BILINGUE: ESPAÑOL - ITALIANO
REVOLUCIONARIA, MUJER, FEMINISTA
por Antonella Marazzi
Recordando el asesinato de Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht el 15 enero de 1919, publicamos la intervención de Antonella Marazzi en el Encuentro sobre Rosa Luxemburg - a 90 años de la muerte - organizado por Utopía Roja en Roma en septiembre de 2009. [la Redacción]
Rosa Luxemburg en 1893 |
Mi primer encuentro con Rosa se remonta a los comienzos mismos de los años 70, cuando, joven militante, intentaba darme una formación teórica de base con métodos tan apasionados como caóticos. Recuerdo que tuve la impresión de una mujer decidida, de fuerte personalidad política y brillantes dotes teóricas que atravesó como un cometa el horizonte político de la Segunda Internacional para acabar siendo asesinada por la contrarrevolución alemana, después de haber polemizado con algunas de las mentes revolucionarias de su época. En el curso de los años, volví sobre algunas de sus obras, siendo la última de ellas en orden temporal La Revolución rusa. El encuentro organizado en Roma por Utopía Roja a noventa años de su muerte me ha dado la oportunidad de reencontrarla. Y es así que he pasado con ella el último trozo de un calurosísimo verano, leyéndola sobre las ondas de un lago, en contacto inmediato con esa naturaleza que ella amó en sus múltiples aspectos y en la cual buscó sumergirse siempre que le fue posible.
A mi juicio, Rosa ha representado, de modo insuperable, el único ejemplo de mujer revolucionaria a tiempo completo que lograra practicar de modo concreto la fusión entre la militancia activa entre los movimientos de lucha de su época – como agitadora y dirigente – y el empeño teórico. Un empeño volcado en el campo de la polémica con algunos de los más famosos y prestigiosos intelectuales de su tiempo como Bernstein, Kautsky y el propio Lenin (además de Trotsky con quien estuvo con frecuencia de acuerdo). Una producción teórica dirigida a denunciar posiciones que, a sus ojos, representaban un peligro concreto en la vía de la revolución: contra el revisionismo de Bernstein (¿Reforma social o revolución?); contra la teoría leninista del partido (Problemas de organización de la socialdemocracia rusa) y contra la concepción burocrática de la relación entre movimiento de masa, partido y sindicato (Huelga de masa, partido, sindicatos); contra el nacional-chovinismo de Kautsky y de la mayoría del Spd a partir de 1907 (La crisis de la socialdemocracia); contra los peligros de degeneración de la revolución rusa del 17 (La Revolución rusa).
Tampoco hay que olvidar sus textos de economía política como la Introducción a la economía política y La acumulación del capital - en el cual se mide directamente con el Marx de El Capital - elaborados en el período en el que enseñó en la escuela de cuadros del Spd a partir de 1907. Por no hablar también de la prodigiosa mole de artículos publicados en los órganos de prensa del partido en los cuales militó y/o contribuyó a fundar: Partido socialdemócrata alemán (Spd), Partido socialdemócrata de Polonia y Lituania (Sdkpil), Spartakusbund, Kpd. Todo ello la coloca, única mujer en toda la historia del movimiento obrero de la Primera a la Tercera Internacional, en el mismo plano de personalidades político-revolucionarias consumadas como Lenin y Trotsky, que supieron unir la militancia activa a la cabeza de las masas en medio de las revoluciones sociales de su época a una producción teórica de alto nivel, íntimamente ligada a las temáticas que las tareas de la revolución mundial ponían al orden del día.
Pero ¿quién era esta mujer que supo conquistar un puesto de tanta autoridad en la socialdemocracia alemana y en la Segunda Internacional?
Rosa la revolucionaria
Rosa Luxemburg nació en Zamość, en la Polonia rusa, el 5 de marzo de 1871 – el mismo año de la Comuna de Paris – última de cinco hijos de una familia hebrea no observante. El padre era un comerciante de madera y la familia gozaba de una relativa prosperidad. Cuando Rosa tenía dos años, la familia se transfirió a Varsovia y allí la niña fue aquejada por un padecimiento en la cadera que, mal diagnosticado y curado, la obligó a guardar cama durante mucho tiempo y la afectó de modo negativo para el resto de su vida. Quizás también el tener que asumir esta minusvalidez contribuyó a hacer su carácter decidido e impávido. Desde la adolescencia expresó una fuerte personalidad, reacia a la autoridad y la disciplina, que la llevó ya desde los primeros años del liceo a entrar en contacto con el grupo clandestino Proletariat, apenas reconstituido, y a adherirse a este iniciando la actividad de agitación entre los estudiantes, tanto que en 1889 se vio obligada a emigrar a Suiza pues estaba apunto de ser arrestada y deportada a la Siberia.
Apenas con dieciocho años, se encuentra, por lo tanto, sola en tierra extranjera. Su ánimo no decae y se inscribe en la facultad de Filosofía de Zurich para luego pasar a la de Derecho y Ciencias Políticas, donde se graduará en 1897, con una tesis sobre el desarrollo industrial de Polonia, preparada mayormente en Paris1. Entra rápidamente en contacto con el ambiente de los refugiados políticos rusos y polacos y ahí, entre fines del 1890 ye inicios del 91, conoce a Leo Jogiches quien será su compañero de lucha y de vida.
Los años en Zurich son de formación teórica y dedicación política dirigida sobre todo a la construcción del Partido socialdemócrata polaco, transformado sucesivamente en Partido socialdemócrata de Polonia y Lituania, entre cuyos fundadores y dirigentes se encuentra junto a Leo.
En 1898 Rosa – que ya se había dado a conocer a nivel internacional en los dos congresos de Zurich (1894) y London (1896), donde había batallado a nombre del Sdkp contra el Pps (Partido socialista polaco) cuyas posiciones nacionalistas no compartía - decide partir a Alemania. Ya ha tomado la decisión de su vida. Rosa quiere ser una revolucionaria a tiempo completo y se da cuenta de que Alemania con su Partido socialdemócrata, el más grande y respetado de la Internacional, es el ambiente justo para sus objetivos.
En los próximos veinte años su actividad política estará ligada a la suerte de este partido y de este país. Mas no olvidará su tierra polaca y siempre llevara adelante la doble militancia, tanto que los avatares de su vida estarán vinculados de manera indisoluble a los de esos dos partidos y movimientos obreros: el alemán y el polaco.
Rosa Luxemburg en 1907 |
Así se dirigirá a Varsovia en 1906, en la época de la primera revolución rusa, donde será arrestada por su actividad revolucionaria junto a Jogiches, pero logrará regresar a Alemania, donde participa en todos los debates más importantes en el Spd y en la Internacional. En particular en la batalla contra el militarismo y el nacional-chovinismo, que se afirmarán de manera definitiva con la votación en el Parlamento de los créditos de guerra propuestos por los diputados del Spd. Desde ese momento, con el fin de facto de la Segunda Internacional y la transformación de la naturaleza de la socialdemocracia alemana en partido defensor de los intereses de la burguesía nacionalista y guerrerista, Rosa luchará por la reconstitución de una fuerza marxista revolucionaria que verá la luz con la fundación del Spartakusbund, del cual ella misma escribirá el programa, que luego se disolverá en el Kpd, el Partido comunista polaco, fundado por Rosa, Leo Jogiches y Karl Liebknecht en diciembre de 1918, pocos días antes de que fueran asesinados.
Cuando estalla la revolución rusa del 17, Rosa se pone con entusiasmo del lado de los bolcheviques, pero ello no le impedirá advertir a los compañeros rusos acerca de los peligros del partido único, centralizador e inhibidor de la democracia de los soviets. También critica la disolución de la asamblea constituyente, la distribución de tierras a los campesinos y la firma del tratado Brest-Litovsk. Lo hace en el verano de 1918, desde la cárcel, donde pasará la mayor parte del periodo entre el 1915 y el 1918. En plena revolución, será bárbaramente asesinada a sangre fría en enero de 1919 junto a Karl Liebknecht (Leo Jogiches será asesinado en el marzo sucesivo) por la acción represiva de los Freikorps del gobierno socialdemócrata de Scheidemann y Ebert.
Rosa había decidido muy tempranamente dedicar totalmente su existencia a la causa revolucionaria. Hay una frase reportada por Lelio Basso en su prefacio al volumen que recoge las cartas a Leo2, escrita por Rosa a los 17 años en el reverso de una fotografía regalada a una compañera de escuela, que es muy significativa para comprender las profundas motivaciones de esta elección. Rosa escribe:
«Mi ideal es el régimen social en el que pudiera con la conciencia tranquila amar a todo el mundo. Tendiendo hacia este fin y en su nombre, sabré quizás algún día también odiar».
Esta joven de 17 años, que en aquel entonces ya militaba en el grupo Proletariat, tenía claro que para alcanzar su ideal tendría que luchar denodadamente, utilizando las armas de la política revolucionaria. Intuía que para poder practicar ese amor hacia los demás al cual tendía naturalmente su ánimo, tendría también que forzar su índole verdadera, tendiente al bien y al amor, y usar todas sus capacidades intelectuales y humanas para destruir la sociedad imperialista que con su bárbara explotación impedía el despliegue de las mejores potencialidades de la especie humana.
