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venerdì 8 novembre 2013

RELACIÓN PARA UTOPÍA ROJA SOBRE LA QUINTA INTERNACIONAL (Roma, 31 enero 2010), di Roberto Massari

1. LA IDEA DE LA INTERNACIONAL - 2. PRECEDENTES HISTÓRICOS: Asociación internacional de los trabajadores e Internacional antiautoritaria de Saint-Imier - Segunda internacional - Tercera - Cuarta – OSPAAL y OLAS - 3. NACIONALISMO VS INTERNACIONALISMO: Cuba y el nacionalismo antimperialista - Las “grupetísticas” nacionales tras el ‘68 - La cultura del Holocausto, pero no del Gulag - 4. LA PROPUESTA DE CHÁVEZ: ¿Por qué ahora? La referencia a Trotsky - ...y la amenaza militar de USA – Peligros y límites de la iniciativa - 5. MÉRITOS Y VENTAJAS QUE PODRÁ TENER LA QUINTA - 6. CÓMO CONTRIBUIR EN TANTO UTOPÍA ROJA - 7. LA CUESTIÓN DEL «PROGRAMA»: El mito del «Programa» - Dos, tres, muchas «Quintas internacionales» - El método de «La lista de las compras» - 8. LA MÁS AMPLIA UNIDAD SOBRE LA BASE DE PRINCIPIOS - 9. HACIA LA QUINTA INTERNACIONAL (MOCIÓN CONCLUSIVA)

Gracias a la iniciativa lanzada el pasado noviembre por el presidente Hugo Chávez, la temática de la internacional vuelve a ser actual, por lo menos en el plano de la discusión y el análisis teóricos. En el plano práctico está todo por verse. Si bien la necesidad objetiva de la internacional es tan antigua como el movimiento obrero o, por lo menos, como la Primera Internacional, hay que reconocer que esta es la primera vez en la historia de los últimos 30-40 años que se vuelve a dar la posibilidad subjetiva de una unificación internacional de los movimientos y organismos que luchan por la revolución a escala mundial. En este sentido podemos considerar “histórico” el llamado de Caracas e “histórica” también nuestra reunión de hoy.
En mi relación de marzo de 1983 que recientemente he hecho circular –dedicada a la URSS de Andropov, a la finalidad programática de la Cuarta Internacional de Trotsky y a la necesidad de trabajar por una Quinta Internacional- se proporcionaban los principales reclamos teóricos y las necesarias consideraciones políticas acerca del itinerario histórico del movimiento por la Cuarta y la necesidad de llegar a fundar la Quinta para superar el vacío de iniciativa política internacional que constriñe al movimiento obrero desde hace casi un siglo. Y, por lo tanto, al referir a aquel material como introducción propedéutica a la discusión de hoy, no puedo menos que recordar que las conclusiones de ese texto demuestran como ya, desde hace casi treinta años, la problemática de la Quinta Internacional tiene actualidad y como es parte de nuestra tradición teórica, como elaboración y patrimonio de la corriente hoy encarnada por la Asociación política Utopía roja.
No se trata de poner la banderilla para declarar con orgullo haber estado entre los primeros en expresar la exigencia de la Quinta Internacional desde 1983, sino más bien de asumir la conciencia (esta también histórica) de que nuestras bases teóricas, nuestro modo de razonar, nuestras expectativas revolucionarias y el método mismo con el cual hacemos política con absolutamente compatibles con la idea actual de la Quinta Internacional, son parte plena e integrante. Es más, habiendo precedido al actual llamado a la Quinta, con amplio margen temporal –y ya entonces con plena justificación histórica (porque justo en los inicios de los ’80 se conjugaban de manera dramática la crisis final de la URSS y el ascenso, y derrota, de la más avanzada revolución obrera de la posguerra, en Polonia)- nos hallamos en condiciones de poder escapar a cualquier sospecha de que nuestra adhesión a la Quinta de Chávez pueda estar determinada por consideraciones de oportunidad sino incluso de oportunismo político.
Esta fundación de la Quinta no ha sucedido en el vacío de la historia sino en el año 2010, en un contexto internacional bien determinado, por iniciativa de fuerzas políticas bien determinadas también (por ahora el PSUV, pero ya otras fuerzas se están asociando). Ello nos debe hacer reflexionar acerca de la dinámica por completo imprevisible con la cual esta iniciativa ha sido delineada y nos confirma en la idea de que no existe un modelo predeterminado acerca de qué deba ser hoy una internacional. Nosotros decidimos hacer aquello que la historia, en este momento, nos permite, con los sujetos que la historia nos propone y que tal vez puedan no corresponder a nuestro tipo ideal de revolucionario o de internacional revolucionaria.
Nuestra discusión, por ende, no será de corte intelectualoide y abstracto, según el cual se explicaría académicamente que “la Quinta Internacional debe ser hecha en tal modo”, que “debe tener una cierta línea”, que “debe estar constituida por revolucionarios que correspondan al siguiente currículo” (y sería curioso ver cuál debería ser un  tal currículo…). No, sería pura locura solo imaginar una discusión similar, por otra parte incompatible con una tradición de pensamiento auténtico, revolucionario y libertario o, incluso, incompatible con el buen sentido. Somos o queremos ser personas sensatas, que se miden con la historia, con las lecciones del pasado y con los hechos concretos del presente y no con las proyecciones ideales que pueden variar infinitamente de un individuo a otro, de un grupito ideológico a otro. Al final, sacando un balance de nuestras palabras y análisis, nos interesará responder a la pregunta: ¿qué es lo que es justo hacer en este momento histórico y con estas fuerzas en campo?
Y, a este respecto, me permito una paréntesis acerca de las intervenciones escritas que han sido enviadas por compañeros que no pueden estar presentes: todos (aparte de quien solo ha enviado saludos o buenos augurios) son intervenciones operativas, concretas y propositivas. Y son intervenciones operativas no solo provenientes de la Marca o de Sicilia, sino también del extranjero, de Argentina o Portugal. Señal de que la atmósfera del debate en Utopía roja corresponde efectivamente al espíritu de sus posiciones de principio y no está contaminada por influencias negativas del tipo que estamos aprendiendo a definir en términos de “psicopatología política”. En esta discusión –que apenas ha comenzado y quién sabe cuándo terminará- quisiera que apareciera claramente nuestra capacidad de mezclar la teoría abstracta, general (nuestras bases de principio, pero no aún programáticas, como se explicará más adelante) con la realidad concreta.

1. LA IDEA DE LA INTERNACIONAL

No voy a hacer su genealogía, sino partir de la afirmación históricamente demostrable de que la idea de una internacional en la época moderna nace en el seno del movimiento obrero y constituye un patrimonio específico del modo en el cual ese movimiento se configuró desde sus orígenes. Una configuración organizativa primordial (quizás también “primitiva”), todo lo confusa e incompleta que se quiera, pero es un hecho histórico incontrovertible que la idea de internacional es un producto del crecimiento del movimiento obrero, surgido a su vez en el seno del proceso de internacionalización del modo capitalista de producción.
No podemos negar que también la burguesía, en su proceso de afirmación como clase independiente, conoció instancias de liberación que pueden ser reconducidas a un ámbito internacionalístico. En tal sentido, no faltaron teóricos y ni siquiera experiencias prácticas. Algunos componentes ideológicos supranacionalistas se pueden hallar dentro de las principales revoluciones burguesas (baste pensar en la guerra de independencia de los Estados Unidos o a la difusión del verbo “revolucionario” exportado en la punta de las bayonetas napoleónicas). El hecho que esas ideologías extra o supranacionales se pudieran relacionar con intereses específicos de las burguesías nacionales no puede hacernos olvidar el modo en que aquellas eran interpretadas y, con frecuencia, enarboladas por las masas en países como Holanda, Prusia, el Méjico de Juárez, en los países sometidos a la opresión del imperio zarista o en la misma Rusia.
El iluminismo, como tal y como quiera que se le entienda, era en sí una ideología tendiente a romper los confines de los estados nacionales; netamente supranacionales fueron algunos de sus más ilustres exponentes. A ese tipo de supranacionalismo burgués se le definió, por convención, como “cosmopolitismo”, justamente para distinguirlo del internacionalismo más orgánico, operativo y organizado en forma relativamente estable que será típico del movimiento obrero. No me adentro, por el contrario, en la definición de las bases materiales de ese cosmopolitismo, apuntando solo al hecho de que estas pueden encontrarse en la primera revolución industrial y en el modo en el cual esta se difundiera, por saltos y con desarrollo desigual, en algunos de los principales países europeos, incluyendo las colonias inglesas más allá del Atlántico. Con la difusión de un cierto modo de producir no se difundía solo tecnología, sino también una serie de concepciones ideológicas, entonces desprovistas de patria y lengua nacional específicas.
Aquel tipo de internacionalismo, que en el bonapartismo napoleónico había hallado un imprevisible y contradictorio instrumento de unificación, fue reprimido y prohibido a los efectos inmediatos del Congreso de Viena, por los procesos de restauración política estatal, con la temporánea reafirmación del absolutismo institucionalizado en la primera mitad del XIX.
El primer verdadero movimiento internacional de revuelta en la historia, en cuyo seno también puede distinguirse un significativo componente de internacionalismo “proletario”, es sin lugar a dudas el movimiento de 1848, entendiéndolo en sentido específicamente europeo y dejando a un lado, como caso específico, el supranacionalismo continental de las luchas por la independencia en América Latina (piénsese en Bolívar que, aun hoy, es la principal referencia histórica para el chavismo y parte de la izquierda venezolana), pero también tantos eventos internacionalistas en las precedentes luchas independentistas en Europa, entre las que puede considerarse como episodio de alto valor simbólico la muerte de Byron en lucha por la independencia de Grecia (ya en 1824).
De aquel grandioso movimiento tan sincronizado en el tiempo y tan rico de consecuencias para toda la historia moderna mucho se ha dicho y escrito desde siempre. Y sin embargo algo aún se puede aprender, si se piensa que, en muchos casos, el catalizador fue el anhelo de independencia nacional, en cuyo interior tomaron vida verdaderas manifestaciones de internacionalismo, dando concreción histórica a exigencias culturales nutridas en el seno del movimiento romántico más radical. Lucha por la independencia nacional e internacionalismo no eran aspectos contrastantes para sectores importantes de aquel movimiento, pero sobre todo para algunos de sus exponentes teóricos.
Muchos de los patriotas del “resurgimiento” italiano, lo sabemos, fueron también convencidos internacionalistas, que abrieron puertas al federalismo europeo, soñando con la unificación de los pueblos en lucha contra el absolutismo pero que también fueron, en muchos casos, los primeros animadores o fundadores de la Asociación Internacional de los trabajadores, llamada sucesivamente Primera Internacional. Ello porque, aunque combatieran en países diversos y por causas diversas, se sentían parte de un único proyecto liberador abarcador para el cual derribar los confines impuestos por el absolutismo debía coincidir con una liberación más completa del individuo y los pueblos. Comenzaron a convivir felizmente desde entonces el nacionalismo de lucha con el internacionalismo ideológico. El símbolo más conocido y más representativo de tales estados de ánimo a nivel mundial es Giuseppe Garibaldi, el Héroe de Dos Mundos, pero también el “Guevara de la época”, como se ha afirmado muchas veces. El Garibaldi al que me refiero no es el desilusionado guerrero transformado en instrumento innoble en manos de los Saboya, sino el campeón intercontinental de la independencia de Río Grande do Sul, de Uruguay, Italia, la Comuna de París, devenido en la última parte de su vida miembro y sostenedor de la Primera Internacional. No por gusto el “garibaldismo” fue uno de los componentes ideológicos fundamentales de este tránsito del cosmopolitismo tardo-romántico al internacionalismo de los trabajadores (llamado también “proletario”, recurriendo a un término que hoy en día ya no tiene validez científica alguna pero que sí evoca estos contextos histórico-sociales del XIX).

