Un desastre
es un cambio rápido y destructivo que sobrepasa la capacidad de adaptación del
grupo afectado.
Puede tener
causas naturales, donde no cuenta la acción de los seres humanos (terremotos,
huracanes, maremotos, etc.), o puede ser causado por la actividad humana
directa (accidente de tránsito, accidentes industriales de envergadura,
incendios). Igualmente puede ser una combinación de factores naturales con
elementos derivados del desarrollo social (sequías y/o inundaciones,
deslizamientos de tierra, derivados de un manejo inadecuado del medioambiente).*
En cualquiera de los
casos su advenimiento puede afectar a un número pequeño de personas (accidentes
de tráfico por ejemplo) o a una comunidad entera, incluyendo miles, decenas o
cientos de miles de personas (por ejemplo: una erupción volcánica, una sequía).
En sentido estricto un
desastre nunca es enteramente "natural". Su ocurrencia y sus
consecuencias deben considerarse en un contexto histórico-social: son
circunstancias que influyen distintamente según el lugar y el momento en que se
dan, y de las que se sale con suertes muy distintas justamente en atención a
esos condicionantes humanos. Vistos desde una perspectiva ecológica global no
son sólo naturales sino que, a partir de un hecho que escapa al control humano,
demuestran (catastróficamente) la forma en que las comunidades están
organizadas – económica y socialmente – y se relacionan con el medio circundante.
Los desastres naturales vienen a evidenciar situaciones de exclusión
social y desarrollo desigual que exponen a estados de alta vulnerabilidad** a enormes grupos humanos. Muchos de
los daños ocasionados por estos fenómenos podrían tener impactos menores a los
que alcanzan, o simplemente podrían no ocasionarse, si las sociedades afectadas
presentaran otros patrones de organización. En la actualidad, dado el grado de
desarrollo de nuestros conocimientos científicos, muchos factores de peligro no
se pueden prever, y menos aún eliminar. Pero sí puede evaluarse el grado de
vulnerabilidad de un grupo humano, y consecuentemente mitigarse, con lo que se
reduce también el impacto negativo de un desastre.
Históricamente se ha
considerado que los desastres naturales son inevitables, y que la única
respuesta posible ante ellos es darles atención una vez ocurridos. Pero el
estudio de diversos casos de desastres con una perspectiva social a partir de
abordajes multidisciplinarios, junto a la experiencia acumulada ya en muchas
misiones humanitarias, permite concebir respuestas más integrales: a) apuntando
desde el primer momento de la intervención a la reconstrucción posterior a su
desencadenamiento con miras al desarrollo humano sostenible en el mediano y
largo plazo, y b) poniendo énfasis en la preparación para los futuros eventos
que pudieran suceder.
En este sentido debemos
ver – y hacer ver a la población damnificada – los desastres naturales, más
allá del dolor inmenso que causan y sobre el que se debe trabajar desde un
primer momento, también – indirectamente – como una oportunidad a futuro, como
una posibilidad abierta para reconstruir lo perdido con nuevos criterios para
evitar la repetición de similares calamidades.
Desastres
naturales y efectos psicosociales
En el pasado la
tendencia general era considerar que las necesidades básicas a atender en una
población afectada por algún desastre natural se reducían a: a) techo, b) agua
y comida y c) salud física, encarándose esta última en términos biomédicos. Las
necesidades emocionales eran vistas como algo secundario. Sin embargo en los
últimos años se ha evidenciado una tendencia diferente, habiendo ahora un
amplio reconocimiento del hecho que una población afectada por un desastre
tiene necesidades psicosociales especiales y urgentes.
Los desastres tienen
siempre, en grados diversos, un impacto en la conducta de la población que los
sufre, e influyen de distintas maneras en la vida que sigue posteriormente a su
ocurrencia.
La mayoría de las reacciones
psicológicas tras un desastre natural no
son propiamente enfermedades
mentales sino respuestas que muestran angustia ante los hechos sufridos, y
que en general pueden ser adecuadamente manejadas con abordajes comunitarios de
apoyo grupal.
Las reacciones emocionales después de un desastre
pueden incluir:
·
Intensos sentimientos de angustia,
a veces acompañados de imágenes súbitas y recuerdos desagradables de la
experiencia (pesadillas repetitivas)
·
Evitación de los recuerdos de lo
sufrido
·
Trastornos del sueño, insomnio,
pánico nocturno
·
Sintomatología psicosomática (taquicardia, mareos, cefaleas,
aumento de la presión arterial, sudoración, trastornos gastrointestinales,
tensión muscular)
·
Temor constante
·
Desorganización de los pensamientos
y dificultad para expresare normalmente
·
Estados de excitación y ansiedad
generalizados (a veces: enuresis infantiles)
·
Uso y abuso de alcohol y
substancias psicoactivas
·
Estados depresivos
·
Ideación suicida
Normalmente
estas reacciones se presentan en las primeras semanas y luego tienden a ir
apaciguándose gradualmente. En una pequeña proporción de casos pueden durar
varios años, e incluso cronificarse. Ocasionalmente una situación de desastre
puede ser disparadora de una reacción psicótica (un brote esquizofrénico, un
suicidio), pero de ningún modo existe una relación causal directa entre un
evento y otro. Ninguna catástrofe ocasiona, por sí misma, enfermedades psiquiátricas;
puede – en todo caso – ser el elemento desencadenante de un proceso intrapsíquico
clínicamente grave, pero que igualmente podría dispararse con cualquier otro
motivo conmovedor (la muerte de un ser querido, un accidente, etc.).
