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giovedì 13 marzo 2014

UCRANIA: LA PRIMAVERA DE LOS PUEBLOS HA LLEGADO YA A EUROPA, por Zbigniew Marcin Kowalewski

La primavera árabe llegó en el invierno de 2010, en la vecindad de Europa: en los países situados del otro lado del Mediterráneo. Cuatro años después se ve que la primavera de los pueblos no es solamente árabe. También en el invierno irrumpió en Europa, aunque, a decir verdad, apenas en una periferia exterior de la Unión Europea. Quizás no nos dábamos cuenta de hasta qué punto el proceso de integración capitalista de Europa contribuye a una acumulación explosiva de las tensiones en las periferias cercanas, pero aún extraeuropeas, y aún más, como se revela ahora, en las ya europeas. Esta vez la relación era directa, claramente visible: en un primer momento, la pugna estalló en Ucrania a propósito de la cuestión de adhesión a la UE. Fue la primera consigna bajo la cual comenzaron a reunirse las multitudes, nació un movimiento social de masas y se desencadenó una enorme tormenta que amenazaba incluso con el estallido de una guerra. No una civil, como en Libia o Siria, aunque en Rusia y en todas las redes de propaganda conectadas con ella en el mundo se contaba mucho con que en Ucrania estallara una guerra civil y se incitaba a ella, sino internacional.
Una primavera de los pueblos siempre sorprende: llega a un país completamente por sorpresa, como un trueno que cae del cielo limpio. Sin embargo, luego se descubre que no había nada extraño en que cayera allí y no en otra parte. Así fue también en este caso. Ucrania es una gigantesca anomalía histórica en la carta política del mundo: una desviación con respecto a un “valor típico” muy importante, al menos en el ámbito europeo. El más grande país de Europa después de Rusia en cuanto a la superficie y uno de los más grandes en cuanto a la población, Ucrania es un Estado independiente desde hace apenas 23 años, en un continente donde el “valor típico” son los Estados nacionales de todos los mayores pueblos, incluyendo los muchísimo menores que el ucraniano. Las anomalías históricas tienen una característica especial: en torno a ellas se acumulan, se agitan y se entrelazan las más diversas contradicciones que, mucho más fácilmente que en otros sitios, se convierten en barriles de pólvora.

