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martedì 6 ottobre 2020

¿Literatura y sociedad o sociedades y literaturas?

Por Tito Alvarado

 

Tal cual está organizada la vida en sociedad, la literatura no puede ser un conjunto uniforme ni puede estar al margen del sentir de la gente. Primero está el hecho social, luego la interpretación del mismo. Esta interpretación se hace desde varios ángulos y siempre desde la visión de quien mira, ve, analiza y/o relata, sea un discurso periodístico, literario, analítico, histórico, científico, etc. Esto nos remite a que un hecho colectivo es visto, relatado, analizado desde una perspectiva individual y a su vez este individuo ha estudiado, aprendido, unos rudimentos comunicacionales desde un colectivo, lo que sumado a la cultura en que dicha persona se desenvuelve nos da como resultado una forma de ver, sentir, percibir y entregar emociones, razonamientos, proposiciones, suposiciones, saberes, y más, desde una perspectiva única. Hay una ligazón indisoluble entre individuo y colectivo social, con la variante de que cada persona tiende a valorar y valorarse más como individuo, no considerando, en su real dimensión, los factores sociales que han influido en que sea la persona que es.

¿Sería oportuno preguntarnos, qué es la literatura o sería más idóneo preguntarnos qué entendemos por literatura? En ambos casos habrá un amplio margen para la concordancia y/o la divergencia. Toda respuesta será un acercamiento, y siempre, todo acercamiento es parcial, en el doble sentido de la palabra: parcial por no cubrir todo el espectro de significado y parcial por ser un esbozo de pensamiento individual que toma partido.

 

Según la Real Academia Española, «literatura es el “arte de la expresión verbal” (entendiéndose como verbal aquello “que se refiere a la palabra, o se sirve de ella”) y, por lo tanto, abarca tanto textos escritos (literatura escrita) como hablados o cantados (literatura oral)». Esta definición no refleja el paso del tiempo, y con esto, los cambios en relación a lo que hoy se entiende por literatura. En un comienzo los textos literarios fueron compuestos para ser cantados y/o recitados, en la actualidad la escritura privilegia la literariedad, en contraposición con el lenguaje de uso común. El lenguaje literario es más estilizado, está destinado a la perdurabilidad; muy diferente de las expresiones de la lengua de uso común, destinada a su consumo inmediato y por lo mismo usa un lenguaje más liviano y hasta pasajero.

Actualmente el término literatura es polisémico, estos podrían ser algunos de sus significados:

Arte que emplea como medio de expresión la palabra escrita.

Conjunto de las producciones literarias de una nación, de una época o de un género.

Conjunto de obras que versan sobre un arte o una ciencia.

Conjunto de conocimientos sobre literatura.

Tratado en que se exponen estos conocimientos.


María Moliner en su Diccionario de uso del español la define en su primera acepción como: «el arte que emplea la palabra como medio de expresión, la palabra hablada o escrita» Estamos ante una definición posible de ser interpretada en dos sentidos; una, que se insiste en algo ya superado. Lo cual nos remite a que primero está el uso, que muchas veces transgrede la regla y luego, al ser aceptado por vastos conglomerados humanos, pasa a ser regla de uso general. La otra que, hace referencia a lo hablado en términos de dialogo de los personajes o monologo interior cuando el autor nos transmite lo que un personaje piensa. Pero si nos remitimos a que antes ha dicho… la palabra como medio de expresión… estamos en el limbo de la ambivalencia. En todo caso los idiomas son algo vivo, en constante movimiento de uso y desuso, por lo mismo una definición tendrá siempre algo de significación inadecuada.

En sentido moderno, pudiéramos concordar en que la literatura es un arte que se presenta escrito.

