La muerte de Pablo Rieznik nos priva de mucho más de lo que se imagina, de más de lo que ha sido dicho hasta el momento, sin restar ningún mérito a lo que se dijo. Lo conocí como “Aníbal” en 1971, en Córdoba sin duda, donde yo vivía y militaba, aunque no recuerde en que exacta circunstancia. Charlamos por última vez hace poco tiempo. En el medio, 45 años de relación política y personal, feliz o borrascosa, apuntando hacia un objetivo político e histórico común. Una infinidad de anécdotas. La certeza de haber conocido y querido a un ser humano singular, irrepetible e insubstituible. Quiero apuntar aquí algunas cosas básicas, a partir de mis recuerdos y experiencia. A finales de 1971, con 22 años, Pablo fue uno de los coordinadores del Congreso Nacional de la TERS (Tendencia Estudiantil Revolucionaria Socialista), hacia la formación de la ORJ (Organización Revolucionaria de la Juventud, como la llamábamos entonces), proceso que concluyó, a finales del año siguiente, con la creación de la UJS (Unión de Juventudes por el Socialismo) en un congreso realizado en la Facultad de Arquitectura de Buenos Aires, al que concurrieron más de mil jóvenes, de Buenos Aires, Mar del Plata, Bahía Blanca, Rosario y Córdoba, que era el “radio de acción” de Política Obrera, la organización trotskista creada en 1964. Pablo, estudiante de economía en la UBA, ya era un dirigente nacional de esa juventud, si no el principal, el más conocido públicamente. En 1971, yo era un recluta reciente, estudiante de historia y economía en la UNC (Universidad de Córdoba), incorporado a la TERS (y a PO) dentro de un grupo originado en la “izquierda nacional” (llamada entonces PSIN), corriente que había conquistado la dirección de la FUA (Federación Universitaria Argentina), en alianza con un sector de Franja Morada, en el congreso realizado en la Facultad de Ingeniería de Córdoba, a finales de 1970.
Dos años de edad nos separaban (sólo bastante después, las conversaciones “personales” no eran muy frecuentes entonces, caímos en la cuenta que habíamos frecuentado la misma escuela secundaria, el Colegio Nacional de Buenos Aires, en los años 60), pero ambos éramos miembros de lo que después se llamó “generación del Cordobazo”, referencia a la gesta de obrero-estudiantil de 1969, que en esa época no tenía ningún nombre, y mucho menos cualquier imagen mítico-romántica (“setentista”, o como se la llame). Pablo se había incorporado a Política Obrera en 1969, en la Facultad de Economía de Buenos Aires.
En 1971, por primera vez, la TERS tuvo delegados en un congreso de la FUA (la tendencia había participado en el congreso de 1970, con una fuerte agitación política, pero sin ningún delegado). Ese año, 1971, a mediados de año, Claudio Waisbord (principal dirigente de la TERS en Córdoba, célebre por la foto que lo retrataba “en acción” durante el Cordobazo, publicada en las revistas porteñas) y yo participamos como delegados de Córdoba (y de la TERS) en el CNC de la FUA (en Tucumán), de lo que nacieron algunas relaciones políticas, que acabaron siendo importantes (para Pablo, inclusive). Pablo y yo volvimos a Tucumán, donde “no teníamos nada”, al año siguiente, tejiendo una efímera alianza con la LIA, una agrupación estudiantil tucumana independiente que dirigía el centro de estudiantes de la Facultad de Derecho. En los congresos de la FUA de 1971 (en Ciencias Económicas de Córdoba) y, especialmente, de 1972 (después de las elecciones de centros de estudiante en Buenos Aires, en las que la TERS tuvo un gran desempeño), la TERS tuvo un número creciente de delegados. Pablo, en parte gracias a la alianza (un mini “frente de izquierda”) con la LIA, fue elegido miembro de la Junta Ejecutiva de la FUA (eran quince miembros, que se reunían públicamente). Creo que fue el primer militante de PO (o “del” PO, como ahora se dice) que ocupó un cargo político público de alcance nacional.
