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venerdì 22 maggio 2020

TEORIAS CONSPIRATIVAS Y VISION DESCONFIADA (CRITICA)...¿POR QUE NO?


por Marcelo Colussi

 “Todo poder es una conspiración permanente.
Honoré de Balzac

Una dictadura perfecta tendría la apariencia de una democracia, pero sería básicamente una prisión sin muros en la que los presos ni siquiera soñarían con escapar. Sería esencialmente un sistema de esclavitud, en el que, gracias al consumo y al entretenimiento, los esclavos amarían su servidumbre.” 
Aldous Huxley 

El peligro mayor al que nos enfrentamos no es que las cosas «se queden como estaban», sino que vayan a bastante peor.
Jorge Riechmann y Adrián Almazán

I

Pese a que se hable hasta el cansancio de “democracia” (palabra manoseada que da para todo: para invadir países, asesinar impunemente, torturar, mentir, manipular), lo que menos hacen “los pueblos” es justamente eso: decidir su futuro, gobernarse. El mundo moderno, el capitalismo surgido en Europa desde el Renacimiento en adelante que hoy día se globalizó aplastando otras opciones, tiene en la “democracia” y en la “libertad” sus íconos por antonomasia. Íconos, sin embargo, que no pasan de una deslucida opacidad muy engañosa. 
Lo que hacemos, pensamos, consumimos, cómo nos divertimos, nuestra forma de relacionarnos con el mundo, en otros términos: nuestra vida en general, cada vez más está digitada por poderes que nos sobrepasan en manera inconmensurable. Inmediatamente hay que hacer una imprescindible y capital aclaración: decir esto no es ninguna conducta paranoica, una delirante visión de conspiraciones que obran en nuestra contra. 
La paranoia, llamada por Freud “demencia paranoide” a inicios del siglo XX, hoy día preferiblemente conocida, según los manuales de psicopatología al uso, como “Trastorno de ideas delirantes”, es un “Grupo de trastornos caracterizado por la aparición de un único tema delirante o de un grupo de ideas delirantes relacionadas entre sí que normalmente son muy persistentes, y que incluso pueden durar hasta el final de la vida del individuo. El contenido del tema o conjunto de ideas delirantes es muy variable. A menudo es de persecución, hipocondríaco o de grandeza, pero también puede referirse a temas de litigio o de celos o poner de manifiesto la convicción de que una parte del propio cuerpo está deformada o de que otros piensan que se despide mal olor o que se es homosexual.
El delirio paranoico existe, sin lugar a dudas; de hecho, en muchos casos esa “desconfianza” patológica (las celotipias extremas, por ejemplo) puede llevar al asesinato. El otro, el “perseguidor”, es vivido como enemigo: antes que me agreda, lo aniquilo. Lamentablemente, dada la precariedad del abordaje de los “problemas mentales” que se sigue padeciendo (el Psicoanálisis aún es resistido y prima la Psiquiatría manicomial), los “enfermos paranoicos” suelen terminar en el loquero (donde, por supuesto, nadie se cura). 
El mundo, sin dudas, está atravesado por una serie de ideas de talante paranoico, muchas veces tomadas con cierta seriedad o, al menos, presentadas con un grado de credibilidad, pero absurdas e insostenibles, en definitiva: “los judíos o ciertas sectas esotéricas (Illuminati, masones, etc.) manejan el mundo”, “los extraterrestres están entre nosotros”, “las vacunas son un experimento en masa que provocan autismo”, “la actual enfermedad COVID-19 se activa por las emisiones de ondas 5G”, “la aparición de un comenta anuncia el fin de nuestro planeta”, “las pirámides de Egipto fueron construidas por alienígenas”, y un largo etcétera. 
Por supuesto que la dinámica de las sociedades no puede explicarse por estas elucubraciones, sin base ni sustento científico. El delirio, definitivamente, está entre nosotros, a veces medianamente tolerado, lo cual evidencia que la “normalidad” es siempre una pregunta abierta, una cuestión de grado. Es decir: no hay una normalidad definitiva, dada de una vez, única e inamovible (Hitler era un loco que creía en la eugenesia, aunque no debe olvidarse que el pueblo alemán masivamente lo siguió). Pero ni la historia de la humanidad ni el mundo actual no se mueven por ideas delirantes, por fuerzas sobrenaturales ni mensajes apocalípticos de seres extraordinarios: son las relaciones sociales, concretas y materiales, que establecemos los seres humanos para asegurar nuestra existencia (individual y colectiva) las que explican la arquitectura general de las cosas. De ahí que el materialismo histórico, por ejemplo, y su concepto de lucha de clases da mucho más en el blanco para entender las sociedades y sus conflictos, que la apelación a poderes malignos o conjuras de grupos ocultos en las sombras. Dicho de otro modo: una clase social, detentadora de los medios de producción (tierra, maquinaria, dinero) explota la fuerza de trabajo de una mayoría, la otra clase social, la clase trabajadora, con lo que se genera una riqueza que queda mayoritariamente en la clase explotadora. 