El suceso de desastres naturales es vivido como "momento de
crisis" en la historia vital de quienes los experimentan.
Una crisis es un período crucial o decisivo
en la vida de una persona, un punto de viraje que tiene consecuencias físicas y
emocionales. Es un período limitado de desequilibrio psicológico, precipitado
por un cambio repentino y significativo en la situación vital de la persona.
Este cambio origina necesidad de ajustes internos y el uso de mecanismos de
adaptación externa que rebasan temporalmente la capacidad del individuo.
Nuestra intervención debe considerar dos momentos de
abordaje:
1) Atención
inmediata de los efectos derivados de la catástrofe (intervención en
crisis)
2) Trabajo
comunitario post desastre (rehabilitación para el
desarrollo)
La primera fase de intervención
(intervención en crisis) se dirige a atender en el primer momento inmediato
(primeros días, primeras semanas) luego del suceso catastrófico las secuelas
psicológicas directamente derivadas del mismo, las que presentan un perfil
predominantemente clínico, en tanto reacción a un suceso traumático.
La segunda fase de intervención
(rehabilitación para el desarrollo) consiste en el trabajo de acompañamiento en
la comunidad buscando su reorganización con miras a iniciar la reconstrucción
de lo perdido durante la catástrofe.
Recomendaciones
básicas
No existen técnicas psicoterapéuticas específicas
para afrontar las situaciones psicológicas derivadas de los desastres
naturales. En tales casos las acciones psicosociales no pueden ir separadas de
soluciones prácticas de los problemas comunitarios.
Lo importante es
favorecer una posición activa de los damnificados, sin victimizarlos,
propiciando su propia búsqueda de soluciones racionales, saludables y
sostenibles. Debe promoverse la información, la organización social, la
discusión de cuestiones concretas buscando respuestas comunes y consensuadas,
aprovechando siempre las potencialidades locales. En
definitiva, superar el primer momento de crisis encarando desde un inicio la
promoción de una rehabilitación para el desarrollo sustentable.
Se trata, fundamentalmente, de establecer
una actitud de empatía con aquellos
que sufren, posibilitando un lugar para
fomentar la expresión de los
afectos ligados a la situación traumática, propiciando espacios de encuentro y socialización, alimentando siempre la solidaridad.
Las ideas-fuerza básicas en que debe
asentarse una intervención psicosocial luego de un desastre natural son:
Abordaje comunitario. Las
reacciones psicológicas que sobrevienen a la ocurrencia de una catástrofe son
respuestas normales a situaciones anormales, por lo que no deben ser tratadas
(salvo casos especiales) en términos de patología individual (lo cual puede
conducir a la estigmatización y posterior exclusión). Son recomendables
acciones grupales, incluyendo siempre a la mayor cantidad de gente posible, sin
discriminaciones de ningún tipo, donde se socializa el sufrimiento y se
refuerzan mecanismos comunitarios de afrontamiento de las situaciones
difíciles.
Implementar acciones con personal local de base. Para llevar a
cabo las acciones de soporte psicológico no es necesario, en su ejecución
directa con las comunidades, apelar a personal técnico especializado
(psicólogos, psiquiatras, trabajadores sociales), sino que puede ser tanto o
más efectiva la participación de promotores comunitarios locales, tales como
los socorristas voluntarios de cualquier Sociedad Nacional de Cruz Roja o
Medialuna Roja. Con la debida capacitación en el manejo de técnicas de
intervención grupal y comunitaria en aspectos psicológicos, y bajo la
supervisión de profesionales expertos en estos temas, este personal presenta la
ventaja comparativa de pertenecer a los tejidos sociales locales, mantener
sintonía cultural con la población damnificada y permanecer en las áreas pasado
el primer momento de emergencia, lo cual puede darle un carácter de mayor
sostenibilidad en el mediano y largo plazo a toda la intervención.
Brindar
respuestas inmediatas tras los desastres. Cuanto más rápida sea la respuesta tras
la ocurrencia de algún desastre, más rápidamente pueden los damnificados
comenzar a superar las consecuencias. Lo ideal es poder comenzar a trabajar en
el abordaje psicosocial de la población siniestrada prácticamente a la par de
las tareas de rescate, ayudando de esa forma a manejar de un mejor modo
situaciones que pueden ser, si no son atendidas rápidamente, mucho más
traumáticas conforme pasa el tiempo y se refuerza la situación de víctima
desvalida.
