Las cuatro
entrevistas que presentamos a continuación son imaginarias. Los personajes que
aparecen no existen, pero hay una diferencia entre las tres primeras y la
última.
En todos los casos los datos que transmiten los personajes son absolutamente válidos, ciertos, constatables. Son, en los cuatro ejemplos presentados, una síntesis que ponemos en boca de ellos luego de un paciente trabajo de investigación. Lo que dicen no es una ficción: es una cruda verdad. Lo que sí son ficciones son los personajes propiamente dichos. Lo cual no invalida lo transmitido por cada uno de ellos en cada caso a través de estas entrevistas “inventadas”.
En cuanto a las entrevistas propiamente dichas, las tres primeras (un campesino productor de hoja de coca en Colombia, un joven toxicómano de Nueva York en proceso de recuperación y un capo mafioso mexicano dirigente de un cartel del narcotráfico) se trata de un perfil-tipo extraído como síntesis de lo que son los personajes en cuestión, elaborado a través del intercambio con numerosos casos reales con los que efectivamente se tomó contacto. Ninguno de los personajes presentados existe realmente, pero sus declaraciones son la expresión de todo lo que recogimos en esos abordajes cara a cara que tuvimos ya sea con campesinos cocaleros, con drogadictos y con narcotraficantes y personas ligadas al negocio: vendedores callejeros, matones a sueldo, distribuidores. La ficción radica en la forma misma en que se da a conocer la síntesis final de todas esas entrevistas; es, permítasenos decirlo así, una ficción periodístico-literaria.
El cuarto personaje (un funcionario del Departamento de Estado de los Estados Unidos de América) tampoco existe, y nunca fue posible entrevistar a algún operador político de Washington comprometido en esta estrategia de dominación. Pero de todos modos, el personaje en cuestión aquí presentado, si bien no es producto de ningún contacto directo micrófono en mano, surge como realidad ficcional de lo que podría ser algún diseñador de la política externa imperial, algún miembro de los así llamados think tanks, los tanques pensantes. Es decir: un ideólogo. Y aunque no tuvo lugar en la realidad, la entrevista imaginaria –llamémosla ficción teórica– es una muestra de cómo piensa el poder, de cómo elucubra sus planes y se mueve la Casa Blanca.
En todos los casos los datos que transmiten los personajes son absolutamente válidos, ciertos, constatables. Son, en los cuatro ejemplos presentados, una síntesis que ponemos en boca de ellos luego de un paciente trabajo de investigación. Lo que dicen no es una ficción: es una cruda verdad. Lo que sí son ficciones son los personajes propiamente dichos. Lo cual no invalida lo transmitido por cada uno de ellos en cada caso a través de estas entrevistas “inventadas”.
En cuanto a las entrevistas propiamente dichas, las tres primeras (un campesino productor de hoja de coca en Colombia, un joven toxicómano de Nueva York en proceso de recuperación y un capo mafioso mexicano dirigente de un cartel del narcotráfico) se trata de un perfil-tipo extraído como síntesis de lo que son los personajes en cuestión, elaborado a través del intercambio con numerosos casos reales con los que efectivamente se tomó contacto. Ninguno de los personajes presentados existe realmente, pero sus declaraciones son la expresión de todo lo que recogimos en esos abordajes cara a cara que tuvimos ya sea con campesinos cocaleros, con drogadictos y con narcotraficantes y personas ligadas al negocio: vendedores callejeros, matones a sueldo, distribuidores. La ficción radica en la forma misma en que se da a conocer la síntesis final de todas esas entrevistas; es, permítasenos decirlo así, una ficción periodístico-literaria.
El cuarto personaje (un funcionario del Departamento de Estado de los Estados Unidos de América) tampoco existe, y nunca fue posible entrevistar a algún operador político de Washington comprometido en esta estrategia de dominación. Pero de todos modos, el personaje en cuestión aquí presentado, si bien no es producto de ningún contacto directo micrófono en mano, surge como realidad ficcional de lo que podría ser algún diseñador de la política externa imperial, algún miembro de los así llamados think tanks, los tanques pensantes. Es decir: un ideólogo. Y aunque no tuvo lugar en la realidad, la entrevista imaginaria –llamémosla ficción teórica– es una muestra de cómo piensa el poder, de cómo elucubra sus planes y se mueve la Casa Blanca.
1) Un campesino cocalero
C., 38 años, líder campesino del departamento de
Putumayo. Nacido, criado y crecido en esas zonas montañosas del sur de
Colombia, toda su vida la pasó en relación a la tierra. Trabajó sembrando desde
muy pequeño. Autodidacta, no terminó la escuela primaria. Actualmente tiene 6
hijos, los cuales quieren marcharse de esa región para instalarse en Santafé de
Bogotá, o salir del país. Él aún no se decide a hacerlo, pero también lo ha pensado.
Pregunta: ¿Usted se dedica a plantar matas de
coca, verdad? ¿Por qué?
Respuesta de C.: Les soy sincero: es un problema bien complicado.
Muchas veces nos llaman narcoterroristas, pero no es así. Nosotros no somos ningunos
delincuentes, somos campesinos, simplemente eso. Si plantamos coca es porque
nos resulta más o menos más favorable. Y digo “más o menos” porque, en
realidad, para nosotros, tampoco es tan grande el negocio. Pagan de contado y
mejor que si fuera maíz, o yuca, o papa. Y vienen a sacar la producción
directamente hasta nuestros terrenos, no tenemos que llevarla nosotros. Pero no
sé si verdaderamente se justifica esa ganancia que tenemos con todas las
penurias que pasamos.
Pregunta: ¿Podría explicarnos más detalladamente
esto? ¿Por qué se dedican a la coca si eso es ilegal? ¿Qué beneficios les trae?
Respuesta de C.: Como les decía, llegamos a la coca casi a la
fuerza. Nosotros somos campesinos; en mi caso soy mestizo, no soy indígena
puro. Pero estamos todos ligados de la misma forma a la Madre Tierra, indígenas
y mestizos. Somos todos pueblos con muchos años, somos dueños de una larga
memoria histórica, de sabiduría y sentido de pertenencia que nos confió la
Madre Tierra desde su origen mismo. No somos seres independientes de las energías
naturales; somos complemento y parte integral de las normas de la naturaleza.
Somos hijos legítimos de la tierra, por esta razón ningún blanco o gringo debe
venir a pisotear la dignidad de nuestra Madre Tierra sin el consentimiento de
su semilla ni a pisotearnos a nosotros, los campesinos que la trabajamos. Pero
esto, que debería ser así, lamentablemente no se cumple siempre al pie de la
letra. ¡Al contrario! Desde hace ya varios siglos nos han jodido. Yo nací ya en
estas tierras; varias generaciones atrás vinieron mis antepasados a plantar
caucho. Ellos no eran del Putumayo; vinieron aquí desde otros departamentos. Y
aquí se quedaron. Siempre fuimos pobres. El campesino y el indígena estamos
condenados a sobrevivir como podemos, sin apoyo de los gobiernos, sin caminos
para sacar nuestra producción, sin créditos ni asistencia técnica. Miren: yo
apenas leo y escribo. Y mis hijos también apenas si aprendieron a leer y escribir.
Y lo peor de todo: pareciera que estamos condenados a ver cómo el terrateniente
o las petroleras nos aplastan. Tradicionalmente teníamos nuestra agricultura y
vivíamos tranquilos con nuestros productos, nuestros plátanos, nuestra yuca,
nuestro arroz. Pero desde que descubrieron que en esta zona había petróleo, ahí
todo se complicó. Con eso desconocen las relaciones fraternas de las
comunidades con nuestra Madre Tierra y nuestras tradiciones y costumbres con
las que siempre hemos sabido proteger la vida y el territorio. Después nos
empezaron a poner los precios que ellos quieren para nuestros productos, y nos
compran cuando ellos quieren, con lo que se arruinó nuestra situación. Por eso,
cuando apareció lo de la coca, eso fue nuestra salvación. O, al menos, eso
creímos –equivocadamente, según después nos dimos cuenta–. La pagan mejor que
los cultivos tradicionales, claro. Pero ¡miren la situación a la que nos llevó!