2. LOS PRECEDENTES  HISTÓRICOS

Asociación internacional de los trabajadores. La Primera Internacional nace, como todos sabemos, en el St. Martin’s Hall de Londres el 28 de septiembre de 1864. Antecedentes de su surgimiento fueron la teoría y práctica del mutualismo (asociado históricamente a la figura de Proudhon) y las múltiples contribuciones teórico-prácticas del llamado “socialismo utópico”, entre las cuales resulta fundamental la teoría societaria de Fourier –un auténtico espíritu cosmopolita y anti-nacionalista.
Es bueno recordar que la iniciativa de fundarla no fue de Marx (como erróneamente se piensa con frecuencia) aun si él escribió la Alocución inaugural (de hecho el manifiesto) y los estatutos provisionales. La idea original no fue tampoco anárquica (a este respecto los historiadores de la anarquía son muy honestos y lo reconocen abiertamente). La Asociación Internacional nació fundamentalmente por iniciativa de los proudhonianos, en particular de sus elementos mutualistas. Y ello bastaría por sí mismo para demostrar cómo las bases de aquella primera internacional de los trabajadores no fueran el producto de un procedimiento intelectual o de un proyecto abstracto parido en el empíreo de las bellas ideas. La praxis económica del mutualismo era lo más concreto que se pudiera imaginar en esa época y de primordial necesidad para las clases trabajadoras. Pero ella implicaba también la superación de las barreras nacionales y lingüísticas por tantas buenas razones, entre las cuales el hecho de que los obreros más combativos eran despedidos o perseguidos, teniendo necesidad de ir a otros países para encontrar trabajo o incluso para salvar el pellejo. Era un mutualismo surgido en el mundo de los artesanos, que luego pasará a la fábrica y que, con la difusión de las ideas socialistas, anárquicas y marxistas, asumirá connotaciones cada vez más políticas.
Y bien, aunque los inicios de la Asociación se relacionen con exponentes de ideas proudhonianas y semianárquicas, cuando en el Congreso de Ginebra de 1866 fue constituido el Consejo general, fueron rápidamente excluidos de este justamente los proudhonianos y anárquicos, no solo de la línea de Bakunin. Una decisión sectaria que constituye una suerte de pecado original, cargado de consecuencias negativas para todos los desarrollos sucesivos de la Primera y la otras Internacionales, que adoptará progresivamente discriminantes ideológicas destinadas a consolidar las divisiones existentes en el seno del movimiento obrero y que privarán a todas las sucesivas internacionales del espíritu unitario y solidario que caracterizó, por el contrario, la Primera. Piénsese que entre las corrientes presentes en la asociación dirigida por Marx y Bakunin podemos contar, además de los ya recordados proudhonianos y mutualistas, a los colectivistas, sindicalistas ingleses, blanquistas franceses, mazzinianos, garibaldianos, marxistas, lassalleanos, bakuninistas, así como una temporánea presencia del socialismo de orientación sionista y de algunos componentes rusos del naciente movimiento naródniko ( Franco Venturi, en su bella historia de Il populismo russo, de 1952, nueva ed. 1972, reconstruye este cuadro ideológico).
Una pintoresca descripción del variopinto mundo que constituía la AIL y de su breve historia está contenida en la carta de Marx a Friedrich Bolte del 23 de noviembre de 1871. La imagen que Marx presenta es muy parcial (no puede olvidarse que en ese mismo período estaba preparando la expulsión de los anarquistas de dicha asociación mediante el expediente de su transferencia a New York). La escisión, de hecho, se consuma al año siguiente del Congreso de la AIA (1872) y, desde entonces, las diferencias no han dejado de crecer. Me place sintetizar esa tragedia del movimiento obrero internacional que aún estamos pagando, diciendo que, por un lado (con Marx) se fue la mente, la razón teórica y, por el otro (con Bakunin) se fue el corazón, los sentimientos morales, la ética. Es quizás un modo simplista de considerar la cosa, mas creo firmemente en ello y casi 150 años de historia están ahí para demostrarlo.

b) Internacional antiautoritaria de Saint-Imier. Otra falsificación histórica muy difundida es que con la transferencia/disolución de la AIL se terminó la Primera Internacional. Se trata de error grosero porque la mayoría de los adherentes estaban a favor de las ideas de la anarquía y no siguieron a Marx, no aceptaron la disolución y continuaron sosteniendo una Internacional anti-autoritaria, llamada de Saint-Imier. El nombre le viene de la pequeña ciudad donde se reunieron en el mismo 1872 los exponentes no marxistas de la AIL (de Bakunin a Malatesta a Kropotkin, a los comuneros a la Federación del Giura). Esta Internacional sobrevivió por casi una década, sin lograr superar las propias disensiones internas y el localismo creciente que, desde entonces, ha permanecido e incluso crecido como rasgo característico del movimiento anárquico. Sus últimos congresos fueron en el 1877, en Verviers, y en 1881 en Londres.
Las dimensiones del desastre que se verificó en el movimiento obrero internacional (como efecto también de la derrota de la Comuna de Paris) nunca podrán subrayarse lo suficiente. Entre otras cosas, la separación en dos grandes organizaciones no salvó de la disgregación a ninguna de las dos. Muchas corrientes que no se reconocían ni en Marx ni en Bakunin (proudhonianos, sindicalistas, cooperativistas, etc.) se retiraron y derivaron en organizaciones nacionales o localismos aun más circunscritos de los anárquicos antes recordados. Y esto porque la división privó a ambos componentes mayoritarios del espíritu unitario tan deseado por aquellos trabajadores más conscientes, a sí como del prestigio que derivaba, precisamente, de esa unidad. En resumen, podemos decir que, como revolucionarios, estamos huérfanos de una asociación internacional unitaria de trabajadores desde aquel lejano 1872. Y la fragmentación que vivimos hoy en día (que en algunos países como Italia, Inglaterra o Argentina ha llegado a los límites de lo farsesco o lo psicopatológico) deriva de aquella fractura histórica, que se agravó ulteriormente con varias otras fracturas, pequeñas  y grandes que se verificaron en el curso del siglo y medio siguiente.
Hay que decir que no fue solo un hecho organizativo (las maniobras y el sectarismo de Marx) lo que determinó la fragmentación de la AIL, sino también la transformación política e ideológica que, en aquella Asociación, se generó y que Pier Carlo Masino (socialista y principal historiador italiano de la anarquía) describió con precisión en su Storia degli anarchici italiani (Rizzoli 1969, nueva ed. 1974). Afirma Masini que, en la conferencia de la AIL en Londres, de septiembre de 1871: 
“una pre-seleccionada mayoría marxista realiza con una serie de resoluciones la transformación de la  Internacional en partido político (…) introduciendo en el programa de la Internacional un elemento ideológico uniforme y vinculante que anulaba la variedad de las corrientes hasta entonces admitidas sobre la base de un solo principio unificador: la solidaridad práctica de los trabajadores de cualquier raza, credo o nacionalidad, para el mejoramiento de las condiciones, la mutua defensa, la completa emancipación de la clase obrera (p. 59)”.
He citado y subrayado esta opinión de un gran estudioso, porque considero que ella conserva una fuerte actualidad en nuestra época y que concierne, en formas y contextos diferentes, también el proceso de constitución de la Quinta Internacional.
A esta consideración se puede añadir un comentario de Franco Venturi (en la nueva introducción a la obra citada, vol. I, p. XCVII), cuando nos recuerda que el movimiento socialista de los últimos dos siglos es demasiado rico para ser reducido a una sola corriente, aunque sea el marxismo. No existe un componente “científico” y “auténtico” que se pueda contraponer a los otros, sino que uno explica y completa los otros, en una relación de mutuo enriquecimiento. Por desgracia, una lectura errada (o parcial) de la historia, sobre todo europea, del movimiento obrero, ha creado la falsa sensación de que ha existido una corriente eminente, el Marxismo (con mayúscula), superior y distinta o contrapuesta a las otras, sin tener en cuenta que el propio marxismo nunca habría podido constituirse como teoría y método de una parte del movimiento obrero sin la experiencia y la contribución de todas las otras corrientes. El marxismo, según Venturi, no  ha excluido las otras corrientes teóricas y experiencias políticas del movimiento obrero de su época, sino que las absorbió y acogió, de hecho, en su seno, valorizándolas en una forma y método que no tienen precedentes en la historia del pensamiento (véase también Michael Löwy, Il giovane Marx, Massari ed. 2001, pp.143-4). Se puede reflexionar siquiera sobre el hecho de que la primera traducción de El Capital en ruso fue iniciada por Bakunin...
Concluyo esta parte historiográfica (deliberadamente más larga de las que seguirán), repitiendo una frase que repito con frecuencia a fin de ejemplificar lo más posible mi pensamiento sobre el tema: uno de los rasgos grandiosos y fascinantes de la Primera Internacional es que logró condensar su propio programa y su propia ideología, no solo en pocas palabras, sino incluso en el nombre que se dio a sí misma: “Asociación Internacional de los Trabajadores”. Su programa no fue la revolución, el socialismo o la lucha contra tal o más cual adversario, sino el llamado a la unidad de todos los trabajadores, de cualquier nación, religión o credo político, en una única organización solidaria, mutualista y unitaria. Un fenómeno político-lingüístico semejante –la capacidad de encerrar en el nombre la esencia del programa nunca volvería a verificarse. Hay que decir que, además, mientras pudo su realidad operativa concreta fue coherente con el profundo significado de aquel nombre.

c) Segunda Internacional. Fundada en Paris en 1899, se disgrega oficialmente el 4 de agosto de 1914, cuando el Partido Socialdemócrata alemán, su principal organización, vota los créditos de guerra, imitado luego por otras corrientes socialistas en otros países, cada una de ellas poniéndose de parte de la burguesía nacional respectiva. Pero la verdad es que la Segunda Internacional nunca existió en tanto tal, es decir como síntesis unitaria de las experiencias políticas que los varios partidos socialistas cumplían en aquellos años de transito del XIX al XX. No celebró congresos significativos, no tuvo ninguna oficina de coordinación internacional, cada partido pensaba en lo fundamental en sus propios asuntos en su propio país y las bases ideológicas mismas al momento de la fundación estaban muy lejos de poder definirse revolucionarias. Y mucho menos unitarias, dado el rechazo tenaz que se le opuso a las demandas (y también infiltraciones) de las organizaciones anárquicas que solicitaban ser admitidas. Esta es una historia poco conocida pero, a nuestros ojos, tiene un fuerte significado unitario el hecho de que los anarquistas lucharon por ser admitidos hasta el Congreso de Londres de 1896. Y ello a pesar de que la Internacional en la que pedían entrar fuese la quintaesencia del estatalismo, embebida de espíritu lassalleano (socialismo de estado), con procesos muy avanzados de degeneración autoritaria y burocrática de sus principales partidos, tal como fue analizado en la obra fundamental de Roberto Michels, Sociología del partido político (del 1911, nueva ed. del 1925), dedicada al análisis del PSD alemán.
Este espíritu unitario de los anárquicos de entonces, creo que adquiere valor hoy en las polémicas que de seguro no faltarán por la parte libertaria respecto a la Quinta y a las organizaciones que entrarán a formar parte.
Sabemos que los anarquistas de entonces no lograron hacerse admitir (una admisión que habría implicado también una suerte de reconocimiento internacional) y también este hecho no tuvo ciertamente un efecto benéfico en la evolución oportunista de la Segunda Internacional.
Este, de hecho, aunque no centralizada, aunque se reuniera internacionalmente con dificultas, demostró sin embargo gran homogeneidad ideológica en la adopción y desarrollo de posiciones estatalistas, colaboracionistas y, a fin de cuentas, también nacionalistas guerreristas. Por lo demás, el propio Engels que había presidido su fundación, lo había hecho con posiciones cambiadas respecto a sus posiciones originarias y a las de Marx, con fuertes concesiones al gradualismo y al parlamentarismo.
Y, en efecto, fue justo esta la Internacional que se preocupó por construir los partidos políticos parlamentarios de los trabajadores distintos de los de la burguesía y los sindicatos ( de oficio primero y de industria después, aceptando en su propio seno también el sindicalismo revolucionario que vivió en aquellos años su época de oro). Su función histórica positiva reside en estas dos conquistas históricas de los trabajadores y en el hecho de que respondió sustancialmente a la exigencia surgida en las  clases obreras de varios países y continentes de armarse de instrumentos políticos propios, autónomos, para conducir la lucha también en el interior de las instituciones, si bien ello sucediera, en la mayoría de los casos, sin real espíritu revolucionario (anticapitalista) o abiertamente unitario hacia los otros componentes del mundo del trabajo. La revolución nunca fue el programa de la Segunda Internacional y, por los demás, sabemos cómo terminó.
La continuidad internacionalista del proyecto revolucionario hay que buscarla en las fracciones de minoría que constituyeron la Izquierda de Zimmerwald y Kienthal y en el movimiento Espartaquista. Del encuentro-choque entre esas fracciones provienen también los grandes teóricos como Parvus, Trotsky, Luxemburg y, en fin, Lenin, además de otras personalidades y corrientes menores que no podemos citar.
Vale la pena recordar la existencia de estas fracciones dentro de la Segunda Internacional, en primer lugar porque ellas nunca fueron expulsadas, demostrando así históricamente que era posible una convivencia de reformistas, centristas, revolucionarios e incluso verdaderos extremistas dentro de la misma organización. Y, en segundo lugar, porque la experiencia de ser minoría ligada a determinadas ideas dentro de un organismo internacional más amplio, la hemos vivido los de la ex- FMR en el Secretariado unificado de la Cuarta Internacional (del cual, sin embargo, fuimos expulsados en 1975). Y no está excluido el que se haga de nuevo necesaria una experiencia similar dentro de la Quinta (quiero decir la proposición como minoría de determinadas ideas, no la expulsión [risas]).
Formalmente la Segunda Internacional existe todavía. Se llama Internacional Socialista y de ella forman parte todos los partidos socialistas y socialdemócratas del mundo. El PSI de Craxi formaba parte de ella.

