El pasado sábado 2 de junio falleció en La Paz, Bolivia, Antonio Peredo Leigue, quien supo dar vida en su país a una Fundación Che Guevara boliviana que ha tenido siempre lazos de grandisima amistad y colaboración con la Fundación Che Guevara internacional, colaborando mas de una vez con los Cuadernos que publica esta misma Fundación. En La Paz, Roberto Massari y otros miembros de la Fundación Che Guevara internacional, han sido siempre recibidos con amistad e invitados a actos publicos de gran entusiasmo guevariano.
Publicamos aquí una semblanza del compañero Antonio que nos acaba de enviar Carlos Soria Galvarro.
(UR)
Antonio contó alguna vez que su
afición por la escritura se inició posiblemente cuando, aún adolescente, trabajó de “cajista” en una imprenta artesanal de Trinidad. En el viejo oficio
tipográfico, los cajistas eran los encargados de levantar a mano los “tipos”
para alinearlos según el texto generalmente manuscrito que tenían delante y que
debían armar “en letras de imprenta”. Una vez realizada la impresión efectuaban
la operación inversa, devolver los tipos a sus respectivos compartimientos de
la “caja” que los contenía. Ambas tareas demandaban destreza, agilidad,
concentración y, quien sabe, cierta relación sensual con las letras de molde.
Antonio era un muchacho que leía
con avidez libros de aventuras y textos socialistas que despertaron en él
precoces inquietudes políticas, encauzadas entonces por el PIR (Partido de la Izquierda Revolucionaria).
También le oímos contar que ese partido, por lo menos en la capital beniana, era
una agrupación compuesta mayoritariamente de jóvenes, muchos de ellos casi
niños, como sus hermanos menores “Inti” y “Coco”.
En tales circunstancias, de
tipógrafo a periodista sólo había un paso. Antonio empezó a escribir, a
“componer” y a imprimir sus propios
textos, tal vez encendidos alegatos en pro de la justicia social, en defensa de
los pobres, condenando a las oligarquías de la época.
Lo uno no va sin lo otro
Es imposible, entonces, trazar un
perfil de Antonio Peredo Leigue, sin apelar a esas dos condicionantes básicas
que marcaron su vida: la del periodista y la del político. A tiempo de condenar
los criterios autoritarios, arbitrarios y anacrónicos que reducen al periodista
a un simple escribano, decía “No comparto la presunción de que el periodista
debe ser apolítico e ideológicamente neutral. Tratándose de un orientador, lo
menos que puede esperarse de él es que, por sobre todo, esté orientado; en
otros términos que tenga posición definida respecto a los grandes e incluso
pequeños temas de la sociedad. Esa posición, que todo ser humano asume, como
partícipe de la sociedad, es lo que se llama política”.
Y para que no quepa duda al
respecto concluía. “Desde sus convicciones y preferencias, con su propio punto
de vista, el periodista hará la noticia, aplicará el análisis, desarrollará la
interpretación, expondrá su opinión. La única condición es que sea honesto, con
el público y consigo mismo”. Y Antonio lo fue en sumo grado. Tenía arraigadas
convicciones políticas que jamás amoldó a las circunstancias. Contra viento y
marea, en las buenas y en las malas, en dictadura o en democracia.
Mantuvo en alto su condición de
periodista con tal dignidad que nunca necesitó ni recabó papel alguno para
acreditarlo. Es más, hizo honor a su formación autodidacta enseñando periodismo
en la Universidad de San Andrés, sin poseer títulos académicos (tras los cuales
se esconden infinidad de mediocres acartonados) y lo hizo con indiscutibles
merecimientos que le valieron el reconocimiento general.