Rosa la mujer
Rosa escogió, por lo tanto, su camino de revolucionaria porque sabía que no tenía alternativas y lo hizo con rara coherencia. No creo que experimentase un placer particular en su actividad de agitadora, periodista y teórica. Lo que hacía lo entendía como deber irrenunciable hacia sí misma y sus propios ideales. Era sin dudas ambiciosa, mas no amaba el poder por el poder mismo. Sus batallas en el Spd y en la Internacional no estaban dirigidas a hacer carrera o gratificar su ego: ella veía el éxito de sus posiciones como un medio para difundir las ideas que consideraba justas e importantes para la causa revolucionaria. Quería adquirir influencia, no conquistar poder.
Ello se deduce de su rigor teórico, como de su corrección política, pero más aun de las cartas – en primer lugar a Leo – en las cuales Rosa evidenciaba sus verdaderos estados de ánimo. En muchos pasajes se intuye cuan pesada debía serle su actividad. La política era también una realidad entretejida de intrigas, envidias, carrerismo, traiciones contra las cuales – como afirma Lelio Basso “se despedazaba el idealismo militante” de Rosa3. A propósito de su idealismo, Rosa, en el 1899 escribe así a Leo:
«la suprema ratio a la cual he llegado a través de mi experiencia revolucionaria polaco-germana es la de ser siempre uno mismo, sin tener en cuenta el ambiente y los otros. Y yo soy y quiero seguir siendo una idealista»4.
Un aspecto importante de su idealismo estaba constituido por su tendencia “a ser buenos” expresada más de una vez en sus cartas y presente hasta el fin de su vida. Escribiendo a Hans Diefenbach el 5 de marzo de 1917 desde la cárcel, afirma:
«Por lo demás, todo sería más fácil de soportar si no me olvidara la ley fundamental que me he prefijado como regla de vida: ser buenos, he ahí lo esencial. Ser buenos, muy simplemente. Es eso lo que abarca todo y vale más que toda la pretensión de tener razón»5.
¡Pero no debía ser fácil seguir este ideal en política! Y de hecho, acerca de los peores aspectos de la política, Rosa no duda en escribir, una vez más a Leo, en 1905:
«Ayer estaba casi decidida a abandonar “de golpe” toda esta “maldita política” o más bien esta cruenta parodia de la vida “política” que conducimos y mandar al diablo a todo el mundo»6.
Rosa era una óptima oradora, una verdadera atracción en sus comicios, y también en las intervenciones polémicas en el interior del Spd y de la Internacional se transparenta – en los testimonios y en lo que cuenta ella misma – la carga, la agudeza y la brillantez de su pensamiento. Sin embargo eso no debía serle inocuo dada la frecuencia con que en sus cartas se lamenta de la fatiga física y sicológica que acompañaba su actividad de agitadora y teórica.
Sufría de migrañas frecuentes y agudas y de desórdenes estomacales. Con una lectura sicosomática moderna, esos malestares se pudieran interpretar como una somatización debida al stress emotivo y psíquico que acompañaba su trabajo. Creo que, de haber podido, se habría dedicado a una actividad del todo diferente de la política. En una carta escrita desde la cárcel a Sonia Liebknecht, esposa de Karl, en mayo del 17, afirma:
«en lo profundo de mí me siento más en casa en un pedacito de jardín como aquí, o en un campo entre los abejorros y la yerba, que… en un congreso de partido… No obstante todo espero morir en la trinchera: en una batalla callejera o en la cárcel. Pero en la parte más intima soy más afín a las avecillas canoras que a los “compañeros”»7.
Le encantaban las matemáticas, la botánica, la zoología, la literatura, el arte; le gustaba dibujar y pintar y tenía dotes también en este campo. Sobre todo en sus periodos de inactividad forzada en la cárcel, se dedicaba – siempre que podía – al cuidado y estudio de las plantas, cultivándolas y llenando herbarios. Amaba a los animales y su compañera predilecta era la gata Mimi de la cual se preocupaba constantemente en los períodos de encarcelamiento. En particular en las cartas escritas en los últimos periodos de su vida transcurrida en prisión (1915-1918) a Luise Kautsky, Gertrud Zlottko (su doméstica), Sonia Liebknecht, Hans Diefenbach, se extendía al hablar de los pájaros, las abejas, las hormigas, las flores que veía a su alrededor y que frecuentemente cuidaba. Así como se detenía en temas de literatura, arte, ornitología, geología8.
Y sin embargo había un deber imprescindible que le imponía echar a un lado su verdadera naturaleza para atender las tareas revolucionarias.
Era el mismo código ético que gobernaba sus relaciones interpersonales. Rosa no se entregaba fácilmente a la amistad. Debía tener la certeza de poder depositar completa confianza en las personas a las cuales se abría. Ejemplo de ello es su relación con Luise y Karl Kautsky. Con este último no tuvo nunca un verdadero lazo de amistad, más bien de colaboración política, hasta la ruptura; pero lo juzgaba negativamente en el plano personal. Con Luise, por años, más que de amistad se trató de relaciones de buena vecindad, más bien formales. A veces Rosa evitaba las invitaciones a la casa de Kautsky. Todo ello se transparenta en sus juicios expresados acerca de la pareja, en sus cartas a Leo9.
Solo más tarde, en particular después de la ruptura con Karl, su relación con Luise se transformó en una verdadera amistad y sus cartas se hicieron más intimas. Pero en general era una mujer reservada, celosa de su propia autonomía y libertad. Necesitaba momentos de silencio y soledad, un espacio privado en el cual vivir consigo misma o, al máximo, con Leo.
Rosa concebía la amistad como algo absoluto, como por otra parte el amor. Cuando se abría, lo hacía de manera total – como saben hacerlo con frecuencia las mujeres – con sinceridad y franqueza que desarmaban y de manera limpia, sin incertidumbre. Pero pretendía de los otros la misma quemante sinceridad: porque su rigor ético le hacían insoportables la ambigüedad e hipocresía.
En una carta a Hans Diefenbach escrita el 7 de enero de 1917 - a propósito del fin del matrimonio de Clara Zetkin con el segundo marido, Friedrich Zundel, al cual su amiga le niega el divorcio desde inicios de la guerra – Rosa, muy duramente, afirma:
«El drama de Sillenb10 ha sido para mí un golpe más duro de lo que pueda imaginar. Un golpe dado a mi paz interior y a mi amistad. Me exhortará usted a la compasión. Sepa que siento y sufro por toda criatura. […] Mas, dígame, ¿por qué no debería aquí sentir piedad por la otra parte, quemada viva y, en cada día concedido por Dios, obligada a pasar por los siete círculos del infierno dantesco? Pero más aun, mi piedad como mi amistad tienen muy nítidos confines: terminan inexorablemente allí donde comienza la mezquindad. En efecto, mis amigos deben someter a las exigencias más rigurosas no solo sus vidas oficiales, sino también las privadas. Por un lado enunciar grandes frases sobre la “libertad individual” y en la vida privada someter a un alma humana con una pasión insensata, esto no lo comprendo y no lo perdono. Constato en esto la ausencia de dos elementos fundamentales de la naturaleza femenina: la bondad y la dignidad».
Idéntico rigor en el comportamiento, pretendía Rosa en el campo del amor. En cierto sentido, creo que en ella – junto al amor por el hombre amado – estuviera presente al mismo tiempo también el “enamoramiento por el amor en sí”: Rosa, en sustancia, estaba “enamorada del amor”. En una carta a Sonia Liebknecht del 24 de noviembre de 1917, a propósito escribe:
«¡Y cómo comprendo que esté enamorada “del amor”! Para mí el amor ha sido (¿o es?…) siempre más importante, más sagrado que el objeto que lo suscita. Porque permite ver el mundo como una fábula espléndida, porque hace emerger del ser humano lo que él hay de más noble y bello, porque eleva aquello que hay de más común y humilde y lo adorna con brillantes y porque permite vivir en la ebriedad, en el éxtasis…»11.
Rosa, por ende, no era solo rigurosa, sino también apasionada y exigía del otro una pasión equivalente. Ello es evidente, sobre todo, en su relación con Leo Jogiches, que fue el amor de su vida, el lazo afectivo más importante.
Se habían conocido en Zurich, en el 1890-91, refugiados políticos ambos, y su amor duró cerca de 15 años, hasta el 1906, al momento en que fueran arrestados en Varsovia. Eran dos personalidades profundamente distintas y la relación entre ellos fue tan profunda como controvertida. Lo podemos reconstruir solo a través de las muchísimas cartas (cerca de 900) de Rosa a Leo que nos quedan, pues las de Leo se perdieron. Sin dudas estas cartas representan el mejor instrumento para comprender la compleja personalidad de Rosa, porque en ellas se mezclan los dos elementos determinantes de esa relación: la actividad político-revolucionaria y el amor.