Informar claramente. Una de las
necesidades humanas prioritarias para poder enfrentar una crisis sin
derrumbarse es poder darle una explicación lógica que no deje a la persona con
la sensación de vivir en un mundo impredecible, en el que su capacidad para
controlar la realidad es nula. Buscar explicaciones es una necesidad humana; si
no hay referentes claros, se buscarán en las primeras opciones de que se
disponga, que son generalmente opiniones prevalecientes en el medio cultural
inmediato, y no siempre y necesariamente las más adecuadas. En nuestra
intervención se debe procurar informar lo más claramente posible acerca de los
acontecimientos vividos y de las posibilidades reales a futuro para su manejo y
superación.
Priorizar las
actividades expresivas (verbales o alternativas). Comunicar los
sentimientos, poder descargar las acumulaciones de afecto que produjeron los
hechos traumáticos, en sí mismo tiene un efecto benéfico, tranquilizador. Se
debe buscar crear espacios de confianza, de intimidad, donde la población
damnificada pueda encontrar el tiempo y la forma en que expresar todas sus
emociones relacionadas al sufrimiento recientemente vivido, o que está viviendo
actualmente. Puede utilizarse el lenguaje hablado (grupos de autoayuda u otros
tipo de encuentros grupales) junto a otras técnicas alternativas (talleres
expresivos, sesiones de relajamiento). Con población infantil resulta más
adecuado la utilización de actividades lúdicas y recreativas.
No
medicalizar la asistencia y evitar los psicofármacos. En muchas ocasiones
la noción de salud mental se liga con una práctica psicoterapéutica donde la
figura del desequilibrado (el loco) es el personaje central de la toda la
intervención. Los efectos subsecuentes a un trauma como el que produce un
desastre natural no son, sin embargo, enfermedades psíquicas propiamente
dichas; son reacciones con ciertos efectos clínicos que pueden considerarse normales.
Por tanto, en nuestro abordaje de primeros auxilios psicológicos, no debemos
psicopatologizar a la población, y mucho menos proponer abordajes
farmacológicos. Esto, en definitiva, no solo no ayuda sino que puede producir
efectos contrarios, "inventando" enfermedad allí donde no la hay.
Considerar a la población damnificada como
sujetos activos y no como víctimas pasivas. Se debe
incluir necesariamente a los sobrevivientes de un desastre en el proceso de
toma de decisiones posterior a su ocurrencia, ayudándolos para que puedan
asumir nuevamente el control de sus vidas. Mantenerlos en la situación de
"víctimas desvalidas" no contribuye a su rehabilitación sino que, por
el contrario, puede profundizar situaciones de aislamiento y marginación.
Adaptar las estrategias al ámbito de cada
desastre particular. Si bien las formas que asume el sufrimiento
humano ante cualquier situación de catástrofe pueden presentar rasgos
medianamente comunes, y consecuentemente las acciones encaminadas a mitigarlo
también asumen formas generales, debe adecuarse cada acción específica al medio
en el que se actúa y no partirse del suministro de un paquete modelo inamovible
derivado de un solo caso tipo.
Reforzar mecanismos protectivos culturalmente
aceptados. En toda organización social existen formas de afrontar los
problemas comunitarios. Las intervenciones post desastres deben aprovechar esos
mecanismos de protección, culturalmente válidos, que en general son redes
espontáneas de autoayuda, fomentando su fortalecimiento y expansión.
Aprovechar capacidades locales instaladas. Desde el
inicio de las acciones se debe colaborar y coordinar con las instituciones
locales. Si bien una catástrofe puede haber destruido mucho de las capacidades
de respuesta local, siempre permanecen redes y/o instituciones con quienes
vincularse; es preferible integrar la intervención a estructuras ya existentes
más que generar otras paralelas. Al acabar con la necesidad de socorro ante la
crisis, esta coordinación las habrá robustecido en sus propias capacidades para
continuar la labor humanitaria y su misión técnica específica. Nada ni nadie
mejor que las instituciones locales para buscar mejorar la capacidad de los
grupos vulnerables con miras a hacer frente a futuros desastres mediante
estrategias de preparación basados en la comunidad apoyándose en las
estructuras, prácticas, aptitudes y mecanismos de intervención territorial.
Priorizar
grupos especialmente vulnerables. Los efectos de un proceso destructivo como el que se sigue de un desastre natural se expanden por toda
una población, pero hay grupos más especialmente expuestos a sufrirlos dada su
situación de mayor vulnerabilidad relativa. En el inicio de la intervención deben
identificarse, junto con la comunidad, estos grupos vulnerables para su
priorización, teniendo siempre especial cuidado de no estigmatizarlos. Pueden
considerarse grupos vulnerables (y esto depende del contexto): niñez, juventud,
mujeres, ancianos, personas con algún tipo de discapacidad, personas seropositivas,
etc.
Promover intervenciones
integrales, multidisciplinarias y coordinadas. El abordaje
de los efectos emocionales derivados de los desastres, si bien implica una
cierta dimensión técnica específica, no debe circunscribirse a una acción de
salud "mental" (con todo lo de estigmatizante que esto tiene). Por el
contrario tiene que ser concebido en una perspectiva amplia de intervención
comunitaria, buscando aliarse con otros sectores (preferentemente del campo de
la salud), ayudando a encontrar respuestas integrales. Es sumamente importante
coordinar los esfuerzos con la entidad rectora a nivel local, regional y/o
nacional (en general Ministerio de Salud, al igual que con la respectiva
Sociedad Nacional de Cruz Roja), evitando de esta manera contribuir al caos
subsecuente a la situación de urgencia generada.
