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martedì 27 febbraio 2018

LO “POLÍTICAMENTE CORRECTO”, por Marcelo Colussi

IN DUE LINGUE (Spagnolo, Inglese)
EN DOS IDIOMAS (Español, Inglés)

Aunque no esté muy claro –o en absoluto claro– en qué consiste esta “corrección”, existe un consenso generalizado respecto a que debemos practicarla, que debemos ser “políticamente correctos”.
Empujados por esta tendencia, entonces, no podemos decir “negros” sino “gente de color” y siempre hay que hacer la referencia explícita de género, entre una infinidad de otras. En esa línea, no se debe decir “discapacitados” sino “gente con capacidades especiales”, “homosexuales” y jamás “maricones”, y “tercera edad” en vez de “ancianos” –ni pensar en decir “viejos”–.
De igual modo, es políticamente correcto hablar de “pueblos originarios” en vez de “Indios”, o de “trabajadoras del sexo” en vez de “prostitutas” –por supuesto decir “putas” es sacrílego–. Nunca se ha escuchado insultar a nadie diciendo “¡hijo de sexoservidora!”, pero eso sería lo correcto. La palabra “sirvienta” debe ser sustituida por “colaboradora doméstica”, y “ex borracho” por “alcohólico recuperado”. Hay que desechar el ofensivo “travesti” por “transexual”.
La intención que mueve toda esta práctica sin dudas es loable; anida ahí el intento de poner en evidencia situaciones de exclusión, de discriminación, de flagrante injusticia, y su visibilización –al menos en el ámbito del lenguaje– es ya un primer paso para luchar por su erradicación. Siguiendo esta lógica, tener un lenguaje políticamente correcto sería una manera de comenzar a luchar por un cambio. Ahora bien: ¿cambian efectivamente las cosas por un cambio en su designación?
Esto lleva a cuestionarnos qué es la “corrección política”. ¿Es una manera cortés de decir las cosas? ¿Es una buena forma socialmente aceptada de presentar los hechos, con diplomacia, con tacto? ¿Es una actitud de ecuanimidad, de equidistancia para con todos? ¿Es un real intento de transformación de las injusticias?
Bueno, puede ser un primer paso para sacar a luz ciertos problemas, para ponerlos a debate, pero hay que tener cuidado de no caer en un puro ejercicio cosmético: en definitiva, gatopardismo funcional al statu quo.
Por cierto, el lenguaje políticamente correcto tiene sus raíces en posiciones de izquierda, pero el discurso conservador puede también apropiarse de él con intereses de maquillaje. Además del lenguaje, fundamentalmente lo importante a cambiar son las actitudes de base para con los fenómenos en cuestión, y las relaciones de poder reales que los enmarcan, en muchos casos trasuntadas en políticas públicas.
Por el hecho de decir “pueblos originarios”, ¿cambian efectivamente las relaciones sociales que marginan a los “Inditos”, a los “pinches indios”, a los históricamente excluidos? ¿Mejoran su situación social las mujeres que ejercen la prostitución al ser llamadas “sexoservidoras”? ¿Cómo y en qué mejoran? Cambiar “patria” por “matria” o “fraternidad” por “sororidad”, ¿equipara la situación de mujeres y varones y logra la real equidad de géneros, o nos puede conducir a atolladeros cuestionables?
Esta invasión de corrección política que vamos viviendo intenta comenzar a remediar una situación ancestral, pero también comporta el riesgo de crear un nuevo maniqueísmo –injusto y absurdo como todos– donde lo correcto (de difícil definición, como siempre, y por supuesto de mi lado) está en concordancia con el bien, y lo incorrecto políticamente (detentado, desde ya, por los otros) representa el mal. “El infierno son los otros”, decía sarcásticamente Jean-Paul Sartre.
Como todas las formalidades, también la corrección política afronta el peligro de terminar siendo un gesto vacío y peligroso. Peligroso, en cuanto puede ayudar a dar la sensación que ha cambiado la esencia de un problema, siendo que en realidad sólo cambió su nominación.
Por ejemplo, la situación de las mujeres en el mundo sigue siendo de fenomenal diferencia con respecto a la de los varones, aunque machaconamente pongamos la marca de género en palabras; claro que ese cambio de lenguaje puede implicar un cambio de actitud, pero también puede servir sólo para barnizar la realidad.
Las declaraciones políticas, las pomposas presentaciones de Naciones Unidas o lo que pueda expresar el diplomático de una potencia es siempre “políticamente correcto”, pero ello no significa que sea cierto. La política –arte de gobernar, de dirigir, de moverse en la pólis– difícilmente puede ser correcta: el ejercicio del poder es la puesta en acto de una diferencia de poderíos, de fuerzas asimétricas.
¿Cómo, entonces, pretender corrección en algo que casi por definición no va de la mano, o incluso rehúye a la idea de lo correcto? ¿Ser políticamente correcto es no ser ofensivo? El discurso diplomático lo es por cierto. ¿Es eso lo que buscamos?
Téngase en cuenta que mucho, por no decir todo, lo que hoy es reivindicado como discurso “políticamente correcto”, curiosamente viene impulsado por los grandes factores de poder que dominan el mundo. Todo el campo de las ONG y sus agencias donantes, así como los organismos crediticios internacionales (FMI, Banco Mundial, BID), se empeñan esmeradamente en mantener ese discurso de presunta corrección, financiando los esfuerzos que se enfilan por allí. Curioso, ¿verdad?
Si pretendemos no discriminar, más que insistir, por ejemplo, en el género de los adjetivos que usamos, debemos partir de ver y hacer ver por qué hay discriminación, qué relación de poderes se juega ahí y, en todo caso, qué acciones se deben tomar para acabar con ese desbalance.
El uso, o si se prefiere el abuso, del lenguaje “políticamente correcto” nos recuerda las palabras de Napoleón: “De lo sublime a lo ridículo no hay más que un paso”.

En la propagación y/o reedición de este texto le rogamos citar la fuente: www.utopiarossa.blogspot.com