Maestro del oficio
Quienes trabajamos con él no
dejábamos de asombrarnos de la rapidez y pulcritud con las que escribía. Sus
textos casi “en limpio”, escritos a máquina pues aún no se trabajaba en
computadora, por lo general no necesitaban correcciones ni borrones. Además, sin
tomar un solo apunte en una larga conferencia, entrevista o conversación, era
capaz de escribir una extensa nota reflejando con gran fidelidad lo esencial de
lo que escuchaba. Que yo sepa, nunca usó una grabadora, herramienta de trabajo
que, mal utilizada, suele convertir a muchos colegas en simples repetidores de
lo que dice la fuente. Por cierto, esa facilidad y agilidad con las que
escribía, mezcla de cualidades innatas y una extensa práctica del oficio, eran
posibles también por ser Antonio una
persona habitualmente bien informada.
Su prosa era llana comprensible y
precisa. Ni confusión ni ambigüedad, ni rebuscados preciosismos. Por encima de
todo, brillaba por su claridad.
Sin embargo, cuando trabajé con
él entre 1986 a
1989 en el semanario Aquí descubrí
otra faceta muy poco conocida y quizá muy poco cultivada por el propio Antonio
en el quehacer periodístico: una extraordinaria capacidad de elaborar perfiles
humanos sobre gentes sencillas. Recuerdo haber leído uno sobre las
tribulaciones y sacrificios de una mujer por mantener y sacar adelante a sus
hijos, que me emocionó hasta las lágrimas. No pude menos que reclamarle a
Antonio el por qué no escribía semanalmente ese tipo de notas. No alcanzo a
recordar con exactitud su respuesta, pero fue algo así como que se requería más
tiempo para trabajarlas y también cierto inevitable desgaste emocional que le
provocaban. Repasando el libro Inti y
Coco combatientes advierto que aquella nota que me emocionó tanto, pudo
estar de alguna manera inspirada en el ejemplo de su propia madre, Selvira
Leigue, quien sin el apoyo del progenitor de sus cinco hijos, cuatro varones y
una mujer, tuvo que volver de Cochabamba a su natal Trinidad y llevó una vida
muy sacrificada para sostenerlos. En este pequeño libro, referido a sus
hermanos, Antonio desliza algunas inevitables pinceladas autobiográficas y de
su entorno familiar, como aquella de que él era más recatado, hacía menos
travesuras y participaba menos de las correrías infantiles de sus hermanos
menores. No lo dice, pero es muy probable que haya sido más inclinado a la
lectura que a las aventuras infantiles.
Una vez trasladada su familia a
La Paz, a comienzos de los años 50, tuvo que desempeñar diversas labores para
subsistir y no depender de sus padres que a la sazón se habían reconciliado
tras largos años de separación. Entre otras faenas estuvo en Tipuani en los
tiempos de la fiebre del oro. Pero, de los relatos entrecortados que le oímos,
se deduce que también trabajó en periódicos y radios, incluso como locutor y actor
de radionovelas, entre otras en la célebre Radio Amauta.
En 1967 salió exiliado a Chile
donde también ejerció el periodismo y acrecentó su experiencia. Retornó a la lucha clandestina y se hizo
cargo de El Proletario periódico del
ELN (Ejército de Liberación Nacional)
en vías de convertirse en el PRT-B (Partido
Revolucionario de los Trabajadores). Fue apresado y torturado por la
dictadura de Bánzer y estuvo entre los últimos en ser liberado en 1978, junto a
otros dos destacados periodistas, Iván Paz y Remberto Cárdenas.
Durante la apertura democrática
de esos años estuvo entre los gestores y fundadores del semanario Aquí y en los hechos se hizo cargo de la
dirección del periódico, luego del brutal asesinato de Luis Espinal.
En el exilio de los años 80 llegó
a México y de ahí pasó a Nicaragua, donde ayudó a crear la Agencia de Noticias Nueva Nicaragua (ANN).
Recuperada la democracia en 1982
y, al poco tiempo de su retorno al país, tuvo que asumir de nuevo la dirección
de Aquí ante la sorpresiva muerte de René
Bascopé Aspiazu que había iniciado la segunda etapa de este memorable tabloide.
De aquellos momentos queremos testimoniar dos experiencias vivenciales.