Pasar del socorro en emergencias a la
rehabilitación para el desarrollo. En todo momento de la intervención,
desde la llegada inmediatamente posterior a la ocurrencia del fenómeno natural
hasta nuestra partida, debe trabajarse pensando en la reconstrucción con
criterios de sostenibilidad. Deben hacerse todos los esfuerzos del caso por
eludir el asistencialismo, evitando colocar a la población en una condición
pasiva y desvalida, pues con ello no se pueden sentar bases sólidas para un
proceso de desarrollo genuino. La reconstrucción debe abordarse siempre no sólo
en términos de paliar los efectos del recientemente pasado desastre, sino de
contribuir para que un próximo evento no tenga similares consecuencias, en
tanto se han comenzado a mitigar las situaciones de vulnerabilidad.
Enmarcar el trabajo en una actitud ética de
compromiso. Todas las intervenciones deben estar resguardadas por un
código de ética que asegure la alta calidad técnica y humana de las
prestaciones. A partir de los principios fundamentales del movimiento de Cruz
Roja y Medialuna Roja, se debe buscar el resguardo de la confidencialidad de lo
que cada persona asistida nos transmite, manteniendo siempre una sana y
profesional distancia operativa con la población con quien trabajamos, no por
ello prescindiendo de la empatía, mientras se promueve el bienestar común sin
olvidar que somos parte de un organismo humanitario.
Fases principales de la intervención
Habíamos dicho que la intervención de apoyo psicosocial
posterior al desastre presenta dos fases claramente diferenciadas:
1) La intervención en crisis
2) La rehabilitación para el desarrollo
Cada una de ellas
tiene particularidades propias e implica tiempos, estilos y formas de abordaje
específicos.
En el marco de las
consecuencias de un desastre podemos encontrar diversos tipos de damnificados:
aquellos que han sufrido heridas físicas, los que han tenido pérdidas
materiales de sus bienes, los que han perdido familiares, así como aquellos que
no han sufrido nada de todo esto habiendo vivido solamente el suceso
traumático. En todos los casos es posible que queden, con diferencias según
cada situación particular, secuelas psicológicas de lo experimentado. Nuestra
intervención no debe hacer diferencias respecto a estas categorías. Debemos
trabajar por igual con toda la población. La idea fundamental es facilitar la expresión de lo que la
población sintió, o está sintiendo.
Primeros auxilios psicológicos
(Intervención en crisis)
Llamamos primeros auxilios
psicológicos a una intervención en un momento de crisis. Su característica
principal consiste en ser una respuesta rápida tras la ocurrencia de un suceso
traumático que busca evitar la caída de la persona afectada en situaciones de
mayor y más profunda ansiedad, ayudándole de esta forma a una más pronta
superación del dolor experimentado. Cuanto más rápido se actúe, más pronta
podrá ser la recuperación de la persona damnificada.
Si bien no puede decirse con exactitud durante cuánto tiempo deben proveerse
los mismos, podemos establecerlos entre el primer
momento inmediato a la ocurrencia de la catástrofe y un mes después.
Pueden ser brindados por cualquier actor debidamente capacitado en aspectos
de manejo psicológico (profesionales o agentes de atención primaria de salud).
Habitualmente se los asocia con técnicas de baja complejidad, pero lo que los caracteriza
no es precisamente su nivel profesional sino la rapidez con que son prestados. Homólogamente a los primeros
auxilios en el campo de acción de la salud física, su misión es abordar
rápidamente un problema evitando su posterior complicación.
De todos modos, dada la dificultad de encontrar personal especializado
en cantidades suficientes para cubrir la totalidad de poblaciones dañadas por
desastres naturales, es altamente recomendable desarrollar y aprovechar las
potencialidades de trabajadores de base en atención primaria (socorristas de
Cruz Roja y Medialuna Roja, promotores de salud, parteras empíricas, líderes
comunitarios debidamente capacitados,). Por otro lado, tampoco es recomendable
marcar con un sello de "técnica compleja" en manos de profesionales
psiquiatras o psicólogos un abordaje que debe ser fundamentalmente
socio-comunitario. La experiencia exitosa de distintos casos ya sucedidos
autoriza plenamente a implementar esta metodología.
Debe decirse que este tipo de planteos hace parte fundamental de una concepción
amplia de salud mental comunitaria,
en tanto abordajes enfocados a la prevención, a la movilización social, coherentes
con las visiones y recomendaciones más sólidas y progresistas actualmente en el
campo sanitario y, por otro lado, patrimonio y tradición intelectual italianos
desde hace ya varias décadas.
Utilidad de los primeros
auxilios psicológicos
La intervención en crisis es útil para:
·
Proporcionar
apoyo emocional a quien lo necesita
·
Dar una
oportunidad de expresarse a quien está sufriendo
·
Fortalecer
lazos sociales a través del compartir con otros semejantes
·
Generar
esperanza
·
Convertir
la crisis en una oportunidad de crecimiento y aprendizaje en el desarrollo de
la persona y/o los grupos
Requisitos
para la intervención
Para que la intervención en crisis sea
efectiva deben cumplirse ciertos requisitos:
·
Se debe hablar
el lenguaje de las personas a quien se asiste, de la manera más sencilla
posible, para que se sientan comprendidas y resguardadas.
