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mercoledì 29 ottobre 2014

EL CRIMEN DE IGUALA Y LA INSURRECCIÓN QUE VIENE, por Claudio Albertani

De todas maneras considero ineludible que nosotros a todos aquellos que tienen el poder y nos amenazan, los asustemos. No nos queda otro camino que contestar a sus amenazas con amenazas y hacer inefectivos a todos aquellos políticos que con toda irresponsabilidad y por intereses egoístas llevan al mundo a la muerte.
Günther Anders


El 26 de septiembre pasado, 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa, Guerrero, fueron desaparecidos, seis ciudadanos fueron asesinados -entre ellos cinco normalistas, uno de los cuales fue horrendamente desollado- y 25 más fueron lesionados en la ciudad de Iguala. Ante un crimen de este tamaño, lo primero que experimentamos es indignación, estremecimiento e impotencia. Enseguida surgen las preguntas.
¿Quiénes son los responsables?
¿El ex alcalde de Iguala, José Luis Abarca y su esposa, María de los Ángeles Pineda, presuntos autores intelectuales del crimen, hoy prófugos?
¿Los policías municipales de Iguala que detuvieron a los estudiantes?   
¿Los policías municipales de Cocula que los ayudaron?
¿El ejército federal que, estando presente, no intervino?
¿El grupo delictivo Guerreros Unidos, relacionado con Abarca, que presuntamente desapareció a los estudiantes, después de que les fueron entregados por los policías?
Se habla de una red de complicidades. ¿Hasta dónde llega?

¿Al depuesto gobernador de Guerrero, Ángel Aguirre, que no encarceló a Abarca cuando pudo hacerlo?
¿Al procurador general de la república, Jesús Murillo Karam, que no actuó contra el ex alcalde, a pesar de las reiteradas denuncias en su contra?
¿Al Partido de la Revolución Democrática que encubrió tanto a Aguirre como a Abarca?
¿Al secretario de gobernación Osorio Chong que libra su propia guerra contra los normalistas?
¿A los funcionarios de la Unión Europea que, con tal de no perder jugosos negocios, respaldan “los esfuerzos del gobierno federal”?
Las normales rurales forman parte de un vasto proyecto de educación popular que surgió en la Revolución Mexicana. Su existencia misma es un grito contra el modelo económico vigente, en el cual no tienen cabida jóvenes campesinos informados y críticos. La SEP, los burócratas del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, los medios de comunicación, el establishment académico, los policías, los jueces, los periodistas y todos los principales partidos políticos son cómplices de la masacre porque, de una manera u otra, han contribuido a fabricar la imagen de las normales como semilleros de guerrillas y de los estudiantes como individuos-canallas.
El crimen de Iguala no viene solo. El 12 diciembre de 2011, la policía de Aguirre mató arteramente a dos estudiantes de la misma normal, Jorge Alexis Herrera y Gabriel Echeverría, durante un desalojo violento en la Autopista del Sol. “Había que limpiar la carretera”, explicó sin tapujos un mando policial. Días después, el 7 de enero de 2012, un tractocamión atropelló a un grupo de normalistas que boteaban en la carretera federal Acapulco-Zihuatanejo. Varios quedaron heridos y dos murieron. El 24 de mayo pasado, Aurora Tecoluapa, estudiante de la Normal Rural “General Emiliano Zapata”, de Amilcingo, Morelos, fue muerta por un coche en la carretera México-Oaxaca, mientras que seis de sus compañeras quedaron lesionadas.
Lo que vivimos es la guerra del Estado mexicano contra los jóvenes, especialmente los jóvenes insumisos, de origen proletario. El 2 de octubre de 2013, el estudiante Mario González García fue detenido en la Ciudad de México, mientras se dirigía en autobús a una manifestación. Es decir, fue detenido sin haber cometido ningún delito, por el sólo hecho de ser un conocido activista y de haber participado en la lucha por la defensa de los Colegios de Ciencias y Humanidades (CCH). Increíblemente, Mario fue condenado y permanece preso, a pesar de no haber cometido ningún delito, como Josef K, el protagonista de la novela El proceso de Kafka. El 19 de octubre último pasado, mientras en el país subía la indignación por los hechos de Iguala, otro joven, Ricardo de Jesús Esparza Villegas, estudiante del Centro Universitario de Lagos, Jalisco, fue asesinado por policías estatales en la ciudad de Guanajuato en donde se encontraba de visita, para asistir al Festival Cervantino. Sería un error creer que estos crímenes tengan que ver con un supuesto “atraso” de México. Son, por el contrario, acontecimientos absolutamente modernos, “banales” en el sentido que denunciaba Hannah Arendt cuando, horrorizada, hablaba de la banalidad del mal. Un crimen como el de Iguala podría suceder en cualquier parte: en Palestina, Siria, Irak, sin duda, pero también en Francia, Estados Unidos, Italia... La dictadura de la economía burocrática debe acompañarse de una violencia permanente. Todos somos seres colectivamente prorrogados con fecha de caducidad; ya no somos mortales como individuos, sino como grupo cuya existencia sólo está autorizada hasta nueva orden.
¿Cómo explicar la reacción (hasta ahora) modesta del pueblo mexicano ante hechos tan terribles? Hace más de medio siglo, Günther Anders –el filósofo y activista antinuclear- reflexionó de manera lucida y despiadada en torno al problema de cómo el mundo actual produce seres deshumanizados, que no conocen el remordimiento, ni vergüenza alguna ante los horrendos crímenes cometidos por ellos mismos. Vivimos una nueva etapa del totalitarismo que transforma a los seres humanos en piezas mecánicas incapaces de reacciones humanas. Por más infernal que esto aparezca, sólo existimos como piezas mecánicas o como materiales requeridos por la máquina.  
Y sin embargo, la última palabra no está dicha. “Desde cualquier ángulo que se le observe el presente no tiene salida. No es la menor de sus virtudes”, escribían hace años los anónimos autores de un célebre panfleto, La insurrección que viene. Y añadían: “la esfera de la representación política se cierra. De izquierda a derecha es la misma nada que adopta poses perrunas o aires virginales, son las mismas cabezas oscilantes que intercambian sus discursos según los últimos hallazgos del servicio de comunicación. (…) Nada de lo que se presenta está a la altura de la situación. En su propio silencio, la gente parece infinitamente más adulta que todos los títeres que se pelean por gobernarla”. Estas palabras que se refieren a Francia y a la desesperación de los jóvenes migrantes en los guetos de las metrópolis europeas, se aplican perfectamente a lo que estamos viviendo aquí y ahora. Hoy, en este México tan martirizado, no tenemos más opción que romper el silencio e inventar nuestra propia insurrección.

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