1. LA IDEA DE LA INTERNACIONAL
- 2. PRECEDENTES HISTÓRICOS: Asociación
internacional de los trabajadores e Internacional antiautoritaria de
Saint-Imier - Segunda internacional - Tercera - Cuarta – OSPAAL y OLAS - 3. NACIONALISMO VS INTERNACIONALISMO: Cuba
y el nacionalismo antimperialista - Las “grupetísticas” nacionales tras el ‘68
- La cultura del Holocausto, pero no del Gulag - 4. LA PROPUESTA DE CHÁVEZ: ¿Por qué ahora? La referencia a
Trotsky - ...y la amenaza militar de USA – Peligros y límites de la iniciativa
- 5. MÉRITOS Y VENTAJAS QUE PODRÁ TENER
LA QUINTA - 6. CÓMO CONTRIBUIR EN
TANTO UTOPÍA ROJA - 7. LA
CUESTIÓN DEL «PROGRAMA»: El mito del «Programa» - Dos, tres, muchas
«Quintas internacionales» - El método de «La lista de las compras» - 8. LA MÁS AMPLIA UNIDAD SOBRE LA BASE DE
PRINCIPIOS - 9. HACIA LA QUINTA INTERNACIONAL (MOCIÓN CONCLUSIVA)
Gracias a la iniciativa lanzada el
pasado noviembre por el presidente Hugo Chávez, la temática de la internacional
vuelve a ser actual, por lo menos en el plano de la discusión y el análisis
teóricos. En el plano práctico está todo por verse. Si bien la necesidad
objetiva de la internacional es tan antigua como el movimiento obrero o, por lo
menos, como la Primera Internacional, hay que reconocer que esta es la primera
vez en la historia de los últimos 30-40 años que se vuelve a dar la posibilidad
subjetiva de una unificación internacional de los movimientos y organismos que
luchan por la revolución a escala mundial. En este sentido podemos considerar
“histórico” el llamado de Caracas e “histórica” también nuestra reunión de hoy.
En mi relación de marzo de 1983 que recientemente he hecho circular
–dedicada a la URSS de Andropov, a la finalidad programática de la Cuarta
Internacional de Trotsky y a la necesidad de trabajar por una Quinta
Internacional- se proporcionaban los principales reclamos teóricos y las
necesarias consideraciones políticas acerca del itinerario histórico del
movimiento por la Cuarta y la necesidad de llegar a fundar la Quinta para
superar el vacío de iniciativa política internacional que constriñe al
movimiento obrero desde hace casi un siglo. Y, por lo tanto, al referir a aquel
material como introducción propedéutica a la discusión de hoy, no puedo menos
que recordar que las conclusiones de ese texto demuestran como ya, desde hace
casi treinta años, la problemática de la Quinta Internacional tiene actualidad
y como es parte de nuestra tradición teórica, como elaboración y patrimonio de
la corriente hoy encarnada por la Asociación política Utopía roja.
No se trata de poner la banderilla para
declarar con orgullo haber estado entre los primeros en expresar la exigencia
de la Quinta Internacional desde 1983, sino más bien de asumir la conciencia
(esta también histórica) de que nuestras bases teóricas, nuestro modo de
razonar, nuestras expectativas revolucionarias y el método mismo con el cual
hacemos política con absolutamente compatibles con la idea actual de la Quinta
Internacional, son parte plena e integrante. Es más, habiendo precedido al
actual llamado a la Quinta, con amplio margen temporal –y ya entonces con plena
justificación histórica (porque justo en los inicios de los ’80 se conjugaban de
manera dramática la crisis final de la URSS y el ascenso, y derrota, de la más
avanzada revolución obrera de la posguerra, en Polonia)- nos hallamos en
condiciones de poder escapar a cualquier sospecha de que nuestra adhesión a la
Quinta de Chávez pueda estar determinada
por consideraciones de oportunidad sino incluso de oportunismo político.
Esta fundación de la Quinta no ha sucedido en el vacío de la historia sino
en el año 2010, en un contexto internacional bien determinado, por iniciativa de fuerzas
políticas bien determinadas también (por ahora el PSUV, pero ya otras fuerzas
se están asociando). Ello nos debe hacer reflexionar acerca de la dinámica por
completo imprevisible con la cual esta iniciativa ha sido delineada y nos
confirma en la idea de que no existe un modelo predeterminado acerca de qué
deba ser hoy una internacional. Nosotros decidimos hacer aquello que la
historia, en este momento, nos permite, con los sujetos que la historia nos
propone y que tal vez puedan no corresponder a nuestro tipo ideal de
revolucionario o de internacional revolucionaria.
Nuestra discusión, por ende, no será de
corte intelectualoide y abstracto, según el cual se explicaría académicamente
que “la Quinta Internacional debe ser hecha en tal modo”, que “debe tener una
cierta línea”, que “debe estar constituida por revolucionarios que correspondan
al siguiente currículo” (y sería curioso ver cuál debería ser un tal currículo…). No, sería pura locura solo
imaginar una discusión similar, por otra parte incompatible con una tradición
de pensamiento auténtico, revolucionario y libertario o, incluso, incompatible
con el buen sentido. Somos o queremos ser personas sensatas, que se miden con
la historia, con las lecciones del pasado y con los hechos concretos del
presente y no con las proyecciones ideales que pueden variar infinitamente de
un individuo a otro, de un grupito ideológico a otro. Al final, sacando un
balance de nuestras palabras y análisis, nos interesará responder a la
pregunta: ¿qué es lo que es justo hacer
en este momento histórico y con estas fuerzas en campo?
Y, a este respecto, me permito una
paréntesis acerca de las intervenciones escritas que han sido enviadas por
compañeros que no pueden estar presentes: todos (aparte de quien solo ha
enviado saludos o buenos augurios) son intervenciones operativas, concretas y
propositivas. Y son intervenciones operativas no solo provenientes de la Marca
o de Sicilia, sino también del extranjero, de Argentina o Portugal. Señal de
que la atmósfera del debate en Utopía roja corresponde efectivamente al
espíritu de sus posiciones de principio y no está contaminada por influencias
negativas del tipo que estamos aprendiendo a definir en términos de
“psicopatología política”. En esta discusión –que apenas ha comenzado y quién
sabe cuándo terminará- quisiera que apareciera claramente nuestra capacidad de
mezclar la teoría abstracta, general (nuestras bases de principio, pero no aún
programáticas, como se explicará más adelante) con la realidad concreta.
1. LA IDEA DE
LA INTERNACIONAL
No voy a hacer su genealogía, sino
partir de la afirmación históricamente demostrable de que la idea de una internacional en la época moderna nace en el seno del
movimiento obrero y constituye un patrimonio específico del modo en el cual
ese movimiento se configuró desde sus orígenes. Una configuración organizativa
primordial (quizás también “primitiva”), todo lo confusa e incompleta que se
quiera, pero es un hecho histórico incontrovertible que la idea de
internacional es un producto del crecimiento del movimiento obrero, surgido a
su vez en el seno del proceso de internacionalización del modo capitalista de
producción.
No podemos negar que también la
burguesía, en su proceso de afirmación como clase independiente, conoció
instancias de liberación que pueden ser reconducidas a un ámbito
internacionalístico. En tal sentido, no faltaron teóricos y ni siquiera
experiencias prácticas. Algunos componentes ideológicos supranacionalistas se
pueden hallar dentro de las principales revoluciones burguesas (baste pensar en
la guerra de independencia de los Estados Unidos o a la difusión del verbo
“revolucionario” exportado en la punta de las bayonetas napoleónicas). El hecho
que esas ideologías extra o supranacionales se pudieran relacionar con
intereses específicos de las burguesías nacionales no puede hacernos olvidar el
modo en que aquellas eran interpretadas y, con frecuencia, enarboladas por las
masas en países como Holanda, Prusia, el Méjico de Juárez, en los países
sometidos a la opresión del imperio zarista o en la misma Rusia.
El iluminismo, como tal y como quiera
que se le entienda, era en sí una ideología tendiente a romper los confines de
los estados nacionales; netamente supranacionales fueron algunos de sus más
ilustres exponentes. A ese tipo de supranacionalismo burgués se le definió, por
convención, como “cosmopolitismo”, justamente para distinguirlo del
internacionalismo más orgánico, operativo y organizado en forma relativamente
estable que será típico del movimiento obrero. No me adentro, por el contrario,
en la definición de las bases materiales de ese cosmopolitismo, apuntando solo
al hecho de que estas pueden encontrarse en la primera revolución industrial y
en el modo en el cual esta se difundiera, por saltos y con desarrollo desigual,
en algunos de los principales países europeos, incluyendo las colonias inglesas
más allá del Atlántico. Con la difusión de un cierto modo de producir no se
difundía solo tecnología, sino también una serie de concepciones ideológicas,
entonces desprovistas de patria y lengua nacional específicas.
Aquel tipo de internacionalismo, que en
el bonapartismo napoleónico había hallado un imprevisible y contradictorio
instrumento de unificación, fue reprimido y prohibido a los efectos inmediatos
del Congreso de Viena, por los procesos de restauración política estatal, con
la temporánea reafirmación del absolutismo institucionalizado en la primera
mitad del XIX.
El primer verdadero movimiento
internacional de revuelta en la historia, en cuyo seno también puede
distinguirse un significativo componente de internacionalismo “proletario”, es
sin lugar a dudas el movimiento de 1848, entendiéndolo en sentido
específicamente europeo y dejando a un lado, como caso específico, el
supranacionalismo continental de las luchas por la independencia en América
Latina (piénsese en Bolívar que, aun hoy, es la principal referencia histórica
para el chavismo y parte de la izquierda venezolana), pero también tantos
eventos internacionalistas en las precedentes luchas independentistas en
Europa, entre las que puede considerarse como episodio de alto valor simbólico
la muerte de Byron en lucha por la independencia de Grecia (ya en 1824).
De aquel grandioso movimiento tan
sincronizado en el tiempo y tan rico de consecuencias para toda la historia
moderna mucho se ha dicho y escrito desde siempre. Y sin embargo algo aún se
puede aprender, si se piensa que, en muchos casos, el catalizador fue el anhelo
de independencia nacional, en cuyo interior tomaron vida verdaderas
manifestaciones de internacionalismo, dando concreción histórica a exigencias
culturales nutridas en el seno del movimiento romántico más radical. Lucha por
la independencia nacional e internacionalismo no eran aspectos contrastantes
para sectores importantes de aquel movimiento, pero sobre todo para algunos de
sus exponentes teóricos.
Muchos de los patriotas del
“resurgimiento” italiano, lo sabemos, fueron también convencidos
internacionalistas, que abrieron puertas al federalismo europeo, soñando con la
unificación de los pueblos en lucha contra el absolutismo pero que también
fueron, en muchos casos, los primeros animadores o fundadores de la Asociación
Internacional de los trabajadores, llamada sucesivamente Primera Internacional.
Ello porque, aunque combatieran en países diversos y por causas diversas, se
sentían parte de un único proyecto liberador abarcador para el cual derribar
los confines impuestos por el absolutismo debía coincidir con una liberación
más completa del individuo y los pueblos. Comenzaron a convivir felizmente
desde entonces el nacionalismo de lucha con el internacionalismo ideológico. El
símbolo más conocido y más representativo de tales estados de ánimo a nivel
mundial es Giuseppe Garibaldi, el Héroe de Dos Mundos, pero también el “Guevara
de la época”, como se ha afirmado muchas veces. El Garibaldi al que me refiero
no es el desilusionado guerrero transformado en instrumento innoble en manos de
los Saboya, sino el campeón intercontinental de la independencia de Río Grande
do Sul, de Uruguay, Italia, la Comuna de París, devenido en la última parte de
su vida miembro y sostenedor de la Primera Internacional. No por gusto el
“garibaldismo” fue uno de los componentes ideológicos fundamentales de este
tránsito del cosmopolitismo tardo-romántico al internacionalismo de los trabajadores
(llamado también “proletario”, recurriendo a un término que hoy en día ya no
tiene validez científica alguna pero que sí evoca estos contextos
histórico-sociales del XIX).
2. LOS
PRECEDENTES HISTÓRICOS
Asociación internacional de los trabajadores. La Primera Internacional nace, como
todos sabemos, en el St. Martin’s Hall de Londres el 28 de septiembre de 1864.
Antecedentes de su surgimiento fueron la teoría y práctica del mutualismo (asociado históricamente a la
figura de Proudhon) y las múltiples contribuciones teórico-prácticas del
llamado “socialismo utópico”, entre las cuales resulta fundamental la teoría
societaria de Fourier –un auténtico espíritu cosmopolita y anti-nacionalista.
Es bueno recordar que la iniciativa de
fundarla no fue de Marx (como erróneamente se piensa con frecuencia) aun si él
escribió la Alocución inaugural (de
hecho el manifiesto) y los estatutos provisionales. La idea original no fue
tampoco anárquica (a este respecto los historiadores de la anarquía son muy
honestos y lo reconocen abiertamente). La Asociación Internacional nació
fundamentalmente por iniciativa de los proudhonianos, en particular de sus
elementos mutualistas. Y ello bastaría por sí mismo para demostrar cómo las
bases de aquella primera internacional de los trabajadores no fueran el
producto de un procedimiento intelectual o de un proyecto abstracto parido en
el empíreo de las bellas ideas. La praxis económica del mutualismo era lo más
concreto que se pudiera imaginar en esa época y de primordial necesidad para
las clases trabajadoras. Pero ella implicaba también la superación de las
barreras nacionales y lingüísticas por tantas buenas razones, entre las cuales
el hecho de que los obreros más combativos eran despedidos o perseguidos,
teniendo necesidad de ir a otros países para encontrar trabajo o incluso para
salvar el pellejo. Era un mutualismo surgido en el mundo de los artesanos, que
luego pasará a la fábrica y que, con la difusión de las ideas socialistas,
anárquicas y marxistas, asumirá connotaciones cada vez más políticas.