Entre 1971 y 1975 Pablo fue nuestro principal portavoz (orador) en los congresos de la FUA. Y también el principal dirigente en los congresos de la UJS: el último congreso de la UJS antes de la dictadura de Videla fue realizado clandestinamente en Buenos Aires en 1975, poco después del Iº Congreso de Política Obrera, en el que Pablo fue elegido miembro del Comité Central (después de una destacada actuación en el congreso). Era, desde luego, el principal responsable en las (numerosas) reuniones de la dirección nacional de la UJS realizadas por aquellos años. No eran reuniones ni congresos pacíficos: las divergencias y las discusiones, hasta violentas, eran corrientes; conducir todo a buen puerto no era tarea para cualquiera y, sobre todo, no era tarea para un burócrata (si lo hubiera sido, hubiéramos tenido por lo menos media docena de escisiones). Pablo fue el principal responsable por la conducción política de nuestra corriente juvenil en esa década revolucionaria.
Pero fue mucho más que eso. En 1970 - 1975, especialmente en los años finales de la dictadura militar de Onganía – Levingston – Lanusse, la FUA fue la principal tribuna política nacional en la que se confrontaban las diversas corrientes de izquierda (las plenarias nacionales clasistas del Sitrac/Sitram [1971], o de Villa Constitución [1974], sólo tuvieron una sesión). En esos años, Pablo fue el mejor orador de la FUA. El PC, en 1970, había escindido la FUA (creando la llamada “FUA La Plata”, con su exclusiva y única participación) porque no tenía programa, ni política, ni huevos, para bancarse los debates de la FUA, y porque quería meter un aparato estudiantil propio en el ENA (Encuentro Nacional de los Argentinos, un engendro político anticlasista). Los congresos de la FUA (llamada “FUA Córdoba”, un buen nombre) se hacían con barras enormes, el barullo era constante, a muchas intervenciones nadie les daba bola, pero cuando Pablo hablaba se hacía siempre el silencio.
Que Pablo fuese el mejor orador de la FUA se lo escuché decir a delegados radicales, reformistas, peronistas, maoístas y hasta a foquistas (que nos odiaban, por nuestra crítica abierta al aventurerismo-substitucionismo militarista). Hasta los estalinistas (PCA), la secta más infame, lo reconocía. “Habla bien”, decían. “Es la línea política”, decíamos nosotros. Eran las dos cosas, y algo más. Los congresos estudiantiles duraban días, las intervenciones duraban entre cinco y diez minutos, en los que Pablo conseguía referirse a los problemas tácticos inmediatos, a los problemas políticos generales y hasta a los problemas teórico-programáticos. Llegaba a las alturas de la filosofía política, para bajar de inmediato a las luchas de la semana que viene. Nadie lo hacía así, despertaba admiración, no “hablaba mejor”, era superior. Muchos de esos delegados fueron después diputados, senadores y hasta gobernadores. No Pablo, y no, como se ve, porque le faltaran condiciones. Durante esos años, en la principal tribuna política del país, el Cordobazo, el Mendozazo, el Tucumanazo, el Rosariazo, el clasismo, la revolución socialista, hablaron por la boca de Pablo.
Los “oradores profesionales” de la FUA, algunos con más de una década de experiencia en la función, adoptaban en general una postura de esfinges misteriosas de sus sectas. Pablo circulaba por los pasillos de los congresos tranquilo y risueño, comía sándwiches de mortadela con todos, siempre bromeando y divirtiéndose con sus compañeros y también con sus adversarios. Pablo era el militante anti-secta por excelencia. Su sola presencia jovial y extrovertida destruía la caricatura legendaria del trotskista solitario, siempre con cara de enojado y de prisión de vientre, promotor de escisiones, que sólo salía de su cápsula para putear a todo el mundo (inclusive en su partido o partidito) por todos los motivos y desviaciones posibles, por el simple hecho de existir, una versión laica del cura o rabino lavador del pecado original. Pablo era el comunista del Manifiesto, aquel que “en todas fases (y circunstancias) representa siempre los intereses generales del movimiento”. Pablo podía ser muy duro y estricto (y lo era) en congresos y reuniones internas, pero dejaba esa dureza en la puerta del recinto, o en el límite temporal de la reunión, y nunca le daba un tono personal.