En su necesidad constante de absoluto, Rosa deseaba construir una relación que fuera expresión de una fusión total con el amado: una fusión en la cual pasión revolucionaria y pasión amorosa se compenetrara de modo inextricable. En sus cartas se hace evidente esta necesidad totalizadora, sus intentos de realizarla y, en fin, su derrota. Porque esta tensión binaria choca inexorablemente, y desde el inicio, con la personalidad de Leo: un hombre introvertido, profundamente cerrado y bloqueado en el plano emocional, con una estructura caracterológica muy compacta, así como Rosa lo describe a través de los reproches y apremiantes pedidos que le dirige.
Leo nació en 1867 en Vilnius y desde muy joven se había politizado, poniéndose en contacto con la organización populista y terrorista Narodnaja Volja, luego abandonada para adherirse al marxismo. De esta primitiva experiencia había recabado el método conspirativo y clandestino de entender el empeño político que mantendrá como elemento característico de toda su militancia revolucionaria. Dotado de óptimas cualidades organizativas fue – junto a Rosa que era la inspiradora teórica - uno de los fundadores del Partido socialdemócrata polaco y después del Spartakusbund y del Partido comunista polaco. Sin su inagotable y extenso trabajo organizativo ninguno de los partidos antes mencionados habría probablemente visto la luz y podido operar.
También Leo amaba a Rosa y la amó por toda la vida. Pero su estructura caracterológica muy introvertida y su personalidad autoritaria y con frecuencia arrogante le impedían expresar abiertamente las propias emociones, el amor, la ternura, el abandono, tal como Rosa habría querido y como hacía constantemente en sus cartas, arriesgándose a las reprimendas de él. En una bellísima y desgarradora carta escrita en la noche del 16 de julio de 1897, Rosa desnuda una vez más su alma, revelando a Leo toda su desesperación por la frialdad del y su desesperada necesidad de amor. La escribe a un hombre que vive en otra casa a unas decenas de metros de la suya, un hombre que la ha dejado apenas sin comprender ni acoger el deseo de Rosa de una relación amorosa física con él. No hay reproches ni recriminaciones en las palabras que Rosa dirige a Leo, mas en ellas se expresa la conciencia lúcida y desgarradora de no poder penetrar en el ánimo del amado y sobre todo de no poder ser acogida en su propio deseo de amar. Como si la frialdad de Leo hiciera vano el amor de Rosa. Pasarán los años, la unión entre ellos continuará. Pero no cambiará la cualidad de su recíproco amor12.
Fue Rosa, en la primavera de 1907, quien rompió la relación. Las verdaderas motivaciones de la ruptura no han sido aclaradas. El principal biógrafo de Rosa, P. Nettl, afirma en tal sentido:
«Su amor por Jogiches concluyó bruscamente… cuando supo que algunas de las puertas para ella cerradas le habían sido abiertas a otra persona»13.
Admitiendo que Leo haya frecuentado brevemente a otra mujer, poco después de su fuga de la cárcel (febrero de 1907), la impresión que de ello se deriva es que la mutua relación hubiera llegado a una disyuntiva porque Rosa ya no soportaba los silencios y la frialdad de Leo, el encierro de los sentimientos más íntimos y las partes más ocultas de la personalidad de él. Evidentemente la incesante necesidad de sinceridad y de fusión total se había hecho insostenible e impostergable, frente a lo cerrado de aquel hombre tan amado y tan poco disponible a desnudar la propia intimidad del modo en que ella lo hacía. Una vez más, el rigor ético de Rosa hizo que la ruptura afectiva fuese definitiva. Creo que, a propósito, sea reveladora una frase que escribiera a Matilde Jacob en una carta del 9 de abril de 1915, es decir muchos años después de la ruptura:
«Sigo siendo de la idea que el carácter de una mujer se mide no cuando comienza un amor, sino cuando termina»14.
Leo nunca aceptó el final de la relación y más de una vez trató de hacerla cambiar de idea, incluso con comportamientos agresivos y amenazad, según cuanto afirma P. Nettl15.
Mantuvo las llaves de su casa común en Berlín y con frecuencia incursionaba allí de manera imprevista, tanto que finalmente Rosa, aunque estaba muy apegada a la casa, cambio de apartamento.
Sin embargo, la intransigencia de Rosa se detuvo ante la relación política que no sufrió alteraciones. Pero la intimidad y la complicidad habían terminado y las cartas que escribió a Leo a partir de 1907 presentan un estilo absolutamente formal e impersonal, como si se estuviera dirigiendo a una persona distante miles de años luz. Solo Rosa conoció el desgarramiento y el dolor que debió costarle el continuar militando junto al hombre tan amado en otro tiempo, como si nada hubiera cambiado.
Sucesivamente tuvo otras relaciones afectivas: con dos hombres más jóvenes y de personalidad menos fuerte que la suya – Konstantin Zetkin, hijo de Clara, y Hans Diefenbach. Pero la intensidad de estas relaciones jamás alcanzó los niveles de la pasión absoluta expresada hacia Leo. Como si Rosa, después de esta experiencia, hubiera intuido que su deseo de una fusión existencial total con el ser amado fuera irrealizable.
En el último y trágico periodo de su existencia, estos dos seres tan disímiles en el carácter cuanto idénticos en la dedicación a sus ideales, se volvieron a acercar. En el Berlín revolucionario de 1918, Leo cuidó y protegió a Rosa cuanto pudo, dentro y fuera de la cárcel. Tras la muerte de ella, sus últimos dos meses de vida los dedicó a la investigación y la denuncia de los autores del asesinato de su antigua compañera.
Rosa la feminista
Cuando Rosa llegó a Berlín en el 1898 e iniciara su actividad en el Spd, los dirigentes del partido trataron de dirigir sus inagotables energías y su ardor revolucionario hacia la labor, tranquilizadora y descentrada, entre las mujeres este era el “destino natural” de las militantes, no solo en la socialdemocracia alemana, sino en toda la Internacional. En esa época, incluso entre los marxistas, lo que prevalecía en la práctica era un comportamiento machista y paternalista en relación a las mujeres (defecto este que, aun hoy en día, está lejos de haber desaparecido), más allá y no obstante las posiciones teóricas abstractas a favor de la emancipación femenina. Así, la cuestión femenina era una problemática de importancia secundaria, relegada a la atención exclusiva de las militantes, que difícilmente frecuentaban como protagonistas la escena política más general.
Clara Zetkin y Rosa en 1910 |
Por lo demás, se consideraba – con una visión optimista e ingenuamente evolucionista – que, con la derrota del capitalismo, el problema de la discriminación y subordinación femenina se resolvería automáticamente por la actuación concreta, en el plano del derecho a la paridad entre los sexos, en la óptica de la construcción de una sociedad socialista. El movimiento revolucionario de la Primera y Segunda Internacional nunca se planteó de manera concreta el problemático hecho de que la discriminación hacia las mujeres tiene raíces en tiempos antiquísimos de la historia humana y que el poder del hombre sobre la mujer se ha expresado en la estructuración de una sociedad, en primer lugar, patriarcal (y solo sucesivamente de clase) transmitida de manera transversal a través de varios tipos de sistemas económico-político-sociales conocidos por la humanidad, hasta desembocar – casi inalterada – en los amplios brazos del capitalismo. La necesidad consiguiente de una lucha implacable contra el patriarcado habría podido ser realizada justamente por la Tercera Internacional, pero la contrarrevolución estalinista truncó – junto a tantas otras cosas – la afirmación posible de un feminismo revolucionario capaz de conducir al centro de la experiencia revolucionaria sucesiva al Octubre ruso, los contenidos de una lucha libertaria contra la discriminación entre los sexos y la opresión de la mujer, mediante una liberación efectiva de todos, mujeres y hombres.
Volviendo a la socialdemocracia alemana, a caballo entre el XIX y el XX, la política “verdadera”, aquella que se medía con las problemáticas al centro del debate de la Segunda Internacional – la cuestión nacional, el revisionismo, el nacional-chovinismo, la concepción del partido, la democracia directa, etc. – estaba dominada de modo inexorable por hombres y las mujeres eran, en el mejor de los casos, espectadoras o, al máximo, comparsas que se limitaban a votar las resoluciones presentadas por los compañeros (con la única otra excepción de Clara Zetkin).
Al contrario, Rosa irrumpe en la escena y lo hace como protagonista. Rechaza desdeñosamente, por lo tanto, el intento masculino de relegarla en el «ghetto» de las mujeres. De la cuestión femenina nunca se ocupará en primera persona, aun cuando seguirá sin dudas las iniciativas conducidas por la organización femenina del Spd, cuya dirección la ocupaba su amiga y compañera Clara Zetkin, única mujer que participara activamente, junto a Rosa, en la batalla política contra la degeneración chovinista de la socialdemocracia.
Y sin embargo opino que Rosa pueda ser considerada plenamente una auténtica feminista revolucionaria, a la par de Clara Zetkin y Alexandra Kollontaj. A continuación trataré de sustentar tal afirmación.
