Il 16 settembre
1976, durante l'ultima dittatura civico-militare argentina, dieci studenti
della Escuela Normal n. 3 di La Plata, che avevano tra i 14 e i 17 anni, dopo
aver partecipato ad una campagna per il biglietto scolare, vengo sequestrati e
torturati da forze dell'Esercito e della polizia della Provincia di Buenos
Aires. Soltanto tre studenti sopravvissero. L'episodio, ricordato come "La
noche de los lápices" è stato
raccontato cinematograficamente nel film “La notte delle matite spezzate”
(1986), di Héctor Olivera.
Sigo buscando palabras
Hay días en los que me
siento condenada a buscar palabras sin poder encontrarlas.
¿Será que se me esconden,
tal vez, acongojadas?
¿O será que no existe el
término que pueda contener la esencia de la monstruosidad cuando cae a plomo
sobre un pueblo que sueña destinos de grandeza?
A 36 años de una noche de
hiel, sigo pensando:
¿Qué dios acartonado se
permitió abortar la primavera que asomaba, mientras garras afiladas giraban la
cuerda del despertador de la vergüenza?
Cuando arrancaron los
capullos que habrían de ser las flores de la historia.
Cuando Zeus se despabiló
para tragarse, de pronto, a esos jóvenes que comenzaban a transitar los bordes
espinosos del camino de la lucha.
Uno a una.
Para siempre.
Para el dolor perpetuo de
mi gente.
De alguna gente, en
realidad.
De la que aún tiene memoria
y siente hervir la sangre cuando da vueltas las páginas donde quedó estampado
el odio encarnizado y los lápices sin punta.
Desgarrados. Pisoteados.
Vejados. Torturados ¡A-SE-SI-NA-DOS!
Aunque sabemos que aún siguen escribiendo.
¡Qué mente pudo albergar la
génesis del odio al punto de talar los sueños colectivos, aquella noche de espanto, mientras comenzaban a reptar
sierpes encapuchadas abriendo las puertas de un infierno voraz. Uno más entre
los tantos que vivimos.
O sufrimos.
¡No cabe el verbo vivir en
tanto escarnio!
¡Que menosprecio a la vida!
¡Que escarmiento feroz por
animarse a acariciar el nido de los anhelos!
Sigo buscando palabras y
sigo sin encontrarlas. Vuelvo a sentir el eco que nace desde el centro de
treinta y seis lágrimas acovachadas en
el alma.
Como otras veces, tomo una, la acaricio, le hablo, la beso
tiernamente mientras elevo mis ojos hacia un cielo de luto.
Ese cielo en el que brillan
luceros abrazaditos, dentro de la
constelación donde otros treinta mil ¡se desperezan!
Algo me dice, nuevamente,
que ya no busque palabras, que es suficiente con decir esta noche de setiembre
memorioso:
¡COMPAÑERAS Y COMPAÑEROS,
PRESENTES!
Y mi lágrima responde:
¡AHORA Y SIEMPRE!
¡AHORA Y SIEMPRE!
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