Y bien, aunque los inicios de la
Asociación se relacionen con exponentes de ideas proudhonianas y
semianárquicas, cuando en el Congreso de Ginebra de 1866 fue constituido el
Consejo general, fueron rápidamente excluidos de este justamente los
proudhonianos y anárquicos, no solo de la línea de Bakunin. Una decisión
sectaria que constituye una suerte de pecado original, cargado de consecuencias
negativas para todos los desarrollos sucesivos de la Primera y la otras
Internacionales, que adoptará progresivamente discriminantes ideológicas
destinadas a consolidar las divisiones existentes en el seno del movimiento
obrero y que privarán a todas las sucesivas internacionales del espíritu
unitario y solidario que caracterizó, por el contrario, la Primera. Piénsese
que entre las corrientes presentes en la asociación dirigida por Marx y Bakunin
podemos contar, además de los ya recordados proudhonianos y mutualistas, a los
colectivistas, sindicalistas ingleses, blanquistas franceses, mazzinianos,
garibaldianos, marxistas, lassalleanos, bakuninistas, así como una temporánea
presencia del socialismo de orientación sionista y de algunos componentes rusos
del naciente movimiento naródniko ( Franco Venturi, en su bella historia de Il populismo russo, de 1952, nueva ed.
1972, reconstruye este cuadro ideológico).
Una pintoresca descripción del
variopinto mundo que constituía la AIL y de su breve historia está contenida en
la carta de Marx a Friedrich Bolte del 23 de noviembre de 1871. La imagen que
Marx presenta es muy parcial (no puede olvidarse que en ese mismo período
estaba preparando la expulsión de los anarquistas de dicha asociación mediante
el expediente de su transferencia a New York). La escisión, de hecho, se
consuma al año siguiente del Congreso de la AIA (1872) y, desde entonces, las
diferencias no han dejado de crecer. Me place sintetizar esa tragedia del
movimiento obrero internacional que aún estamos pagando, diciendo que, por un lado (con Marx) se fue la mente, la
razón teórica y, por el otro (con Bakunin) se fue el corazón, los sentimientos
morales, la ética. Es quizás un modo simplista de considerar la cosa, mas
creo firmemente en ello y casi 150 años de historia están ahí para demostrarlo.
b) Internacional antiautoritaria de
Saint-Imier. Otra falsificación histórica muy difundida es que con la
transferencia/disolución de la AIL se terminó la Primera Internacional. Se
trata de error grosero porque la mayoría de los adherentes estaban a favor de
las ideas de la anarquía y no siguieron a Marx, no aceptaron la disolución y
continuaron sosteniendo una Internacional anti-autoritaria, llamada de
Saint-Imier. El nombre le viene de la pequeña ciudad donde se reunieron en el
mismo 1872 los exponentes no marxistas de la AIL (de Bakunin a Malatesta a Kropotkin,
a los comuneros a la Federación del Giura). Esta Internacional sobrevivió por
casi una década, sin lograr superar las propias disensiones internas y el
localismo creciente que, desde entonces, ha permanecido e incluso crecido como
rasgo característico del movimiento anárquico. Sus últimos congresos fueron en
el 1877, en Verviers, y en 1881 en Londres.
Las dimensiones del desastre que se
verificó en el movimiento obrero internacional (como efecto también de la
derrota de la Comuna de Paris) nunca podrán subrayarse lo suficiente. Entre
otras cosas, la separación en dos grandes organizaciones no salvó de la
disgregación a ninguna de las dos. Muchas corrientes que no se reconocían ni en
Marx ni en Bakunin (proudhonianos, sindicalistas, cooperativistas, etc.) se
retiraron y derivaron en organizaciones nacionales o localismos aun más
circunscritos de los anárquicos antes recordados. Y esto porque la división
privó a ambos componentes mayoritarios del espíritu unitario tan deseado por
aquellos trabajadores más conscientes, a sí como del prestigio que derivaba,
precisamente, de esa unidad. En resumen, podemos decir que, como
revolucionarios, estamos huérfanos de una asociación internacional unitaria de
trabajadores desde aquel lejano 1872. Y la fragmentación que vivimos hoy en día
(que en algunos países como Italia, Inglaterra o Argentina ha llegado a los
límites de lo farsesco o lo psicopatológico) deriva de aquella fractura
histórica, que se agravó ulteriormente con varias otras fracturas,
pequeñas y grandes que se verificaron en
el curso del siglo y medio siguiente.
Hay que decir que no fue solo un hecho
organizativo (las maniobras y el sectarismo de Marx) lo que determinó la
fragmentación de la AIL, sino también la transformación política e ideológica que,
en aquella Asociación, se generó y que Pier Carlo Masino (socialista y
principal historiador italiano de la anarquía) describió con precisión en su Storia degli anarchici italiani (Rizzoli
1969, nueva ed. 1974). Afirma Masini que, en la conferencia de la AIL en
Londres, de septiembre de 1871:
“una pre-seleccionada mayoría marxista realiza con una serie de resoluciones la transformación de la Internacional en partido político (…) introduciendo en el programa de la Internacional un elemento ideológico uniforme y vinculante que anulaba la variedad de las corrientes hasta entonces admitidas sobre la base de un solo principio unificador: la solidaridad práctica de los trabajadores de cualquier raza, credo o nacionalidad, para el mejoramiento de las condiciones, la mutua defensa, la completa emancipación de la clase obrera (p. 59)”.
He citado y subrayado esta opinión de
un gran estudioso, porque considero que ella conserva una fuerte actualidad en
nuestra época y que concierne, en formas y contextos diferentes, también el
proceso de constitución de la Quinta Internacional.
A esta consideración se puede añadir un
comentario de Franco Venturi (en la nueva introducción a la obra citada, vol.
I, p. XCVII), cuando nos recuerda que el movimiento socialista de los últimos
dos siglos es demasiado rico para ser reducido a una sola corriente, aunque sea
el marxismo. No existe un componente “científico” y “auténtico” que se pueda
contraponer a los otros, sino que uno explica y completa los otros, en una
relación de mutuo enriquecimiento. Por desgracia, una lectura errada (o
parcial) de la historia, sobre todo europea, del movimiento obrero, ha creado
la falsa sensación de que ha existido una corriente eminente, el Marxismo (con
mayúscula), superior y distinta o contrapuesta a las otras, sin tener en cuenta
que el propio marxismo nunca habría podido constituirse como teoría y método de
una parte del movimiento obrero sin la experiencia y la contribución de todas
las otras corrientes. El marxismo, según Venturi, no ha excluido las otras corrientes teóricas y
experiencias políticas del movimiento obrero de su época, sino que las absorbió
y acogió, de hecho, en su seno, valorizándolas en una forma y método que no
tienen precedentes en la historia del pensamiento (véase también Michael Löwy, Il giovane Marx, Massari ed. 2001,
pp.143-4). Se puede reflexionar siquiera sobre el hecho de que la primera
traducción de El Capital en ruso fue
iniciada por Bakunin...
Concluyo esta parte historiográfica
(deliberadamente más larga de las que seguirán), repitiendo una frase que
repito con frecuencia a fin de ejemplificar lo más posible mi pensamiento sobre
el tema: uno de los rasgos grandiosos y
fascinantes de la Primera Internacional es que logró condensar su propio
programa y su propia ideología, no solo en pocas palabras, sino incluso en el
nombre que se dio a sí misma: “Asociación Internacional de los Trabajadores”. Su
programa no fue la revolución, el socialismo o la lucha contra tal o más cual
adversario, sino el llamado a la unidad de todos los trabajadores, de cualquier
nación, religión o credo político, en una única organización solidaria,
mutualista y unitaria. Un fenómeno político-lingüístico semejante –la capacidad
de encerrar en el nombre la esencia del programa nunca volvería a verificarse.
Hay que decir que, además, mientras pudo su realidad operativa concreta fue
coherente con el profundo significado de aquel nombre.
c) Segunda Internacional. Fundada en Paris en 1899, se disgrega
oficialmente el 4 de agosto de 1914, cuando el Partido Socialdemócrata alemán,
su principal organización, vota los créditos de guerra, imitado luego por otras
corrientes socialistas en otros países, cada una de ellas poniéndose de parte
de la burguesía nacional respectiva. Pero la verdad es que la Segunda
Internacional nunca existió en tanto tal, es decir como síntesis unitaria de
las experiencias políticas que los varios partidos socialistas cumplían en
aquellos años de transito del XIX al XX. No celebró congresos significativos,
no tuvo ninguna oficina de coordinación internacional, cada partido pensaba en
lo fundamental en sus propios asuntos en su propio país y las bases ideológicas
mismas al momento de la fundación estaban muy lejos de poder definirse
revolucionarias. Y mucho menos unitarias, dado el rechazo tenaz que se le opuso
a las demandas (y también infiltraciones) de las organizaciones anárquicas que
solicitaban ser admitidas. Esta es una historia poco conocida pero, a nuestros
ojos, tiene un fuerte significado unitario el hecho de que los anarquistas
lucharon por ser admitidos hasta el Congreso de Londres de 1896. Y ello a pesar
de que la Internacional en la que pedían entrar fuese la quintaesencia del
estatalismo, embebida de espíritu lassalleano (socialismo de estado), con
procesos muy avanzados de degeneración autoritaria y burocrática de sus
principales partidos, tal como fue analizado en la obra fundamental de Roberto
Michels, Sociología del partido político (del
1911, nueva ed. del 1925), dedicada al análisis del PSD alemán.
Este espíritu unitario de los
anárquicos de entonces, creo que adquiere valor hoy en las polémicas que de
seguro no faltarán por la parte libertaria respecto a la Quinta y a las
organizaciones que entrarán a formar parte.
Sabemos que los anarquistas de entonces
no lograron hacerse admitir (una admisión que habría implicado también una
suerte de reconocimiento internacional) y también este hecho no tuvo
ciertamente un efecto benéfico en la evolución oportunista de la Segunda
Internacional.
Este, de hecho, aunque no centralizada,
aunque se reuniera internacionalmente con dificultas, demostró sin embargo gran homogeneidad ideológica en la
adopción y desarrollo de posiciones estatalistas, colaboracionistas y, a fin de
cuentas, también nacionalistas guerreristas. Por lo demás, el propio Engels que
había presidido su fundación, lo había hecho con posiciones cambiadas respecto
a sus posiciones originarias y a las de Marx, con fuertes concesiones al
gradualismo y al parlamentarismo.
Y, en efecto, fue justo esta la
Internacional que se preocupó por construir los partidos políticos
parlamentarios de los trabajadores distintos de los de la burguesía y los
sindicatos ( de oficio primero y de industria después, aceptando en su propio
seno también el sindicalismo revolucionario que vivió en aquellos años su época
de oro). Su función histórica positiva reside en estas dos conquistas
históricas de los trabajadores y en el hecho de que respondió sustancialmente a
la exigencia surgida en las clases obreras
de varios países y continentes de armarse de instrumentos políticos propios,
autónomos, para conducir la lucha también en el interior de las instituciones,
si bien ello sucediera, en la mayoría de los casos, sin real espíritu
revolucionario (anticapitalista) o abiertamente unitario hacia los otros
componentes del mundo del trabajo. La revolución nunca fue el programa de la
Segunda Internacional y, por los demás, sabemos cómo terminó.
La continuidad internacionalista del proyecto revolucionario hay que
buscarla en las fracciones de minoría que constituyeron la Izquierda de
Zimmerwald y Kienthal y en el movimiento Espartaquista. Del encuentro-choque entre esas
fracciones provienen también los grandes teóricos como Parvus, Trotsky,
Luxemburg y, en fin, Lenin, además de otras personalidades y corrientes menores
que no podemos citar.
Vale la pena recordar la existencia de
estas fracciones dentro de la Segunda Internacional, en primer lugar porque
ellas nunca fueron expulsadas, demostrando así históricamente que era posible
una convivencia de reformistas, centristas, revolucionarios e incluso
verdaderos extremistas dentro de la misma organización. Y, en segundo lugar,
porque la experiencia de ser minoría ligada a determinadas ideas dentro de un
organismo internacional más amplio, la hemos vivido los de la ex- FMR en el
Secretariado unificado de la Cuarta Internacional (del cual, sin embargo,
fuimos expulsados en 1975). Y no está excluido el que se haga de nuevo
necesaria una experiencia similar dentro de la Quinta (quiero decir la
proposición como minoría de determinadas ideas, no la expulsión [risas]).
Formalmente la Segunda Internacional
existe todavía. Se llama Internacional Socialista y de ella forman parte todos
los partidos socialistas y socialdemócratas del mundo. El PSI de Craxi formaba
parte de ella.
c) La Tercera Internacional. Fundada en 1919 y disuelta por Stalin
en 1943 para permitir una mejor colaboración de los partidos comunistas con las
respectivas burguesías nacionales empeñadas en la guerra antinazi.
El acta de nacimiento, en marzo de
1919, ocurrió de manera muy reservada, con pocos anuncios propagandísticos, con
la presencia de unos cincuenta delegados que no representaban prácticamente
nada. La mitad de estos eran delegados de las repúblicas ex-zaristas y la
presencia de partidos socialistas occidentales era escasamente representativa.
Hay que decir, de todos modos, que en aquel primer congreso había espacio para
todo aquel que quisiera adherirse y
empeñarse en la construcción de la nueva internacional. Baste citar el caso de
la IWW, los Wobblies, movimiento sindicalista revolucionario norteamericano que
no tenía características marxistas. Mas al definirlo anárquico se tendría una
imagen reductiva porque los Wobblies fueron el único ejemplo en el siglo XX de
una organización unitaria de los trabajadores sin discriminantes ideológicas ni
aparato jerárquico superpuesto a los movimientos reales de lucha (ver su
historia en el libro de Patrick Renshaw, traducido por mí para Laterza en el
1969-70).
En el 2do Congreso, en 1920, se hizo obligatoria
la adopción de los famosos 21 puntos.
