases del capitalismo. Fueron, o son, procesos redistributivos con más justicia social que los planteos neoliberales de capitalismo feroz. Pero no tocaron los resortes últimos de la propiedad privada. ¿Es acaso el actual gobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo un planteo revolucionario? Decir que mejoró un poco las condiciones generales de la población nicaragüense puede ser loable (puede ser, tampoco lo afirmaríamos categóricamente, porque ¿a qué costo las mejoró: llenando de maquilas el país con salarios bajísimos?), pero eso no es el ideario de una revolución socialista. ¿O sí?
Un planteo capitalista revestido de un discurso progresista y con pirotecnia verbal antiimperialista no deja de ser capitalista, con explotación de la mano de obra, con clases sociales enfrentadas. Eso no hay que olvidarlo: ¡los procesos socialistas no pueden entenderse si no es en la lógica de la lucha de clases! ¿A quién representa Daniel Ortega: al campesinado pobre, a los trabajadores urbanos, a los subocupados del comercio informal, o a la nueva clase empresarial ex sandinista que se enriqueció con la tristemente famosa “piñata”, cuando tuvo que dejar el poder en 1990? ¿Por qué los revolucionarios sandinistas que adversaron eso no siguieron en el FSLN?
Sin dudas, en la convulsionada sociedad nicaragüense el imperialismo estadounidense está trabajando. Eso ni se discute. América Latina, lo sabemos, es la reserva estratégica de Washington, y nada de lo que aquí pase en términos políticos escapa a su control. Con absoluta seguridad hay agentes del imperio trabajando a toda máquina en Nicaragua. Pero eso solo no explica los acontecimientos actuales.
Como dice Abel Bohoslavsky: “En Nicaragua hay una insubordinación cívica elementalmente democrática (cese de la represión, cese del autoritarismo gubernamental, cese del nepotismo). Se trata de una rebelión democrática contra un régimen de origen democrático (aunque probadamente fraudulento en lo institucional) originado en el Pacto Ortega-Alemán y Ortega-Iglesia. Tiene un sentido histórico-político inverso a las guarimbas [dadas en Venezuela], aunque no sea ni pretenda ser revolucionario. Endilgarle ese calificativo es parte del fraude propagandístico orteguista”.
Si durante los 11 años de gobierno de Ortega-Murillo todo estuvo “tranquilo”, si el gobierno de Estados Unidos no disparó a matar como sí lo hizo con todos los experimentos progresistas de Latinoamérica, eso abre interrogantes. ¿Qué pasó ahora que se rompió el pacto del Gobierno con los sectores empresariales, con la Iglesia católica, con Washington?
No está claro. Podría pensarse que la construcción del Gran Canal Interoceánico por parte de capitales chinos, o la estación de investigación electrónica rusa instalada en Managua, son un peligro para la geoestrategia de Washington. ¿Todo esto es la reacción a ese “atrevimiento” de Ortega? En el patio trasero de la gran potencia nadie puede osar instalar bases militares chinas y/o rusas. ¿Esta sería la causa?
Quedarse con la idea que todo lo que se está viviendo en el país es solamente una nueva “revolución de colores” no alcanza. El orteguismo no es, precisamente, un gobierno revolucionario: es la expresión de esta nueva burocracia empresarial surgida de la lejana Revolución Sandinista, donde la figura de Daniel Ortega se consolidó como líder absoluto sacándose de encima cualquier atisbo de crítica. Y de principios revolucionarios, de socialismo, de transformación radical de la sociedad a manos de obreros y campesinos… ¡nada!
¿Hay que defender o no este proceso entonces? Difícil disyuntiva. Por supuesto que el imperio no tolera afrentas, e incluso gobiernos redistributivos de “capitalismo con rostro humano” son su enemigo. En ese sentido, si cae Ortega podrá venir un gobierno absolutamente neoliberal, suspendiendo la presencia chino-rusa en Nicaragua. Pero la situación actual en la patria de Sandino ¿es una revolución? ¿Se trata entonces de defender lo “menos malo”? Un canal construido por los chinos ¿es un avance para el campo popular?
La sublevación actual de la sociedad, quizá mezcla de activistas pagados por la CIA y reacción espontánea ante el nepotismo autoritario de un ex socialista (acusado de violador, por cierto), de momento está trayendo sólo muertos, siempre pobres, siempre del campo popular. No hay organización alternativa, no hay proyecto superador. Los ideales revolucionarios están guardados por ahora, y los líderes históricos que se salieron (o fueron sacados) de la estructura sandinista hoy día son marginales.
Es cierto que la propaganda de la derecha ya puso a Ortega como “villano de la película”, igual que en su momento Chávez, o Gadafi, o Sadam Husein. El guión ya está escrito. Sumarse a las voces de la derecha, a la prensa comercial, a los lacayos de Washington que vociferan contra la “barbarie” en marcha, es un error. Defender un gobierno empresarial que pactó con el enemigo de clase, también.
¿Quién saldrá beneficiado de todo esto? El “pobrerío” seguramente no. No hay condiciones para una real y profunda sublevación popular como la de 1979. Entonces… ¿otra vez gana el imperio?