lunedì 11 maggio 2020

LAS DROGAS Y EL DEPORTE

por Marcelo Colussi

El estadounidense Lance Armstrong, ciclista ganador consecutivo de siete Tours de Francia entre 1999 y 2005, confesó públicamente años después haber utilizado sustancias prohibidas en su carrera deportiva. 
No fue sorpresa que saliera a luz el dopaje en una práctica deportiva; lo sorprendente fue la declaración de Armstrong tras años de haber negado el uso de drogas. ¿Por qué lo hizo? No es eso lo que llama a la reflexión crítica -insoportable sentimiento de culpa quizá, explicable en términos de su propia subjetividad- sino el significado social del asunto. 
La Unión Ciclista Internacional actuó en forma “políticamente correcta” quitándole los premios obtenidos. El mensaje es una defensa de la ética deportiva, puesta en entredicho en estos últimos años con numerosos casos similares de dopaje.
También el Comité Olímpico Internacional fustigó su confesión: “No puede haber espacio para el doping en el deporte y el COI condena las acciones de Armstrong y de todo aquel que busca una ventaja injusta con el uso de drogas”.
El dopaje en este circo moderno (gran negocio y distractor de masas) llamado “deporte profesional” viene acrecentándose en las últimas décadas. Muchas connotadas figuras mundiales de todas las ramas deportivas son foco de escándalo al descubrírsele uso de sustancias prohibidas para mejorar su rendimiento: Ben Johnson, Katrin Krabbe, Diego Maradona, el escándalo del Tour de Francia en 1998, Dieter Baumann, los tenistas Mariano Puerta, Juan Ignacio Chela y Guillermo Cañas, el equipo austríaco de esquí, los ciclistas Jan Ullrich, Ivan Basso, la corredora Marion Jones, Johann Mühlegg, el nadador Ian Thorpe, Claudia Pechstein, Alberto Contador, Marta Domínguez, sólo por mencionar algunos de los más connotados casos. ¿Qué significa esto?


