1. La poesía de Alex Pausides ha cambiado visiblemente con el paso del tiempo, de aquellos poemas suyos iniciales, con apego a la emocional, la naturaleza, lo lírico en su estado menos contaminado, a una poesía todavía con apuestas fuertes a lo esencial lírico, pero con preocupaciones filosófica y existenciales notables. ¿Me equivoco en la apreciación?
Alex Pausides con un grupo internacional de poetas |
En verdad me parece atinada esa observación. El
paso del tiempo y una moderación del fervor inicial que lleva al poeta, en su
idealismo y vanidad, a exagerar la importancia de su trabajo, a creer que está
inventando el lenguaje, que la poesía es el centro del mundo, que el hombre
tiene fuerzas cósmicas que lo echan y lo impelen y que es inmortal, y que la
muerte no existe, que no lo devasta ni el tiempo; que vive en un reino con leyes
propias dictadas sólo por la intensidad de la creencia y la
pasión, parecieran determinar el tono y las ambiciones estéticas y ¿por qué no?,
existenciales y filosóficas.
Yo recuerdo hace cuarenta años, cuando comencé
a escribir y leer mis primeros escritos en Manzanillo, que Alejandro Querejeta,
poeta, filólogo y periodista holguinero, se admiraba de que en mis versos no
hubiera ninguna ambición filosófica explícita, ningún precepto al que lo escrito respondiera.
No había una voluntad de elaborar un sistema poético, una brújula armada por
conceptos y propósitos más allá de la emoción del instante –ese instante fino
como un alfiler o una seda-- del acto creador. Eran los años del imperio de una
poesía objetiva, contingente, que poco espacio dejaba a desvaríos líricos. Yo
era un inocente y vivía en la ingenuidad de la belleza y asi trascurrían mis
horas, y era bueno, y me bastaba. Era un idealista moral. Y era feliz.
En verdad yo pensaba en ese entonces que al
poeta “le bastaban la palabras”, que ya le era suficiente estar metido hasta el
eje en la realidad, que el ciudadano podía ser un activista. --yo lo he
sido--.pero en su intimidad, el poeta era un pequeño dios —recuérdese con
indulgencia a Huidobro--. Y nada le debía importar más allá del “horror ante la
página en blanco”. Una vez en Santiago de Cuba, José Soler Puig, rebatiéndome en
mis ínfulas y resabios idealistas me injuriaba casi, mientras nos tomábamos un
café en el Casagranda, al discutir sobre la eternidad o la perennidad de la obra
literaria.
Y me decía: si ti te dejas de toda esa bobería,
de toda esa pajarería del lenguaje, vas a ser un gran poeta, vas a dejar una
huella en la poesía. Pero estás equivocado. Tienes que darle la importancia que
tiene el lenguaje pero no ser un junco al viento. Pero así era yo. Y ese modo de
ser tenía una expresión en lo que escribía.
Emoción y estremecimiento ante el pequeño capital privado de las palabras. El
mundo era entonces el reino de la seguridad. Un reconocido poeta santiaguero me
tildaba de un lirismo subjetivo, como si toda poesía no
lo fuera.
Y sigo teniendo un posicionamiento lírico ante
el lenguaje y el hecho poético. Es como si de los cantos se pasara al diálogo, a
la voz baja, al susurro, a la musitación, al silencio. Es como entender que hay
comunicación también en las señales de humo, en las palomas mensajeras, en los
timbrazos de un teléfono, en los email de urgencia; que debemos mirar el entorno
y escuchar los gritos de lo real y aprender al final del camino a leer en los
labios, que allí está latiendo la comunión última y esencial, cuando afuera hay
mucho ruido y se devalúan la creencia y lo soñado. Y así rumba el hombre y sus
escritos, una de las pocas señales de su existencia trascendente.
2. Además de los temas que aborda un creador, que pueden
transformarse con el paso de los años, con la llegada a la madurez intelectual,
¿qué es lo que jamás pierde de vista al hacer poesía?