domenica 8 luglio 2018

MEDICINA «CLASSICA» VS MEDICINA NON CONVENZIONALE: UN DIALOGO INTERROTTO DA LOBBY E DISINFORMAZIONE, di Giorgio Albani (medico e omeopata)

Il dottor Giorgio Albani è autore di alcune delle schede inserite nell’Archivio di Utopia Rossa dedicato alla psicopatologia politica. [la Redazione]

Mi sono formato alla medicina negli anni ‘80. È stato un periodo piuttosto contraddittorio. L’economia, in seguito alla crisi di metà anni ‘70 e dopo gli anni di piombo, aveva riacquistato vigore, ma il boom economico era ormai lontano. L’apparente ripresa, va detto, si basava anche su rapporti oscuri fra imprenditoria, politica e istituzioni. Con l’inchiesta di «Mani pulite» sarebbe emerso il calderone di corruzione su cui era basato l’intero sistema.
In qualche modo si arrivò comunque agli anni ‘90, in cui, tuttavia, sul piano della ricerca medica, della buona salute e dell’igiene di vita furono compiuti notevoli progressi. L’industria farmaceutica aveva già stretti legami economici con la sanità ed era in grado di condizionare il mercato. Ricordo ancora il periodo in cui venivano regalati televisori e perfino automobili ai medici che prescrivevano con compiacenza.
Nell’epoca di De Lorenzo e Poggiolini, dagli atti processuali emersero chiaramente livelli insospettabili di corruzione fra industria del farmaco, politica e istituzioni. Ben noto è pure l’episodio di offerta di denaro da parte di una lobby farmaceutica all’onorevole Tina Anselmi - che ella stessa denunciò - affinché ritirasse un decreto che avrebbe eliminato dal commercio alcuni farmaci totalmente inutili e assai dispendiosi. Poco tempo dopo, ad opera di ignoti, la macchina di Anselmi saltò in aria, lasciandola miracolosamente incolume.
Nonostante ciò, tirando una buona economia, le lobby farmaceutiche non avevano ancora preso di mira le medicine non convenzionali. Più tardi, in periodo di vacche magre, qualcuno pensò bene che queste potessero sottrarre delle fette di mercato e cominciò l’attacco. In quegli anni, però, fu possibile instaurare un dialogo virtuoso e nacquero progetti di ricerca che permisero una vasta espansione delle medicine non convenzionali e forme di integrazione di vario genere con la medicina «classica».
Le medicine non convenzionali parlavano di un’idea diversa della malattia e della buona salute. Per la prima volta portavano al centro del problema il dibattito sugli stili di vita. Permettevano di curare con princìpi efficaci e a basso impatto. In un clima di entusiasmo e collaborazione si organizzavano incontri con i cittadini e con il personale sanitario per scambiare idee e ampliare la consapevolezza collettiva sulla questione della salute.
L’apertura mentale di quell’epoca permise di stabilire relazioni con istituti di medicina tradizionale cinese e di far partire negli ospedali la pratica dell’agopuntura. Praticamente in tutta Italia aprirono centri dedicati, con soddisfazione di cittadini e medici. Sì approfondì pure la conoscenza della medicina ayurvedica e dei suoi princìpi.
Iniziò la collaborazione fra la fisioterapia tradizionale e le figure dei posturologi e dei chiropratici (manipolatori vertebrali). Il risultato fu una riduzione drastica degli interventi chirurgici (quelli per le ernie discali erano materia ordinaria) e dell’uso di farmaci antinfiammatori e antidolorifici. Anche la fitoterapia entrò nei laboratori di ricerca e fece progressi. Diversi medici cominciarono a prescriverla per varie patologie.
La regina delle medicine non convenzionali era senza dubbio quella omeopatica, la seconda medicina degli europei. Numerose università ospitarono congressi di medicina omeopatica. Furono istituiti corsi e master per medici e farmacisti. Il ministero della Sanità, l’Istituto superiore di sanità e altre istituzioni addette alla salute si mostrarono decisamente propositive nell’adozione di nuove forme di terapia non convenzionale.
Del resto l’Organizzazione mondiale della sanità stimolava da tempo i vari governi ad operare forme di integrazione virtuose fra la medicina «classica» e le medicine non convenzionali. Ove ciò avvenne si registrarono miglioramenti nella salute dei pazienti e una riduzione delle spese sanitarie. Le agenzie assicurative, sempre attente ai fenomeni sociali, proponevano polizze sanitarie a minor costo a tutti coloro che dimostravano di servirsi anche di pratiche di medicina non convenzionale. Sui loro tavoli erano giunte statistiche che dimostravano che chi ne faceva uso aveva una salute migliore. Proprio in quel periodo si raggiunse una forte consapevolezza dell’esistenza di una medicina unica e integrata che poteva comprendere medicina tradizionale e medicine non convenzionali.
