Introducción
Hoy por hoy las tecnologías de la información y la comunicación (TIC)* parecen haber llegado para quedarse. No hay marcha atrás. Ya constituyen un hecho cultural, civilizatorio en el sentido más amplio. Según lo que vamos empezando a ver, una considerable cantidad de jóvenes –fenómeno que se da en mayor o menor medida en todo el mundo, con variaciones según los distintos países pero todos, en general, con notas bastante comunes– ya no concibe la vida sin estas tecnologías. Sin dudas, están cambiando el modo de relacionarnos, de resolver las cosas de la cotidianeidad, de pensar, ¡de vivir! La pregunta inmediata es: ¿en qué medida contribuyen al genuino mejoramiento de las cosas? ¿Traen desarrollo?
Algunos años atrás decía Delia Crovi (2002) refiriéndose a este
proceso en curso: “En 2001, el
Observatorio Mundial de Sistemas de Comunicación dio a conocer en París los
resultados de un estudio sobre el equipamiento tecnológico en la SIC [sociedad
de la información y la comunicación].
Este estudio afirma que en el año 2006 una de cada cinco personas tendrá un
teléfono móvil o celular, el doble de los disponibles ahora que tenemos un
aparato por cada diez habitantes. El mismo estudio señala que en 2003 habrá más
de mil millones de celulares en el mundo, y en los próximos cinco años se
registrarán 423.000.000 de nuevos usuarios (Tele Comunicación, 27/6/2001). Sin
duda, estos datos podrían alimentar la idea de que estamos construyendo a pasos
apresurados y a escala planetaria, una sociedad de la información, idea que
sobre todo promueven los fabricantes de hardware y software, así como buena
parte de los gobiernos del mundo”[1].
En Guatemala, Manuel Ayau –“oligarca
latinoamericano arquetípico de la extrema derecha”, según lo describiera Lawrence
Harrison, de la Universidad de Harvard–, fundador del Centro de Estudios
Económico-Sociales (CEES) y de la Universidad Marroquín, ambas instituciones
baluartes del pensamiento liberal en Centroamérica, dijo unos años atrás[2] que “el día en que cada indio [sic] tenga su teléfono celular, ahí entraremos
en el desarrollo”. Hoy día, con alrededor de 15 millones de habitantes, hay
en el país más de 20 millones de teléfonos legales (más una cantidad
desconocida de equipos robados que se siguen utilizando), es decir, más de un
aparato por persona en promedio, 1.2 para ser precisos, pero la nación (típica banana country) está lejos de entrar en la senda del
desarrollo.
En estos momentos –esto con fuerza creciente– nadie puede escapar
de la marea de las TIC que pareciera cubrirlo todo. Podría afirmarse, sin
temor a equivocarse en la apreciación, que “para estar en la modernidad, en el
avance, en el mundo integrado (¿globalizado y triunfador?), hay que estar
conectado”. Si no se siguen esos parámetros, se pierde el tren del desarrollo.
O, al menos, eso es lo que dice la insistente prédica dominante.
¿Comunican más estas tecnologías de la comunicación? ¿En qué
medida son un factor al servicio de un verdadero desarrollo equilibrado,
sostenible y con equidad?
Las TIC llenan una
necesidad (necesidad de comunicarse, de expresarse)
No cabe la menor duda que la comunicación es una arista definitoria
de lo humano. Si bien es cierto que en el reino animal existe el fenómeno de la
comunicación, en lo que concierne al ámbito específicamente humano hay características
propias tan peculiares que pueden llevar a decir, sin más, que si algo define a
nuestra especie es la capacidad de comunicarnos, que no es sino otra forma de
decir: de interactuar con los otros. El sujeto humano se constituye en lo que
es sólo a partir de la interacción con otros. La comunicación, en ese sentido,
es el horizonte básico en que el circuito de la socialización se despliega.
Nos comunicamos de distintas maneras; eso no es nuevo. A través de
la historia se encuentran las más diversas modalidades de hacerlo, desde la
oralidad o las pinturas rupestres hasta las más sofisticadas tecnologías
comunicacionales actuales gracias a la inteligencia artificial y la navegación
espacial. Pero sin dudas es un hecho destacable que con los fenómenos ocurridos
en la modernidad, con el surgimiento de la producción industrial destinada a
grandes mercados y con la acelerada urbanización de estos últimos dos siglos
que se va dando en toda la faz del planeta, sucedieron cambios particulares en
la forma de comunicarnos. En esa perspectiva surge la comunicación de masas, es
decir: el proceso donde lo distintivo es la cantidad enorme de receptores que
recibe mensajes de un emisor único. El siglo XX ha estado marcado básicamente
por ese hecho, novedoso en la historia, y con características propias que van
definiendo en términos de civilización las modalidades de la modernidad. Lo
masivo entra triunfalmente en escena para ya no retirarse más.
En este mundo moderno que va surgiendo desde Europa y su novedosa industria,
la masividad hace su aparición con la invención de la imprenta, que permite una
difusión más allá del pequeño grupo selecto que tenía el monopolio cultural. De
allí rápidamente se llega a la difusión masiva con los periódicos así como con nuevas
formas de comunicación que rompen barreras espaciales y permiten el
acercamiento de grupos cada vez mayores. Surgen entonces el telégrafo, el
teléfono, y ya en pleno siglo XX aparecen modalidades basadas en adelantos
tecnológicos que llevan esa masividad a niveles nunca antes conocidos en la
historia. Encontramos así la radio, el fonógrafo, el cine, la televisión.