“Los éxitos del 21060”
Con ese titular Aquí
publicó una documentada denuncia que involucraba a un miembro del gabinete
neoliberal de Paz Estenssoro que el mundo empresarial había apodado “quinciño”,
porque cobraba no el 10% habitual sino el 15% de los contratos que las
constructoras firmaban con el Estado. La información fue investigada,
verificada y completada por el propio Antonio. Ocurrieron dos cosas
inesperadas. Antes de las 8 de la mañana de aquel día no quedaba un solo
ejemplar del periódico en ninguno de los puestos de venta, familiares del
aludido se habían dado a la tarea de recorrer por la ciudad y comprar todos los
ejemplares disponibles. Pero, de nada valió el intento de silenciarnos. La
segunda cosa que ocurrió es que Carlos Morales ya no era ministro antes del
mediodía, Paz Estenssoro lo destituyó, posiblemente la publicación del semanario
fue la gota que colmó el vaso.
“Cabrones ¡váyanse!”
Estas dos palabras aparecieron en
un cintillo diagonal a lo ancho de la tapa del periódico en el que estaba una
foto “maldita” de Paz Estenssoro (no se conocía aún el photoshop, la mueca era
natural, pura sagacidad del fotógrafo).
Se le añadió a la foto un globito que le hacía decir al presidente:
“¿Sobresueldos? Yo me hago el oso”.
El escándalo de los altos
funcionarios del gobierno y de algunas alcaldías que cobraban sueldos extras de
organismos internacionales como el Banco Mundial y el FMI quedó destapado.
En este caso ocurrieron por lo
menos tres cosas. Primero, un saludable debate parlamentario que culminó en una
resolución expresa que prohibía los sobresueldos. Segundo, una encendida
polémica en los medios, principalmente los escritos, acerca de la conveniencia
o no de usar términos gruesos que están en boca de casi todos pero que sonaría
supuestamente poco ético incluirlos en el lenguaje periodístico, por cierto
este debate permanece inconcluso e
irresuelto. Y lo tercero, el lunes siguiente a la publicación que entonces era
sabatina, Antonio Peredo fue detenido en la esquina de su casa, varios miembros
de la redacción fuimos apresados en las oficinas del Edificio Cosmos y todos
quienes nos visitaron ese día corrieron la misma suerte ni bien tocaban el
timbre del local. Unas 30 personas, entre hombres y mujeres, durmieron aquella
noche en las celdas de Criminalística de la calle Sucre. Allí quedamos Antonio
y yo por cerca de una semana y cuando en el patio de la Fiscalía de la calle
Indaburo ya nos habían subido a una vagoneta para trasladarnos al Panóptico, el
Ministro de Gobierno Juan Carlos Durán, ordenó que me pusieran en libertad
debido a gestiones de mis compañeros del directorio del Sindicato de
Trabajadores de la Prensa de La Paz, del que yo formaba parte (¿será que los
fiscales desde siempre son obedientes al gobierno de turno?) Antonio fue
llevado a San Pedro, donde permaneció más de un mes. Tuvimos que hacer una
fuerte campaña de recolección de fondos para pagar la fianza y conseguir su
libertad, el juicio instaurado era, cuando no,
por “desacato” y supuestas injurias al presidente.
Revolucionario socialista hasta el fin
La militancia de Antonio comenzó
en Trinidad cuando uno de los fundadores del
Partido Comunista de Bolivia, Víctor Hugo Libera, llegó a la capital
beniana y reunió a grupos de colegiales disconformes de la actuación de la alta
dirección del PIR. Con ellos se fundó el Partido Comunista en ese Departamento.
Ya en La Paz, prosiguió en la
actividad revolucionaria en el naciente partido pero al parecer con menos
impulso y con intensidad decreciente, a la inversa de lo que ocurría que sus
hermanos Inti y Coco, totalmente entregados a la causa revolucionaria.¿Qué
factores influyeron en su ánimo? Especulando, podría ser el sobrecogedor
impacto de los crímenes de Stalin conocidos en el XX Congreso del Partido
Comunista Soviético (1956). Quizá una fuerte decepción sentimental que lo
afectó seriamente llevándolo al borde de un colapso que él mismo me relató con
detalles.