Casi nos tienen como esclavos. Nosotros ni conocíamos la mata de coca; eso lo
trajeron hace como 30 años. Aquí, nuestros antepasados nunca habían cultivado
esta planta. Eso viene de Bolivia o de Perú. Aquí no tenemos costumbre de la
coca, y ya ni se diga de la cocaína. Yo en mi vida había visto eso. La mata de
coca la trajeron porque aquí les sale más barato. Casi le diría que nos
obligaron a meternos en esto. Y ahora nos dicen que somos unos delincuentes. Y
encima nos persiguen, y nos fumigan. ¿Ustedes saben lo que es eso de las
fumigaciones, no? Eso es veneno puro. Nosotros no somos delincuentes, para
nada. No somos narcotraficantes. ¡Ni conocemos la droga!
Pregunta: ¿Y por qué no abandonan esos cultivos
si les trae aparejados tantos problemas?
Respuesta de C.: ¡Si es lo que nosotros queremos, compadre! Nosotros
querríamos que no nos persigan como a delincuentes, que no nos sigan envenenando
con el glifosato, el producto ese que tantas desgracias nos ha traído. ¿Se
acuerdan ustedes de las marchas de 1996? Ahí, como movimiento de campesinos
cocaleros, nos movilizamos miles de nosotros para exigir que atiendan nuestras
demandas. Nosotros no somos ni narcotraficantes ni guerrilleros, no somos ni
queremos que nos sigan llamando ilegales y tratando como a perros. Miren, si
las drogas son ilegales, nosotros no tenemos nada que ver con eso. Y si es
cierto que mueven tanto dinero, a nosotros no nos llega nada de eso. En todo
caso se lo quedarán las mafias de Medellín y de Cali, o los gringos. A nosotros
nos llegan las penurias, solamente. Si alguien tiene que arreglar nuestro
problema como campesinos y como indígenas dueños ancestrales de estas montañas,
somos nosotros. ¡Y a nuestro modo!, por supuesto, buscando nuestro beneficio y
el beneficio del país. Pero no podemos solucionar nada si lo primero –y lo
único– que hace el gobierno es tratarnos como criminales, perseguirnos,
reprimirnos.
Pregunta: En este circuito de las drogas ilícitas
pareciera que la cadena se corta por el eslabón más fino, que está dado
justamente por los productores de la materia prima, ustedes, los campesinos
cocaleros. ¿Piensa usted que debería dárseles otro trato entonces?
Respuesta de C.: ¡Por supuesto! Nosotros pedimos respeto. Eso fue lo que se acordó
en los pactos de 1996 después de las movilizaciones, pero eso el gobierno nunca
lo cumplió. No sólo que no lo cumplió, sino que con el Plan Colombia la cosa se
puso cada vez peor para nosotros. Además de la explotación indiscriminada de
nuestros recursos naturales como agua, oxígeno, fauna y flora y la terrible
contaminación por parte de las petroleras que están en la zona, sufrimos
diariamente la violación de nuestros derechos humanos como indígenas y campesinos
por el desplazamiento forzado, el señalamiento continuo que se nos hace, el
confinamiento, los asesinatos selectivos, las detenciones masivas, los
atentados terroristas que sufrimos, las tomas a pueblos, las muertes por fuego
cruzado en el enfrentamiento entre guerrilla y ejército, las masacres a
nuestras comunidades, el maltrato psicológico que nos hacen, el abuso de
autoridad, las desapariciones forzadas que padecemos, la destrucción de bienes
de población civil, el bloqueo de provisiones, retenes ilegales, prohibición de
circulación, estigmatización de la zona y de todos nuestros pueblos cocaleros
como delincuentes, amenaza a nuestros líderes, prohibición de reuniones,
irrespeto a los derechos a la vida, la libertad, la movilidad. ¿Se dan cuenta?
Y ni hablar del atentado terrorista de la fumigación que está contribuyendo al
exterminio de la biodiversidad y de nuestros pueblos indígenas y campesinos.
Además estamos sufriendo el despojo forzado de nuestras tierras y nuestro
territorio tradicional. En nuestras áreas geográficas, en toda la región
cocalera, por parte del Estado hay nula inversión social en los temas de
educación, salud, vías de comunicación, infraestructura, vivienda, saneamiento
básico y titulación de tierras. Y ya ni se diga lo que es la guerra que nos
está acabando: con la presencia de militares, paramilitares y mercenarios
gringos en la región del Putumayo se está violando todo sentido de soberanía y
de dignidad, ya no sólo de los putumayenses, sino de todo el pueblo colombiano.
Además, y esto creo que es quizá lo más importante, con estos planes de
militarización los gringos quieren apropiarse finalmente de todos nuestros
recursos, de la selva, del petróleo, del agua dulce. Y el gobierno central lo
permite. En realidad yo creo que ellos no están persiguiendo a los verdaderos
responsables del tráfico de las drogas prohibidas. Porque como ustedes deben
saber, el consumo en Estados Unidos –y en Europa es lo mismo– nunca baja. Al
contrario: cada vez demandan más droga, y más droga. Y nosotros terminamos cultivando
la materia prima, pero por unos cuantos dólares que nos llegan, quedamos en una
situación de miseria. Perdónenme la expresión, pero realmente quedamos hechos
mierda. Con las benditas fumigaciones lo único que logran es ir haciendo
desplazar más y más campesinos. ¿Será que, al final, quieren quedarse con
nuestras tierras? Yo creo que esa es la estrategia: al final de todo, con el
invento de la lucha contra el narcotráfico, lo que los gringos van a lograr es
quedarse con el Amazonas completito. Y con nuestro petróleo. Y el gobierno lo
permite.
Pregunta: ¿Y qué alternativas válidas tienen
ustedes como movimiento de campesinos cocaleros?
Respuesta de C.: Nosotros no pedimos nada fuera de lugar. Como no
nos sentimos delincuentes, porque no lo somos, ¡por supuesto que no lo somos!,
no sentimos que estemos haciendo nada mal. Y tampoco queremos mendigar nada.
Nosotros tenemos derechos, como campesinos, como indígenas, como ciudadanos: si
hay mafias por ahí que hacen fortunas, nosotros no tenemos nada que ver con
eso. Y tampoco somos guerrilleros, pese a lo que dice el gobierno. Lo que
queremos es que se nos permita trabajar nuestra Madre Tierra, tener nuestro
desarrollo, no ser considerados criminales. Un desarrollo sostenible, como se
dice ahora; un desarrollo que nos permita vivir dignamente tal como han hecho
nuestros antepasados, que también trabajaron la tierra, y con un Estado que nos
proteja. Un desarrollo que sea útil para todos, que no arruine nuestro medio
ambiente ni sirva para arruinarle la vida a los jóvenes que consumen estos
venenos allá en el Norte. Nosotros no tenemos nada contra los gringos, contra
los ciudadanos comunes y corrientes que viven allá, o en Europa, y que ganan
cien veces más que nosotros. Ellos tampoco tienen la culpa de toda la droga que
consumen, porque en realidad, se la hacen consumir. Y digámoslo claramente: no
son las mafias colombianas, o mexicanas, las que los obligan a que se harten
todo ese veneno. Son los mismos gobernantes gringos los que impusieron esa
moda, como una estrategia para neutralizar, para mantener en vereda a los
jóvenes. Aunque no lo dicen así, por supuesto. Esa es una mercadería más que
les metieron, así como los obligan a consumir de todo, aunque no lo necesiten.