c) La Tercera Internacional. Fundada en 1919 y disuelta por Stalin en 1943 para permitir una mejor colaboración de los partidos comunistas con las respectivas burguesías nacionales empeñadas en la guerra antinazi.
El acta de nacimiento, en marzo de 1919, ocurrió de manera muy reservada, con pocos anuncios propagandísticos, con la presencia de unos cincuenta delegados que no representaban prácticamente nada. La mitad de estos eran delegados de las repúblicas ex-zaristas y la presencia de partidos socialistas occidentales era escasamente representativa. Hay que decir, de todos modos, que en aquel primer congreso había espacio para todo aquel que quisiera  adherirse y empeñarse en la construcción de la nueva internacional. Baste citar el caso de la IWW, los Wobblies, movimiento sindicalista revolucionario norteamericano que no tenía características marxistas. Mas al definirlo anárquico se tendría una imagen reductiva porque los Wobblies fueron el único ejemplo en el siglo XX de una organización unitaria de los trabajadores sin discriminantes ideológicas ni aparato jerárquico superpuesto a los movimientos reales de lucha (ver su historia en el libro de Patrick Renshaw, traducido por mí para Laterza en el 1969-70).
En el 2do Congreso, en 1920, se hizo obligatoria la adopción de los famosos 21 puntos. Si se leen hoy en día esas 21 condiciones (incluidas junto a todos los principales documentos de los primeros 4 congresos en la edición al cuidado de Yuri Colombo en el 2004) se tiene la impresión de encontrarse ante un extenso volante escrito por el más sectario de los grupúsculos supuestamente leninistas hoy existentes. La palabra “comunista” se repetía de modo obsesivo, casi cada dos líneas, porque cada cosa, para ser mínimamente aceptable, debía ser “comunista”: comunistas debían ser las ideas, comunistas los núcleos obreros en los sindicatos, comunistas los agitadores en las campañas, comunistas integérrimos los militantes en los partidos y en la Internacional, con disciplina férrea y expulsión obligatoria de todas las otras corrientes socialistas, reformistas e incluso centristas ( que en los 21 puntos son siempre tratados como equivalente de los reformistas, perdiendo de vista por lo tanto su característica política específica dad por la oscilación entre el polo del reformismo y el de la revolución –Fausto Bertinotti, por ej., no habría sido jamás admitido [risas]. 
Lo mismo en cuanto al intento de crear una organización internacional ad hoc para los llamados Pueblos del Oriente (conferencia de Bakú de septiembre de 1920), que nunca salió del mundo virtual de los llamamientos propagandísticos. De todos modos, si hubiera logrado alcanzar un mínimo grado de organización, se habría visto inexorablemente arrastrada por la trágica derrota de la Segunda revolución china, en 1926-27, debida a los errores del Comintern estaliniano. E incluso allí todo debía ser “comunista”, perdiendo completamente de vista la inconfundible especificidad histórica de los movimientos de liberación nacional que se puede devenir comunista en el curso de la lucha pero no, ciertamente, en sus orígenes. Después del término “comunista” el más recurrente era “depuración”: depurar, depurar y depurar. Todo debía ser depurado para asegurar la pureza “comunista”. Y allí donde no se podía expulsar porque no se estaba en mayoría, era necesario escindir, anteponiendo la necesidad de la separación a la de la unificación. Es evidente que una tal concepción sectaria no tenía ya ninguna sustancia real de internacionalismo, ya que el trabajo reformista o centrista, en cualquier caso no bolchevique era equiparado al enemigo y, en tanto tal, objeto a expulsar o combatir en cualquier sede (en el partido, sindicatos, cooperativas, etc.). La vieja división del 1872 que destruyera la Primera Internacional con el lema de “afuera con los no marxistas”, se convierte en caricatura con el lema de “afuera con quien no es marxista como nosotros”. ¿Y los anárquicos? Se preguntará uno. Los 21 puntos no los olvidan y dan la indicación de reclutarlos, país por país, para convertirlos en…comunistas.
En realidad, el Comintern conoció interesantes momentos de debate acerca de algunos temas, en sus primeros congresos, hasta el Cuarto (nov. 1922) y hasta el Ejecutivo ampliado de junio 1923: aquellos primeros años en los cuales una discusión, bien o mal, era posible en su seno, a pesar del peso preponderante de la sección rusa. Mas en el plano práctico coleccionó solo derrotas en todas partes (de Berlín en 1919, 1921 y 1923, a Polonia; de Hungría a Italia, pasando por la ya recordada China, para llegar a la debacle de la Revolución española y a la alianza con Hitler que, a su vez, hizo posible el comienzo de la Segunda Guerra Mundial). Todo sin autocríticas, sin cambios en sus concepciones dirigentes, sin cambiar orientación estratégica ni la manera de concebir la Internacional, sino con ajustes meramente tácticos.
Con la victoria definitiva de la burocracia estaliniana, cesó cualquier elaboración teórica autónoma, se realizó la rusificación de las distintas secciones nacionales y el Comintern se transformó en un instrumento de la contrarrevolución burocrática a escala internacional. Hay que decir, sin embargo, que su degeneración se verificó en dos partes y con mayor dificultad respecto a la transformación contrarrevolucionaria del partido soviético. Con el tiempo (señaladamente desde 1926 en adelante), de todos modos, degeneró totalmente también el Comintern y se transformó en una organización internacional fundamentalmente empeñada en luchas de aparato, no menos que en la eliminación física de anárquicos, trotskistas y opositores anti estalinianos en el resto del mundo, tal como se vio trágicamente en el curso de la guerra civil española, con el asesinato de Trotsky, en México en agosto 1940. La estructura utilizada para estos trabajos sucios se llamó “Socorro rojo internacional”: ella dejó tras de sí una larguísima estela de sangre, según los lugares y períodos. El italiano Vittorio Vidali (“Carlos Contreras”) fue uno de sus “animadores” más connotados.
La “cosa” será disuelta en 1943, con el fin de facilitar la participación de los partidos nacionales en la guerra mundial bajo la dirección de las respectivas burguesías, de internacional tenía ya solo el nombre. ¡Mucho peor que el voto de los créditos de guerra de 1914! No olvidemos que el Comintern había aprobado en 1939 todas las directivas de Moscú respecto a la alianza con Hitler, la partición de Polonia, la invasión de los estados bálticos, la guerra contra Finlandia y la puesta en marcha de la Segunda Guerra Mundial. Una alianza con el nazismo (y en Oriente con el imperio japonés) que fue cambiada solo tras la invasión nazista de la URSS, en junio de 1941, hallándose el país del todo inerme ante la posibilidad de una agresión nazista.

e) Cuarta Internacional. No me extiendo porque puedo referir al largo capítulo que dediqué a su breve existencia en mi monografía sobre Trotsky de 1990. Solo recordaré que fue fundada en 1938, con gran retardo histórico respecto al recrudecimiento del estalinismo y a la necesidad de contraponérsele frontalmente. Grave fue la responsabilidad de Trotsky (lo cual no significa absolver a todos aquellos que ni siquiera intentaron luchar contra el estalinismo y que, en cualquier caso, no lucharon con la tenacidad y lucidez con que los hizo Trotsky hasta morir). La Cuarta, de todos modos, era ya prácticamente inexistente menos de un año después de su fundación, tal como lo reconoció el propio Trotsky (ver carta a la dirección del SWP en abril y julio de 1939), y desapareció organizativamente con el asesinato del Viejo en agosto de 1940.
También acerca de los intentos de reconstrucción de la Cuarta en la posguerra he escrito mucho en el pasado y casi todo está disponible al lector en libros publicados en tiempos más recientes. Mi pensamiento al respecto es más que conocido (a quien se interesa en estos problemas) y lo resumo con brevedad.
Aquellos intentos (bajo la guía de Pablo, Mandel, etc., luego llamado Secretariado unificado) fueron necesarios e históricamente positivos a pesar de su evidente fracaso. Me siento orgulloso de haber sido parte de ellos desde comienzos de mi actividad política (1966) y considero que se equivocaron en no hacerlo todos aquellos que en esos años se consideraban, bien o mal, revolucionarios.
La historia ha demostrado que no existían alternativas reales, ya que no se verificaron a nivel internacional ni en ningún país en el mundo. Mientras que valió la pena, analicé al detalle los procesos de involución política que acompañaron el declive de la Cuarta-Secretariado unificado (es decir la principal organización heredera del patrimonio teórico trotskiano), sobre todo hasta fines de los `70. Solo recientemente he hecho circular  mi extensa relación de 1983, ya recordada, donde explicaba el fin histórico de la Cuarta de Trotsky, también en sentido programático. Argumentaba ese fin con la caída de los dos pilares de su programa fundador (revolución solo política en la URSS y defensa de la URSS contra el imperialismo), sea por los niveles alcanzados por la degeneración social de la URSS de Brezhnev, sea por el papel jugado por este país en el sofocar el nivel más elevado de revolución y d e conciencia obrera que se haya visto en la posguerra, con el movimiento de Solidarnosc en Polonia.

f) OSPAAL y OLAS. Quiero referirme  a esto con rapidez, aunque no se trate de verdaderas internacionales, sino de intentos concretos realizados para unificar las fuerzas antiimperialistas e nivel internacional. Fueron dos organismos de matriz cubana, aunque en ninguno de los dos se viera directamente involucrado Ernesto “Che” Guevara, es decir el único exponente auténtico de un pensamiento internacionalista revolucionario y de una práctica coherente con aquel pensamiento a nivel de masa que haya existido después de la Segunda Guerra Mundial.
Me refiero a la OSPAAL (Organización de solidaridad con los pueblos de Asia, África y América Latina, llamada también Tricontinental por el nombre de su revista), fundada en enero de 1966 y que prácticamente nunca gozó de existencia real, ya fuera por la derrota latinoamericana que representó la muerte de Guevara, ya por la orientación netamente capitalista asumida por los países de nueva independencia, ya por la transformación de Cuba en apéndice de la política exterior soviética a partir de fines de los `60 (desde la aprobación de la invasión a Checoslovaquia en agosto de 1968 en adelante). Con la OSPAAL Fidel Castro intentó unificar, alrededor del estado cubano, varios movimientos de liberación en el mundo (muchos, mas no todos) con los gobiernos de algunos estados en los que la lucha anticolonial había llevado al poder a ex movimientos antiimperialistas. La cosa tuvo desde el comienzo características muy formales y diplomáticas, y bien pronto mostró su naturaleza real: se trataba de una respuesta del mundo filosoviético a la creciente influencia del movimiento de los no alineados del cual Moscú empezó a preocuparse seriamente durante los años `60, a causa también de las diferencias con China. La sigla y la revista existen aún, con sede en La Habana, pero solo en el papel.
Con la OLAS (Organización latinoamericana de solidaridad) nos encontramos frente a una organización de existencia mucho más breve (fue fundada en La Habana en una célebre Conferencia celebrada desde el 31  de julio al 10 de agosto 1967), pero, a diferencia de la OSPAAL, con algunas consecuencias prácticas. En aquel encuentro se encontraron para discutir casi todos los movimientos guerrilleros latinoamericanos, junto a los partidos comunistas y algunos partidos nacionalistas radicales. Fueron explícitamente excluidas las organizaciones trotskistas y filochinas (para contentar a los soviéticos): se trató de un intento, que pronto fracasó, de crear una organización continental de coordinación guerrillera en Sudamérica. La atmósfera de la conferencia estuvo estimulada por la empresa del Che en Bolivia, iniciada 9 meses antes y concluida trágicamente en los dos meses siguientes.
 Pero, a pesar de la muerte del Che, algunos intentos de lanzar nuevas guerrillas fueron ulteriormente realizados, siguiendo las orientaciones de OLAS (foquistas y guerrilleristas, según las teorías en auge de Regis Debray, entonces portavoz de Fidel Castro y el gobierno cubano), pero todos fueron destruidos rápidamente, mientras que en el horizonte se delineaban nuevamente las ilusiones electoralistas que, en el Chile de Allende, encontraron su concretización más trágica.
Podemos afirmar, sin embargo, buscando un balance histórico, que en aquella tentativa desesperada de coordinar las guerrillas en América Latina se lanzaron las semillas de las cuales brotarán con el tiempo algunos movimientos de lucha armada más conocidos, destinados a jugar importantes roles políticos en Nicaragua, El Salvador y Guatemala. La guerrilla colombiana de las actuales FARC o los grupos armados peronistas de los años `70 fueron casos a parte.
Habiendo colaborado en esa época con algunos de esos movimientos guerrilleros (en particular en Perú y Venezuela – fui miembro de las FALN de Douglas Bravo en 1969-71), me siento autorizado a considerar la OLAS como parte de mi experiencia personal y como tal la reivindico aún hoy, por sus generosas intenciones y espíritu internacionalista guevariano, no obstante su inconsistencia teórica y sus trágicos epílogos. He querido citar estas dos experiencias porque, al haber involucrado movimientos reales y auténticas organizaciones de masa, merecen ser recordadas en la historia de los intentos de unificación de las luchas antiimperialistas a escala internacional, con todos sus límites, pero reconociendo también sus méritos.
En  tiempos más recientes, como saben, en Chiapas Marcos ha buscado crear un movimiento “Intergaláctico” que ha tenido su momento de notoriedad mediático pero ningún efecto práctico en México ni fuera de él.
Y luego debemos citar también ese poquito de espíritu internacionalista que ha animado los primeros foros Sociales, desde Praga y el primero de Porto Alegre en adelante. Con todas sus bellas esperanzas, sin embargo, el movimiento de los foros Sociales, también llamado No-global ha adquirido rápidamente (diría desde el segundo encuentro de Porto Alegre) todas las características de un imponente movimiento de turismo político a escala internacional. Y quien no tiene dinero o tiempo libre para moverse de un encuentro al otro queda inexorablemente excluido.
Estos procesos degenerativos típicos de la sociedad del espectáculo debemos a estas alturas tenerlos en cuenta por todo lo que, a nivel internacional, se llevará acabo en forma de mega-convenios, foros sociales regionales, campos de verano, etc., sin que se prevean formas de efectiva lucha anticapitalista. Tal vez en el futuro habremos de dedicar mayor atención teórica a estos aspectos degenerativos de la política como espectáculo porque ellos harán muy difícil  una auténtica discusión internacional de los problemas que el movimiento revolucionario debe enfrentar en el mundo. Es inútil agregar que todos los fenómenos de culto de la personalidad (viejos y nuevos) no pueden sino agravar esta tendencia espectacular y turística de masa de la política “internacionalista” de nuestros días. Es una reflexión importante que, por el momento, debemos dejar a un lado.