El peso de una opresión secular

Sobre Ucrania pesa una extraordinaria carga de la opresión nacional, principalmente polaca y rusa, que duró varios siglos [1]. En la Ucrania soviética, después de una intensa acción afirmativa llamada “ucranización”, que duró sólo algunos años, se volvió a la política de rusificación con la instauración del régimen estalinista, detrás del cual resurgía el imperialismo ruso. Se exterminó a la intelectualidad y durante una hambruna se condenó a la muerte a varios millones de campesinos que constituían la base de la identidad nacional ucraniana. Después de la segunda guerra mundial, la rusificación abarcó todas las tierras ucranianas –ahora reunidas aunque en la Ucrania occidental, que anteriormente vivía bajo el yugo colonial polaco, una vigorosa resistencia antisoviética de los nacionalistas ucranianos se mantuvo hasta la mitad de los años cincuenta. Fuera del período en el cual el poder en Ucrania lo ejercía Petro Shelest (1963-1972), la rusificación no había sido abandonada casi hasta la caída de la Unión Soviética. En vísperas de la proclamación de la independencia de Ucrania, señalé en la revista Nouvelle Europe, editada en el Parlamento Europeo: “Lo que hace vulnerable al proceso ucraniano es el hecho de que, en tanto que nación sin Estado, sometida a una opresión secular, ella no ha concluido aún su formación nacional.” [2] No la ha concluido hasta hoy. Un poco más de dos décadas de la existencia estatal son demasiado breves para curar grandes cicatrices, cerrar las brechas y eliminar las numerosas minas que la opresión nacional ha dejado detrás de sí en el seno de la sociedad ucraniana.
De ahí resulta la gran desigualdad de la ya segunda –después de la “revolución naranja”– sublevación de las masas en las diferentes regiones del país. Volviéndose contra un régimen cuya retaguardia principal se encuentra en las regiones orientales y meridionales, se extendió en las occidentales y centrales, las mismas que eran las cunas de los movimientos independentistas después de la Primera Guerra Mundial. De ahí resulta también una contradicción paradójica entre este movimiento nacional tan retrasado históricamente, que aspira a consolidar un Estado independiente, y su voluntad de adherir a la Unión Europea, la cual, sirviendo a la mundialización capitalista, debilita a los Estados nacionales y restringe su soberanía.
Señalar esta contradicción no significa en absoluto coincidir con los que, por un lado, gozan de los privilegios de pertenecer a la rica y exclusiva Festung Europa y en sus propios países no exhortan a salir de ella, pero, por otro lado, desaconsejan encarecidamente a Ucrania de adherir a la misma o incluso la estigmatizan por desearlo. Es una manifestación del chauvinismo de los privilegiados. El acceso al mercado de trabajo de la Unión Europea ha salvado del hambre y la miseria a millones de los polacos; muchos ucranianos lo saben muy bien. En la UE la izquierda tiene el deber de ser solidaria con los pueblos excluidos del Este y el Sur que también quieren estar en ella. El argumento según el cual en la Unión Europea los esperan catastróficas reformas neoliberales es falso, porque quedándose fuera de ella no las evitan sino padecen más duramente por no gozar de los beneficios que proporciona la pertenencia a la Europa integrada. Mientras tanto, en la UE tienen la oportunidad de resistir a las trasformaciones capitalistas neoliberales conjuntamente con otros pueblos, y no separadamente de ellos.
No es por esto que haya que ignorar las justas inquietudes de todos los que también son numerosos en Ucrania y temen que la adhesión a una zona de libre comercio con la Unión Europea tenga efectos dramáticos para su empleo y nivel de vida. Como en el caso del derecho de las naciones a la autodeterminación, se trata de defender el derecho democrático de Ucrania a adherir a la UE.

Un movimiento democrático de masas

No menos paradójica es otra contradicción de la reciente sublevación de masas en Ucrania. En esencia, se trata de un movimiento democrático que se sublevó contra un régimen que representaba los intereses de la poderosa oligarquía de la Ucrania oriental y que era conocido por sus fraudes electorales; un régimen autoritario, podrido por la corrupción y por el pillaje del patrimonio nacional. Este movimiento vivó su segunda reanimación, alcanzó una gran ímpetu y mostró una extraordinaria determinación en la lucha, cuando el 16 de enero el dócil parlamento votó las restricciones radicales de las libertades democráticas. A lo largo de la sublevación mantenía una avanzada independencia con respecto a los principales partidos de oposición, de las cuales desconfiaba e incluso consideraba que eran desprestigiados.
Las masas reunidas en el Maidán de Kiev jamás reconocieron al famoso trío de farsantes como su propia dirección. Son ellos mismos los que se pretendían líderes y eran fuertemente promovidos como tales por la elite política europea y los medios de comunicación extranjeros. Al movimiento no lo conducían a ninguna parte; no podían conducirlo sino a la derrota. Pretendían engañarlo con las promesas de tomar una u otra “medida que esta vez ya seguramente sería eficaz”, como, por ejemplo, obtener del parlamento un voto que limitaría el poder presidencial, para mantener el movimiento en estado de inmovilidad o por lo menos contenerlo no permitiendo que hiciera algo que amenazaría con derrocar a Yanukovych. Sin efecto. No solamente no gozaban de la obediencia de las masas en el Maidán sino que además y en numerosas oportunidades eran abucheados y repudiados. A menudo se ridiculizaban a sus ojos. Lo que dominaba en el Maidán era la autoorganización y una inquebrantable voluntad de luchar hasta la victoria: hasta el derrocamiento del régimen.
En un pasado relativamente no muy lejano la pesadilla del movimiento alterglobalista como también de muchas otras protestas de masas lo eran los grupos de combate que actuaban sin su acuerdo, fuera de todo control democrático, pero por cuenta de estos movimientos. Independientemente de las siglas bajo los cuales actuaran, en sus prácticas reproducían inconscientemente las ideologías violentistas de extrema derecha. No sorprende que fueran receptivos a las provocaciones y que a menudo provocaran las represalias policiales contra los movimientos de masas o proporcionaran al poder estatal preciosos pretextos para reprimirlos.
Frente a las muy brutales agresiones policiales, el Maidán no podía pasarse de las fuerzas de autodefensa; las necesitaba desesperadamente. Sin embargo, el mismo era demasiado débilmentente estructurado y consolidado para imponerle a toda organización de combate una sumisión absoluta a su poder social soberano y evitar así el surgimiento de los comandos incontrolados. El resultado de esta debilidad del movimiento era que en torno a la barricada estratégica situada en la calle Hrushevski, en la cercanía del Maidán, surgiera una plaza de armas dominada por una coalición de los comandos de extrema derecha llamada Sector Derechista.
Hay una serie de enigmas que rodean esta coalición, incluyendo su comprobada receptividad a las provocaciones. Registremos en este lugar un solo hecho asombroso: el 20 de febrero, día en que en el Maidán se derramaba abundantemente la sangre, el comandante general del Sector Derechista Dmytro Yarosh conferenció secretamente con Yanukovych en persona. Después de su derrocamiento, el hecho fue descubierto por los periodistas. ¿Conferenció sobre qué? Puesto contra la pared, Yarosh explica: “Se trataba del acuerdo, tal como se firmó más tarde. Me negué a firmarlo. Dije que no éramos fantoches. Y, le dije, Víctor Fedorovych, retire Ud. las tropas del ejército, porque en el caso contrario en toda Ucrania estallará una guerra de guerrillas. Era la manera de decirle que no íbamos a renunciar, no íbamos a depositar las armas, que íbamos a estar firmes hasta el fin. (...) Se veía que era agotado y asustado.” [3] No se sabe nada más sobre este encuentro, aunque se trata de una bomba, tal vez de efecto retardado.