Yo creo que, a mi pesar, es la intención
comunicativa. La capacidad de asombrarse ante la maravilla que es estar vivo,
respirando, compartiendo el mismo oxígeno, el mismo tiempo, el mismo espacio con
criaturas maravillosas y con las obras impresionantes del genio humano. Por
otra parte, nunca me gustó que quien leyera mis palabras tuviera que detenerse
para ir al diccionario. Eso es una derrota de la voluntad de comunicarme. De ahí
el afán de ir a la palabra precisa. Tal vez por ello mis primeros escritos estén
llenos de sustantivos y verbos. Llenos del ruido, del roce gracioso de unas
palabras con otras. Nada de enlaces gratuitos. Ir a la sustancia. Hay en la
lengua una palabra que debe expresar lo que sufro. Debes encontrarla. Al menos
buscarla. He ahí la tensa dialéctica del escritor. Ya que si como dice Goethe el
poeta tiene el don de expresar lo profundo de su angustia, entonces la palabra
precisa para decirlo debe estar por ahí. Y la gente de mi pueblito perdido entre
el mar azul y las montañas verdes me regaló esas palabras, que son mi
único tesoro. Y las usé como un trofeo.
Allí están, arcaicas y añejas muchas veces,
esos lingotes que salen del habla, de la boca de la gente que me rodeó al nacer
y al crecer. Esa maravilla que es tener siete años y pasarse la vida tomando
prestadas a ese niño las palabras que escuchaba en su casa, en sus juegos, en
sus ensoñaciones, entre los pastizales adonde llevaba los animales a perderse en
la hierba. Y era como una especie de
ultraísmo borgeano. Nada de adjetivos ni metáforas ni imágenes ni símiles. Era
el poeta menos imaginativo entonces, el menos impostor. Estaba cavando
ilusoriamente en una mentida materia de mi propiedad. Por ello tal vez no habría
aún la necesidad de pensar ni conceptualizar. Soy un poeta sin
imaginación.
Labro mi escritura con lo que me llega de mi
relación con la gente, las cosas, los sueños y la poesía. Si eso se trasmite,
entonces soy felíz y doy por cumplida mi tarea.
3. Por lo general su escritura se sostiene en una escala media, en un tono que tributa a
la tradición, fundamentalmente, sin exabruptos o resistencias del lenguaje,
¿es parte de su personalidad o tiene bien justificada
esa manera de entender y hacer poesía?
Pueda que tenga que ver conmigo. No me gustan
la estridencia ni la demasiada luz. Prefiero estar en mi lugar preferido. Donde
me sienta cómodo. Ni muy delante ni muy detrás, para que no se den cuenta de mí.
Alfa y Omega son escandalosas.
Mis maestros son diversos, pero hay un timbre
humano que reclamaba Vallejo, el primero de mis poetas, al que debe propender
todo artista. Hay un tono en el último diario de Martí. Hay una contención en
Borges. Una honda y sencilla humanidad en Nazim y en Machado y en Eliseo y
Retamar que querría cercanas, como el adagio de Albinone al final de toda cosa.
Pero también, y más allá de querencias y afinidades, la pulsión interior que
determina un modo de estar en el mundo, una manera de entender la vida y la
poesía. Yo creo que hay necesidad de poesía --aunque digan lo contrario los
gerentes del pragmatismo contemporáneo, tan arrasadores y groseramente
omnipresentes, que hasta aqui, en la Cuba del
socialismo, donde reinar debían siempre los ideales y el sentido de la belleza,
también levantan a veces la cabeza--. El mundo necesita de una visión original
para refundarse a sí mismo. El hombre en su codicia desmedida no se da cuenta de
que la vida y no sus atributos, es lo esencial.
El fin
mundo, tal como lo hemos conocido, ha comenzado. La poesía es un componente del
combustible de esa lámpara maravillosa que debe iluminar a las mejores mentes de
nuestro tiempo en cualquier parte y en cualquier circunstancia, para salvar este
hermoso cielo transparente azul y el agua cristalina y las aves y los insectos
maravillosos que nos acompañan en este viaje a la infinitud del espacio. Si la
poesía sirve para ayudar a hacer entender eso, habrá cumplido su mejor misión
desde Homero y el Eclesiatés.