3. NACIONALISMO VERSUS INTERNACIONALISMO

El fracaso histórico de la Tercera Internacional y sucesivamente el de la Cuarta han tenido trágicas consecuencias para el presente. Hace ya más de 80 años, podríamos decir casi 90, que el movimiento obrero actúa o se ha desarrollado en forma de una sumatoria de movimientos esencialmente nacionalistas. El nacionalismo ha sido absorbido por las clases obreras de todo el mundo por casi un siglo, tanto que puede decirse que ha penetrado en su ADN, en su estructura constitutiva. Las clases obreras (entendidas en el sentido más amplio del término, como totalidad del trabajo asalariado mental y manual), que encontramos en todo el planeta, son profundamente nacionalistas: y lo son en contratendencia respecto al desarrollo capitalista que tiende, por el contrario, a asignar menos funcionalidad al Estado-nación. Las ideologías nacionalistas que hegemonizan a las grandes masas trabajadoras son en realidad inducidas sobre todo por los canales de la política (sistemas electorales y partidos), por las grandes y nuevas potencialidades mediática del sistema, por mecanismos cada vez más penetrantes e invasivos de la sociedad del espectáculo.
El balance es dramático, mas no podemos eximirnos del constatar que las grandes experiencias históricas de la “izquierda” (por decirlo de alguna manera) en casi un siglo de derrotas (tantas) y victorias (poquísimas) están todas inspiradas en el nacionalismo o, al máximo, en fenómenos de regionalización geopolítica o continental con frecuencia enmascarados por un antiimperialismo genérico o puramente demagógico.

Cuba y el nacionalismo antiimperialista
El caso más evidente es la Cuba de hoy que resulta a veces considerada, muy ingenuamente, como un gran ejemplo de internacionalismo, cuando se trata por el contrario del ejemplo más longevo de nacionalismo antiimperialista que ha sobrevivido desde la posguerra hasta el presente (siendo venidos a menos los ejemplos de Argelia, Ghana, las ex colonias portuguesas, las diversas experiencias de militares “progresistas” en el poder en ciertos países latinoamericanos, etc.). No ha habido movimiento en América Latina o el mundo que la dirección de Fidel Castro no haya sacrificado a los intereses políticos del estado cubano, siempre que ha tenido la oportunidad y la necesidad: desde el uso desprejuiciado del foquismo guerrillero (se reflexione sobre el hecho de que no ha habido una sola guerrilla, de las organizadas por los cubanos, que haya resistido al menos un año, incluida la del Che en Bolivia) hasta el silencio acerca de la masacre de Tlatelolco en México en 1968; de la aprobación de la represión soviética al pueblo checoslovaco al apoyo concedido a cualquier gobierno burgués de América Latina que mostrara una mínima voluntad de apertura hacia Cuba, independientemente de las necesidades de los trabajadores y movimientos anticapitalistas en ese mismo país. También el ingreso en el área política de los países satélites de la URSS se debió a análogas motivaciones nacionalistas a pesar de la propaganda en el lenguaje del “internacionalismo proletario” que acompañó este tipo de determinaciones.
Está comprendida en esta política de salvaguardia de los intereses nacionales el rechazo sistemático a incluir a otros países imperialistas en las críticas al único imperialismo que aparece como históricamente amenazante a los ojos del gobierno cubano, el norteamericano. No se encontrarán nunca, en los documentos o análisis políticos, afirmaciones críticas respecto a países imperialistas como Alemania, Japón, Francia o Italia, mientras que las críticas a España van y vienen según la actitud que ese país asuma hacia el gobierno cubano. Se puede prever con facilidad que el día en que los USA cambiasen su actitud agresiva hacia Cuba, cesarían también las denuncias políticas al imperialismo estadounidense. Y se puede prever porque los síntomas de este posible comportamiento futuro se vieron claramente tras los sucesos del 11 de septiembre de 2001, en un momento en el que la dirección cubana se ilusionaba con un posible reacercamiento y Raúl Castro llegó a declarar que eventuales prisioneros fugitivos de la cárcel de Guantánamo serían vueltos a entregar a las autoridades estadounidenses. Luego, empero, sucedieron las injustas condenas a los cinco cubanos aún prisioneros y el breve idilio llegó a su fin. El día en que el embargo terminare (y deseamos que ello suceda lo más pronto posible) el problema de la relación entre la dirección cubana y el imperialismo USA volverá a examinarse y habrá que estar preparados para cualquier cambio posible.
Incluyo este breve paréntesis sobre Cuba no para abrir una discusión acerca de los hechos de una revolución tan contradictoria y controvertida (acerca de la cual, de todos modos, ya hemos producido muchos análisis en el pasado y habremos de producir más en el futuro), sino para invitar a los compañeros a un comportamiento de elemental cautela respecto a la facilidad con que los cambios políticos son impuestos por el grupo dirigente castrista al resto del aparato y por este a la población. Y esta cautela es aun más necesaria dado el hecho de que cualquier perspectiva de construir una nueva internacional hoy en día no puede no tener en cuente la existencia del actual estado cubano, sea que este se adhiera a ella o no.
(Lo hubimos de experimentar de modo trágico en la segunda mitad de los años 60 cuando la no adhesión de Cuba a la Cuarta y el ataque público de Castro contra el trotskismo, en el congreso de la OSPAAL de 1966, sentaron las premisas para la progresiva decadencia organizativa en Latinoamérica y el resto del mundo. Retrospectivamente, se debería tener el coraje de dar fecha al inicio de la crisis de la Cuarta-Secretariado unificado a partir de aquel ataque de Fidel Castro: en aquella época de dijo y no se comprendió, luego vinieron el 68 y el crecimiento de la Ligue en Francia para hacer olvidar el  golpe – pero el golpe existió y bloqueó un proceso de acercamiento a la Cuarta por parte de otros sujetos políticos que se estaba verificando en varias partes del mundo. No olvidemos que el propio Guevara, en los últimos años de su vida, demasiado breve, había finalmente comenzado a interrogarse acerca de Trotsky y a leer alguna de sus obras fundamentales.
Pero sería un enorme paso atrás respecto a las experiencias internacionalistas del pasado condicionar la acción de la nueva internacional según los intereses nacionales de este o aquel país. Si Cuba nunca ha intentado construir un auténtico movimiento revolucionario internacional, ello se ha debido, sobre todo, a los límites nacionalistas originarios de esta revolución (luego devenidos crónicos con el paso a la monodependencia económica y política de la URSS), además que a los límites nacionalistas del movimiento obrero mundial. Estos límites han marcado en un sentido fuertemente involutivo el desarrollo de la revolución cubana (bloqueo de la transición al socialismo, rechazo a cualquier estructura democrática directa de los trabajadores, aumento creciente de las diferenciaciones sociales), sino que han producido, al mismo tiempo, una impresionante lista de derrotas en Latinoamérica y no solo.
Pensar hoy en la nueva internacional en términos de defensa de intereses nacionalistas (por ej. en los fines de un presunto interés nacional de Cuba u otros países), además de ser una perspectiva irrealista, significa prolongar ulteriormente esa lista de derrotas.
Dando por hecho el que una nueva internacional deberá caracterizarse desde el inicio por su rechazo a la hegemonía nacional por parte de cualquier país, no debemos empero pensar tampoco que los nacionalismos son todos iguales y todos políticamente desechables. El nacionalismo peronista, por ejemplo, ha sido un fenómeno muy complejo que ha permitido la unificación política del movimiento de los trabajadores en altísimos porcentajes que no se habían visto nunca antes en ningún país del mundo. La fuerte base social de la cual nació ese nacionalismo explica su longevidad, explica por qué aún estamos interesados en estudiarlo y por qué sigue ejerciendo una cierta influencia en Argentina (si bien ya fundamentalmente negativa). Y no olvidamos el nacionalismo de Nasser que hizo creer en un determinado momento que fuera posible la unificación antiimperialista del mundo árabe (el panarabismo). O el nacionalismo de Lumumba (panafricanismo), de Malcolm X (el poder negro), de Ben Bella (la revolución argelina y el laicismo islámico) y otros más o menos importantes: son todos ellos nacionalismos que merecen respeto por el rol positivo que han jugado en determinadas fases de la lucha antiimperialista, pero que luego han mostrado los profundos límites de la composición ideológica de sus direcciones. La historia ha mostrado abundantemente que cualquier nacionalismo progresista que no se deje absorber por un movimiento internacionalista más amplio está destinado a retroceder y transformarse en instrumento de conservación social, sino de simple y pura represión política. Es la vieja cuestión del “socialismo en un solo país” –como se dijo en cierto momento histórico – que sigue planteándose, si bien en términos distintos y en un contexto mundial profundamente modificado.

Las dinámicas de los grupos políticos tras el 68
Mirando hacia atrás, se debe admitir que el único movimiento internacional dotado de algún espíritu internacionalista fue el del 68, como quiera que se desee nombrar aquel conjunto de movimientos heterogéneos que luego confluyeron en una sola gran corriente de protesta en los países imperialistas, países dependientes y países de transición bloqueada, aplastados por dictaduras burocráticas de origen estaliniana.
Un movimiento de gran aliento internacionalista, 1) porque nacía por impulso de vanguardias juveniles que aún no se habían corrompido en el seno de los partidos tradicionales (estalinistas, socialdemócratas, nacionalistas burgueses; 2) por la gran motivación antiimperialista que brotaba de la guerra de Vietnam; 3) por la imagen del combatiente y antiburócrata “Che” Guevara, aún hoy ejemplo y símbolo invicto de internacionalismo revolucionario después de la Segunda Guerra Mundial.
Este gran espíritu internacionalista tuvo breve duración y fue reprimido de diversas maneras. En Checoslovaquia y China como sabemos, en México y los USA con la fuerza de las armas, en Europa (y sobre todo en Italia) con el nacimiento de numerosos microaparatos políticos, es decir, numeroso nuevos partidillos siempre jerarquizados, autoritarios y rigurosamente construidos sobre bases nacionales. Nominalmente parecían ser excepción ante un nacionalismo tan estrecho los pequeños partidos maoístas (con su referencia a la China de Mao) y los trotskoides (con sus afiliaciones a las varias y presuntas Cuartas Internacionales), pero la verdad es que la lógica que subyacía a la formación de todas estas caricaturas minipartidistas era fundamentalmente nacional o nacionalista, cuando no inclusive localista (citamos ejemplos como Bandera Roja, Vanguardia Obrera, toda la dinámica grupal inglesa, Revolution en Francia, donde ya se había enraizado la estructura rígidamente trotsko-nacionalista de Lutte Ouvrière, la dinámica grupal griega, etc.). En Italia aún hoy continúa el fenómeno del surgimiento de miniaparatos “leninistas” –que tienen el descaro de definirse “internacionalistas”- debido a procesos de escisiones o expulsiones ligadas a sucesos políticos típicos de este país (piénsese en el nacimiento del PCL y del PDAC, por no hablar de los numeroso pequeños Lenin que aparecen y desaparecen ciudad por ciudad, grupo por grupo, cenáculo por cenáculo y, ahora, sitio web por sitio web o blog por blog). Y no me extiendo en describir fenómenos análogos en el seno de los diversos agrupamientos anárquicos, donde más que el nacionalismo prevalece el localismo. El mismo localismo que fue savia y luego muerte de los centros sociales autogestionados.
Ahora podemos, sin embargo, trazar un balance global de todos los miniaparatos nacidos en el mundo tras el `68 y decir que no hay ni uno solo que haya superado el umbral nacional, que haya dado vida a algún movimiento antagonista supranacional; podemos decir incluso que no hay siquiera uno que haya sobrevivido (y por supervivencia entendemos no la permanencia autárquica de una sigla o un periodicucho para imperecedera celebración del jefecito de turno). Y dado que Italia es el país en el cual ha llegado más lejos y con mayor fuerza la dinámica grupal pos `68, podemos decir que hemos tocado con la mano, más que en otras partes, el desastre que representa la construcción de partidillos nacionales sobre la base de motivaciones políticas nacionales pero envueltos en un humo de demagogia internacionalista. El fracaso general de los grupitos o grupones que fueron constituidos como alternativa a la Cuarta Internacional- Secretariado unificado, con frecuencia por personajes que fueron miembros de esta, ha demostrado históricamente no solo que aquellos nuevos grupos no eran una alternativa sino que eran injustificadas todas las escisiones que se hicieron en esa época, todas las autoproclamaciones de ser la nueva internacional, todas la no adhesiones a la Cuarta por parte de agrupaciones destinadas a desaparecer con el tiempo, cualquiera que fuese la motivación en términos políticos (aun si estas aparecen hoy en retrospectiva, y en su mayor parte, como puras coartadas sicológicas adoptadas en defensa de la gestión de los espacios propios de autonomía política individual).
La Cuarta-secretariado unificado ya está casi extinta, pero ha demostrado en el tiempo una capacidad de resistencia superior a los microgrupos aquí señalados y,  gracias precisamente a las características sui generis de su centrismo, ha logrado evitar en su conjunto el pasarse definitivamente del lado del capitalismo, como ha ocurrido a todas las agrupaciones centristas clásicas, del PSU francés al PRC de Bertinotti, de los Verdes alemanes al MAS venezolano. Y no es casual que hoy su mejor ex sección (la LCR francesa, recientemente transformada en el Noveau Parti Anticapitaliste) se haya declarado dispuesta – a través de una declaración de François Sabado hecha a nombre del Buró ejecutivo internacional- a discutir y eventualmente confluir en la Quinta de Chávez, desde noviembre del 2009. Una actitud saludable que quien se preocupa esencialmente por hacer crecer el propio aparato nacional ni siquiera la tiene en cuenta. Por no hablar de quien se ha inventado las varias Cuartas internacionales reconstruidas o por reconstruir y ve, por lo tanto, la propuesta de Chávez como una añagaza del enemigo.

