Me han pedido esta nota, ignoro cuantas personas la leerán y por lo mismo ignoro si tendrá impacto. Creo que el impacto es algo así como una fuerza que choca con otra. A diario vemos estos impactos que son un chispazo leve, un pequeño polvo que se levanta, hasta algo mayor, dentro de lo pequeño, metafóricamente hablando, pues la tierra es un grano de arena en un espacio infinito donde hay cifras imposibles de escribir de granos de arena y hasta rocas mayores. Que en nuestra realidad un auto choque con otro, es un impacto mayor, en lo pequeño, y que de ese impacto no quede nada reconocible, incluidos los ocupantes, nos habla solamente de la fragilidad de las cosas y las personas.
Entonces decíamos que ignoro el impacto, de esta ignorancia me salva el saber que en la comunicación escrita hay desde lo que impacta y ocupa un breve tiempo y desaparece hasta aquello que lentamente va abriéndose paso en la mente de la gente hasta que logra el impacto de un cambio permanente.
Dice Nathan Hagens en su libro La espina en la dorsal columna del saber:
“En los 70 tuvimos una crisis de recursos y para combatirla optamos por ir hacia una economía basada en el crédito. Hicimos del dólar el patrón global y creamos cantidades masivas de deuda pública y privada. Pero ahora nos enfrentamos con límites en ambas: una verdadera crisis en la que los conductores del crédito y los recursos ya no son lo que se necesita para alimentar el crecimiento. Así que no creo que haya ninguna posibilidad de que vayamos a crecer en el futuro, a partir de estos niveles. Y creo que hay una relación clara, pero no reconocida, entre dinero y energía. El dinero es una reclamación de energía y recursos futuros. La deuda es una reclamación sobre dinero futuro. La deuda no crea energía, pero su disponibilidad nos permite extraer la energía existente más rápidamente. Así como los pozos de perforación horizontal y la inyección de nitrógeno en un campo como Cantarell extraen más petróleo temporalmente a cambio de un declive más rápido, la deuda hace lo mismo con la economía. En este caso, la economía mundial.”
Quizá como un consuelo más que una solución nos resume en cuanto a la respuesta de la gente: “creo que la gente debería ser más activa e involucrarse más en prepararse física y emocionalmente para un mundo con menos… creo que si hubiese un 5 o 10% de gente que de forma clara y transparente fuese en esa dirección, muchos otros les seguirían.”
Más adelante nos dice que tenemos necesidad de una nueva narrativa cultural, lejos del consumismo y las burbujas del crédito. Algo sencillo de decir, pero otra cosa es su puesta en práctica, lo funesto es que él lo dice como un espectador cuando se trata hoy de que seamos actores. Y en este hacer, los trabajadores de la cultura son la solución, previo a esto es darse cuanta que la cultura es el hacer y el pensar de todos, se trata de que los que tienen mayor nivel de conciencia de cuanto acontece en el mundo continúen con su arte y desde el arte introducir el pensar y el hacer distinto que salve a la civilización y a la vida. No un arte para salones, no espectáculos para admirar el talento del artista, no ser pieza de mercado, sí arte para una cultura de cambio, arte para una explosión de creatividad y accionar distinto a los dictados del mercado.
La primera cita ha sido larga pero necesaria para que veamos desde otra perspectiva lo que tenemos por seguro. Si miramos al cielo veremos que lo que más hay en el cosmos es espacio vacío. Si nos detenemos a vislumbrar la estructura mínima de la materia, vemos que entre las partículas y el núcleo del átomo lo que más hay es espacio vacío. Este saber no nos impide ver y asegurar con un cien por ciento de certeza que una roca es sólida, aunque su estructura profunda nos diga que no lo es. En lo social, en lo económico y en lo político tenemos por sólido lo que se deshace en el aire. Somos animales de costumbres: primero ocurren los cambios, luego nos toma un tiempo asimilarnos a ellos.