Una alianza paradójica

El muy importante papel de esta formación ultranacionalista en los combates con la policía echó una sombra bruna sobre el Maidán. Lo echó igualmente el hecho de que en el mencionado trío de farsantes que se hacían pasar por los máximos dirigentes del Maidán se encontraba el líder de Svoboda, un partido de la derecha nacionalista radical. El comportamiento de Svoboda durante estos acontecimientos le valió, de parte de un observador ucraniano, el calificativo de “merodeador de la revolución” [4]. La propaganda rusa y sus retransmisores diseminados en el mundo entero hicieron lo posible y lo imposible para explotar esta sombra con el fin de desacreditar al Maidán como un movimiento fascista o neonazi [5]. Esta propaganda resultó tan eficaz que más de cuarenta historiados ucranianos y extranjeros, todos ellos especialistas en nacionalismo ucraniano, consideraron que era necesario reaccionar. El Maidán, declararon, es “una acción de masas emancipadora, y no extremista, de desobediencia civil”. Conscientes del “riesgo que para el Euromaidán representa[ba] la participación de la extrema derecha”, llamaron a los medios de comunicación en el mundo entero a que no sugirieran que éste era “dirigido o dominado por los grupos de fanáticos radicalmente etnocéntricos” y para que tomaran en cuenta el hecho de que tales sugerencias llevarían agua para al molino del imperialismo ruso. Este imperialismo, advirtieron, representaba “un peligro mucho mayor para la justicia social, los derechos de las minorías y la igualdad política que todos los etnocentristas ucranianos juntos” [6].
Es un hecho de que en el Maidán surgió una asombrosa alianza del movimiento democrático de masas con los comandos de extrema derecha. En esto consiste la segunda gran contradicción del Maidán. Para este movimiento es una alianza mortalmente peligrosa. Pero la historia jamás ahorra peligro alguno a los grandes movimientos de masas. Incluso los movimientos de clase ya configurados, y más aún los no configurados, como el ucraniano, aprenden esencialmente de sus propias experiencias penosamente acumuladas. Se mueven sobre la escena política tanteando, cristalizan su naturaleza social y se diferencian políticamente a lo largo de los intrincados procesos, avanzando por los caminos donde les asechan muchos callejones sin salida y trampas. Son condenados a todo esto al menos hasta que no generen sus propias fuerzas políticas que puedan ser capaces de proponerles los programas coherentes de acción y las estrategias de lucha.
En el seno de un pueblo que, hallándose, como el ucraniano, expuesto a la opresión, presión o agresión imperialista, no logra resolver su cuestión nacional, las combinaciones extraordinariamente paradójicas como la mencionada alianza son, en el fondo, inevitables. Las razones fueron explicadas en su tiempo por Mykola Jvylovy, comunista, escritor y antiguo dirigente de la Academia Libre de Literatura Proletaria. En 1933 Jvylovy se suicidó para protestar contra la espantosa masacre de su pueblo por Stalin, como casi simultáneamente lo hizo también el líder histórico de los comunistas ucranianos Mykola Skrypnyk. Varios años antes Jvylovy escribió las siguientes y significativas palabras: “Cuando (como se ha dicho ya más de una vez) un pueblo manifiesta durante siglos la voluntad de constituir su organismo como una entidad estatal, todos los intentos de detener este proceso natural de una u otra manera, por un lado frenan la formación de las fuerzas de clase y por el otro introducen un elemento del caos en el proceso histórico-mundial. Negar la aspiración a la independencia por medio de un seudomarxismo estéril significa no comprender que Ucrania será una arena de las acciones de la contrarrevolución hasta que no pase por aquella etapa natural que la Europa Occidental transitó en la época de la formación de los Estados nacionales.” [7]
Es muy difícil pasar por esta etapa cuando la gran potencia vecina no quiere perder el control sobre su antigua posesión, amenazándola con la guerra y las anexiones, y cuando el nuevo gobierno, no menos antipopular que el anterior, de los neoliberales y los nacionalistas de derecha, crea para sí una nueva base oligárquica y está dispuesto a someter al país a una rapaz mundialización capitalista.
Una cosa es segura. La fase más reciente de la primavera contemporánea de los pueblos ha barrido un régimen más. Lo logró tras una lucha prolongada, al precio de los sacrificios extremos. Por primera vez lo ha hecho en Europa. Es un gran acontecimiento.