La cultura del Holocausto pero no del Gulag
A riesgo de salirme del tema Quinta Internacional, quisiera citar un ejemplo de historiografía paranacionalista que, tal vez, nos pueda ayudar a comprender hasta qué punto de abyección se ha llegado con la ausencia de una internacional y de una visión internacionalista.
Me refiero a la condena histórica del Holocausto nazista (antihebreo  y no solo) que ha llenado toda la cultura de la “izquierda” mundial, desde la posguerra hasta hoy: en el cine, en la literatura, en la reconstrucción historiográfica y en la institución de monumentos o jornadas de la memoria. Los partidos socialistas y estalinianos han sido artífices en primera persona de este implante conmemorativo, involucrando a otras corrientes políticas o religiosas.
¿Dónde está el equivalente, por lo que concierne la denuncia de la abominación histórica representada por el Gulag, con sus decenas de millones internados en condiciones subhumanas y los millones de seres humanos asesinados o dejados morir de extenuación tras haber recabado de su internamiento todo el provecho posible en términos de trabajo forzado o esclavista? Todos sabemos que en la valoración en clave histórica de las dos grandes abominaciones del siglo XX –el Holocausto y el Gulag- no existe concordia en el seno de aquello que queda del movimiento obrero mundial: aún hoy es normal escuchar a trabajadores que condenan el exterminio nazi pero justifican el estalinista en base a consideraciones pseudopolíticas (el tristemente célebre “fin que justifica los medios”), que serían risibles si no fuera tan trágica la experiencia histórica a la que nos referimos. Dicen: la construcción del socialismo en la URSS necesitaba de aquel trabajo forzado, los detenidos del Gulag eran, en el fondo, contrarrevolucionarios, el comunismo soviético puede haberse equivocado pero los resultados (resultados que hoy todos podemos admirar…) justifican estas medidas extremas y así por el estilo.
No vale la pena discutir aquí estas justificaciones que, incluso en los casos más refinados culturalmente, revelan la existencia de profundas perturbaciones psíquicas en la personalidad de quien las formula. Y, de cualquier manera, la literatura acerca de ese argumento es ya enorme y sigue creciendo tras el fin de la URSS, a nivel de investigaciones y documentación. Aquí debe solo interesarnos el desastre ideológico que, con el tiempo, se ha operado en la mentalidad de masas de trabajadores, estudiantes, intelectuales que han crecido en la convicción de que el Gulag no se puede o no se debe condenar como el Holocausto porque los intereses nacionales de la URSS exigían ese sacrificio por parte de los trabajadores rusos (ignorando, obviamente, que aquellos forzados eran trabajadores y trabajadoras de las poblaciones que el chovinismo ruso aplastaba en Ucrania, Polonia, los países bálticos, en las repúblicas “soviéticas”, en los territorios a los que llegaba el Ejército Rojo y donde quiera que se impusiera la dictadura estalinista).
No podremos hablar de internacionalismo ni aspirar a construir una nueva internacional de los pueblos que luchan hasta que no nos liberemos totalmente de esta vergüenza histórica de que, aún hoy, se pueda uno considerar de “izquierda”, antiimperialista, revolucionario, bolivariano, etc., sin condenar el martirio al que fueron sometidos algunos pueblos según el dictado de que el fin justifica los medios y según los intereses estatales del presunto comunismo soviético. Esos pueblos que han pagado precios enormes en vidas humanas, desnacionalización, persecuciones étnicas y destrucción cultural, existen aún. Hoy son libres del yugo soviético, en teoría deberían hermanarse en la nueva Internacional pero nunca podrán hacerlo con partidos o culturas que tengan, respecto al Gulag, la misma actitud de negación que condenamos respecto al Holocausto.
Y esto, aunque no esté en el orden del día, es un gran obstáculo en el camino de la construcción de la Quinta Internacional. Ya sabemos que en este terreno no nos llegará ayuda del grupo dirigente castrista, pero no necesariamente ocurrirá lo mismo con el neobolivariano de Venezuela. Chávez, que no se formó en aparatos estalinistas, podría también cumplir el gran paso de condenar oficialmente el Gulag, así como ha sido capaz de lanzar la idea de la Quinta haciendo referencia explícita a la Cuarta. Cierto que ello podría implicar una serie de laceraciones y llevar a una situación de conflicto con gran parte de esa nomenklatura de intelectuales y políticos latinoamericanos formada en torno al gobierno cubano en los años de Brezhnev y de su más acendrado filosovietismo, entre las experiencias del gobierno en el Chile de Allende y la Nicaragua de los sandinistas. Este componente, ya convertido en casta con sus ritos y sus carismáticos líderes, podría adherirse en bloque a la Quinta (suponiendo que obtengan el permiso cubano) para reforzar así su propio status de “intelectualidad-de-izquierda-hace-de –todo”, lista para abandonarla (siempre en bloque) si las cosas se volvieran amenazantes desde el punto de vista de la lucha de clases. Pero difícilmente la Quinta Internacional se podrá desarrollar sin que exista una confrontación con esta nomenklatura.
Denunciamos aquí la existencia de este obstáculo sin idea alguno, por el momento, respecto a cómo quitarlo del camino.

4. LA PROPUESTA DE CHÁVEZ

¿Por qué ahora? La referencia a Trotsky
Ya hace meses que busco dar respuesta a esta interrogante, desde noviembre del 2009, cuando Chávez lanzara la propuesta de una Quinta Internacional al término del Encuentro Internacional de Partidos de Izquierda en Caracas. El hecho de que se haya incluso fijado una fecha (el 16 de abril del 2010 en Venezuela) para fundar la nueva internacional parecería demostrar una voluntad bien determinada a proceder: piénsese en el conjunto de partidos al cual se dirigió Chávez y en el hecho de que el presidente venezolano ha bautizado “Quinta” la Quinta, en sucesión histórica a la Cuarta y señalando de modo explícito fechas y lugares fundacionales de la Primera, la Segunda, la Tercera y Cuarta.
Esto último representa no solo un obligado homenaje por parte de Chávez a una página tan controvertida y dramática de historia del movimiento obrero, lo cual lo honra y lo honrará aun más si la Quinta en efecto llegara a construirse. Pero es un señalamiento que debe haber enfriado al público de burócratas y partidos presentes en Caracas, por no hablar de lo que debe haber provocado en las filas de delegados del Partido Comunista cubano, formados, desde fines de los años 60, en las enseñanzas ideológicas filosoviéticas, según las cuales la Cuarta y los trotskistas son enemigos del comunismo (identificado obviamente con el campo soviético), del castrismo y de la revolución cubana. Un día sabremos si Chávez se habrá dado verdaderamente cuenta del problema que, de tal modo, abría en las relaciones con la hermana Cuba y con Fidel, de quien se declara gran admirador.
Un modo de saberlo será observar el comportamiento que los cubanos del PCC y del aparato estatal asumirán respecto a la iniciativa de Chávez. Lo cierto es que no logro imaginármelos en las escuelas del partido en Cuba explicando la historia previa a la Quinta que aquí hemos abundantemente explicado. Ni como los actuales dirigentes cubanos acepten formar parte de una internacional anticapitalista. ¿Es posible que Chávez haya pensado en todo eso? Si no, tendrá que hacerlo en algún momento.
He dedicado meses de reflexión a las razones de esta determinación y creo haber tocado fondo en mis conocimientos de la situación venezolana (y aquí no puedo dejar de recomendar a los compañeros la lectura o relectura del librito que escribí acerca de Chávez en el 2005). También he dejado volar libre la intuición para hallar cualquier explicación que no sea de orden psicológico, pero debo admitir sinceramente haber fracasado sin haber llegado a una conclusión.
El aspecto psicológico, sin embargo, no debe ser descuidado en el caso d Hugo Chávez. Ya he tenido ocasión de hablar de la capacidad de este hombre para razonar en alta voz, para leer y dejarse comprometer por ciertos libros “heréticos”, la sinceridad de fondo que lo caracteriza y que no siempre sale a la superficie por sus características de político hábil, amante de la maniobra y del efecto sorpresa.
El caso citado por mí de la gran asamblea pública (a la cual asistí en diciembre del 2004) en la cual Chávez se lanzó en un elogio de La revolución permanente de Trotsky, y otros ejemplos más recientes de referencias positivas a Trotsky (vistos, por cierto, en una filmación de sus apariciones televisivas), me impulsan a pensar (o esperar) que Chávez esté experimentando la misma emoción positiva que muchos hemos probado cuando nos acercamos por vez primera a las obras de este grande del pensamiento revolucionario, favorecido también por el hecho de no tener una proveniencia estaliniana (tampoco la tenía Fidel Castro aunque parezca ignorar todo acerca de Trotsky y batirá cualquier record precedente cuando logre morir sin haberlo nombrado ni una vez en su vida). Es posible entonces que este descubrimiento fresco y espontáneo así como instintivo del pensamiento trotskiano haya determinado en él el convencimiento de que solo con una organización internacional se pueda hacer salir la revolución venezolana del impasse en el cual aparece varada por el momento.
Motivación digna e históricamente justificada, si fuera verdadera. Pero llena de riesgos involutivos de varia naturaleza si permaneciese sola sin acompañarse de una visión global y analíticamente fundamentada de las necesidades de la lucha anticapitalista a escala mundial. Y esto nos lleva a otra posible motivación para el lanzamiento de la Quinta en este momento.

…y la amenaza militar de los USA 
El factor ideológico podría haber confluido junto a una valoración político-militar respecto a una presunta creciente agresividad de los USA en las zonas latinoamericanas y caribeñas más vecinas a Venezuela y Cuba. Argumentos que confirmarían esta valoración son la participación norteamericana en el golpe en Honduras y la implantación de 11 nuevas bases militares en Colombia. La ocupación de Haití por parte de marines tras el terremoto no existía al momento del lanzamiento de la Quinta pero viene citada hoy como muestra de la nueva beligerancia estadounidense. Los gobiernos venezolano y cubano están convencidos de que los USA están tejiendo nuevas tramas para cercar ambos países, hoy en la vanguardia del sentimiento anti-yanqui en Latinoamérica e incluso lo han puesto por escrito en un reciente comunicado conjunto.
No comparto el análisis simplista con el que amplios sectores de la izquierda latinoamericana han denunciado el golpe en Honduras como una movida norteamericana. En realidad, a los USA les venía muy bien el gobierno precedente si bien luego han hecho lo posible por ayudar a los golpistas a adquirir credibilidad. Todo ello es muy distinto de los procedimientos que los USA solían adoptar cuando decidían llevar a cabo un golpe por iniciativa propia. Y entre dar un golpe o apoyar cual hecho consumado el golpe promovido por otros hay diferencias de orden analítico aunque no sean muy visibles en el terreno concreto.
No estoy, por tanto, de acuerdo respecto a la creciente inmediatez de ese peligro y no logro ver un salto de calidad respecto a las políticas agresivas de los USA en el pasado más o menos reciente, por no hablar de la época Bush. Cierto que puedo estar equivocado en mi análisis y puede ser que en Caracas y La Habana dispongan de informaciones provenientes de los servicios secretos respectivos que a mí me faltan y que ni siquiera aparecen entre líneas en los artículos de los más lúcidos comentaristas políticos. Y, de todos modos, por erróneo o acertado que sea el análisis del contexto político-militar actual, habría siempre que demostrar que este temor haya sido una motivación decisiva en la decisión de proponer la Quinta, de hacerlo en breve tiempo y con quien quiera participar. Luego, ¿qué utilidad puede tener una internacional constituida con premura, con partidos y partiditos incapaces de llevar a cabo un papel efectivo en sus propios países, si tiene fundamento el discurso sobre el temor de una agresión militar? Espero que nadie se haga ilusiones con la posibilidad de poder enfrentar concretamente a los USA en el terreno puramente militar. Es más, si bien es verdad que con sus empresas guerreristas en el mundo los USA se dañan a sí mismos, también es cierto no son las protestas o desfiles pacifistas los que lograrán detenerlos. Ello ha quedado bien claro en los meses de preparación para la guerra con el Irak de Saddam Hussein. 
Por mi parte estaría más bien a favor de otra consideración (compartida por otros observadores políticos) según la cual mientras que los USA se encuentren empantanados en Irak, pero sobre todo en Afganistán, mientras que la cuestión iraní permanezca sin resolver e Israel no logre obtener una solución de control “pacífico” del pueblo palestino, Washington no podrá permitirse abrir otros frentes de conflicto militar, mucho menos en América Latina. En la escala de objetivos a destruir, Irán está antes que Venezuela, considerando incluso sus grandes reservas petrolíferas.
El hecho de que los USA deban retirarse de los conflictos en los que se encuentran empantanados antes de agredir a otros países me parece un argumento fuerte contra el presunto crecimiento de una amenaza militar de los USA contra Cuba y Venezuela. Pero dado que la política exterior de los USA no siempre parece corresponder a los criterios de la lógica, podríamos ser sorprendidos por imprevistos golpes de escena de la nueva administración y tener que reconocer que los temores de Chávez-Castro eran fundados. Hasta entonces, sin embargo, seguiremos considerando que no hay indicios de una creciente amenaza militar de los USA en esa zona del planeta.
Y además, ¿podemos acaso decir que el gobierno Obama sea el más indicado para conducir este tipo de agresión en América Latina? ¿No podría ser, por el contrario, que quienes tuvieron la brillante idea de hacerle conferir el ridículo premio Nobel por la paz, lo hayan hecho justamente para intentar atarle las manos sancionando a escala mediática la imagen de un presidente bueno, de color, decidido a romper la continuidad con la pésima era Bush?
Para estas interrogantes tendremos respuestas a corto y mediano plazo porque lo único bueno que tienen las guerras militares es que cuando suceden se hace público, a diferencia de las guerras de espionaje, las diplomáticas y a veces las económicas. Cierto es que una Quinta Internacional fundada a prisa para enfrentar una amenaza bélica de los Estados Unidos, no solo no ofrecería ninguna ayuda concreta a los agredidos sino que denotaría una consideración errónea, continentalista y defensivista de la internacional. Incomprensible si quien propugna una concepción semejante de la internacional lo haga en referencia histórica a Trotsky y a la Cuarta.
Una Quinta Internacional creada para abrir puntos de conflicto militar aquí y allá, con tal de impedir a los USA concentrarse en un único objetivo, recordaría los intentos que estaban detrás de OLAS y el uso indiscriminado de focos guerrilleros o grupos de lucha armada en los 60. Se intentaba entonces disuadir a los USA de sus propósitos de agresión militar contra Cuba, empeñándolos en una serie de escaramuzas. De ninguna de aquellas guerrillas se esperaba el gobierno cubano la reedición del milagro ocurrido en la isla: la conquista del poder y el establecimiento de una economía colectivista. Lo que se esperaba era una fragmentación de la intervención adversaria también en el frente militar que redujera la dimensión de la amenaza. Cuando esa amenaza dejó de existir como factor
inmediato, también cesó la ayuda cubana a las guerrillas ni surgieron nuevos focos guerrilleros. Hay que decir que la razón por la cual la propuesta de la Quinta ha sido lanzada en este preciso momento no aparece clara –habiendo ya aclarado que la referencia a Trotsky y el temor de una agresión militar no son razones suficientes, ni siquiera juntas, para explicar las motivaciones profundas de Chávez. Un verdadero rompecabezas, del cual no se puede , por el momento, entrever la solución. El tiempo dirá.

