por Tito Alvarado
Pasó la batalla, ahora muchos seremos generales sin tropa. En un pasado artículo dije algunas verdades amargas, pocos se atrevieron a publicarlo. El resumen es que Chile era y es un desastre, nadie se entiende, nadie hace esfuerzos por la unidad bajo una bandera que sea de todos, cuando digo todos me refiero a la gente de a pie, los de las elites no necesitan nada que ya no tengan. Graficaba esta afirmación con que en el país había y hay tres grandes problemas, sin emprender la solución de estos no hay proyecto político que en verdad tenga valor:
1. es en manos de quienes están los recursos del país, me refiero a la minería y otros. Mientras estos sigan estando en manos privadas y extranjeras, el país no contará con los recursos para ninguna propuesta seria;
2. el agua, Chile se está convirtiendo en un desierto, los ríos llevan menos de la mitad de su caudal, llueve menos, para peor, algunas empresas tienen derechos sobre los ríos, más de cien comunas viven con agua prestada y de parte de los gobiernos pasados y presente no hay una política de largo aliento para solucionar este problema, todo esto implica la pérdida de humedad y un cambio en la vegetación ¿el destino de Santiago, será el de Ciudad del Cabo, con cero agua?;
3. los políticos profesionales, cada uno enfrascado en su ego y en los intereses de su clase, mientras el pobrerío queda a merced de sus propias capacidades, que siempre son infinitamente inferiores. La forma de hacer política: sembrar el miedo, el desprecio, decir una cosa y hacer otra, posponer la solución de los problemas, estar alejados del sentir de la gente y de las soluciones, etc. Los políticos se plantean como la solución, cuando en realidad son parte del problema.
Ahora el desastre es que nos quedamos sin opciones, esto vale para antes y para después del plebiscito. En otras palabras las dos posibilidades: apruebo o rechazo eran y son un desastre. No se requiere ser docto en nada para darse cuenta que los políticos viven en su nube, sin poner los pies en tierra o dicho de otra manera, los de abajo estamos desamparados, pero seguimos siendo un buen negocio para los aspirantes a algo y para los causantes de la pobreza. Solo veamos cómo se usan los recursos del estado para enriquecer, aun más, a los dueños del capital.
Si se aprobaba la propuesta de constitución, esta tenía tres puntos claves que la volvían sal y agua, ganando el apruebo el neoliberalismo quedaba intacto, el pueblo llano no ganaba nada, excepto el hecho volátil que sería la primera vez que el pueblo participaba, tangencialmente, en el proceso constituyente, de una manera compungida o negociada para no causar daño al sistema. No recuperaba los recursos básicos para el país (cobre, litio y otros), no echaba por tierra ese engendro nada democrático de los dos tercios, la minoría seguiría mandando con su poder de veto, no partía de cero con autoridades nuevas encargadas de legislar en base a la nueva constitución. Ha ganado el rechazo, lo cual significa una segunda oportunidad para elaborar una nueva propuesta de constitución, pero, si empleamos el modo de asegurarle a los poderes fácticos su mejor parte del pastel, no habrá Asamblea Constituyente como expresión popular con plenos poderes, y sin ella, volveremos a vivir la agonía de querer que las palabras digan lo que en la realidad no dicen los hechos.
Este tremendo remezón, que debe significar la amplia mayoría que ha rechazado la propuesta de nueva constitución, ha sido posible en parte con la inexcusable ayuda del gobierno con sus medidas e intentos antipopulares: oponerse a un nuevo retiro de los contribuyentes de las AFP presentando una propuesta peor que el retiro de un 10%, ninguna se aprobó, es decir a los dueños de ahorros se les quita, por ley y ceguera política, el derecho a hacer usufructo de lo que es suyo; el intento de cerrar la fundición de Ventanas, lo cual sería un descalabro económico para quienes viven de la pequeña minería; la desastrosa intervención en el territorio mapuche (Wallmapu) que ha culminado con la detención de un representante de la causa mapuche, Héctor Llaitul. Tres desaciertos que benefician a algunos de arriba y a nadie de los de abajo, nosotros, el pobrerío. A esto podemos agregar la peregrina intervención del ejecutivo sembrando la duda con el anuncio de un posible triunfo del rechazo. En realidad no se sabe para quién trabaja el gobierno, si nos remitimos a los hechos o no saben para donde van o van calladamente por la senda fijada por los dueños del poder, sea por miedo a los de arriba y más miedo a los de abajo o por inclinación ideológica con el sistema.
Pero el problema viene de antes, nada nuevo y distinto se podrá conseguir empleando los mismos viejos métodos: resolver entre cuatro paredes los asuntos que nos incumben a todos, emplear el desprecio al pueblo como línea divisoria, hacer de la democracia una palabra sin ninguna significación, poner zancadillas a quienes tengan ideas que pueden funcionar, la estrategia de la traición, las amenazas, el asesinato, la cooptación, todo esto bajo una andanada de mentiras para que olvidemos y nos enajenemos de nuestros intereses.