En las últimas décadas del siglo XX, ya en plena explosión
científico-técnica con una industria que definitivamente ha cambiado el mundo
extendiéndose por prácticamente todos los rincones del planeta, las tecnologías
comunicacionales van marcando el ritmo de la sociedad global. Es a partir de
ese momento que efectivamente se puede hablar, retomando la idea de Marshall
McLuhan, de una verdadera “aldea global”, un mundo absolutamente interconectado,
intercomunicado, un mundo donde las distancias físicas ya no constituyen un
obstáculo para la aproximación de todos con todos.
Las nuevas tecnologías de la comunicación, cada vez más rápidas y
eficientes, borran distancias y acercan a inmensas cantidades planetarias de
población. Las pautas que marcan el ritmo de la sociedad mundial se van
volcando definitivamente hacia estas nuevas tecnologías digitales. Es decir,
procesos técnicos en que un “sistema de transmisión
o procesamiento de información [donde]
la información se encuentra representada por medio de cantidades físicas
(señales) que se hayan tan restringidas que sólo pueden asumir valores
discretos. En contraposición a los sistemas digitales están los sistemas
analógicos en los cuales las señales tanto de entrada como de salida no poseen
ningún tipo de restricción y pueden asumir todo un continuo de valores (es
decir, infinitos). La principal ventaja de los sistemas digitales respecto a
los analógicos es que son más fáciles de diseñar, de implementar y de depurar,
ya que las técnicas utilizadas en cada una de esas fases están bien
establecidas. […] El mejor argumento
a favor de la mayor flexibilidad de los sistemas digitales se encuentra en los
actuales ordenadores o computadoras digitales, basados íntegramente en diseños
y circuitos digitales”.[3]
Si la comunicación siempre ha estado presente en la dinámica humana
como un factor clave, las formas de las actuales tecnologías digitales sirven
para, literalmente, inundar el mundo de comunicación, entronizándola. Ello
asienta en nuevas formas de conocimiento, cada vez más sofisticadas y
complejas. Todo ese proceso de ampliación de las fronteras comunicacionales y
del conocimiento técnico en el que asientan es lo que ha llevado a pensar en
una sociedad “de la información y del conocimiento”. La clave de la nueva
sociedad, también llamada “sociedad digital”, está en una acumulación fabulosa
de información. La “aldea global” se construye sobre estos cimientos. El
principal recurso pasa a ser el manejo de información –cuanto más y más
rápidamente manejada, mejor–, el capital humano capacitado, lo que se conoce
como el know how.
“Desde el auge de la
computación, el concepto de información ha pasado a tener un protagonismo
sobredimensionado en la economía, la educación, la política, en la sociedad en
su conjunto. La información ha desbancado de sus lugares de privilegio a
conceptos como sabiduría, conocimiento, inteligencia; términos todos éstos que
hoy se ven reducidos al primero. Una lógica según la cual procesar muchísimos
datos a velocidad infinitesimal, equivale a ser inteligente, desestimando así
cualidades como la creatividad, la imaginación, el raciocinio; pero también la
ética y la moral”.[4]
En esa perspectiva, la nueva sociedad que se perfila con la
globalización, y por tanto sus herramientas por excelencia, las llamadas TIC –la
telefonía celular, la computadora, el internet–, abren esas preguntas: ¿más
información disponible produce por fuerza una mejor calidad de vida y un mejor
desarrollo personal y social? Esas tecnologías, ¿ayudan a la inclusión social,
o refuerzan la exclusión? O, por el contrario ¿sólo generan beneficios a las
multinacionales que se dedican a su comercialización, contribuyendo a un mayor y
más sofisticado control social por parte de los grandes poderes globales? ¿Tal
vez una cosa no riñe con la otra?
La respuesta no está en las tecnologías propiamente dichas, por
supuesto. Las tecnologías, como siempre ha sido a través de la historia, no
dejan de tener un valor puramente instrumental. Lo importante es el proyecto
humano en que se inscriben, el objetivo al servicio del que actúan. En ese
sentido, para romper un planteo simplista y maniqueo: no hay técnicas “buenas”
y técnicas “malas” en términos éticos. “Más
allá de las conexiones, son los usos concretos y efectivos los que pueden
llevar o no a mantener o profundizar las brechas que de hecho existen en el
mundo real. Con lo cual la apertura infinita que supone el mero acceso formal a
la red no necesariamente alcanza para hablar de una democratización de la
sociedad o incluso del acceso a la información. Mucho menos si se trata de
información de relevancia para el proceso de toma de decisiones o de
participación en el ingreso socialmente producido. Con internet se abren
ciertos accesos, pero no se democratiza la sociedad ni la cultura”.[5]
Por supuesto que el acceso a tecnologías que permiten el manejo de
información de un modo como nunca antes en la historia se había dado brinda la
posibilidad de un salto cualitativo para el desarrollo. Sucede, sin embargo,
que esas tecnologías, más allá de una cierta ilusión de absoluta
democratización, no producen por sí mismos los cambios necesarios para terminar
con los problemas crónicos de asimetrías que pueblan el mundo. Las tecnologías,
si bien pueden mejorar las condiciones de vida haciéndolas más cómodas y
confortables, no modifican las relaciones político-sociales a partir de las que
se decide su uso.