1. En primer lugar, las elecciones de su existencia. Adolescente aún, toma conciencia de la barbarie del sistema capitalista dominante y decide dedicar su vida a subvertirlo. A los 18 años se ve obligada por motivos políticos a huir clandestinamente de Polonia para refugiarse en Suiza, abandonando familia, afectos, seguridades. En Suiza estudia y se gradúa, intentando mantener su autonomía económica, contribuye a fundar el Partido socialdemócrata polaco, se forma como marxista. En 1898 decide transferirse a Alemania y desarrollar su actividad revolucionaria en el epicentro de la Segunda Internacional, el Spd, el partido de mayor autoridad y con más seguidores entre las masas. No duda en lanzarse en las más encendidas polémicas contra los grandes teóricos del marxismo (todos varones), así como no vacilará en participar en primera persona en los movimientos revolucionarios de su época. Irá a Varsovia en diciembre de 1905 durante la primera revolución rusa que estallara en el año precedente; será protagonista de la revolución alemana de 1918 hasta pagar su empeño con la propia vida.
Toda su actividad política estuvo signada por el rigor y la claridad teórica y en el comportamiento. Se mantuvo distante de las mezquindades y bajezas del ambiente político, rechazando los aspectos más decadentes del modo “masculino” de hacer política, hecho de engaños, traiciones, inconsistencias, ataques personales, envidias. A estos buscará contraponer un estilo de polémica y de confrontación que por duro que fuera, era correcto en el plano personal y riguroso en el teórico. Se midió de igual a igual con figuras consideradas las máximas personalidades del movimiento obrero de su época como Bebel, Bernstein, Kautsky, Bauer, Bucharin, Lenin, Trotsky, Parvus, Radek: siempre, como se ve, todas masculinas.
Se mostró segura y decidida en la defensa de sus propias posiciones, en la tranquila conciencia del valor propio, sin ceder ante un mundo político prevalentemente masculino que le contrapuso su actitud patriarcal y machista, llegando con frecuencia a considerarla una histérica conflictiva.
2. En sus relaciones interpersonales – y en primer lugar con Leo Jogiches, el compañero de su vida – tendió a construir relaciones basados en la paridad y autonomía recíprocas.
En lo que se refiere a su relación con Leo, sobre todo en los primeros años de la unión y hasta el traslado a Alemania, Rosa sufrió indudablemente la influencia de la personalidad de Leo, mayor no solo en edad sino también en experiencia revolucionaria. En las cartas Rosa le pide con frecuencia consejos y puntos de vista acerca de posiciones que ha tomado o del contenido de sus artículos y ensayos, pero nunca se le sometió. Siguió sus consejos y opiniones solo si estaba de acuerdo y no vaciló en rechazarlos cuando los consideró equivocados.
Leo estaba en desacuerdo con su traslado a Alemania, probablemente porque era celoso y temía perder influencia sobre ella – demostrando en esto ser súbdito de ese machismo que lo llevaba a considerar a Rosa como de su propiedad. Ella no lo secundó, aún cuando constantemente le manifestase su amor y su estima. Pero se negó a someterse a sus chantajes afectivos y realizó sus elecciones políticas y vivenciales en autonomía, aunque le expresara el deseo de vivir al lado de él. Ni siquiera se permitió el error de descargar los eventuales disensos políticos sobre sus relaciones personales y viceversa. Tanto es así que en el momento de la ruptura afectiva continuó colaborando estrechamente con él en el plano político, como lo demuestra la correspondencia posterior al 1906.
3. Rosa nunca renunció a su ser mujer, a su carácter impetuoso y apasionado, que sabía emocionarse ante el vuelo de un pájaro o una acuarela de Turner. En sus relaciones de amistad o de amor, no se avergonzaba de sus emociones y las mostraba con sencillez y transparencia superando la natural contención de su índole reservada. También en esto es fiel testimonio el epistolario dirigido a sus amigas y a los hombres que amó. El hecho de convertirse en lo que hoy llamaríamos una “mujer de carrera” en un mundo prevalentemente masculino, no la indujo a asumir las modalidades de comportamiento y relación típicas de ese ambiente – como ya hemos subrayado y como desgraciadamente hacen hoy en día la mayoría de las mujeres de carrera (también política), aún cuando a pesar de todo quieran aparecer como mujeres libres.
No renunció a su propia humanidad, a la capacidad de gozar o desesperarse, pero también de seguir amando la vida en sus múltiples manifestaciones y con ella a toda la especie humana a cuya redención dedicó la propia existencia.
En definitiva, creo que el feminismo sea incluso inconsciente en Rosa, pero, al ser concretamente practicado, se reencuentra en esta su capacidad de vivir en plena libertad interior, haciendo de esta libertad – en el plano práctico y teórico – el instrumento determinante de su lucha a favor de la liberación más general de la humanidad de la opresión y la explotación.
Para concluir
Al borde del abismo de la destrucción planetaria a la cual nos empuja a grandes pasos la barbarie de el capitalismo actual, rapaz y explotador, no hay a mi parecer duda alguna de que sobre todo a las mujeres – y a su intacta capacidad potencial de reconstruir allí donde se destruye, de cuidar y mitigar allí donde se mortifican y niegan la humanidad y dignidad de la especie – van confiadas las esperanzas de revuelta y renacimiento de la población humana. Cómo y cuándo, no lo sé. Pero no queda mucho tiempo.
En el intento de reconstruir in potencial subversivo capaz de volver a elevar los destinos de nuestra especie, la praxis y el pensamiento revolucionario de Rosa, unidos a su extraordinaria experiencia existencial, pueden constituir un luminoso punto de referencia.
BIBLIOGRAFÍA ESENCIAL
(en italiano)
Obras de Rosa Luxemburg
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Scritti politici, al cuidado de L. Basso, Ed. Riuniti, Roma 1967
Lettere 1915-1918, di K. Liebknecht e R. Luxemburg, al cuidado de E. Ragionieri, Ed. Riuniti, Roma 1967
Lettere ai Kautsky, al cuidado de L. Basso, Ed. Riuniti, Roma 1971
Introduzione all’economia politica, Jaca Book, Milano 1971 (1975)
Lettere a Leo Jogiches, al cuidado de F. Tych y L. Basso, Feltrinelli, Milano 1973 (1978)
Scritti sull’arte e sulla letteratura, al cuidado de F. Volpi, Bertani, Verona 1976
Lettere 1893-1919, al cuidado de L. Basso, Ed. Riuniti, Roma 1979
Tra guerra e rivoluzione, al cuidado de P. Bruttomesso, Jaca Book, Milano 1980
Lettere d’amore e d’amicizia (1891-1918), al cuidado de A. Bisceglie, Prospettiva ed., Roma 2003
La Rivoluzione russa e «La tragedia russa», al cuidado de R. Massari, Massari ed., Bolsena 2004
Obras sobre Rosa Luxemburg
G. Lukács, Storia e coscienza di classe (1923), Sugar, Milano 1970
F. Oelssner, Rosa Luxemburg, Rinascita, Roma 1953
P. Frölich, Rosa Luxemburg, La Nuova Italia, Firenze 1969 (Rizzoli, Milano 1987)
G. Badia, Il movimento spartachista. Gli ultimi anni di Rosa Luxemburg e di Karl Liebknecht, Samonà e Savelli, Roma 1970
Aa.Vv., Rosa Luxemburg vive, Jaca Book, Milano 1970
D. Guérin, Rosa Luxemburg e la spontaneità rivoluzionaria, Mursia, Milano 1974
M. Löwy, Dialettica e rivoluzione, Jaca Book, Milano 1974
Aa.Vv., Rosa Luxemburg e lo sviluppo del pensiero marxista, Mazzotta, Milano 1977
O.K. Flechtheim, Luxemburg-Liebknecht, Massari ed., Roma 1992 (1995)
C. Olivieri, Gli spartachisti nella rivoluzione tedesca (1914-1919), Prospettiva ed., Roma 1994
R. Massari, «Introduzione» a R.L., La Rivoluzione russa e «La tragedia russa», Massari ed., Bolsena 2004
D. Renzi - A. Bisceglie, Rosa Luxemburg. Gli irrisolvibili del socialismo scientifico, Prospettiva ed., Roma 2006
NOTAS
1 Para la parte biográfica, ver P. Nettl, Rosa Luxemburg, 2 voll., Milano 1970.
2 Ver R. Luxemburg, Lettere a Leo Jogiches, Milano 1978, p. 10.
3 Ibidem, p. 11.
4 Ibidem, p. 161.
5 R. Luxemburg, Lettere d’amore e d’amicizia (1891-1918), Roma 2003, p. 82.
6 R. Luxemburg, Lettere a Leo Jogiches, cit., p. 246.
7 Ibidem, p. 11.
8 R. Luxemburg, Lettere d’amore e d’amicizia, cit.
9 Ver R. Luxemburg, Lettere a Leo Jogiches, cit., pp. 176, 211.
10 Sillenbuch, localidad en la cual vivía Clara Zetkin. En R. Luxemburg, Lettere d’amore e d’amicizia, cit., pp. 79-80. Ver también G. Badia, Zetkin. Femminista senza frontiere, Roma 1994, p. 155.