·
Es
necesario crear una atmósfera de alianza, comodidad y ayuda afectiva en
la resolución de los problemas planteados.
·
Para
lograr una comunicación efectiva se debe garantizar una cierta privacidad
(mantener reuniones en espacios apropiados adecuándose a las circunstancias).
·
Ser
objetivos al establecer la
causa de las preocupaciones de las personas, abordando clara y activamente con
ellas la problemática en cuestión, sin prejuicios, sin valorizaciones.
·
Dejar
que la población sea propositiva (y no serlo nosotros) en relación a la búsqueda de soluciones a los
problemas, ayudando para llegar a acuerdos consensuados sobre lo que debe
hacerse.
Cómo presentarnos
Los trabajadores que auxilian en la
crisis deben mantener una actitud y una forma de dirigirse a las personas
atendidas siempre de compromiso y de respeto:
·
Ser
amables y no emitir
juicios de valor.
·
Mostrarse
interesados y preocupados
por el bienestar de las personas a quien se está asistiendo.
·
Transmitir
seguridad y competencia. Es
decir: comunicar a la persona a que se asiste que el agente actuante se
encuentra capacitado para ayudarla, que cuenta con las herramientas necesarias
para prestar el auxilio.
·
No
demostrar lástima por las
personas afectadas. Es importante que la población damnificada sienta que se le
comprende, que el auxiliador es capaz de ponerse en su lugar y entender la
situación, pero sabiendo que eso no es lo mismo que la compasión, la cual debe
evitarse absolutamente.
·
Reconocer
limitaciones personales. Si
el auxiliador resulta afectado emocionalmente ante alguna circunstancia, en
forma tal que esto afecte a la seguridad que debe transmitir, o su juicio
imparcial, deberá abstenerse de intervenir.
¿Qué hacer?
En necesario centrar la intervención en potenciar los
recursos internos de las personas que se encuentran en crisis,
buscando dirigirse hacia el hecho traumatizante, por lo que se debe:
·
Dialogar con los damnificados.
El efecto psicológico del suceso traumático se reduce poniendo atención a sus
temores y sentimientos tan pronto como sea posible. Hablar permite descargar
tensiones.
·
No demorar el acercamiento.
Inmediatamente sucedido el desastre muchos sobrevivientes están
psicológicamente abiertos y dispuestos a hablar de sus experiencias; sin
embargo pueden cambiar rápidamente a una posición de aislamiento si se deja que
el tiempo pase sin intentar establecer una comunicación adecuada.
·
Adoptar una actitud flexible y
comprensiva hacia las relaciones que los sujetos damnificados pueden presentar.
Durante la etapa de primeros auxilios no debe intentarse la modificación de
conductas defensivas, lo que constituye una especie de
"cicatrización" psicológica, necesaria en alguna medida.
·
Acompañar a los sobrevivientes, no
dejarlos solos. Estar junto a alguien que sufre tiene una alta
significación emocional porque lo alienta, lo protege. Los heridos físicos son
especialmente vulnerables a sentirse abandonados en la oscuridad. Estar,
simplemente, tiene un gran valor humano.
·
Formar grupos para hablar sobre lo
ocurrido. Si las personas han enfrentado el peligro juntas es
probable que hayan creado fuertes lazos entre sí. A aquellos que se encuentran
muy alterados es conveniente separarlos del grupo y abordarlos individualmente.
Debe fomentarse la libre expresión de los sentimientos respecto a la
experiencia sufrida, dado que eso tiene un efecto tranquilizador
·
Fortalecer la conciencia de que las
reacciones de las personas son normales e incluso apropiadas.
Muchos damnificados piensan que se están volviendo locos porque advierten
cambios en su conducta social, por lo que es sumamente apropiado y necesario
informarles sobre la forma en que evoluciona normalmente el proceso de duelo
ante un trauma y/o una pérdida
·
Establecer mecanismos de
información. Dado que la información es una de las
preocupaciones más urgentes de los sobrevivientes, deben establecerse rápidamente
canales que la faciliten. Por ejemplo: hacer una lista de las personas que se
encuentran afectadas, proporcionar datos sobre su estado de salud y el lugar
donde se encuentran, informar sobre posibles evacuaciones que sea necesario
realizar, etc. Toda información pertinente debe ser rápidamente suministrada, y
corregirse la que sea incorrecta. Esto ayuda a la capacidad de la población
para la resolución de sus problemas, haciéndola sentir desde un primer momento
más sana, útil y productiva
·
Transmitir
interés por el problema que la población expresa. Esto contribuye a proporcionar
tranquilidad, haciendo ver a los damnificados que no están solos, ayudando a
aumentando así su control de la situación que causa la crisis
·
Examinar,
junto a la población, posibles soluciones motivándola a que enfrente la crisis. Ayudar a explorar los recursos tanto
individuales (internos) como sociales (familia, amigos, redes comunitarias,
etc.). Al examinar las soluciones se debe explorar qué se puede y qué no se
puede hacer. Tratar de que la persona y/o los grupos redefina(n) el problema
buscando nuevas conductas para enfrentarlo
·
(Si se trata de familiares o amigos de una persona
fallecida): Dar al damnificado(s) la oportunidad de ver el cuerpo del muerto:
- si así lo desea(n) y si esto es posible -. Permanecer algún tiempo con el
muerto da a la familia la oportunidad de hacer consciente la realidad de lo
ocurrido y una completa comprensión de la pérdida, posibilitando tener una
despedida final, lo cual es muy importante en términos psicológicos para cerrar
el proceso de duelo
¿Cómo actuar?