Si la práctica del deporte profesional, que se supone debería ser la promoción de una vida sana libre de sustancias psicoactivas, puede verse continuamente tocada por estas transgresiones, en muchos casos con connotaciones policiales, ello nos habla de un “espíritu de la época” cada vez más centrado en el disparate. No puede entendérselo de otra manera: ¡disparate! ¿Se puede concebir realmente como una sana y mesurada conducta no disparatada que se desperdicie comida -se la arroje a la basura, por ejemplo- para evitar que bajes sus precios mientras millones de personas padecen hambre, o que se busque agua en el planeta Marte mientras millones de seres humanos sufren de sed aquí en la Tierra? El disparate está entre nosotros, sin dudas. Se habla de vida sana, de dieta sana, de promoción del deporte para todas y todos, pero el consumo de drogas ilegales (desde marihuana hasta los peligrosísimos narcóticos químicos de última generación) es el tercer negocio a escala planetaria, alimentando en muy buena medida los circuitos financieros. Más disparate: imposible. 
¿Por qué el deporte ha ido dejando atrás de un modo total, sin retorno, el carácter amateur para devenir una mercadería más y un mecanismo de control social masivo de proporciones gigantescas? Hoy día -puede comprobarse preguntándole a varias jóvenes: invito a hacer la prueba- muchas personas de corta edad no saben, nunca escucharon, no conciben que pueda haber un deporte enteramente amateur. Las reglas del mercado fijan todas las actividades humanas. El deporte no podría escapar a esa lógica. A partir de ello surge otra cuestión: el capitalismo, en tanto sistema que sólo se alimenta del lucro, no sabe de ética, de valores, de solidaridad. O, en todo caso, su única ética es “ganar dinero”. “El capital no tiene patria”, se ha dicho. El único motor del sistema es la obtención de beneficios. Dicho de otro modo: sólo se trata de ganar. En esa lógica, la industria de la muerte: la fabricación de armas y la invención de guerras, puede ser redituable. De hecho… ¡el negocio más redituable de todas las actividades humanas en la actualidad! Sin dudas: disparate mayúsculo. La racionalidad, evidentemente, no termina de explicar a nuestra especie. 
El individualismo prima ante todo; el sentimiento solidario de mancomunidad quedó perdido. Los mejores son los que reciben más dinero” declaró el campeón mundial de automovilismo Lewis Hamilton. Por tanto… ¡hay que ser el mejor! ¿Cómo es posible que, como síntoma de los tiempos, se hayan impuestos términos, devenidos ya totalmente normales, como “ganador” y “looser”, “perdedor”?
Un deportista profesional, expresión a ultranza de esa lógica individualista, competitiva y exitista, símbolo rutilante del “éxito” al igual que cualquier estrella de la farándula, enceguecido por los reflectores ¿por qué habría de tener barreras éticas en la búsqueda de ese éxito que el sistema reclama a cada instante? No todos los deportistas profesionales se doparán para aspirar al triunfo, pero evidentemente muchos sí. De hecho, muchas grandes figuras del deporte profesional pusieron el grito en el cielo al conocerse las declaraciones del ciclista estadounidense reconociendo su transgresión. Pero no se trata de una cuestión de “buena” o “mala” voluntad de tal deportista en cuestión. El capitalismo es transgresor en su médula. Si de lo que se trata es de “ganar”, no hay barreras morales para ello. Por eso la guerra puede ser un buen negocio, o la trata de esclavos (así nació el capitalismo europeo), o la fabricación y venta de productos absolutamente innecesarios y nocivos. Los deportistas profesionales que deslumbran con sus performances no son sino la expresión de ese “espíritu de la época”: ¡hay que ganar a toda costa! 
Si el sistema pide “triunfo”, “éxito”, “victoria” a cualquier precio (esos son los valores primeros de nuestro mundo, en cuyo nombre se hacen guerras, se mata, se hace espionaje industrial o se invaden países), algunos (Armstrong, Maradona, Thorpe, etc., la lista es larga e incluye también a muchos anónimos que no hacen declaraciones públicas ni salen en las pantallas de televisión) se lo toman demasiado en serio, y pueden vender el alma al diablo por conseguirlo. 
El sistema basado en el “triunfo”, en el lucro como ideal supremo, lleva implícita la transgresión (¿acaso el capitalismo, aunque se rasgue las vestiduras, tiene ética?). Las normas sociales ordenan la vida, impiden la transgresión como práctica normal, pero el “éxito” -bien superior por excelencia de ese sistema- no se detiene ante nada. Sin dudas el COI no premia el dopaje y castiga ejemplarmente a quien incurre en él. Pero el sistema general de valores en el que se desenvuelve indirectamente lo termina promoviendo. Y, de hecho, la hiper profesionalización de los atletas modernos es una de los grandes negocios que no conoce barreras éticas, aunque sea muy legal (la FIFA, por ejemplo, es la 15a economía a nivel global).
El espíritu amateur que se pusiera en marcha con la reedición moderna de los Juegos Olímpicos de la mano del Barón Pierre de Coubertin en 1896 en Atenas, ya no existe. El deporte, por cierto, no nació como actividad profesional; distintas sociedades, a su modo, lo han cultivado a través de la historia, siempre como culto a la destreza corporal. La profesionalización y su transformación en gran negocio a escala planetaria es algo que solo el capitalismo moderno pudo generar, declaró hace unos años un funcionario del COI. Por supuesto, le costó la expulsión.
Justicia, solidaridad, amor y paz son el barniz políticamente correcto del sistema, pero la explotación inmisericorde y la guerra son su motor real. Un deportista profesional que se dopa para conseguir mejores resultados, para ser “el mejor”, sólo repite ese modelo tan “normal” que mueve al mundo contemporáneo. Sin dudas: un disparate. ¿Qué hacemos para reemplazarlo? 