Peligros y límites de la iniciativa
Hemos dicho que Chávez es un jefe de estado que lee mucho y no se deja condicionar por lo que lee (recuérdense los elogios al libro de Noam Chomsky). Ello confirmaría la imagen de sinceridad que emana de este anómalo dirigente político del cual he hablado en el retrato a él dedicado en mi libro.
Francamente creo en una sinceridad de fondo del personaje Chávez y lo digo con la plena conciencia de la marea de cinismo a la cual estamos habituados en la vieja Europa. Añado rápidamente, sin embargo, que esta sinceridad de fondo será arrastrada por el aproximativismo que predomina en el mundo de los intelectuales de la izquierda latinoamericana. Desde el proceso de fundación de la Quinta podemos prever que se dividirán entre trotskistas y ex, entre electoralistas y ex guerrilleristas, entre peronistas y neoindigenistas, entre marxistas, althusserianos  y populistas: una babel de discursos ideológicos, todos destinados a demostrar que quien habla tiene la razón o la tuvo o la podría tener. Será necesaria, además, mucha paciencia pero también mucho conocimiento de las diatribas latinoamericanas de los últimos decenios, para no dejarse arrastrar por las chácharas retóricas y exhibicionistas que son una constante de los encuentros de la izquierda latinoamericana, mucho más que en Europa. La tradición del caudillismo y el ejemplo dado por la gran oratoria de los jefes de estado más carismáticos no puede menos que estimular estas tendencias.
La Quinta lanzada por Chávez estará fuertemente condicionada por el hecho de tener –en forma oficial u oficiosa- un centro en un estado determinado, Venezuela o tal como habrá que aprender a decir, la República bolivariana de Venezuela. En un mundo en el cual hay un espacio tendencialmente decreciente para la idea de “Estado guía”, no seremos ciertamente nosotros los que volvamos a proponer uno. Para muchos, de todos modos, el Estado guía, luminoso faro del socialismo, existe ya y se identifica con el cubano y la dirección de los hermanos Castro. Será muy difícil sostener una discusión serena sobre este tema porque hay demasiada emotividad al respecto (pero también mucha ignorancia acerca de la dinámica histórica de la revolución cubana).
La discusión tenderá a ser muy concreta dado que la América Latina es el continente que ofrece hoy el nivel más alto de radicalidad en la lucha de clases, en la movilización de los estratos menos favorecidos y en la inestabilidad de las formaciones políticas de la burguesía. Es de la América Latina de los últimos veinte años que vienen las experiencias más avanzadas de movilización popular desde la base (es decir, sin la hegemonía de los partidos o fuera de su control político), de sublevación de ciudades enteras, de impugnación de las burocracias sindicales. Y son estos problemas a los que, en primer lugar, tendrá que responder la Quinta, pasando por encima del bullicio exhibicionista de los intelectuales de la nomenklatura, de aquellos siempre dispuestos a firmar cualquier declaración que provenga de La Habana siempre que no se les pida trabajar por la abolición del capitalismo en su propio país.
Una eventual caída del gobierno bolivariano o la muerte de Chávez en esta fase inicial podrían tener un efecto catastrófico para la supervivencia de la Quinta. Este peligro hay que tenerlo bien en mente pues la eliminación física de Chávez está ciertamente inscrita como medida de emergencia en la agenda de los servicios secretos estadounidenses que aún no se perdonan no haberlo asesinado en el momento del golpe de abril del 2002, cuando lo secuestraron durante pocos días para después tenerlo que liberar ante la amenaza de insurrección popular y por el rechazo, de parte de un sector de las fuerzas armadas, a proceder contra él.
Mientras que de producirse una salida de Chávez del gobierno como resultado de una derrota electoral en las políticas del 2011 o en las presidenciales del 2012, esto no ha de ser visto como el fin de todo, como el cierre temporal o en perspectiva de la idea de la Quinta Internacional. En más de un sentido, un regreso de Chávez a la oposición podría tener también efectos benéficos sobre todo el movimiento revolucionario venezolano, resquebrajando los mecanismos de poder que la burocracia “bolivariana” ha ya constituido. Chávez, que hasta ahora ha tenido que enfrentar los problemas de la lucha de clases desde lo alto del propio poder estatal, debería volver a hacerlo desde la base, tras un eventual pasaje a la oposición.
Pero tampoco hay que olvidar que la iniciativa por la Quinta salió de un partido político preciso (el PSUV) y no de una federación de movimientos empeñados en la lucha sobre el terreno social (como podrían ser los Sem Terra brasileños o el propio “sindicalismo clasista” de países como Argentina). Ello volverá a poner sobre la mesa el problema de la burocracia, de la democracia directa o de la democracia interna en las organizaciones –temas sobre los cuales la intelectualidad mundial “de izquierda” ha comenzado a reflexionar hace ya tiempo, sobre todo tras la fracasada experiencia del estalinismo en el poder.
Negativo será el hecho de que Europa (desprovista de su rol de guía en cuestiones del movimiento obrero internacional) no parece tener, por el momento, las mínimas intenciones de involucrarse.
Negativas serán las relaciones, más que diplomáticas de intensa colaboración y no solo económicas, que Chávez ha establecido con China e Irán, es decir países capitalistas, dictatoriales, hegemonizados por potentes aparatos burocráticos, de tipo partidista estalinista el primero y militar-religioso el segundo.
Negativo será el rol de Cuba que no parece estar dispuesta a hacer concesiones sobre el  terreno de la democracia (directa o parlamentaria), aun al costo de pagar elevadísimos precios.
En general, se buscará pasar por alto la cuestión de la democracia (con escasa capacidad de distinguir entre democracia directa e institucional). Ello facilitará la indiferencia (si no la hostilidad) del variopinto movimiento anárquico internacional. Por lo tanto, la cuestión está destinada a prolongarse hasta que cese la división fratricida en el seno del movimiento obrero de la cual hemos ya hablado; en este aspecto me declaro pesimista desde ahora y creo que deberemos seguir siéndolo por mucho tiempo. Por lo demás –como dijo una vez Hugo Blanco desde el palco de la asamblea general en la Realidad, en Chiapas- el problema de los problemas para la izquierda en todo el mundo sigue siendo la democracia. No la democracia de las instituciones burguesas sino la interna del movimiento de masas y en las relaciones entre compañeros y entre organizaciones políticas.
Habrá, además, antagonismos entre corrientes nacionales latinoamericanas, entre peronistas y ex peronistas, ex comunistas y ex socialistas, ex guerrilleristas íntegros y los que se pasaron del lado del poder. No será fácil obtener instrumentos teóricos para prever los efectos de este tipo de dinámicas. Por lo cual será necesario documentarse, intentar comprender y tal vez tener la capacidad para callar cuando no se comprende.
Un papel positivo podría tenerlo la teología de la liberación si logra involucrar al cristianismo de base y no solo los nombres de siempre (tipo Frei Betto) convertidos ya en parte de la nomenklatura.

5. MÉRITOS Y VENTAJAS QUE PODRÁ TENER LA QUINTA   

Los enumero someramente ya que, en parte, ya han sido tratados. Y, de  todos modos, no se pueden desarrollar aquí de modo exhaustivo, a falta de informaciones más precisas acerca de lo que se fundará en Caracas.
1)     La Quinta contribuye a romper el aislamiento de los movimientos revolucionarios (o aspirantes a serlo) que se remonta a los inicios de los años 20.
2)     Puede obligar a algunos gobiernos –por el momento los de Bolivia y Ecuador (y eventualmente Brasil y Uruguay)- a moderar su marcha hacia la integración en los nuevos modelos que el imperialismo está diseñando para América Latina. Desde el punto de vista propagandístico no hay que excluir tampoco las demostraciones puramente demagógicas de aliento a la Quinta por parte de estos u otros gobiernos. Es probable, sin embargo, que ni siquiera el propio gobierno venezolano se dé cuenta de que la mera existencia de la Quinta echa nueva luz sobre el proyecto del ALBA: desde nuestro punto de vista se trataría de una luz positiva pero dudo que Lula, Morales o Mujica lo piensen de la misma manera.
3)     También en otras partes del mundo, las vanguardias políticas deberán pronunciarse en pro o en contra de la Quinta, más tarde o más temprano. Es un hecho sin dudas positiva que la más interesante y gloriosa entre las organizaciones centristas que hoy existen en el mundo, sobreviviente al movimiento del ’68 (la NPA, ex Ligue Communiste) discutirá, como se ha dicho, una posible adhesión a la Quinta en el próximo Congreso mundial de lo que queda de la ex Cuarta Internacional (Secretariado unificado). Debemos seguir con atención la discusión que eventualmente se desarrollará, sin importarnos el hecho de que, dada la crasa ignorancia de la izquierda italiana, el asunto no suscitará el menor interés.
Lo que aquí decimos respecto a Francia puede tener repercusiones positivas en otros países europeos y latinoamericanos con una fuerte tradición “cuartinternacionalista” (Argentina, México, Bolivia), aunque difícilmente podrá tener algún impacto en los actuales USA y mucho menos en los países árabes (como los del Magreb, Egipto, etc.) que sin embargo habían abierto algunas esperanzas de desarrollo del marxismo revolucionario en el pasado. En el momento no ha quedado nada en estas regiones de fuerte dominio islámico. Lo mismo hay que decir de los países del ex bloque soviético en Europa del Este, aunque por razones muy distintas.
4)     Posibles efectos positivos en el plano teórico-ideológico: a) se volverá a hablar de perspectivas políticas internacionales y por ende de análisis global de las luchas de clase en el mundo. b) se realizarán intercambios de opinión entre posiciones abiertamente anticapitalistas y revolucionarias, ya no disfrazadas por frases hechas de corte “anti-neoliberales”, como en los pasados Social Fórum o en los diversos encuentros del turismo político. c) se abrirán potencialidades para que se difunda una nueva conciencia política, también en el plano individual, acerca del significado de revolucionario (quizás con efectos positivos en el plano ético). d) ello tendrá lugar, en una primera fase, solo a nivel de vanguardias, de élites, pero si se repitieran experiencias pasadas de lucha radical de masas –en forma de huelgas generales a ultranza o semi-insurrecciones (como el Cordobazo en 1969 o el Caracazo en 1989)- la existencia de la Quinta, aunque solo a nivel propagandístico, crearía un terreno propicio para una socialización del espíritu de lucha, si no una verdadera movilización internacional de solidaridad. Un ejemplo negativo ha sido, en estos días, la solidaridad con Haití tras el  terremoto, que no ha asumido dimensión política mientras que la ocupación militar norteamericana pasaba prácticamente inadvertida.
5)     Francamente no sabría decir si el desinterés ante la propuesta de Chávez por parte de la ex extrema izquierda (italiana y no solo) sea un bien o un mal. Mi lado marxista libertario dice que es un bien (menos centristas arribistas, menos forchettoni rossi y menos riesgos de contaminación ideológica y corrupción política). Mientras que mi lado rojo utópico dice que es un mal (porque en torno a los partiditos de los centristas o aspirantes a tales se mueven, de todos modos, buenas personas en buena fe, con energías y experiencias para ser socializadas en sentido revolucionario e internacionalista).

6. ¿CÓMO CONTRIBUIR EN TANTO QUE UTOPÍA ROJA? 

