Si hay algo que revisar en las llamadas democracias, son sus formas de “expresión popular”, pues las mismas no representan lo que dicen representar, ya que sus procesos electorales donde se vota, pero no se elige, se encuentran atrapados por los partidos políticos, partidos políticos que eligen a sus candidatos, candidatos que representan la expresión de cúpulas con intereses muy marcados en sus aspiraciones por el poder, poder que utilizan después para dominar, domesticar, manipular y alienar a los que de una u otra forma militan en los mismos.
Es de hacer notar, que cuando alguno de esos partidos toman el poder formal, independientemente de su identificación ideológica y al plasmarse en formas de gobierno, terminan estableciendo relaciones de dominación que se instauran a nombre de un “Estado”, donde el poder se expresa en la verticalidad del mismo, para implantar marcadas diferencias de clase y los privilegios sólo quedan al lado de los que dominan y la llamada “OPOSICIÓN” queda disfrutando de sus respectivas cuotas de poder a través de una Alcaldía, una diputación o cualquier otra estructura burocrática, que les permita mantener su clientela electoral, esto conlleva a formar la llamada clase política, llena de privilegios y totalmente divorciada de las aspiraciones de los que votaron por ellos.
De allí, que la democracia que conocemos está muy lejos de lo que realmente significa y más si la referimos desde el punto de vista conceptual y etimológico de lo que realmente es y representa. Nuestra democracia no es otra cosa que una triste caricatura, que oculta su verdadero rostro represivo y alienante, en una suma de perversidad que libera sus más oscuros intereses, haciéndolos aparecer como libertarios, pero que en el fondo sólo se manifiestan los intereses de clase de los que poseen el poder.
Fabricio Ojeda, quien fuera presidente de la Junta Patriótica, en su carta de renuncia al Congreso de la Republica sostenía que: “La democracia no ha sido otra cosa que medio para ese engaño, para esa mentira, para esa farsa vergonzosa. A través de la prédica insincera de sus postulados y noblezas se ha oprimido, se ha vejado, se ha explotado al pueblo. La democracia que defienden quienes oprimen y roban en su nombre ha servido solo como escudo para la ignominia, la podredumbre, la corrupción y la desvergüenza de quienes sirven a intereses extraños y de quienes entienden la democracia como instrumentos de apetitos subalternos”.
Hoy, esas palabras de Fabricio no dejan de tener vigencia, sus análisis en esa carta y en su libro La Guerra del Pueblo se plasman y se materializan en la crisis que en la actualidad vivimos con un gobierno que se dice ser revolucionario y que resulto tan reaccionario como los anteriores, entregando la soberanía del país y sus riquezas a los grandes conglomerados del gran capital y sus respectivas empresas mixtas.
¿CAMBIAR EL GOBIERNO?
Hay quienes creen, que para salir de la crisis política, social y económica que vive América Latina y con mayor agravio Venezuela, basta convocar a un referéndum y cambiar un gobierno por otro gobierno, un partido por otro partido, unos hombres por otros hombres o unos ladrones por otros ladrones; la misma historia nos ha dado la respuesta, puesto que no se trata de eso, se trata de entender que los modelos de sociedad que hasta la presente se ha dado en el mundo, llámese socialismo o capitalismo, no fueron capaces de resolverle el problema a los pueblos, pues los mismos sirvieron y siguen sirviendo a los intereses y las reglas que el gran capital ha impuesto en el planeta y con mayor fuerza en el mundo globalizado.
Cuando señalo que la misma historia nos ha dado respuesta, basta con recordar y analizar que pasó en Venezuela el 23 de enero de 1958, la dictadura cayo, se cambió el gobierno, se dijo que la democracia sacaría a flote el país, pero no se cambió el modelo de sociedad y el capitalismo seguiría cabalgando sobre la miseria que le deja a los pueblos, bajo la complicidad de los partidos políticos de la llamada derecha y la izquierda permitida, que se reparten el botín en cada proceso electoral que convocan.