Si se leen hoy en día esas 21 condiciones (incluidas junto a todos los
principales documentos de los primeros 4 congresos en la edición al cuidado de
Yuri Colombo en el 2004) se tiene la impresión de encontrarse ante un extenso
volante escrito por el más sectario de los grupúsculos supuestamente leninistas
hoy existentes. La palabra “comunista” se repetía de modo obsesivo, casi cada
dos líneas, porque cada cosa, para ser mínimamente aceptable, debía ser “comunista”:
comunistas debían ser las ideas, comunistas los núcleos obreros en los
sindicatos, comunistas los agitadores en las campañas, comunistas integérrimos
los militantes en los partidos y en la Internacional, con disciplina férrea y
expulsión obligatoria de todas las otras corrientes socialistas, reformistas e
incluso centristas ( que en los 21 puntos son siempre tratados como equivalente
de los reformistas, perdiendo de vista por lo tanto su característica política
específica dad por la oscilación entre el polo del reformismo y el de la
revolución –Fausto Bertinotti, por ej., no habría sido jamás admitido [risas].
Lo mismo en cuanto al intento de crear
una organización internacional ad hoc para los llamados Pueblos del Oriente
(conferencia de Bakú de septiembre de 1920), que nunca salió del mundo virtual
de los llamamientos propagandísticos. De todos modos, si hubiera logrado
alcanzar un mínimo grado de organización, se habría visto inexorablemente
arrastrada por la trágica derrota de la Segunda revolución china, en 1926-27,
debida a los errores del Comintern estaliniano. E incluso allí todo debía ser
“comunista”, perdiendo completamente de vista la inconfundible especificidad
histórica de los movimientos de liberación nacional que se puede devenir comunista
en el curso de la lucha pero no, ciertamente, en sus orígenes. Después del
término “comunista” el más recurrente era “depuración”: depurar, depurar y depurar. Todo debía ser depurado para asegurar
la pureza “comunista”. Y allí donde no se podía expulsar porque no se estaba en
mayoría, era necesario escindir,
anteponiendo la necesidad de la separación a la de la unificación. Es evidente
que una tal concepción sectaria no tenía ya ninguna sustancia real de
internacionalismo, ya que el trabajo reformista o centrista, en cualquier caso
no bolchevique era equiparado al enemigo y, en tanto tal, objeto a expulsar o
combatir en cualquier sede (en el partido, sindicatos, cooperativas, etc.). La
vieja división del 1872 que destruyera la Primera Internacional con el lema de
“afuera con los no marxistas”, se convierte en caricatura con el lema de
“afuera con quien no es marxista como nosotros”. ¿Y los anárquicos? Se
preguntará uno. Los 21 puntos no los olvidan y dan la indicación de
reclutarlos, país por país, para convertirlos en…comunistas.
En realidad, el Comintern conoció
interesantes momentos de debate acerca de algunos temas, en sus primeros
congresos, hasta el Cuarto (nov. 1922) y hasta el Ejecutivo ampliado de junio
1923: aquellos primeros años en los cuales una discusión, bien o mal, era
posible en su seno, a pesar del peso preponderante de la sección rusa. Mas en
el plano práctico coleccionó solo derrotas en todas partes (de Berlín en 1919,
1921 y 1923, a Polonia; de Hungría a Italia, pasando por la ya recordada China,
para llegar a la debacle de la Revolución española y a la alianza con Hitler
que, a su vez, hizo posible el comienzo de la Segunda Guerra Mundial). Todo sin
autocríticas, sin cambios en sus concepciones dirigentes, sin cambiar
orientación estratégica ni la manera de concebir la Internacional, sino con
ajustes meramente tácticos.
Con la victoria definitiva de la
burocracia estaliniana, cesó cualquier elaboración teórica autónoma, se realizó
la rusificación de las distintas secciones nacionales y el Comintern se
transformó en un instrumento de la contrarrevolución burocrática a escala
internacional. Hay que decir, sin embargo, que su degeneración se verificó en
dos partes y con mayor dificultad respecto a la transformación
contrarrevolucionaria del partido soviético. Con el tiempo (señaladamente desde
1926 en adelante), de todos modos, degeneró totalmente también el Comintern y
se transformó en una organización internacional fundamentalmente empeñada en
luchas de aparato, no menos que en la eliminación física de anárquicos,
trotskistas y opositores anti estalinianos en el resto del mundo, tal como se
vio trágicamente en el curso de la guerra civil española, con el asesinato de
Trotsky, en México en agosto 1940. La estructura utilizada para estos trabajos
sucios se llamó “Socorro rojo internacional”: ella dejó tras de sí una
larguísima estela de sangre, según los lugares y períodos. El italiano Vittorio
Vidali (“Carlos Contreras”) fue uno de sus “animadores” más connotados.
La “cosa” será disuelta en 1943, con el
fin de facilitar la participación de los partidos nacionales en la guerra
mundial bajo la dirección de las respectivas burguesías, de internacional tenía
ya solo el nombre. ¡Mucho peor que el voto de los créditos de guerra de 1914!
No olvidemos que el Comintern había aprobado en 1939 todas las directivas de
Moscú respecto a la alianza con Hitler, la partición de Polonia, la invasión de
los estados bálticos, la guerra contra Finlandia y la puesta en marcha de la
Segunda Guerra Mundial. Una alianza con el nazismo (y en Oriente con el imperio
japonés) que fue cambiada solo tras la invasión nazista de la URSS, en junio de
1941, hallándose el país del todo inerme ante la posibilidad de una agresión
nazista.
e) Cuarta Internacional. No me extiendo porque puedo referir
al largo capítulo que dediqué a su breve existencia en mi monografía sobre
Trotsky de 1990. Solo recordaré que fue fundada en 1938, con gran retardo
histórico respecto al recrudecimiento del estalinismo y a la necesidad de
contraponérsele frontalmente. Grave fue la responsabilidad de Trotsky (lo cual
no significa absolver a todos aquellos que ni siquiera intentaron luchar contra
el estalinismo y que, en cualquier caso, no lucharon con la tenacidad y lucidez
con que los hizo Trotsky hasta morir). La Cuarta, de todos modos, era ya
prácticamente inexistente menos de un año después de su fundación, tal como lo
reconoció el propio Trotsky (ver carta a la dirección del SWP en abril y julio
de 1939), y desapareció organizativamente con el asesinato del Viejo en agosto
de 1940.
También acerca de los intentos de
reconstrucción de la Cuarta en la posguerra he escrito mucho en el pasado y
casi todo está disponible al lector en libros publicados en tiempos más
recientes. Mi pensamiento al respecto es más que conocido (a quien se interesa
en estos problemas) y lo resumo con brevedad.
Aquellos intentos (bajo la guía de
Pablo, Mandel, etc., luego llamado Secretariado unificado) fueron necesarios e
históricamente positivos a pesar de su evidente fracaso. Me siento orgulloso de
haber sido parte de ellos desde comienzos de mi actividad política (1966) y
considero que se equivocaron en no hacerlo todos aquellos que en esos años se
consideraban, bien o mal, revolucionarios.
La historia ha demostrado que no
existían alternativas reales, ya que no se verificaron a nivel internacional ni
en ningún país en el mundo. Mientras que valió la pena, analicé al detalle los
procesos de involución política que acompañaron el declive de la
Cuarta-Secretariado unificado (es decir la principal organización heredera del
patrimonio teórico trotskiano), sobre todo hasta fines de los `70. Solo
recientemente he hecho circular mi
extensa relación de 1983, ya recordada, donde explicaba el fin histórico de la
Cuarta de Trotsky, también en sentido programático. Argumentaba ese fin con la
caída de los dos pilares de su programa fundador (revolución solo política en
la URSS y defensa de la URSS contra el imperialismo), sea por los niveles
alcanzados por la degeneración social de la URSS de Brezhnev, sea por el papel
jugado por este país en el sofocar el nivel más elevado de revolución y d e
conciencia obrera que se haya visto en la posguerra, con el movimiento de
Solidarnosc en Polonia.
f) OSPAAL y OLAS. Quiero referirme a esto con rapidez, aunque no se trate de
verdaderas internacionales, sino de intentos concretos realizados para unificar
las fuerzas antiimperialistas e nivel internacional. Fueron dos organismos de
matriz cubana, aunque en ninguno de los dos se viera directamente involucrado
Ernesto “Che” Guevara, es decir el único exponente auténtico de un pensamiento
internacionalista revolucionario y de una práctica coherente con aquel
pensamiento a nivel de masa que haya existido después de la Segunda Guerra
Mundial.
Me refiero a la OSPAAL (Organización de
solidaridad con los pueblos de Asia, África y América Latina, llamada también Tricontinental por el nombre de su
revista), fundada en enero de 1966 y que prácticamente nunca gozó de existencia
real, ya fuera por la derrota latinoamericana que representó la muerte de
Guevara, ya por la orientación netamente capitalista asumida por los países de
nueva independencia, ya por la transformación de Cuba en apéndice de la
política exterior soviética a partir de fines de los `60 (desde la aprobación
de la invasión a Checoslovaquia en agosto de 1968 en adelante). Con la OSPAAL
Fidel Castro intentó unificar, alrededor del estado cubano, varios movimientos
de liberación en el mundo (muchos, mas no todos) con los gobiernos de algunos
estados en los que la lucha anticolonial había llevado al poder a ex
movimientos antiimperialistas. La cosa tuvo desde el comienzo características
muy formales y diplomáticas, y bien pronto mostró su naturaleza real: se
trataba de una respuesta del mundo filosoviético a la creciente influencia del
movimiento de los no alineados del cual Moscú empezó a preocuparse seriamente
durante los años `60, a causa también de las diferencias con China. La sigla y
la revista existen aún, con sede en La Habana, pero solo en el papel.
Con la OLAS (Organización
latinoamericana de solidaridad) nos encontramos frente a una organización de
existencia mucho más breve (fue fundada en La Habana en una célebre Conferencia
celebrada desde el 31 de julio al 10 de
agosto 1967), pero, a diferencia de la OSPAAL, con algunas consecuencias
prácticas. En aquel encuentro se encontraron para discutir casi todos los
movimientos guerrilleros latinoamericanos, junto a los partidos comunistas y
algunos partidos nacionalistas radicales. Fueron explícitamente excluidas las
organizaciones trotskistas y filochinas (para contentar a los soviéticos): se
trató de un intento, que pronto fracasó, de crear una organización continental
de coordinación guerrillera en Sudamérica. La atmósfera de la conferencia
estuvo estimulada por la empresa del Che en Bolivia, iniciada 9 meses antes y
concluida trágicamente en los dos meses siguientes.
Pero, a pesar de la muerte del Che, algunos
intentos de lanzar nuevas guerrillas fueron ulteriormente realizados, siguiendo
las orientaciones de OLAS (foquistas y guerrilleristas, según las teorías en
auge de Regis Debray, entonces portavoz de Fidel Castro y el gobierno cubano),
pero todos fueron destruidos rápidamente, mientras que en el horizonte se
delineaban nuevamente las ilusiones electoralistas que, en el Chile de Allende,
encontraron su concretización más trágica.
Podemos afirmar, sin embargo, buscando
un balance histórico, que en aquella tentativa desesperada de coordinar las
guerrillas en América Latina se lanzaron las semillas de las cuales brotarán
con el tiempo algunos movimientos de lucha armada más conocidos, destinados a
jugar importantes roles políticos en Nicaragua, El Salvador y Guatemala. La
guerrilla colombiana de las actuales FARC o los grupos armados peronistas de
los años `70 fueron casos a parte.
Habiendo colaborado en esa época con
algunos de esos movimientos guerrilleros (en particular en Perú y Venezuela –
fui miembro de las FALN de Douglas Bravo en 1969-71), me siento autorizado a
considerar la OLAS como parte de mi experiencia personal y como tal la
reivindico aún hoy, por sus generosas intenciones y espíritu internacionalista
guevariano, no obstante su inconsistencia teórica y sus trágicos epílogos. He
querido citar estas dos experiencias porque, al haber involucrado movimientos
reales y auténticas organizaciones de masa, merecen ser recordadas en la
historia de los intentos de unificación de las luchas antiimperialistas a
escala internacional, con todos sus límites, pero reconociendo también sus
méritos.
En
tiempos más recientes, como saben, en Chiapas Marcos ha buscado crear un
movimiento “Intergaláctico” que ha tenido su momento de notoriedad mediático
pero ningún efecto práctico en México ni fuera de él.
Y luego debemos citar también ese
poquito de espíritu internacionalista que ha animado los primeros foros
Sociales, desde Praga y el primero de Porto Alegre en adelante. Con todas sus
bellas esperanzas, sin embargo, el movimiento de los foros Sociales, también
llamado No-global ha adquirido rápidamente (diría desde el segundo encuentro de
Porto Alegre) todas las características de un imponente movimiento de turismo político a escala internacional.
Y quien no tiene dinero o tiempo libre para moverse de un encuentro al otro
queda inexorablemente excluido.
Estos procesos degenerativos típicos de
la sociedad del espectáculo debemos a estas alturas tenerlos en cuenta por todo
lo que, a nivel internacional, se llevará acabo en forma de mega-convenios, foros
sociales regionales, campos de verano, etc., sin que se prevean formas de
efectiva lucha anticapitalista. Tal vez en el futuro habremos de dedicar mayor
atención teórica a estos aspectos degenerativos de la política como espectáculo
porque ellos harán muy difícil una
auténtica discusión internacional de los problemas que el movimiento
revolucionario debe enfrentar en el mundo. Es inútil agregar que todos los
fenómenos de culto de la personalidad (viejos y nuevos) no pueden sino agravar
esta tendencia espectacular y turística de masa de la política
“internacionalista” de nuestros días. Es una reflexión importante que, por el
momento, debemos dejar a un lado.
3. NACIONALISMO VERSUS
INTERNACIONALISMO
El fracaso histórico de la Tercera
Internacional y sucesivamente el de la Cuarta han tenido trágicas consecuencias
para el presente. Hace ya más de 80 años, podríamos decir casi 90, que el
movimiento obrero actúa o se ha desarrollado en forma de una sumatoria de movimientos esencialmente nacionalistas.