Hoy días estas nuevas tecnologías las encontramos cada vez más omnipresentes
en todas las facetas de la vida: sirven para la comercialización de bienes y
servicios, para la banca en línea, para la administración pública (pago de
impuestos, gestión de documentación, presentación de denuncias), para la
búsqueda de la más variada información (académica, periodística, de solaz),
para el ocio y esparcimiento (siendo los videojuegos una de las instancias que
más crece en el mundo de las TIC), para la práctica de deportes, para el
desarrollo del arte, en la gestión pública (algunos gobiernos están
incorporando el uso de redes sociales como Twitter, Facebook, Youtube y otras
cuando las autoridades dan a conocer su posición sobre acontecimientos
relevantes), se usan en la guerra y en la paz, y desde las profundidades de la
selva Lacandona, por ejemplo, un movimiento armado lleva adelante su lucha, con
un personaje mediático que es más conocido por el uso de estos medios
electrónicos que por su fusil, habiendo incluso todo un campo relacionado al
sexo cibernético, el cual da para todo, desde la búsqueda de pareja hasta la
pornografía infantil. En definitiva: estas tecnologías sirven para todo,
absolutamente: para estudiar, para salvar una vida, para extorsionar.
Definitivamente, comienzan a ser omnímodas. Están en todos lados,
y la tendencia es que seguirán estándolo cada vez más. Como un dato muy
instructivo en ese sentido puede mencionarse que hoy día las TIC ya
constituyen un medio de prueba en los procesos judiciales. Aún no están
ampliamente difundidas y todavía encuentran muchas restricciones, pero sin
dudas dentro de un futuro nada lejano serán pruebas contundentes.
“Las tecnologías de la
información y la comunicación no son ninguna panacea ni fórmula mágica, pero
pueden mejorar la vida de todos los habitantes del planeta. Se disponen de
herramientas para llegar a los Objetivos de Desarrollo del Milenio, de
instrumentos que harán avanzar la causa de la libertad y la democracia, y de
los medios necesarios para propagar los conocimientos y facilitar la comprensión
mutua”[6], dijo acertadamente Kofi Annan como Secretario general de la Organización
de las Naciones Unidas refiriéndose a estos temas.
La actual globalización
va indisolublemente de la mano de las TIC
Se entiende por globalización el proceso económico, político y
sociocultural que está teniendo lugar actualmente a nivel mundial por el que
cada vez existe una mayor interrelación económica entre todos los rincones del
planeta, por alejados que estén, gracias a tecnologías que han borrado
prácticamente las distancias permitiendo comunicaciones en tiempo real, siempre
bajo el control de las grandes corporaciones multinacionales.
La globalización que vivimos (económica y cultural) es el caldo de
cultivo donde las TIC son el sistema circulatorio que la sostiene, haciendo
parte vital de la nueva economía global centrada básicamente en la comunicación
virtual, en la inteligencia artificial y en el conocimiento como principal
recurso. Eso puede abrir grandes oportunidades para los sectores históricamente
postergados, dado que posibilita acceder a instrumentos que permiten dar un
salto adelante verdaderamente grande en orden al desarrollo; pero puede también
contribuir a mantener la distancia entre los que producen esas tecnologías de
vanguardia (unos pocos países del Norte), y quienes la adquieren (la gran
mayoría de los países del Sur), dependiendo así más aún tanto comercial como
tecnológicamente.
Si acceder a las TIC es un puente al desarrollo, la “brecha
digital” que crea esta sociedad de la información, contraria a la “inclusión
digital” global, indica que los sectores más desarrollados aumentan su
distancia respecto de los excluidos. A nivel internacional es elocuente:
La tendencia en marcha refuerza la duda apuntada más arriba: las
nuevas tecnologías digitales, más allá de la explosión con que han entrado en
escena y su consumo masivo siempre creciente, no parecieran beneficiar por
igual a todos los sectores. “En América
Latina la presencia o el desarrollo de una SIC [sociedad de la información
y la comunicación] está más ligada a la
consolidación de grandes consorcios multinacionales del audiovisual, que a la
incorporación de la convergencia a los procesos productivos. Esto último se ha
polarizado en un sector capaz de desmaterializar la economía, en tanto que
sobrevive otro gran sector que permanece al margen de los cambios tecnológicos
y continúa trabajando dentro de un esquema de producción clásico, ayudado de
herramientas que también podríamos definir como clásicas. En nuestros países
sólo un sector de la población (muy probablemente el que acumula el consumo
tecnológico de distintas generaciones), es la que se ha incorporado
efectivamente al proceso de producción ligado a la información y el
conocimiento”.[7]
Valga agregar aquí lo apuntado por Beatriz Busaniche: “el hecho de que las TIC en sí mismas
mejoren la calidad de vida de las personas no está comprobado de ninguna manera
en tanto no se saneen previamente las brechas sociales fundamentales: la
pobreza, el hambre, el analfabetismo, las pandemias”.[8]
En relación a esto, retomemos lo expresado más arriba: en Guatemala hay más
teléfonos celulares (muchos de ellos con acceso a Internet) que población: ¿se
generó entonces el desarrollo sostenible? Los mitos desarrollistas del progreso
técnico siguen estando presentes.