Pablo no era sólo el “dirigente de las grandes ocasiones”, o de los grandes eventos. Estaba en el día a día de la actividad, en todos los frentes posibles, en todas las tareas. En 1973, bajo la hegemonía aplastante de la JP en las universidades porteñas (no en el interior), después de la victoria electoral del peronismo, algunas asambleas de facultad de la UBA habían llegado a prohibir el uso de la palabra (¡en asambleas!) a la TERS-UJS, debido a nuestras críticas y posición independiente frente al gobierno peronista (frente al que toda la izquierda, “trotskista” o guerrillera incluida, había sacrificado su independencia política).En las asambleas en que la UJS conseguía hablar, la JP porteña respondía con el edificante coro de “Dale Boca”…
En una elección de centro, la JP rasgó y arrancó uno de los cartelones (que todos usaban) en papel velado, con textos en marcador, de la UJS, que criticaba al gobierno. Pablo llegó al lugar del hecho, e inmediatamente armó un mini acto de protesta con las personas que allí estaban. Se juntó un público, con gran mayoría de la JP y de “montos” reales o verbales (estos, los peores, eran una plaga). Pablo exigió que la JP remendara el cartel de la UJS y lo volviera a colocar en su lugar, lo que despertó la reacción risueña de la mayoría de los presentes. Sin inmutarse, y frente a la mirada estupefacta de los peronistas de hora reciente, Pablo se dirigió a uno de los cartelones de la JP, lo rasgó y lo arrancó. Miró a los representantes de la “juventud maravillosa” con ojos desafiantes y sin palabras: éstos se limitaron a observar todo con la boca abierta, pese a su número harto superior. Pablo se retiró con los militantes de la UJS, en medio del silencio; una fuerza desconocida acababa de enfriar la fiesta camporista.
En 1975, Pablo estaba en Córdoba, durante la huelga general de junio-julio. Su primer hija, Marina, nació en ese momento en Buenos Aires, noticia que llegó por teléfono (una de las pocas cosas que funcionaban) a mi casa, donde Pablo paraba. No había colectivos, ni ómnibus de larga distancia, ni estaciones de servicio, que funcionasen. De algún modo, llegamos a la salida de Córdoba por la Ruta 9, la del Arco, donde Pablo comenzó a “hacer dedo”. Los autos hacían trechos cortos, no había nafta disponible (legalmente, al menos). En un día y medio, después de muchas etapas y “dedos”, Pablo llegó a la Capital, para estar junto a su mujer (Alejandra Herrera) y su hija recién nacida, hoy destacada historiadora de la ciencia en Argentina.
Pocas semanas después, Pablo ya estaba militando nuevamente en Córdoba, en las campañas electorales en las que íbamos a obtener nuestras primeras victorias en elecciones de centros universitarios (en Buenos Aires éramos, como máximo, segundos). En los últimos meses del año, en medio a una oleada represiva y de asesinatos a mansalva (de la Triple A o de los “Libertadores de América” de Luciano Benjamín Menéndez), el cierre de la universidad por el interventor de la UNC (un tal Menso) nos impidió obtener esas victorias, algunas (Arquitectura) ya descontadas hasta por los diarios. Con la UJS organizamos, a partir de una asamblea general de la FAU, la última marcha callejera en Córdoba antes de la dictadura militar (las otras tendencias se habían “mandado a guardar”) en protesta contra el cierre de facultades, con pocos detenidos por lo sorpresiva (la gente nos miraba boquiabierta cuando desfilábamos en las calles del centro). Poco antes de eso, hubo el cortejo que llevó los restos mortales de Agustín Tosco desde el club Redes Cordobesas, que fue ametrallado por los paramilitares en el cementerio de San Jerónimo.
Después vino la dictadura militar. Me tuve que rajar de Córdoba, e ir a Buenos Aires: toda persona llamada “Coggiola” (un apellido poco común, y ciertamente bastante notable) era detenida en los controles militares en los puentes cordobeses. Yo estaba jurídicamente en libertad condicional, después de una encanada más larga en 1974: “porte de arma de guerra”, era la carátula del proceso, después del allanamiento y clausura del local de Política Obrera (en la calle Rondeau 633, cerca de la terminal de ómnibus), de que yo era el apoderado legal en Córdoba, y también el que alquilaba el local. Instalada la dictadura, mi hermano, Rodolfo, fue secuestrado y torturado en Córdoba (fue liberado). Gracias al estado de sitio decretado por el “demócrata” Ítalo Luder en 1975 (continuado por la dictadura militar), mi causa permaneció abierta hasta… 1984. Años después me enteré de que, también, había sido expulsado de la UNC por el interventor militar. En Buenos Aires, en los días iniciales de la dictadura, Pablo se conmovió al verme dormir en el piso de la piecita que me sirvió de refugio provisorio: me consiguió un colchón.
