De todas maneras considero ineludible que
nosotros a todos aquellos que tienen el poder y nos amenazan, los asustemos. No
nos queda otro camino que contestar a sus amenazas con amenazas y hacer
inefectivos a todos aquellos políticos que con toda irresponsabilidad y por
intereses egoístas llevan al mundo a la muerte.
Günther
Anders
El 26 de septiembre pasado, 43
estudiantes de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa,
Guerrero, fueron desaparecidos, seis ciudadanos fueron asesinados -entre ellos
cinco normalistas, uno de los cuales fue horrendamente desollado- y 25 más
fueron lesionados en la ciudad de Iguala. Ante un crimen de este tamaño, lo
primero que experimentamos es indignación, estremecimiento e impotencia. Enseguida
surgen las preguntas.
¿Quiénes son los
responsables?
¿El ex alcalde de Iguala, José
Luis Abarca y su esposa, María de los Ángeles Pineda, presuntos autores
intelectuales del crimen, hoy prófugos?
¿Los policías municipales de
Iguala que detuvieron a los estudiantes?
¿Los policías municipales de
Cocula que los ayudaron?
¿El ejército federal que, estando
presente, no intervino?
¿El grupo delictivo Guerreros Unidos, relacionado con
Abarca, que presuntamente desapareció a los
estudiantes, después de que les fueron entregados por los policías?
Se habla de una red de complicidades.
¿Hasta dónde llega?
¿Al depuesto gobernador de
Guerrero, Ángel Aguirre, que no encarceló a Abarca cuando pudo hacerlo?
¿Al procurador general de la
república, Jesús Murillo Karam, que no actuó contra el ex alcalde, a pesar de
las reiteradas denuncias en su contra?
¿Al
Partido de la Revolución Democrática que encubrió tanto a Aguirre como a Abarca?
¿Al
secretario de gobernación Osorio Chong que libra su propia guerra contra los
normalistas?
¿A
los funcionarios de la Unión Europea que, con tal de no perder jugosos
negocios, respaldan “los esfuerzos del gobierno federal”?
Las normales rurales forman
parte de un vasto proyecto de educación popular que surgió
en la Revolución Mexicana. Su existencia misma
es un grito contra el modelo económico vigente, en el cual no tienen cabida
jóvenes campesinos informados y críticos. La SEP, los burócratas del Sindicato
Nacional de Trabajadores de la Educación, los medios de comunicación, el establishment académico, los policías,
los jueces, los periodistas y todos los principales partidos políticos son cómplices
de la masacre porque, de una manera u otra, han contribuido a fabricar la
imagen de las normales como semilleros de guerrillas y de los estudiantes como
individuos-canallas.
El crimen de Iguala no viene
solo. El
12 diciembre de 2011, la policía de Aguirre mató arteramente a dos estudiantes
de la misma normal, Jorge
Alexis Herrera y Gabriel Echeverría, durante un desalojo violento en la
Autopista del Sol. “Había que limpiar la carretera”, explicó sin tapujos un mando policial. Días
después, el 7 de enero de 2012, un tractocamión atropelló a un grupo de
normalistas que boteaban en la carretera federal Acapulco-Zihuatanejo. Varios
quedaron heridos y dos murieron.
El 24 de mayo pasado, Aurora Tecoluapa, estudiante de la Normal Rural
“General Emiliano Zapata”, de Amilcingo, Morelos, fue muerta por un coche en la
carretera México-Oaxaca, mientras que seis de sus compañeras quedaron
lesionadas.
Lo que vivimos es la guerra
del Estado mexicano contra los jóvenes, especialmente los jóvenes insumisos, de
origen proletario. El 2 de octubre de 2013, el estudiante Mario González
García fue detenido
en la Ciudad de México, mientras se dirigía en autobús a una
manifestación. Es decir, fue detenido sin haber cometido ningún delito, por el
sólo hecho de ser un conocido activista y de haber participado en la lucha por
la defensa de los Colegios de Ciencias y Humanidades (CCH). Increíblemente, Mario
fue condenado y permanece preso, a pesar de no haber cometido ningún delito, como
Josef K, el protagonista de la novela El proceso
de Kafka. El 19 de octubre último pasado, mientras en el país subía la
indignación por los hechos de Iguala, otro joven, Ricardo
de Jesús Esparza Villegas, estudiante del Centro Universitario de Lagos,
Jalisco, fue asesinado por policías estatales en la ciudad de Guanajuato en
donde se encontraba de visita, para asistir al Festival Cervantino. Sería un error creer que
estos crímenes tengan que ver con un supuesto “atraso” de México. Son, por el
contrario, acontecimientos absolutamente modernos, “banales” en el sentido que
denunciaba Hannah Arendt cuando, horrorizada, hablaba de la banalidad del mal.
Un crimen como el de Iguala podría suceder en cualquier parte: en Palestina,
Siria, Irak, sin duda, pero también en Francia, Estados Unidos, Italia... La dictadura de la
economía burocrática debe acompañarse de una violencia permanente. Todos somos seres
colectivamente prorrogados con fecha de caducidad; ya no somos mortales como
individuos, sino como grupo cuya existencia sólo está autorizada hasta nueva
orden.
¿Cómo
explicar la reacción (hasta ahora) modesta del pueblo mexicano ante hechos tan
terribles? Hace más de medio siglo, Günther Anders –el filósofo y activista
antinuclear- reflexionó de manera lucida y despiadada en torno al problema de
cómo el mundo actual produce seres deshumanizados, que no conocen el
remordimiento, ni vergüenza alguna ante los horrendos crímenes cometidos por
ellos mismos. Vivimos una nueva etapa del totalitarismo que transforma a los
seres humanos en piezas mecánicas incapaces de reacciones humanas. Por más
infernal que esto aparezca, sólo existimos como piezas mecánicas o como materiales
requeridos por la máquina.
Y
sin embargo, la última palabra no está dicha. “Desde
cualquier ángulo que se le observe el presente no tiene salida. No es la menor
de sus virtudes”, escribían hace años los anónimos autores de un célebre
panfleto, La insurrección que viene.
Y añadían: “la esfera de la representación
política se cierra. De izquierda a derecha es la misma nada que adopta poses
perrunas o aires virginales, son las mismas cabezas oscilantes que intercambian
sus discursos según los últimos hallazgos del servicio de comunicación. (…) Nada
de lo que se presenta está a la altura de la situación. En su propio silencio,
la gente parece infinitamente más adulta que todos los títeres que se pelean
por gobernarla”. Estas palabras que se refieren a Francia y a la desesperación de
los jóvenes migrantes en los guetos de las metrópolis europeas, se aplican
perfectamente a lo que estamos viviendo aquí y ahora. Hoy, en este México tan martirizado,
no tenemos más opción que romper el silencio e inventar nuestra propia
insurrección.
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