No está demostrado que por el hecho de utilizar alguna de las TIC se elimine automáticamente la exclusión social o se termine con la pobreza
crónica. De todos modos, sabiendo que estas herramientas encierran un enorme
potencial para el desarrollo, es válido pensar que no disponer de ellas propicia
la exclusión, o la puede profundizar. Visto que la red de redes, el internet,
es la suma más enorme nunca antes vista de información que pone al servicio de
la humanidad toda una potente herramienta de comunicación, no acceder a él crea
desde ya una desventaja comparativa con quien sí puede acceder. De todos modos,
el desarrollo propiamente dicho, el aprovechamiento efectivo de las
potencialidades que abren las TIC, no se da por el sólo hecho de disponer de
una computadora, de hacer uso de las redes sociales o de un teléfono celular inteligente
de última generación. Lo que hace la diferencia es la capacidad que una
población pueda tener para aprovechar creativamente estas nuevas formas culturales.
Si el internet “ha transformado la vida”, como tan insistentemente dice cierto
pensamiento dominante (quizá desde una perspectiva más mercadológica que crítica,
terminando por constituirse en “mito”, en manipulación mediática), ello lleva a
pensar el porqué de esa tenaz repetición.
Lo que está claro es que alimenta muy generosamente a quienes
lucran con su comercialización (empresas globales dedicadas a la producción y
distribución de estos servicios). Google, por ejemplo, el motor de búsqueda más
potente y con la mayor cantidad de consultas diarias en la red en todo el
mundo, ha facturado 150.000 millones de euros en 10 años.
De todos modos, más allá de la manipulación que pueda haber en ese
mito (visto que, por sí mismas, las TIC no terminan con la exclusión) algo hay
que les ha permitido erigirse en el nuevo ícono cultural de la así llamada
postmodernidad.
¿Por qué se imponen de
esa manera las TIC?
Las TIC son especialmente atractivas, y con mucha facilidad pueden
pasar a ser adictivas (de la necesidad de comunicación fácilmente se puede
pasar a la “adicción”, más aún si ello está inducido, tal como sucede
efectivamente).
De todos modos, más allá de la interesada prédica que las
identifica con una panacea universal –no siéndolo, por supuesto– no hay dudas
que tienen algo especial que las va tornando imprescindibles. En una encuesta
sobre uso de estas tecnologías con aproximadamente 2.500 jóvenes en la que
participé recientemente, un 49% de los encuestados reconoce que “no podría vivir sin las TIC”, mientras
que un 63% puede “estar dejando de hacer
cosas por estar conectado”, en tanto que un 35% “ha disminuido sus horas de sueño por estar conectado a internet”. Todo
ello marca una tendencia que no se puede desconocer: las TIC atrapan, son adictivas.
En esa misma investigación, en grupos focales se preguntó a los jóvenes (de
entre 17 y 25 años): “si estás haciendo el amor y suena el teléfono celular,
¿contestarías?”, a lo que aproximadamente un 50% respondió que sí, incluso
justificándolo: “es probable que sea algo
importante; además, si no contesto me desconcentro porque me quedo pensando en
quién podría haber llamado. Por eso es mejor contestar siempre”. Una
respuesta, hilarante sin dudas, y única en toda la muestra (“una golondrina no
hace verano”), pero que de todos modos no puede dejar de considerarse fue: “¡Por supuesto que contesto! ¡Podría ser mi
novio!”
Estar “conectado”, estar todo el tiempo con el teléfono celular en
la mano, estar pendiente eternamente del mensaje que puede llegar, de las
llamadas redes sociales, del chat, constituye un hecho culturalmente novedoso.
La definición más ajustada para un teléfono celular (lo mismo se
podría decir de las TIC en general) es que, poseyendo el equipo en cuestión
–teléfono, computadora–, se está “conectado”, que es como decir: “estar vivo”.
“Estoy conectado, luego existo”, podría afirmarse como síntesis de los tiempos,
parafraseando a Descartes. Definitivamente todas estas tecnologías van mucho
más allá de una circunstancial moda: constituyen un cambio cultural profundo,
un hecho civilizatorio, una modificación en la conformación misma del sujeto y,
por tanto, de los colectivos, de los imaginarios sociales con que se recrea el
mundo.
Lo importante a destacar es que esa penetración que tienen las
TIC no es casual. Si gustan de esa manera, por algo es. Como mínimo se podrían
señalar dos características que le confieren ese grado de atracción: a) están
ligadas a la imagen, y b) permiten la interactividad en forma perpetua.
La imagen juega un papel muy importante en las TIC. Lo visual,
cada vez más, pasa a ser definitorio. La imagen es masiva e inmediata, dice
todo en un golpe de vista. Eso fascina, atrapa; pero al mismo tiempo no da
mayores posibilidades de reflexión. “La
lectura cansa. Se prefiere el significado resumido y fulminante de la imagen
sintética. Esta fascina y seduce. Se renuncia así al vínculo lógico, a la
secuencia razonada, a la reflexión que necesariamente implica el regreso a sí
mismo”, se quejaba amargamente Giovanni Sartori[9].
Lo cierto es que el discurso y la lógica del relato por imágenes están
modificando la forma de percibir y el procesamiento de los conocimientos que
tenemos de la realidad. Hoy por hoy la tendencia es ir suplantando lo
racional-intelectual –dado en buena medida por la lectura– por esta nueva
dimensión de la imagen como nueva deidad.
“Es lindo estar frente a
tu pantalla. Te resuelve la vida. Uno ya no estudia, no tiene que pensar. La
tecnología te lo hace todo. Aunque uno quede embobado frente a lo que ve,
aunque nos demos cuenta de eso, que nos volvemos cada vez más haraganes, no
deja de ser cómodo”, expresaba sin ambages un
joven entrevistado en esta investigación a la que aludíamos.