11 Ibidem, pp. 107-8.
12 R. Luxemburg, Lettere a Leo Jogiches, cit., pp. 68-70.
13 P. Nettl, op. cit., vol. I, p. 42. Sobre los motivos de la ruptura, véase también, en el vol. II, las pp. 417-8.
14 R. Luxemburg, Storia d’amore e d’amicizia, cit., p. 67.
15 P. Nettl, op. cit., vol. I, p. 418.
Traducción: Omar Pérez
ITALIANO
ROSA LUXEMBURG: BUON COMPLEANNO! (150 E SEMPRE VIVA…)
RIVOLUZIONARIA, DONNA, FEMMINISTA
di Antonella Marazzi
Ricordando l’assassinio di Rosa Luxemburg e Karl Liebknecht il 15 gennaio 1919, pubblichiamo la relazione di Antonella Marazzi al Convegno su Rosa Luxemburg - a 90 anni dalla morte - organizzato da Utopia Rossa a Roma nel settembre 2009. [la Redazione]
Rosa Luxemburg nel 1893 |
Il mio primo incontro con Rosa risale ai primissimi anni ‘70, quando giovane militante cercavo con studi, tanto appassionati quanto caotici, di darmi una formazione teorica di base. Ricordo che ne ricevetti l’impressione di una donna decisa, dalla forte personalità politica e dalle brillanti doti teoriche, che aveva attraversato come una meteora l’orizzonte politico della Seconda internazionale per finire assassinata dalla controrivoluzione tedesca, dopo aver polemizzato con alcune delle più acute intelligenze rivoluzionarie della sua epoca. Nel corso degli anni avevo poi ripreso in mano alcune sue opere, ultima in ordine di tempo, La Rivoluzione russa. Il convegno organizzato a Roma da Utopia Rossa nel settembre del 2009 a novant’anni dalla sua morte mi ha fornito l’opportunità di incontrarla di nuovo. E così ho trascorso con lei l’ultimo scorcio di una caldissima estate, leggendola sulle sponde di un lago, a immediato contatto con quella natura da lei così profondamente amata in tutti i suoi molteplici aspetti e nella quale cercava di immergersi non appena poteva.
A mio avviso, Rosa ha rappresentato, insuperata, l’unico esempio di donna, rivoluzionaria a tempo pieno, che sia riuscita a praticare concretamente la fusione tra la militanza attiva nei movimenti di lotta della sua epoca - come agitatrice e dirigente - e l’impegno teorico. Un impegno speso sul campo della polemica con alcuni tra i più famosi e prestigiosi intellettuali del suo tempo, come Bernstein, Kautsky e lo stesso Lenin (oltre a Trotsky con cui fu spesso d’accordo). Una produzione teorica finalizzata alla denuncia di posizioni che ai suoi occhi rappresentavano concreti pericoli sulla strada della rivoluzione socialista: contro il revisionismo di Bernstein (Riforma sociale o rivoluzione?); contro la teoria leninista del partito (Problemi di organizzazione della socialdemocrazia russa) e contro la concezione burocratica del rapporto tra movimenti di massa, partito e sindacato (Sciopero di massa, partito, sindacati); contro il nazionalsciovinismo di Kautsky e della maggioranza del Spd (La crisi della socialdemocrazia); contro i pericoli di degenerazione della Rivoluzione russa del ‘17 (La Rivoluzione russa).
Da non trascurare sono anche i suoi testi di economia politica come l’Introduzione all’economia politica e L’accumulazione del capitale - in cui si misura direttamente con il Marx de Il Capitale - elaborati nel periodo in cui insegnò alla scuola quadri del Spd a partire dal 1907. Per non parlare poi della prodigiosa mole di articoli pubblicati sugli organi di stampa dei partiti in cui militò e/o che contribuì a fondare: Partito socialdemocratico tedesco (Spd), Partito socialdemocratico di Polonia e Lituania (Sdkpil), Spartakusbund, Kpd.
Tutto ciò la pone, unica donna di tutta la storia del movimento operaio internazionale dalla Prima alla Terza internazionale, sullo stesso piano di personalità politico-rivoluzionarie a tutto tondo come Lenin e Trotsky, che seppero unire la propria militanza attiva alla testa delle masse nel pieno delle rivoluzioni sociali della loro epoca ad una produzione teorica di alto livello, intimamente collegata alle tematiche che i compiti della rivoluzione mondiale ponevano all’ordine del giorno.
Ma chi era questa donna che seppe conquistare un posto così autorevole nella socialdemocrazia tedesca e nella Seconda internazionale?
Rosa la rivoluzionaria
Rosa Luxemburg nacque a Zamość nella Polonia russa il 5 marzo 1871 - lo stesso anno della Comune di Parigi - ultima di cinque figli di una famiglia ebrea non-osservante. Il padre era un commerciante di legname e la famiglia godeva di una relativa agiatezza. Quando Rosa ebbe due anni, la famiglia si trasferì a Varsavia e qui la bambina fu colpita da una malattia all’anca che, mal diagnosticata e curata, la costrinse a lungo a letto e la lasciò claudicante per tutta la vita. Forse anche dover fare i conti con questa menomazione contribuì a rendere il suo carattere deciso e impavido. Sin dall’adolescenza espresse una forte personalità, insofferente dell’autorità e della disciplina, che la portò già nei primi anni del liceo a entrare in contatto con l’appena ricostituito gruppo clandestino Proletariat e ad aderirvi iniziando l’attività di agitazione tra gli studenti, tanto che nel 1889 fu costretta a espatriare in Svizzera perché stava per essere arrestata e deportata in Siberia.
Appena diciottenne, dunque, si ritrova sola, in terra straniera. Non si perde d’animo e si iscrive alla facoltà di Filosofia di Zurigo per poi passare a quella di Diritto e Scienze politiche, dove si laureerà nel 1897, con una tesi sullo sviluppo industriale della Polonia, preparata prevalentemente a Parigi1. Entra subito in contatto con gli ambienti dei rifugiati politici russi e polacchi e qui, tra la fine del 1890 e l’inizio del 1891, conosce Leo Jogiches che sarà suo compagno di lotta e di vita.
Gli anni di Zurigo sono quelli della formazione teorica e dell’impegno politico finalizzato soprattutto alla costruzione del Partito socialdemocratico polacco, successivamente trasformatosi in Partito socialdemocratico di Polonia e Lituania, che la vede tra i fondatori e dirigenti insieme a Leo.
Nel 1898 Rosa - che si era già fatta conoscere a livello internazionale ai due congressi di Zurigo (1894) e di Londra (1896), dove aveva dato battaglia a nome del Sdkp contro il Pps (Partito socialista polacco) di cui non condivideva le posizioni nazionaliste - decide di lasciare la Svizzera per la Germania. La sua scelta di vita è ormai fatta. Rosa vuol essere una rivoluzionaria a tempo pieno, votata alla causa del socialismo e si rende conto che la Germania con il suo Partito socialdemocratico più grande e autorevole dell’Internazionale, è l’ambiente più adatto ai suoi scopi.
Nei successivi vent’anni la sua attività politica sarà legata alle sorti di questo Partito e di questo Paese. Ma non dimenticherà la sua terra polacca e il Sdkpil e porterà sempre avanti la duplice milizia, tanto che le vicende della sua vita saranno indissolubilmente legate a quelle dei due partiti e dei due movimenti operai: tedesco e polacco.
Così si recherà a Varsavia nel 1905, all’epoca della prima Rivoluzione russa, dove verrà arrestata per la sua attività rivoluzionaria insieme a Jogiches, ma riuscirà a tornare in Germania, dove partecipa a tutti i più importanti dibattiti nel Spd e nell’Internazionale. In particolare nella battaglia contro il militarismo e il nazionalsciovinismo, che si affermeranno definitivamente con la votazione al Parlamento dei crediti di guerra da parte dei deputati del Spd. Da quel momento, con la fine di fatto della Seconda internazionale e la trasformazione della natura della socialdemocrazia tedesca in partito difensore degli interessi della borghesia nazionalistica e guerrafondaia, Rosa si batterà per la ricostituzione di una forza marxista rivoluzionaria che vedrà la luce con la fondazione dello Spartakusbund, di cui Rosa stessa scriverà il programma, che poi si scioglierà nel Kpd, il Partito comunista tedesco, fondato da Rosa, Leo Jogiches e Karl Liebknecht nel dicembre del 1918, pochi giorni prima del loro assassinio.
Rosa Luxemburg nel 1907 |
Quando scoppia la Rivoluzione russa del ‘17, Rosa è entusiasticamente al fianco dei bolscevichi, ma ciò non le impedirà di mettere in guardia i compagni russi dai pericoli del partito unico, accentratore e inibitore della democrazia soviettista. Critica anche lo scioglimento dell’Assemblea costituente, la distribuzione delle terre ai contadini e la firma del trattato di Brest-Litovsk. Lo fa nell’estate del 1918, dal carcere, dove trascorrerà la maggior parte del periodo tra il 1915 e il 1918. Nel pieno della Rivoluzione tedesca, verrà barbaramente assassinata a sangue freddo nel gennaio del 1919 insieme a Karl Liebknecht (Leo Jogiches sarà assassinato nel marzo successivo) dall’azione repressiva dei Freikorps del governo socialdemocratico di Scheidemann ed Ebert.