Yo no termino de entender por qué tienen que usar tantos y tantos carros, por
ejemplo, si sus ciudades ya están atestadas de vehículos. Ya nadie camina allá;
para ir a la esquina usan el carro, para todo sólo usan esas cosas. Y nosotros,
aquí en las montañas de Latinoamérica, en las selvas, pagamos las
consecuencias. Por cada carro que circula en una ciudad gringa, por cada litro
de gasolina que se consume –contaminando todo el planeta, dicho sea de paso–
perdemos un pedazo de nuestros bosques. Y también de nuestra soberanía. Eso de
vivir para consumir, sólo para consumir, me parece ridículo. Cuando digo que
buscamos otro desarrollo, no me refiero a éste tipo de desarrollo, por
supuesto. ¿Es acaso desarrollo tener que destruir los recursos naturales para
ganar dinero? No, eso no es desarrollo. Y lo mismo vale para la droga: ¿puede
ser sana una sociedad que usa drogas y se envenena a sí misma haciéndole pagar
las consecuencias de eso al pobre campesino o al pobre indígena que
produce la materia prima a miles
de kilómetros? Nosotros no queremos que haya drogadictos enfermos, gente que se
vuelve loca por oler un poquito de cocaína, o por fumar un cigarrito de
marihuana. Nosotros queremos un mundo sano, con gente sana. Pero la situación
nos llevó a producir esas matas. Y ahora nos quieren hacer pagar a nosotros las
consecuencias. Lo único que pedimos, como agricultores, es que se nos respete
como seres humanos.
2) Un toxicómano
J., 20 años, oriundo de Nueva York, Estados
Unidos, es un caso típico de drogodependencia. Hijo de un hogar tipo de clase
media neoyorkina, comenzó su carrera de consumidor de drogas ilícitas de
adolescente. Cuando tomó consciencia de la situación, ya era un adicto crónico.
Ahora está en proceso de recuperación internado en una comunidad terapéutica.
Pregunta: ¿Cómo empezaste a consumir drogas?
Respuesta de J.: De jovencito, como a los quince años.
Pregunta: ¿Cómo fue que llegaste a eso?
Respuesta de J.: Ya ni me acuerdo bien. Como todos, empecé para
probar. Algún amigo me convidó con marihuana. Yo quise ver cómo era eso, y ahí
probé por primera vez. Me gustó, y después busqué cosas más fuertes. Conocí
entonces la cocaína, y ya me quedé enganchado.
Pregunta: ¿Había mucha droga en el ambiente en
que te movías?
Respuesta de J.: Sí, bastante. Cualquiera podía conseguir un poco de
marihuana con facilidad, o pastillas. En cualquier lado había. A mí, al principio,
todo eso me daba un poco de miedo; pero después se me fue haciendo muy natural
y ya sabía dónde conseguir sin problemas. Yo usaba coca, y también era fácil
conseguirla. Creo que es más fácil conseguir cocaína, o incluso heroína, que yo
nunca quise usar, que un refresco. A veces, cuando ya conocía a algunos
distribuidores, hasta a mi casa vinieron a dejármela.
Pregunta: ¿Y dónde se consigue la droga?
Respuesta de J.: Eso es lo más fácil del mundo. Según me cuentan,
tiempo atrás era más difícil, porque había más control de la policía. Pero
ahora, aunque sigue habiendo controles, por supuesto, uno consigue donde quiera.
Te la ofrecen en la escuela, en las discotecas, en la calle, por internet. Un
amigo mío, que murió de sobredosis, me contaba que se la vendían en una iglesia,
en Manhattan.
Pregunta: ¿Nunca tuviste problemas con la
policía?
Respuesta de J.: Sí, claro. Pero no porque me descubrieran comprando.
Los problemas los empecé a tener cuando comencé a robar, porque ya no tenía
dinero para las dosis. La primera vez que me agarraron fue porque me robé un
radio de un carro. De esa me salvé, ya ni me acuerdo cómo. Creo que porque era
menor, tuve libertad condicional por un tiempo. Y luego, ya mayor de edad, me
volvieron agarrar. Pero de nuevo fue porque me había metido a robar en una
casa. El problema me lo hicieron por eso, no por la droga.
Pregunta: Es decir, ¿cada vez fuiste necesitando
más dinero para comprar la mercadería?
Respuesta de J.: Exacto. Al principio era fácil, porque con la
mesada que me daban en casa, con eso me alcanzaba. Primero compraba un poco de
marihuana. Fumaba algo, no mucho. Pero luego me fue gustando cada vez más.
Aunque… no sé si la palabra correcta sería “gustando”. Es rico, claro; pero es
más que eso. Creo que son varias cosas: andar volando es sabroso, pero además
está toda la cuestión de hacer algo prohibido. Eso, tener que ir a comprar a
escondidas, consumir a escondidas, todo eso me gustaba, me excitaba. Después,
cada vez se me hacía más necesaria. La mesada ya no alcanzaba para comprar, por
lo que empecé a vender algunas cosas. Creo que todos los adictos hacemos igual:
al principio se venden cosas personales, discos, ropa, una raqueta de tenis, lo
que sea… Cuando eso ya no alcanza, se empiezan a vender cosas de la casa, un
televisor, un reloj. Mis padres al principio no se daban cuenta; después
empezaron a reclamarme. Fue ahí cuando busqué robar en la calle lo que me hacía
falta para la dosis. En ese momento, aunque quería dejar de consumir, ya no
podía. La droga es más fuerte que uno, te atrapa.
Pregunta: ¿Te dabas cuenta en los problemas que
te ibas metiendo cuando consumías?
Respuesta de J.: Sí y no. Por un lado sabía que consumir drogas es
malo. Eso te lo dicen siempre por ahí, me lo decían mis padres, lo decían en la
escuela, en la televisión. Pero al mismo tiempo es algo divertido, algo que te
atrae, excitante. Sé que todo lo prohibido por algo está prohibido, ¿no? Pero
aunque sea peligroso, eso no significa que no te guste. Creo que al contrario:
porque está prohibido justamente más lo quiere hacer uno. Yo sabía que podría
tener problemas, pero prefería no pensar en eso. Y cuando me empecé a dar
cuenta, cuando vi cómo murieron un par de amigos míos, por sobredosis en los
dos casos, ahí me empecé a asustar. Uno de ellos usaba cocaína, como yo; el
otro, Bill, usaba heroína. Y además tenía SIDA. Cuando me miraba en ellos, ahí
me asusté y tomé conciencia de lo que estaba haciendo. Pero no podía hacer
mucho en sentido contrario. La droga es algo que te atrapa y ya no te suelta.
Pregunta: ¿Tus padres cómo se enteraron? Y ¿qué
hicieron luego?
Respuesta de J.: Creo que para ellos fue una gran decepción. Ellos
esperaban otra cosa de mí, estoy seguro. Soy hijo único, y todo su esfuerzo
estuvo dedicado toda su vida a que yo fuera otra cosa. Esperaban que fuese ingeniero.
De hecho, logré ingresar a la Universidad de Nueva York. Sé que para ellos eso
significó un gran esfuerzo, en todo sentido. Había empezado a cursar ingeniería
en sistemas, pero ya no pude resistir. Iba muy mal en los estudios, muy mal. En
realidad nunca llegué a estar a la altura de las circunstancias. Empecé la
universidad porque ya había llegado hasta allí, pero nunca fui un buen alumno,
al contrario. Y después vino el derrumbe.
Pregunta: ¿Tus padres de qué se ocupan?
Respuesta de J.: Mi papá es gerente de mercadeo de una empresa de productos
electrónicos, y mi mamá es odontóloga.
Pregunta: ¿Cómo fue tu relación con ellos cuando
tú eras pequeño? ¿Qué recuerdas de eso?
Respuesta de J.: No podría decir que fuera mala. No, al contrario;
tengo sólo buenos recuerdos de mi infancia. Creo que me querían mucho. En realidad
yo llegué a las drogas porque me metí para probar, y después ya no pude salir.