Oggi l’Istituto superiore di sanità è uno dei principali nemici dell’omeopatia. Nel 2009, invece, pubblicava studi sull’utilizzo delle medicine non convenzionali per la cura dei bambini iperattivi, omeopatia inclusa… (Cfr. Pietro Panei-Andrea Geraci, «Il Disturbo da deficit attentivo con iperattività (Adhd): terapie classiche e complementari», in Notiziario dell’Iss, vol. 22, n. 1, pp. 11-15.)
Tutta la società civile di quegli anni (‘80-‘90 e oltre), pertanto, era ben disposta verso le medicine non convenzionali e il livello di consapevolezza che portavano con sé. Aiutarono a capire l’importanza della prevenzione intesa in senso proprio. Si cominciò a parlare di intolleranze alimentari, di diete di detossificazione, di pratiche e attività fisiche finalizzate al miglioramento delle funzioni corporee, al rilassamento e al recupero della salute.
Nacque un nuovo interesse per lo yoga ed emersero metodi efficaci come l’Alexander, il Pilates, il Feldenkrais e altri. Niente a che vedere con il superficiale pensiero new age, che imperversava negli Stati Uniti come residuo del pensiero hippie ma che lasciò indenne la vecchia Europa, ben più profonda e concreta. Si condussero pertanto studi approfonditi sulle reali possibilità terapeutiche offerte da ciascun metodo.
Scienziati come il biologo di formazione Jon Kabat-Zinn studiarono alla risonanza magnetica encefalica e alla elettroencefalografia i cambiamenti indotti nell’encefalo dalla pratica della meditazione (pur in assenza di riferimenti religiosi), facendo scoperte interessantissime. Nei meditanti si attivavano in risonanza magnetica delle aree del cervello che gestiscono il controllo neuroendocrino e la stabilità del tono dell’umore. La pratica fu utilizzata con successo nella cura degli stati depressivi e di altre problematiche psichiatriche, in associazione con cure di medicina «classica», ottenendo un miglioramento della salute dei pazienti, una loro migliore stabilità nel tempo e una riduzione nell’uso dei farmaci. A parte la digressione sulla meditazione, che può essere considerata una cosa a sé stante, le medicine non convenzionali - omeopatia in primis - studiate seriamente nei laboratori di ricerca dimostrarono le loro potenzialità.
Le medicine non convenzionali ebbero il merito di portare al centro del dibattito la salute. A quel tempo era un piacere parlare con le persone, perché tutte erano profondamente informate e consapevoli. E gli organi di comunicazione di massa contribuirono a diffondere questa cultura attraverso un atteggiamento aperto, tollerante e razionale. In certi casi non mancava di spirito critico, ma non c’era preconcetto.
Oggi cosa è rimasto di tutto questo? Non molto, purtroppo. La grande crisi economica che ha coinvolto pure l’industria del farmaco ha messo quest’ultima nella condizione di costruire una battaglia senza quartiere contro tutte quelle pratiche terapeutiche di buona salute colpevoli di toglierle fette di mercato e insidiarne i profitti. Ciò ha finito per influenzare la politica, i vari potentati economici e i settori della ricerca sanitaria, fortemente condizionata in quanto basata essenzialmente sui proventi dell’industria farmaceutica.
La maggior parte della stampa, infine, ha subìto analogo condizionamento. Alcuni amici giornalisti mi hanno serenamente rivelato di non poter parlare in senso positivo delle medicine non convenzionali, pena la perdita del lavoro. Questo è il motivo per cui oggi ci sono ben poche trasmissioni che ne parlano favorevolmente. Le recenti puntate di Presa Diretta e di Piazza Pulita riguardanti la medicina omeopatica sono prova di giornalismo pessimo e a senso unico. È buon giornalismo quello che per ogni argomento permette di accedere a più punti di vista, consentendo agli spettatori di assumere decisioni libere, indipendenti e non condizionate. A quest’ultimo riguardo invito a vedere un programma trasmesso il 1º luglio scorso da Rai 1.
Di fatto, grazie al clima di ostilità che è stato creato anche con il contributo colpevole dei media, chiunque si serva di medicine non convenzionali o di mezzi terapeutici non graditi all’apparato è visto come una sorta di eretico e/o oscurantista. Pertanto la società è stata condotta, per condizionamento, a una regressione che ha fatto perdere ai cittadini molte possibilità di gestire efficacemente la propria salute, riportando la consapevolezza, le libertà personali e il pensiero a una dimensione di antica chiusura. Si può dire che i progressi conquistati dagli anni ‘60 in poi siano andati perduti.
Sono all’ordine del giorno l’intimidazione indiscriminata, l’uso aggressivo di provvedimenti legislativi di interdizione e la minaccia di togliere la patria potestà a genitori che si servono ANCHE di mezzi non convenzionali per la cura dei propri figli. Siamo davvero felici del livello sociale cui siamo giunti?

