Soy de los que cree que la educación que se tiene hoy, al igual que ayer, niega la tolerancia para evitar que la diversidad pueda aportar en el propio campo de la pedagogía caminos de redención social, tolerancia que hay que verla como un valor innato del ser humano, como cualidad que nos permite convivir, compartir, con el que de alguna u otra manera es diferente a nuestro pensamiento, para poder construir, elaborar, en el hecho pedagógico, un sendero de respeto y dignidad por el otro y más aún cuando se trata de los educandos.
Todo gobierno, llámese “socialista” o capitalista, impone, ordena, obliga, ejecuta a través del llamado poder del estado su identidad ideológica y política dentro del sistema educativo, donde el educando es la víctima, pero no solamente el alumno es el sacrificado o el domesticado. ¿Dónde queda el maestro dentro de estas relaciones de poder?- ¿Qué papel ejerce en la acción “pedagógica”?- ¿Cuál es su función o su rol dentro del “sistema educativo”? Todos sabemos que el Estado controla los currícula del sistema educativo, que genera una enseñanza de tipo instrumental y acrítica acompañada de una carga ideológica que necesariamente tiene que responder a los intereses de la clase que se encuentra en las esferas de ese poder. Aquí podemos indicar que también ese maestro paso por la misma escuela, por lo tanto el adoctrinamiento es el mismo, su obediencia al patrón (el Estado) es de manera incondicional, porque sabe que al desobedecerlo pierde su trabajo. Esto hace que no tenga un pensamiento independiente, que esté permanentemente bajo coerción y amenaza, sin olvidar que los sistemas educativos a lo largo de su historia no han dejado de interpretar un papel institucional al servicio del poder, que controla, vigila y coerciona. Una vez que se ha “educado” al maestro en sus respectivas escuelas “pedagógicas” y se le ha socializado de una manera que apoya las estructuras de poder, éste obtiene su respectivo “salario” por el cual comienza a depender. En éste sentido, el poder espera y obliga a que se comprometan de manera incondicional en la de reproducir la ideología dominante y en justificar y favorecer los intereses de los que administran el estado.
Los pedagógicos o llamadas escuelas pedagógicas crean en cada docente la llamada autocensura, donde el propio educador se interroga antes de iniciar cada faena dentro de la cotidianidad de su trabajo docente: ¿qué debo decir?- ¿qué no debo decir?, de todas maneras llega a la siempre conclusión: debe actuar en el marco de lo permitido, de la obediencia, es allí donde al docente no se le permite el desarrollo de un pensamiento independiente y liberador, porque de hacerlo se convierte en una amenaza que pone en riesgo el pensamiento del que domina.
Desde luego, que todo esto forma parte de una “construcción pedagógica” que se forma en el maestro o profesor en los respectivos niveles del Sistema Educativo, como reflejo de la información-formación durante su proceso de escolaridad. En medio de éste ambiente la educación, en vez de convertirse en un acto de amor, refleja el desamor, se convierte en un acto de cobardía frente al opresor, niega la opinión, la discusión y el debate, no estudia ni analiza la realidad, huye de la discusión ontocreadora, que convierte ese proceso educativo en una verdadera farsa, que sólo favorece al opresor, para reproducir la relación dominante-dominado.
Es imposible entonces aprender a opinar, discutir, debatir, crear conocimiento en un sistema educativo que es impuesto y responde a los intereses que se mueven dentro de ese poder. Un sistema educativo que impone los contenidos y por lo tanto impone las ideas, donde se dictan las clases y niega el debate, la contra posición, las otras propuestas de otros saberes.
Es un sistema educativo que como dice Paulo Freire se ve al alumno como un depósito donde se le indica que debe aprender, donde no hay comunicación entre educando-educador y por lo tanto niega el diálogo, construyendo una matriz acrítica. Se impone una “disciplina” que el educando no comparte y por coerción sólo se acomoda y se adapta a la misma. Una educación cuyo “conocimiento” no le da instrumentos al educando, ni medios para pensar originalmente, por el contrario se le imponen reglas de los “saberes”, para que las aplique automáticamente y las guarde, por lo tanto niega la recreación y la reinvención.
De allí, la gran conclusión: Tanto en los países del así llamado “socialismo” como en el capitalismo, la educación ha sido y sigue siendo un instrumento ideológico para la dominación.
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