Junto a eso cobra una similar importancia la fascinación con la
respuesta inmediata que permite el estar conectado en forma perpetua y la
interactividad, la respuesta siempre posible en ambas vías, recibiendo y
enviando todo tipo de mensajes. La sensación de ubicuidad está así presente,
con la promesa de una comunicación continua, amparada en el anonimato que
confieren en buena medida las TIC. “Me
gustan las redes sociales porque puedo tener muchos amigos. Yo, por ejemplo,
tengo más de 500” ,
agregaba otro.
La llegada de estas tecnologías abre una nueva manera de pensar, de
sentir, de relacionarse con los otros, de organizarse; en otros términos:
cambia las identidades, las subjetividades. ¿Quién hubiera respondido algunas
décadas atrás que prefería contestar el teléfono fijo a seguir haciendo el
amor?
Hoy día la sociedad de la información, por medio de estas
herramientas, nos sobrecarga de referencias. La suma de conocimiento, o más
específicamente: de datos, de que se dispone es fabulosa. Pero tanta
información acumulada, para el ciudadano de a pie y sin mayores criterios con
que procesarla, también puede resultar contraproducente. Puede afirmarse que
existe una sobreoferta informativa. Toda esta saturación y sobreabundancia de
¿información?, y su posible banalización, se ha trasladado a la red, a las TIC en general, inundando todo. De una cultura del conocimiento y su posible
apropiación se puede pasar sin mayor solución de continuidad a una cultura del
divertimento, de la superficialidad. Las TIC permiten ambas vías.
Las TIC se adecuan
especialmente a la cultura juvenil
Si bien las TIC se están difundiendo por toda la sociedad global,
quienes más se contactan con ellas, las utilizan, las aprovechan en su vida
diaria dedicándole más tiempo y energía, y concomitantemente viéndose
especialmente influenciados por ellas, son los jóvenes.
Cuando nos referimos al universo juvenil, es imposible hablar de
“la” juventud. En todo caso, la sociedad global está marcada por profundas
diferencias socioeconómicas y culturales que dejan ver, ante todo, un complejo
mosaico de grupos e identidades. En contextos rurales del Sur a los 25 años ya
se es todo un adulto/a, con varios hijos, cercano ya a la posibilidad de ser
abuelos. En ciertos niveles del Norte, a esa edad todavía se vive lo que hoy
denominamos “adolescencia tardía”. Pero pese a ello, más allá de esas por lo
general infranqueables diferencias, hay una nota común entre los distintos
jóvenes: en mayor o menor medida, son usuarios de las TIC.
Es evidente que la globalización en curso uniforma criterios sin
borrar las diferencias estructurales; de ahí que, diferencias mediantes, las
generaciones actuales de jóvenes son todas “hijas de las TIC”, o “nativos
digitales”, como se les ha llamado. “Aquello
que para las generaciones anteriores es novedad, imposición externa, obstáculo,
presión para adaptarse –en el trabajo, en la gestión, en el entretenimiento– y
en muchos casos temor reverencial, para las generaciones más jóvenes es un dato
más de su existencia cotidiana, una realidad tan naturalizada y aceptada que no
merece siquiera la interrogación y menos aún la crítica. Se trata en efecto de
una condición constitutiva de la experiencia de las generaciones jóvenes, más
instalada e inadvertida a medida que se baja en la edad”[10]
Los jóvenes encuentran en las nuevas tecnologías un recurso para
diferenciarse de la era de los adultos, simbolizada por el reino de la radio o
de la televisión. Hasta se podría extremar esto hoy día, dado el aceleramiento
vertiginoso de los cambios tecnológicos, a la diferencia entre usuarios de
correo electrónico (¿ya envejecido?) y las llamadas redes sociales. Cuando se
calibra el atractivo de estas nuevas tecnologías digitales, puede entenderse el
encanto que encuentra gran parte de la juventud en ellas. Dicho esto, en esta
utopía de la red lo más importante no es la fascinación técnica, porque toda
persona joven en los países ricos vive ya desde los años 70 del pasado siglo
envuelta en un universo técnico. Lo más importante es que la red se ha
convertido en el soporte de los sueños eternos para una nueva solidaridad. Sin
embargo se escapa la esencial diferencia en la comunicación de las TIC. Todavía
se piensa que quien dice “comunicación” dice tener en cuenta el emisor, el
mensaje y el receptor. Sin embargo, la gran diferencia está en que las TIC permiten como ningún otro medio masivo la interactividad, la comunicación de
dos vías. Quien usa las TIC no es un mero receptor; su mensaje le llega de
regreso a la presentadora de CNN que lee el mensaje que alguien acaba de
mandar, así como todos los cientos de amigos que también lo reciben y que reaccionan
a su vez. En el ámbito juvenil ese dinamismo echa sus raíces como en ningún
otro segmento de población.