En este momento, nuestra contribución podrá ser solo de orden teórico y por ende propagandístico. Que nadie se haga ilusiones de poder concretar significativamente y a corto plazo la problemática de la Quinta Internacional en la lucha sindical, estudiantil, ambiental, feminista, para los inmigrantes o entre las comunidades en revuelta, de la Val Bembrana a las sierras de Calabria: nuestra contribución tendrá que seguirse expresando con los materiales que, hasta ahora, hemos sido capaces de producir; en primer lugar, con los libros dedicados a determinados temas políticos de interés general y, obviamente, a la teoría revolucionaria.
En esta línea de trabajo se incluye la carta oficial que he enviado directamente a Hugo Chávez el 11 de enero del 2010, en la cual presento la Asociación política Utopía Roja, pidiéndole poder hacerle una amplia entrevista sobre el tema de la Quinta y en la cual también le informo que Michele Nobile y yo estamos escribiendo un libro sobre el tema. Y se incluye también en esta línea la decisión de escribir un libro sobre el significado contemporáneo de una Quinta Internacional.
Tarde o temprano, se nos pedirá dar una contribución concreta a la construcción de la Quinta en Italia o en otros países en los que tenemos compañeros, contactos o un mínimo de influencia. Será para nosotros una gran ocasión para ampliar nuestro radio de experiencia política y salir del aislamiento forzado en el que nos hallamos en Italia, un país arruinado ideológicamente debido a la larga tradición de organizativismo nacional (que tiene su antecedente histórico en el togliattismo), cuando no incluso de simple localismo o personalismo.
La experiencia de construir es siempre fundamentalmente positiva, aporta entusiasmo y es rica en enseñanzas. Así será también para Utopía Roja. Pero si tras ese entusiasmo está la ilusión de poder coordinar o dirigir luchas específicas o de sector, debemos saber que se tratará de puro y simple auto-engaño, alimentado por demagógicas afirmaciones. Durante toda una fase, la Quinta que está por nacer no podrá ser la internacional que coordina importantes situaciones de lucha, aun si su objetivo político a mediano plazo es el de llegar a serlo, de ser la internacional de los movimientos que luchan en cualquier parte del mundo. Si en América Latina se pueden ya ver los primeros embriones pálidos de estas estructuras supranacionales en organismos preexistentes como Vía Campesina o en los Coordinamientos del sindicalismo clasista, en Europa no tenemos nada parecido y el trabajo está todo por hacer.
A quien quiera involucrarnos en la demagogia palabrera tan bien enraizada en la tradición de la ex extrema izquierda, tendremos que rebatir firmemente diciendo que, por el momento, la confrontación concierne en lo fundamental cuestiones de análisis o de método y no formas concretas de intervención a nivel de masa.
Tendremos que llegar a organizar iniciativas públicas para propagandizar los temas de la Quinta, mas difícilmente se podrá hacer algo junto a otros organismos antes de la fecha tope de abril, ya fijada. Según cómo se desenvuelva este primer congreso de fundación en Caracas, podremos mejor estabilizar tiempos y formas de propaganda en Italia y otros lugares.
No es el caso de nutrir fáciles optimismos pero es cierto que un crecimiento de la Quinta obligaría a los responsables de las actuales divisiones en el sindicalismo de base, alternativo, clasista, a reconsiderar el fundamento de sus propias posiciones. No es concebible que la Quinta no sea ultraunitaria en el plano sindical. Y nosotros, tal vez, encontraremos mayor atención entonces que ahora, a nuestras posiciones contrarias a las divisiones sindicales y favorables a la construcción de una tendencia sindical roja, intersindical e intracategorial. (Sobre estos temas apenas ha iniciado nuestra discusión, pero considero que el modelo al que debemos aspirar es el de los Wobblies y el de la aspiración histórica del sindicalismo revolucionario: la pertenencia a la “One big union”, un solo gran sindicato de trabajadores del brazo y de la mente, sin cuidarse de divisiones profesionales, categoriales, políticas, étnicas, religiosas, etc. Las únicas diferenciaciones internas en la One big union que podemos aceptar son las que surjan del propio desarrollo de la lucha, siempre que no asuman la forma de la escisión o la expulsión).
Ello no quiere decir que la Quinta tendrá una plataforma sindical precisa o precisas palabras de orden en el campo social, habitacional, de los precios o de la ocupación. Estos son campos en los que deberá prevalecer el principio de la autodeterminación por parte de quien participa en la lucha. La Quinta podría proporcionar un tejido conectivo pero no estamos aún colocados en una posición adecuada para fungir de aglutinante y proporcionar ese tejido.

7. LA CUESTIÓN DEL “PROGRAMA”

El mito del “Programa”
Queda luego la cuestión del “Programa”, con P mayúscula dada la repetitividad con que viene evocado en todos los textos hasta ahora aparecidos de crítica o de adhesión a la idea de la Quinta (sobre todo por parte de corrientes políticas latinoamericanas, las únicas, a parte del Secretariado unificado que han intervenido hasta el momento). La frase que aparece con mayor frecuencia puede resumirse así: “La Quinta debe estar dotada de un Programa y de una estructura organizativa correspondiente a aquel Programa, así como ha sucedido con las internacionales precedentes”.
En primer lugar hay que refutar que eso sea cierto en términos históricos. Ya lo hemos demostrado en la parte historiográfica introductoria de esta relación: la Primera se unificó, justamente, a partir de la sustancia de sus nombre (Asociación internacional de trabajadores), nunca adoptó un programa, acogió todas las corrientes del movimiento obrero y de la burguesía radical de la época que quisieron formar parte de ella y entró en crisis autodestructiva precisamente cuando los marxistas buscaron imponer su línea política al resto de los componentes.
La Segunda nunca tuvo una línea política común (¡por suerte!), a parte del objetivo de la creación y defensa de los primeros partidos de masa: todos de acuerdo en buscar formas de mediación o colaboración con el propio estado burgués, las direcciones socialistas se declararon mutuamente la guerra ante la primera decisión programática internacional de verdadera importancia (el tristemente célebre 4 de agosto de 1914).
La Tercera adoptó decisiones tácticas sobre todo y más, pero nunca tuvo un programa real, compartido y aplicable. En el acto fundacional confió a las 21 condiciones el criterio para establecer quién debía formar parte, es decir quién era “comunista” y quien era excluido porque no lo era, independientemente de las grandes divergencias teóricas, históricas y de práctica política que caracterizaban todas las organizaciones que se adhirieron (entre ellas los del IWW, los Wobblies). El reconocimiento de la hegemonía de la Rusia soviética sirvió no obstante de aglutinante, permitiendo la discusión de algunos temas (como la cuestión alemana o el frente único en primera versión) sin traducirlos jamás en práctica colectiva, hasta que el estalinismo tronchó cualquier posibilidad de discutir la línea política, fuese parcial o general: esta, como es conocido, era decidida por Stalin en persona y luego impuesta país por país, incluyendo cambios y contracambios, no obstante la larga serie de derrotas y de desmentidos históricos. La Tercera Internacional coleccionó solo derrotas, no tradujo en la práctica programa político alguno (a parte de la defensa incondicionada de todo aquello que pudiera interesar a la URSS) y se autodisolvió por las razones nacionalistas ya mencionadas.
La Cuarta fue la única que tuvo, como texto fundacional, un documento que puede definirse programático en el sentido pleno del término. Pero ninguna organización pudo aplicarlo, ni siquiera mínimamente y esto para los marxistas es un hecho incompatible con la idea de programa que, a diferencia de la ideología entendida como Weltanschaung [visión del mundo], requiere de su aplicación para verificarlo en la realidad (al contrario de lo que sucede con los soñadores o los demagogos que huyen del contacto con la realidad). Y, de todos modos, mientras que algunas indicaciones metodológicas de aquel programa han conservado una validez propia, sus contenidos ya eran obsoletos al menos dos años después del 1938, cuando la alianza Stalin-Hitler cambió por completo el análisis político internacional a partir del cual Trotsky lo había concebido. No hablamos del efecto provocado por el asesinato del propio Trotsky y la desaparición de las secciones de la Cuarta, así como los complejos eventos históricos del centrismo sui generis. ¿Dónde estaba el programa en el 1949? ¿Y al fin de la guerra? ¿Y después del 1956? ¿Y del 68? ¿Y hoy?
Los contextos internacionales cambian, como cambian las direcciones políticas, los niveles de conciencia (según las victorias y derrotas), las orientaciones tácticas (¿fase ofensiva o defensiva?), las alianzas de cualquier tipo.
En rigor de los términos, una internacional fundada sobre un programa bien preciso (explícito acerca de la estrategia y, si es posible, también acerca de la táctica) tal como se le pide a la Quinta desde varias instancias, propone un primerísimo problema hoy insoluble: ¿quién formula un programa semejante? ¿quién ha acumulado tanta experiencia en la lucha de clases del ultimo siglo y medio para poder transferir o condensar esa experiencia colectiva del movimiento obrero mundial en un texto unitario?
La imposibilidad de responder a esa pregunta (a parte de la megalomanía de alguno que se autoproponga, solo para repetir frases hechas y dogmas del pasado remoto) bastaría para demostrar lo insensato del requerimiento del “Programa”, de línea política, de indicaciones estratégica e inclusive tácticas que se le dirige ahora a la dirección venezolana que ha tenido el coraje de lanzar la iniciativa pero que, probablemente, no sabe ni siquiera por dónde comenzar, dado que para reanudar los hilos con las experiencias precedentes (tarea histórica indispensable) no basta con llamar “Quinta” la Quinta y recordar así que ya existieron otras cuatro internacionales.

Dos, tres, muchas “Quintas internacionales”
Pero no es este el peor aspecto. El verdadero desastre ideológico de tal procedimiento es que se adoptase, desde ahora, un programa orgánico y confeccionado (admitiendo que esté bien confeccionado y dejando a un lado por el momento quién podría ser el autor) pues entonces la presunta Quinta dejaría de serlo desde el nacimiento. Ella nacería, de hecho, de inmediato, de forma escisionista, porque podrían formar parte de ella solo aquellos que estén de acuerdo con el texto, mientras que los que estén en desacuerdo deberían renunciar.
Estos últimos se tendrían que construir su propia Quinta (suponiendo que estén de acuerdo sobre las razones de su desacuerdo) o volverse a casa. Iniciaría así la guerrita entre dos distintas Quintas Internacionales, a su vez productoras potenciales de otras escisiones y recomposiciones, por ende de otras Quintas, según un procedimiento pseudopolítico (y muy psicopatológico) que los de la Cuarta hemos vivido por demasiado tiempo para tener ganas de volver a recorrer ese camino. Y, de todos modos, habiendo ya cumplido la experiencia en términos históricos, sería locura sugerir el cumplirla de nuevo. Sin embargo es eso lo que piden en alta voz los primeros entusiastas adherentes al llamado por la Quinta lanzado por Chávez.
Pero no termina ahí. Porque ante la primera modificación seria del contexto internacional o la primera divergencia programática seria entre los adherentes, los exponentes oficiales de la Quinta oficial podrán dividirse nuevamente: quien conquiste la mayoría de votos en el Comité ejecutivo internacional mantendrá la sigla, aun si la línea fuera errónea, como sucediera frecuentemente en la Cuarta- Secretariado unificado) y los otros tendrán que irse o crear una nueva Quinta Internacional o unirse a aquellos trozos de la Quinta que ya se hayan creado otra Quinta por su cuenta. De ahí, el juego de fragmentaciones y recomposiciones en el cual son verdaderos maestros los trotskoides: imbatibles, diría, si no temiera dar de ese modo la razón a todos esas agrupaciones no-trotskoides nacionales o locales que ni siquiera han intentado construir una internacional y, por ende, no han adquirido ningún derecho a ironizar acerca de los sucesos un poco tragicómicos del movimiento trotskoide internacional (incluyendo los healistas, lambertistas, posadistas y morenistas).
Ah, olvidaba que en el proceso de fragmentación (producido por la presunta “discusión programática”) se podrían crear combinaciones organizativas interesantes entre las varias Quintas de nueva factura y las viejas Cuartas – ello siempre y rigurosamente en homenaje a las afinidades o discriminantes “programáticas”.
Quedaría luego el problemita, no indiferente, de cómo hacer aceptar el Programa formulado a nivel internacional a cada una de las secciones nacionales, o a las múltiples secciones nacionales (suponiendo que en cada país sobreviva la libertad de organización política y las personas con ideas similares puedan asociarse en determinadas asociaciones y no en otras, sin por ello ser excomunicadas por un hipotético “Centro” internacional).
En el reciente congreso en el cual ha decidido adherirse a la Quinta, el Frente Farabundo Martí de El Salvador ha establecido claramente que no deberá haber un centro internacional que dicte la línea a las secciones nacionales. En el pasado, solo la Cuarta ha intentado hacer respetar un programa único a sus varias secciones en el mundo: el del `38, con todas las sucesivas actualizaciones producidas en los congresos mundiales (fundamental fue el congreso llamado de “reunificación” de 1963 que aún hoy es un modelo insuperado – en el plano teórico- de cómo se puede formular un análisis interconectado del contexto mundial, construyendo sobre éste las líneas programáticas). Pero después ha debido hacerse de la vista gorda respecto al hecho de que cada sección hacía lo que quería en su propio país, de acuerdo o contra las líneas programáticas establecidas en los congresos mundiales. Se me podría objetar que también la FMR se hizo de un programa internacional destinado a ser respetado por sus (pocas) secciones nacionales. No estaría de acuerdo. Primero, porque no redactamos un programa sino una “Declaración programática” que contenía líneas de análisis común, acompañadas por indicaciones metodológicas, sin pretensión alguna de dictar una línea a ser aplicada país por país. Y luego, el hecho de que la discutimos en tres lenguas por cinco años (los años de existencia de la FMR), actualizándola y enmendándola continuamente, demuestra el carácter de “work in progress”, de proceso de elaboración continua al cual estaba sometido aquel texto. No por casualidad este conserva aún un valor en el plano de las indicaciones metodológicas, aunque no lo tenga en el plano del análisis internacional, como es obvio.
Y, a fin de cuentas, ¿dónde están hoy los Andrés Nin, los Pierre Naville, los Hugo Blanco, los Ernest Mandel, los Daniel Bensaïd, pero también los Che Guevara dotados de experiencia práctica, formación teórica y sobre todo del prestigio internacional que les permita establecer qué deban hacer los revolucionarios, por ejemplo, en Afganistán, en Holanda, en Alaska, en Rusia, en Libia o en Paraguay? Y, tras haberlo establecido, ¿cómo verificar la correspondencia por parte de las secciones al presunto “Programa” revolucionario elaborado en Caracas que probablemente no hallaría consenso ni siquiera en las masas trabajadoras venezolanas? Olvidaba que si, por casualidad, la Quinta naciera hoy con un “Programa” conformado deliberadamente para ayudar al movimiento neobolivariano a gobernar Venezuela, en la hipótesis desafortunada que el PSUV pierda las elecciones del 2011, nos hallaremos en la necesidad de reescribir el programa para adaptarlo a la necesidad de un PSUV pasado a la oposición. Pero nos encontraremos privados del sostén material y moral que debería provenirle a la Quinta naciente del hecho de que Chávez está en el gobierno y el movimiento neobolivariano ha adquirido un cierto prestigio a nivel continental. Un programa político digno de ese nombre no podría no quedar afectado por el hecho de que el lugar del PSUV en el gobierno fuera ocupado de nuevo por la derecha reaccionaria y patronal.