 

El detalle siempre en cuestión es, si el arte de la escritura tiene un sentido práctico: el arte no es un manifiesto ni una declaración ética ni una incitación a la rebelión, pero el artista manifiesta un estado de ánimo, comparte una visión y con su arte puede mostrar, interrogar, responder, criticar, plantear dudas, entregar respuestas, hacer proposiciones, siempre y cuando no se salga de lo artístico. Si me preguntaran ¿para qué sirve la literatura? lo primero que se me vendría a la cabeza como respuesta, sería: para nada. Los astrofísicos entregan una explicación posible de los inicios del universo, todo estaba contenido en una pequeña bola, algunos se aventuran a decir lo imposible, era más pequeña que un puño humano, en un momento, situado a unos 13 mil 787 millones de años. Esa pequeña bola explotó, es un comienzo situado muy cerca de la nada o mejor dicho, la nada era lo anterior a esta gran explosión, más por desconocimiento, que por certeza. Con ello quiero ejemplificar que de algo, que no tiene uso práctico, se extrae una totalidad perdurable, es decir, el sentido primario de la literatura es perdurar, de esta perdurabilidad se afirma el lector y ve más allá, otro asunto es en qué forma y dirección le sirve. Las leyes físicas nos dicen que la materia es energía y la energía es materia, nada se pierde, todo es un infinito de cambio permanente. Lo que sirve de la literatura tanto está, en el texto escrito como en el lector, en este juego dialéctico de poner claves y capacidad de descifrarlas en movimiento, sale el sentido, que ayuda, según cada lector asimile el texto escrito. Este sería el segundo propósito: se escribe como un acto artístico inconcluso, que será completado por la interpretación de un lector.

 

Veamos brevemente un resumen, no citas textuales, de cómo respondían los antiguos a esto de la utilidad de la literatura: 

Platón: es una forma de conocimiento, pero entrega una imagen «falsa» del mundo, en cuanto imitación del mismo.

Aristóteles: es placentera, por esa misma imitación y por la catarsis o liberación de emociones. Al contemplar una obra (se refiera a una obra de teatro), el espectador se reconoce e identifica con los personajes. Libera sentimientos de temor y piedad.

Cicerón, Horacio, Ovidio: la literatura sirve para enseñar y divertir.

Edad Media: deleitar para enseñar.

Renacimiento: deleitar

Tiempos modernos: para algunos la literatura, y el arte en general, solo tiene una función estética, para otros tiene un sentido social.

 

La literatura es un agente formador, deformador y reformador de la cultura, es uno de los tantos componentes de la cultura con el agregado de que viene y va, en otro sentido podemos decir, que es un viaje desde y hacia la cultura. Dicho esto como una totalidad. Visto en forma parcial es otro el asunto. Se dice que en literatura no hay nada escrito, por más que se hayan establecido unos géneros literarios y estudiado infinidad de veces los estilos, con todas las variantes del caso. Entendemos este aserto sobre la literatura como que en ella hay un amplio margen para otras formas, estilos y combinaciones. Así como el idioma es algo vivo, también lo es la cultura y la literatura, solo que muchas veces las capacidades para verla y entenderla están supeditadas a unos condicionantes, no siempre vistos, estudiados, valorados o comprendidos, en una simbiosis dialéctica de ideas en movimiento y seres humanos respondiendo a las variantes que impone la vida en una sociedad de relaciones desiguales.

La literatura es primero que nada creación, recreación, visión, proyección, prolongación de una persona, el escritor, inmerso en un conjunto social, que se expresa con las limitantes y genialidades que toda persona puede tener. En tanto hecho en sí, es un acto solitario, se escribe desde una persona inmersa en su realidad concreta, en sus pensamientos y creaciones mentales, las transmite acorde a sus capacidades para poner su pensamiento en comunicación con otros, ajenos totalmente al hecho de ese acto de creación. El mérito del escritor tiene una relación directa con el dominio que este tenga de sus herramientas: las palabras, sus usos y valores para un potencial lector. Escribir es un acto solitario destinado a otros muchos que entran al mundo relatado, también en forma solitaria. Esto habla de la literatura como un hecho destinado a la lectura, lo cual supone una cierta capacidad del lector para descifrar los mensajes. Lo terrible es que en un mundo de casi ocho mil millones de personas, todas potenciales lectores, hay un porcentaje (lo cual supone una situación inmoral) de personas que no saben leer, otro porcentaje bastante alto, sabe leer pero no practica, y si lo hace, no comprende los mensajes que lee. De lo que resta, tenemos la dificultad de los casi tres mil idiomas que se hablan en el mundo, el público potencial queda reducido drásticamente a una ínfima proporción de la población total. Para peor, la escritura como objeto llamado libro, está destinado a ser vendido, se rige por las leyes del mercado o el libro habla de trivialidades o pocas veces es un objeto vendible, restringiéndose así mucho más los potenciales lectores. Duro oficio el escribir para un ínfimo porcentaje de personas.