Con
los sobrevivientes heridos y las personas más cercanas a éstos
Los heridos deberán recibir atención médica
inmediata. Si las víctimas están conscientes se les debe tranquilizar
comunicándoles que alguien les prestará ayuda, y de hecho se buscará conseguir
ese servicio lo más rápidamente posible.
Los sobreviviente querrán saber lo que pasó, y si sus
familiares y/o amigos fueron afectados. Si se dispone de esa información, se
les debe proporcionar todo lo rápido que se pueda, a menos que se considere
prudente esperar un poco considerando la gravedad del caso. Si no se sabe aún
con exactitud, o es grave lo sucedido a sus familiares, se le debe decir a la
persona herida que más tarde se averiguará y se le informará convenientemente.
Con los
sobrevivientes no heridos
Luego de pasado el desastre muchas personas que
sobrevivieron pueden sentirse exaltadas y aliviadas, frecuentemente con fuertes
sentimientos positivos por haber escapado vivas de la tragedia. Sin embargo,
gradual y rápidamente muestran los efectos del paso del trauma vivido.
En ellos pueden aparecer sentimientos de culpa por
haber resultado ilesos mientras que a otros les tocó otra suerte, y por lo que
hicieron en un momento dado para sobrevivir. Se sienten mal por no haber
prevenido o actuado para reducir los efectos del desastre en sus seres
queridos. En tales casos hay que invitar a las personas a platicar y
reflexionar sobre lo acontecido, viendo el lado positivo y no abriendo nunca
juicios de valor ni intentado polemizar con ellas.
Con aquellas personas que no presentan estos
sentimientos de culpabilidad se debe buscar facilitar los espacios y momentos
donde puedan expresar sus estados de ánimo con toda facilidad y confianza, que
en general son de alta tensión, angustia e incertidumbre. Es recomendable
implementar grupos, en lo posible de no más de 20 personas; las circunstancias
decidirán sus modalidades: mixtos, sólo de varones, sólo de mujeres, de niños y
jóvenes, etc. Estas dinámicas no deben exceder la hora de duración, y para su
puesta en marcha pueden utilizarse las más diversas técnicas de animación
comunitaria, así como actividades lúdicas.
Si alguien no quiere participar en estos encuentros
no se le debe forzar a hacerlo. Puede haber casos también en que alguien
prefiere hablar individualmente y no en grupos; debe respetarse esta decisión,
y buscarse el modo de brindarle un acercamiento personalizado adecuado a las
circunstancias.
Con
los parientes de las víctimas
Se presentan generalmente porque han escuchado
reportes incompletos sobre el desastre. Generalmente se encuentran en ellos
sentimientos de culpa y desamparo. Es importante proporcionarles información
certera y clara, intentando calmarlos, atendiendo a su ansiedad y
proponiéndoles que se expresen libremente.
Trabajo en los albergues
En
muchas ocasiones luego de producido el desastre propiamente dicho, la población
debe ser reubicada en centros temporales: refugios
o albergues. En realidad, y toda vez que esto se pueda evitar, es
definitivamente más sano impulsar desde el primer momento posterior a la catástrofe
la construcción de viviendas con materiales y tecnologías locales en aquellos
casos en que la población ha perdido sus casas.
Desde
todo punto de vista (logístico, económico, psicológico) es más conveniente
albergar a los damnificados en sus propias comunidades y/o vecindarios, y no
trasladarlos a refugios o campamentos transitorios, siempre ajenos y lejanos a
sus lugares de origen. Resulta más favorable fortalecer las redes naturales de
solidaridad espontánea que se generan en la comunidad (parientes, amigos,
vecinos que han conservado su techo) que apelar a estos centros, de algún modo
excluyentes, con todas sus secuelas de hacinamiento y estigmatización.
Los
albergues, como todas las instituciones cerradas, pueden con facilidad provocar
situaciones en que se vulnere la dignidad individual de los damnificados. Se
une a su primera victimización una segunda: la de no ser considerados como
personas con una historia y un estilo personal, pasando así a ser parte de un
conglomerado supuestamente homogéneo de gente a la que se debe proveer asistencia
elemental para la sobrevivencia: comida, techo, servicios básicos, borrándose
de esta forma las individualidades, y por tanto los aspectos psicológicos.