Yo aspiro, de todas maneras, a
que sean reales los versos de Yeats: Canta; en algún sitio, bajo
alguna otra luna, // sabremos que dormir no es estar muerto // al oir cómo
cambia el mundo en su armonía. Ya Goethe también nos lo había dejado
dicho: La naturaleza nos ha dejado
lágrimas, el grito de dolor // cuando más no puede soportar el hombre, y de todo
// Me ha dejado a mí la melodía y la voz // para expresar lo profundo de mi
angustia: // Y cuando el hombre en su agonía enmudece // tengo de Dios el don de
expresar lo que sufro. El poeta debe volver a hablar en voz alta. Más
allá del ruido ensordecedor de la vida cotidiana la tribu, en el fondo, necesita
su voz otra vez. No debemos renunciar a ser escuchados.
4. Cada año organiza el Festival Internacional de Poesía
de La Habana, como parte del Proyecto Cultural Sur,
¿a cuánto cree que haya contribuido un espacio como ese,
cosmopolita, expansivo, dentro de nuestro territorio de poetas?
Un proyecto es también un entretenimiento. Una
manera de llenar las horas. Darle sentido y cauce a lo que
sueñas. Y si eso sirve en algo a los demás es una maravilla. El festival es una
acción poética plural. Es también una editorial. CubaPoesía itinerante le otorga
una dimensión comunitaria. Es una presencia digital. Es un proyecto formativo
que se concreta en el laboratorio de escrituras. La fundación de la red “Nuestra
América” de festivales latinoamericanos en 2010, nos articula con experiencias
afines en el hemisferio. Hace dos meses, junto al festival de poesía de Medellín, impulsamos la creación de un
movimiento poético mundial, que junta por la poesía a más de cien festivales en
todo el mundo. Es algo impresionante. Gente diversa en torno a una mesa,
discutiendo qué podemos hacer los poetas por nuestros semejantes. Proyecta lo
que hacemos en la “Junta mundial de poetas en defensa de la humanidad”. Que no
es una ficción. Hace dos años reunimos –con la imprescindible ayuda de Medellín
y del Ministerio de Cultura de Cuba--, más de 31 mil firmas en defensa de la
soberanía de nuestro país. Nuestro festival junto al de Medellín en Colombia,
Durban, en Sudáfrica, de Kerala en India, de Rotterdam, Jerusalem, Kiev y San
Francisco, en Norteamérica, integra el comité coordinador mundial de esa movida
poética. Esomda nuevas fuerzas. Alegra saber que puedes trabajar e interactuar
con la brigada de poetas revolucionarios que lidera el
veterano Jack Kirshmam en San Francisco, California. La voz de Cuba se alza en
ese concierto de gente preocupada por el destino de la humanidad y que están
buscando –más allá de diferencias de culturas, etnias, ideologías o religiones-- una
especie de salvación por la poesía, por el
amor, llamando a los intelectuales, a los políticos y a la gente común --que es
la que más tiene que perder en el umbral del desastre y a la vez la que puede
ganarlo todo, porque en ello se juega la propia vida.
En el plano doméstico no estoy tan seguro. Aún
el festival no tiene una visibilidad que se aprecie y haga
justicia al esfuerzo. No se la hemos podido imprimir. No sólo son deseos. Es
también capacidad. Eficacia. Eficiencia. Posibilidad. Fuerza. Es un proyecto que
sobrevive en medio de una gran precariedad. Y en verdad no sé si el
festival ha podido servir de mucho. Al menos no logra lo que querríamos que
fuera. A veces dudo de su validez y de su utilidad para nuestra pequeña
comunidad poética. Sabes que los poetas somos muy vanidosos. Y no estamos
contentos con nada. Y, además, cuesta mucho reconocer el trabajo del otro. Si no
se me ocurrió a mí una idea casi siempre lo pienso dos veces antes de
involucrarme sin reservas. Tenemos una rara percepción de la originalidad y de
la pertenencia. El vicio de no ser dueños de hasta el útimo milímetro de
territorio lastima mucho. Eso es de otros. Y también, responsabilidad y trabajo
de otros. Y nos acercamos tan sólo en la medida en que nos da un espacio al ego,
que ente nosotros es muy grande. Muchas veces el ombligo tiene mayor dimensión
que nuestros sueños. Y yo tengo ombligo también, seguramente.
Claron está que no puedo ocultar que
me alegra la enorme cantidad de autores que ha invitado el festival en estos
quince años. Suman más de mil ochocientos. Me congratula haber escuchado en el
festival a Evtushenko, a Cardenal, a Thiago, o a Abu Sinah de Egipto, o a Adnan
Al Sayeh de Irak, o a Amir Or, que tiene un proyecto en Jerusalem, donde árabes
y hebreos se juntan y trabajan por la paz y la concordia a través de la poesía.