Hace ya tres décadas, la revista mexicana Proceso, publicó una artículo que hablaba de un estudio realizado en Gran Bretaña, dicho estudio concluía algo tremendo: por cada escritor conocido internacionalmente y que vive de su trabajo, hay diez mil que no son conocidos ni pueden optar a vivir de su arte. Lo paradójico es que este grupo (de los diez mil) de escritores anónimos mueve la literatura. Mucho tiempo atrás visitó la Universidad McGill, una Universidad de habla inglesa en Montreal, el afamado escritor Carlos Fuentes, era un acontecimiento mayor. En su visita se gastó una respetable suma, en honorarios al escritor, pago de pasajes, hotel, comida y otros. Al momento de la cita había cuarenta personas. En la misma ciudad, tiempo después un desconocido escritor presentó un libro suyo, había 130 personas, no había nadie de la Universidad.

Si nos detenemos unos instantes en lo que demuestra la mecánica cuántica, tendremos hechos imposibles que componen lo que tenemos por real. Se nos dice que los átomos son algo así como una mosca en una catedral, eso sería el núcleo, las partículas, no se verían, pero allí están revoloteando a gran distancia, alrededor de la mosca. Lo imposible entonces es que la materia es, en un enorme porcentaje, espacio vacío. Pero ¿a quién le puedo demostrar que una piedra, un hierro, un tronco son vació? Meto una mano al bolsillo y muchas veces no hay nada, sin embargo, no puedo meter una mano en una piedra, aunque esta esté compuesta por átomos y estos sean 99,9% vació. Otro imposible a tener presente se reduce a la esencia misma de la mecánica cuántica: todas las probabilidades están abiertas, la realidad es, nada más ni nada menos, la probabilidad que se ha concretado.

 

Volviendo al tema de la literatura, nos encontramos con uno, de diez mil escritores, que llega a una cima ¿qué de sólido hay en eso? quizá lo único que lo posibilite sea un algo, quizá un cuanto, una suma de algo extra literario. Para ilustrar este punto recurro a dos hechos: Eduardo Galeano envió su libro, en ese momento inédito, al concurso de Casa de Las Américas, le dieron el premio a otro ensayo que no ha resistido la prueba del tiempo. Una vez publicado, Las venas abiertas de América latina, se volvió esencial y ha sido reeditado cientos de veces. En otra oportunidad, el mismo escritor envío al mismo concurso una novela, creo la más imposible que haya leído, le dieron el premio Casa, hoy es una novela olvidada. Esto demuestra dos cosas: la literatura no es una ciencia y por lo mismo está sujeta a los vaivenes de los lectores, en otras palabras la literatura es un asunto subjetivo. Los más entendidos se equivocan, los menos entendidos aciertan. ¿Es un acertijo? Simplemente que en escrituras y en lecturas, siempre un hecho individual, hay influencias externas, resabios culturales, subjetividades y otros rubros que nublan el entendimiento. Todo esto para ilustrar que el hecho de llegar a una cima no es el objetivo final de un viaje, la meta final es resistir la prueba del tiempo y para ello, una obra literaria debe lograr tres componentes:

1 hablar de asuntos con cierto alcance universal,

2 construir el relato para ser leído con agrado,

3 conocer los asuntos de que habla.

