Se viene el Mundial de Brasil
¡Fútbol, pasión de multitudes! De eso no caben dudas. El
fútbol es, hoy por hoy, el deporte más difundido a nivel mundial. Que sea o no
el más bonito de todos, no es el propósito de estas breves líneas discutirlo. Para
sus fanáticos, obviamente lo será. Sin dudas tiene algo de atractivo, porque
sus seguidores se cuentan por millones, y van en aumento. Años atrás era cosa
sólo "de hombres"; hoy son innumerables las mujeres que también lo
siguen con pasión, o incluso lo practican. Lo importante a rescatar ahora es
que -y en esto podemos estar totalmente de acuerdo- resulta por lejos el más
popular.
Para jugarlo no se necesitan aparatos especiales, costosos o
sofisticados. Cualquiera, hasta con un símil de pelota, (una pelota de papel,
de trapo, una piedrita, una lata vacía) lo puede practicar. Cualquier espacio
se presta para hacer las veces de campo de juego: el patio de la escuela, un
terreno desmalezado en el medio de la selva, el lobby de un hotel, etc. Dado
que es tan versátil y ofrece tantas posibilidades, todos -y todas- desde
niñitos hasta viejos, gorditos, fumadores y espantos (incluidos los que
pateamos con las dos piernas... al mismo tiempo) podemos jugarlo.
Seguramente todos hemos escuchado alguna vez, dicho por
nuestros mayores, que "fútbol era el de antes". Y siempre es posible
evocar algún maestro pasado como criterio y garantía de tal afirmación: Di
Stefano, Pelé, Maradona. Seguramente en unos años se podrá rememorar como ícono
de la "época de oro" a Zidane, Ronaldo, Messi o algún futuro fenómeno
que, en estos precisos momentos, está recién aprendiendo a dar sus primeros
pasos.
La forma de jugar el fútbol cambia, así como cambia todo,
como cambian los estilos, las modas, las tendencias. No pretendemos aquí hacer
una valoración de esto. Para quien conoció, muchas décadas atrás, partidos
donde se veían como cosa normal 10 goles, ver un planteo defensivo actual, un
resultado 0 a
0, un partido definido a penales, puede resultar deprimente. Pero pese a que
"el fútbol de antes era mejor" (como más de alguno dirá), la cantidad
de población mundial que llega a él es cada vez mayor, y no sólo en términos
absolutos, obviamente, dado el crecimiento de la masa humana mundial: las
transmisiones televisivas de encuentros de fútbol tienen las audiencias planetarias
más inconmensurables. Países donde años atrás no se conocía este deporte, ahora
organizan campeonatos internacionales. Nadie deja de conocer alguno de los
nombres de los jugadores de moda, aunque no se conozca el del presidente del
país vecino, o el actual Premio Nobel de la Paz, por dar algún ejemplo.
El fútbol es en la actualidad, por lejos, el espectáculo más
consumido. El aumento siempre constante de fútbol por dondequiera (programas
especializados, ropa afín, escuelas de fútbol para niños, sistemas de
pronósticos de resultados multimillonarios, contratos por cantidades
impensables, etc., etc.), su presencia omnímoda en los medios de comunicación,
en la cultura dominante, en la cotidianeidad mundial, justamente por su
magnitud -¿"desmedida" podríamos decir?- abre algunos interrogantes.
Debatir sobre eso es lo que pretendemos hacer con las presentes líneas.
Su promoción no está acompañada de una genuina política de
desarrollo deportivo -"fútbol para todos, salud para todos" o algo
por el estilo-. En todo caso, el sacrosanto mercado regulará sus movimientos,
sus acomodaciones. Algún crack podrá fichar por sumas astronómicas (de ahí que
numerosos padres ven en las escuelas de fútbol un pasaporte para una posible
"salvación" económica, según los talentos des sus vástagos), pero la
gran mayoría está condenada a ser el gordito o el fumador que envidia a estos
pocos afortunados dotados y los mira por televisión, para hablar de ellos al
día siguiente.
El fútbol, como todos los deportes -quizá más que todos-
dejó hace mucho tiempo de ser un pasatiempo, un entretenimiento dominguero.
Pretender desandar ese camino en un mundo hoy globalizado donde todo,
absolutamente todo, se mide en términos de beneficio económico, es quimérico,
ingenuo, estúpido. Pero al menos se puede intentar no perder de vista el
fenómeno en su magnitud global: el fútbol (este circo romano moderno), además
de negocio fabuloso, ha pasado a ser una cortina de humo, un mecanismo de
control social, de una dimensión increíble.
