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giovedì 25 maggio 2017

LA BIOPOLÍTICA Y LAS NUEVAS FORMAS DE PODER, por Alberto Borregales (Ruptura/Utopía Tercer Camino)

El panóptico de Jeremy Bentham dibujado por Willey Reveley, 1791
Actualmente estamos asistiendo en Occidente a una profunda transformación de los mecanismos de poder. Pasando por las lecturas claves del anarquista Piotr Alekséyevich Kropotkin (Las Prisiones), Filosofía penal de José Gil Fortoul, De los delitos y de las penas de Cesare Beccaria, En la colonia penitenciaria de Franz Kafka, 1984 de George Orwell, Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión de Michel Foucault, “las sociedades de control” en Gilles Deleuze.
Podríamos decir que se van instaurando en el sistema panóptico-social que se instituye, sobre todo en los órdenes “socialistas”, “comunistas”, totalitarios y las modalidades de terrorismo contemporáneos bajo dos posibles formas: una, como poder sobre la vida (las políticas de la vida biológica, entre ellas las políticas de la sexualidad), y la otra como poder sobre la muerte (el racismo).
En consecuencia se trata, en definitiva, de la estatización de la vida biológicamente considerada, es decir, del hombre como ser viviente.
Los temas biopoder (biopouvoir), biopolítica y disciplina se encuentran en el último capítulo de “La voluntad de saber” (vol. 1 de Historia de la sexualidad, tres tomos) y en la clase del 17 de marzo de 1976 del curso “Il faut défendre la société” (“Defender la sociedad”) –dos textos fundamentales, ambos de Foucault, de referencia acerca del biopoder–.
A partir de la denominada discusión entre modernidad y posmodernidad, los planos rupturales que se vienen dando en el Viejo Continente (caída de la Cortina de Hierro, unificación de las dos Alemanias, Mayo francés, caída del Muro de Berlín, las propuestas musicales como discurso rítmico-sonoro de los márgenes creativos, al estilo de Pink Floyd, Talking Heads y David Byrne, Robert Fripp y King Crimson, Mike Oldfield, el legado de Human Nature de Miles Davis, Michael Brecker y Steps Ahead y una cantidad brutal de elementos imaginativos a manera de dispositivos pulsionales y en el área de una tremenda economía libidinal que trata a toda costa de luchar contra los planos represivos totalitaristas y hegemónicos de un pensamiento uniforme basado en la igualdad distributiva de la pobreza frente al deseo como potencia y no como carencia.
El antiguo derecho del soberano de hacer morir o dejar vivir es reemplazado por un poder de hacer vivir o abandonar a la muerte. A partir del siglo XVII, el poder se ha organizado en torno a la vida bajo dos formas principales que no son antitéticas, sino que están atravesadas por un plexo de relaciones: por un lado, las disciplinas (una anátomo-política del cuerpo humano), que tienen como objeto el cuerpo individual, considerado como una máquina; por otro lado, a partir de mediados del siglo XVIII, una biopolítica de la población, del cuerpo-especie, cuyo objeto será el cuerpo viviente, soporte de los procesos biológicos (nacimiento, mortalidad, salud, duración de la vida).
El biopoder ha sido un elemento indispensable para el desarrollo del capitalismo, sobre todo hoy que vivimos un post-capitalismo global de gran magnitud. Analicen el marco referencial de la re-fundación de los países de la UE.
En este sentido estamos en una dimensión social o fenómeno de otro tipo y quizás de mayor amplitud que esta novedosa moral –que parecía descalificar el cuerpo– inserta en la historia en construcción a la vida misma.
Por primera vez, y este es el sentido hoy de hacer la “gran política” (F. Nietzsche) y no escatimarse más en valorar el sentido histórico de una serie de acontecimientos continuos que nos hacen revisar el pasado y repetir los mismos errores que causaron las subalternas fatalidades.
En consecuencia, el biopoder ha servido para asegurar la inserción controlada de los cuerpos en el aparato productivo y para ajustar los fenómenos de la población a los procesos económicos.
De esta forma el sexo funciona como bisagra de las dos direcciones en las que se ha desplegado el biopoder: la disciplina y la biopolítica. Cada una de las cuatro grandes políticas del sexo, ya nombradas anteriormente, que se han desarrollado en la modernidad ha sido una manera de componer las técnicas disciplinarias del individuo con los procedimientos reguladores de la población (M. Foucault, Seguridad, territorio, población, FCE, 2006). Dos de ellas se han apoyado en la problemática de la regulación de las poblaciones (el tema de la descendencia y la salud colectiva) produciendo efectos a nivel de la disciplina: la sexualización de la infancia y la histerización del cuerpo de la mujer. Las otras dos, inversamente, se apoyan en las disciplinas y obtienen efectos a nivel de la población: control de los nacimientos, psiquiatrización de las perversiones.
Así como hoy es vital entender que los efectos políticos supranacionales trascienden la soberanía de los pueblos, ya caducados y deslegitimados en la esfera global del desarrollo de las nuevas formas de socialización entre los cuerpos. Ya no interesa el planteamiento jurídico de la soberanía, sino aquella biológica, de una población. Por ello la importancia creciente de la norma y, consecuentemente, de la normalidad, en detrimento del sistema jurídico y de la ley. Véase por ejemplo el actual dictamen supranacional de la sanción impuesta al Tribunal Supremo de Justicia.
Esta novedosa forma de poder, a la vez individualizante y totalizante, es para Foucault la característica fundamental del poder moderno.