 

Pudiéramos decir que la literatura es lo que se publica, se lee, se crítica. No lo diremos pues el hecho literario va más allá de estas tres condiciones. Antes de profundizar en este punto tengamos presente que los escritores son un conglomerado no solo disímil, sino también desigual en las oportunidades para presentar lo suyo ante el «gran público»:

1 Uno de diez mil escritores logra algo de estrellato, poco importa en esto la calidad, una palabra que nada dice de la carga subjetiva que tiene toda lectura.

2 Entre los diez mil hay un porcentaje menor, que logran destellar, sea por publicar algunos libros, recibir crítica, etc.

3 En otro segmento están los más, que publican en baja escala, sin recibir atención a sus dignos trabajos.

4 Hay otro sector que publica, sin que exista un criterio mínimo de calidad, pues es un simple negocio de algunos editores sin ética.

5 Y más abajo tenemos una cantidad no despreciable de escritores que nunca publica una de sus obras.

 

Esta categorización perfectamente puede servirnos para confirmar que no todo lo que se publica es literatura ni resistirá la prueba del tiempo, no todo lo que se publica tendrá el mínimo apoyo para llegar a los lectores. Esta confirmación nos sitúa en la paradoja: hay libros desechables que logran llegar a un público, hay libros desechados por los diversos mecanismos del sistema, sin oportunidad alguna de llegar a un vasto público.

Hemos dicho que la literatura es un arte, y como toda manifestación artística, este arte es para ser contemplado, solo que en este caso la contemplación pasa por la imaginación del lector, en un sentido participativo, no solo ve, se emociona, con esta emoción completa el acto literario de escribir, editar, imprimir, leer y con esto se cierra el círculo, dando paso al análisis, el resumen y la capacidad de proyectar lo leído. La contemplación deja de ser un acto de inercia o un acto pasivo y pasa a ser algo activo de ideas en movimiento. Con ello pudiéramos decir que la literatura, siendo en su inicio un acto individual, pasa por un proceso de socialización, finalizando su ciclo en un acto colectivo, es decir la literatura, para que lo sea ha de ser un hecho social, tanto como obra construida socialmente y para la sociedad y como obra de arte inmersa en un conglomerado social y por lo mismo no puede ser ajeno a la sociedad en que se produce. Con esto estamos diciendo nada más y nada menos que la escritura, refleja, en forma distorsionada la sociedad de la cual proviene y se produce en razón de unas expectativas, sin que esto signifique una condicionante objetiva del escritor, simplemente nadie ni nada humano puede estar al margen de como se relacionan los seres humanos.

En algunos casos, la contemplación en la literatura y en el arte puede ampliar nuestro horizonte estético, nuestro horizonte moral, nuestra percepción de las condiciones socioculturales de un período y un lugar, etc., sin embargo, no existe un propósito general, pues todo texto literario es diferente y pareciera no haber un rasgo común que los encierre a todos. Diría, sin temor a equivocarme, que sirve para el deleite de ser testigo y juez y desde allí elevarse, moralmente hablando. Estoy consciente que este enunciado no sirve para todo la literatura, pues hay una, mayoritaria en el segmento1 de escritores, que producen acorde a las reglas del mercado, con el afán solo de entretener sin otra proyección que la enajenación, y hay otros escritores en el segmento 4 que hablan desde su persona sin lograr que lo suyo tenga universalidad.

En este sentido lo que más abunda en la literatura son hechos no literarios: frustración, ego, adulación, mito, aprovechamiento, confusión, escapismo, falta de ética, poca solidez intelectual, todo dentro de las leyes del intercambio social desigual. Hechos y situaciones que restringen la literatura, en su mayoría, a un hecho que no logra romper la costra del sistema y pasar a ser algo perdurable que ilumine todos los rincones de la sociedad.