Traducido del polaco por el propio autor. Este artículo apareció en la edición polaca del mensual Le Monde diplomatique. Kowalewski es autor de varios estudios sobre la historia de la cuestión nacional ucraniana, publicados, entre otros, por la Academia Nacional de Ciencias de Ucrania.

[1] Véase Z.M. Kowalewski, “L’Ukraine: réveil d’un peuple, reprise d’une mémoire”, Hérodote, Nº 54-55, 1989; idem, “Miedzy wojna o historie a wyprawami kijowskimi”, Le Monde diplomatique – Edycja polska, Nº 1 (95), 2014.
[2] Z.M. Kowalewski, “L’Ukraine entre la Russie soviétique et l’Europe orientale”, Nouvelle Europe, Nº 3, 1990, p. 5.
[3] R. Malko, “Dmytro Yarosh: ‘Moya zustrich iz Yanukovychem spravdi bula’”, Ukrayins´kyi Tyzhden, Nº 9 (329), 2014, p. 12.
[4] W. Rasewycz, “Swoboda, maruderzy rewolucji”, Le Monde diplomatique – Edycja polska, Nº 3 (97), 2014.
[5] Fundamental sobre el ultranacionalismo en Ucrania, también en el contexto del Maidán, es el Anton Shekhovtsov’s blog. Véase también A. Umland (ed.), “Post-Soviet Ukrainian Right-Wing Extremism”, Russian Politics and Law, Vol. 51, Nº 5, 2013.
[6] A. Umland et al., “Kyiv’s Euromaidan is a Liberationist and not Extremist Mass Action of Civic Disobedience”, http://krytyka.com/ua/articles/kyyivskyy-evromaydan-tse-vyzvolna-ne-ekstremistska-masova-aktsiya-hromadyanskoyi-nepokory
[7] M. Khvylovy, The Cultural Renaissance in Ukraine: Polemical Pamphlets, 1925-1926, Edmonton, Canadian Institute of Ukrainian Studies, 1986, p. 227.

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