El nacionalismo ha sido absorbido por las clases obreras de todo el mundo por
casi un siglo, tanto que puede decirse que ha penetrado en su ADN, en su
estructura constitutiva. Las clases obreras (entendidas en el sentido más
amplio del término, como totalidad del trabajo asalariado mental y manual), que
encontramos en todo el planeta, son profundamente nacionalistas: y lo son en
contratendencia respecto al desarrollo capitalista que tiende, por el
contrario, a asignar menos funcionalidad al Estado-nación. Las ideologías
nacionalistas que hegemonizan a las grandes masas trabajadoras son en realidad
inducidas sobre todo por los canales de la política (sistemas electorales y
partidos), por las grandes y nuevas potencialidades mediática del sistema, por
mecanismos cada vez más penetrantes e invasivos de la sociedad del espectáculo.
El balance es dramático, mas no podemos
eximirnos del constatar que las grandes
experiencias históricas de la “izquierda” (por decirlo de alguna manera) en
casi un siglo de derrotas (tantas) y victorias (poquísimas) están todas
inspiradas en el nacionalismo o, al máximo, en fenómenos de regionalización
geopolítica o continental con frecuencia enmascarados por un antiimperialismo
genérico o puramente demagógico.
Cuba y el nacionalismo antiimperialista
El caso más evidente es la Cuba de hoy
que resulta a veces considerada, muy ingenuamente, como un gran ejemplo de
internacionalismo, cuando se trata por el contrario del ejemplo más longevo de nacionalismo antiimperialista que ha sobrevivido
desde la posguerra hasta el presente (siendo venidos a menos los ejemplos
de Argelia, Ghana, las ex colonias portuguesas, las diversas experiencias de
militares “progresistas” en el poder en ciertos países latinoamericanos, etc.).
No ha habido movimiento en América Latina o el mundo que la dirección de Fidel
Castro no haya sacrificado a los intereses políticos del estado cubano, siempre
que ha tenido la oportunidad y la necesidad: desde el uso desprejuiciado del
foquismo guerrillero (se reflexione sobre el hecho de que no ha habido una sola
guerrilla, de las organizadas por los cubanos, que haya resistido al menos un
año, incluida la del Che en Bolivia) hasta el silencio acerca de la masacre de
Tlatelolco en México en 1968; de la aprobación de la represión soviética al
pueblo checoslovaco al apoyo concedido a cualquier gobierno burgués de América
Latina que mostrara una mínima voluntad de apertura hacia Cuba,
independientemente de las necesidades de los trabajadores y movimientos
anticapitalistas en ese mismo país. También el ingreso en el área política de
los países satélites de la URSS se debió a análogas motivaciones nacionalistas
a pesar de la propaganda en el lenguaje del “internacionalismo proletario” que
acompañó este tipo de determinaciones.
Está comprendida en esta política de
salvaguardia de los intereses nacionales el rechazo sistemático a incluir a
otros países imperialistas en las críticas al único imperialismo que aparece
como históricamente amenazante a los ojos del gobierno cubano, el
norteamericano. No se encontrarán nunca, en los documentos o análisis políticos,
afirmaciones críticas respecto a países imperialistas como Alemania, Japón,
Francia o Italia, mientras que las críticas a España van y vienen según la
actitud que ese país asuma hacia el gobierno cubano. Se puede prever con
facilidad que el día en que los USA cambiasen su actitud agresiva hacia Cuba,
cesarían también las denuncias políticas al imperialismo estadounidense. Y se
puede prever porque los síntomas de este posible comportamiento futuro se
vieron claramente tras los sucesos del 11 de septiembre de 2001, en un momento
en el que la dirección cubana se ilusionaba con un posible reacercamiento y
Raúl Castro llegó a declarar que eventuales prisioneros fugitivos de la cárcel
de Guantánamo serían vueltos a entregar a las autoridades estadounidenses. Luego,
empero, sucedieron las injustas condenas a los cinco cubanos aún prisioneros y
el breve idilio llegó a su fin. El día en que el embargo terminare (y deseamos
que ello suceda lo más pronto posible) el problema de la relación entre la
dirección cubana y el imperialismo USA volverá a examinarse y habrá que estar
preparados para cualquier cambio posible.
Incluyo este breve paréntesis sobre
Cuba no para abrir una discusión acerca de los hechos de una revolución tan
contradictoria y controvertida (acerca de la cual, de todos modos, ya hemos
producido muchos análisis en el pasado y habremos de producir más en el
futuro), sino para invitar a los compañeros a un comportamiento de elemental
cautela respecto a la facilidad con que los cambios políticos son impuestos por
el grupo dirigente castrista al resto del aparato y por este a la población. Y
esta cautela es aun más necesaria dado el hecho de que cualquier perspectiva de
construir una nueva internacional hoy en día no puede no tener en cuente la
existencia del actual estado cubano, sea que este se adhiera a ella o no.
(Lo hubimos de experimentar de modo
trágico en la segunda mitad de los años 60 cuando la no adhesión de Cuba a la
Cuarta y el ataque público de Castro contra el trotskismo, en el congreso de la
OSPAAL de 1966, sentaron las premisas para la progresiva decadencia
organizativa en Latinoamérica y el resto del mundo. Retrospectivamente, se
debería tener el coraje de dar fecha al inicio de la crisis de la
Cuarta-Secretariado unificado a partir de aquel ataque de Fidel Castro: en
aquella época de dijo y no se comprendió, luego vinieron el 68 y el crecimiento
de la Ligue en Francia para hacer olvidar el
golpe – pero el golpe existió y bloqueó un proceso de acercamiento a la
Cuarta por parte de otros sujetos políticos que se estaba verificando en varias
partes del mundo. No olvidemos que el propio Guevara, en los últimos años de su
vida, demasiado breve, había finalmente comenzado a interrogarse acerca de
Trotsky y a leer alguna de sus obras fundamentales.
Pero sería un enorme paso atrás
respecto a las experiencias internacionalistas del pasado condicionar la acción
de la nueva internacional según los intereses nacionales de este o aquel país.
Si Cuba nunca ha intentado construir un auténtico movimiento revolucionario
internacional, ello se ha debido, sobre todo, a los límites nacionalistas
originarios de esta revolución (luego devenidos crónicos con el paso a la
monodependencia económica y política de la URSS), además que a los límites
nacionalistas del movimiento obrero mundial. Estos límites han marcado en un
sentido fuertemente involutivo el desarrollo de la revolución cubana (bloqueo
de la transición al socialismo, rechazo a cualquier estructura democrática
directa de los trabajadores, aumento creciente de las diferenciaciones
sociales), sino que han producido, al mismo tiempo, una impresionante lista de
derrotas en Latinoamérica y no solo.
Pensar hoy en la nueva internacional en
términos de defensa de intereses nacionalistas (por ej. en los fines de un
presunto interés nacional de Cuba u otros países), además de ser una
perspectiva irrealista, significa prolongar ulteriormente esa lista de
derrotas.
Dando por hecho el que una nueva
internacional deberá caracterizarse desde el inicio por su rechazo a la hegemonía
nacional por parte de cualquier país, no debemos empero pensar tampoco que los
nacionalismos son todos iguales y todos políticamente desechables. El
nacionalismo peronista, por ejemplo, ha sido un fenómeno muy complejo que ha
permitido la unificación política del movimiento de los trabajadores en
altísimos porcentajes que no se habían visto nunca antes en ningún país del
mundo. La fuerte base social de la cual nació ese nacionalismo explica su
longevidad, explica por qué aún estamos interesados en estudiarlo y por qué
sigue ejerciendo una cierta influencia en Argentina (si bien ya
fundamentalmente negativa). Y no olvidamos el nacionalismo de Nasser que hizo
creer en un determinado momento que fuera posible la unificación
antiimperialista del mundo árabe (el panarabismo). O el nacionalismo de Lumumba
(panafricanismo), de Malcolm X (el poder negro), de Ben Bella (la revolución
argelina y el laicismo islámico) y otros más o menos importantes: son todos
ellos nacionalismos que merecen respeto por el rol positivo que han jugado en
determinadas fases de la lucha antiimperialista, pero que luego han mostrado
los profundos límites de la composición ideológica de sus direcciones. La
historia ha mostrado abundantemente que cualquier
nacionalismo progresista que no se deje absorber por un movimiento
internacionalista más amplio está destinado a retroceder y transformarse en
instrumento de conservación social, sino de simple y pura represión
política. Es la vieja cuestión del “socialismo en un solo país” –como se dijo en
cierto momento histórico – que sigue planteándose, si bien en términos
distintos y en un contexto mundial profundamente modificado.
Las dinámicas de los grupos políticos
tras el 68
Mirando hacia atrás, se debe admitir
que el único movimiento internacional dotado de algún espíritu
internacionalista fue el del 68, como quiera que se desee nombrar aquel
conjunto de movimientos heterogéneos que luego confluyeron en una sola gran
corriente de protesta en los países imperialistas, países dependientes y países
de transición bloqueada, aplastados por dictaduras burocráticas de origen
estaliniana.
Un movimiento de gran aliento
internacionalista, 1) porque nacía por impulso de vanguardias juveniles que aún
no se habían corrompido en el seno de los partidos tradicionales (estalinistas,
socialdemócratas, nacionalistas burgueses; 2) por la gran motivación
antiimperialista que brotaba de la guerra de Vietnam; 3) por la imagen del
combatiente y antiburócrata “Che” Guevara, aún hoy ejemplo y símbolo invicto de
internacionalismo revolucionario después de la Segunda Guerra Mundial.
Este gran espíritu internacionalista
tuvo breve duración y fue reprimido de diversas maneras. En Checoslovaquia y
China como sabemos, en México y los USA con la fuerza de las armas, en Europa
(y sobre todo en Italia) con el nacimiento de numerosos microaparatos
políticos, es decir, numeroso nuevos partidillos siempre jerarquizados,
autoritarios y rigurosamente construidos sobre bases nacionales. Nominalmente
parecían ser excepción ante un nacionalismo tan estrecho los pequeños partidos
maoístas (con su referencia a la China de Mao) y los trotskoides (con sus
afiliaciones a las varias y presuntas Cuartas Internacionales), pero la verdad
es que la lógica que subyacía a la formación de todas estas caricaturas
minipartidistas era fundamentalmente nacional o nacionalista, cuando no
inclusive localista (citamos ejemplos como Bandera Roja, Vanguardia Obrera,
toda la dinámica grupal inglesa, Revolution en Francia, donde ya se había
enraizado la estructura rígidamente trotsko-nacionalista de Lutte Ouvrière, la
dinámica grupal griega, etc.). En Italia aún hoy continúa el fenómeno del
surgimiento de miniaparatos “leninistas” –que tienen el descaro de definirse
“internacionalistas”- debido a procesos de escisiones o expulsiones ligadas a
sucesos políticos típicos de este país (piénsese en el nacimiento del PCL y del
PDAC, por no hablar de los numeroso pequeños Lenin que aparecen y desaparecen
ciudad por ciudad, grupo por grupo, cenáculo por cenáculo y, ahora, sitio web
por sitio web o blog por blog). Y no me extiendo en describir fenómenos
análogos en el seno de los diversos agrupamientos anárquicos, donde más que el
nacionalismo prevalece el localismo. El mismo localismo que fue savia y luego
muerte de los centros sociales autogestionados.
Ahora podemos, sin embargo, trazar un
balance global de todos los miniaparatos nacidos en el mundo tras el `68 y
decir que no hay ni uno solo que haya superado el umbral nacional, que haya
dado vida a algún movimiento antagonista supranacional; podemos decir incluso
que no hay siquiera uno que haya sobrevivido (y por supervivencia entendemos no
la permanencia autárquica de una sigla o un periodicucho para imperecedera
celebración del jefecito de turno). Y dado que Italia es el país en el cual ha
llegado más lejos y con mayor fuerza la dinámica grupal pos `68, podemos decir
que hemos tocado con la mano, más que en otras partes, el desastre que
representa la construcción de partidillos nacionales sobre la base de
motivaciones políticas nacionales pero envueltos en un humo de demagogia
internacionalista. El fracaso general de los grupitos o grupones que fueron
constituidos como alternativa a la Cuarta Internacional- Secretariado
unificado, con frecuencia por personajes que fueron miembros de esta, ha
demostrado históricamente no solo que aquellos nuevos grupos no eran una
alternativa sino que eran injustificadas todas las escisiones que se hicieron
en esa época, todas las autoproclamaciones de ser la nueva internacional, todas
la no adhesiones a la Cuarta por parte de agrupaciones destinadas a desaparecer
con el tiempo, cualquiera que fuese la motivación en términos políticos (aun si
estas aparecen hoy en retrospectiva, y en su mayor parte, como puras coartadas
sicológicas adoptadas en defensa de la gestión de los espacios propios de
autonomía política individual).
La Cuarta-secretariado unificado ya
está casi extinta, pero ha demostrado en el tiempo una capacidad de resistencia
superior a los microgrupos aquí señalados y,
gracias precisamente a las características sui generis de su centrismo,
ha logrado evitar en su conjunto el pasarse definitivamente del lado del
capitalismo, como ha ocurrido a todas las agrupaciones centristas clásicas, del
PSU francés al PRC de Bertinotti, de los Verdes alemanes al MAS venezolano. Y
no es casual que hoy su mejor ex sección (la LCR francesa, recientemente
transformada en el Noveau Parti Anticapitaliste) se haya declarado dispuesta –
a través de una declaración de François Sabado hecha a nombre del Buró
ejecutivo internacional- a discutir y eventualmente confluir en la Quinta de
Chávez, desde noviembre del 2009. Una actitud saludable que quien se preocupa
esencialmente por hacer crecer el propio aparato nacional ni siquiera la tiene
en cuenta. Por no hablar de quien se ha inventado las varias Cuartas
internacionales reconstruidas o por reconstruir y ve, por lo tanto, la
propuesta de Chávez como una añagaza del enemigo.
La cultura del Holocausto pero no del
Gulag
A riesgo de salirme del tema Quinta
Internacional, quisiera citar un ejemplo de historiografía paranacionalista
que, tal vez, nos pueda ayudar a comprender hasta qué punto de abyección se ha
llegado con la ausencia de una internacional y de una visión internacionalista.