En esos meses bravos de 1976 hacíamos cosas, las posibles, en Buenos Aires. Intentábamos organizar la resistencia juvenil a la dictadura asesina. El periódico Política Obrera pasó a ser publicado clandestinamente, como Adelante y luego como Tribuna, para después retomar su nombre original, hasta el número 336. Con Pablo, hacíamos la revista de la UJS, Juventud Revolucionaria, que circulaba de modo clandestino, modestamente mimeografiada. Nos encontrábamos en un barcito en el subsuelo del GEBA, en el centro (calle Bartolomé Mitre o Cangallo), para ver, escribir y corregir los artículos. Publicamos una poesía del español Marcos Ana, sobre los sufrimientos de las madres que visitaban a sus hijos presos en las cárceles, después de la guerra civil española. Lo comparamos con los sufrimientos de las madres argentinas en situación semejante. Las desapariciones ya eran conocidas, la palabra “desaparecidos”, sin embargo, no era todavía corriente. Escribimos en la revista que las madres y parientes de presos y “detenidos ilegales” argentinos se podrían organizar y abrir un frente de lucha decisivo contra la dictadura militar. Mediados de 1976: todavía no existían las “Madres de Plaza de Mayo” ni la Comisión de Parientes de Detenidos y Desaparecidos. Lo escribimos y después, con Catalina Guagnini y otras madres, también lo hicimos.
Me fui del país casi un año después. A Pablo lo secuestraron en 1977, y lo sometieron a torturas atroces. “Era boleta”, pero lo salvó la movilización de sus próximos, y una fuerte e inmediata movilización internacional, que ya ha sido descripta. Estuvo “detenido” (secuestrado) en el campo de exterminio llamado “El Atlético”. La presión internacional sobre embajadas argentinas y personalidades (Francia, Brasil, España) fue decisiva para salvarlo. Agrego un datito más: el telefonema de David Owen, ministro de Exteriores de Inglaterra (del gobierno Callaghan, laborista, antes de la Thatcher) a su embajada en Buenos Aires, para que interfiriese por Pablo. Por orden (sic) de Betty Hamilton, histórica militante trotskista inglesa (casi 90 años y peluca), que había reclutado a Owen, en 1960, para el Partido Laborista. Lo sé porque estaba allí. El peso que eso pudo haber tenido en la liberación de Pablo, no lo sé. Lionel Jospin, diputado socialista francés, después primer ministro, también se movió en el mismo sentido.
Pablo fue liberado del campo de la muerte en mal estado y se fue al Brasil con su familia (dos hijos ya, Marina y Andrés, este nacido en 1976, en plena dictadura, hoy físico y matemático brillante). Sobre su experiencia de la tortura siempre fue bastante circunspecto. Hablamos, sin embargo, sobre eso. Fue excepcionalmente valiente, como ya consta, lo que no significa la idiotez de que no tuviera, de que no hubiera tenido, miedo. Pensó que se moría a los 27 años, y tuvo miedo. La valentía no consiste en ser un inconsciente, sino en enfrentar el dolor físico y el propio miedo a la muerte, en enfrentar al enemigo y enfrentarse a sí mismo. Pablo enfrentó los dos, y los venció. Llegó a decir “quiero vivir” a sus torturadores, y no se permitió más. La tortura le dejó secuelas físicas por un buen período de tiempo. Años después, como se sabe, declaró en los procesos judiciales abiertos contra sus torturadores, denunciando públicamente no sólo a ellos sino también al conjunto del régimen político y social que engendró la peor monstruosidad de la historia argentina.
En Brasil, donde vivió por seis años, Pablo se repuso físicamente y se reintegró rápidamente a la actividad política. Ante la escisión del CORCI (Comité de Organización por la Reconstrucción de la IV Internacional) participó de la lucha política brasileña que llevó a la formación de “Causa Operária” (Organización Cuarta Internacional), que participó desde el inicio en el PT (Partido de los Trabajadores) como corriente revolucionaria diferenciada, hasta ser excluida del mismo en 1990. Viajó al Perú, donde reclutó en Lima a una organización (Comité por el POR) que participó, junto a PO y al POR boliviano, en la creación de la Tendencia Cuarto-Internacionalista (TCI).