La identidad joven debe entenderse como ese momento de la vida en
que se está experimentando, conociendo, abriéndose a experiencias nuevas. El
mundo adulto hizo eso en su momento, y construyó lo que pudo: ya tiene una
identidad y un proyecto. Los jóvenes, por el contrario, lo están elaborando. La
posibilidad de estar contactando perpetuamente, abiertos de par en par a la
comunicación, dispuestos todo el tiempo a intercambiar mensajes del tipo que
sean con un (o varios) interlocutor(es), incluso al mismo tiempo, encuentra su
campo más fértil en los jóvenes. De ahí que las TIC se amalgamen tan bien a
ellos. Valga para graficar esto, lo que en estos momentos pasó a ser parte de
la normalidad entre los jóvenes (de distinto estrato socioeconómico incluso):
la realización simultánea de muchas tareas, todas ligadas a las TIC (cosa que
para muchos adultos sería imposible): escuchar música, chatear, hacer las
tareas usando internet (dicho sea de paso: cultura del copia y pega), contestar
el teléfono y mirar televisión. Todo rápido, con urgencia, quizá cada vez menos
analíticamente, cada vez más centrados en la imagen instantánea. Cultura de la
inmediatez, podríamos decir. ¿Cultura de la liviandad?
En esa dimensión, lo importante, lo definitorio, es estar
conectado y siempre disponible para la comunicación. De esa lógica surgen las
llamadas redes sociales, espacios interactivos donde se puede navegar todo el
tiempo a la búsqueda de lo que sea: novedades, entretenimiento, información,
aventura, etc., etc. En las redes sociales, usadas fundamentalmente por
jóvenes, alguien puede tener infinitos amigos. O, al menos, la ilusión de una
correspondencia infinita de amistades. Ilusión, por supuesto, porque los
cientos, miles en algunos casos, de “amigos”, desaparecen automáticamente
cuando se apaga el equipo.
La superficialidad no es ajena a la cultura que va de la mano de las TIC. Pero hay que apurarse a aclarar que “superficialidad” puede haber en todo, también en la lectura de un libro o en una discusión filosófica. Nos son estos nuevos instrumentos los que la crean. En todo caso, lo cual puede abrir una discusión, la modalidad de estas tecnologías, su rapidez a veces vertiginosa, la entronización de lo multimedial con acento en la imagen por sobre la lectura reflexiva, podría dejar abierto un interrogante; por tanto debe verse muy en detalle cómo estas tecnologías comportan, al mismo tiempo que grandes posibilidades, también riesgos que no pueden menospreciarse. La cultura de la ligereza, de lo superficial y falta de profundidad crítica puede venir de la mano de las TIC, siendo los jóvenes –sus principales usuarios– quienes repitan esas pautas. Sin caer en preocupaciones extremistas, no hay que dejar de tener en vista que esa entronización de la imagen y la inmediatez, en muchos casos compartida con la multifunción simultánea, puede dar como resultado productos a revisar con aire crítico: “en términos mayoritarios [los jóvenes usuarios de TIC] adquieren información mecánicamente, desconectada de la realidad diaria, tienden a dedicar el mínimo esfuerzo al estudio, necesario para la promoción, adoptan una actitud pasiva frente al conocimiento, tienen dificultades para manejar conceptos abstractos, no pueden establecer relaciones que articulen teoría y práctica”.[11]
La superficialidad no es ajena a la cultura que va de la mano de las TIC. Pero hay que apurarse a aclarar que “superficialidad” puede haber en todo, también en la lectura de un libro o en una discusión filosófica. Nos son estos nuevos instrumentos los que la crean. En todo caso, lo cual puede abrir una discusión, la modalidad de estas tecnologías, su rapidez a veces vertiginosa, la entronización de lo multimedial con acento en la imagen por sobre la lectura reflexiva, podría dejar abierto un interrogante; por tanto debe verse muy en detalle cómo estas tecnologías comportan, al mismo tiempo que grandes posibilidades, también riesgos que no pueden menospreciarse. La cultura de la ligereza, de lo superficial y falta de profundidad crítica puede venir de la mano de las TIC, siendo los jóvenes –sus principales usuarios– quienes repitan esas pautas. Sin caer en preocupaciones extremistas, no hay que dejar de tener en vista que esa entronización de la imagen y la inmediatez, en muchos casos compartida con la multifunción simultánea, puede dar como resultado productos a revisar con aire crítico: “en términos mayoritarios [los jóvenes usuarios de TIC] adquieren información mecánicamente, desconectada de la realidad diaria, tienden a dedicar el mínimo esfuerzo al estudio, necesario para la promoción, adoptan una actitud pasiva frente al conocimiento, tienen dificultades para manejar conceptos abstractos, no pueden establecer relaciones que articulen teoría y práctica”.[11]
Pero si bien es cierto que esta cibercultura abre la posibilidad
de esta cierta liviandad, también da la posibilidad de acceder a un cúmulo de
información y a nuevas formas de procesar la misma como nunca antes se había
dado, por lo que estamos allí ante un fenomenal reto. Los jóvenes
contemporáneos, sabiendo que en esto se marcan diferencias de acuerdo a su
nivel socioeconómico, de todos modos “cuentan
con una ventaja en la sociedad de la información impulsada por las nuevas
tecnologías. A menudo son ellos los principales innovadores en el uso y
difusión de las tecnologías de la información y la comunicación”.[12]
Además, y como siempre ha pasado en la historia, son jóvenes los
que ponen en marcha procesos de cambio. Las revoluciones, aunque se nutran de
ideas de “viejos con espíritu de joven”, son siempre vehiculizadas por la
sangre joven, por jóvenes de carne y hueso. También puede verse eso con el uso
alternativo, crítico si se quiere, no light,
que jóvenes le pueden dar a las TIC. Piénsese, por ejemplo, en la Primavera
Árabe en el 2010 (más allá de haber sido luego cooptada por la derecha o por
los mecanismos de inteligencia del sistema), los Indignados en España, el
movimiento Yo soy 132 en México. Aunque ninguna de esas explosiones de ira y
reacción ante situaciones de injusticia prosperó como proyecto revolucionario
de transformación social –y por cierto no se reducen sólo a redes de personas
comunicadas por estas tecnologías digitales–, es importante mencionarlas en
tanto ejemplo del uso de esas tecnologías yendo más allá del pasatiempo banal,
del distractor. Eso reafirma que las TIC son herramientas, ni “buenas” ni
“malas”. Pueden servir para el mantenimiento del sistema… o para su crítica
radical y la promoción de valores anti-sistema.