Me refiero a la condena histórica del
Holocausto nazista (antihebreo y no
solo) que ha llenado toda la cultura de la “izquierda” mundial, desde la
posguerra hasta hoy: en el cine, en la literatura, en la reconstrucción
historiográfica y en la institución de monumentos o jornadas de la memoria. Los
partidos socialistas y estalinianos han sido artífices en primera persona de
este implante conmemorativo, involucrando a otras corrientes políticas o
religiosas.
¿Dónde está el equivalente, por lo que
concierne la denuncia de la abominación histórica representada por el Gulag,
con sus decenas de millones internados en condiciones subhumanas y los millones
de seres humanos asesinados o dejados morir de extenuación tras haber recabado
de su internamiento todo el provecho posible en términos de trabajo forzado o
esclavista? Todos sabemos que en la valoración en clave histórica de las dos
grandes abominaciones del siglo XX –el Holocausto y el Gulag- no existe
concordia en el seno de aquello que queda del movimiento obrero mundial: aún
hoy es normal escuchar a trabajadores que condenan el exterminio nazi pero
justifican el estalinista en base a consideraciones pseudopolíticas (el
tristemente célebre “fin que justifica los medios”), que serían risibles si no
fuera tan trágica la experiencia histórica a la que nos referimos. Dicen: la
construcción del socialismo en la URSS necesitaba de aquel trabajo forzado, los
detenidos del Gulag eran, en el fondo, contrarrevolucionarios, el comunismo
soviético puede haberse equivocado pero los resultados (resultados que hoy
todos podemos admirar…) justifican estas medidas extremas y así por el estilo.
No vale la pena discutir aquí estas
justificaciones que, incluso en los casos más refinados culturalmente, revelan
la existencia de profundas perturbaciones psíquicas en la personalidad de quien
las formula. Y, de cualquier manera, la literatura acerca de ese argumento es
ya enorme y sigue creciendo tras el fin de la URSS, a nivel de investigaciones
y documentación. Aquí debe solo interesarnos el desastre ideológico que, con el
tiempo, se ha operado en la mentalidad de masas de trabajadores, estudiantes,
intelectuales que han crecido en la convicción de que el Gulag no se puede o no
se debe condenar como el Holocausto porque los intereses nacionales de la URSS
exigían ese sacrificio por parte de los trabajadores rusos (ignorando,
obviamente, que aquellos forzados eran trabajadores y trabajadoras de las
poblaciones que el chovinismo ruso aplastaba en Ucrania, Polonia, los países
bálticos, en las repúblicas “soviéticas”, en los territorios a los que llegaba
el Ejército Rojo y donde quiera que se impusiera la dictadura estalinista).
No podremos hablar de internacionalismo
ni aspirar a construir una nueva internacional de los pueblos que luchan hasta
que no nos liberemos totalmente de esta vergüenza histórica de que, aún hoy, se
pueda uno considerar de “izquierda”, antiimperialista, revolucionario,
bolivariano, etc., sin condenar el martirio al que fueron sometidos algunos
pueblos según el dictado de que el fin justifica los medios y según los
intereses estatales del presunto comunismo soviético. Esos pueblos que han
pagado precios enormes en vidas humanas, desnacionalización, persecuciones
étnicas y destrucción cultural, existen aún. Hoy son libres del yugo soviético,
en teoría deberían hermanarse en la nueva Internacional pero nunca podrán
hacerlo con partidos o culturas que tengan, respecto al Gulag, la misma actitud
de negación que condenamos respecto al Holocausto.
Y esto, aunque no esté en el orden del
día, es un gran obstáculo en el camino de la construcción de la Quinta
Internacional. Ya sabemos que en este terreno no nos llegará ayuda del grupo
dirigente castrista, pero no necesariamente ocurrirá lo mismo con el
neobolivariano de Venezuela. Chávez, que no se formó en aparatos estalinistas,
podría también cumplir el gran paso de condenar oficialmente el Gulag, así como
ha sido capaz de lanzar la idea de la Quinta haciendo referencia explícita a la
Cuarta. Cierto que ello podría implicar una serie de laceraciones y llevar a
una situación de conflicto con gran parte de esa nomenklatura de intelectuales y políticos latinoamericanos formada
en torno al gobierno cubano en los años de Brezhnev y de su más acendrado
filosovietismo, entre las experiencias del gobierno en el Chile de Allende y la
Nicaragua de los sandinistas. Este componente, ya convertido en casta con sus
ritos y sus carismáticos líderes, podría adherirse en bloque a la Quinta
(suponiendo que obtengan el permiso cubano) para reforzar así su propio status
de “intelectualidad-de-izquierda-hace-de –todo”, lista para abandonarla
(siempre en bloque) si las cosas se volvieran amenazantes desde el punto de
vista de la lucha de clases. Pero difícilmente la Quinta Internacional se podrá
desarrollar sin que exista una confrontación con esta nomenklatura.
Denunciamos aquí la existencia de este
obstáculo sin idea alguno, por el momento, respecto a cómo quitarlo del camino.
4. LA PROPUESTA DE CHÁVEZ
¿Por qué ahora? La referencia a Trotsky
Ya hace meses que busco dar respuesta a
esta interrogante, desde noviembre del 2009, cuando Chávez lanzara la propuesta
de una Quinta Internacional al término del Encuentro Internacional de Partidos
de Izquierda en Caracas. El hecho de que se haya incluso fijado una fecha (el
16 de abril del 2010 en Venezuela) para fundar la nueva internacional parecería
demostrar una voluntad bien determinada a proceder: piénsese en el conjunto de
partidos al cual se dirigió Chávez y en el hecho de que el presidente
venezolano ha bautizado “Quinta” la Quinta, en sucesión histórica a la Cuarta y
señalando de modo explícito fechas y lugares fundacionales de la Primera, la
Segunda, la Tercera y Cuarta.
Esto último representa no solo un
obligado homenaje por parte de Chávez a una página tan controvertida y dramática
de historia del movimiento obrero, lo cual lo honra y lo honrará aun más si la
Quinta en efecto llegara a construirse. Pero es un señalamiento que debe haber
enfriado al público de burócratas y partidos presentes en Caracas, por no
hablar de lo que debe haber provocado en las filas de delegados del Partido
Comunista cubano, formados, desde fines de los años 60, en las enseñanzas
ideológicas filosoviéticas, según las cuales la Cuarta y los trotskistas son
enemigos del comunismo (identificado obviamente con el campo soviético), del
castrismo y de la revolución cubana. Un día sabremos si Chávez se habrá dado
verdaderamente cuenta del problema que, de tal modo, abría en las relaciones
con la hermana Cuba y con Fidel, de quien se declara gran admirador.
Un modo de saberlo será observar el
comportamiento que los cubanos del PCC y del aparato estatal asumirán respecto
a la iniciativa de Chávez. Lo cierto es que no logro imaginármelos en las
escuelas del partido en Cuba explicando la historia previa a la Quinta que aquí
hemos abundantemente explicado. Ni como los actuales dirigentes cubanos acepten
formar parte de una internacional anticapitalista. ¿Es posible que Chávez haya
pensado en todo eso? Si no, tendrá que hacerlo en algún momento.
He dedicado meses de reflexión a las
razones de esta determinación y creo haber tocado fondo en mis conocimientos de
la situación venezolana (y aquí no puedo dejar de recomendar a los compañeros
la lectura o relectura del librito que escribí acerca de Chávez en el 2005).
También he dejado volar libre la intuición para hallar cualquier explicación
que no sea de orden psicológico, pero debo admitir sinceramente haber fracasado
sin haber llegado a una conclusión.
El aspecto psicológico, sin embargo, no
debe ser descuidado en el caso d Hugo Chávez. Ya he tenido ocasión de hablar de
la capacidad de este hombre para razonar en alta voz, para leer y dejarse
comprometer por ciertos libros “heréticos”, la sinceridad de fondo que lo
caracteriza y que no siempre sale a la superficie por sus características de
político hábil, amante de la maniobra y del efecto sorpresa.
El caso citado por mí de la gran
asamblea pública (a la cual asistí en diciembre del 2004) en la cual Chávez se
lanzó en un elogio de La revolución
permanente de Trotsky, y otros ejemplos más recientes de referencias
positivas a Trotsky (vistos, por cierto, en una filmación de sus apariciones
televisivas), me impulsan a pensar (o esperar) que Chávez esté experimentando
la misma emoción positiva que muchos hemos probado cuando nos acercamos por vez
primera a las obras de este grande del pensamiento revolucionario, favorecido
también por el hecho de no tener una proveniencia estaliniana (tampoco la tenía
Fidel Castro aunque parezca ignorar todo acerca de Trotsky y batirá cualquier record
precedente cuando logre morir sin haberlo nombrado ni una vez en su vida). Es
posible entonces que este descubrimiento fresco y espontáneo así como
instintivo del pensamiento trotskiano haya determinado en él el convencimiento
de que solo con una organización internacional se pueda hacer salir la
revolución venezolana del impasse en el cual aparece varada por el momento.
Motivación digna e históricamente
justificada, si fuera verdadera. Pero llena de riesgos involutivos de varia
naturaleza si permaneciese sola sin acompañarse de una visión global y
analíticamente fundamentada de las necesidades de la lucha anticapitalista a
escala mundial. Y esto nos lleva a otra posible motivación para el lanzamiento
de la Quinta en este momento.
…y la amenaza militar de los USA
El factor ideológico podría haber
confluido junto a una valoración político-militar respecto a una presunta
creciente agresividad de los USA en las zonas latinoamericanas y caribeñas más
vecinas a Venezuela y Cuba. Argumentos que confirmarían esta valoración son la
participación norteamericana en el golpe en Honduras y la implantación de 11
nuevas bases militares en Colombia. La ocupación de Haití por parte de marines
tras el terremoto no existía al momento del lanzamiento de la Quinta pero viene
citada hoy como muestra de la nueva beligerancia estadounidense. Los gobiernos
venezolano y cubano están convencidos de que los USA están tejiendo nuevas
tramas para cercar ambos países, hoy en la vanguardia del sentimiento
anti-yanqui en Latinoamérica e incluso lo han puesto por escrito en un reciente
comunicado conjunto.
No comparto el análisis simplista con
el que amplios sectores de la izquierda latinoamericana han denunciado el golpe
en Honduras como una movida norteamericana. En realidad, a los USA les venía
muy bien el gobierno precedente si bien luego han hecho lo posible por ayudar a
los golpistas a adquirir credibilidad. Todo ello es muy distinto de los
procedimientos que los USA solían adoptar cuando decidían llevar a cabo un
golpe por iniciativa propia. Y entre dar un golpe o apoyar cual hecho consumado
el golpe promovido por otros hay diferencias de orden analítico aunque no sean
muy visibles en el terreno concreto.
No estoy, por tanto, de acuerdo
respecto a la creciente inmediatez de ese peligro y no logro ver un salto de
calidad respecto a las políticas agresivas de los USA en el pasado más o menos
reciente, por no hablar de la época Bush. Cierto que puedo estar equivocado en
mi análisis y puede ser que en Caracas y La Habana dispongan de informaciones
provenientes de los servicios secretos respectivos que a mí me faltan y que ni
siquiera aparecen entre líneas en los artículos de los más lúcidos
comentaristas políticos. Y, de todos modos, por erróneo o acertado que sea el
análisis del contexto político-militar actual, habría siempre que demostrar que
este temor haya sido una motivación decisiva en la decisión de proponer la
Quinta, de hacerlo en breve tiempo y con quien quiera participar. Luego, ¿qué
utilidad puede tener una internacional constituida con premura, con partidos y
partiditos incapaces de llevar a cabo un papel efectivo en sus propios países,
si tiene fundamento el discurso sobre el temor de una agresión militar? Espero
que nadie se haga ilusiones con la posibilidad de poder enfrentar concretamente
a los USA en el terreno puramente militar. Es más, si bien es verdad que con
sus empresas guerreristas en el mundo los USA se dañan a sí mismos, también es
cierto no son las protestas o desfiles pacifistas los que lograrán detenerlos.
Ello ha quedado bien claro en los meses de preparación para la guerra con el
Irak de Saddam Hussein.
Por mi parte estaría más bien a favor
de otra consideración (compartida por otros observadores políticos) según la
cual mientras que los USA se encuentren empantanados en Irak, pero sobre todo
en Afganistán, mientras que la cuestión iraní permanezca sin resolver e Israel
no logre obtener una solución de control “pacífico” del pueblo palestino,
Washington no podrá permitirse abrir otros frentes de conflicto militar, mucho
menos en América Latina. En la escala de objetivos a destruir, Irán está antes
que Venezuela, considerando incluso sus grandes reservas petrolíferas.
El hecho de que los USA deban retirarse
de los conflictos en los que se encuentran empantanados antes de agredir a
otros países me parece un argumento fuerte contra el presunto crecimiento de
una amenaza militar de los USA contra Cuba y Venezuela. Pero dado que la
política exterior de los USA no siempre parece corresponder a los criterios de
la lógica, podríamos ser sorprendidos por imprevistos golpes de escena de la
nueva administración y tener que reconocer que los temores de Chávez-Castro
eran fundados. Hasta entonces, sin embargo, seguiremos considerando que no hay
indicios de una creciente amenaza militar de los USA en esa zona del planeta.
Y además, ¿podemos acaso decir que el
gobierno Obama sea el más indicado para conducir este tipo de agresión en
América Latina? ¿No podría ser, por el contrario, que quienes tuvieron la
brillante idea de hacerle conferir el ridículo premio Nobel por la paz, lo
hayan hecho justamente para intentar atarle las manos sancionando a escala
mediática la imagen de un presidente bueno, de color, decidido a romper la
continuidad con la pésima era Bush?
Para estas interrogantes tendremos
respuestas a corto y mediano plazo porque lo único bueno que tienen las guerras
militares es que cuando suceden se hace público, a diferencia de las guerras de
espionaje, las diplomáticas y a veces las económicas. Cierto es que una Quinta
Internacional fundada a prisa para enfrentar una amenaza bélica de los Estados
Unidos, no solo no ofrecería ninguna ayuda concreta a los agredidos sino que
denotaría una consideración errónea, continentalista y defensivista de la
internacional. Incomprensible si quien propugna una concepción semejante de la
internacional lo haga en referencia histórica a Trotsky y a la Cuarta.