Rosa aveva deciso molto precocemente di dedicare totalmente la propria esistenza alla causa rivoluzionaria.
C’è una frase riportata da Lelio Basso nella sua prefazione al volume che raccoglie le lettere a Leo2, scritta da Rosa a 17 anni sul retro di una fotografia regalata a una compagna di scuola, che è molto significativa per comprendere le motivazioni profonde di questa sua scelta. Rosa scrive:
«Il mio ideale è il regime sociale in cui si potrebbe con tranquilla coscienza amare tutti quanti. Tendendo a questo fine e in suo nome, saprò forse un giorno anche odiare».
Questa giovane di 17 anni, che all’epoca militava già nel gruppo Proletariat, aveva chiaro che per raggiungere quel suo ideale avrebbe dovuto battersi strenuamente, utilizzando le armi della politica rivoluzionaria. Intuiva che per poter praticare quell’amore verso gli altri cui tendeva naturalmente il suo animo, avrebbe dovuto anche forzare la sua vera indole, tendente al buono e all’amore, e usare tutte le sue capacità intellettuali e umane per distruggere la società imperialistica che con il suo barbaro sfruttamento impediva il dispiegarsi di tutte le migliori potenzialità della specie umana.
Rosa la donna
Rosa dunque scelse la sua strada di rivoluzionaria perché sapeva di non avere alternative e lo fece con rara coerenza. Non credo che provasse un piacere particolare nella sua attività di agitatrice, giornalista e teorica. Ciò che faceva lo intendeva come un dovere irrinunciabile verso se stessa e il proprio ideale. Era indubbiamente ambiziosa, ma non amava il potere per il potere. Le sue battaglie nel Spd e nell’Internazionale non erano finalizzate alla carriera o a gratificare il suo ego: ella intendeva il successo delle sue posizioni come un mezzo per diffondere le idee che riteneva giuste e importanti per la causa rivoluzionaria. Voleva acquisire influenza, non conquistare potere.
Ciò lo si evince dal suo rigore teorico, come dalla sua correttezza politica, ma ancor più dalle lettere - in primo luogo a Leo - in cui Rosa palesava i suoi veri stati d’animo. In molti passaggi si intuisce quanto dovesse pesarle la sua attività. La politica era anche una realtà intessuta di intrighi, invidie, carrierismo, tradimenti contro cui, - come afferma Lelio Basso, «s’infrangeva l’idealismo militante» di Rosa3. A proposito del suo idealismo, Rosa, nel 1899 così scrive a Leo:
«la suprema ratio alla quale sono arrivata attraverso la mia esperienza rivoluzionaria polacco-tedesca è quella di essere sempre se stessi, completamente, senza tener conto dell’ambiente e degli altri. Ed io sono e voglio restare un’idealista»4.
Un aspetto importante del suo idealismo era costituito dalla sua tendenza «all’esser buoni» più volte espressa nelle sue lettere e presente sino alla fine della sua vita. Scrivendo ad Hans Diefenbach il 5 marzo del 1917 dal carcere, afferma:
«Del resto tutto sarebbe più facile da sopportare se non mi dimenticassi la legge fondamentale che mi sono prefissa come regola di vita: essere buoni, ecco l’essenziale. Essere buoni, molto semplicemente. Ecco che comprende tutto e che vale di più di tutta la pretesa di avere ragione»5.
Ma non doveva esser facile in politica seguire questo ideale! E infatti, verso gli aspetti più deteriori della politica, Rosa non esita a scrivere, ancora una volta a Leo, nel 1905:
«Ieri ero quasi decisa ad abbandonare “di colpo” tutta questa “dannata politica”, o piuttosto questa parodia cruenta della vita “politica” che conduciamo e mandare al diavolo tutto il mondo»6.
Rosa era un’ottima oratrice, una vera trascinatrice nei suoi comizi, e anche negli interventi polemici all’interno del Spd e dell’Internazionale traspare - dalle testimonianze e da ciò che lei stessa racconta - la carica, l’incisività e la brillantezza del suo pensiero. Tuttavia ciò non doveva essere indolore se spesso nelle lettere si lamenta della fatica fisica e psicologica che accompagnava la sua attività di agitatrice e di teorica.
Soffriva di frequenti e acute emicranie e di disturbi allo stomaco. Con una moderna lettura psicosomatica, tali malesseri si potrebbero intendere come una somatizzazione dovuta allo stress emotivo e psichico che accompagnava il suo lavoro. Credo che, se avesse potuto, si sarebbe dedicata a tutt’altra attività che non quella politica. In una lettera scritta dal carcere a Sonia Liebknecht, moglie di Karl, nel maggio del ‘17, afferma:
«nel mio intimo mi sento molto più a casa mia in un pezzetto di giardino come qui, oppure in un campo tra i calabroni e l’erba, che non... a un congresso di partito...Nonostante tutto io spero di morire sulla breccia: in una battaglia di strada o in carcere. Ma nella parte più intima appartengo più alle cinciallegre che ai “compagni”»7.
Amava la matematica, la botanica, la zoologia, la letteratura, l’arte; le piaceva disegnare e dipingere ed era anche dotata in questo campo. Soprattutto nei suoi periodi di inattività forzata in carcere, si dedicava - per quanto poteva - alla cura e allo studio delle piante, coltivandole e riempiendo erbari. Amava gli animali e sua compagna prediletta era la gatta Mimì di cui si preoccupava costantemente nei periodi di carcerazione. In particolare nelle lettere scritte negli ultimi periodi della sua vita trascorsi in prigione (1915-1918) a Luise Kautsky, Gertrud Zlottko (sua governante), Sonia Liebknecht, Hans Diefenbach, si dilungava a parlare degli uccelli, le api, le formiche, i fiori che vedeva intorno a sé e che spesso accudiva. Così come si soffermava su letteratura, arte, ornitologia, geologia8.
E tuttavia c’era un dovere imprescindibile che le imponeva di mettere da parte la sua vera natura, per assolvere ai compiti rivoluzionari.
Era lo stesso codice etico che governava le sue relazioni interpersonali. Rosa non si concedeva facilmente all’amicizia. Doveva essere certa di poter riporre fiducia completa nelle persone cui apriva il suo animo. Ne è un esempio il suo rapporto con Luise e Karl Kautsky. Con quest’ultimo non ebbe mai un vero rapporto d’amicizia, piuttosto di collaborazione politica, fino alla rottura; ma lo giudicava negativamente sul piano personale. Con Luise per anni, più che di amicizia si trattò di rapporti di buon vicinato, piuttosto formali. Talvolta Rosa sfuggiva gli inviti a casa Kautsky. Tutto ciò traspare dai suoi giudizi espressi a più riprese sulla coppia, nelle sue lettere a Leo9.
Solo più tardi, in particolare dopo la rottura politica con Karl, il suo rapporto con Luise si trasformò in una vera amicizia e le sue lettere diventarono più intime.
Ma nel complesso era una donna riservata, gelosa della propria autonomia e libertà. Aveva bisogno di momenti di silenzio e solitudine, di uno spazio privato in cui poter vivere con se stessa o, al massimo, con Leo.
Rosa concepiva l’amicizia come qualcosa di assoluto, come del resto l’amore. Quando si apriva, lo faceva in modo totale - come sanno farlo spesso le donne - con una sincerità e una franchezza disarmanti e a tutto tondo, senza incertezze. Ma pretendeva la stessa bruciante sincerità dagli altri: perché il suo rigore etico le rendeva insopportabili ambiguità e ipocrisie.
In una lettera a Hans Diefenbach scritta il 7 gennaio del 1917 - a proposito della fine del matrimonio di Clara Zetkin con il secondo marito Friedrich Zundel, al quale la sua amica rifiuta il divorzio sin dopo la guerra - Rosa, molto duramente, afferma:
«Il dramma di Sillenb10 è stato per me un colpo più duro di quello che potete immaginare. Un colpo portato alla mia pace interiore e alla mia amicizia. Mi esorterete alla compassione. Sapete che sento e soffro per ogni creatura [...] Ma, ditemi, perché non dovrei qui provare pietà per l’altra parte, bruciata viva e, in ogni giorno concesso da Dio, obbligata a passare per i sette gironi dell’inferno dantesco? Ma di più, la mia pietà come la mia amicizia hanno dei confini molto netti: finiscono inesorabilmente laddove comincia la meschinità. In effetti i miei amici devono sottomettere alle esigenze più rigorose non soltanto la loro vita ufficiale, ma anche la loro vita privata. Ora enunciare grandi frasi sulla “libertà individuale” e nella vita privata asservire un’anima umana con una passione insensata, questo non lo capisco e non lo perdono. Constato in questo l’assenza di due elementi fondamentali della natura femminile: la bontà e la dignità».
