Está visto que las revoluciones que se han dado en el mundo traen cambios de hombres, de actores, de posiciones de las cosas, pero no de los valores. El mayor cuestionamiento que puede hacerse a la civilización occidental se ubica en el campo de la ética, de la moral. Los valores de progreso, desarrollo y crecimiento han estado siempre asociados al concepto de poder, dominio del ser humano sobre la naturaleza, de unos seres humanos por otros, de unos grupos humanos por otros, de unos países por otros, de unos gobiernos por otros. En las últimas décadas la instauración del neoliberalismo hizo posible el dominio de toda la dinámica global, en todos sus aspectos, por el capital internacional que se encuentra monopolizado por una élite que en definitiva está en el vértice de la pirámide social marcando el rumbo a seguir. No es difícil entender que sea la banca internacional la que dicte las pautas del rumbo de las sociedades y que los supuestos jefes de estados, primeros ministros o presidentes de los países, quedaron para el papel de actores de reparto, de simple peones atados por las redes de un poder económico supra-nacional. Hace tiempo desapareció absolutamente la llamada soberanía económica y ningún país quedó libre de ataduras en este diseño triunfante elaborado por una minoría que oprime hoy a la mayoría perdedora o resto de la humanidad.
Una Revolución en este momento de la historia es un concepto gastado y que se queda corto frente a la magnitud de la crisis planetaria. Las revoluciones de los siglos pasados, la francesa, la industrial, los procesos “independentistas” de las colonias, las revoluciones inspiradas en el marxismo en el siglo XX, ninguna de ellas cuestionó ni logró amenazar los valores negativos de la civilización occidental. El sistema global-neoliberal es el nivel alcanzado por el capitalismo de la mano de procesos históricos aparentemente antagónicos, como capitalismo y socialismo, que demostraron en la práctica ser dos caras de una misma moneda. Como oposición siguen en pie sólo discursos vacíos apuntalados por dogmas que prometen revoluciones y revoluciones dentro de las revoluciones, y el sistema establecido hace siglos se ríe de ellos, los captura, los recicla, los domestica y los pone a circular en el mercado de valores.
Mientras tanto la humanidad es víctima de la vigilancia y el control social dirigido desde la punta de la pirámide, que logra hasta ahora el objetivo de mantener idiotizado al conglomerado humano, en forma de rebaño y camino al matadero. Los medios de comunicación siguen cumpliendo su papel protagónico de reforzamiento del modelo cultural del consumo, de la banalidad, de las marcas, estilos, modas, lo que dificulta el desarrollo de sujetos pensantes. Como hay mucha gente que sobra, en este continente por ejemplo, se vive dentro de un patrón estandarizado, programado por los de arriba, donde bandas gansteriles asociadas a los gobiernos de “derecha” y de “izquierda” desatan una violencia horizontal de exterminio, sobre todo de la juventud, que pudiera ser una esperanza de cambio. De México a la Argentina, el libreto es el mismo: una guerra entre los pobres que está diezmando a la población sobrante, con apoyo, control e impunidad de las mafias del narcotráfico. Genocidio permitido en marcha.
Quedando vacíos y sin sentido los conceptos de revoluciones, aparece en el horizonte, como utopía posible, un cambio civilizatorio. Si no apareciera nada sería el verdadero fin de la historia, la renuncia a cualquier esperanza de redención en el ser humano: la entrega total. Ante los ojos de la humanidad yace un planeta agotado, recalentado, con un caos en cuenta regresiva como futuro y la razón moderna es una sinrazón que sigue justificando el crecimiento, el desarrollo y el progreso. ¿Hará falta que se manifieste la primera y anunciada conmoción ambiental, como el aumento del nivel mar u otra peor, que cobre millones de vidas, para que la sociedad mundial reaccione y desate su fuerza creadora contra el sistema global suicida que la arrastra al caos? Pareciera que si.
La búsqueda de una nueva civilización pasa por revisar y entender las culturas de los pueblos originarios en todo el mundo. En Abya Yala, con la llegada de los “descubridores”, se intentó exterminar la civilización existente: fue aplastada, sometida y luego negada. Narra el Popol Vuh: “cortaron nuestros troncos, pero no nuestras raíces”. Pero esa civilización negada aparece en el siglo XXI mostrando vitalidad y vigencia frente a las ruinas que van dejando las promesas de la modernidad. Pero la mirada que se necesita para entender esta civilización, es una mirada distinta. No son ojos coloniales, ilustrados, los que podrán percibir lo alternativo de la civilización ancestral. Lo más difícil de esta tarea es desechar el enfoque y la historia construida en varios siglos por los “vencedores europeos”, ya que estamos situados en un plano totalmente occidental y es necesario escapar de él, es decir des-localizarnos. Una vez que logremos re-ubicarnos en una dimensión abierta a la comprensión de la realidad sin ataduras a patrones epistemológicos eurocentristas, sintiendo que somos una rica mezcla, un mestizaje donde hay indianidad, europeismo, islamismo, africanismo y quizá más, será posible comenzar a entender y a aprehender conceptos ancestrales que fueron enterrados por los colonizadores y que hoy renacen y dan aliento a una nueva civilización que puede rescatar lo valedero de occidente -que si lo hay- y unirlo con lo también valedero de las culturas originarias.
Cruzado este umbral y deslindados de dogmas coloniales, será posible empezar a entrever un futuro mejor para la vida que todavía existe, que es lo que está en peligro. Si se extingue la vida, el planeta seguirá existiendo y puede que ella vuelva a aparecer a la vuelta de millones de años o siglos. Lo prioritario hoy es actuar responsablemente con las nuevas generaciones que no imaginan lo que les espera, es salvar la vida legando a hijos y nietos un lugar con las condiciones necesarias para una vida posible y digna. Esto no lo logrará ninguna revolución.
13 de agosto de 2016
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