Sigamos siendo locos, argentinos
Alejandra Ravelo, Uri Tornai, Ramona Maldonado, Otilia Acuña y Celina "Queca" Kofman |
«Lo irracional, lo inesperado, la bandada de palomas, las
Madres de la Plaza de Mayo, irrumpen en cualquier momento para desbaratar y
trastocar los cálculos más científicos de nuestras escuelas de guerra y de
seguridad nacional. Por eso no tengo miedo de sumarme a los locos… (…) Sigamos
siendo locos, madres y abuelitas de la Plaza de Mayo, gentes de pluma y de
palabra, exilados de dentro y de fuera. Sigamos siendo locos, argentinos: no
hay otra manera de acabar con esa razón que vocifera sus slogans de orden,
disciplina y patriotismo. Sigamos lanzando las palomas de la verdadera patria a
los cielos de nuestra tierra y de todo el mundo.»
Julio Cortázar, «Nuevo elogio de la
locura» (1982)
del libro Argentina: años de alambradas culturales”
Recuerdo que
cuando leí estas palabras, inmediatamente se me ocurrió un estribillo con una
precisa melodía que decía: «Sigamos
siendo locos, argentinos / sean eternos los laureles que supimos conseguir».
Aquel estribillo nunca llegó a desarrollarse como una canción completa, pero
vuelve muchas veces a mi memoria ante determinadas situaciones.
Indefectiblemente volvió el 30 de abril, en el 35º aniversario de esa gran
“locura” argentina, nacida del amor, la desesperación y la impotencia de algunas
pocas madres ante la desaparición de sus hijos y la falta de respuestas de
parte de las autoridades militares sobre sus paraderos.
Que Videla y
compañía no dieran respuestas tenía su lógica, ya que el golpe dado trece meses
antes tenía entre sus objetivos eliminar a lo mejor de la militancia política
de aquellos años. Menos lógico, para aquellas madres y en aquel momento, era
que la Iglesia también callara. La pregunta de Violeta Parra («¿Qué dirá el Santa Padre que vive en Roma /
que le están degollando a sus palomas?») una vez más contenía en sí misma
la respuesta.
Pero esas madres no estaban para poesía ni para resignaciones. Con una mezcla de audacia e ingenuidad, que con el tiempo, sumada a la testarudez, se demostró imbatible, un primer grupo de madres se dirigió a la Plaza de Mayo con la intención de llamar la atención y ser recibidas por las autoridades del gobierno de facto. Las puertas de la Casa Rosada continuaron cerradas para ellas y la policía les ordenó que circularan y ellas lo hicieron. Decidieron volver todos los jueves. Casi sin proponérselo habían nacido las rondas.
Otilia Acuña y Queca Kofman |
A la semana
siguiente la voz se había corrido y otras madres acudieron a la Plaza. La
soberbia militar las bautizó como las “locas de Plaza de Mayo”. También ellas,
como sus hijos, tenían que ser “invisibilizadas” de alguna manera. Pero a ellas
se les ocurrió ponerse un distintivo bien visible: un pañuelo blanco en la
cabeza hecho con la tela de los pañales que habían usado sus hijos. Pronto en
otras ciudades se comenzó a imitar estas rondas. Ahora esas madres ya eran las
Madres de Plaza de Mayo. En el mundo entero comenzaron a ser más conocidas y
admiradas que en su propio país, en el que funcionaba a la perfección ese manto
de censura, desinformación y terror al que Julio Cortázar, en el mismo libro
antes citado, comparó con un colador que «funcionó deliberadamente al revés»,
haciendo que a la gran mayoría de los argentinos les tocara «beberse el agua
tibia de los espaguetis».
Otros
deliberados coladores llegaron en “plena democracia”: esta vez quedaban en el
colador la verdad sobre los crímenes de lesa humanidad y a los argentinos les
tocaba beberse el agua tibia (y amarga) de la “obediencia debida” y el “punto
final”, de las “felices pascuas” y “la casa en orden”.
Celina "Queca" Kofman |
Aunque mucho
falta por hacer y, como bien dijo ayer en su breve discurso la inefable Celina
“Queca” Kofman en la Plaza del Soldado (Santa Fe), muchos genocidas se están
muriendo en la casi total impunidad, no es poco lo que se ha conseguido. En
especial, como la misma Queca y otras Madres en otros actos conmemorativos han
subrayado, su lucha ha parido nuevos hijos que no renunciarán fácilmente a la
verdad y a la justicia, a la verdadera democracia y a la libertad. Ni a las
“locuras” buenas, las que intentan de verdad “subvertir” un sistema que, si
bien está lejos de ser derrumbado, cada vez hace más evidentes sus límites y sus
contradicciones.
Fotografías: Enzo Valls
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