Una Quinta Internacional creada para
abrir puntos de conflicto militar aquí y allá, con tal de impedir a los USA
concentrarse en un único objetivo, recordaría los intentos que estaban detrás
de OLAS y el uso indiscriminado de focos guerrilleros o grupos de lucha armada
en los 60. Se intentaba entonces disuadir a los USA de sus propósitos de
agresión militar contra Cuba, empeñándolos en una serie de escaramuzas. De
ninguna de aquellas guerrillas se esperaba el gobierno cubano la reedición del
milagro ocurrido en la isla: la conquista del poder y el establecimiento de una
economía colectivista. Lo que se esperaba era una fragmentación de la
intervención adversaria también en el frente militar que redujera la dimensión
de la amenaza. Cuando esa amenaza dejó de existir como factor
inmediato, también cesó la ayuda cubana
a las guerrillas ni surgieron nuevos focos guerrilleros. Hay que decir que la
razón por la cual la propuesta de la Quinta ha sido lanzada en este preciso
momento no aparece clara –habiendo ya aclarado que la referencia a Trotsky y el
temor de una agresión militar no son razones suficientes, ni siquiera juntas,
para explicar las motivaciones profundas de Chávez. Un verdadero rompecabezas,
del cual no se puede , por el momento, entrever la solución. El tiempo dirá.
Peligros y límites de la iniciativa
Hemos dicho que Chávez es un jefe de
estado que lee mucho y no se deja condicionar por lo que lee (recuérdense los
elogios al libro de Noam Chomsky). Ello confirmaría la imagen de sinceridad que
emana de este anómalo dirigente político del cual he hablado en el retrato a él
dedicado en mi libro.
Francamente creo en una sinceridad de
fondo del personaje Chávez y lo digo con la plena conciencia de la marea de
cinismo a la cual estamos habituados en la vieja Europa. Añado rápidamente, sin
embargo, que esta sinceridad de fondo será arrastrada por el aproximativismo
que predomina en el mundo de los intelectuales de la izquierda latinoamericana.
Desde el proceso de fundación de la Quinta podemos prever que se dividirán
entre trotskistas y ex, entre electoralistas y ex guerrilleristas, entre
peronistas y neoindigenistas, entre marxistas, althusserianos y populistas: una babel de discursos
ideológicos, todos destinados a demostrar que quien habla tiene la razón o la
tuvo o la podría tener. Será necesaria, además, mucha paciencia pero también
mucho conocimiento de las diatribas latinoamericanas de los últimos decenios,
para no dejarse arrastrar por las chácharas retóricas y exhibicionistas que son
una constante de los encuentros de la izquierda latinoamericana, mucho más que
en Europa. La tradición del caudillismo y el ejemplo dado por la gran oratoria
de los jefes de estado más carismáticos no puede menos que estimular estas
tendencias.
La Quinta lanzada por Chávez estará
fuertemente condicionada por el hecho de tener –en forma oficial u oficiosa- un
centro en un estado determinado, Venezuela o tal como habrá que aprender a
decir, la República bolivariana de
Venezuela. En un mundo en el cual hay un espacio tendencialmente
decreciente para la idea de “Estado guía”, no seremos ciertamente nosotros los
que volvamos a proponer uno. Para muchos, de todos modos, el Estado guía,
luminoso faro del socialismo, existe ya y se identifica con el cubano y la
dirección de los hermanos Castro. Será muy difícil sostener una discusión
serena sobre este tema porque hay demasiada emotividad al respecto (pero también
mucha ignorancia acerca de la dinámica histórica de la revolución cubana).
La discusión tenderá a ser muy concreta
dado que la América Latina es el continente que ofrece hoy el nivel más alto de
radicalidad en la lucha de clases, en la movilización de los estratos menos
favorecidos y en la inestabilidad de las formaciones políticas de la burguesía.
Es de la América Latina de los últimos veinte años que vienen las experiencias
más avanzadas de movilización popular desde la base (es decir, sin la hegemonía
de los partidos o fuera de su control político), de sublevación de ciudades
enteras, de impugnación de las burocracias sindicales. Y son estos problemas a
los que, en primer lugar, tendrá que responder la Quinta, pasando por encima
del bullicio exhibicionista de los intelectuales de la nomenklatura, de
aquellos siempre dispuestos a firmar cualquier declaración que provenga de La
Habana siempre que no se les pida trabajar por la abolición del capitalismo en
su propio país.
Una eventual caída del gobierno
bolivariano o la muerte de Chávez en esta fase inicial podrían tener un efecto
catastrófico para la supervivencia de la Quinta. Este peligro hay que tenerlo
bien en mente pues la eliminación física de Chávez está ciertamente inscrita
como medida de emergencia en la agenda de los servicios secretos
estadounidenses que aún no se perdonan no haberlo asesinado en el momento del
golpe de abril del 2002, cuando lo secuestraron durante pocos días para después
tenerlo que liberar ante la amenaza de insurrección popular y por el rechazo,
de parte de un sector de las fuerzas armadas, a proceder contra él.
Mientras que de producirse una salida
de Chávez del gobierno como resultado de una derrota electoral en las políticas
del 2011 o en las presidenciales del 2012, esto no ha de ser visto como el fin
de todo, como el cierre temporal o en perspectiva de la idea de la Quinta
Internacional. En más de un sentido, un regreso de Chávez a la oposición podría
tener también efectos benéficos sobre todo el movimiento revolucionario
venezolano, resquebrajando los mecanismos de poder que la burocracia
“bolivariana” ha ya constituido. Chávez, que hasta ahora ha tenido que
enfrentar los problemas de la lucha de clases desde lo alto del propio poder
estatal, debería volver a hacerlo desde la base, tras un eventual pasaje a la
oposición.
Pero tampoco hay que olvidar que la
iniciativa por la Quinta salió de un partido político preciso (el PSUV) y no de
una federación de movimientos empeñados en la lucha sobre el terreno social
(como podrían ser los Sem Terra brasileños o el propio “sindicalismo clasista”
de países como Argentina). Ello volverá a poner sobre la mesa el problema de la
burocracia, de la democracia directa o de la democracia interna en las
organizaciones –temas sobre los cuales la intelectualidad mundial “de
izquierda” ha comenzado a reflexionar hace ya tiempo, sobre todo tras la
fracasada experiencia del estalinismo en el poder.
Negativo será el hecho de que Europa
(desprovista de su rol de guía en cuestiones del movimiento obrero
internacional) no parece tener, por el momento, las mínimas intenciones de
involucrarse.
Negativas serán las relaciones, más que
diplomáticas de intensa colaboración y no solo económicas, que Chávez ha
establecido con China e Irán, es decir países capitalistas, dictatoriales,
hegemonizados por potentes aparatos burocráticos, de tipo partidista
estalinista el primero y militar-religioso el segundo.
Negativo será el rol de Cuba que no
parece estar dispuesta a hacer concesiones sobre el terreno de la democracia (directa o
parlamentaria), aun al costo de pagar elevadísimos precios.
En general, se buscará pasar por alto
la cuestión de la democracia (con escasa capacidad de distinguir entre
democracia directa e institucional). Ello facilitará la indiferencia (si no la
hostilidad) del variopinto movimiento anárquico internacional. Por lo tanto, la
cuestión está destinada a prolongarse hasta que cese la división fratricida en
el seno del movimiento obrero de la cual hemos ya hablado; en este aspecto me
declaro pesimista desde ahora y creo que deberemos seguir siéndolo por mucho
tiempo. Por lo demás –como dijo una vez Hugo Blanco desde el palco de la
asamblea general en la Realidad, en Chiapas- el problema de los problemas para
la izquierda en todo el mundo sigue siendo la
democracia. No la democracia de las instituciones burguesas sino la interna
del movimiento de masas y en las relaciones entre compañeros y entre
organizaciones políticas.
Habrá, además, antagonismos entre
corrientes nacionales latinoamericanas, entre peronistas y ex peronistas, ex
comunistas y ex socialistas, ex guerrilleristas íntegros y los que se pasaron
del lado del poder. No será fácil obtener instrumentos teóricos para prever los
efectos de este tipo de dinámicas. Por lo cual será necesario documentarse,
intentar comprender y tal vez tener la capacidad para callar cuando no se
comprende.
Un papel positivo podría tenerlo la
teología de la liberación si logra involucrar al cristianismo de base y no solo
los nombres de siempre (tipo Frei Betto) convertidos ya en parte de la
nomenklatura.
5. MÉRITOS Y VENTAJAS QUE PODRÁ TENER
LA QUINTA
Los enumero someramente ya que, en
parte, ya han sido tratados. Y, de todos
modos, no se pueden desarrollar aquí de modo exhaustivo, a falta de
informaciones más precisas acerca de lo que se fundará en Caracas.
1) La Quinta contribuye a romper el
aislamiento de los movimientos revolucionarios (o aspirantes a serlo) que se
remonta a los inicios de los años 20.
2) Puede obligar a algunos gobiernos –por
el momento los de Bolivia y Ecuador (y eventualmente Brasil y Uruguay)- a
moderar su marcha hacia la integración en los nuevos modelos que el
imperialismo está diseñando para América Latina. Desde el punto de vista
propagandístico no hay que excluir tampoco las demostraciones puramente
demagógicas de aliento a la Quinta por parte de estos u otros gobiernos. Es
probable, sin embargo, que ni siquiera el propio gobierno venezolano se dé
cuenta de que la mera existencia de la Quinta echa nueva luz sobre el proyecto
del ALBA: desde nuestro punto de vista se trataría de una luz positiva pero
dudo que Lula, Morales o Mujica lo piensen de la misma manera.
3) También en otras partes del mundo, las
vanguardias políticas deberán pronunciarse en pro o en contra de la Quinta, más
tarde o más temprano. Es un hecho sin dudas positiva que la más interesante y
gloriosa entre las organizaciones centristas que hoy existen en el mundo,
sobreviviente al movimiento del ’68 (la NPA, ex Ligue Communiste) discutirá,
como se ha dicho, una posible adhesión a la Quinta en el próximo Congreso
mundial de lo que queda de la ex Cuarta Internacional (Secretariado unificado).
Debemos seguir con atención la discusión que eventualmente se desarrollará, sin
importarnos el hecho de que, dada la crasa ignorancia de la izquierda italiana,
el asunto no suscitará el menor interés.
Lo que aquí
decimos respecto a Francia puede tener repercusiones positivas en otros países
europeos y latinoamericanos con una fuerte tradición “cuartinternacionalista”
(Argentina, México, Bolivia), aunque difícilmente podrá tener algún impacto en
los actuales USA y mucho menos en los países árabes (como los del Magreb,
Egipto, etc.) que sin embargo habían abierto algunas esperanzas de desarrollo
del marxismo revolucionario en el pasado. En el momento no ha quedado nada en
estas regiones de fuerte dominio islámico. Lo mismo hay que decir de los países
del ex bloque soviético en Europa del Este, aunque por razones muy distintas.
4) Posibles efectos positivos en el plano
teórico-ideológico: a) se volverá a hablar de perspectivas políticas
internacionales y por ende de análisis global de las luchas de clase en el
mundo. b) se realizarán intercambios de opinión entre posiciones abiertamente
anticapitalistas y revolucionarias, ya no disfrazadas por frases hechas de
corte “anti-neoliberales”, como en los pasados Social Fórum o en los diversos
encuentros del turismo político. c) se abrirán potencialidades para que se
difunda una nueva conciencia política, también en el plano individual, acerca
del significado de revolucionario (quizás con efectos positivos en el plano
ético). d) ello tendrá lugar, en una primera fase, solo a nivel de vanguardias,
de élites, pero si se repitieran experiencias pasadas de lucha radical de masas
–en forma de huelgas generales a ultranza o semi-insurrecciones (como el
Cordobazo en 1969 o el Caracazo en 1989)- la existencia de la Quinta, aunque
solo a nivel propagandístico, crearía un terreno propicio para una
socialización del espíritu de lucha, si no una verdadera movilización internacional
de solidaridad. Un ejemplo negativo ha sido, en estos días, la solidaridad con
Haití tras el terremoto, que no ha
asumido dimensión política mientras que la ocupación militar norteamericana
pasaba prácticamente inadvertida.
5) Francamente no sabría decir si el
desinterés ante la propuesta de Chávez por parte de la ex extrema izquierda
(italiana y no solo) sea un bien o un mal. Mi lado marxista libertario dice que
es un bien (menos centristas arribistas, menos forchettoni rossi y menos riesgos de contaminación ideológica y
corrupción política). Mientras que mi lado rojo utópico dice que es un mal
(porque en torno a los partiditos de los centristas o aspirantes a tales se
mueven, de todos modos, buenas personas en buena fe, con energías y experiencias
para ser socializadas en sentido revolucionario e internacionalista).
6. ¿CÓMO CONTRIBUIR EN TANTO QUE UTOPÍA ROJA?
En este momento, nuestra contribución podrá ser solo de orden teórico y por ende
propagandístico. Que nadie se haga ilusiones de poder concretar
significativamente y a corto plazo la problemática de la Quinta Internacional
en la lucha sindical, estudiantil, ambiental, feminista, para los inmigrantes o
entre las comunidades en revuelta, de la Val Bembrana a las sierras de
Calabria: nuestra contribución tendrá que seguirse expresando con los
materiales que, hasta ahora, hemos sido capaces de producir; en primer lugar,
con los libros dedicados a determinados temas políticos de interés general y,
obviamente, a la teoría revolucionaria.
En esta línea de trabajo se incluye la
carta oficial que he enviado directamente a Hugo Chávez el 11 de enero del
2010, en la cual presento la Asociación política Utopía Roja, pidiéndole poder
hacerle una amplia entrevista sobre el tema de la Quinta y en la cual también
le informo que Michele Nobile y yo estamos escribiendo un libro sobre el tema.
Y se incluye también en esta línea la decisión de escribir un libro sobre el
significado contemporáneo de una Quinta Internacional.