O un poeta de Sri Lanka o un poeta de la nación Mapuche o de la nación Maya como
Elicura Chihuailaf o Jorge Cocom Pech. Y que Arafat nos haya enviado un mensaje
desde Ramalah, el último que escribió. Y los libros que hemos publicado. Más de
150 títulos. y un catálogo que enriquecen Anna Ajmatova o la Zsymborska, o Neto,
Senghor, Neruda, Evtushenko, Ritsos, Darwish, Alberti... Y todo lo que hemos
hecho por sacar a la poesía de los recintos, de las bibliotecas y de los libros
y llevarla al encuentro con el hombre común, ese que está allí, esperando de
nosotros algo más que una bella palabra. Todo ello es bueno para nosotros. Pero
todo esto son apreciaciones. Que pudieran valer poco. La
crítica debería ejercerse sobre los que se hace. Pero no hay mucha crítica. Nos
quejamos de la falta de jerarquías pero se hace muy poco por poner orden en
nuestra casi adormilada república de las letras.
Pulula más fácilmente la mediocridad que de
muchas maneras fomentamos. Sacan mejor la cabeza los “asalariados dóciles que
viven al amparo del presupuesto” --como decía el Che. Y el
poder movilizador de la poesía sigue siendo una asignatura pendiente. Como en
los buenos tiempos de la utopía saludable. No nos damos cuenta de que desde los
antiguos la utopía es siempre inalcanzable pero no imposible para el reino
incorruptible y formidable de la poesía. Un poema no detiene un obús pero sí
alerta y puede fomentar el crecimiento de una sensibilidad planetaria que llame
la atención sobre el peligro. Y el peligro es real. Si el mundo quiere sacudirse
del mal y la barbarie, los poetas debemos estar allí. Nuestra América vive un
momento de cambios revolucionarios. Los poetas debemos ser parte. Y no podemos
quedarnos mirándonos y leyéndonos nuestras bellas páginas entre nosotros
mismos.
5. ¿Cómo mantiene viva la necesidad de hacer poesía un hombre tan
ocupado en tareas institucionales de primer orden, y cómo es la poesía que le
interesa escribir hoy? Porque conozco que es un ejercicio que no
abandona.
Lo que sucede es que uno cree en la poesía, en
el poder de la poesía, a pesar de todo. Hay necesidad de poesía. La poesia es
como el agua, como el aire, como el pan. La poesía es un bien de primera
necesidad. Debiera ser –y en justicia su publicación lo es hace
ya mucho tiempo en Cuba—subsidiada como los alimentos. Dios me oiga y eso se
mantenga. Lo merece. Cuba nació a la historia de manos de la poesía. Fuimos
primero una figuración en la poesía. Fuimos después una nación, una cultura.
Bella como el oxigeno naciente --así decía Bretón de la poesía de Césaire.
Me interesa escribir una poesía que llame a la
conciencia, además de movilizar los resortes de la emoción. Que comunique y
emocione y que asuste sin es preciso, pero que no deje a sus lectores
indiferentes. Nuestra poesía está bastante desligada de esas funciones.
Padecemos de una autofagia perniciosa. Una política cultural expansiva ha
generado paradójicamente una poesía ensimismada. Es una pena. Ya
sabemos que escribir es un oficio mal pagado y peor reconocido, con unas
gratificaciones monetarias ridículas; como si el aumento del costo de la vida
fuera una ficción. Por ahí pueden andar las cosas y algunas causas del estado
general en que se debate la escritura. Debe preocupar que estemos perdiendo
parte del patrimonio literario, poniéndolo en manos de editoriales foráneas ante
la irracional retribución del trabajo del escritor. Pero, por encima de todo
eso, hay una dignidad en el escritor relacionada con el placer de escribir y con
la eticidad consustancial a nuestra misión que tiene que salvarnos de esas
contingencias ingratas que no durarán.
Todo eso está en el entorno, nutriendo o avasallando tu
imaginario, cuando
escribes o dejas de escribir. Pero creo que la poesía
sirve y tiene tareas y
misiones útiles y hermosas que cumplir. Creo –como un
obstinado--en la salvación del ser por la poesia y por la
belleza.
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