No podría decir que me hice adicto por algún problema no resuelto con mis
padres. No, para nada: ellos siempre me apoyaron. Fui yo el que los decepcionó.
Pregunta: ¿Por qué dices que los decepcionaste?
Respuesta de J.: Porque ellos esperaban otra cosa de su hijo, no que
fuera un drogadicto, que estuviera preso por ladrón, que dejara los estudios,
que terminara en un centro de recuperación para toxicómanos. Supongo que ningún
padre se podrá sentir bien si un hijo le falla de esa manera, ¿no?
Pregunta: ¿Te consideras una “mala persona”?
Respuesta de J.: No sé. La verdad es que no lo sé. En un sentido,
no. Yo, en realidad, no fui un mal tipo. Caí en esto de la droga pero… en
realidad no soy una mala persona. Si robé, lo hice sólo para pagar mi consumo.
Por supuesto que sé que eso está mal. Ni siquiera querría defenderme ante eso,
justificarme de alguna manera. No, no: eso es un delito, y lo sé. Pero yo no
era así. Si no hubiera sido por esa desesperación del consumo, ¿qué necesidad
iba a tener yo de robar? Mis padres están bien económicamente, a mí nunca me
faltó nada, me hubiera podido dedicar a estudiar con comodidad, sin necesidad
de trabajar… O sea que si caí tan bajo fue por esto que me sucedió con las
drogas que, como me dicen siempre en el centro de recuperación donde estoy
ahora, es una enfermedad. Creo que sí, efectivamente: esto es una enfermedad,
porque yo no soy una mala persona, un asesino, un criminal. Si a uno le ponen
la droga ahí, al alcance de la mano, uno consume. Y punto. Lo demás viene solo.
Pregunta: ¿Y qué piensas hacer ahora?
Respuesta de J.: No lo sé. Querría recuperarme plenamente. Hace poco
que estoy en este proceso, no más de un mes. Sé que no va a ser fácil. Ya llevo
cinco años consumiendo, y no es sencillo desprenderse de esto. Además, siendo
objetivos, sabemos que la recuperación de las adicciones no es nada sencillo,
¿verdad? Por lo que me informé por ahí, tanto alcohólicos como
drogodependientes, con buena suerte tienen un porcentaje de recuperación que no
supera el 10 por ciento. Y siempre con la horrible posibilidad de recaer. Sé de
casos, los he visto aquí, en la comunidad terapéutica, de gente que ha estado
hasta 10 años sin consumir, y luego vuelven a caer. Eso me asusta.
Pregunta: ¿Crees que podrías volver a consumir?
Respuesta de J.: De eso nunca se puede estar completamente seguro.
Las adicciones, siendo una enfermedad como son, son muy difíciles de vencer. El
deseo de consumir es enorme, terrible. Haciendo todo lo que hacemos aquí, en
este centro, uno se la pasa ocupado y no piensa en consumir. O no piensa mucho,
al menos. Porque, la verdad, siempre te quedan algunas ganas por ahí. Con
cualquier cosa que te suceda, un pequeño problema con un compañero o con
alguien del centro, problemas que nunca faltan, naturalmente, lo primero que se
te ocurre es sumergirte a consumir. Yo, en realidad, no sé nada de psicología,
pero por lo que nos dicen los terapeutas con quienes hablamos mucho, y las
conclusiones que yo voy empezando a sacar de todo esto, veo que es cierto que
la drogodependencia es una enfermedad: a veces siento que es más fuerte que mi
voluntad, y que lo único que quiero es salir corriendo de aquí para consumir y
consumir hasta morirme. Racionalmente sé que eso no estaría bien, por supuesto;
pero a veces me asalta esa idea… y me asusto mucho.
Pregunta: ¿Tú piensas que te sería fácil volver
a conseguir droga nuevamente si lo desearas?
Respuesta de J.: ¡Por supuesto! Eso es lo que más me asusta
justamente. Cada vez es más fácil conseguirla, en cualquier lado, por todas
partes. Ese es el verdadero problema para nosotros, los drogadictos. Son muy
pocos los que se recuperan porque la tentación está demasiado a la mano. Es
demasiado fácil conseguir lo que uno quiera; en cada esquina tienes un vendedor.
De esa manera nadie se recupera. Por eso la tasa de recuperación es tan baja.
Si realmente se quisiera combatir el tema de las drogas, tal como se vive
diciendo, habría que hacer dos cosas: por un lado, despenalizarlas. Y por otra,
terminar con la oferta. Mientras te la sigan ofreciendo por todos lados, los
que somos adictos no vamos a poder evitar la tentación. Eso es así de sencillo.
La verdad, yo no creo que haya un interés real de terminar con esto. Si no, no
sería tan fácil procurarse la droga. Y así, esto nunca se va a terminar.
Pregunta: ¿Cómo piensas que se podría terminar
con el mundo de las drogas ilegales? ¿Crees que es posible eso?
Respuesta de J.: No sé si será posible terminar con el consumo. El
que conoció los efectos de estar drogado, lamentablemente queda demasiado fascinado.
Aunque sepamos que eso es terrible, que nos mata, que nos degrada, quedamos
estupidizados por las drogas. Atraen demasiado. Pero si verdaderamente se
quisiera terminar, o por lo menos, reducir el problema, habría que
despenalizarlas. Yo cada vez me convenzo más que uno consume no sólo porque es
agradable la sensación que te da andar volando, sino por todo eso otro medio
mágico de jugar contra la ley, contra la sociedad, de saltar los límites. ¿Te
imaginas cuántos problemas se evitarían si las hicieran legales? No entiendo
por qué todavía no lo han hecho.
3) Un narcotraficante
P., 35 años, originario de México D.F., desde
hace varios años está vinculado al cartel de Tijuana. De niño y de joven pasó
grandes penurias económicas proviniendo de una familia de extracción humilde. A
los 19 años cayó preso por primera vez, por robo a mano armada. Hace 7 años
ingresó al mundo del narcotráfico y fue escalando posiciones. Ahora dirige el
departamento de logística del cartel. Tiene tres arrestos y cuatro asesinatos
en su historial policial. Se mueve siempre con dos guardaespaldas y una pistola
Mágnum 357 en la cintura. Al sonreír se le ven dos dientes de oro.
Pregunta: ¿Qué piensa del negocio del narcotráfico?
Respuesta de P.: Que es un negocio como cualquier otro, así de
simple. Lo que pasa es que está mal visto. Negocios son negocios, y en el mundo
en que vivimos todo se maneja comercialmente. ¿O acaso alguien te regala algo?
En todo caso, si alguien te regala, serán las monjitas cuando hacen obras de
caridad. Pero ni siquiera es así, porque luego te hacen ir a misa. Algún precio
hay que pagar por todo. Bueno, las drogas son una mercadería más que se vende y
yo me ocupo de venderlas. ¿Qué más podría decir de eso? Lo que pasa es que son
ilegales, y ahí viene el problema. ¿Qué me cuentan si el petróleo fuera ilegal?
Sí, es medio loco pensarlo así, pero imaginémoslo por un momento: si la gente
lo necesita, los gobiernos, las industrias lo necesitan, harían cualquier cosa
por tenerlo, pagarían lo que sea, habría guerras, más de las que ya hay por el
petróleo. Bueno, sería un caos, ¿verdad? Con las drogas pasa lo mismo, mi
hermano. La gente las quiere; nosotros no obligamos a nadie a consumir. El que
las quiere lo decide en su sano juicio, las paga con su dinero. Yo lo único que
hago es limitarme a vender esa mercadería, igual que el tipo que vende leche, o
ropa.
Pregunta: Pero hay alguna diferencia entre
vender leche o ropa y vender drogas.