Identico rigore nel comportamento, Rosa pretendeva nel campo dell’amore. In un certo senso, credo che in lei - insieme all’amore per l’uomo amato - fosse contemporaneamente presente anche «l’innamoramento per l’amore in sé»: Rosa, in sostanza era «innamorata dell’amore». In una lettera a Sonia Liebknecht del 24 novembre 1917, in proposito scrive:
«E come capisco che siate innamorata “dell’amore”! Per me, l’amore è stato (o è?...) sempre più importante, più sacro dell’oggetto che lo suscita. Perché permette di vedere il mondo come una fiaba splendida, perché fa emergere dall’essere umano cio che vi è di più nobile e di più bello, perché eleva ciò che vi è di più comune e umile e lo adorna di brillanti e perché permette di vivere nell’ebbrezza, nell’estasi...»11.
Rosa, dunque, non era solo rigorosa, ma anche appassionata ed esigeva nell’altro altrettanta passione. Ciò è evidente soprattutto nel suo rapporto con Leo Jogiches, che fu l’amore della sua vita, il rapporto affettivo più importante.
Si erano conosciuti a Zurigo, nel 1890-91, entrambi rifugiati politici, e il loro amore durò circa 15 anni, fino al 1906, al momento del loro arresto a Varsavia. Erano due personalità profondamente diverse e il loro rapporto fu tanto profondo quanto controverso. Lo possiamo ricostruire solo attraverso le moltissime lettere che ci rimangono di Rosa a Leo (circa 900), perché quelle di Leo sono andate perdute. Indubbiamente queste lettere rappresentano lo strumento migliore per capire la complessità della personalità di Rosa, perché in esse si mescolano i due elementi determinanti del suo rapporto con Leo: l’attività politica rivoluzionaria e l’amore.
Nel suo bisogno costante di assoluto, Rosa desiderava costruire una relazione che fosse espressione di una fusione totale con l’amato; una fusione in cui passione rivoluzionaria e passione amorosa si compenetrassero inestricabilmente. Dalle sue lettere si palesa evidente questo bisogno totalizzante, i suoi tentativi di realizzarlo e, infine, la sua sconfitta. Perché questa tensione binaria si scontra inesorabilmente, e sin dall’inizio, con la personalità di Leo: un uomo introverso, profondamente chiuso e bloccato sul piano emozionale, con una struttura caratteriale difensiva molto compatta, così come ce lo descrive Rosa attraverso i rimproveri e le pressanti richieste che gli rivolge.
Leo era nato nel 1967 a Vilna e sin da giovanissimo si era politicizzato venendo in contatto con l’organizzazione populista e terroristica Narodnaja Volja, poi abbandonata per aderire al marxismo. Da questa primitiva esperienza aveva mediato il metodo cospirativo e clandestino di intendere l’impegno politico, che manterrà come elemento caratteristico di tutta la sua militanza rivoluzionaria. Dotato di ottime qualità organizzative fu - insieme a Rosa che ne era l’ispiratrice teorica - uno dei fondatori del Partito socialdemocratico polacco e poi dello Spartakusbund e del Partito comunista tedesco. Senza il suo inesauribile e capillare lavoro organizzativo nessuno dei partiti summenzionati avrebbe probabilmente visto la luce e potuto operare.
Anche Leo amava Rosa e l’amò per tutta la vita. Ma la sua struttura caratteriale molto introversa e la sua personalità autoritaria e spesso arrogante gli impedivano di esprimere apertamente le proprie emozioni, l’amore, la tenerezza, l’abbandono, come Rosa avrebbe voluto e come lei faceva costantemente nelle sue lettere, rischiando i rimbrotti di lui. In una lettera bellissima e straziante, scritta nella notte del 16 luglio 1897, Rosa mette ancora una volta a nudo il suo animo, rivelando a Leo tutta la sua disperazione per la freddezza di lui e tutto il suo disperato bisogno d’amore. La scrive a un uomo che vive in un’altra casa a poche decine di metri dalla sua, un uomo che l’ha appena lasciata senza capire e accogliere il desiderio di Rosa di un rapporto fisico d’amore con lui. Non ci sono rimproveri e recriminazioni nelle parole che Rosa rivolge a Leo, ma vi è espressa la lucida e straziante consapevolezza di non poter penetrare nell’animo dell’uomo amato e soprattutto di non poter essere accolta nel suo stesso desiderio di amare. Come se la freddezza di Leo rendesse vano l’amore di Rosa. Passeranno gli anni, la loro unione continuerà. Ma non muterà la qualità del loro amore reciproco12.
Nella primavera del 1907 fu Rosa a rompere la loro unione. Le motivazioni vere della loro rottura non sono state chiarite. Il principale biografo di Rosa, P. Nettl, afferma in proposito:
«Il suo amore per Jogiches si concluse bruscamente... quando apprese che alcune porte chiuse per lei erano state aperte a un’altra persona»13.
Ammesso che Leo abbia frequentato brevemente un’altra donna subito dopo la sua fuga dal carcere (febbraio 1907), l’impressione che se ne trae è che il loro rapporto fosse arrivato ad un bivio perché Rosa non sopportava più i silenzi e la freddezza di Leo, le chiusure riguardanti i più intimi sentimenti e le parti più nascoste della sua personalità. Evidentemente il bisogno incessante di sincerità e di fusione totale era divenuto insostenibile o non oltre procrastinabile, a fronte della chiusura di quell’uomo tanto amato e così poco disponibile e denudare il proprio intimo come faceva lei.
Ancora una volta, il rigore etico di Rosa fece diventare la rottura affettiva definitiva. In proposito, credo sia rivelatrice una frase che scrisse a Matilde Jacob in una lettera del 9 aprile 1915, quindi molti anni dopo la rottura:
«Rimango dell’idea che il carattere di una donna si misura non quando un amore comincia, ma quando finisce»14.
Leo non accettò mai la fine del loro rapporto e a più riprese cercò di farle cambiare idea, anche con comportamenti aggressivi e minacce, secondo quanto affermato da P. Nettl15.
Mantenne le chiavi della loro casa comune a Berlino e vi faceva frequenti improvvise incursioni, tanto che alla fine Rosa, nonostante fosse molto affezionata a quella casa, cambiò appartamento.
Tuttavia l’intrasigenza di Rosa si fermò di fronte al loro rapporto politico che continuò inalterato. Ma l’intimità e la complicità erano finite e le lettere che lei scrisse a Leo a partire dal 1907 presentano uno stile assolutamente formale e impersonale, come se si rivolgesse a una persona distante mille anni luce. Solo Rosa conobbe lo strazio e il dolore che dovette costarle il fatto di continuare la propria militanza a fianco di quest’uomo tanto amato un tempo, come se nulla fosse cambiato.
Successivamente ebbe altri rapporti affettivi: con due uomni più giovani e dalla personalità meno forte della sua - Konstantin Zetkin, figlio di Clara, e Hans Diefenbach. Ma l’intensità di queste relazioni non raggiunse mai i livelli della passione assoluta espressa per Leo. Come se Rosa, dopo quest’esperienza, avesse intuito che il proprio desiderio di una fusione esistenziale totale con l’essere amato fosse irrealizzabile.
Nell’ultimo tragico periodo della loro esistenza, questi due esseri tanto dissimili nel carattere quanto identici nella dedizione ai loro ideali, si riavvicinarono. Nella Berlino rivoluzionaria del 1918 Leo accudì e protesse Rosa dentro e fuori dal carcere per quanto poté. Dopo la morte di lei, i suoi ultimi due mesi di vita furono spesi nella ricerca e denuncia degli autori dell’assassinio della sua antica compagna.
Rosa la femminista
Quando Rosa giunse a Berlino nel 1898 e iniziò la sua attività nel Spd, i dirigenti del partito cercarono di indirizzare le sue inesauribili energie e l’ardore rivoluzionario verso il rassicurante e decentrato lavoro fra le donne. Era questo il «destino naturale» delle militanti, non solo nella socialdemocrazia tedesca, ma in tutta l’Internazionale. All’epoca, anche tra i marxisti, ciò che prevaleva nella pratica era un atteggiamento maschilista e paternalistico nei confronti delle donne (difetto, questo, lungi dall’essere scomparso ancor oggi), al di là e nonostante le posizioni teoriche astrattamente a favore dell’emancipazione femminile. Così, la questione femminile era problematica di secondaria importanza, relegata all’attenzione esclusiva delle militanti donne, che difficilmente frequentavano da protagoniste la ribalta politica più generale.
Clara Zetkin e Rosa nel 1910 |
Del resto, si riteneva - con una ottimistica visione ingenuamente evoluzionistica - che, con la sconfitta del capitalismo, il problema della discriminazione e subordinazione femminile sarebbe stato automaticamente risolto dall’attuazione concreta, sul piano del diritto della parità tra i sessi, nell’ottica di costruzione di una società socialista. Il movimento rivoluzionario della Prima e Seconda internazionale non si pose mai concretamente il problema derivante dal fatto che la discriminazione verso le donne affonda le sue radici nei tempi antichissimi della preistoria umana e che il potere dell’uomo sulla donna si è espresso nella strutturazione di una società in primo luogo patriarcale (e solo successivamente di classe) trasmessasi trasversalmente attraverso i vari tipi di sistemi economico-politico-sociali conosciuti dall’umanità, fino ad approdare - pressoché inalterata - nelle ampie braccia del capitalismo.
