La expulsión de los mercaderes del templo, 1600 © El Greco |
Siempre me gustó investigar sobre lo que nos cuenta la historia, esa manía de no dejarme llevar por la conveniencia de algunos sectores, sobre todo por los que se abocaron a la tergiversación para llenar de culpas honrando a los culpables. Léase: las religiones.
Suelo reírme cuando me hablan de paz y en realidad quieren decir pax, la del sepulcro, la de la tortura, la de la indolencia. La que te invita a esperar que el pan y la dignidad caigan del cielo. No es esa mi concepción, de ninguna manera.
A Jesús lo veo como fue: echando a latigazos a los mercaderes del templo. Lo encuentro en su verdadera dimensión, que no era precisamente en un período de paz, sino en momentos en que los romanos la imponían a sangre y fuego. Y los pueblos resistían (hoy les dirían “violentos” y “negros de mierda”).
Lo escucho diciendo: “Me ha enviado… a poner en libertad a los oprimidos”, o “Bienaventurados los pobres…”, o “¡ay de vosotros los ricos!, porque ya [en las riquezas] estáis recibiendo todo vuestro consuelo”.
Veo a Jesús en los marginados, en los oprimidos… no en las iglesias repletas de oro y piedras preciosas. Mucho menos crucificado en la pared de la oficina del asesino, del genocida.
Lo veo en los ojos de cada niño con hambre, de cada familia sin trabajo, de cada torturado, de cada encarcelado, de cada rebelde en las calles multiplicando la idea de que todo despojo debe resistirse. En cada cuerpito mutilado por bombas de altísimo poder arrojadas por invasores “humanitarios”.
Veo al Jesús que no ves, porque te transformaron la historia y es mejor esperar el “milagro” que salir a la calle a reclamar lo que te arrebatan los verdaderos violentos, esos que endiosás alejándote de sus enseñanzas reales cada vez que te arrodillás ante los poderes dominantes.
Celebro el nacimiento de un hombre que marcó historia, esa que más de uno no conoce, porque es más fácil ser cordero y mártir que rebelde y combativo.
Al menos así te lo ordenaron. A nosotros, los marxistas, como te dije, nos encanta recorrer la historia y no somos seguidores de la doctrina de la resignación que conlleva, sin ninguna duda, a la indolencia.
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