El método de “la lista de compras”
Ante esta locura de la necesidad de un Programa bien preciso que la Quinta debería formularse para el 16 de abril de 2010, francamente, me dan ganas de reír. No puedo creer que personas inteligentes y sicológicamente equilibradas puedan pensar en proponer o inclusive realizar semejante estupidez. Pero si pretenden insistir en la insensatez, quiere decir que no han lograda extraer, de la historia reciente y pasada del movimiento obrero, ni siquiera esta lección elemental. La verdad es que muchos de aquellos que reclaman a voz en cuello un “Programa”, no tienen idea de qué cosa es un programa revolucionario. Como la mayor parte de los grupos, grupitos o partiditos que existen en el mundo, confunden la lista de las reivindicaciones sindicales, políticas, democráticas y culturales por las cuales se lucha (y es justo luchar) con la perspectiva revolucionaria. De ahí que se redacte la lista de los reclamos salariales y ocupacionales para los trabajadores, las diversas fórmulas de reforma agraria para los campesinos, las guerras en las cuales no se ha de participar, las bases imperialistas que cerrar, los tratados internacionales a eliminar, etc.
Para este procedimiento que reúne a la casi totalidad de los grupitos a nivel mundial (e Italia en particular), hemos adoptado la definición de “lista de compras” que, desgraciadamente no es fácil de traducir a otras lenguas, pero que da la idea. Se redacta la lista de las reivindicaciones “concretas” según los deseos de cada cual (o según los de una clase obrera abstracta, colocada en un contexto político abstracto), se la compara con la de otras agrupaciones para demostrar la bondad de la propia lista y la negatividad de la de los otros (¡jamás buscar los puntos en común!) y luego se concluye que, si existiera un partido revolucionario con base social, ese sería  el programa a adoptar; en espera de un demiurgo semejante, habrá no obstante que contentarse con hacer campaña electoral y recoger fondos para la organización: el tiempo demostrará la justeza del procedimiento (y, de cualquier modo, obligará a retocar continuamente la lista).
En casos de mayor cultura política se busca caracterizar la propia lista de compras como una concientización de la metodología de los objetivos transitorios, pero una vez más se justificará con la ausencia del partido el hecho de que la dinámica transitoria no entre en acción. Esto porque la ignorancia más común es que existan objetivos transitorios en tanto tales y otros que no lo son (siempre en tanto tales), sin comprender que aquello que hace transitorios (y por ende potencialmente revolucionarios) algunos objetivos y no otros es el contexto político en el cual determinadas palabras de orden van a colocarse, si son enarboladas por quien es capaz de hacerlo y no por quien debería hacerse presente pero falta puntualmente a las  grandes citas con la historia.
Sin embargo bastaría recordar que en la única verdadera revolución obrera y socialista que ha triunfado en el mundo –la de octubre de 1917- las palabras de orden que la permitieron fueron solo dos: “fin de la guerra” y “todo el poder para los Soviets” (dejo en el trasfondo las expectativas de reforma agraria en los campos que, en tanto tales, no se concretizaron en una palabra de orden). Pero solo la segunda fue decisiva, arrastrando a las masas trabajadoras rusas a tomar l poder para realizar la primera. Y es sintomático que la palabra de orden fuera enarbolada por cerca de ocho corrientes políticas diversas (todas, obviamente, presentes en el Soviet), entre las cuales la más célebre fue ciertamente la bolchevique. (Tan aguerrida, como sabemos, como para sacar del juego en pocos años a todas las otras corrientes que habían confluido en aquel programa revolucionario, sacando a los propios soviets e incluso a aquellas corrientes dentro del propio partido que no compartían la dirección en la que la revolución se estaba moviendo).
En un contexto fundamentalmente latinoamericano, como el que habrá de prevalecer ciertamente en Caracas, no hace falta mucho esfuerzo para imaginar cómo se articulará la lista de las compras, dado que el consenso está asegurado al ciento por ciento para todas las reivindicaciones que apuntan a destruir la hegemonía económica, militar, política y cultural de los USA en el continente y el resto del mundo. Se pueden ya prever las declaraciones altisonantes que denuncias las maniobras de Washington e indican recetas para oponérseles; los aplausos prolongados a los puntos más incisivamente antiimperialistas (siempre en sentido puramente anti estadounidense, rozando lo menos posible la existencia de otros imperialismos nacionales, y callando del todo acerca de la peligrosidad de nuevas potencias capitalistas emergentes como China o Rusia – es más, existe el riesgo de que la China sea considerada potencia capitalista amiga); la conmoción al volver a lanzar algunas palabras de orden unitarias que, en América Latina, constituían ya el sueño de Bolívar, Martí o Sandino, y otros, antes de  comenzar a enumerar detalladamente qué hacer para salvar la selva amazónica, defender la biodiversidad, garantizar trabajo y asistencia para  todos, la casa, los hospitales, la promoción escolástica y cultural. Además de tantas otras “cuestioncillas” que no enumero para no aburrir, pero algunas de las cuales podrían ser motivo de choque o diferenciación. Son, obviamente (y como siempre desde hace casi dos siglos) las que conciernen la democracia y la libertad individual, ya sea dentro de los partidos como de las instituciones estatales: una página negra y de negra tradición, que se decidirá, probablemente, pasar por alto, dado que el tema de la democracia divide y el de la lista de las compras, une (si bien en términos lógicos debería ser lo contrario).  Y luego, el problema de la democracia no es tan urgente: se lo puede posponer hasta otro momento, tras la conquista del poder…

8. LA MÁS AMPLIA UNIDAD SOBRE BASES DE PRINCIPIO

Al adherirnos a la Quinta Internacional no veo razón alguna para disolver la Asociación Utopía Roja. Espero que nadie nos lo pida pues esa solicitud estaría en contra de la necesidad de valorizar al máximo de las energías disponibles a escala mundial, respetando las tradiciones de cada uno y buscando extraer el máximo de la experiencia de cada cual. Nada impide que UR asuma otras formas organizativas, conservando una forma asociativa de agregación en el campo teórico- cultural, continuando a valorizar el patrimonio acumulado ya como antigua FMR internacional (del 1973 hasta inicios de los `80, ya como Utopía Roja.
En el plano de la producción teórica, en Italia no somos segundos de nadie en cuanto a calidad y cantidad del trabajo teórico, condensado en los libros de Michele Nobile, Antonella Marazzi, Pier Francesco Zarcone, el que esto escribe, además de las contribuciones de otros compañeros, dispersas en los 6 volúmenes hasta hoy publicados o en preparación por la colección Utopía Roja: todo en un cuadro unitario e interconectado de investigación teórica y no como simple sumatoria de contribuciones individuales (otra gran diferencia con respecto a varias inteligencias y nomenklaturas). También a escala internacional la experiencia de UR representa una rara excepción, a contrapelo del proceso de degeneración ideológica de ls ex extremas izquierdas y del movimiento obrero organizado en general.
Todo ello no es recordado aquí por espíritu de auto celebración de los compañeros y compañeras que han participado en este largo trabajo de elaboración, sino porque debemos estar conscientes de las enormes responsabilidades que recaen sobre nuestros hombros, precisamente en consideración a la experiencia acumulada y el largo camino recorrido. Reivindicar una continuidad de principios y de elaboración teórica desde 1973 hasta hoy no es cosa de broma y, de seguro, no es fenómeno común. Pregúntenle si no a quien en estos cuarenta años ha hecho y deshecho partiditos, cambiando líneas y programas sin dejar atrás ningún patrimonio teórico colectivo (en general, ni siquiera individual). O a quien aún hoy sigue dando vida a grupitos sobre la base, en el mejor de los casos, de consideraciones políticas nacionales, locales o, en cualquier caso, coyunturales (a veces sencillamente personales).
Nosotros podemos reivindicar con la cabeza  en alto el mérito ético-político de de no haber nunca creado una escisión y de no haber jamás expulsado a nadie en la historia de casi cuarenta años de nuestra corriente, desde que nacimos en 1973 como Tercera tendencia internacional en el seno de la Cuarta; luego FMR internacional, en el momento de nuestra expulsión en Italia y el extranjero; luego fracción externa de la Cuarta hasta la autodisolución en 1980 (nos disolvimos para no dar vida al enésimo grupito autoreferencial –caso único en la historia mundial de los grupitos; para llegar al 1983 cuando asumimos la muerte programática de la vieja Cuarta de Trotsky. Ello muestra que no tenemos la mínima responsabilidad por la ridícula fragmentación que caracteriza, desde hace décadas, a la ex extrema izquierda. Si hubiera dependido de nosotros, aún hoy estaríamos en la misma organización internacional, a separarnos en la discusión pero unirnos en la lucha.
Luego, la larga travesía por el desierto, en los años en los cuales subía y bajaba el mito de Democracia Proletaria, antes de que a partir de 1990 comenzara a subir y bajar el mito del PRC –un mito que fue particularmente destructivo hasta que no reveló su verdadera naturaleza con la entrada en los gobiernos del imperialismo italiano (a votar guerras, leyes financieras y todo lo que la burguesía pidiera), mas solo tras haber creado un verdadero desierto en derredor, en el sentido que si no estabas dentro te condenabas al aislamiento total. Aquellos fueron para nosotros años dedicados a la profundización teórica, hasta que con la dinámica política vierta por los hechos de Génova 2001, se crearon condiciones para recomenzar una actividad revolucionaria externa al PRC, creando Utopía Roja.
Esta se fundó sobre la experiencia del pasado pero con un método sicológicamente sano de concebir la política, sin aparatos, estatutos, cuotas obligatorias, en continua relación humana y libertaria entre compañeros y sin olvidar, ni en el menor detalle, los principios del internacionalismo revolucionario. Y esta también es una gran anomalía respecto a la dinámica de los grupitos en Italia y fuera de ella.
¿Qué significa contribuir a la construcción de la Quinta en base a la experiencia de Utopía Roja?
Significa extender al proyecto internacional la metodología que, en Italia, está dando sus frutos y nos ha hecho tocar de primera mano la posibilidad de buscar nuevas vías para hacer política de revolucionarios y estar bien sicológicamente, que no es necesario adoptar formas de autoritarismo jerárquico y organizativo y, sobre todo, que todo eso se puede hacer permaneciendo integralmente revolucionarios anticapitalistas y antiburocráticos. En pocas palabras: vivir humanamente la política, sin ceder nada de los principios revolucionarios.
La esencia metodológica de nuestro proyecto ha consistido en el recoger en breves formulaciones (que humildemente llamamos “frasecitas”) algunas ideas de fondo que son discriminantes para el estar o no de parte de la revolución y contra el sistema, fáciles de entender y de explicar, traducibles a todas las lenguas, incluyendo las de los nuevos inmigrantes.
Aquí las he proyectado en perspectiva internacional, añadiendo para cada frasecita la referencia al pasado (en términos de Internacionales) del cual se puede extraer la esencia ideal o el valor histórico.
He aquí, por lo tanto, las bases de principio (sintetizadas) por respeto a las cuales propongo adherirnos a la Quinta Internacional, sin hacer de ello terreno de disputa teórica o de condiciones irrenunciables. Digamos que estas bases nos caracterizan (caracterizan nuestro ADN) y que nos gustaría que se hiciesen carne y hueso de la nueva Internacional: no solo como formulaciones propagandísticas sino también como líneas ideales de acción.

[En este punto el relator ha propuesto la formulación de algunas “frasecitas” que fueron discutidas por la asamblea y enmendadas respecto a las propuestas del relator. El texto fue aprobado en forma de moción conclusiva. El texto es reproducido aquí en su versión definitiva.
Junto a cada frase se indica en paréntesis la internacional o fuente de inspiración de la cual la frase fue extraída como precipitado histórico de la experiencia del movimiento obrero mundial.
Traducida al español, esta moción fue enviada por vía diplomática a Caracas al organismo encargado de organizar la conferencia de la Quinta Internacional.]

a) El fin no justifica los medios, y en los medios que empleamos debe estar reflejada la esencia del fin. [Prioridad de la ética (Guevara) y de la verdad científica sobre cualquier otra consideración.]
b) Apoyo a las luchas de todos los pueblos contra el imperialismo y/o por su autodeterminación, independientemente de sus direcciones políticas. [Inicios de la Tercera internacional]
c) Por la autonomía y la independencia total respecto a los proyectos políticos del capitalismo. [Izquierda de Zimmerwald en la Segunda internacional]
d) Unidad del mundo del trabajo intelectual y físico, sin discriminaciones ideológicas de ningún tipo, fuera de la identidad “anticapitalista, antiimperialista y por el socialismo”. [Primera internacional]
e) Lucha contra las burocracias políticas, por la democracia directa y consejista. [Internacional de Saint-Imier y Cuarta internacional] 
f) Salvar la vida sobre la Tierra, salvar a la humanidad. [verdadera novedad histórica de la Quinta].

(Traducción: Omar Pérez)

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