Hoy, más que nunca, estamos enfrentados a nuestros mitos, a nuestros miedos, a nuestras certezas, a todo lo que se deshace en el aire. Unos dicen, con más deseo que verdad, que este 21 de diciembre entramos a un año cósmico. Algo que puede ser pura fantasía, como puede ser la mayor de las verdades de los últimos tiempos. Salvo que los animales de costumbres, a todo le colocan el sello de su misticismo y se levanta la hola de que estamos ante el fin del mundo o ante el comienzo de una era donde seremos distintos, casi por arte de magia.
Sea lo uno o lo otro lo que acontezca este 21 de diciembre hay solamente dos posibilidades: acontece lo peor y todo se acaba para nosotros o acontece lo mejor y todo continua su marcha hacia un mañana, que nada indica sea mejor que el presente. Si se da este caso último, aquellos que han dicho que entramos a un año cósmico y que eso significa pasar por un campo de energía mayor y por lo mismo nuestras energías tenderán a lo positivo, a la creación, a la implementación de soluciones, continuarán en su monserga, levantando cortinas de humo, ocultando lo real. Los problemas personales y sociales no se resolverán de la noche a la mañana.
Vuelvo a lo central que ha dicho Nathan Hagens: vivimos en un mundo controlado por el dinero y el crédito. Vales según el dinero que tengas, incluido el crédito y más crédito tendremos mientras más dinero tengamos. Un mundo para unos pocos con mucho, un mundo para muchos con poco. Esto que es desde todo punto de vista inmoral y contradice la esencia del ser humano como un ser social, es aceptado por la mayoría como una fatalidad o como moral. Nos dice Hagens que el dinero es una reclamación de energía y recursos futuros. Es decir, trabajamos una semana por un sueldo, se nos paga con retraso de unos pocos días, este pago no es nada hasta que no se vuelva: comida, ropa, vivienda, entretención, bebida y otros objetos que nos “ayuden” a mejor ocupar nuestro tiempo y nuestro saber. Se nos está entregando una cuota de algo que utilizaremos en un futuro cercano y eso utilizado es energía y recursos ya gastados por otros. Vivimos en una burbuja en que el tiempo ayer es un hoy proyectado a un futuro cercano. Desde esta perspectiva vivimos en una ligera noción de tres tiempos a la vez, esto solamente lo rompe una crisis o el fin del tiempo de cada cual, lo primero es social, lo segundo individual, con secuelas en un núcleo reducido a su familia y acreedores. Desde fines del 2007 hemos entrado a una multi crisis, mucho se ha escrito, pero poco se sabe cuando y en qué terminará. Esta no certeza contribuya a que ciertos gurúes, que curan hacia mañana, levanten el mito de que entramos a una época de paz.
Ahora se habla de una era por comenzar, pero nada comienza de la nada, siempre hay un antes. Este antes se va formado con el tiempo. Esto no es otra cosa que la única certeza y es que la materia es energía, la energía es materia, lo cual nos conduce a que en esencia todo es movimiento eterno, nada se crea, nada se acaba, todo se transforma. Lo que ocurrirá mañana no está escrito en el sentido literal, pero sí lo está en el sentido que el movimiento de la energía y de lo material continúa su camino en las direcciones diversas y a veces se encuentran, otras se desencuentran con su carga de creatividad y colapso.
Vivimos el mejor de los tiempos, hoy tenemos la posibilidad de encontrar un destino común o continuar como si nada hacia el punto del no retorno. No es un saber situado en el ayer del tiempo el que nos dice que acontecerá, es lo hecho ayer, el hacer de hoy, es el movimiento, es la conciencia de cada uno y sobre todo la inconsciencia de los poderes lo que nos ha conducido a este desastre de guerras, religiones, consumismo, miserias y acumulación de problemas sin resolver. No será una magia extra la que nos saque de este marasmo. Son nuestras decisiones y conductas de ayer y de hoy las que modelan el futuro. Lo que acontezca ya está en camino. Veamos entonces no la isla que cada cual cree que es, vemos el continente que somos todos. El dilema de Hamlet, ayer era: Ser o no ser; este dilema hoy es: nos salvamos unidos o perecemos separados. He ahí lo que se acaba de iniciar, la cuenta regresiva de nuestros actos.
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