Concludo questa breve pezzo con una nota positiva. Nelle ultime settimane sono tornati a comparire sulla stampa, assieme ai soliti attacchi alle medicine non convenzionali, articoli più equi, aperti e razionali sulla questione. Che stia veramente cambiando qualcosa?

giovedì 5 luglio 2018

TRABAJO PSICOLÓGICO EN EXHUMACIONES: UNA LECTURA PSICOANALÍTICA EN TIERRAS MAYAS, por Marcelo Colussi

© EFE
Consideraciones preliminares

Es necesario hacer un par de consideraciones iniciales para poder hablar de las exhumaciones y del trabajo psicológico que se realiza en ellas. Sin esas precisiones, se corre el riesgo de no poder transmitir correctamente la complejidad del fenómeno en juego.
Comencemos diciendo que en el Occidente moderno, desde el Renacimiento en adelante, marcándose más aún con la revolución industrial dieciochesca, la idea de ciencia vino a destronar, en buena medida pero no totalmente, a la religión. El sufrimiento espiritual (lo que hoy día podría entenderse como una parte del objeto de la ciencia psicológica) también pasó a formar parte del universo de la investigación académica. Pero con el mal comienzo de estar concebido desde la ideología taxonómica imperante, tomando como referente el modelo de la descripción biológica. De ahí que el dolor moral –el malestar– pasó rápidamente a ser “enfermedad mental”, psiquiatrizándose desde su momento inaugural.
La psiquiatría manicomial fue la respuesta al “trastorno” psíquico, estableciéndose desde ahí (fines del siglo XVIII) la figura del médico psiquiatra (el alienista), del hospital para locos –el “loquero”– y del padecimiento espiritual como discordante, como anormal. Inicio que dejó una marca a fuego, imborrable ahora, por la que se liga indisolublemente salud mental con su par antitético: enfermedad mental, locura.
No fue sino hasta el siglo XX que se abrió una pregunta con intención científica respecto de la subjetividad, del dolor psíquico, del sufrimiento humano en sentido amplio, intentando ir más allá de la descripción y el enjuiciamiento quasi moral que la visión psiquiátrico-positivista implicaba. Es ahí cuando nace el psicoanálisis.
Con todo esto queremos decir que siempre han existido mecanismos para afrontar el sufrimiento subjetivo, el malestar “espiritual”. Sacerdotes, guías espirituales, shamanes o psicólogos –con distintos proyectos, con distintas metodologías– han dado respuestas a estos temas tan recurrentes, eternos entre los humanos. ¿Cuál es la mejor respuesta? Desde ya, así formulada, la pregunta es absolutamente inválida. Todas las ofertas dan alguna respuesta: por eso subsisten, por eso son buscadas como posibles opciones. Y las respuestas siguen multiplicándose al día de hoy, pudiéndose agregar libros de autoayuda, las más rebuscadas “técnicas” de “superación personal”, consejerías varias, a lo que deben sumarse los evasivos de siempre: alcohol etílico (en sus interminables presentaciones) y psicotrópicos (desde plantas naturales a las más sofisticadas drogas químicas actuales).
Ahora bien: los mecanismos de resolución individual de este tipo de problemáticas son bastante más comunes en la cosmovisión occidental moderna, donde la subjetividad se afirma, desde el cogito cartesiano en adelante, como condición del desarrollo del capitalismo. El “yo” ha destronado al “nosotros”, cosa que no sucede en otras culturas. Entre los pueblos mayas, definitivamente la concepción dominante de la vida es comunitaria, todo se juega en el ámbito de lo colectivo.