Respuesta de P.: Básicamente la diferencia es que una cosa es legal
y otra no. Porque si se mira como negocio, todo, absolutamente todo lo que se
fabrica, lo que se produce en algún lugar, se hace para vender. Aunque sean
estupideces que no sirven para nada; aunque, incluso, sean cosas dañinas.
¿Ustedes podrían decirme por qué se vende tabaco con alquitrán y nicotina?
Todos sabemos que eso da cáncer –y les aclaro que yo fumo–, pero se vende. ¡Y
mucho! ¿Y qué me dicen del alcohol? Todos sabemos que es uno de los grandes negocios
del mundo. ¿Para qué se vende el alcohol: cerveza, whisky, vino, tequila,
champagne, y las mil bebidas que existen por ahí? Todas hacen mal, lo sabemos
–les aclaro que yo también bebo, no me voy a hacer el puritano–. Pero se venden
y nadie dice una palabra. Y los gobiernos no persiguen a los que las venden, ni
a los que las fabrican, ni tampoco a los que las consumen. El mundo es puro
negocio, mi hermano, y todo lo que se produce es para vender, no importa si es
leche, ropa, drogas o sexo. El sexo también se vende. ¿Ustedes saben cuáles son
las páginas más consultadas en internet? ¡Las páginas porno! Y las películas
pornográficas son uno de los negocios que más están creciendo. Así que no nos
vengamos a hacer los moralistas, las monjitas inocentes. Que las drogas que
nosotros vendemos, la cocaína y la marihuana, sean ilegales, eso es otro
asunto. ¿Por qué no ilegalizan la venta de armas? ¿Ustedes saben cuál es el negocio
más grande del mundo, no? ¡Las armas, compadre! ¡Las ar-mas! ¿Y para que
diablos sirven las armas? Reconozco que la ropa o la leche sirven para algo
bueno. Pero… ¿las armas? Bueno, como sea, es lo que más se vende en este mundo.
¡Y eso sí que mueve dólares! Ya no hablemos de una escuadrita como esta que
cargo aquí –tampoco me voy a hacer el puritano con esto: ya me despaché a
cuatro yo directamente, además de todos los que mandé a matar con mis
muchachos–. Pero díganme: ¿cuánto cuesta un avión bombardero super moderno de
los gringos? ¿Y un submarino nuclear? Eso sí que es negocio. Y nadie lo
prohíbe. Y a nadie se le va a ocurrir ir a perseguir y meter presos a los de la
Boeing, o de la Lockheed Martin, o los de la Microsoft, o IBM, o los que hacen
computadoras, esos de la Hewlett-Packard, o empresas como Raytheon y Sun
Microsystems, toda gente muy respetable, blancos y de saco y corbata. Porque
son ellos los que fabrican todas esas armas complicadísimas, de super avanzada:
misiles, armas químicas y no sé cuántas cosas más. Hay una bomba que cuando la
tiran vuelve maricones a los soldados enemigos y hacen que se mueran por los
gringos, que dejen sus armas y se vayan tras ellos. ¿Qué me cuentan? Esas armas
cuestan fortunas. Y nunca persiguen a los que las venden. ¡Son legales! Pero a
nosotros, los inditos patapolvosa de cuarta que vendemos las drogas que ellos
se hartan, a nosotros sí nos persiguen. Entonces: ¿qué diferencia hay entre una
mercadería y otra?
Pregunta: Es que las drogas estas que ustedes
trafican son productos muy dañinos. ¿Cuánta gente muere por día por
consumirlas?
Respuesta de P.: ¡Por favor! ¿Acaso esas armas de las que estamos
hablando son para tirar flores, para curar enfermos? ¿Quién mata más? Lo que
pasa es que si hacen legal nuestro negocio, perdemos muchos. Yo no voy a negar
que sea un delincuente, por supuesto. Nací y me crié entre ladrones y putas;
por suerte no caí preso nunca de menor, nunca estuve en un reformatorio. A
duras penas llegué a segundo año de escuela media; me crié en la calle, entre
malandrines, entre lo peor de lo peor del D.F. Y por supuesto que soy un
delincuente. ¿Por qué iba a negarlo? Un delincuente y con rasgos indígenas.
Claro que vivo del crimen, por supuesto. No me voy a venir a hacer la ovejita
con tres ingresos a la policía. Con todo lo que hice ya a mis 35 años tengo
para ir varias veces al infierno. No me arrepiento: soy lo que soy, y punto. Y
el narcotráfico es un negocio para puros machos, se hace a los plomazos. Pero
que no me vengan a decir que es un negocio peor que otros. Si lo hicieran
legal, sería como con el licor o los cigarrillos. Antes eso era lo peor del
mundo, acuérdense de Al Capone. Pero cuando lo legalizaron, los industriales
que se dedican al asunto pasaron a ser unos respetables señores, igual que los
que venden las armas. Seguro que esos tipos van a la iglesia, y hasta se
confesarán. ¿Cuántos niños mata una bomba de racimo cuando explota? ¿Y a cuánta
gente que anda por el monte trabajando, o jugando en el caso de los niños, una
mina no le vuela una pata? ¿Quién va preso por eso? ¿Quién debería ir preso en
todo caso: el militar que da la orden, el fabricante de esos artefactos, los
gobiernos que las permiten, o el soldado que la puso? Lo cierto es que nadie va
preso; y en el peor de los casos, seguro que iría el soldadito. Y lo peor:
nadie va a tratar de “despreciable asesino” a los que fabrican las minas, o a
quienes las venden. Pero sí nos tratan de lo peor a los que vendemos las
drogas. ¿Por qué? Miren, muchachos, no seamos hipócritas: ahí hay una doble
moral asquerosa. Son los gringos, o los europeos, esos países llenos de
dólares, los que más consumen drogas. En los Estados Unidos cada día entra una
tonelada de droga: ¡una to-ne-la-da! No estamos hablando de medio kilo, o de 20
kilos. Eso, por último, hasta en una maleta pasa. Pero una tonelada no es poco.
Alguien tendrá que hacerse el distraído y mirar para otro lado para que todo
eso pueda pasar. Nos corren, nos persiguen; o, al menos, dicen que nos corren.
Y por allí decomisan algo. Pero necesitan hacer todo ese show. Si fuera legal y
se pudiera comercializar igual que el maíz o el café, se termina el negocio.
¡Por supuesto que mucho mueren por culpa de las drogas! Pero ese no es un
problema mío. Si quieren consumir, que consuman. Nadie los obliga. Es como el
que se quiere matarse conduciendo un carro a 200 kilómetros por hora: nadie lo
obliga. En nuestros países se consume un poco, pero ese no es el problema. Aquí
la gente no tiene ni para la comida, así que el asunto de las drogas es secundario.
Los que consumen de verdad son los gringos, los del norte: ahí se va el 95 % de
la producción. Si quieren droga, que después no jodan. Hacen el show diciendo
que somos unos delincuentes, ponen leyes de extradición para los narcos, nos
persiguen… Pero gracias a nosotros es que muchos allá viven bien.
Pregunta: Aclárenos un poquito. Usted dice que
gracias al narcotráfico hay muchos que se benefician en el norte, en Estados
Unidos. ¿Quiénes y de qué manera se benefician?
Respuesta de P.: ¿Ustedes creen que si realmente quisieran perseguir
el tráfico ilegal de drogas no lo harían? Dicen que fumigan en las montañas de
Colombia, pero cada día hay más hectáreas sembradas con coca, o con marihuana.
Esto de la droga ilegal es un gran negocio para muchos. Para mí, por supuesto.
Yo fui un marginal todo mi vida, un delincuentillo muerto de hambre, y recién
ahora, hace unos años, desde que me hice cargo de parte de las operaciones del
cartel, estoy bien económicamente. Nunca le había podido comprar una casa a mi
viejecita, que hasta no hace poco tenía que lavar ropa ajena para sobrevivir. Recién
ahora pude hacerlo: le compré una hermosa casa en un barrio respetable en la
ciudad de México. Y hasta dos sirvientas le pago. Yo me beneficio con el
negocio, por supuesto. Pero no se crean que es tan fácil: vivimos siempre al
borde. ¿Para qué creen que llevo siempre dos guardaespaldas? ¿Para hacerme ver?