Luces y sombras con las
TIC
Como todo proceso humano, el surgimiento de las TIC, en tanto fenómeno
complejo con aristas tanto económicas como político-sociales, puede ser
considerado desde distintos puntos. En cuanto tecnología, ninguna TIC –valga
enfatizarlo– es “positiva” ni “negativa”. Es el proyecto en el que se dinamiza
el que decidirá su uso, su utilidad social. Está claro que ninguna nueva
tecnología puede pensarse con esa maniquea división: un cuchillo, por ejemplo,
puede servir para trozar la comida, o para matar a alguien. Del mismo modo, la
energía nuclear puede servir para iluminar toda una ciudad, o para hacerla volar
por el aire. Es el uso, el proyecto humano (ético y político) el que define la
“utilidad” de una herramienta, de un instrumento.
De todos modos hoy, tan recientes como son, las TIC no dejan de
abrir algunos interrogantes que no se pueden soslayar en un análisis equilibrado.
Sólo como recurso académico permítase diferenciar efectos “positivos” y
“negativos”, en el sentido de “las cosas buenas que posibilita” y “las dudas
que se abren”:
Efectos positivos
|
Efectos “negativos” (o
cuestionables)
|
Amplía las posibilidades del desarrollo humano integral
|
Son adictivas
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Facilita la comunicación con familia extensa que esté fuera del
alcance físico directo o en el extranjero
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Afecta la socialización en el entorno familiar
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Abre grandes posibilidades en el ámbito educativo
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Pueden servir como distractores (“perder el tiempo”)
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Ayuda a disminuir aislamiento
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Se las puede utilizar para fines criminales, como extorsión,
redes de tráfico de personas, fomento de la pornografía infantil
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Se desarrollan nuevas habilidades de manejo electrónico y
motricidad
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Los videojuegos puedan contribuir a crear climas culturales de
violencia
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Conecta con enorme cantidad de gente
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Pueden contribuir al aislamiento y la retracción, pues obligan a
pasar horas y horas en soledad
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En definitiva, nada de lo encomiable ni de lo despreciable que
conoce el ser humano nace específicamente con las TIC[13].
En todo caso, como tecnologías que se mueven a una velocidad vertiginosa,
potencian todo, lo “bueno” y lo “malo”, lo hacen más evidente, lo sacan a la
luz con una facilidad antes desconocida. Pero debe quedar claro que ni las
diferencias económico-sociales existentes en la estructura social se deben a
ellas –así como no se deben a ninguna tecnología específicamente, sino que
responden al modo en que se ejercen los poderes–, ni la violencia es su “culpa”
(haciendo entrar allí todo lo que se desee, desde el bullyng a las masacres que
cada vez más regularmente producen “normales” ciudadanos sin explicación
aparente). ¿Somos más violentos porque hay una enorme cantidad de videojuegos
violentos en el mercado? La respuesta debe ir más allá de un mecanicismo
simplista.
Una visión alarmista en torno a ellas puede contribuir a no ver su
enorme potencial, que por cierto lo tienen. Ni “diosas” ni “demonios”. De
hecho, estas reflexiones llegan a tu persona por medio de este tipo de medios,
y esperamos fervientemente con esto no contribuir al mantenimiento acrítico de
un sistema injusto sino, todo lo contrario, a cuestionarlo llamando a su
transformación. ¿Sirven a ese cometido las TIC entonces?
A modo de conclusión
·
Desde hace unas tres décadas se vive un proceso de
globalización económica, tecnológica, política y cultural que achicó distancias
convirtiendo a todo el globo terráqueo en un mercado único. Esa sociedad global
está basada, cada vez más, en la acumulación y procesamiento de información y
en las nuevas tecnologías de comunicación, cada vez más rápidas y eficientes.
·
En ese proceso en curso, las modernas tecnologías digitales
de la información y la comunicación (TIC) juegan un papel especialmente
importante, en tanto son el soporte de la nueva economía, una nueva política,
una nueva cultura de las relaciones sociales y científicas.
·
Estas nuevas tecnologías (consistentes, entre otras cosas, en
la telefonía celular móvil, el uso de la computadora personal y la conexión a
la red de internet) permiten a los usuarios una serie de procedimientos que
cambian de un modo especialmente profundo su modo de vida, teniendo así un
valor especial, pues permiten hablar sin duda de un antes y un después de su
aparición en la historia. El mundo que se está edificando a partir de su
implementación implica un cambio trascendente, del que ya se ven las
consecuencias, las cuales se acrecentarán en forma exponencial en un futuro del
que no se pueden precisar lapsos cronológicos, pero que seguramente será muy
pronto, dada la velocidad vertiginosa con que todo ello se está produciendo.