Las ciencias occidentales modernas (hoy día paradigma obligado de todas las ciencias, prototipo globalizado del saber riguroso) formulan conceptos que pretenden tener validez y efectividad práctica universalmente. En las ciencias naturales nadie pondría en tela de juicio la validez general de sus conceptos. En Alemania, en la Amazonia o en el Tíbet la conceptualización, por ejemplo, de los átomos puede hacerse desde los mismos parámetros científicos. Y también las reacciones físico-químicas de los habitantes de esas áreas: sus mecanismos respiratorios, sus procesos neurofisiológicos o excretorios, aquellos sustratos químicos que se activan con el miedo, o con el amor. El problema se plantea cuando lo que está en juego son los objetos de las ciencias sociales, que implican un compromiso personal del científico en juego, donde aparecen el poder y el deseo: allí la neutralidad queda en entredicho. Se abre entonces un interrogante epistemológico: si las ciencias naturales son universales, ¿no lo son también las sociales? Los conceptos que formula la psicología (insistamos: los conceptos, no las técnicas de intervención) ¿no se aplican igualmente a alemanes, amazónicos y tibetanos? ¿O habrá que pensar que funciona distintamente el psiquismo de cada una de estas personas?
Para decirlo muy rápidamente con algunos ejemplos: la repetición de las religiones –distintas cada una de ellas, pero religiones al fin– debe entenderse desde los mismos parámetros universales: temor a lo desconocido, necesidad de satisfacción espiritual, esquemas que organicen la vida socialmente en tanto axiologías. El síndrome de estrés postraumático, nombre con que, según la Clasificación Estadística Internacional de Enfermedades y Problemas Relacionados con la Salud de la Organización Mundial de la Salud, se conocen los cuadros clínicos con que nos encontramos a diario en la población afectada por la violencia de la guerra y cuyos familiares son exhumados, es una formación que se repite allende las culturas. Ante pérdidas grandes, ante catástrofes inmanejables o ante la posibilidad real de la muerte, todos los humanos reaccionamos más o menos igual, independientemente que esas reacciones estén tamizadas por el tejido cultural.
En tal sentido, se puede hacer una lectura científica del sufrimiento experimentado por cualquier persona que ha sido víctima en la guerra, encontrándose siempre el mismo esquema: “una experiencia vivida que aporta, en poco tiempo, un aumento tan grande de excitación a la vida psíquica, que fracasa su liquidación o elaboración por los medios normales y habituales, lo que inevitablemente da lugar a transtornos duraderos en el funcionamiento” (según lo formulara Freud en sus “Lecciones introductorias al psicoanálisis”, de 1915-1917). Ello –la experiencia lo demuestra– se da siempre con más o menos similares características en cualquier latitud. De aquí que la Clasificación Internacional de Enfermedades antes aludida (CIE-10 de la OMS) puede encontrar regularidad en la sintomatología concomitante en cualquier lugar que el mismo se produzca:

Episodios reiterados de volver a vivenciar el trauma en forma de reviviscencias o sueños.
Sensación de “entumecimiento” y embotamiento emocional, de despego de los demás, de falta de capacidad de respuesta al medio, de anhedonia y de evitación de actividades y situaciones evocadoras del trauma. Suelen temerse e incluso evitarse las situaciones que sugieren o recuerdan al trauma.
Estado de hiperactividad vegetativa con hipervigilancia, incremento en la reacción de sobresalto e insomnio.
Los síntomas se acompañan de ansiedad y depresión y no son raras las ideaciones suicidas.

La población maya de Guatemala lleva más de 500 años sufriendo hondamente, a partir de la conquista española (o primer genocidio). En estas últimas décadas ese dolor se vio cruelmente incrementado, a partir de la guerra interna en la que se vio implicada (segundo genocidio). La cosmovisión maya, que en sí misma es una concepción místico-espiritual de la vida –y de la muerte–, ha sido el mecanismo de protección que permitió sobrevivir a los pueblos originarios. El no haber perdido su identidad histórica, el haber podido conservar su cultura, su espiritualidad, todo eso funcionó como colchón para aminorar los efectos de tan grandes y masivos ataques externos.
Finalmente, como parte de esta introducción necesaria para situarnos en lo que seguirá, y siguiendo una vez más a Freud en su “Psicología de las masas y análisis del yo” (1921), es necesario tener claro que “en la vida anímica individual aparece integrado siempre, efectivamente, «el otro», como modelo, objeto, auxiliar o adversario, y de este modo, la psicología individual es al mismo tiempo y desde un principio psicología social, en un sentido amplio, pero plenamente justificado”. Con ello se pretende ir más allá de la cuestionable (y artificial, incluso indefendible) dicotomía de “psicología social” y “psicología individual”. De hecho (¿lamentablemente, podría agregarse?) esa diferencia continúa manteniéndose entre los trabajadores de salud mental, muchas veces encontrándose más diferencias que cercanías entre quienes se dicen “psicólogos sociales” y (o versus) “psicólogos clínicos”. Ello complica la práctica más que facilitarla. En realidad –permítasenos como una última consideración previa– esa cuestionable división esconde algo que sí, en realidad, es una diferencia: la posición ideológico-política del trabajador, del sujeto de carne y hueso concreto que ejerce una determinada práctica.
Un psicólogo, un trabajador de salud mental puede trabajar en función de mantener el statu quo, o de transformarlo. Eso está en su proyecto ético-político. El aparato conceptual con que orienta su práctica no es, en sentido estricto, ni de izquierda ni de derecha. En todo caso, apelando a esa falsa diferenciación apuntada, si labora para no cuestionar nada de lo establecido no es por hacer “clínica individual”; por lo tanto, quien se dedica a lo “social” es un revolucionario por el solo hecho de salir del consultorio y moverse en un espacio público. El compromiso social (político, ideológico) está en el proyecto en función del cual cada quien trabaja. Se puede ser totalmente antisistémico, subversivo y alternativo con lo constituido, tanto desde un aula de clases, desde un consultorio –con o sin diván psicoanalítico– o produciendo un material cultural, y no por atender un grupo en una comunidad (con una camisa con la imagen del Che Guevara, podría agregarse provocativamente). Los grupos neoevangélicos que pululan cada vez más en las comunidades empobrecidas, urbanas y rurales, tanto de Guatemala como de toda América Latina, van al barrio, a la aldea (¡y vaya si van! ¡Las inundan!). ¿Tiene “compromiso social” por eso? ¿Para qué se va a una comunidad? Ahí está la clave.
Hay en todo eso un equívoco que debe despejarse claramente, para no identificar psicología social con supuesta propuesta de izquierda: la ingeniería humana, por ejemplo, desarrollada por la tradición estadounidense, es una cabal demostración de lo que pueden ser las técnicas de manipulación social, del trabajo con grupos, con grandes colectivos. El estadounidense Steven Metz, para graficarlo con algún ejemplo, dice sin ambages en qué consiste esta pretendida psicología social: “[Se] busca generar un impacto psicológico de magnitud, tal como un shock o una confusión, que afecte la iniciativa, la libertad de acción o los deseos del oponente”. O, complementando esa noción de intervenciones psicológicas masivas: “En la sociedad tecnotrónica el rumbo lo marca la suma de apoyo individual de millones de ciudadanos incoordinados que caerán fácilmente en el radio de acción de personalidades magnéticas y atractivas, quienes explotarán de modo efectivo las técnicas más eficientes para manipular las emociones y controlar la razón”, según lo dicho por el ideólogo polaco-estadounidense Zbigniew Brzezinski. En síntesis: no por ser supuestamente “social” una intervención conlleva toques de contestación, de alternatividad. La pretendida diferencia entre estas psicologías puede llevar a callejones sin salida, más centradas en prejuicios que en aproximaciones críticas a la realidad.