Tarde o temprano, se nos pedirá dar una
contribución concreta a la construcción de la Quinta en Italia o en otros
países en los que tenemos compañeros, contactos o un mínimo de influencia. Será
para nosotros una gran ocasión para ampliar nuestro radio de experiencia
política y salir del aislamiento forzado en el que nos hallamos en Italia, un
país arruinado ideológicamente debido a la larga tradición de organizativismo
nacional (que tiene su antecedente histórico en el togliattismo), cuando no
incluso de simple localismo o personalismo.
La experiencia de construir es siempre
fundamentalmente positiva, aporta entusiasmo y es rica en enseñanzas. Así será
también para Utopía Roja. Pero si tras ese entusiasmo está la ilusión de poder
coordinar o dirigir luchas específicas o de sector, debemos saber que se
tratará de puro y simple auto-engaño, alimentado por demagógicas afirmaciones.
Durante toda una fase, la Quinta que está por nacer no podrá ser la
internacional que coordina importantes situaciones de lucha, aun si su objetivo
político a mediano plazo es el de llegar a serlo, de ser la internacional de los movimientos que luchan en cualquier parte del
mundo. Si en América Latina se pueden ya ver los primeros embriones pálidos
de estas estructuras supranacionales en organismos preexistentes como Vía Campesina
o en los Coordinamientos del sindicalismo clasista, en Europa no tenemos nada
parecido y el trabajo está todo por hacer.
A quien quiera involucrarnos en la
demagogia palabrera tan bien enraizada en la tradición de la ex extrema
izquierda, tendremos que rebatir firmemente diciendo que, por el momento, la
confrontación concierne en lo fundamental cuestiones de análisis o de método y
no formas concretas de intervención a nivel de masa.
Tendremos que llegar a organizar
iniciativas públicas para propagandizar los temas de la Quinta, mas
difícilmente se podrá hacer algo junto a otros organismos antes de la fecha
tope de abril, ya fijada. Según cómo se desenvuelva este primer congreso de
fundación en Caracas, podremos mejor estabilizar tiempos y formas de propaganda
en Italia y otros lugares.
No es el caso de nutrir fáciles
optimismos pero es cierto que un crecimiento de la Quinta obligaría a los
responsables de las actuales divisiones en el sindicalismo de base,
alternativo, clasista, a reconsiderar el fundamento de sus propias posiciones.
No es concebible que la Quinta no sea ultraunitaria en el plano sindical. Y
nosotros, tal vez, encontraremos mayor atención entonces que ahora, a nuestras
posiciones contrarias a las divisiones sindicales y favorables a la
construcción de una tendencia sindical roja, intersindical e intracategorial.
(Sobre estos temas apenas ha iniciado nuestra discusión, pero considero que el
modelo al que debemos aspirar es el de los Wobblies y el de la aspiración
histórica del sindicalismo revolucionario: la pertenencia a la “One big union”,
un solo gran sindicato de trabajadores del brazo y de la mente, sin cuidarse de
divisiones profesionales, categoriales, políticas, étnicas, religiosas, etc.
Las únicas diferenciaciones internas en la One big union que podemos aceptar
son las que surjan del propio desarrollo de la lucha, siempre que no asuman la
forma de la escisión o la expulsión).
Ello no quiere decir que la Quinta
tendrá una plataforma sindical precisa o precisas palabras de orden en el campo
social, habitacional, de los precios o de la ocupación. Estos son campos en los
que deberá prevalecer el principio de la autodeterminación
por parte de quien participa en la lucha. La Quinta podría proporcionar un
tejido conectivo pero no estamos aún colocados en una posición adecuada para
fungir de aglutinante y proporcionar ese tejido.
7. LA CUESTIÓN DEL “PROGRAMA”
El mito del “Programa”
Queda luego la cuestión del “Programa”,
con P mayúscula dada la repetitividad con que viene evocado en todos los textos
hasta ahora aparecidos de crítica o de adhesión a la idea de la Quinta (sobre
todo por parte de corrientes políticas latinoamericanas, las únicas, a parte
del Secretariado unificado que han intervenido hasta el momento). La frase que
aparece con mayor frecuencia puede resumirse así: “La Quinta debe estar dotada
de un Programa y de una estructura organizativa correspondiente a aquel
Programa, así como ha sucedido con las internacionales precedentes”.
En primer lugar hay que refutar que eso
sea cierto en términos históricos. Ya lo hemos demostrado en la parte
historiográfica introductoria de esta relación: la Primera se unificó,
justamente, a partir de la sustancia de sus nombre (Asociación internacional de
trabajadores), nunca adoptó un programa, acogió todas las corrientes del
movimiento obrero y de la burguesía radical de la época que quisieron formar
parte de ella y entró en crisis autodestructiva precisamente cuando los
marxistas buscaron imponer su línea política al resto de los componentes.
La Segunda nunca tuvo una línea
política común (¡por suerte!), a parte del objetivo de la creación y defensa de
los primeros partidos de masa: todos de acuerdo en buscar formas de mediación o
colaboración con el propio estado burgués, las direcciones socialistas se
declararon mutuamente la guerra ante la primera decisión programática
internacional de verdadera importancia (el tristemente célebre 4 de agosto de
1914).
La Tercera adoptó decisiones tácticas
sobre todo y más, pero nunca tuvo un programa real, compartido y aplicable. En
el acto fundacional confió a las 21 condiciones el criterio para establecer
quién debía formar parte, es decir quién era “comunista” y quien era excluido
porque no lo era, independientemente de las grandes divergencias teóricas, históricas
y de práctica política que caracterizaban todas las organizaciones que se
adhirieron (entre ellas los del IWW, los Wobblies). El reconocimiento de la hegemonía de la Rusia soviética sirvió no
obstante de aglutinante, permitiendo la discusión de algunos temas (como la
cuestión alemana o el frente único en primera versión) sin traducirlos jamás en
práctica colectiva, hasta que el estalinismo tronchó cualquier posibilidad de
discutir la línea política, fuese parcial o general: esta, como es conocido,
era decidida por Stalin en persona y luego impuesta país por país, incluyendo
cambios y contracambios, no obstante la larga serie de derrotas y de
desmentidos históricos. La Tercera Internacional coleccionó solo derrotas, no
tradujo en la práctica programa político alguno (a parte de la defensa
incondicionada de todo aquello que pudiera interesar a la URSS) y se
autodisolvió por las razones nacionalistas ya mencionadas.
La Cuarta fue la única que tuvo, como
texto fundacional, un documento que puede definirse programático en el sentido
pleno del término. Pero ninguna organización pudo aplicarlo, ni siquiera
mínimamente y esto para los marxistas es un hecho incompatible con la idea de
programa que, a diferencia de la ideología entendida como Weltanschaung [visión del mundo], requiere de su aplicación para
verificarlo en la realidad (al contrario de lo que sucede con los soñadores o
los demagogos que huyen del contacto con la realidad). Y, de todos modos, mientras que algunas indicaciones
metodológicas de aquel programa han conservado una validez propia, sus
contenidos ya eran obsoletos al menos dos años después del 1938, cuando la
alianza Stalin-Hitler cambió por completo el análisis político internacional a
partir del cual Trotsky lo había concebido. No hablamos del efecto provocado
por el asesinato del propio Trotsky y la desaparición de las secciones de la
Cuarta, así como los complejos eventos históricos del centrismo sui generis.
¿Dónde estaba el programa en el 1949? ¿Y al fin de la guerra? ¿Y después del 1956?
¿Y del 68? ¿Y hoy?
Los contextos internacionales cambian,
como cambian las direcciones políticas, los niveles de conciencia (según las
victorias y derrotas), las orientaciones tácticas (¿fase ofensiva o
defensiva?), las alianzas de cualquier tipo.
En rigor de los términos, una
internacional fundada sobre un programa bien preciso (explícito acerca de la
estrategia y, si es posible, también acerca de la táctica) tal como se le pide
a la Quinta desde varias instancias, propone un primerísimo problema hoy
insoluble: ¿quién formula un programa
semejante? ¿quién ha acumulado tanta experiencia en la lucha de clases del
ultimo siglo y medio para poder transferir o condensar esa experiencia
colectiva del movimiento obrero mundial en un texto unitario?
La imposibilidad de responder a esa
pregunta (a parte de la megalomanía de alguno que se autoproponga, solo para
repetir frases hechas y dogmas del pasado remoto) bastaría para demostrar lo
insensato del requerimiento del “Programa”, de línea política, de indicaciones
estratégica e inclusive tácticas que se le dirige ahora a la dirección
venezolana que ha tenido el coraje de lanzar la iniciativa pero que,
probablemente, no sabe ni siquiera por dónde comenzar, dado que para reanudar
los hilos con las experiencias precedentes (tarea histórica indispensable) no
basta con llamar “Quinta” la Quinta y recordar así que ya existieron otras
cuatro internacionales.
Dos, tres, muchas “Quintas
internacionales”
Pero no es este el peor aspecto. El
verdadero desastre ideológico de tal procedimiento es que se adoptase, desde
ahora, un programa orgánico y confeccionado (admitiendo que esté bien
confeccionado y dejando a un lado por el momento quién podría ser el autor)
pues entonces la presunta Quinta dejaría de serlo desde el nacimiento. Ella nacería, de hecho, de inmediato, de
forma escisionista, porque podrían formar parte de ella solo aquellos que
estén de acuerdo con el texto, mientras que los que estén en desacuerdo
deberían renunciar.
Estos últimos se tendrían que construir
su propia Quinta (suponiendo que estén de acuerdo sobre las razones de su
desacuerdo) o volverse a casa. Iniciaría así la guerrita entre dos distintas
Quintas Internacionales, a su vez productoras potenciales de otras escisiones y
recomposiciones, por ende de otras Quintas, según un procedimiento
pseudopolítico (y muy psicopatológico) que los de la Cuarta hemos vivido por
demasiado tiempo para tener ganas de volver a recorrer ese camino. Y, de todos
modos, habiendo ya cumplido la experiencia en términos históricos, sería locura
sugerir el cumplirla de nuevo. Sin embargo es eso lo que piden en alta voz los
primeros entusiastas adherentes al llamado por la Quinta lanzado por Chávez.
Pero no termina ahí. Porque ante la
primera modificación seria del contexto internacional o la primera divergencia
programática seria entre los adherentes, los exponentes oficiales de la Quinta
oficial podrán dividirse nuevamente: quien conquiste la mayoría de votos en el
Comité ejecutivo internacional mantendrá la sigla, aun si la línea fuera
errónea, como sucediera frecuentemente en la Cuarta- Secretariado unificado) y
los otros tendrán que irse o crear una nueva Quinta Internacional o unirse a
aquellos trozos de la Quinta que ya se hayan creado otra Quinta por su cuenta.
De ahí, el juego de fragmentaciones y recomposiciones en el cual son verdaderos
maestros los trotskoides: imbatibles, diría, si no temiera dar de ese modo la
razón a todos esas agrupaciones no-trotskoides nacionales o locales que ni
siquiera han intentado construir una internacional y, por ende, no han
adquirido ningún derecho a ironizar acerca de los sucesos un poco tragicómicos
del movimiento trotskoide internacional (incluyendo los healistas,
lambertistas, posadistas y morenistas).
Ah, olvidaba que en el proceso de fragmentación
(producido por la presunta “discusión programática”) se podrían crear
combinaciones organizativas interesantes entre las varias Quintas de nueva
factura y las viejas Cuartas – ello siempre y rigurosamente en homenaje a las
afinidades o discriminantes “programáticas”.
Quedaría luego el problemita, no
indiferente, de cómo hacer aceptar el Programa formulado a nivel internacional
a cada una de las secciones nacionales, o a las múltiples secciones nacionales (suponiendo que en cada país
sobreviva la libertad de organización política y las personas con ideas
similares puedan asociarse en determinadas asociaciones y no en otras, sin por
ello ser excomunicadas por un hipotético “Centro” internacional).
En el reciente congreso en el cual ha
decidido adherirse a la Quinta, el Frente Farabundo Martí de El Salvador ha
establecido claramente que no deberá haber un centro internacional que dicte la
línea a las secciones nacionales. En el pasado, solo la Cuarta ha intentado
hacer respetar un programa único a sus varias secciones en el mundo: el del
`38, con todas las sucesivas actualizaciones producidas en los congresos
mundiales (fundamental fue el congreso llamado de “reunificación” de 1963 que
aún hoy es un modelo insuperado – en el plano teórico- de cómo se puede
formular un análisis interconectado del contexto mundial, construyendo sobre
éste las líneas programáticas). Pero después ha debido hacerse de la vista
gorda respecto al hecho de que cada sección hacía lo que quería en su propio
país, de acuerdo o contra las líneas programáticas establecidas en los
congresos mundiales. Se me podría objetar que también la FMR se hizo de un
programa internacional destinado a ser respetado por sus (pocas) secciones
nacionales. No estaría de acuerdo. Primero, porque no redactamos un programa
sino una “Declaración programática” que contenía líneas de análisis común,
acompañadas por indicaciones metodológicas, sin pretensión alguna de dictar una
línea a ser aplicada país por país. Y luego, el hecho de que la discutimos en tres
lenguas por cinco años (los años de existencia de la FMR), actualizándola y
enmendándola continuamente, demuestra el carácter de “work in progress”, de
proceso de elaboración continua al cual estaba sometido aquel texto. No por
casualidad este conserva aún un valor en el plano de las indicaciones
metodológicas, aunque no lo tenga en el plano del análisis internacional, como
es obvio.