EL PANÓPTICO CÍVICO-CUARTELARIO ACTUAL

El “poder organizado” en términos de “soberanía” se volvió inoperante para manejar el cuerpo económico y político de una sociedad en vías de explosión demográfica y, a la vez, de industrialización. Por eso vemos como esta dirigencia “gubernamental” va hacia atrás, incluso peor que en la hacienda gomecista latifundista de nuestro pobre desarrollo histórico.
Las escuelas, los cuarteles, los asilos, los hospitales, los correccionales, las universidades, las cárceles, las fábricas, incluso la sociedad entera se han convertido ya hoy en un panóptico. Vivimos nada más y nada menos que “el gran encierro”.
En estos espacios y lugares se entra para ser clasificado, medido, normalizado, curado, reprendido, formado, conformado, reformado, castigado, convertido en miembro forzoso o aquiescente de una institución racionalmente codificada.
Para Foucault, en la sociedad moderna el cuerpo sufre una inscripción disciplinaria en nombre de la racionalidad organizada, una inclusión forzada e institucional que inaugura un nuevo modelo de sociedad: la sociedad disciplinaria. En este sentido podemos afirmar que el siglo XVIII organiza un vasto campo de concentración, la instauración del mundo del orden a través del rechazo del otro, del diferente, de la alteridad. Es así como emerge la obra de Miguel de Cervantes en un cuadro anticipado de nuestra escisión como sujetos, lo que Freud designará como Spaltung en el nivel de su psicoanálisis contemporáneo para explicar nuestro malestar en la cultura. Sancho Panza como el sublime organizador del advenimiento de una razón destructiva y Don Quijote como el personaje que encarna la sin-razón en un mundo que está por construirse y que deviene en lo que somos en este presente: “hombre esquizofrénico del siglo XXI” (King Crimson).

LA SOCIEDAD DE CONTROL

Caracterización histórica: a fines del siglo XVIII surge un proyecto para realizar una prisión, presentado especialmente en Francia luego de 1789. Hay en ese entonces un pensamiento que campea llamado Iluminismo, también Ilustración y Siglo de las Luces. El panóptico no sólo será una demostración de este pensamiento, sino que será el pensamiento iluminista en sí mismo. La mirada y la luz que surca los cuerpos son una preocupación del iluminismo reinante en esa época, por ende se la vislumbrará en el panóptico con todo su esplendor.
En el panóptico no sólo tenemos una mirada omnipresente, sino que también el vigilante será controlado para buena consecución del fin.
Es una estructura semicircular, con habitaciones que estén abiertas hacia el interior de un patio y cerradas hacia afuera. En el patio, en el medio del diámetro encontramos una torre; de la misma se ve hacia las habitaciones que dan al patio.
Michel Foucault (1926-1984) © Alexis Duclos
En la torre se sitúa el vigilante constantemente, o al menos esa será la idea que tendrán las personas que estén en las habitaciones. Por esta facilidad para contemplar a las personas de las habitaciones y a su vez la presunción que crearía el sentirse vigilado harían más económico este sistema por sobre los otros. Su creador, Jeremy Bentham, no sólo lo propone como modelo de prisión, sino que lo postula para ser hospital, escuela, lugar de trabajo y las modalidades expuestas anteriormente.
En conclusión, el poder disciplinario “es una cierta forma capilar, una modalidad mediante la cual el poder político y los poderes en general logran, en última instancia, tocar los cuerpos, aferrarse a ellos, tomar en cuenta los gestos, los comportamientos, los hábitos, las palabras; la manera, en síntesis, como todos esos poderes, al concentrarse en el descenso hacia los propios cuerpos y tocarlos, trabajan, modifican y dirigen (…) las fibras blandas del cerebro” (M. Foucault, El poder psiquiátrico, FCE, 2005).
La premisa básica de que “… no es que las cárceles estén superpobladas, sino que la población está superencarcelada” se cumple hoy con este sistema de gobernabilidad que estamos padeciendo.
¡No hay afuera!… Yo soy su ejemplo.


Alberto Borregales (Caracas, 1957), licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad Central de Venezuela, es músico percusionista y maestro timbalero.

En la propagación y/o reedición de este texto le rogamos citar la fuente: www.utopiarossa.blogspot.com