Acerca de éste escenario, Fabricio nos dio una lección y al referirse a la fecha citada nos decía en su carta de renuncia al Congreso, antes de irse a la montaña en su condición de Comandante guerrillero, que “el 23 de enero, nada ocurrió en Venezuela, a no ser un simple cambio de unos hombres por otros hombres”. Hoy podemos decir con las mismas palabras de Fabricio que el 4 de febrero y el 27 de noviembre del año 92 “… nada ocurrió en Venezuela a no ser el simple cambio de unos hombres por otros al frente de los destinos públicos. Nada se hizo para erradicar los privilegios ni las injusticias. Quienes ocuparon el Poder, con excepciones honrosas, claro está, nada hicieron para liberarnos de las coyundas imperialistas, de la dominación feudal, de la opresión oligárquica. Por el contrario, sirvieron como instrumento a aquellos intereses que gravitan en forma negativa sobre el cuerpo desfalleciente de la Patria”.
ELIMINAR LA ESTRUCTURA BUROCRÁTICA
De allí, que independientemente de la opinión que se tenga acerca del Estado, hay que reconocer que en la práctica y en nuestra propia realidad latinoamericana el Estado es una copia del colonialismo eurocentristas y además su figura sólo ha servido para consolidar en el poder a las clases dominantes que, dicho sea de paso, se encuentran y están al servicio de los grandes conglomerados representantes del mundo globalizado.
Plantearse la salida de una civilización distinta a las conocidas hasta ahora, necesariamente pasa por la eliminación de esa figura bribona y siniestra llamada Estado -ya lo hemos dicho- en el nuevo plano societario que ha de nacer, producto de una verdadera y auténtica revolución impulsada por la voluntad colectiva de nuestros pueblos, donde las relaciones de mando vertical entre dominante-dominado, opresor-oprimido desaparezcan para siempre, no tiene cabida el llamado Estado, pues éste no permitiría nunca que el poder descanse realmente en los colectivos populares, donde surja de manera jurídica la reapropiación social de la ley, para darle horizontalidad a ese poder que ha de descansar en las comunidades.
En ese mismo plano jurídico político no podrá tener cabida la figura presidencial, a cambio ha de nacer –por ejemplo- una junta de administración elegida nominalmente. Los partidos políticos tampoco tendrán cabida y serán eliminados, igualmente gobernadores, diputados regionales y concejales ya que son expresión de una clase parasitaria y los alcaldes electos harán el papel de legisladores en cada estado y planificaran junto a las comunidades su propio desarrollo, de manera que el pueblo y sus expresiones genuinas sean los propios protagonistas de su historia y evitar que estos le roben los espacios de organización social a la población. Toda representación popular no podrá tener privilegios económicos ni políticos, pues la nueva civilización habrá de abrir los caminos para que esa democracia sea realmente una práctica para la libertad inquebrantable, indisoluble, firme y sólida. Esa libertad, esa democracia, tiene que ser por naturaleza antiimperialista, que haga honor al legado histórico dejado por nuestros libertadores.
EMANCIPAR LA HUMANIDAD
Pero de otro lado, también se está comenzando a dibujar otra realidad, pues en los diversos sectores patrióticos y revolucionarios de América Latina y el Caribe se está librando una rica discusión en todos los órdenes del conocimiento humano conocidos hasta ahora, que orienta el pensamiento crítico y reflexivo, en confrontación frente a las ideologías que hasta ahora han dominado al mundo. Pero lo mejor de todo éste ambiente geopolítico, teórico, filosófico, es que la discusión está abriendo brechas, sobre todo en nuestro continente Abya Yala, que va rumbo a la construcción de un pensamiento propio, alejado de la influencia eurocentristas y colonizadoras, que por muchos años han sido el obstáculo para la libertad plena en el más amplio sentido del contexto de la palabra, donde retomamos nuestros sueños y pensamos el futuro indicando que en el hoy la utopía es posible. Hoy, los movimientos que se han organizado fuera de las estructuras partidistas, y que seguimos creyendo y militando en la utopía, tenemos que ir más allá de la independencia económica y política de la patria, se trata también de emancipar en toda su integridad al ser humano y al planeta de todas las formas de dominación y alienación. De ahí que es importante darle el criterio de totalidad al concepto de emancipación de naturaleza humanista y extenderlo hacia un carácter más integral, no olvidando que hoy el gran capital amenaza de muerte la vida de sus dos fuentes de acopio de riqueza: a la humanidad y a la naturaleza.
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