·
El desarrollo portentoso de estas tecnologías, de momento al
menos, no ha servido para aminorar –mucho menos borrar– asimetrías en orden a
la equidad entre los países más y menos desarrollados en el concierto
internacional, así como entre los grupos socialmente privilegiados y las capas
más postergadas a lo interno de las distintas naciones. Por el contrario, ha
estado al servicio de proyectos políticos que remarcaron las históricas
exclusiones socioeconómicas en que se fundamentan las sociedades, ayudando a
concentrar más la riqueza y el poder.
·
Al mismo tiempo, aunque no contribuyeron hasta ahora a
terminar con problemas históricos de la humanidad en orden a las inequidades de
base, abren una serie de posibilidades nuevas desconocidas hasta hace muy poco
tiempo, poniendo al servicio de toda la población herramientas novedosas que,
directa o indirectamente, pueden servir para democratizar los saberes, y
consecuentemente, a la participación ciudadana y al acceso a la toma de
decisiones.
·
El hecho de contar con herramientas que sirven para ampliar
el campo de la comunicación interactiva y el acceso a información útil y
valiosa constituye, en sí mismo, una buena noticia para las grandes mayorías.
De todos modos, por sí mismo la aparición de nuevas tecnologías no cambian las
relaciones estructurales, pero sí pueden ayudar a nuevos niveles de
participación y de acceso a bienes culturales.
·
Si bien hoy día estas tecnologías están incorporadas en
numerosos procesos que tienen que ver con el mundo de la producción, la
administración pública y el comercio en términos generales, en su aplicación
masiva en toda la sociedad son los grupos jóvenes quienes más rápidamente y
mejor se han adaptado a ellas, haciéndose sus principales usuarios.
·
En términos generales son los jóvenes los principales
consumidores de estas tecnologías, estando más familiarizados que nadie con
ellas, siendo ellos mismos capacitadores de sus propios padres y generaciones
adultas en general.
·
En estos momentos, reconociendo que hay grandes diferencias
entre jóvenes del Sur y del Norte del mundo, y que además se dan marcadas
diferencias entre jóvenes ricos y pobres dentro de esas categorías Norte-Sur,
las tecnologías de información y comunicación marcan a todos los jóvenes de la
actual “aldea global”; la identidad “ser joven”, hoy por hoy tiene mucho que
ver con el uso de estas herramientas. Sin embargo, hay marcadas diferencias en
el modo de uso, y por tanto, las consecuencias que de ese uso se deriven. Las
marcadas exclusiones sociales que definen la sociedad mundial se siguen
haciendo presente en el aprovechamiento de las TIC. La brecha urbano-rural
sigue crudamente presente, y los sectores históricamente postergados no han
cambiado en lo sustancial con el advenimiento de estas nuevas tecnologías.
·
Aunque las TIC no constituyen por sí mismas una panacea
universal, ni una herramienta milagrosa para el progreso humano, en un mundo
globalizado cada vez más regido por las pautas de la información y la
comunicación, pueden ser importantes instrumentos que contribuyan al mismo. No
apropiárselas y aprovecharlas debidamente coloca a cada individuo y al colectivo
social en una situación de desventaja comparativa en relación a quien sí lo
hace. De ahí que, considerando que son herramientas, pueden servir –y mucho– a
un proyecto transformador.
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* En el desarrollo del
presente trabajo usaremos el término TIC para referirnos específicamente al
teléfono celular (o móvil), la computadora, el internet y los videojuegos.
[1] Crovi, D.
(2002). “Sociedad de la información y el conocimiento. Entre el optimismo y la
desesperanza”, en Revista mexicana de Ciencias Políticas y Sociales.
Año XLV, núm. 185, mayo-agosto de 2002, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales,
UNAM.
[2] Comunicación hecha por Ramiro Mac Donald, del Departamento de
Comunicación Social de la Universidad Rafael Landívar, en entrevista personal.
[3]
http://es.wikipedia.org/wiki/Sistema_digital
[4] Roszak, Th.
(2005). “El culto a la información. Un tratado sobre alta tecnología,
inteligencia artificial y el verdadero arte de pensar”. Barcelona. Ed. Gedisa.
[5] Urresti, M.
(2008) “Ciberculturas juveniles”. Buenos Aires. La Crujía Ediciones.
[6] Annan, K.
(2003). “Discurso inaugural de la primera fase de la
Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la Información, Ginebra.
[7] Crovi, D. Ídem.
[8] Busaniche, B.
en Murillo García, J.L. (2008) “Sociedad
digital y educación: Mitos sobre las Nuevas Tecnologías y
mercantilización del aula”. Disponible en http://edicionessimbioticas.info/Sociedad-digital-y-educacion-mitos
[9] Sartori, G. (1998) “Homo videns. La sociedad
teledirigida”. Madrid. Ed. Taurus.
[10] Urresti, M. Ídem.
[11] Estévez, C. (2006) “La comunicación en el aula y el progreso del
conocimiento”, en Urresti, M.
[12] Naciones Unidas (2005). World Youth Report 2005. Young People today,
and in 2015.
[13] Secundariamente se podría indicar que el uso de tantos equipos
informáticos, con una vida útil cada vez más corta lo que lleva a su continua
sustitución física, va creando una cantidad de “basura” electrónica nada
desdeñable y muy difícil de reciclar. Esto es un problema derivado que toca al
tema de la sostenibilidad ligado, sin dudas, a toda la problemática juvenil.
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