La literatura no es una, son muchas, diversas, disimiles, más cerca o más lejos de un centro, a veces situado sea en la ganancia, en el ego, en lo personal, en el mito de que se puede “triunfar”, en la utilidad social; algunas literaturas se centran en el arte, a partir de ahí se construye una estética con ética. 

 

Aquí llegamos al punto x, la perdurabilidad. No perdura una obra por que ciertos estudiosos alaben sus méritos y las editoriales gasten dinero promoviendo al escritor, recordemos que en la literatura hay mucho de negocio. Sin embargo lo que perdura es no tanto lo fabuloso de su relato o un estilo depurado sino lo que nos acerca a un mundo ya ido o por venir, no como un fatalismo sino como una probabilidad, susceptible de transmitirnos todavía una voluntad de crítica y por consiguiente, de cambio.

 

Nos dice María Moliner en su Diccionario de uso del Español, a propósito de sociedad: «La humanidad considerada como conjunto de seres humanos que conviven y se relacionan unos con otros».

Magnífica definición, solo que la realidad está algo lejos de ser así. La humanidad toda no es una sociedad, hay muchas, muchas más que países hay en la Tierra, el conjunto de los seres humanos no se relaciona, las relaciones son, en primer lugar, de tipo económico y estas definen la organización social. Las relaciones sociales se dan en pequeños grupos, en cuanto a la convivencia, pudiera ser aceptable sí tomamos como marco la tierra entera o un país o una ciudad u otro espacio donde habitan los seres humanos, no se convive en conocimiento y respeto del otro, se convive sobre viviendo las angustias que la cotidianeidad produce, más que convivir, se contra vive unos contra otros, pues lo fundamental se da en el terreno de protegerse de otros seres humanos, no en balde se dice que el peor lobo del hombre es otro hombre. Ejemplifican esto, los diarios asaltos a la convivencia: guerras, odio, represión, asesinatos, robos, asaltos, violencias, violaciones, mentiras y una larga lista de agravios. La mejor caracterización de la sociedad humana sería su inhumanidad, la indiferencia. La forma de relacionarnos nos transforma en cifras en contra, objetos de uso y desuso, cosas manipulables, sin embargo, lo que hace la diferencia es la solidaridad, en este terreno vemos al otro, nos proyectamos, humanamente hablando. La historia humana esta llena de hechos execrables, pero lo que nos humaniza sigue su curso hacia una sociedad, ya no solo ideal sino tremendamente necesaria y por lo mismo, posible.

Si nos detenemos en un conjunto de seres humanos que comparten un territorio llamado genéricamente país, veremos que en el hay diversos intereses, diversas visiones, diversas situaciones de vida, diversas esperanzas, muchas veces en contradicción de unidad y lucha de unas personas contra otras. En términos generales, hay una sociedad que oculta sus lados oscuros y se esmera en presentarse como lo óptimo. En el plano de las ideas en lucha, hay otra sociedad, la que espira al florecimiento de lo mejor humano, pasando por la indiferencia, la ignorancia, las falsas ideas, los prejuicios, la evasión, el oportunismo, el cinismo, es decir, una sociedad no es una, son muchas coexistiendo bajo muchas formas de aproximación, en un entramado de convivencia entre teatro y sueño. Teatro como escenificación con todos sus grados de hipocresía, bajos instintos y hechos repudiables sin que falten los sublimes que nos animan a seguir y nos salvan de la locura, aunque muchas veces la cordura pueda ser puesta en duda. Sueño visto como lo irreal de la pesadilla de sobre vivir o la esperanza de días mejores, mientras tanto nos acomodamos como podamos, en un letargo de vigilia.

 

¿Qué tiene de real la literatura? Quizá lo mismo que tiene de irreal la vida, la lectura de obras literarias nos adentra en un mundo que se «materializa» en sus detalles virtuales, algo nebulosos, en la mente del lector, pero antes estuvo en la mente del escritor, solo que en este caso, es más bien un juego, pues al momento de estar escribiéndose la obra, el autor es un lector con un poder extra, puede borrar, cambiar, agregar palabras, imágenes, situaciones, en cambio el lector está solo con su capacidad de descifrar los contenidos y proyectarlos en su imaginación, una vez situada la obra en este teatro virtual la literatura completa un ciclo y pasa a la perdurabilidad o al olvido.