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sabato 2 maggio 2020

PANDEMIA: MAS DE LO MISMO O CAMBIO, DIMENSIONES DE UN DESASTRE

por Tito Alvarado


En un principio, quienes en una escalofriante proporción, están donde no deben estar, pues les faltan luces, dijeron que lo del coronavirus era algo pasajero, reaccionaron tarde y en muchos casos torpemente. Lo que parecía una epidemia, se transformó o mejor dicho la transformaron en pandemia, sea por inacción, por acción retardada o por acciones poco inteligentes, tomó vuelo, Ahora estamos en la cifra de tres millones de infectados y ya es una psicosis colectiva. Aparte de que esto nos muestra lo poco que valen algunos gobernantes, el nulo aporte de “estrellas” con sueldos fabulosos, lo inútil de los aparatos políticos e instituciones de inmerecido renombre, la ausencia casi total de inteligencia en la toma de decisiones de los políticos, sin apoyo científico, también nos muestra que siempre hay quienes, desde la primera línea, ponen su cuota de humanidad, se perfilan nuestras propias capacidades solidarias o reacciones fuera de la realidad. De todo hay en la viña del señor, lo cual no significa que estemos hablando de otros árboles creciendo en un viñedo. Hablamos de las peregrinas mentalidades que rigen los destinos de países, empresas y otros conglomerados humanos.
Se habla de que hace cien años la cifra de muertes causada por la influenza fue de 60 millones de personas, algo impensable en la actual etapa del desarrollo humano, científico y técnico. Sin que sea comparable a esa fecha, podemos decir que estamos en un momento único. En medio de toda la incertidumbre hay una certeza brutal: a unos les toca la parte dulce, a otros la parte amarga. Si de certezas se trata, me atrevo a enumerar tres más: muchos países están dirigidos por imbéciles, en el sentido de ser incapaces de tomar decisiones correctas en una situación dada; este es un momento de crisis y es en una crisis que cada cual muestra lo que verdaderamente es; una crisis en sí no es un cambio, pero en ella nosotros nos superamos a nosotros mismos o perecemos y esto si es un cambio. Con esto quiero ilustrar que nada viene solo ni surge de la nada, siempre hay un antes, un contexto en el cual se desarrollan los acontecimientos. El sistema de dominación imperante se esmera en hacernos creer que todo acontece aislado. No se trata de ver fotos, se trata de ver el movimiento o como dijera el poeta de los pobres, ver crecer la hierba.
En esta situación única, deben ponerse en marcha soluciones únicas. Para implementarlas hay que definir primero: se trata de salvar la vida o salvar la economía. Lo lamentable es que no siempre estas medidas se implementan acorde a las necesidades de la mayoría ni a los parámetros de la ciencia. Lavarse la manos, para varios millones de personas el agua es un bien escaso o se paga a un precio mayor al de la bencina; portar mascarillas, no todos lo hacen, sea por que no quieren ver lo grave de la situación, sea por que deben priorizar la comida; distancia social, no se aplica en todos lados, no hay acuerdo en cuál debe ser, científicamente hablando, esa distancia; quedarse en casa, esto implica para la mayoría, la imposibilidad de trabajar, cientos de millones de personas dependen de lo que pueden ganar en el día (son los condenados al hambre). Estas medidas están produciendo un impacto tremendo en la economía, que ya estaba haciendo agua.