La dignidad es una de las bases para evitar la dependencia, la cual, a
su vez, puede ser fuente de malestar psicológico. En tal sentido nuestra
intervención en los albergues debe apuntar a minimizar todo lo posible, o a
manejarlas lo más positivamente que se pueda, las situaciones que típicamente
se refieren a ese menoscabo:
·
Falta de privacidad (por ejemplo: familias separadas
unas de otras apenas por una cortina improvisada)
·
Ausencia de intimidad (por ejemplo: en baños o duchas)
·
Forma de reparto de la comida (por ejemplo: largas filas con
platos en mano esperando recibir una ración sobre la que no hay capacidad de elegir
nada)
·
Modalidad de reparto de las ayudas (por ejemplo: entrega de insumos
en procesos tumultuarios no exentos de gran desorganización, y a veces
violencia)
Si
bien es posible que estos mecanismos sean altamente difíciles de modificar
dadas las dinámicas generales de este tipo de conglomerados sociales, se debe
intentar humanizar y dignificar lo más posible todo este
circuito, proponiendo las medidas correctivas pertinentes en cada caso.
Junto a los espacios
de apoyo terapéutico que se puedan abrir para aquellas personas que necesiten
un abordaje de primeros auxilios psicológicos, otras acciones que nuestra
intervención psicosocial debe impulsar en los albergues son:
Fomentar
un clima de normalidad cotidiana. Un factor clave de fortalecimiento psicológico para la
población es poder recuperar cuanto antes las rutinas que dan una cierta
sensación de normalidad de vida cotidiana. Este se logra, fundamentalmente, a
través del fomento del trabajo y de las obligaciones domésticas de la vida
diaria (cocinar, lavar, atender a los hijos, etc.). El trabajo se convierte
también en el elemento clave de normalización de la vida de cara al futuro y a
la reparación de lo destruido por la catástrofe.
Propiciar la participación comunitaria. Esto es sumamente importante para
prevenir actitudes de dependencia y fatalismo, así como para evitar una
cronificación del albergue hacia un asentamiento irregular marginal. Por medio
de la participación de todos y cada una de las personas refugiadas en las
actividades cotidianas se puede propiciar una sensación en que siguen
manteniendo el control sobre sus vidas. Esto se liga con las formas de gestión
de la autoridad y los procesos de toma de decisiones, ayudando a evitar así
todo aquello que promueva la sensación de indefensión y vulnerabilidad.
Informar: Algo que contribuye grandemente a tener una sensación de seguridad
(lo cual es un factor protectivo en términos psicológicos) es percibir que se
está bien informado de lo que ocurre en el día a día y sobre las perspectivas
de futuro. Esto es relevante tanto en cuanto a prevención de rumores (que constituyen
uno de los elementos básicos a la hora de determinar el clima social del
albergue) como en la capacidad para participar en actividades comunitarias o
tomar decisiones personales. Nuestra presencia en los centros temporales debe
ayudar a manejar estos aspectos.
Impulsar
momentos de diversión.
Divertirse, distenderse, tiene un valor altamente positivo para todos los seres
humanos. El juego no necesariamente es cosa de niños. Es especialmente
constructivo, en momentos de profunda tensión como son los posteriores a una
desgracia, poder buscar los espacios y momentos donde las personas,
preferentemente en instancias grupales, puedan encontrar canales para
relajarse, incluso para reír. Dentro de los albergues deben implementarse
actividades de este tipo, tanto para niños y jóvenes como para adultos: juegos,
espectáculos de magia, payasos, películas, música, teatro, etc.
Trabajo comunitario
(Rehabilitación para el desarrollo)
Pasado
el primer momento de la emergencia, que podemos fijar en un período que no se
extiende más allá de un mes, la fase de la rehabilitación integral adquiere
la mayor importancia.
En este
período, en el que ya no se actúa específicamente sobre las secuelas
psicológicas inmediatas al trauma, cobran especial importancia todas las actividades
que pueden ayudar a la población a reorganizarse. Nuestra intervención, entonces,
asume la forma de trabajo comunitario, en tanto factor de movilización
en el mediano y largo plazo para la población damnificada: fomentando los
espacios de encuentro y socialización, propiciando el intercambio, alimentando
la solidaridad. Es en este ámbito donde se pueden comenzar a sentar las bases
para intentar evitar la repetición de desastres similares a los vividos.
Para
esta fase no podemos fijar exactamente un período de tiempo. Está claro que
viene luego de los primeros auxilios psicológicos, dando por supuesto que los
mismos ya han ayudado a la población damnificada a superar el primer momento
traumático (asumir las pérdidas humanas y materiales sufridas, comenzar a
procesar el duelo que todas estas situaciones han generado). Luego de esto es
necesario comenzar a pensar en la reconstrucción, y ello puede implicar tiempos
diversos; e igualmente es diverso el tiempo que necesita cada comunidad para
organizarse y restablecerse. Como misión humanitaria internacional podemos
fijar para el apoyo comunitario un período que no exceda los seis meses posteriores al fenómeno.