Lo cierto es que el año de los
acontecimientos guerrilleros, 1967, Antonio si bien no parece que hubiera roto
totalmente con el Pc, estaba cuando menos poco activo políticamente. Se enteró
de la participación de Inti y Coco en un proyecto guerrillero por boca del
Ministro de Gobierno Antonio Arguedas, con quien mantuvo siempre una vieja
amistad, desde aquellos tiempos en que como mecánico de la aviación militar
éste llevaba y traía menajes partidarios desde y hasta Trinidad. en los aviones
del TAM. A instancias y con ayuda de su tocayo Arguedas, Antonio decidió tomar
el camino del exilio a Chile en Julio de 1967.
La muerte de Coco primero, el
encuentro en Chile con Inti que reorganizaba el ELN, después, tuvieron probablemente
una influencia decisiva en el retorno de Antonio a la militancia activa y
aguerrida de la que ya jamás se apartaría. Más aún con la muerte de Inti en
septiembre de 1969 en La Paz.
Concientemente o no, Antonio
estableció un pacto de sangre con sus dos hermanos caídos en la lucha. Con el
menor, que había encabezado el frustrado intento guerrillero de Teoponte, su
relación era algo distinta, muy fraterna y respetuosa pero en ciertos aspectos
crítica.
Su fuerte siempre fue el análisis
escrito de hechos, situaciones y coyunturas. No descolló ni en la oratoria ni
en las grandes formulaciones ideológicas y programáticas.
Su primer libro, publicado en
1985, es El camino de la coca, está
en verso, pero es más periodístico que poético. Allí sostiene en tono de disculpa
que siempre había considerado que escribir un libro era una suerte de intrusión
en la intimidad de otros. Otras “intrusiones” posteriores fueron Irrealidades. Entre muros y ventanas
(2004, cuento), Historia de incapacidades
(2004, ensayo), el mencionado Inti y
Coco, combatientes (memorias, 2000) y
Redacción periodística: Género
Informativo, un precioso manual de enseñanza concebido y escrito para su
trabajo docente, pero publicado el 2009 cuando ya estaba “al otro lado del
micrófono” como lo dice él mismo en la presentación..
Su ideario era hasta cierto punto
simple y sencillo. A partir de las concepciones básicas del marxismo, una
condena mordaz al sistema capitalista y a sus expresiones imperialistas,
particularmente a la estadounidense. Una defensa intransigente y sin
vacilaciones ni reparos de la Revolución Cubana y una adhesión incondicional a
sus principales líderes. Una romántica y sincera admiración por Ernesto Che
Guevara. Una patria nueva, soberana, independiente y fortalecida que incluya
elementos de equidad, justicia social, reconocimiento de los derechos de los
trabajadores, de las mujeres, de los pueblos indígenas originarios, en el marco
de un sistema democrático avanzado y en un contexto de unidad latinoamericana.
En pocas líneas, intuyo que ese era el socialismo al que Antonio aspiraba y por
el que estuvo dispuesto a entregar su vida.
Eso explica su adhesión fervorosa
al proyecto del MAS de Evo Morales, asumida con gran sencillez y humildad
puestas de manifiesto en su desempeño como candidato a la vicepresidencia,
diputado, senador y asesor en temas mineros.
Como no podía ser de otra manera,
en una persona honesta como él, en algunas ocasiones asomaron en sus escritos
elementos críticos que, no obstante ser muy cuidadosos, seguramente incomodaban
a ciertos poderosos de la nueva hora.
En lo que parece ser su último
artículo, sorprendente lúcido pese a su salud quebrantada, Antonio habla de una
fuerte crisis en el gobierno y descartando varias salidas negativas, enfatiza
lo que para él era la única salida positiva: rectificar el andar del gobierno y
volver al proceso de cambio.
Tengo mis dudas de que sea
escuchado por quienes ahora le rinden grandes homenajes.
Valencia, Municipio de Mecapaca, 10 de junio de 2012
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