Estas palabras casi finales bien pudieran haber sido escritas al principio, se dice en matemáticas que el orden de los factores no altera el producto, esto es verdad con los números, en cambio en el terreno de las artes: según sea el orden, será el producto. Al colocarlas en el último párrafo ¿Pretendo un golpe de efecto? ¿un llamado de atención? Muchas veces en los gestos no hay intencionalidad, simplemente están en un lugar y tiempo y al estar, producen un efecto al margen de toda intención. No pretendo dialogar con otro que no sea un potencial lector, no para mostrar erudición, llenar requisitos académicos ni estar de acuerdo o en desacuerdo con quienes en otra época y lugar hayan escrito sobre el mismo tema. Muchos han sido y mucha agua ha pasado bajo los puentes, hoy requerimos una visión distinta, estamos en proceso de efecto sin regreso, justo en los momentos, absolutamente breves y definitorios, en que si no corremos por una solución, que ha de tener mucho de improvisación y heroicidad, llegaremos tarde al punto del no retorno, en ese trance ya poco, casi nada servirán las palabras, las obras, lo estético, las ficciones, los mitos y todo aquello inmenso que conforma el acerbo cultural de la humanidad. La civilización humana estará en vías de extinción. Mientras los menos aptos, por su inteligencia y voluntad, estén donde no deben estar, en posiciones de poder con los pulgares hacia abajo, y las personas de inteligencia y saber estén en oscuros rincones, supeditados a lo nefasto u ocupando su tiempo en sobrevivir como mejor puedan, la única esperanza es un arte de sobresalto, de escaramuza, de ataque y repliegue, de duda y certeza.

La sociedad tiene una responsabilidad hacia el hecho artístico y hacia los artistas, que sea efectiva esta responsabilidad pasa por una valoración de lo estético, del desarrollo del potencial creador de las personas por medio de la lectura. Ya no basta con unos cuantos dulces a unos pocos. Lo podemos poner en “sobresalto” o en “crítica mortal.” En casi todos los casos, los ejércitos y las fuerzas policiales son máquinas de matar, entramados de corrupción y autodefensa, que poco, casi nada, aportan al país. En ellos se gastan enormes recursos y reciben beneficios sociales y económicos, en cambio, sea en aporte a la cultura y en aporte a la economía, los escritores, los artistas en general contribuyen, lejos, mucho más que quienes perfectamente pueden ser vistos como entidades parasitarias. La pregunta es ¿cuánto invierte el país en sus creadores de arte? lejos, mucho menos que lo que invierte en lo que no funciona. Si se dedicaran esos recursos, mal empleados en maquinarias funestas, a la valoración y desarrollo de los aportes de sus artistas, el cuadro sería otro superior en humanidad, en dignidad y capacidad de encontrar soluciones.

 

Entonces, ¿de qué servirían estas palabras si en ellas no hay una intencionalidad de cambio? De nada. Para que esto no sea un fatalismo de palabras al vacío, preconizo que bien podemos improvisar una literatura de extremos, de soluciones, de saltos hacia adelante, de crítica mortal al mortal sistema. Esto pasa por autores en su papel de artífices de lo nuevo y por los lectores en su papel de críticos para un cambio de paradigma. Arte para ampliar nuestros horizontes imaginarios, ampliar nuestras capacidades intelectuales y proyectar hacia las sociedades todas, la visón de lo imposible abriéndose camino.

Abogo por un arte de nuevo tipo, lo cual será posible si contamos con cultores de su arte, que estén más allá de sus egos y por lo mismo no sean manipulables por las mezquinas leyes del mercado. Arte ético, arte en conciencia. Revolución cultural.


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