Luego de
la ocurrencia de cualquier catástrofe no es tanto la explosión de enfermedades
mentales lo que predomina sino, fundamentalmente, la necesidad de encarar adecuadamente el post desastre. Encararlo con un carácter
comunitario, de rehabilitación para el desarrollo, ayudando a los
sobrevivientes a recuperar el manejo de sus propias vidas todo lo rápido que
sea posible. Debe comenzarse por atender las emergencias emocionales, pero sin
dejar de considerar desde un primer momento de la intervención que lo que se
busca con todo el abordaje es la promoción para un restablecimiento integral de
la población damnificada. Para esto es de especial importancia el personal comunitario local de atención primaria.
En todo
este proceso de ayuda para el desarrollo, la presencia de organizaciones
humanitarias como Cruz Roja (o alguna similar) juega el papel de facilitador
externo, no reemplazando con "expertos en desastres" el protagonismo
de los propios damnificados. El fundamento del
apoyo psicosocial en la fase de rehabilitación (trabajo comunitario) consiste
en ayudar a las poblaciones a su mejor empoderamiento. Nuestro aporte es buscar
ser el motor para que esto sea posible.
Debe
promoverse la articulación entre Estado y sociedad civil, no impulsando
estructuras nuevas allí donde ya existen mecanismos establecidos. Lo importante
es ayudar a la población a apropiarse de esas instancias, a participar de ellas
inteligente y productivamente buscando enfocarlas a la reconstrucción con
criterios de sostenibilidad y no solo a la respuesta asistencial.
Dado que
el desastre ocurrido – y que ha generado nuestra intervención – ha venido a
demostrar la vulnerabilidad de la comunidad que lo sufrió, es un punto de
enorme importancia, considerando que esos fenómenos naturales pueden volver a
repetirse, apoyar la rehabilitación en curso con un criterio preventivo de preparación para posibles
futuros desastres.
Las
actividades que se deben impulsar en el trabajo comunitario son:
Promover
el reforzamiento de la organización comunitaria. Nuestra intervención, en esta
fase más como agentes de movilización social que como prestadores de servicios
clínicos, debe encaminarse a apoyar los procesos organizativos de las
poblaciones, única garantía de la apropiación de la rehabilitación en marcha.
Para ello pueden implementarse diversas instancias: reuniones masivas, apoyo a
redes y comités de base ya constituidos, trabajo con instituciones formales de
gran peso comunitario (escuelas, centros de salud, iglesias, etc.) apuntando a
lograr la cohesión de los grupos y su apropiación de todo lo que se relacione
con la rehabilitación post desastre.
Impulsar
el trabajo de difusión. Es muy importante que la población esté informada claramente sobre la
situación actual y las perspectivas de futuro en relación a su estado post
catástrofe; esto ayuda a desvirtuar rumores alarmistas y a brindar elementos
reales que contribuyan a la toma de decisiones. Se puede promover esta
perspectiva a través de medios de difusión comunitarios: radio local, periódico
local, así como de reuniones concebidas a tales efectos.
Implementar
el trabajo de prevención de futuros desastres. Como parte de la reconstrucción de lo destruido
por el evento que se acaba de sufrir es sumamente importante generar una
conciencia sobre la vulnerabilidad en la que se puede encontrar la población,
producto de la cual se produjeron los daños. En tal sentido es necesario
trabajar preventivamente con miras a disminuir ese estado, para lo que se debe:
·
Contribuir
a la creación de comités locales de emergencia.
·
Individualizar
los grupos especialmente vulnerables.
·
Desarrollar
mapas de riesgo comunitarios.
·
Implementar
manuales de respuesta para distintos posibles desastres naturales, con pasos y recomendaciones
específicos en cada caso.
Involucrar
a distintos actores locales. Para lograr un impacto realmente sostenible en relación a la
reconstrucción, debe promoverse una adecuada articulación de la población
damnificada con las distintas organizaciones gubernamentales y no
gubernamentales presentes en la zona, tanto en el diseño como en la puesta en
marcha de respuestas al proceso de rehabilitación y ante las vulnerabilidades
encontradas.
* No
consideramos aquí aquellos eventos relacionados con la violencia social, y que poseen causas enteramente históricas como:
guerras, desplazamientos masivos de población, violaciones a los derechos
humanos en el sentido más amplio (situaciones de dictadura política, torturas,
desaparición de personas, etc.), todos los cuales también producen víctimas y
severos efectos psicológicos. Tampoco consideramos lo que últimamente se ha
dado en llamar "desastres ocultos":
situaciones crónicas de desastre que, sin la espectacularidad de un suceso
natural, producen tantas o más víctimas y refuerzan la vulnerabilidad
estructural de las sociedades, con una fuerte carga de secuelas psicológicas
(problemas de salud pública como la pandemia de SIDA, la falta de acceso a
servicios básicos, la persistencia de enfermedades inmunoprevisibles; grupos en
perpetuo estado de exclusión -niños de la calle, inmigrantes ilegales, minorías
étnicas marginadas-; discriminación por género o por preferencia sexual; urbanización
no planificada e irregular con todas sus consecuencias negativas).
** En este contexto entendemos por vulnerabilidad la condición de carencia (de servicios básicos, de
preparación, etc.) de las comunidades que torna escasa o nula su posibilidad de
respuesta ante situaciones peligrosas.
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