Plantearse cómo sería por ejemplo Estados Unidos sin Barack Obama, o Alemania sin Angela Merkel; o si se quiere, extremando las cosas, cómo serían Bourkina Fasso o Turkmenistán sin sus actuales mandatarios (que seguramente los lectores de este artículo ni sabremos quiénes son), ya nos da una pista: lo más probable es que cualquiera de estos países, ricos y poderosos o pobres y olvidados, no sufrirán ninguna alteración con los jefes de Estado que sucederán a los actuales. No es lo mismo en el caso del país caribeño. Venezuela sin Chávez puede implicar cualquier escenario: guerra civil, guerra interna en las filas del Psuv, retroceso en las conquistas populares, quizá avance y profundización en el proceso socialista. Pero de lo que podemos estar seguros es que, sin Chávez, las cosas no van a continuar sin cambios.
Lo que viene sucediendo en la República Bolivariana de Venezuela desde hace casi una década y media no admite parangón; el proceso en marcha -una transformación de las relaciones político-sociales que, sin ser una revolución al estilo de los socialismos conocidos, permite un nivel de vida sustancialmente mejorado para las grandes mayorías populares-, sin que entremos a evaluarlo aquí en relación a otras experiencias socialistas conocidas, todo ello se liga indisolublemente a la figura de Hugo Chávez.
Sin la menor duda, la figura de Chávez es ya un ícono de fines del siglo XX e inicios del XXI. Fue él quien, luego de los terribles años en que se implementaron los planes de capitalismo salvaje eufemísticamente llamados “neoliberalismo” o
“globalización neoliberal”, volvió a poner en agenda una actitud de protesta, desaparecida para entonces en cualquier gobernante. Fue él quien, a su muy particular modo, trajo nuevamente a escena las ideas de socialismo. Fue él quien, con sus políticas redistributivas, volvió a dar protagonismo a los sectores populares de su país natal, contribuyendo así, directa o indirectamente, a un resurgir del campo popular latinoamericano. Negar o subestimar su papel en todas estas nuevas dinámicas es imposible.
Es por todo
ello, por su protagonismo, por su discurso contestatario e irreverente contra
el imperialismo, por su apelación al socialismo, a un nuevo socialismo que
tomara distancia de los errores del socialismo burocrático y centralista de
muchas de las experiencias del siglo pasado, pero socialismo al fin –término
que había sido anatematizado por el discurso oficial dominante–, es por todo
esto, por haber contribuido a devolver las esperanzas en transformaciones
sociales y desempolvar ideales que se suponían terminados, que su peso
específico no es similar al de ninguno de los presidentes que mencionáramos más
arriba. Si desaparece el primer mandatorio de Bourkina Fasso o de Estados
Unidos, sin dudas nada de base va a cambiar, ni a lo interno de sus respectivos
países, ni en la arena internacional. La desaparición de Chávez como figura
central de la política venezolana por supuesto que va a traer cambios. En su
país y, seguramente, también en la región (¿seguirán el proceso de paz las Farc
en Colombia, por ejemplo? ¿Qué harán ahora los países del Alba?).
¿Por qué tantos
son los cambios que se avizoran entonces? El protagonismo de Hugo Chávez en el
proceso en curso en Venezuela es total. Lejos está de ser un autócrata, un
dictador, como la prensa de la derecha quiere presentarlo maliciosamente; pero
sin dudas su presencia es omnímoda. “No puedes ser el alcalde de Venezuela”, fueron palabras de sana advertencia
que le diera en alguna ocasión Fidel Castro; definitivamente, no se equivocaba.
La vida política del país petrolero comenzó a depender cada vez más de la
figura absoluta del comandante. Sin dudas, eso le confería una autoridad moral
increíble, pero abría dudas que el proceso nunca se encargó de despejar: ¿puede
una revolución asentarse enteramente en las espaldas de una sola persona?
¡Absolutamente no! Eso es un peligro, una terrible bomba de tiempo que, tarde o
temprano, tiene que estallar.
Y
lamentablemente parece que ahora está llegando ese momento. Ojalá el comandante
Chávez supere este amargo trance de su enfermedad, que se reponga y que siga al
frente de la Revolución Bolivariana. Vayan mis más profundos deseos en ese sentido.
Pero al mismo tiempo de este acompañamiento moral, entiendo que es
imprescindible abrirnos una genuina y profunda autocrítica en el campo de la
izquierda. ¿Podemos seguir callados ante los mismos errores de siempre? ¿No es
necesario plantearse los procesos de transformación social aprendiendo de las
faltas cometidas anteriormente?
Quizá Chávez
regrese pronto al ejercicio de su cargo de presidente. Lamentablemente, las
cosas no parecen apuntar en esa dirección. Por lo pronto, ya ha nombrado
“sucesor”. El solo hecho de esa designación debería abrirnos una pregunta:
¿sucesor? Pero, ¿no suena a monarquía eso? En Corea del Norte sucedió lo mismo,
y por eso justamente, desde la izquierda, criticamos este tipo de cosas: ¿y el
poder popular, el poder de las bases?
Puede entenderse
la designación de Nicolás Maduro como un intento de aglutinar las fuerzas tras
una persona nombrada por el líder a quien, por simple respeto, todos los
sectores afines deberán apoyar. Podríamos entenderlo como estratégico quizá (beneficio
de la duda, para ser bondadosos). Sin entrar en el análisis de los pormenores
de los juegos de poder posibles a lo interno de las filas chavistas, esto mismo
de un “sucesor” ya debería prender las alarmas: ¿se trata de recomposiciones
palaciegas, de ver quién cuenta con más cuotas de poder, si Nicolás Maduro o
Diosdado Cabello, de ver qué papel juegan las Fuerzas Armadas? ¿Y dónde está
entonces la construcción de lo que se suponía debe ser la savia de una
revolución socialista: el poder popular, desde abajo?
Hay quien dice,
quizá desde un pronunciado optimismo, que ahora se abren las puertas para la
verdadera profundización de la revolución socialista. Otros, por el contrario,
avizoran un desmoronamiento del proceso como castillo de naipes. La derecha,
por supuesto, se ha de estar restregando las manos, muy feliz, esperando la
caída estrepitosa del “régimen”. Como sea, lo que se avecina no augura sino
luchas, más sacrificios para el campo popular, probablemente situaciones de
alta conflictividad.
Me sumo a las
fuerzas que apoyan el pronto restablecimiento de Chávez y, en el peor de los
casos, una continuidad del proceso sin su figura dentro de los marcos de la
actual democracia, en paz, sin reaccionar a las provocaciones que vendrán de la
oposición. Pero no dejo de mencionar que no podemos seguir repitiendo el mismo
esquema de culto a la personalidad que puede llegar a resultar nefasto, aunque
aparentemente pueda verse como una garantía de avance.
Quizá la
angustia que en las filas del proceso bolivariano pueda estar provocando el
probable alejamiento del líder dejan al desnudo las debilidades de un proceso
que tenía mucho de montaje: una revolución genuina, aunque llene masivamente
plazas con adeptos uniformados de rojo, no puede depender de un solo personaje.
¿Será cierto que, sin Chávez, se abren las posibilidades para comenzar a
construir el socialismo?
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