La conseguente necessità di una lotta implacabile contro il patriarcato avrebbe forse potuta esser fatta propria dalla Terza internazionale, ma la controrivoluzione burocratica staliniana stroncò - insieme a tante altre cose - anche il possibile affermarsi di un femminismo rivoluzionario in grado di portare, all’interno dell’esperienza rivoluzionaria successiva all’Ottobre russo, i contenuti di una lotta libertaria contro la discriminazione tra i sessi e l’oppressione femminile, per un’effettiva liberazione di tutti, donne e uomini.
Tornando alla socialdemocrazia tedesca, a cavallo tra Otto e Novecento, la politica «vera», quella che si misurava con le problematiche al centro del dibattito della Seconda internazionale - la questione nazionale, il revisionismo, il nazionalsciovinismo, la concezione del partito, la democrazia diretta ecc. - era inesorabilmente dominata dagli uomini e le donne erano perlopiù spettatrici, o al limite comparse che si limitavano a votare le risoluzioni presentate dai compagni maschi (con l’unica altra eccezione di Clara Zetkin).
Al contrario, Rosa irrompe sulla scena e lo fa da protagonista. Rifiuta quindi sdegnosamente il tentativo maschile di relegarla nel «ghetto» delle donne. Di questione femminile non si occuperà mai in prima persona, anche se indubbiamente seguirà le iniziative condotte dall’organizzazione femminile del Spd, alla cui direzione era la sua amica e compagna Clara Zetkin, unica donna ad aver partecipato attivamente, al fianco di Rosa, alla battaglia politica contro la degenerazione sciovinista della socialdemocrazia.
Eppure ritengo che Rosa possa essere considerata a pieno titolo un’autentica femminista rivoluzionaria, al pari di Clara Zetkin e di Alessandra Kollontaj.
Cercherò di motivare qui di seguito tale affermazione.
1. In primo luogo, le scelte della sua esistenza. Ancora adolescente, prende coscienza della barbarie del sistema capitalistico dominante e decide di dedicare la sua esistenza a sovvertirlo. A 18 anni è costretta per motivi politici a fuggire clandestinamente dalla Polonia per rifugiarsi in Svizzera, abbandonando famiglia, affetti, sicurezze. In Svizzera studia e si laurea, cercando di mantenersi economicamente autonoma, contribuisce a fondare il Partito socialdemocratico polacco, si forma come marxista. Nel 1898 decide di trasferirsi in Germania e di svolgere la sua attività rivoluzionaria nell’epicentro della Seconda Internazionale, il Spd, il partito più autorevole e con il maggior seguito di massa. Non esita a lanciarsi nelle polemiche più accese contro i grandi teorici del marxismo (tutti maschi), così come non esiterà a partecipare in prima persona ai movimenti rivoluzionari della sua epoca. Andrà a Varsavia nel dicembre 1905 durante la prima Rivoluzione russa esplosa l’anno precedente; sarà protagonista della Rivoluzione tedesca del 1918 fino a pagare con la vita il suo impegno.
Tutta la sua attività politica fu all’insegna del rigore e della chiarezza teorica e comportamentale. Si tenne lontana dalle meschinerie e dalle grettezze dell’ambiente politico, rifiutando gli aspetti più deteriori del modo di fare politica «maschile», fatto di inganni, tradimenti, voltafaccia, attacchi personali, invidie. Ad essi cercherà di contrapporre uno stile di polemica e di scontro, per quanto duro, corretto sul piano personale e rigoroso su quello teorico. Si misurò da pari a pari con figure considerate le massime personalità del movimento operaio della sua epoca, come Bebel, Bernstein, Kautsky, Bauer, Bucharin, Lenin, Trotsky, Parvus, Radek: ancora e sempre tutte personalità maschili, come si vede.
Si mostrò sicura e decisa nel difendere le proprie posizioni, nella tranquilla consapevolezza del proprio valore, senza arretrare di fronte a un mondo politico prevalentemente maschile che le contrappose il proprio atteggiamento patriarcale e maschilista, arrivando a considerarla spesso come una rompiscatole isterica.
2. Nelle sue relazioni interpersonali - e in primo luogo col compagno della sua vita, Leo Jogiches - tese a costruire rapporti basati sulla reciproca parità e autonomia.
Per quanto riguarda la sua relazione con Leo, soprattutto nei primi anni della loro unione e fino al trasferimento in Germania, Rosa subì indubbiamente l’influenza della personalità di Leo, più vecchio non solo per età ma anche per esperienza rivoluzionaria. Nelle lettere Rosa gli chiede spesso consigli e pareri sulle posizioni assunte e sui contenuti dei suoi articoli e saggi, ma non ne fu mai succube. Fece suoi consigli e opinioni solo se la trovavano d’accordo e non esitò a rifiutarli quando li ritenne sbagliati.
Leo era contrario al suo trasferimento in Germania, probabilmente perché era geloso e temeva di perdere influenza su di lei - in questo dimostrando di essere suddito del proprio maschilismo che tendeva a considerare Rosa una sua proprietà. Lei non lo assecondò, pur manifestandogli costantemente il suo amore e la sua stima. Ma si rifiutò di sottostare ai suoi ricatti affettivi e fece le sue scelte politiche e di vita in autonomia, pur esprimendogli il proprio desiderio di vivergli accanto. Non fece neppure l’errore di riversare gli eventuali dissensi politici sui loro rapporti personali e viceversa. Tanto è vero che al momento della rottura affettiva continuò a collaborare strettamente con lui sul piano politico, come dimostra la sua corrispondenza successiva al 1906.
3. Rosa non rinunciò mai al suo esser donna, al suo carattere impetuoso e appassionato, che sapeva emozionarsi di fronte a un volo d’uccelli o a un acquerello di Turner. Nei suoi rapporti di amicizia e di amore, non si vergognava delle proprie emozioni e le palesava con semplicità e trasparenza superando il naturale ritegno della sua indole riservata. Anche in questo, è testimonianza fedele il carteggio indirizzato alle sue amiche e agli uomini che ha amato. Il fatto di essere diventata ciò che oggi potremmo definire una «donna in carriera» in un mondo prevalentemente maschile, non la indusse ad assumere le modalità di comportamento e di relazione tipiche di tale ambiente - come abbiamo già sottolineato e come purtroppo fa la pressoché totale maggioranza delle odierne donne in carriera (anche politiche), pur volendo apparire nonostante tutto come donne libere.
Non rinunciò alla propria umanità, alla capacità di gioire o di essere disperata, ma anche di continuare ad amare la vita in tutte le sue molteplici manifestazioni, e con essa l’intera specie umana, al riscatto della quale dedicò la sua stessa esistenza.
In definitiva, credo che il femminismo sia pure inconsapevole di Rosa, ma da lei concretamente praticato, si possa ritrovare in questa sua capacità di vivere in piena libertà interiore, facendo di questa sua libertà - sul piano pratico e teorico - lo strumento determinante della sua lotta in favore della più generale liberazione umana dall’oppressione e lo sfruttamento.
Per concludere
Sull’orlo del baratro della distruzione del pianeta verso cui ci spinge a grandi passi la barbarie di questo attuale capitalismo rapace e sfruttatore, ai miei occhi non vi è dubbio che soprattutto alle donne - e alla loro intatta capacità potenziale di ricostruire laddove si distrugge, di accudire e lenire laddove si mortificano e si negano l’umanità e la dignità della specie - siano affidate le speranze di rivolta e di rinascita per l’intera popolazione umana. Come e quando, non so. Ma non vi è più molto tempo.
Nel tentativo di ricostruire un potenziale sovversivo in grado di risollevare le sorti della nostra specie, la prassi e il pensiero rivoluzionario di Rosa, uniti alla sua straordinaria esperienza esistenziale, possono costituire un luminoso punto di riferimento.
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NOTE
1 Per la parte biografica, si veda P. Nettl, Rosa Luxemburg, 2 voll., Milano 1970.
2 Si veda R. Luxemburg, Lettere a Leo Jogiches, Milano 1978, p. 10.
3 Ibidem, p. 11.
4 Ibidem, p. 161.
5 R. Luxemburg, Lettere d’amore e d’amicizia (1891-1918), Roma 2003, p. 82.
6 R. Luxemburg, Lettere a Leo Jogiches, cit., p. 246.
7 Ibidem, p. 11.
8 R. Luxemburg, Lettere d’amore e d’amicizia, cit.
9 Si veda R. Luxemburg, Lettere a Leo Jogiches, cit., pp. 176, 211.
10 Sillenbuch, località in cui viveva Clara Zetkin. In R. Luxemburg, Lettere d’amore e d’amicizia, cit., pp. 79-80. Si veda anche G. Badia, Zetkin, femminista senza frontiere, Roma 1994, p. 155.
11 Ibidem, pp. 107-8.
12 R. Luxemburg, Lettere a Leo Jogiches, cit., pp. 68-70.
13 P. Nettl, op. cit., vol. I, p. 42. Sui motivi della rottura, si vedano anche, nel vol. II, le pp. 417-8.
14 R. Luxemburg, Lettere d’amore e d’amicizia, cit., p. 67.
15 P. Nettl, op. cit., vol. I, p. 418.
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