Lo peor es que Chile tenía dos derechas, la tradicional, de pocas luces y mucha gula monetaria, y la concertación, ese monstruo de varias cabezas con la facultad de reinventarse en versión ampliada: nueva mayoría. Ahora, los seis meses de escaramuzas del actual gobierno pueden ilustrarnos de hacia dónde van los tiros, el resultado es que estamos frente a tres derechas, dos de ellas participando en el actual gobierno y la otra, una sola con dos cuerpos y muchos pies para el pataleo, por si acaso los que gobiernan quieren envalentonarse. Los políticos con sus egos floridos han convertido la política en un esperpento monstruoso, gente de mucho mirarse en un espejo, pero ciegos y sordos ante las demandas populares, ellos no saben, ni quieren saber, ver la realidad del otro Chile que sobrevive con menos de un salario digno, tampoco tienen la valentía para enfrentar el desmantelamiento del más retorcido experimento del capitalismo: el neoliberalismo, que es la conversión del estado nacional en un simple apéndice del capital transnacional con todas las lacras y triquiñuelas sufridas por el pueblo, con una apariencia de éxito bajo un endeudamiento de por vida.
Y bueno, podemos seguir quejándonos o señalando donde el zapato nos aprieta el pie, ni lo uno ni lo otro sirve si no asumimos el análisis con una propuesta que proyecte la esperanza. Ha ganado el rechazo propiciado por la derecha, pero no es una victoria de esa derecha cavernaria, el 62 por ciento alcanzado por la opción rechazo se puede entender como una repulsa a los que con el discurso dicen una cosa y con los hechos implementan otra. Ahora el desafío es o comprendemos cómo se ha manifestado el pueblo (la gente que sobrevive al flagelo del neoliberalismo) o seguimos inventando enemigos y soluciones, que en esencia son humo, descargando en otros nuestras propias culpas.
Nada podemos esperar que no sea resultado de la lucha, las tres derechas actúan y actuarán, con pequeñas confrontaciones, mientras los problemas reales siguen su curso hacia el no retorno, salvo que el pueblo se levante e imponga una voluntad constructora de un orden social de nuevo tipo, capaz de implementar las soluciones que necesita la mayoría. He aquí el dilema: con qué herramientas, con quiénes, cómo, cuándo, en fin, preguntas para responder bajando una botella si nos queremos dar de listos elaborando respuestas con apego a los clásicos. Cada momento tiene sus protagonistas. ¿Quién dirigió el estallido? ¿qué muestras de creación heroica dieron quienes se movilizaron? ¿cómo reaccionaron las élites asustadas? ¿con qué herramientas se interpreta ese momento de fresca lucidez y al mismo tiempo creativa locura? Temas profundos para un estudio concienzudo, tarea a emprender sí de verdad queremos aprender de los hechos. De momento lo importante es estar donde hay que estar. Un rechazo formidable, algo así como una patada donde duele, al sistema y sus sostenedores, todos ellos leerán este golpe al ego como mejor les convenga, la verdad irá por otro carril. Aquí se trata de apuntarle a lo simple y complejo: cambio de sistema, revolución cultural y social. Sí nos remitimos al asunto de la constitución, viviremos en el limbo de continuar con una constitución herencia del fascismo, modificada por los medias tintas de siempre. Los problemas seguirán acumulándose con soluciones de parche, hasta que otra vez copemos las calles con un nuevo estallido, será la expresión de una bronca incontenible, la audacia será transformar ese estallido en fuerza capaz de cambiar de sistema político.
Lo que el país requiere no son palabras más, palabras menos con nulo significado, es un cambio total, una revolución donde se recuperen las riquezas, que en esencia son de todos, pero están enajenadas; recuperar las empresas que históricamente han sido del estado; solucionar el problema Mapuche, que es el problema de ser dueños colectivamente de la tierra y gobernar en ella; enfrentar los desafíos de dar soluciones de largo aliento para dotar de agua a todo el país; implementar la puesta al día de la producción de riquezas; dar un salario digno, acorde con el bienestar de la gente; poner la educación y la salud al alcance de quienes la necesitan. Ya basta de querer edulcorar lo que en esencia es amargo: el capitalismo. Chile no es de unos pocos, es de todos los chilenos. Para que la dignidad sea costumbre, hay que avanzar hacia una forma de vida con justicia social y desarrollo de todo nuestro potencial creador. Se requiere hacer política desde las necesidades de la gente, no esperemos que otros vengan con las soluciones, desarrollemos capacidades para generarlas e implementarlas nosotros mismos. Creación heroica dijo Mariátegui, sí, para un cambio social permanente con la participación plena de los actores ninguneados por el sistema. Si aun les queda dignidad a algunos, deberían renunciar y dejar el espacio libre a la fuerza arrolladora de la gente de a pie.
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