No, es por seguridad, realmente por eso. La vida de un narco no es cosa fácil;
como les dije, es cosa de machos. Los que más nos joden son los de la policía,
por supuesto. Pero ellos son tan muertos de hambre como nosotros. ¡O peores! No
sé quiénes son más delincuentes, si ellos o nosotros. Ellos cumplen órdenes y
tienen que venir tras los narcos, a veces, simplemente para negociar cuánto van
a dejar pasar. El negocio, el verdadero y gran negocio lo hacen los peces
gordos. ¿Dónde va a parar tanto dinero? A los bancos gringos. En los Estados
Unidos viven diciendo que somos el cáncer que les manda la droga, pero sucede
ahí como con los indocumentados: viven diciendo que no nos quieren,
despreciándonos, ahorita construyendo ese muro en el desierto para que no nos
pasemos, pero en definitiva nos necesitan. ¿Quién haría el trabajo sucio allá
si no fueran los inmigrantes ilegales? Acaso un trabajador rubiecito, un
gringo, ¿está dispuesto a ir de basurero, de albañil, de sirvienta? ¡Por
supuesto que no! Por eso necesitan los “espaldas mojadas”, los indiecitos
ilegales que les caemos por miles. Y lo mismo pasa con la droga. Allá consume
hasta el perro. Todos, ricos y pobres, hombres y mujeres, blancos y negros. Necesitan
droga, quieren drogan, nos la piden a gritos. Nosotros simplemente se las
hacemos llegar. Pero los muy cabrones, el gobierno me refiero, nos pone trabas:
en vez de dejar comerciar libremente –el tratado de “libre” comercio es una
mentira, es cualquier cosa menos libre–, en vez de permitirnos el comercio, nos
hace ilegales. Así, por supuesto, pueden hacen subir los precios. Y de esa
forma muchos se benefician: la policía, la DEA, el ejército. Necesitan tener
estos “criminales” delante de ellos para justificarse. Si no hubiera estas
bandas de monstruos como nos quieren hacer ver, muchos se quedarían sin trabajo
en Estados Unidos. Además –y esto es lo más importante, créanme– con tanto
control que ponen por ahí, en realidad no buscan detener el negocio de la
droga. Es puro montaje. Yo sé positivamente que de toda la droga que se
decomisa –que en verdad es muy poca– prácticamente nada es la que se destruye.
Eso se recicla y se vuelve a vender. Todos hacen lo mismo, la DEA, la Federal
en Estados Unidos o la policía mexicana. Me acuerdo una caricatura que vi una
vez y me pareció muy explicativa: en un operativo detienen un camión cargado de
cocaína. Entonces se ve al comandante del grupo pasando la información a un
subalterno: “sargento, fue un muy buen golpe. Incautamos dos mil kilos de
cocaína de buena calidad. Informe a la base que recuperamos mil quinientos
kilos”. Viene el sargento y llama al radio-operador: “soldado, informe a la
base que hemos detenido mil kilos”. Y el soldado agarra el radio y transmite:
“cuartel general, ¿me copia? Les informamos que el operativo fue todo un éxito.
Decomisamos quinientos kilos”. Bueno, así es todo el circuito.
Pregunta: Entonces ¿no tiene solución esto del
narcotráfico?
Respuesta de P.: Para ser franco, yo no lo sé. Pero como van las
cosas, me atrevo a decir que no. O no por ahora. Esto es un negocio demasiado
grande y hay demasiados, pero demasiadísimos intereses en juego como para
esperar que se vaya a terminar. Nosotros, los narcos, pasamos rápido. Cada uno
de nosotros está unos pocos años en el negocio. Esto, como les dije, no es cosa
fácil; es cosa de aprovechar el poco tiempo que a uno le toca. Yo sé que en
cualquier momento me voy para el otro lado: la policía u otra banda, alguien me
puede cocer a balazos, ya lo sé. Son los riesgos del oficio... Pero aunque
nosotros somos pasajeros, los dólares ahí siguen estando, y corriendo. Y la
gente no va a dejar de consumir. ¡Al contrario! Cada día se consume más. Yo no
sé si algún día va a terminar todo esto, pero por ahora, estoy seguro que no.
Pregunta: ¿No tiene miedo a que lo maten
entonces?
Respuesta de P.: ¿Miedo? ¿Y por qué iba a tener miedo? Mi vida
siempre estuvo al borde. Tuve suerte de llegar a los 35, así que no tengo de
qué quejarme. Sé que en cualquier momento pueda ya no estar. Pero lo que sí les
puedo asegurar es que si me muero, de sobredosis no va a ser. ¡No soy tan
imbécil!
4) Un funcionario del gobierno
estadounidense
W., 54 años, funcionario del Departamento de
Estado de Estados Unidos. Asesor para la Oficina de Asuntos Latinoamericanos.
Trabajó para la administración federal tanto con republicanos como con
demócratas. Graduado en Ciencias Políticas en la Universidad de Harvard, es uno
de los principales diseñadores de las políticas antidrogas del gobierno
central.
Pregunta: ¿Por qué el gobierno de Estados Unidos
insiste tanto con el problema de las drogas ilegales, o mejor aún, en el
combate contra el tráfico de esas drogas?
Respuesta de W.: Porque esa es una verdadera prioridad para nuestros intereses
estratégicos, tantos los actuales como los de un futuro a medio plazo. No es
cualquier tema: le aseguro que es un tema de alta prioridad. En eso se juega
buena parte de nuestro proyecto como nación.
Pregunta: ¿Pero por qué es tan importante?
Respuesta de W.: Pues porque eso nos brinda una posibilidad perfecta
para actuar. El tema, en sí mismo, es ya de por sí muy sensible. Casi me atrevería
a decir que es más bien “sensiblero”. Lo es ya en forma natural, y por supuesto
lo será mucho más si lo sabemos manipular convenientemente. Y por cierto, de
esto no me caben dudas: lo hemos sabido manipular. Desde hace ya muchos años,
yo diría que como unos treinta, lo hemos instalado, tanto en nuestro país como
en todo el mundo, como un problema importante. Es cierto que a nadie le gusta
convivir con un drogadicto. Es lo mismo que un alcohólico: son personajes un
poco irritantes, molestos. Si a eso se le suma una buena campaña para
satanizarlos, se pueden conseguir resultados fabulosos. Con la droga lo hemos
logrado, por supuesto que sí. Buena parte de la gente está tocada por este
tema, con una mezcla de sentimientos: asustada, espantada, preocupada. A nadie
le gustaría tener un hijo drogadicto, ¿verdad? Un drogadicto produce cierto
escozor, digámoslo así. Por tanto, todo el mundo se cuida en esto. Hay un
sentimiento de temor y al mismo tiempo de rechazo. Bueno, eso nos sirve.
Pregunta: ¿Les sirve? No está claro; ¿en qué
sentido sirve? ¿A quién y para qué sirve?