Sanando el dolor en Guatemala

En Guatemala se desarrolló la segunda guerra interna más prolongada de Latinoamérica durante el siglo XX (36 años de duración, desde 1960 a 1996), y sin dudas la más cruenta. Ella fue consecuencia de una asimetría histórica que al día de hoy no ha cambiado, lo cual coloca al país como uno de los más desiguales de toda la región, con grados de explotación y exclusión social monumentales, y un 60% de su población bajo el límite de la pobreza. A ello se amarra un racismo histórico que recorre toda la sociedad, donde ser “indio” es sinónimo casi automático de exclusión, todo lo cual se articuló, finalmente, con la Guerra Fría librada por las entonces dos grandes superpotencias, guerra que en Guatemala se vivió como “muy caliente”. Las armas y las estrategias venían de estos dos grandes bloques de poder; los muertos y heridos los ponían los guatemaltecos, fundamentalmente los pobres, y más aún los campesinos mayas, los más pobres y excluidos de toda la población.
Dicha guerra civil (o “conflicto armado interno”, como eufemísticamente se le llama para quitarle responsabilidad al Estado –que reprimió a través de sus cuerpos de seguridad: ejército, policía y fuerzas paramilitares–, presentando estas acciones como “choques” o “enfrentamientos” pero no como lo que en verdad son: crímenes de guerra) tuvo como grandes contendientes, por un lado, a la oligarquía nacional con su ejército y al proyecto hegemónico estadounidense (custodiando su “patio trasero”), y por otro, a la guerrilla de izquierda, que tenía como base social, en muy buena medida, a la población maya.
Según los informes aportados tanto por la instancia de Naciones Unidas específicamente creada para documentar esos hechos, la Comisión para el Esclarecimiento Histórico –CEH–, como por el Proyecto Interdiocesano de Recuperación de la Memoria Histórica –REMHI– de la Iglesia Católica, los datos hablan de no menos de 200,000 muertos, 45,000 personas desaparecidas, 100,000 desplazados fuera del país, un millón de desplazados internos y más de 600 masacres de tierra arrasada, ocurridas todas en el Altiplano Occidental, región maya por excelencia, donde tuvo su base social el movimiento armado revolucionario.