En medio de esa lucha política internacional, Pablo redactó un documento político decisivo, si no el más importante, firmado con su histórico nombre de guerra de “Aníbal”: la “Respuesta a Just” (Stéphane Just), un extenso texto de 1979 (que debería urgentemente ser reeditado, junto con otros) en el que, además de pulverizar políticamente a la corriente llamada “lambertista”, replanteó y desarrolló cuestiones básicas del programa revolucionario internacional a la luz la experiencia histórica de las últimas décadas. El texto, brillante, fue publicado y circuló en Argentina como una de las bases político-ideológicas hacia el futuro Partido Obrero. Lo publicamos también en Paris, lo divulgamos donde pudimos en toda Europa (dudo, lamentablemente, que algún trotskista europeo, divididos entre dogmáticos sectarios obtusos y oportunistas de todo pelaje, siempre en medio a querellas de secta, haya comprendido siquiera una única línea).
En Brasil, Pablo completó sus estudios en economía en la PUC (Universidad Católica de San Pablo), los activistas de los años 70 difícilmente concluían sus carreras en Argentina. Al poco tiempo de recibido, pasó a ser profesor concursado de esa misma institución, durante breve tiempo, hasta su retorno a la Argentina, en 1983. El salario que le permitió mantener (modestamente) a su familia, que fue incrementada en Brasil por un tercer hijo (Martin), provino esencialmente de su empleo como investigador en el Cebrap (Centro Brasileño de Análisis y Planeamiento) donde creó y animó el “Grupo de análisis de la coyuntura económica”. Por ese grupo de trabajo pasaron, y aprendieron con Pablo, varias figuras brasileñas después públicas: Eduardo Modiano (futuro presidente del Banco de Desarrollo del Brasil, BNDES), Antonio Kandir (que dio su nombre a la ley que establece la distribución de uno de los principales impuestos federales entre la Unión y los Estados brasileños), Gesner de Oliveira (durante años presidente del Consejo Administrativo de Defensa Económica – CADE, del Brasil) y otros. Publicó artículos en la Folha de S. Paulo y en revistas especializadas. Le sobraban talento y formación para hacer carrera como economista, del sector público o privado, pero continuó su carrera militante, e inició una carrera en la docencia e investigación universitaria.
Su modesta casa paulistana en la calle Cardeal Arcoverde, donde fui recibido y me alojé al llegar al Brasil (fines de 1981 – inicios de 1982), que ya abrigaba una familia numerosa, era también local de alojamiento y punto de reunión de los militantes y dirigentes de PO que venían de Argentina y aquellos que se encontraban exilados en Brasil, como Jorge Altamira, Ismael Bermúdez, Pablo Ferrari y otros. Se comía lo que se podía y se dormía donde era posible. Durante la guerra de las Malvinas, Pablo militó en el “Comité de Solidaridad con el Pueblo Argentino”, compuesto básicamente por exilados argentinos, que encabezó una fuerte agitación política (contra la agresión angloyanqui y contra la dictadura militar de Galtieri) en la capital paulista, incluyendo solicitadas en los diarios y un acto público en la “Praça da Sé”, frente a la catedral.
Escribió en Brasil su primer libro (“Endeudamiento externo y crisis mundial”) que fue publicado en la segunda mitad de los años 1980 por el Clacso (Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales), en Buenos Aires. Como su propio título lo indica, el libro se adelantó a su época, y es hasta el presente una referencia sobre el tema. Pablo, capaz de los más grandes esfuerzos intelectuales, físicos y políticos, era también capaz, crónicamente distraído, de complicarse con las cosas más banales del día a día. No lo puedo criticar por eso (una vez olvidé las llaves de mi casa dentro de la heladera de la suya). Recuerdo una ocasión en que una lluvia torrencial derribó parte del techo de su casa, lo que para Pablo planteaba problemas equivalentes a la cuadratura del círculo. Finalmente envió un telegrama a la inmobiliaria a la que alquilaba, exigiendo que resolvieran el problema arreglando el techo. La inmobiliaria respondió positivamente; Pablo, contento y aliviado, como niño con juguete nuevo, mostraba el telegrama (o carta) de la inmobiliaria a todos los que conocía, explicándolo como si fuera equivalente a la victoria griega sobre los persas en las Termópilas. Si alguien le hablaba de sus méritos políticos o literarios, al contrario, se hacía el distraído.