Respuesta de W.: Bueno, hablemos claramente. En el mundo hay mucha
gente que consume drogas ilegales. ¡Muchos! En los países ricos: nosotros y
Europa, hay millones de gente que consume. Al menos una vez en su vida es
probable que casi un tercio de toda la población mundial en alguna ocasión haya
probado alguna droga ilegal. La marihuana, ya lo sabemos, es lo más fácil, lo
más habitual. Es sencillo conseguirla, no es tan dañina, hasta da cierta
categoría. En ciertos ambientes, que no son pocos, es casi una obligación
fumarse de tanto en tanto un cigarrito de marihuana. Y el éxtasis ya se ha popularizado
bastante también. Las drogas más fuertes, la cocaína y la heroína, eso ya es
palabra mayor. Pero, seamos francos: se consumen mucho también. Pero, miren,
les voy a decir algo: todo esto lo tenemos bajo control. Sabemos con bastante
precisión cuántos drogadictos podemos permitirnos, hasta dónde tensar la
cuerda. Un puñadito –porque, en definitiva, eso son– nos es funcional. Si se
nos fuera de las manos y todo el mundo se volviera consumidor compulsivo, ahí
sí que tendríamos un problema. Pero eso no sucede. Nuestros muchachos saben
bien cuánto distribuir. Necesitamos unos cuantos que queden pegados, para
asustar con eso. Hoy día cualquiera sabe lo que es un drogadicto y lo que eso
significa. Pero necesitamos muchísimo más que se le haya perdido el miedo a las
drogas y que todos quieran permitirse algún consumo por ahí. Es como tomarse un
trago: no todo el mundo es alcohólico crónico, pero sí todo el mundo se echa su
cerveza o su whisky. A los fabricantes de alcohol eso les viene muy bien.
Bueno, con la droga pasa otro tanto: da dinero, mi amigo. ¡Da mucho dinero!
Pero además –eso es lo que más me interesa a mí como funcionario público, visto
que no soy un magnate banquero– lo más importante es que permite desarrollar
nuestros planes de control social global.
Pregunta: ¿En qué sentido es un plan de control
social?
Respuesta de W.: Me explico. Las poblaciones, lo sabemos, deben
estar vigiladas, controladas. Se necesita ejercer un poder continuo, porque la gente
no se puede autogobernar. Todas esas ideas de poder popular, de autogobierno,
etc., etc., ya sabemos que son puras quimeras. La experiencia ha demostrado
fehacientemente que los regímenes comunistas que tuvieron lugar el siglo pasado
fracasaron todos. La gente no sabe ni puede gobernarse por sí misma. Es ahí
donde entramos nosotros. ¿Para qué están los gobiernos si no? Nosotros, el
gobierno de los Estados Unidos de América, la primera potencia del mundo, con
la economía más fuerte del mundo, el primer poder militar del mundo, tenemos la
obligación de velar por el orden planetario. Y para eso es que implementamos
distintas medidas. No importa que lo que se diga sea cierto o no: mentiras
piadosas, podríamos llamarlas. Es como con los niños: ellos creen en Santa
Klaus. Sería cruel quitarles esa ilusión. Si ellos creen en esa historia, si
eso les sirve para crecer, para estar felices, ¿por qué habríamos de
quitárselo? Quiero decir: los que mandan, los padres en este caso, siempre
necesitan una cuota de…. ¿cómo decirlo?, de mentira piadosa para llevar a los
hijos por el buen camino. Lo mismo sucede, salvando las distancias, con los
grandes poderes: hay que saber ingeniárselas para controlar positivamente a las
grandes masas. Los emperadores de la antigüedad lo hacían con el látigo. Hoy
somos más civilizados, y para eso tenemos todo un arsenal de recursos técnicos
infinitamente más sofisticados. Entre esas cosas, hoy tenemos los medios de comunicación.
Y gracias a ellos, entonces, podemos desarrollar esto del narcotráfico. Con eso
controlamos. Con-tro-la-mos. ¿Está claro? Las poblaciones deben ser
controladas, llevadas de la mano. Hay que decirles por dónde ir. Pero el arte
consiste en hacerlo sin que la misma población lo sepa, sin que se dé cuenta
que está siendo conducida. Un francés, Paul Valery, dijo algo muy inteligente: “la
política es el arte de evitar que la gente tome parte en los asuntos que le
conciernen”. Es como con los niñitos. Se creen lo de
Santa Klaus, y hasta quedan contentos con eso. Y cuando lo descubren ya de más
grandes, no se enojan por haber sido engañados; porque en realidad, no fueron
engañados. Al contrario, reconocen que eran una necesidad, hasta agradecen. La
gente, entonces, necesita ser guiada.
Pregunta: Usted habló de “control social”, que
no es lo mismo que “guiar”. ¿Podría explicarnos un poco más detalladamente
esto? ¿Por qué hay que “controlar” a la gente?
Respuesta de W.: Porque la gente sola está demostrado que no sabe comportarse.
En cualquier país sucede lo mismo: si un día, por el motivo que sea, no hay
policía, comienzan los desmanes, los saqueos. Si un día se descomponen los
semáforos, las ciudades se vuelven un caos. Alguien tiene que guiar, ordenar,
conducir. Eso es el control social. Para eso trabajo yo y mi agencia. Desde
hace años yo vengo haciendo ese trabajo: me encargo de evitar estallidos
sociales, de mantener a la gente bajo control. Y esto de las drogas nos viene
como anillo al dedo. Como le decía hace un instante, hay empresarios que hacen
muchísimo dinero con esto. Como se dijo alguna vez: “si es bueno para la Ford,
es bueno para Estados Unidos”, de la misma manera se podría decir: “si es bueno
para los bancos que mueven todo ese dinero, es bueno para Estados Unidos”.
Gracias al negocio les puedo asegurar que se mueven muchos, pero muchísimos
dólares. Y eso es bueno para el país. Pero además, gracias al miedo que infunde
todo el mundo de las drogas, al ser un tema tan sensible este, es fácil crear
todo un monstruo con el que controlar. La gente con miedo, lo sabemos, es más fácilmente
controlable, manipulable. Con las drogas, si bien mucha gente las usa, también
mandamos el mensaje de: “¡cuidado, te pueden agarrar!” Eso, dentro del país,
nos es útil. Pero infinitamente más útil nos es de fronteras afuera. Gracias al
monstruo del narcotráfico –un monstruo similar al terrorismo, al
fundamentalismo musulmán– podemos intervenir en cualquier parte del planeta
donde nuestros intereses vitales así lo indiquen. ¿Ustedes se han dado cuenta
cabalmente de lo que significa, por ejemplo, descertificar a un país que no
colabora con la lucha contra el narcotráfico? Eso nos da pie para hacer lo que
queramos. En nombre de esa lucha podemos tomar cualquier iniciativa, desde
legal hasta militar. ¡Eso es grandioso! Donde sea, podemos intervenir. Donde
sea y cuando sea, con la excusa del combate a los narcos, podemos actuar. Antes
se necesitaba consensuar las acciones en Naciones Unidas; eso era pesado,
engorroso. Además, podía haber países contrarios a nuestros intereses que nos
obstaculizaban los proyectos. Pero ahora no. Reconocido como está por todos los
sectores el flagelo de las drogas y de los que las trafican, ¿quién se opondría
a que interviniéramos para salvar a nuestra juventud, o incluso, a la juventud
del mundo? Lo nuestro es una tarea humanitaria. Salvamos al mundo de la caída
en un infierno. Bueno, eso es la lucha contra el tráfico de narcóticos: la
llave que nos posibilita golpear donde necesitemos hacerlo. Así de simple. Y
permítanme decirles que tenemos con qué golpear. Déjenme leerles el documento
del Comando
Espacial de la Fuerza Aérea “Plan Maestro Estratégico para el año 2004 y más
allá”, publicado el 5 de noviembre de 2002. Literalmente puede leerse ahí: “Una
capacidad de ataque viable, pronta y global, ya sea nuclear o no nuclear,
permitirá a Estados Unidos golpear rápidamente contra objetivos de alta
retribución, difíciles de vencer, desde distancias seguras dando a los
comandantes en guerra la habilidad veloz para negar, retrasar, engañar,
trastornar, destruir, explotar o neutralizar objetivos en horas o minutos, en
vez de semanas o días, incluso cuando las fuerzas propias o sus aliados tengan
una escasa presencia avanzada”. Cada vez que veo cosas así, me emociono. ¡Ese
es mi gobierno! ¡Esa es la fuerza que tenemos! Y si los narcotraficantes son
nuestro enemigo, pues ahí estarán nuestros muchachos…
Pregunta: Pero el consumo de drogas, ¿es
realmente un peligro, o no? Usted decía que lo tenían bajo control. ¿Por qué
dice ahora que los narcotraficantes constituyen un peligro, son el enemigo?