Y, a fin de cuentas, ¿dónde están hoy
los Andrés Nin, los Pierre Naville, los Hugo Blanco, los Ernest Mandel, los
Daniel Bensaïd, pero también los Che Guevara dotados de experiencia práctica,
formación teórica y sobre todo del prestigio internacional que les permita
establecer qué deban hacer los revolucionarios, por ejemplo, en Afganistán, en
Holanda, en Alaska, en Rusia, en Libia o en Paraguay? Y, tras haberlo
establecido, ¿cómo verificar la correspondencia por parte de las secciones al
presunto “Programa” revolucionario elaborado en Caracas que probablemente no
hallaría consenso ni siquiera en las masas trabajadoras venezolanas? Olvidaba
que si, por casualidad, la Quinta naciera hoy con un “Programa” conformado
deliberadamente para ayudar al movimiento neobolivariano a gobernar Venezuela,
en la hipótesis desafortunada que el PSUV pierda las elecciones del 2011, nos
hallaremos en la necesidad de reescribir el programa para adaptarlo a la
necesidad de un PSUV pasado a la oposición. Pero nos encontraremos privados del
sostén material y moral que debería provenirle a la Quinta naciente del hecho
de que Chávez está en el gobierno y el movimiento neobolivariano ha adquirido
un cierto prestigio a nivel continental. Un programa político digno de ese
nombre no podría no quedar afectado por el hecho de que el lugar del PSUV en el
gobierno fuera ocupado de nuevo por la derecha reaccionaria y patronal.
El método de “la lista de compras”
Ante esta locura de la necesidad de un
Programa bien preciso que la Quinta debería formularse para el 16 de abril de
2010, francamente, me dan ganas de reír. No puedo creer que personas
inteligentes y sicológicamente equilibradas puedan pensar en proponer o
inclusive realizar semejante estupidez. Pero si pretenden insistir en la
insensatez, quiere decir que no han lograda extraer, de la historia reciente y
pasada del movimiento obrero, ni siquiera esta lección elemental. La verdad es
que muchos de aquellos que reclaman a voz en cuello un “Programa”, no tienen
idea de qué cosa es un programa revolucionario. Como la mayor parte de los
grupos, grupitos o partiditos que existen en el mundo, confunden la lista de
las reivindicaciones sindicales, políticas, democráticas y culturales por las
cuales se lucha (y es justo luchar) con la perspectiva revolucionaria. De ahí
que se redacte la lista de los reclamos salariales y ocupacionales para los
trabajadores, las diversas fórmulas de reforma agraria para los campesinos, las
guerras en las cuales no se ha de participar, las bases imperialistas que
cerrar, los tratados internacionales a eliminar, etc.
Para este procedimiento que reúne a la
casi totalidad de los grupitos a nivel mundial (e Italia en particular), hemos
adoptado la definición de “lista de compras” que, desgraciadamente no es fácil
de traducir a otras lenguas, pero que da la idea. Se redacta la lista de las
reivindicaciones “concretas” según los deseos de cada cual (o según los de una
clase obrera abstracta, colocada en un contexto político abstracto), se la
compara con la de otras agrupaciones para demostrar la bondad de la propia
lista y la negatividad de la de los otros (¡jamás buscar los puntos en común!)
y luego se concluye que, si existiera un partido revolucionario con base
social, ese sería el programa a adoptar;
en espera de un demiurgo semejante, habrá no obstante que contentarse con hacer
campaña electoral y recoger fondos para la organización: el tiempo demostrará
la justeza del procedimiento (y, de cualquier modo, obligará a retocar
continuamente la lista).
En casos de mayor cultura política se
busca caracterizar la propia lista de compras como una concientización de la
metodología de los objetivos transitorios, pero una vez más se justificará con
la ausencia del partido el hecho de que la dinámica transitoria no entre en
acción. Esto porque la ignorancia más común es que existan objetivos
transitorios en tanto tales y otros que no lo son (siempre en tanto tales), sin
comprender que aquello que hace transitorios (y por ende potencialmente
revolucionarios) algunos objetivos y no otros es el contexto político en el
cual determinadas palabras de orden van a colocarse, si son enarboladas por
quien es capaz de hacerlo y no por quien debería hacerse presente pero falta
puntualmente a las grandes citas con la
historia.
Sin embargo bastaría recordar que en la
única verdadera revolución obrera y socialista que ha triunfado en el mundo –la
de octubre de 1917- las palabras de orden que la permitieron fueron solo dos:
“fin de la guerra” y “todo el poder para los Soviets” (dejo en el trasfondo las
expectativas de reforma agraria en los campos que, en tanto tales, no se
concretizaron en una palabra de orden). Pero solo la segunda fue decisiva,
arrastrando a las masas trabajadoras rusas a tomar l poder para realizar la
primera. Y es sintomático que la palabra de orden fuera enarbolada por cerca de
ocho corrientes políticas diversas (todas, obviamente, presentes en el Soviet),
entre las cuales la más célebre fue ciertamente la bolchevique. (Tan aguerrida,
como sabemos, como para sacar del juego en pocos años a todas las otras
corrientes que habían confluido en aquel programa revolucionario, sacando a los
propios soviets e incluso a aquellas corrientes dentro del propio partido que
no compartían la dirección en la que la revolución se estaba moviendo).
En un contexto fundamentalmente
latinoamericano, como el que habrá de prevalecer ciertamente en Caracas, no
hace falta mucho esfuerzo para imaginar cómo se articulará la lista de las
compras, dado que el consenso está asegurado al ciento por ciento para todas
las reivindicaciones que apuntan a destruir la hegemonía económica, militar,
política y cultural de los USA en el continente y el resto del mundo. Se pueden
ya prever las declaraciones altisonantes que denuncias las maniobras de
Washington e indican recetas para oponérseles; los aplausos prolongados a los
puntos más incisivamente antiimperialistas (siempre en sentido puramente anti
estadounidense, rozando lo menos posible la existencia de otros imperialismos
nacionales, y callando del todo acerca de la peligrosidad de nuevas potencias
capitalistas emergentes como China o Rusia – es más, existe el riesgo de que la
China sea considerada potencia capitalista amiga); la conmoción al volver a
lanzar algunas palabras de orden unitarias que, en América Latina, constituían
ya el sueño de Bolívar, Martí o Sandino, y otros, antes de comenzar a enumerar detalladamente qué hacer
para salvar la selva amazónica, defender la biodiversidad, garantizar trabajo y
asistencia para todos, la casa, los
hospitales, la promoción escolástica y cultural. Además de tantas otras
“cuestioncillas” que no enumero para no aburrir, pero algunas de las cuales
podrían ser motivo de choque o diferenciación. Son, obviamente (y como siempre
desde hace casi dos siglos) las que conciernen la democracia y la libertad individual, ya sea dentro de los
partidos como de las instituciones estatales: una página negra y de negra
tradición, que se decidirá, probablemente, pasar por alto, dado que el tema de
la democracia divide y el de la lista de las compras, une (si bien en términos
lógicos debería ser lo contrario). Y
luego, el problema de la democracia no es tan urgente: se lo puede posponer
hasta otro momento, tras la conquista del poder…
8. LA MÁS AMPLIA UNIDAD SOBRE BASES DE
PRINCIPIO
Al adherirnos a la Quinta Internacional
no veo razón alguna para disolver la Asociación Utopía Roja. Espero que nadie
nos lo pida pues esa solicitud estaría en contra de la necesidad de valorizar
al máximo de las energías disponibles a escala mundial, respetando las
tradiciones de cada uno y buscando extraer el máximo de la experiencia de cada
cual. Nada impide que UR asuma otras formas organizativas, conservando una
forma asociativa de agregación en el campo teórico- cultural, continuando a
valorizar el patrimonio acumulado ya como antigua FMR internacional (del 1973
hasta inicios de los `80, ya como Utopía Roja.
En el plano de la producción teórica,
en Italia no somos segundos de nadie en cuanto a calidad y cantidad del trabajo
teórico, condensado en los libros de Michele Nobile, Antonella Marazzi, Pier
Francesco Zarcone, el que esto escribe, además de las contribuciones de otros compañeros,
dispersas en los 6 volúmenes hasta hoy publicados o en preparación por la
colección Utopía Roja: todo en un cuadro
unitario e interconectado de investigación teórica y no como simple sumatoria
de contribuciones individuales (otra gran diferencia con respecto a varias
inteligencias y nomenklaturas). También a escala internacional la experiencia
de UR representa una rara excepción, a contrapelo del proceso de degeneración
ideológica de ls ex extremas izquierdas y del movimiento obrero organizado en
general.
Todo ello no es recordado aquí por
espíritu de auto celebración de los compañeros y compañeras que han participado
en este largo trabajo de elaboración, sino porque debemos estar conscientes de
las enormes responsabilidades que recaen sobre nuestros hombros, precisamente
en consideración a la experiencia acumulada y el largo camino recorrido.
Reivindicar una continuidad de principios y de elaboración teórica desde 1973
hasta hoy no es cosa de broma y, de seguro, no es fenómeno común. Pregúntenle si
no a quien en estos cuarenta años ha hecho y deshecho partiditos, cambiando
líneas y programas sin dejar atrás ningún patrimonio teórico colectivo (en
general, ni siquiera individual). O a quien aún hoy sigue dando vida a grupitos
sobre la base, en el mejor de los casos, de consideraciones políticas
nacionales, locales o, en cualquier caso, coyunturales (a veces sencillamente
personales).
Nosotros podemos reivindicar con la
cabeza en alto el mérito ético-político de de no haber nunca creado una escisión y de
no haber jamás expulsado a nadie en la historia de casi cuarenta años de
nuestra corriente, desde que nacimos en 1973 como Tercera tendencia
internacional en el seno de la Cuarta; luego FMR internacional, en el momento
de nuestra expulsión en Italia y el extranjero; luego fracción externa de la
Cuarta hasta la autodisolución en 1980 (nos disolvimos para no dar vida al
enésimo grupito autoreferencial –caso único en la historia mundial de los
grupitos; para llegar al 1983 cuando asumimos la muerte programática de la
vieja Cuarta de Trotsky. Ello muestra que no tenemos la mínima responsabilidad
por la ridícula fragmentación que caracteriza, desde hace décadas, a la ex
extrema izquierda. Si hubiera dependido de nosotros, aún hoy estaríamos en la
misma organización internacional, a separarnos en la discusión pero unirnos en
la lucha.
Luego, la larga travesía por el
desierto, en los años en los cuales subía y bajaba el mito de Democracia
Proletaria, antes de que a partir de 1990 comenzara a subir y bajar el mito del
PRC –un mito que fue particularmente destructivo hasta que no reveló su
verdadera naturaleza con la entrada en los gobiernos del imperialismo italiano
(a votar guerras, leyes financieras y todo lo que la burguesía pidiera), mas
solo tras haber creado un verdadero desierto en derredor, en el sentido que si
no estabas dentro te condenabas al aislamiento total. Aquellos fueron para
nosotros años dedicados a la profundización teórica, hasta que con la dinámica
política vierta por los hechos de Génova 2001, se crearon condiciones para
recomenzar una actividad revolucionaria externa al PRC, creando Utopía Roja.
Esta se fundó sobre la experiencia del
pasado pero con un método sicológicamente sano de concebir la política, sin
aparatos, estatutos, cuotas obligatorias, en continua relación humana y
libertaria entre compañeros y sin olvidar, ni en el menor detalle, los
principios del internacionalismo revolucionario. Y esta también es una gran
anomalía respecto a la dinámica de los grupitos en Italia y fuera de ella.
¿Qué significa contribuir a la
construcción de la Quinta en base a la experiencia de Utopía Roja?
Significa extender al proyecto
internacional la metodología que, en Italia, está dando sus frutos y nos ha
hecho tocar de primera mano la posibilidad de buscar nuevas vías para hacer
política de revolucionarios y estar bien sicológicamente, que no es necesario
adoptar formas de autoritarismo jerárquico y organizativo y, sobre todo, que
todo eso se puede hacer permaneciendo integralmente revolucionarios anticapitalistas
y antiburocráticos. En pocas palabras: vivir
humanamente la política, sin ceder nada de los principios revolucionarios.
La esencia metodológica de nuestro
proyecto ha consistido en el recoger en breves formulaciones (que humildemente
llamamos “frasecitas”) algunas ideas de fondo que son discriminantes para el
estar o no de parte de la revolución y contra el sistema, fáciles de entender y
de explicar, traducibles a todas las lenguas, incluyendo las de los nuevos
inmigrantes.
Aquí las he proyectado en perspectiva
internacional, añadiendo para cada frasecita la referencia al pasado (en
términos de Internacionales) del cual se puede extraer la esencia ideal o el
valor histórico.
He aquí, por lo tanto, las bases de principio (sintetizadas)
por respeto a las cuales propongo adherirnos a la Quinta Internacional, sin
hacer de ello terreno de disputa teórica o de condiciones irrenunciables.
Digamos que estas bases nos caracterizan (caracterizan nuestro ADN) y que nos
gustaría que se hiciesen carne y hueso de la nueva Internacional: no solo como
formulaciones propagandísticas sino también como líneas ideales de acción.
[En este punto el relator ha propuesto la formulación de algunas
“frasecitas” que fueron discutidas por la asamblea y enmendadas respecto a las
propuestas del relator. El texto fue aprobado en forma de moción conclusiva. El
texto es reproducido aquí en su versión definitiva.
Junto a cada frase se indica en paréntesis la internacional o fuente de
inspiración de la cual la frase fue extraída como precipitado histórico de la
experiencia del movimiento obrero mundial.
Traducida al español, esta moción fue enviada por vía diplomática a Caracas
al organismo encargado de organizar la conferencia de la Quinta Internacional.]
a) El fin no justifica los medios, y en los medios que empleamos debe estar
reflejada la esencia del fin. [Prioridad de la ética (Guevara) y de la verdad
científica sobre cualquier otra consideración.]
b) Apoyo a las luchas de todos los pueblos contra el imperialismo y/o por
su autodeterminación, independientemente de sus direcciones políticas. [Inicios de la Tercera internacional]
c) Por la autonomía y la independencia total respecto a los proyectos
políticos del capitalismo. [Izquierda de Zimmerwald en la Segunda internacional]
d) Unidad del mundo del trabajo intelectual y físico, sin discriminaciones
ideológicas de ningún tipo, fuera de la identidad “anticapitalista,
antiimperialista y por el socialismo”. [Primera internacional]
e) Lucha contra las burocracias políticas, por la democracia directa y
consejista. [Internacional
de Saint-Imier y Cuarta internacional]
f) Salvar la vida sobre la Tierra, salvar a la humanidad. [verdadera novedad histórica de la
Quinta].
(Traducción: Omar Pérez)
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