Derribada la dictadura, Pablo volvió a la Argentina, a Buenos Aires, transformándose en un puntal en la construcción del Partido Obrero. Se empleó provisoriamente como bancario y luchó por un puesto de docente en la Universidad de Buenos Aires, hizo varios concursos (fue inclusive reprobado en uno, por una banca presidida por Enrique Tandeter, ¡debido a su “currículum poco académico”!), hasta finalmente conseguirlo, venciendo el concurso para Profesor Titular de Economía en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, en la que enseñó e investigó durante tres décadas.
En la nueva etapa política argentina, Pablo fue nuevamente un militante de vanguardia. Todos recuerdan su intervención en un programa de TV, al inicio de la “democracia” restaurada, en nombre del PO, cuando todos los políticos presentes se dirigían con respeto a Osvaldo Cacciatore - el brigadero- chorro - asesino que gobernó Buenos Aires entre 1976 y 1982 -, candidato a cualquier cosa por el partido del Chancho Alsogaray, mientras Pablo lo denunció como un agente del genocidio militar y lo calificó en su propia cara de “rata de albañal”, lo que provocó la retirada voluntaria y silenciosa del ex intendente, con el rabo entre las piernas. Contra los “demócratas” oportunistas y cagones, que sólo querían prenderse de los presupuestos estatales y abrir líneas de negocios, Pablo salvó públicamente la honra de la democracia argentina, lo que ya le valdría una mención en la historia. Sería necesario transcribir y reproducir integralmente su intervención en esa ocasión.
Pablo fue candidato a diputado, a senador (¡proponiendo la extinción del Senado!) y hasta a vicepresidente del país, por el PO. Su popularidad superaba los porcentajes electorales. El partido se lo reconocía: en un congreso nacional del PO, Pablo fue el miembro más votado en la elección del Comité Central, el único con votación unánime, superando por un voto a Jorge Altamira. Como militante sindical clasista, participó de la creación de la gremial docente (AGD-UBA) y de la refundación del sindicato nacional docente universitario (CONADU). Y tuvo tiempo para tener dos hijos más (Julián y Tomás) con su nueva compañera, María.
No dejó de ser, tampoco, un militante internacionalista, que ya había militado en Francia (en su primera juventud) y en Brasil. Volvió a realizar intervenciones políticas, conferencias o participaciones en congresos políticos, en Uruguay y Brasil. Representó al PO en el Foro de San Pablo, exigiendo la expulsión del partido burgués boliviano que participaba del Foro y de un gobierno de su país que había decretado el estado de sitio y encarcelado a centenas de dirigentes obreros; una intervención histórica, que también hay que rescatar y republicar, que concluyó en una moción de orden que tuvo el apoyo de diez organizaciones y partidos políticos, incluido el PC paraguayo, el último de los partidos presentes que había salido de la clandestinidad dictatorial.
Participó de las reuniones que condujeron a la fundación de la CRCI (Coordinación por la Refundación de la Cuarta Internacional), y en reuniones de la propia CRCI, representando al PO. En una reunión internacionalista que organizamos en 1998 en Brasil, con la presencia de diversas organizaciones, incluido el movimiento de los campesinos sin tierra (MST), sus ideas y su oratoria (en portugués) llamaron la atención de los dirigentes nacionales del MST que estaban presentes, José Rainha y Gilmar Mauro, al punto que lo llevaron para que hablase cuanto quisiese en una importante ocupación de tierra que se realizaba en una localidad vecina. Pablo explicó la crisis capitalista mundial a los campesinos brasileños que, en ese momento, eran la vanguardia de la lucha de clases continental.
Y continuó escribiendo. Cada vez más. Muchos artículos. Varios de ellos fueron reunidos después en libros, que son recopilaciones. Pero también escribió libros, esto es, textos con aliento y extensión de libros que, en sus líneas generales, ya estaban completos en su cabeza antes de que escribiera la primera línea. Ideas que, por su tamaño o extensión, sólo podían ser expresadas en libros. Estos libros – “Las formas del trabajo en la Historia”, “El mundo no empezó en el 4004 antes de Cristo. Marx, Darwin y la ciencia moderna”, “Un mundo maravilloso. Capitalismo y socialismo en la escena contemporánea”, “La pereza y la celebración de lo humano”, “La Revolución Rusa en el siglo XXI”, para nombrar los principales – pueden parecer vulgarizaciones, con toda la connotación peyorativa asociada a la palabra “vulgar”. Pero no lo son, o mejor, no son sólo eso (la vulgarización de lo bueno es un arte de los más nobles, por otro lado).