Respuesta de W.: Tienen razón, creo que no fui lo suficientemente
claro. Me explico mejor: hemos montado, fundamentalmente a través de los medios
masivos de comunicación, y Hollywood nos fue fantástico para esto, un cierto
temor a las drogas. Pero con eso, al mismo tiempo, las hemos colocado como una
realidad de estos tiempos. Nos guste o no, todos tenemos que vérnosla con las
drogas. Así logramos que sea un producto más a consumir. Es decir, primer
objetivo cumplido: una mercadería más que da dólares, como cualquier producto
que se mercadea y se impone, sean televisores, carros, zapatos o leche
malteada. Pero con eso se anuda el segundo objetivo, que es lo que hemos
logrado imponer pacientemente gracias a un acabado trabajo de goteo. Es decir:
hacer ver las drogas como el producto de unas mafias tenebrosas que nos meten
un virus venenoso. ¿No sé si me logro hacer entender? Las drogas son una
porquería, pero si se consumen: tanto mejor. Bienvenido el consumo. Con las
drogas nunca va a haber estallidos sociales, que es de lo que yo me tengo que
ocupar. Ojalá no sean nuestros hijos las que las consumen, claro. Pero alguno
las va a comprar. Lo importante, al menos en lo que a mi trabajo concierne, es
conectar el campo de las drogas con el delito, con el crimen. Se trata de hacer
ver que tras las drogas ilegales –que seguirán siendo ilegales, por supuesto,
porque si no, se nos termina el negocio– las drogas ilegales, entonces, deben
presentarse como la consecuencia de unos delincuentes peligrosísimos que se
constituyen en un peligro social y contra el que nosotros, como gobiernos, como
padres de familia, como buenos ciudadanos, estamos obligados a actuar. ¿Quién podría
oponerse a eso? La coartada es perfecta: si mi hijo se vuelve drogadicto, la
culpa la tienen estos mafiosos del demonio de Colombia, o de México, o de
Afganistán, que nos mandan estos venenos. Conclusión: hay que actuar contra
esos delincuentes internacionales. Y actuar con fuerza, con mucha fuerza. Hay
que montar una gran campaña para mostrar que esos criminales andan sueltos y
representan un monumental peligro para la civilización, así como antes lo
fueron los rusos, o los chinos de Mao. ¿Me entiende? La gente se termina
creyendo cualquier cosa, y si se trata de temas sensibles como la seguridad de
los hijos, está dispuesta a aceptar lo que sea. Pablo Escobar dijo alguna vez: “no soy de Medellín, Medellín es mío”. Quizá él mismo se lo creyó, y hasta llegó
a ser cierto en parte. Estos mafiosos tienen, sin dudas, una considerable cuota
de poder. Pero nosotros, el verdadero poder del planeta, necesitamos unos
cuantos Pablo Escobar por allí, unos cuantos Arnoldo Noriega, para montar
nuestros planes. Seguro que estos tipos son unos hijos de puta. Pero, como dijo
Roosevelt refiriéndose a Somoza en Nicaragua, “son ‘nuestros’ hijos de puta”. Podemos militarizar el mundo completo
para apresar a esos monstruosos delincuentes. ¿Para qué invadimos Panamá en
1989? Para extraditar a este peligro andante, este hijo de puta de Noriega. ¿Me
entienden? ¿Qué nos posibilita un hijo de puta como Escobar en Colombia? Muy
fácil: el Plan Colombia. Es decir: hemos logrado hacer creer que estos
malandrines, tal como ustedes me lo preguntan, son el enemigo. ¡Entiéndanlo, muchachos!
Ese es el montaje. El peligro sigue estando en la gente, en las masas, en esos
niñitos que son los pueblos y que no pueden andar si no es con el apoyo
nuestro, de los predestinados. Mi trabajo consiste en eso: en tener tranquilitos,
maniatados, bien ordenaditos a los millones de personas que andan por ahí.
¿Quieren que se los diga de otra manera? Mi trabajo y el de mi equipo, desde
esta oficina gubernamental que dirijo, consiste en mantener bien controlada a
la gente. Por eso usamos el argumento del narcotráfico.
Pregunta: ¿No le parece un poco cínico todo
esto? ¿No es, en efecto, una monstruosidad inventar todo esto para controlar a
la gente?
Respuesta de W.: Miren, si venimos con esos pruritos de moralidad,
no entendemos nada. ¿Para qué creen que están los gobiernos? ¿Para gobernar
para el bien de todos? ¡No seamos ingenuos, muchachos! Me permito citar
palabras de ese comunista que fue Lenin, el cabecilla de la revolución bolchevique.
¡No vayan a creer que soy comunista!, por favor. Pero creo que vale la pena
citarlo, porque realmente da en el clavo. El decía, en un libro de 1917,
escrito un tiempito antes de la revolución comunista, un libro que se llama “El
Estado y la revolución” que “el Estado es el producto del carácter
irreconciliable de las contradicciones de clase”. Brillante concepto. El Estado, la maquinaria
estatal está para defender a una clase. Que luego se haga creer que es para
todos, que vela por el bien público, etc., etc., ese es nuestro trabajo, los
que inventamos estos programas para tener tranquilita a la gente. Los gobiernos
–y mucho más que nadie el gobierno de los Estados Unidos de América, el país
más poderoso de la historia– los gobiernos están para administrar… y para
defender a los poderosos. ¿Para quién creen que trabajo yo: para las compañías
multinacionales o para los sindicatos? ¿Para la Coca-Cola y la General Motors o
para Michael Moore, o para los asalariados que no superan los 25.000 dólares
anuales, o para todos esos inmigrantes ilegales que nos invaden y a los que
tenemos que pagarle seguro social? Seamos serios, no digamos pamplinas: el
gobierno tiene la obligación de defender los intereses de los encumbrados.
Antes a mí me daba vergüenza decirlo tan abiertamente, pero llegué a la
conclusión que no hay que ser cínicos, que no hay que tener un doble discurso.
El narcotráfico es un arma de dominación que nos permite a nosotros, la primera
potencia del mundo, seguir siendo potencia. Si necesitamos los productos de la
Amazonia, o el petróleo de Venezuela, o el gas de Afganistán, ¿por qué no usar
el tema de la planta de coca o de amapola como una buena excusa para cercar esa
zona y caerles cuando lo consideremos más oportuno? Y si además esas zonas
están plagadas de guerrilleros izquierdistas ¿qué mejor justificación que un
flagelo de dimensiones colosales, una nueva plaga bíblica, para mandar nuestros
muchachos? O, mejor aún, nuestras bombas teledirigidas. Lo de “narcoguerrilla”
es un buen invento, funciona. Una vez que lo pusimos a rodar, la gente lo
repite. Y unir dos monstruos de esas proporciones nos es útil. Miren,
muchachos: no nos hagamos los tiernos, los ingenuos. A la gente hay que ponerla
en vereda, y ese es mi trabajo.
Pregunta: ¿Pero no le remuerde la conciencia
hacer esto?
Respuesta de W.: ¿Remorderme la conciencia? Y… ¿por qué? Si para hacer
todo esto me pagan. Y les aseguro que no me pagan nada mal. Este es mi trabajo,
y más bien me siento orgulloso de él.
Pregunta: ¿Y qué diría si su hijo sale
drogadicto?
Respuesta de W.: Ah… sería triste, ¿no? El que se hace consumidor
crónico se jodió, es muy difícil salir de eso. Tengo dos hijos adolescentes, un
varón y una mujer, y siempre les digo que no consuman, que sean responsables.
Creo que lo mejor es hablar mucho con ellos. Soy un buen cristiano.
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