Los campeonatos mundiales
ponen en evidencia de un modo particularmente grotesco lo que ha pasado a ser
el fútbol profesional en nuestra aldea global: un fabuloso mecanismo de control
social. Sería ingenuo pensar que el Campeonato Mundial, esa parafernalia mediática
que cada cuatro años crea un escenario ilusorio de 30 días de duración (hay
propuestas de hacerlo de cada dos años), sirve a los poderes fácticos para
hacer o dejar de hacer lo que son sus planes geoestratégicos de dominación a
largo plazo. No necesitan de él para invadir países, para aumentar el precio de
los combustibles o para desviar la atención sobre la catástrofe medioambiental
en curso debida al mismo modelo insostenible de desarrollo, sólo por dar sólo
algunos ejemplos. Si hay "lavado de cerebro" de parte de las clases dominantes -¡y definitivamente la
hay!- ello no se realiza porque durante un mes se inunden las pantallas de televisión
con partidos de fútbol y media humanidad ande hablando sólo de los astros de
moda, de cuánto ganan en cada fichaje o del nuevo modelo de ropa deportiva. El
proyecto es más insidioso, más maquiavélico: se trata de controlar en el día a
día, abrumando con partidos y más partidos, y más campeonatos y más ligas…
¿Cuántas horas diarias de fútbol consume por televisión un habitante promedio?
¿Mejora eso de algún modo su relación con el deporte? ¿Por qué ese crecimiento
exponencial del fútbol profesional -amateur
ya no existe, es casi una pieza de museo- en todo el mundo?
No hay dudas que, al igual
que todo gran evento de proporciones enormes, puede funcionar puntualmente como
distractor de masas, tal como también lo puede ser la boda real o la muerte de
alguna estrella de la música pop, por ejemplo. No otra cosa fue el que organizara
la dictadura militar argentina en 1978, con el que se intentó lavar la cara en
su sangrienta guerra sucia, o el de la Italia fascista de 1934, en el que se
buscaba a toda costa disciplinar y mantener ocupada a una clase obrera
demasiado "rebelde". De todos modos quedarse con la
estrecha idea que estos campeonatos son las cortinas de humo de gobiernos
dictatoriales es ver sólo un lado del asunto, y quizá sesgadamente. En todo
caso, los Mundiales evidencian de un modo especial el papel que en la moderna
cotidianeidad ha pasado a desempeñar el fútbol profesional. En forma creciente,
desde mediados del siglo pasado, y sin detenerse, aumentando cada vez más, el
negocio del fútbol sirve como "opio de los pueblos". Ello no es decisión de quienes estamos condenados a
consumirlo en forma pasiva sentados ante un televisor sino de grandes poderes
que fijan el curso de lo que sucede en nuestro atribulado mundo.
El fútbol -o más bien, su manipulación vía medios masivos de
comunicación- da la ilusión de igualar clases sociales (ricos y pobres,
explotadores y explotados se abrazan tras la camiseta de su selección nacional
o su equipo preferido), distrae, aleja preocupaciones... o al menos lo
pretende. Que es gran negocio, es
innegable (lo que mueve globalmente cada año representa la decimoséptima
economía mundial). Lo que sí puede deducirse es que poderes globales de largo
aliento que están más allá de las administraciones gubernamentales de turno,
también lo aprovechan como droga social, como anestesia. El Mundial no es sino
una dosis un poco más fuerte del "pan y circo" cotidiano al que nos someten, con dos, tres o más partidos
diarios durante los 365 días del año, y con una cantidad de torneos que ya
cuesta memorizar. ¿Cuántos partidos y cuántas copas se están disputando en este
momento, cuando estamos leyendo estas páginas? ¿Cuántos millones de personas
están ahora prendidos a un televisor (o radio, o pantalla de computadora quizá)
siguiendo una transmisión de fútbol, anestesiados, embobados si queremos
decirlo así?
Si algo podemos criticar con
fuerza no es el fútbol como deporte (¡que vivan todos los deportes, por
supuesto!, y ojalá todos practiquemos alguno -e invitamos que sea fútbol, porque
creemos que es muy bonito-) sino todo el circuito político-económico que ha ido
formando su profesionalización creciente así como su utilización en tanto
mecanismo de control de masas, ahora ya a nivel planetario. Los Mundiales son
sólo una pildorita de esa medicina.
Hoy día pareciera imposible
pensar en desprofesionalizar el gran circo del fútbol, pues eso implicaría chocar
con poderes monumentales. Por ello, sin dudas; pero vale la pena abrir la
crítica sobre todo esto. ¿O preferimos quedarnos sentados ante la pantalla y
mañana comentar el partido del caso con los amigos, repitiendo el circuito sin
sentido crítico y dejando que se amasen fortunas a nuestras espaldas?
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