Académicamente, acabó por ser respetado, aunque lo suyo nada tenía de una carrera académica convencional. Publicó una revista, Hic Rhodus, que es de lo mejor que se produjo (y produce) en la academia argentina, con un criterio amplio y mano bien firme. Como no podía dejar de ser, los que le reprocharon su carácter “no académico”, académicamente, no le llegaban a los talones. Con un bagaje intelectual que le venía de los tiempos del Nacional Buenos Aires (a cada rato se acordaba de las lecciones de química o física) y de lecturas febriles, poco sistemáticas (así son las lecturas de los militantes, en general) a lo largo de años, Pablo se rehusaba a encerrarse en los límites académicos de la “especialidad”. Era marxista, claro, pero completamente abierto, no en el vulgar sentido del término (esto es, inconsistente). “Pablo se sorprendía”, como apuntó correctamente Lucas Poy. Y en eso consistía su ortodoxia.
Ya enfermo, continuaba a leer vorazmente, y comentaba todo lo que leía, lo que descubría, queriendo escuchar opiniones. No tiraba la teoría por la borda en nombre de la “novedad”, como hacen no pocos académicos en busca de un nicho exclusivo (en general, una pobre imitación), ni quería “adaptar” el marxismo a la manera revisionista (sería mejor decir ignorante): buscaba construir teóricamente a partir del legado de la teoría marxista y de los debates económicos, históricos, antropológicos, filosóficos y científicos – de las ciencias exactas – contemporáneos (sí, todo eso). Sus libros están ahí para probarlo, no es cuestión de discutirlos ahora en el detalle, pero continuarán a ser leídos por años y años. Sin decirlo ni pensarlo, se había propuesto la tarea de un titán.
En sus últimos días, ya a sabiendas del fin próximo, continuaba a escribir, privándose del sueño. Leía sobre el cáncer, y buscaba su significado más allá de la destrucción física. Y escribió hasta reflexiones sobre la vida y la muerte, donde no falta la política. Esto también hay que publicarlo. Hay que reunir lo que Pablo escribió que no está en libro, las mejores fotografías, y publicar todo. Pablo vivió intensamente, en épocas revolucionarias y en épocas sombrías, fue hasta el fondo en todo lo que hizo, y esto lo consumió físicamente, provocándole una muerte prematura, cuando todavía le quedaba mucho por decir y hacer. ¿Puedo osar decir que fue esto lo que sucedió con muchos otros de su generación, la generación argentina que más vidas dio por la revolución, en formas de muerte directamente violentas (como las que Pablo vio cara a cara) o “menos violentas”? No para pedir compasión, pero, por favor, sáquense el sombrero, que aquí pasa uno que no vivió al divino botón (sería mejor decir al pedo). Conocí a varios que murieron de infarto poco después de salir del chupadero, cuando “lo peor” ya había pasado. No cuentan, claro, entre los muertos de la dictadura. Y, sobre este asunto, mejor parar por aquí.
Pablo fue militante de vanguardia, en Argentina y en el exterior, fue un tribuno revolucionario de los mejores de nuestra historia, bancó la prisión y la tortura, bancó el exilio, publicó una decena de libros, escribió centenas de artículos, publicó y editó revistas, dio clases por más de treinta años, dio conferencias y participó en congresos académicos y políticos en más de diez países, siempre inquietando o conmoviendo a su público (Pablo hablaba igual en cualquier tipo de congreso, reunión o simposio), investigó y suscitó investigaciones, fue el mejor amigo de sus amigos; como no podía dejar de ser, pasó por crisis matrimoniales semejantes a la guerra de Troya, y tuvo tiempo para criar cinco hijos: para hacer todo lo que hizo, en una vida relativamente corta, harían falta unas diez personas, y no sería lo mismo. ¿Quién, hoy, puede mostrar una hoja de servicios semejante? Nadie. Repito: nadie.
Hasta siempre, querido Pablo, hasta la victoria siempre, Aníbal, que un día, no lejano, la Argentina y el mundo finalmente te merezcan.
Esto no es una nota necrológica. Es la celebración de una vida. De una que, como pocas, quiso ser con todas las otras. Si fuera una nota necrológica, comenzaría convencionalmente por un epígrafe citado de algún poeta (a Pablo no le gustaba mucho la poesía, aunque digería a Antonio Machado y Dylan Thomas). A Pablo, todos los poetas le quedaban chicos. Que se sepa.
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